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domingo, 2 de marzo de 2025

Mas cosas de palacio: el paisanaje

Cuando me senté en la antesala, por allí no había demasiada gente. Es verdad que me puedo imaginar planes más apasionantes que asistir a una vista judicial en materia civil. Una abogada joven estaba repasando con su defendido los documentos del caso que les ocupaba; supongo que estaban preparando la defensa, o la acusación, quién sabe. La abogada vestía la toga que visten los abogados de aquí y que es un poco diferente a la que se usa generalmente en España, con ese tejido blanco que les cae sobre el pecho. Hubiera quedado incluso elegante de no ser porque se le adivinaban los vaqueros en la parte más cercana al calzado, que no eran unos zapatos sino unas zapatillas de deporte. Arreglada, pero informal.

Su defendido era un hombre entrado en años, algo desaliñado, que por lo que pude entender mientras esperaba allí se las prometía muy felices, pero ahí acaba todo mi conocimiento del caso. La abogada asentía regularmente con la cabeza, mientras su cliente elucubraba una y otra vez sobre las intenciones de la contraparte.

En esto, la abogada reconoció a alguien que entró con paso mesurado y calculado, todo él prestancia, y se sentó no lejos de donde estábamos. Se trataba de un abogado, con su correspondiente toga, de estatura mucho más que mediana, más afeitado que un espejo y cabellera canosa pulcramente peinada hacia atrás y engominada con tal cuidado que no se salía un pelo del sitio. Se le podría echar unos cincuenta años, pero también podría ser que aparentara más de los que realmente tenía. Lejos de la informalidad de la otra abogada, bajo la toga llevaba un pantalón de traje, y de traje caro, así como unos zapatos, no menos caros, clásicos, sin una mota de polvo; tenía un maletín de cuero de precio parecido al resto de sus complementos y, en general, exudaba respetabilidad por todos los poros.

En cuanto lo vi, supe que no nos íbamos a llevar bien.

La abogada se excusó con su desaliñado cliente y se acercó a su colega.

- ¡Profesor De Wet! ¿Cómo está?

- ¡Ah, qué agradable sorpresa! Bien. Estoy llevando un caso que parece bastante sencillo, pero está tardando mucho. Ya lo han aplazado dos veces por enfermedad del juez. A ver si lo terminamos hoy ¿Y qué tal está usted?

- Bien, ahora trabajando de pasante en el despacho de Maître Scheidincx.

- Buen sitio. Ya veo que se dedica a la rama del Derecho que aprendió conmigo en la universidad.

- Pues sí ¿Es muy complicado el caso que lleva hoy?

El profesor De Wet, que, en cumplimiento de la estricta política de anonimato de esta bitácora, no es el verdadero nombre del personaje, se puso a explicar su interpretación del caso que llevaba, lo cual quizá haya sido un poco imprudente sin saber si la contraparte estaba por allí cerca. Pero, claro, como era tan evidente el resultado, y no se veía a ningún togado más por las inmediaciones, apenas se le puede reprochar.

En éstas estábamos, cuando se abrió la puerta de la sala en la que estaba citado para la vista y salió de ella una señora también como de cincuenta años, que resultó ser lo que en España llamaríamos una ujier, que iba vestida de calle, con un jersey y un pantalón normalitos, como yo mismo. Exclamó un nombre y el profesor De Wet se levantó, indicando que se trataba de la parte que él representaba. Exclamó otro nombre, de hecho, exclamó el mío, y yo me levanté.

- Dat ben ik! (Ése soy yo) - dije.

Siguió una breve conversación en un neerlandés bastante mejorable por las dos partes. En Bruselas, ciudad al menos teóricamente bilingüe, hay dos órdenes jurisdiccionales, francófono y neerlandófono; siempre en teoría, el demandado puede elegir lengua. Nos encontrábamos en el tribunal francófono, que era donde se había presentado la demanda. En Bruselas, los neerlandófonos hablan el francés correctamente, porque no hay más remedio y hay que comunicarse con la mayoría de la población; los francófonos, en el mejor de los casos, consiguen balbucir algunas palabras en neerlandés a duras penas. La ujier estaba en este segundo caso.

El profesor De Wet, que resultó ser francófono hasta la médula, me identificó como la parte adversaria, se me dirigió y siguió una conversación tirando a tensa, hasta que fuimos llamados a la sala. Cada cual ocupó su puesto y aquí nos encontramos con una diferencia muy importante entre la justicia en Bélgica y en España. Así como en España hay que ir a cualquier sitio con abogado y procurador, en Bélgica no es obligatorio estar asistido de abogado (y el procurador yo creo que ni saben lo que es). Hay que reconocer que, en este punto, Bélgica nos saca algo de ventaja. Yo todavía no he conseguido comprender qué aporta un procurador que no pueda aportar el propio abogado y tengo la certeza de que los propios procuradores, en privado, tampoco lo comprenden, pero claro, ellos nunca te lo dirán hasta que se jubilen (a mí me lo confesó una procuradora jubilada). Lo de la defensa letrada obligatoria es otra cosa, pero me da a mí que está pensado sobre todo para conveniencia de los jueces, los cuales de esta manera se aseguran de tratar con alguien que domine la jerigonza jurídica.

El caso es que yo no estaba asistido de abogado y me senté en el lugar destinado a las partes, delante del estrado. La contraparte era todo lo contrario: no había más que abogado, representante, que se situó en la parte destinada a la defensa letrada, mientras que el lugar destinado a la parte demandante quedó vacío. En esta asimétrica situación comenzó la vista.

El juez, por su aspecto, parecía recién salido de la universidad. Era un chaval delgado, al que la toga le quedaba algo grande, con gafas, flequillo abundante y una pinta de yogurín empollón que tiraba para atrás. A su lado estaba el secretario judicial, también con su toga, de edad algo mayor que el juez, pero que no dijo una palabra sino para fijar la siguiente vista.

Viendo al juez y viendo cómo actuó, cosa que no es cuestión de esta entrada, uno comienza a comprender de dónde sale parte de los males del sistema judicial belga. Como ya vimos, uno de los puntos débiles es que la profesión judicial es poco atractiva, cosa que supongo que tiene que ver con el prestigio de la profesión. Yo pensaba que también con la remuneración, pero resulta que el salario mensual bruto de un juez novato, como evidentemente era el caso de quien tenía delante, es de 6.500 euros brutos, que le parecerá muchísimo al español estándar, pero estamos en Bélgica, así que la cantidad contante y sonante que puede ingresar será de unos 3.500 euros todo lo más, a no ser que tenga deducciones por lo que sea. Cuando los políticos españoles (los de izquierdas, principalmente) dicen que la presión fiscal en España no es tan grande comparada con la de otros países de Europa, supongo que piensan en países como éste en el que vivo.

A partir de ahí, uno ya puede decidir si eso es mucho o poco. De momento, es mucho más que en España, donde por otra parte es mucho más difícil acceder a la profesión de juez, pero parece que en Bélgica tienen dificultades para encontrar gente que quiera desempeñarla, no entiendo muy bien por qué. El nuevo programa de gobierno incluye un capítulo destinado a la justicia en el que habla de hacer más atractivos los empleos relacionados con la misma. De lo que no habla es de la aceleración de los procedimientos judiciales.

Pues debería. El procedimiento en cuestión, que ya llevaba aplazados dos señalamientos, todavía terminó durando un buen tiempo más, y eso sin contar la fase de ejecución ni los posibles recursos, que nadie interpuso en esta ocasión y que hubieran enviado el procedimiento quién sabe a qué marco temporal.

Y luego me quejo de que se me hace tarde.

jueves, 12 de octubre de 2023

Lovaina

Lovaina mola. La gente que viene por aquí bebe los vientos por Brujas y Gante, que están superpobladas de turistas, pero la verdad es que Lovaina no tiene demasiado que envidiar a ninguna de las dos y, además, es fácilmente accesible desde Bruselas. En efecto, está a unos treinta kilómetros de la capital del país, desde la que hay trenes cada media hora, y es una ciudad muy bonita, sobre todo si se pilla con buen tiempo, cosa que resulta difícil, pero me consta que a veces ocurre. Este verano he tenido varios invitados, y con todos ellos, cuando el curro me ha dado espacio para acompañarlos en sus aventuras, he terminado en Lovaina, la última de las veces, en septiembre, con un tiempo espectacular, de ésos que se ven de uvas a peras y de los que le hacen a uno preguntarse si el cambio climático, después de todo, no tendrá sus ventajas.

Es bien sabido, o debería serlo, que Lovaina ha aparecido ya en los albores de está bitácora, en el ahora lejano 2007, en que me di cuenta para mi desgracia que se encuentra en Flandes y que el idioma oficial es el flamenco, y que hablar otro idioma no es necesariamente una buena idea.

Recordemos que en aquel tiempo (lluvioso, pero eso no es una sorpresa), me planté solo en la Oficina de Turismo, donde resultó que la chica que me atendió no hablaba más lengua que el flamenco, así que me tocó desenterrar mis entonces escasísimos conocimientos del neerlandés y sudar tinta hasta conseguir alguna que otra indicación.

En la primera semana de agosto, como vimos hace unas cuantas entradas, el tiempo atmosférico era penoso, así que tampoco era mala idea encontrar abrigo donde fuera. Como éramos turistas, recordé que tenía una cuenta que saldar en la Oficina de Turismo, de modo que dirigí hacia allí mis pasos, seguido de mis invitados. En los últimos dieciséis años no había cambiado de lugar ni de aspecto, así que entré resuelto y vi que, en lugar de la chica apocada y monolingüe de 2007, había tres dependientes atendiendo al personal. Claro que en 2007 me planté allí en diciembre, que no es precisamente temporada alta, pero aquello no dejaba de llamar la atención. Tres ya está mejor que uno.

En cuanto se liberó uno, lo abordé en mi mejor neerlandés y le expliqué la situación, pidiendo expresamente un plano de la ciudad y qué hacer durante unas cuantas horas.

- ¿Y de dónde es usted? - me preguntó mi interlocutor.

- Español.

- Ah, pues su neerlandés es muy bueno. Casi perfecto ¿Dónde lo ha aprendido?

- Vivo en Bruselas.

- ¿Y en Bruselas se habla neerlandés?

- Hombre, buscando un poco...

En fin, que nos dio toda la información que tocaba. Mis dos amigos miraban sin comprender mucho, hasta que se liberó otra dependienta y les abordó en un español muy aceptable. No tenían guías en español, pero al menos la situación no era tan jocosa como en 2007 y podían comunicarse en otros idiomas, además del vernáculo. De hecho, la dependienta creo que ardía en deseos de practicar su español y el hecho de que yo hablara en neerlandés no ayudaba ni un poquito a saciar su deseo.

Entre que nos levantamos tarde, que el viaje, por cerca que estuviera Lovaina, requería su tiempo, y que en esta zona del mundo se come desusadamente pronto para un español, se había hecho la hora de comer y había gusa. En el viaje de septiembre, resultó que el sitio, bien bueno, donde habíamos comido en agosto estaba cerrado "por razones técnicas", así que, como el hambre apretaba, no fue cuestión de buscar demasiado y terminamos enfrente, en una hamburguesería pijilla.

Aleccionado por aquella experiencia de 2007, y orgulloso con mis progresos en la lengua más hablada del país, me dirigí resuelto hacia una camarera pelirroja (uno tiene sus preferencias) que parecía simpática.

- Heeft u plaats voor vier personen? - le pregunté, levantando cuatro dedos de mi mano derecha, para dar a entender de todas las formas posibles lo mismo que había formulado oralmente, es decir, si tenían sitio para cuatro personas.

- Eh... Yes, certainly inside. Outside would be a little bit more difficult - me respondió en un horroroso inglés norteamericano.

Así, a ojo, me sentí ofendido. Uno hace un esfuerzo -ímprobo- por expresarse en flamenco, y los locales le pagan a uno ignorándolo y contestándole en inglés. Convencido de que mi flamenco no era tan malo, no en vano me lo acababan de alabar en la mismísima oficina de turismo, decidí ignorar la indirecta de la camarera pelirroja (guapa, sí, pero ya menos simpática que al principio) y seguir en flamenco aunque me contestaran en valenciano.

- We zouden graag binnen eten - es decir, que nos íbamos para adentro. Esto lo acompañé con un gesto con el cuello señalando el interior del restaurante. La chica me entendió, parece.

- OK, come with me. You order first, and then we will call you when the food is ready.

Entorné los ojos ante la nueva ofensa. La flamenquita se pensaba que iba a poder conmigo con su inglés americano ¡Conmigo! Por un momento incluso pensé si no sería sorda.

Consulté con mis amigos, me acerqué al mostrador y empecé a decir a la chica, siempre en flamenco, lo que queríamos tomar. La chica me miraba con unos bonitos, pero muy inexpresivos, ojos azules, y con la boca entreabierta. Vamos, que o era tonta o parecía preocupada.

Le devolví la mirada, y una idea pasó por mi cabeza.

- Do you speak flemish? - le pregunté.

- I don't.

La chica era estadounidense, estaba estudiando en Lovaina, supongo que en inglés de cabo a rabo, y la habían contratado en la hamburguesería porque una estadounidense con ese inglés tan de Medio Oeste siempre queda muy bien. Total, sólo iba a haber turistas o estudiantes, que todos hablan inglés. El turista extranjero coñazo que, por alguna razón estúpida, sabe flamenco y se empeña en hablarlo no entra en la ecuación.

La conversación continuó en inglés. Es más, cuando la chica nos oyó hablar en español a mis amigos y a mí, nos dijo que hablaba un poquito, y ahí parece que decía la verdad, porque realmente era poquito, pero al menos hizo un intento.

Esto de los idiomas es un asunto complejo. Y en Lovaina, más. En 2007 no hubo más remedio que hablar neerlandés, idioma que apenas conocía de oídas, y en 2023, uno vuelve a Lovaina hablando neerlandés por los codos, y no le sirve de nada.

Me voy a cenar un bocata de jamón para celebrar el Día de la Hispanidad. La mayoría de los lectores que le quedan a esta bitácora supongo que están de puente, pero no es mi caso, que he trabajado hoy y lo haré también mañana, así que voy a cortar el pan antes de que se haga tarde. Porque siempre se hace tarde.

lunes, 6 de marzo de 2023

El mono de marfil

Comoquiera que en la librería de Marolles no había encontrado los libros en flamenco que buscaba, pero sí una referencia interesante, me quedó en la lista de cosas por hacer una visita a la librería de viejo que me recomendó el librero francófono. Tardé un poco en hacerla, porque mi lista de cosas por hacer se vacía muy lentamente, pero un sábado me levanté con la resolución de ir sin falta. Los horarios de la librería, de martes a sábado y de diez de la mañana a seis de la tarde, no daban para muchísimo más.

El beaterío de Bruselas no tiene nada que ver con el de otras ciudades flamencas. No hay ni rastro de que en el pasado haya habido beguinas en un lugar cerrado. Supongo que, así como en otras ciudades se respetó bastante, y así ha llegado en buenas condiciones hasta hoy mismo, en Bruselas el suelo cerca del centro de la ciudad era demasiado goloso. Es cierto que existe en Bruselas, y ahí está el mapa que ilustra esta entrada para demostrarlo, una calle, y hasta una plaza, "du Béguinage", así como la correspondiente iglesia, en este caso la dedicada a San Juan Bautista, pero hace falta bastante imaginación para hacerse una idea de cómo pudo ser el beaterío bruselense. Debió ser muy poderoso, y parece que rico, al dedicarse a la industria del paño y tejido, mucho antes de que las cosas se torcieran. Se torcieron a final del siglo XVIII, con la Revolución Francesa (Bruselas fue ocupada por los franceses hasta 1814, y ya se sabe que los revolucionarios no eran precisamente partidarios de las corporaciones religiosas) y con la casi paralela revolución industrial, que debió arruinar sus ocupaciones de tejedoras. Después del bombardeo de Bruselas por Luis XIV en 1695, la expansión de la ciudad debió arramblar con los muros y fosos que separaban el beaterío del resto de la ciudad, como ocurre todavía hoy, por ejemplo, en Brujas, Breda o Amsterdam. Parece que a principios del siglo XIX, ya con el beaterío formalmente suprimido por los franceses, las construcciones que lo formaban se fueron deteriorando, hasta que tuvieron que ser derribadas.

Así pues, el único resto del beaterío de entonces es la iglesia de San Juan Bautista, de la que ya hablaremos en otra ocasión, porque no es ése el objeto de la visita de hoy, sino la librería "Het ivoren aapje". La zona, muy próxima a Santa Catalina, se ha convertido en un lugar original y alternativo, incluso diríase que intelectual e izquierdoso. Bueno, ¡si hasta está ahí el museo Banksy!

La librería está en una esquina que da a la misma plaza del Béguinage. Un escaparate más o menos transparente permite darse cuenta de que allí se venden libros. La puerta es igual que la de una casa cualquiera, sin nada particular, como si el dueño de la librería viviera en el piso de arriba (y quizá sea cierto).

Uno entra, y hay libros, pero no como en la FNAC o en Filigranes, pulcramente ordenados en los estantes. No. Hay libros por todos los sitios, pero por todos, en un espacio reducido. Hay libros en estantes, sí, pero no hay estantes para todos los libros, y entonces aparecen en montones en el suelo. Parece imposible encontrar nada que se quiera buscar, podría pensarse que es una aguja en un pajar.

Pero ahí está el librero, que estaba hacia el fondo del local hablando con otro hombre, que evidentemente no era un cliente, sino más bien un amigo que le hacía compañía, y que hasta tenía un perro. Desde Rusia, me había quedado con la imagen del arquetipo de intelectual como un señor ya entrado en años con pelo largo y barbas también largas. Vamos, como Aleksey Venedíktov, que es el señor de la foto y que es bastante conocido por su condición de redactor jefe de la emisora de radio Ekho-Moskvy, razonablemente opositora a Putin (y que ahora ya no existe, como podía esperarse, porque hay oposiciones que no pueden sostenerse en el tiempo).

Bueno, pues el librero de "El mono de marfil" es clavadito a Venedíktov. Me dirigí a él, excusándome por mi neerlandés mediocre, pero me respondió que lo hablaba muy bien (luego me dijo que lo hacía con cierto acento alemán). Le pedí que me recomendara libros satíricos en neerlandés, a lo cual me respondió que los escritores flamencos y la sátira no es que se llevaran muy bien. Paseando por las librerías, y más en particular por las estanterías, escasas pero existentes, de libros en neerlandés, ya empezaba a sospecharlo. Y es curioso, porque los belgas son graciosos y tienen realmente sentido del humor, pero se ve que los que llegan al estatuto de literatos no están por la tarea.

Salí de allí con varios libros, incluyendo de regalo "Renart de Vos", en holandés antiguo. Además de libros de neerlandés, también los tenía en otros idiomas, pero sólo uno de esos idiomas me interesaba, aunque he de reconocer que había pocos libros de ése: me hice con un ejemplar de los "Comentarios de la guerra de las Galias" en su lengua original. Ya tenía ganas.

Esto no ha hecho más que empezar. Hemos despertado un monstruo. Como dijeron MacArthur y el duque de Madrid, volveré.

Pero hoy no, que son más de las seis, y se me he hecho tarde para ir.


viernes, 24 de febrero de 2023

Librerías y libreros

Como vimos en la entrada anterior, lo de comprar libros en neerlandés en las librerías postineras no empezó bien. En todo caso, como me venía de paso, entré en la cadena ésa a la que todo quisqui va cuando se trata de estas cosas, esto es, a la FNAC. No es que tuviera muchas esperanzas de encontrar libros en flamenco en una cadena de tiendas francesa, pero, ya que estaba allí...

Para mi sorpresa, tenían bastante más que en Filigranes, e incluso me hice con un libro de bolsillo para llevar durante los viajes de aquí para allá y leer algo durante los mismos, pero la cosa se me estaba quedando escasita, como también se estaban quedando escasos los tebeos de Suske en Wiske y los de De Kampioenen. Algo más había que conseguir. No todo iba a ser empollarse el diccionario monolingüe (ése, al menos mientras el flamenco sea materia obligatoria en los colegios bruselenses, va a seguir siendo fácil de conseguir en casi cualquier sitio).

En la plaza de Jeu de Balle, justo al lado de la iglesia, hay una librería de viejo a la que llevaba tiempo echándole el ojo, hasta que un día empecé a husmear más en serio entre las cajas de libros que dejaban en la calle, de los de todo a dos euros. Todos los libros, sin excepción, estaban en francés. Finalmente me decidí a entrar y pregunté al librero, un hombre de mediana edad y modales exquisitos, muy a juego con una tienda tan decadente como es una librería de segunda mano, si no tendrían por casualidad libros en flamenco.

El librero negó con la cabeza. Allí todo estaba en francés.

Lamentablemente, el oficio de librero está en una crisis enorme, que se ve venir desde hace bastante tiempo. La gente lee, a pesar de los agoreros que digan lo contrario. Los lectores de esta bitácora, que alguno tiene todavía, obviamente son lectores, pero no necesariamente lo son de libros en papel, que es de lo que se nutre el negocio librero. Si incluso las bitácoras llevan muchísimo tiempo en crisis, arrinconadas por los vídeos de tiktokeros, youtúbers e instagramers, cuánto más los libros en papel.

El librero sólo puede ser un profesional con una vocación enorme, lejos los tiempos en que era un negocio rentable. Por fuerza tienen que ser gente culta, que últimamente se dirige a un nicho de mercado cada vez más reducido, mientras las editoriales buscan canales alternativos de distribución, que muchas vecen incluyen saltarse al librero y vender directamente al cliente por internet, o usar grandes superficies y todo tipo de tiendas enormes, con las que el librero simplemente no puede competir.

Así que las librerías tienen un aire a otra época, pasada y posiblemente muy distinta a la actual, en la que acceder a la cultura no estaba manchado con la exigencia de la inmediatez. En la que teníamos tiempo para sentarnos y pasar, sin prisa, las páginas de un libro. Hoy, ese mismo tiempo lo perdemos lamentablemente yendo de un vídeo a otro, repasando los twits de cualquier indocumentado o leyendo y contestando mensajitos, con frecuencia con los odiosos mensajes de voz. Es posible que se nos deslice más tiempo hoy en internet que otrora leyendo libros. Así nos va.

Yo le había echado el ojo (y la mano) a un librito que había expuesto en el exterior, y que esperaba poder leer y hasta entender en algún momento (en este caso se trataba del "Diario de un cura rural", de Georges Bernanos). Lo pagué y el librero me dio uno de esos marcadores de página que tan bien vienen, y que tan a menudo se pierden.

- Mire, le escribo en el marcador el nombre de una librería en la que podrá encontrar libros en neerlandés. Es una librería que hay en el beaterio de Bruselas, y se llama "Het ivoren aapje".

- Ajá, gracias.

"Het ivoren aapje", es decir, el mono de marfil. Y estaba en el beaterío, que es la traducción al español que algunos damos a la palabra "béguinage". He estado en el beaterío de Gante, en el de Brujas, en el de Malinas, en el de Ámsterdam, en el de Breda... pero no en el de Bruselas.

Estaba llegando el momento de corregir esta lamentable circunstancia, pero eso será en otro momento, porque en éste se me hace tarde para otras cuitas que tengo que solucionar.

miércoles, 22 de febrero de 2023

El flamenco en Bruselas

Como cualquiera que haya pasado por esta ciudad ha podido comprobar, el idioma predominante en Bruselas es el francés. Probablemente el segundo idioma más hablado no sea el flamenco, que es la otra lengua oficial de la región-ciudad de Bruselas, sino el inglés. Ya vimos que en los hospitales de la zona no se cortan en proporcionar la información en este idioma, a sabiendas de que una parte no despreciable de sus pacientes son extranjeros, posiblemente trabajadores de la burbuja comunitaria, donde la lingua franca es el inglés y donde hay gente que no habla francés en absoluto.

Uno pensaría que la tercera lengua más hablada en Bruselas sí que sería el flamenco, pero parece que hay estudios que apuntan a que, en realidad, la tercera lengua más hablada por aquí es el árabe. Quizá no en Uccle, municipio de alto postín en el que uno de cada diez habitantes son franceses que huyen de los impuestos franceses, pero desde luego sí en lugares como Molenbeek o Schaarbeek, en los que los letreros están en árabe directamente, o en Anderlecht. En Anderlecht estuve hace unos días en un centro comercial y buena parte de los clientes, familias claramente musulmanas con mujeres con pañuelo, hablaban entre ellas árabe sin el menor problema.

El flamenco podría estar en el cuarto lugar, incluso diría que en competencia con el castellano. Porque sí, si uno se empeña, en Bruselas se puede vivir en castellano posiblemente con menos problemas que en.. no sé, Sueca (sí, estoy siendo injusto), o algún municipio de la Cataluña (muy) profunda.

Pero el flamenco es el idioma más hablado de Bélgica. Sin ninguna duda. La mayoría de la población vive en Flandes, donde el francés no es oficial y es directamente odiado por una parte considerable de la gente, que vota a partidos independentistas y, a veces, muy independentistas con ribetes racistas. A esa parte le sienta fatal haber perdido Bruselas para la causa flamencófona, cuando en el pasado, pero cada vez más pasado, el flamenco era la lengua más hablada en esta ciudad.

De esto ya hablamos aquí, cuando empecé un segundo intento de estudiar flamenco. Y aquí, cuando lo continué. Y seguimos hablando aquí, cuando mi nivel, a medida que iba pasando niveles, empezó a ser suficiente para comunicarme. Finalmente, terminé todos los niveles de neerlandés y me puse a utilizarlo a troche y moche, como vimos cuando me puse a espantar moscones publicitarios (bueno, con una excepción), o a poner a prueba a las autoridades sanitarias belgas, o a cierto vecino un tantico insidioso, o cuando me tocó hacer de San Pedro.

Y vimos que el neerlandés abre puertas, y hasta controles de seguridad. Lo que no hemos visto hasta ahora es que mis progresos con el neerlandés me han llevado a comprar una novela en este idioma y (lo que es más difícil) a leerla y a entenderla, con lo que estoy en una nube. Pero la novela se terminó y yo me dije que iba a continuar con las prácticas de lectura, ahora que ya se han terminado mis cursos.

Para eso, me dirigí a la que seguramente es la librería más importante de Bruselas, Filigranes, que en los últimos tiempos ha salido en las noticias locales por asuntillos más bien turbios, pero eso es otra cosa. El caso es que tienen libros. Entré, busqué por aquí y por allá y todo estaba en francés, hasta que, a pesar de ser un hombre, reconocí que no estaba avanzando nada y que necesitaba ayuda. Me dirigí a una dependienta:

- He estado buscando libros en neerlandés ¿Es que no tienen?

- Casi todo lo que tenemos es en francés. Las lenguas extranjeras las tenemos en el pasillo del fondo, al final del todo.

Me quedé mirándola con un poco de asombro.

- ¿Extranjera? ¿El neerlandés es una lengua extranjera?

- Bueeeno, usted ya me entiende. El caso es que los libros en neerlandés los tenemos con los de inglés, alemán, español...

Sí, sí, ya entiendo. Salí de la librería con las manos vacías, porque lo poco que tenían allí no merecía la pena, y me resigné a la perspectiva de que no iba a ser sencillo completar la biblioteca, a no ser que me decidiera a tomar el coche e ir a Flandes a comprar materia de lectura.

Naturalmente, esto no acaba aquí, pero la continuación tendrá que esperar a otro momento más propicio, no hoy, que se hace tarde.

lunes, 26 de julio de 2021

La predicación en tiempos de pandemia

 La pandemia ha afectado duramente a las actividades de la mayoría de nosotros. Muchos hemos tenido que adaptarnos, más o menos bien, a las nuevas circunstancias, mientras que otros han tenido que restringir sus actividades o directamente quedarse en casa.

Lo que no ha cambiado es que sigo respondiendo al teléfono fijo, que por alguna razón conservo todavía, en neerlandés. Como mi número fijo aparece en la guía telefónica con un nombre equivocado, ya que la compañía de teléfonos se equivocó en su día al copiarlo (sin embargo, las facturas llegaban con el nombre pulcra y correctamente escrito), no es difícil averiguar quién llama a partir de la guía, y por tanto lo más probable es que se trate de una llamada poco interesante para mí.

Como ya sabemos (porque lo dijimos aquí, aquí y aquí), en Bruselas el flamenco no lo habla ni el Tato, por muy oficial que sea. Cuando un teleoperador quiere venderte vino, seguros, servicios de telefonía o lo que sea y se encuentra con que el cliente potencial le responde en flamenco, el interés del comercial por el cliente desciende vertiginosamente. Es que ni uno, tú. Todos, sin ninguna excepción, han terminado balbuceando las cuatro palabras que han logrado desenterrar de cuando iban al colegio para decir que, lo sentían mucho, pero que no estaban en condiciones de continuar la conversación. Los más atrevidos, como los de mi antiguo proveedor de Internet, Proximus, me decían que alguien que hablase flamenco me llamaría. Era más que evidente que los chicos de Proximus estaban intentando que recapacitara en mi resolución de abandonarles y, como las compañías de telefonía hacen tan a menudo, me iban a hacer una de esas ofertas irrechazables con mucha letra pequeña que ponen a los clientes los ojos como platos.

Bueno, pues ni eso. Al darse cuenta de que hablaba flamenco, terminaron por desistir, lo cual confirma la prácticamente única utilidad que ha tenido hasta hoy el flamenco en mi vida: permite librarse de los pesados.

O eso creía yo.

Anteayer, sonó el teléfono fijo por primera vez desde mi retorno. Lo tomé y, de manera jovial y decidida, lancé un claro y nítido Goedemorgen!

Para mi sorpresa, al otro lado de la línea sonó una voz de mujer que, de forma evidentemente trabajosa, ni siquiera me preguntó si podía continuar en francés, sino que, en un flamenco difícil, me dijo que me quería invitar a una conferencia.

Eso ya me había pasado antes. Los comerciales llaman, y te dicen que te ha tocado un regalo, que tienes que recoger en la tienda tal en el momento cual, y todo es para que vayas a la tienda que protagoniza la campaña. Lo que no había pasado antes es que el comercial, cuyo flamenco era claramente peor que el mío (que ya es decir), consintiera en expresarse en una lengua que estaba lejísimos, no ya de dominar, sino de hablar y, sobre todo, entender, de manera suficientemente operativa.

Tras tratar de entendernos en esa jerigonza que es el flamenco, me quedó claro que la organización que estaba detrás de la llamada había organizado conferencias presenciales en el pasado, pero que la pandemia les había obligado a hacer las cosas exclusivamente en línea. Así que la conferencia era en línea, y ella me estaba dando un enlace.

- ¿Y sobre qué es la conferencia?

- Sobre el amor.

- Ah...

- El amor a Dios.

- ¿Y el enlace a la conferencia es...?

- jw.org

- Lo sospechaba.

Pinchando en el enlace anterior no se va a donde la señora quería enviarme, sino a la entrada en la que se relatan mis peripecias anteriores con los Testigos de Jehová, esos herejotes de tendencia arriana. Algo hay que reconocerles, y es que son inasequibles al desaliento, y que ya quisiera más de un comercial (y probablemente más de un predicador) tener siquiera una parte de los recursos que atesoran ellos, aunque ello requiera chapurrear una lengua como el flamenco, que está lejos de ser la más extendida del mundo. Y eso que la pandemia les ha arruinado su modelo de predicación por parejas y de puerta en puerta, en frío; pues ya sabemos lo que hacen ahora. Lejos de encerrarse en sus salones del Reino esperando a que amaine, se han puesto manos a la obra y siguen dando la vara, pero ahora lo hacen por teléfono.

No les arriendo la ganancia, pero, al menos, no les caerán tormentas encima.

La conversación siguió por los derroteros habituales que suceden cuando me encuentro con los Testigos de Jehová. Al final, les digo que yo soy católico, y que lo quiero seguir siendo; ellos me retan a que saque mi Biblia, por mucho que sea la católica. Como siempre, supongo que quieren sacar las citas que les han obligado a aprender de memoria en la Watchtower, y que no son muy difíciles de rebatir con otras citas, pero por teléfono eso no es sencillo. Quizá por ello se limitan ahora a recomendar a sus clientes (creo que se les podrá llamar así) a que visiten su página web, llena de fotos de gente guapa y sonriente que exuda felicidad. En eso hay que reconocer que, desde el punto de vista de la imagen, les dan sopas con ondas a la brutalmente sosa página del Vaticano, que debe de haber sido diseñada por un teólogo o un filósofo, pero desde luego no por un experto en posicionamiento de páginas web ni mucho menos por un experto en imagen.

En este caso, la conversación duró poco, que es una de las ventajas de discutir en flamenco. Y sí, espero que pase pronto la pandemia, y que los Testigos de Jehová puedan reanudar sus visitas tradicionales puerta a puerta, porque es muy triste dar la vara desde un teléfono en la soledad de la casa de uno; para eso, no hay punto de comparación con ir de dos en dos, porque lo que dijo Jesús fue que fuéramos de dos en dos, no que nos dedicáramos a llamar por teléfono a la peña, y tratar de conseguir adeptos. Es más, auguro que, a la que se termine esto, los Testigos de Jehová van a tener un cierto ascenso, porque conozco a más de uno al que este año y medio (y lo que queda todavía) le ha sentado bastante mal a nivel de coco, y puede estar tentado de aceptar unirse a un grupo que da respuestas a todas las preguntas, aunque sea a costa de cerrar los ojos a lo que dicen las partes de la Biblia que contradicen las teorías en las que basan su existencia.

Pero eso ya lo veremos más adelante. Hoy no, que es tarde.

domingo, 28 de marzo de 2021

Idioma multiusos

Sería exagerado decir que aprender flamenco, o neerlandés, o como narices se llame lo que intento hablar con mejor o peor fortuna, me ha cambiado la vida. Sin embargo, sí que se aprecian mejoras singulares. Algunas se derivan del hecho de que en Bruselas no lo habla apenas nadie, por lo que, como hemos visto, viene bien para zafarse de pesados telefónicos diversos. Los vendedores telefónicos no están en un lugar muy alto, en general, en el escalafón social; seguramente por eso acceden a esta profesión personas con una formación poco esmerada, que han aprendido rápidamente los rudimentos de la profesión de comercial, pero poco más, y que no han pasado de su lengua materna (o sea, del francés). Si alguien por ventura llega a ser capaz de expresarse en las dos lenguas oficiales de Bruselas, su futuro profesional es mucho más halagüeño: puede ser policía, otro tipo de funcionario, agente de banca... vamos, que es profesionalmente más interesante, y mucho menor remunerado.

Pero toda esta gente tiene su corazoncito, no vayamos a creer. Es posible (pero no es completamente cierto, no vayamos a creer) que la totalidad de los neerlandófonos sean capaces de expresarse con soltura en otro idioma (raramente el francés, pero a veces también pasa), pero el suyo es el suyo, y se esponjan cuando ven a un extranjero que ha hecho el esfuerzo de aprenderlo. Y de hablarlo, que ésa es otra. Y son capaces de reservar a uno un trato más amable.

Ayer tuve día de aeropuertos. A despecho de las prohibiciones del gobierno belga de todo viaje no esencial, en este contexto de pandemia incesante, algunos tenemos necesidad de salir del país, ciertamente no para ir de turisteo, y el avión sigue siendo el medio de transporte más cómodo y, no sabemos por cuánto tiempo, también el más asequible, así que ayer nos plantamos Ame y yo en Zaventem para desplazarnos a la España de nuestras entretelas.

En el mostrador de facturación, la azafata que lo atendía hacía esfuerzos ímprobos por atender a los pasajeros en castellano, con el resultado de que cada trámite tardaba un mundo y cada gramo de peso de las maletas era pesado con precisión. Yo, que vi el percal, y que sabía que mi maleta debería haberse puesto un poco más a dieta de lo que ya estaba, cuando conseguí que me llegara el turno, lancé un jovial Goedeavond!

Desde detrás de la mascarilla, pude percibir una sonrisa de la azafata que le iba de oreja a oreja. El resto estuvo chupado: el control de PCR fue una bagatela, los dos kilos de más de mi maleta se quedaron en nada, el control de identidad una minucia, y finalmente salimos de allí con un salvoconducto para que no nos controlaran ni identidad ni PCR hasta llegar a España, lo cual, en estos tiempos que corren, no es ninguna tontería.

El control de seguridad era, pues, el último obstáculo serio. Mis últimos viajes habían sido en plena temporada baja, casi sin viajeros, y en el control de seguridad no había cola digna de este nombre.

Ayer, no.

Ayer parecía que se habían desatado los siete demonios entre el personal de seguridad, o que había una huelga de celo encubierta. De las catorce filas que podría haber abiertas, no lo estaban sino dos, y aun éstas a ritmo de tortuga, para una afluencia de pasajeros que, sin ser enorme, era relativamente considerable. Los seguratas estaban controlando absolutamente a todo el personal, sin dejarse uno. No es que yo llevara nada ilegal, pero había metido algún encargo en mi equipaje de mano y, si nos hacían muchas preguntas, uno nunca sabe cómo iba a terminar aquello.

Cuando le llegó el turno a mi equipaje, lancé un alegre Van mij! Dat is mijn!, que suscitó en mi interlocutor una sonrisilla y una ganas de dejarme pasar sin ponerme problemas, que se materializaron menos de medio minuto después en forma de un Goede reis!, y hasta luego, Lucas.

En fin, que puede que el neerlandés no sea la lengua más útil ni más estudiada del mundo, vale, pero merece un respeto, sobre todo si uno vive en un país donde es oficial y, a despecho del desprecio que suscita a demasiados francófonos, la más hablada del país. Además, yo resaltaría que es la lengua más utilizada entre los autores de tebeos belgas. No es el caso de Tintín, cierto, porque Georges Rémy siempre se expresó en francés, pero sí de otros muchos de los que tocará escribir en otra ocasión.

Por cierto, Tintín en holandés es Kuifje, que más o menos se puede traducir por "tupé". Y acabo de hablar de otra ocasión para escribir sobre tebeos, pero esa otra ocasión que he anunciado antes tendrá que esperar a otra ocasión, porque hoy se hace tarde.

lunes, 22 de marzo de 2021

En la portería

No hace mucho estuvimos viendo las consecuencias de haber limitado el acceso a las iglesias a quince personas, tanto más cuanto que me ha tocado a mí hacer de portero, como si fuera un becario de San Pedro.

Ayer, domingo por la mañana, pillé la bicicleta con el tiempo necesario para llegar a la iglesia cosa de un cuarto de hora antes de que comenzase la Eucaristía. Con la señora francófona que vende velas ya hay buen rollito; bueno, hay que decir que hay dos señoras francófonas, y con una hay mejor rollito que con la otra, pero en general la cosa ha mejorado desde que ven que ellas no tienen que hacerse cargo del aforo.

Yo tenía una lista con la gente que se había apuntado, pero estamos hablando de españoles e hispanohablantes en general. Una característica que tenemos, y que parece que hemos enseñado a los hispanoamericanos y ellos han aprendido alborozados, es que pensamos que las normas no van con nosotros. Y, cuando nos damos cuenta de que sí que van, intentamos todo tipo de argucias para eludirlas. Para mí que con los alemanes esto no pasa.

- ¿Viene usted a la misa?

- Sí.

- ¿Y se ha inscrito?

- Ah, pero, ¿había que inscribirse?

El cartel lleva pegado en la puerta casi un mes, el padre lo anuncia sistemáticamente cada celebración, y mi interlocutor ha venido asistiendo todas las semanas, pero, claro, a la gente se le olvidan las cosas.

- Pues sí.

Como había llegado puntual y no habíamos llegado a los quince, ni en la lista habían quince personas, lo dejé pasar.

En esto, llegaron tres personas, dos mujeres y un hombre, de edad razonablemente avanzada. Les salí al paso y la que llevaba la voz cantante me dijo resuelta:

- Goedemorgen! Kunnen we de kerk bekijken? (¡Buenos días! ¿Podemos ver la iglesia?)

¡Dios mío! ¡Alguien que habla neerlandés en Bruselas! Increíble. Yo creo que me quedé tan pasmado que mi interlocutora se vio en la obligación de repetir lo dicho en francés, pero yo vi que aún quedaba algo de tiempo para empezar la misa y repuse:

- Natuulijk! Ze kunnen de kerk bekijken, geen probleem. Maar ze hebben alleen tien minutjes voor het begin van de viering. (¡Claro! Pueden ver la iglesia, sin problema. Pero sólo tienen diez minutos antes del comienzo de la misa)

Y los turistas neerlandófonos se pusieron muy contentos y empezaron a dar vueltas por la iglesia, que es bonita, sí, pero tampoco es una catedral gótica, así que con los diez minutos tuvieron tiempo suficiente para verla y salir.

- ¿Viene usted a misa? - le dije a una feligresa que me consta que venía todos los domingos.

- Sí.

- ¿Y se ha inscrito?

- Ay, no, ¿es necesario?

- Es que ya ve que sólo nos dejan que entren quince personas.

- Es que, señor, a mí esto de la tecnología... yo no sé usarla...

- Señora, que es llamar por teléfono. No hay que escribir si no quiere.

- Ay, mire, ¿y a dónde tengo que llamar?

- En la puerta están los teléfonos, escritos en un cartel.

- Ay, a la salida los tomaré.

- Hágalo ahora - y le corté el paso.

- Ay, ¿ahora?

- Sí.

- ¿Y no tendrá nadie un lapicero?

- Sáquele una foto con el teléfono.

La señora salió de mala gana de la iglesia, para volver poco después. Qué bien. Gracias a mí, ha aprendido algo de tecnología y ya sabe sacar fotos con el teléfono.

- ¿Viene usted a misa?

- Sí.

- ¿Y se ha inscrito?

- Ah, no ¿Hay que inscribirse?

- Desde hace un mes.

- Es que vivo muy lejos. Fíjese que he tenido que hacer veintidós kilómetros para llegar hasta aquí.

A mí se me escapa que diferencia hay, para llamar por teléfono o enviar un mensaje, entre vivir al lado mismo de la parroquia o hacerlo a cincuenta kilómetros, pero, oye, las compañías de teléfonos tienen a veces tarifas muy raras.

- En la puerta están los teléfonos para apuntarse. Como aún somos menos de quince, le dejaré pasar, pero no olvide apuntarse para la próxima vez.

- ¿Y podrá pasar mi hijo?

- Si es menor de doce años, no cuenta para el límite de quince y puede pasar.

- No, si está aparcando. Como no encontró sitio por aquí cerca, se ha tenido que ir lejos.

- Pues depende de cuando llegue.

- Es que vivimos muy lejos.

- Ya.

El señor se quedó deambulando por la iglesia, supongo que esperando a su hijo. A mí me da que se fue a aparcar a Francia, por lo menos.

- ¿Viene usted a misa?

- Sí.

- ¿Y se ha inscrito?

- No, yo es que tengo un rendez-vous con el padre - dijo en un español pastoso, lo cual me hizo seguir en francés.

- Pues hay que apuntarse, porque sólo dejan pasar a quince.

- Pero es que yo soy amiga de Alfina.

Ya empezamos con las influencias y el usted no sabe con quién está hablando.

- Sí, me parece muy bien, pero, ¿se ha inscrito?

- No, pero no me hace falta, porque tengo una cita con el padre, que me dijo que podía venir todos los domingos.

Claro, a ella y a cualquiera que se lo pregunte. Estaría bueno que un sacerdote le dijera a alguien que ni se le ocurriera ir a misa. Pues resulta que eso lo transforma según qué gente en una cita semanal. Le miré con cara de que no me gusta que se quieran quedar conmigo.

- Ande, salga y tome nota de los teléfonos de contacto para apuntarse.

- ¿Ahora?

No, pasado mañana, si te parece.

Volvió a entrar sin tenerlas todas consigo. La dejé pasar. Ya éramos quince, pero no se notaba mucho y estaba resuelto a dejar pasar, si no era muy descarado, a todo el que por lo menos fuera puntual. Casi diría que por supuesto, en cuanto acabó la celebración salió de la iglesia de las primeras sin hacer ademán siquiera de quedarse a hablar con el sacerdote para confirmar que tenía una cita con él.

En esto llega la marabunta, en forma de niños de la catequesis, por supuesto con la catequista. Los niños no cuentan, vale, pero la catequista ya hace tiempo que cumplió los doce años, y hasta los veinticuatro y los treinta y seis.

- ¿A que no te has apuntando?

- Ah, no, es que yo no tengo que apuntarme, eso se lo dejé muy claro a Jacinto (vamos a llamar Jacinto al padre; ya se sabe, la estricta normativa de anonimato de esta bitácora es lo que tiene): yo soy la catequista y no tengo por qué apuntarme, porque no cuento para las doce personas.

A veces me pregunto cuál es la dificultad lectora de la gente, porque todas las comunicaciones dicen bien clarito que los que no cuentan son el celebrante y el organista. Organista, no catequista. Pero preferí no meterme en demasiados problemas con los poderes fácticos, que luego sale uno escaldado y, después de todo, había llegado puntual.

- ¿Viene usted a la misa?

- Sí.

- ¿Y se ha apuntado?

- Sí.

- Ah, ¿me dice su nombre?

- Pilar Guirucha.

Y estaba en la lista. Ay, ¿por qué no serán todos así?

En fin, se trata de un puesto no necesariamente agradecido, la verdad, aunque resulta humanamente muy formativo. Yo sólo espero que no dure mucho, pero no las tengo todas conmigo, porque los contagios en Bélgica más bien aumentan últimamente, y el gobierno desde luego que no va a aflojar la mano en lo que asistencia a ceremonias religiosas se refiere.

Y quizá no sea una cosa tan desfavorable, porque, si la alternativa es que el obispo de Amberes se ponga a predicar ante audiencias peligrosamente numerosas, casi que es preferible que monseñor Bonny no diga nada, que éste nos provoca un cisma en menos que canta un gallo.

Pero de monseñor Bonny, que, de todos los obispos belgas, es el que pone los pelos más de punta, tocará escribir otro día, porque hoy se está haciendo tarde.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Aparcando en neerlandés (III)

Aparcar cerca de casa no es muy difícil o, al menos, no debería serlo. Con una densidad de población urbana muy inferior a la mayoría de las ciudades españolas, la región de Bruselas tiene más plazas de aparcamiento por habitante de las que debería necesitar, y el municipio de Uccle, que apenas tiene edificios multivivienda y que disfruta de una multitud de adosados envidiable, se lleva la palma de toda la región en este aspecto.

Eso sí, los adosados, en su gran mayoría, cuentan con una entrada de garaje, lo cual reduce el espacio disponible para aparcar. En España, la gente que tiene un garaje se rasca el bolsillo y se paga un vado permanente; aquí no existe ese concepto, pero se supone que el derecho a salir del garaje de uno está incluido en el muy oneroso equivalente del IBI urbana, que, en mi caso, supera holgadamente los 2.500 euros anuales. Y sí, yo tengo una entrada de garaje, además de algo de espacio ante el mismo, y la posibilidad de ocupar el espacio, contiguo a la acera, que está justo ante la salida del garaje. Claro que al hacerlo me paso un poco y tomo algo del espacio contiguo, con lo que ya no dejo que aparque nadie detrás, porque de hacerlo taparían la salida del garaje de mi vecina. Los que han seguido esta bitácora ya saben que es mejor no caerle mal a mi vecina, aunque, eso sí, mientras le caigas bien es un encanto (el que no esté seguro de lo que escribo, que vea esto, esto y esto).

El caso es que aparcar en Uccle no es muy difícil. Al que crea lo contrario le enviaría a intentarlo a mi barrio de Valencia, o a la zona urbana más densa de Europa, que, según parece, es Mislata; en todo caso, hay gente que nunca está conforme con su suerte, como, por ejemplo, un vecino de enfrente. Frente a mi casa, como se echa de ver en la foto, hay unas viviendas protegidas, que son antiguas, de cuando el casco urbano de Uccle no llegaba hasta esta zona y sólo se alzaban en toda la misma unas cuantas granjas y la casa de postas que ya estaba aquí en 1627 (o eso dicen) y que hoy es un restaurante. Bueno, en realidad hoy es un restaurante cerrado, como todos los restaurantes belgas, pero eso es otro tema.

Pero estaba escribiendo sobre el vecino de enfrente, un belga de toda la vida, que habla francés con lentitud y condescendencia, y que, como buen veterano, tiene autoridad y ascendencia sobre todos los advenedizos que hemos llegado a esta calle después que él, que debemos ser todos. La verdad es que eso de la autoridad y ascendencia es algo que cree él, pero sigamos con el relato.

Pues señor, llegaba el otro día de hacer la compra en coche, y encontré libre el espacio de delante de mi casa, así que, ni corto ni perezoso, metí el coche delante y me dediqué a descargar la compra; pero he aquí que el vecino en cuestión se encontraba entonces en la acera de enfrente, indicando a otra vecina dónde debía colocar su coche exactamente para maximizar el espacio de aparcamiento. Acabado que hubo este menester, cruzó la calle y se me dirigió resuelto:

- Buenas tardes, monsieur - me dijo tras su mascarilla-. Le voy a pedir un favor.

Me puse la mascarilla antes de que se acercara más, e hice bien, porque acabó a menos de un palmo de mi cara. Nada de metro y medio, ni de distancia social ni zarandajas: un palmo, y gracias.

- Le voy a pedir que aparque usted en el espacio que tiene delante de su puerta. Usted ha aparcado en la calzada de delante, lo cual es su derecho, muy bien, pero tenga en cuenta que usted tiene un garaje. Tiene la suerte de tener un garaje. Si usted aparca aquí, donde lo ha hecho, está inutilizando también la plaza que hay entre su garaje y el de la casa de al lado, ¿lo ve? - y abarcó con sus brazos el espacio en cuestión, y menos mal, porque tuvo que alejarse algo de mi cara-. Si yo aparco detrás de usted, bien pegado, como yo podría hacer, usted no podrá salir...

Hasta esta última frase, el vecino iba bien, pero la última frase sólo podía ser interpretada como una amenaza, y bastante explícita, de jorobarme la vida, pero también era una amenaza hueca, porque ya me cuidaba yo siempre de dejar un par de palmos por delante para poder maniobrar, por mucho que se me pegara quienquiera que aparcase detrás.

- Y yo no tengo la suerte, que usted sí tiene, de tener un garaje, y me cuesta encontrar sitio para aparcar delante de casa, no como usted, que lo tiene fácil.

El plañidero vecino, que además me amenazaba con bloquearme a poco que se me ocurriera pegarme demasiado al alcorque que limita el espacio para aparcar, me estaba comenzando a cargar un poquito. Una de las cosas malas que tengo es que soy completamente transparente, así que hice un gesto de desaprobación que mi interlocutor interpretó de otra manera.

- ¿No me entiende bien en francés? ¿Prefiere que se lo diga en inglés?

Y ahí vi el cielo abierto.

- El francés no es mi mejor lengua -dije de la manera más macarrónica que pude, y remarcando el acento más español que me puede salir-. Sin embargo, podemos hablar en neerlandés.

Me pareció que a mi interlocutor le dio un escalofrío.

- No, no, eso sí que no... el neerlandés no...

Y se fue.

Es impresionante. En Bruselas capital, donde el neerlandés es lengua oficial a más no poder, no sólo no lo habla ni el Tato, sino que produce directamente rechazo. Para mí que no lo hablan más que los que lo deben hacer por obligación, como los funcionarios públicos, y así y todo me gustaría ver cuál es su nivel real. Sí, ya sé que en Valencia capital sucede algo similar, y que dirigirse a alguien en valenciano es una señal muy clara de que no quieres ser amigo suyo, pero normalmente lo entienden al menos. Aquí, no. Aquí, el neerlandés es una jerigonza odiosa, que no se parece lo más mínimo a la lengua predominante (cosa que no pasa con el valenciano), y que pierde en popularidad con respecto al inglés ¡Al inglés! Que ni es lengua oficial, ni se le espera.

Tengo la impresión de que, si le hubiera respondido a mi vecino en valenciano, mal que bien me hubiera entendido. En neerlandés, ni pum.

Pero dejemos estos tejemanejes lingüísticos para mejor ocasión y, aprovechando que hace buen tiempo, cosa poco frecuente, vamos a dar una vuelta por el gran parque de Bruselas, el Bois de la Cambre. Pero eso será en la siguiente entrada, porque hoy se hace tarde.

sábado, 27 de febrero de 2021

Neerlandés (II): controles pandémicos

Las autoridades belgas están muy estrictas con los viajes desde el extranjero en estos tiempos de pandemia, y a mí me ha tocado hacer más de uno últimamente. Después de Navidad, al día siguiente a mi llegada me estaban llamando del Centro de Enfermedades Infecciosas para asegurarse de que me quedaba en casita y de que me hacía las PCR de rigor. Y, la víspera de cumplir siete días desde mi retorno, me llamaron nuevamente para recordarme que, si quería salir de casa antes de diez días, tenía que hacerme otra prueba, pero no antes del día siguiente. Tienen que haber montado un centro de llamadas bestial...

A finales de enero volví a viajar al extranjero y, por tanto, a entrar en Bélgica a la vuelta. Tuve que rellenar la declaración dando mis datos personales, y mi número de teléfono, y así, no fue de extrañar que al día siguiente volvieran las llamadas del Centro de Enfermedades Infecciosas recordándome mis obligaciones para no propagar el virus que vaya usted a saber si había contraído durante mis andanzas por esos mundos de Dios. A decir verdad, la primera llamada me pilló ocupado y no pude ponerme; de hecho, ni siquiera sabía desde dónde venía la llamada, pero los del Centro de Enfermedades Infecciosas me habían dejado un mensaje en el contestador diciéndome que me pusiera en contacto con ellos.

Les llamé al teléfono desde donde habían llamado. Ay, que ingenuidad...

"Bienvenido al Centro de Enfermedades Infecciosas. En este momento, todos nuestros operadores están ocupados. Permanezca en línea."

Varios minutos después, ni pum, como si me quisiera dar de baja de una compañía de móviles, y no salvar el mundo cooperando a la erradicación de este virus malévolo. Obviamente, pasé de todo y seguí a la mía.

La víspera del fin de la cuarentena y del segundo examen PCR, sábado por la tarde era, sonó de nuevo mi teléfono y vi el número del Centro de Enfermedades Infecciosas.

- ¿Sí...? (Ja...?)

- Buenas tardes, le llamo del Centro de Enfermedades Infecciosas ¿Hablo con don Alfor von Buchweizen? (Bonne soir, je vous appele du Centre de maladies infectieuses. Est-ce que je parle avec M. Alfor von Buchweizen?)

- Sí, así es ¿Podemos hablar en neerlandés? (Ja, inderdaad. Kunnen we in het nederlands spreken?)

- Eh... ¿Neerlandés? ¿Esto qué es? ¿No habla usted francés? (Eh... Neerlandais? C'est quoi, ça? Vous ne parlez pas en français?)

La verdad es que, para llamarme de un organismo público belga, estaba quedando bastante en evidencia. Así aprenderéis a tener a la peña en espera, y a todos vuestros operadores pelando la pava con a saber quién.

- Mi francés no es muy bueno, y prefiero hablar en neerlandés (Mijn frans is niet zo goed, en ik spreek liever in het nederlands).

- Yes... Ja... Understand... Ik wil zeggen... I would like to say... - ahí, ahí, desenterrando lo que aprendiste en el colegio.

- ¿No es eso inglés? (Is dat niet engels?)

- ¿Sabe qué? Voy a buscar una colega que hable neerlandés. No se vaya... siga en línea (Yes, oui, you know... Ik zou een collègue chercher qui speaks Dutch... Don't go away... continuez en ligne).

Yo pensaba que en los organismos federales belgas era obligadísimo hablar fluidamente las dos lenguas, pero se ve que tienen problemas de personal cuando se trata de encontrar gente para sus centros de llamadas. Los que hablan francés y neerlandés deben estar todos pillados o cobran el oro y el moro.

La cosa terminó bien: el telefonista francófono avisó a una colega que me explicó, en un flamenco precioso, que debía quedarme en casa hasta que una segunda prueba PCR diera negativo.

- ¡Muchas gracias! Si todo va normal, la haré el lunes por la mañana (Dank u wel! Als alles normaal gaat, zou ik de test om maandag 's ochtens doen).

- Muy bien. Gracias a usted (Heel goed. Dank u!).

Con lo cual, finalmente, y aunque poco, hemos conseguido practicar el neerlandés. Por lo general, es más difícil de lo que parece. Por ejemplo, suena el teléfono, y respondo:

- ¡Buenos días! (Goedemorgen!)

Y quienquiera que haya al otro lado de la línea, cuelga. Es que ni llega a preguntar si hablo francés. Cuelga.

Así las cosas, uno comienza a preguntarse si los flamencos, que están cabreadísimos porque en Bruselas el flamenco se ha perdido en gran medida, no tendrán al menos un poquito de razón. En todo caso, la saga de practicar flamenco en esta parte de Flandes que es Bruselas continúa, y en próximas entradas veremos cómo.

martes, 23 de febrero de 2021

Neerlandés (1)

Por fin lo he conseguido. Después de años pegándome con el idioma, el mes pasado logré el certificado que avala que he alcanzado el nivel B2 de neerlandés, es decir, el nivel mínimo para poder trabajar en dicho idioma que, así como el que no quiere la cosa, es uno de los tres idiomas oficiales de Bélgica. Ya puedo presumir de que tengo un nivel suficiente de todos ellos.

Y no es poca cosa, el neerlandés, idioma oficial en Flandés y en esta ciudad de Bruselas de mis entretelas. Es cierto que en Bruselas lo oía poco, pero eso yo lo atribuía a que la gente, al hablar conmigo, usaba el francés por deferencia, suponiendo que yo lo hablaría mejor. Qué majos...

Nada más obtener el certificado, me propuse usar el neerlandés todo lo que pudiera. Por ejemplo, hasta ahora, cuando me han llamado por el teléfono fijo, siempre era para venderme algo (o más bien para intentarlo).

- Soy el marchante de vinos de su barrio (Je suis le marchand de vins de votre quartier).

Hasta entonces, le contaba que era abstemio, y la conversación no llegaba ni a iniciarse, pero, ¡ja!, la cosa iba a cambiar.

- ¿Podemos hablar en neerlandés? (Kunnen we in het nederlands spreken?)

Ésta resultó ser una pregunta totalmente inesperada para mi interlocutor.

- ¿No habla usted francés? (Vous ne parlez pas français?)

- Sí, hablo un poco, pero el neerlandés es lengua oficial en Bruselas, y me gustaría hablarlo (Ja, ik spreek er een beetje, maar het nederlands is een officiële taal in Brussel, en ik zou graag het spreken).

Mi interlocutor colgó directamente. Y me dio la impresión de que no me había entendido ni tantico.

Claro, el sector de los vinos es muy francófono, pensé enseguida. Es incluso posible que el marchante de marras sea francés de pura cepa, no en vano se dice que en Uccle (¡No! ¡Ukkel!) viven cosa de diez mil franceses, que es como uno de cada nueve habitantes del municipio.

Pero el pequeño fracaso en mi primera conversación seria en neerlandés no iba a suponer que mi moral decayera. Efectivamente, poco después volvieron a llamar al teléfono fijo. Lejos de dejarlo sonar y que se cansara quienquiera que quisiera venderme yo qué sé, tomé el auricular con entusiasmo y dije:

- Met Alfor von Buchweizen.

Que es como en los Países Bajos, y supongo que también en Flandes, la gente responde al teléfono. Un día que no se haya hecho muy tarde igual es una buena idea escribir una entrada sobre cómo la gente responde al teléfono según el país que sea, sobre todo porque es algo que, con los móviles, se está perdiendo. Pero volvamos a nuestra conversación.

- Buenos días, le llamo de parte de Olga la Astróloga, que querría hablar con usted para anunciarle una buena noticia. Parece que va a recibir usted una importante suma de dinero. (Bonjour, je vous appele de la part d'Olga l'Astrologue, qui voudrait parler avec vous pour vous annoncer une bonne nouvelle. Il semble que vous allez recevoir une importante somme d'argent).

- ¡Gracias! ¿Podemos seguir el dialogo en neerlandés? (Dank u wel! Kunnen we de dialoog in het nederlands voortzetten?)

Mi interlocutora pareció confusa.

- ¿Acaso no habla usted francés? (Est-ce que par hasard vous ne parlez pas français?)

- ¿Quizá no habla usted neerlandés? (Spreken ze misschien geen nederlands?) - repuse veloz.

- No, no le entiendo, lo siento (Non, je ne vous comprends pas, désolée) - y colgó.

El sector de la adivinación parece también ajeno a un idioma de gente eminentemente práctica como los holandeses o los flamencos, pero ya podía Olga la Astróloga haber contratado una operadora que le sacara las castañas del fuego en las dos lenguas oficiales. Y, por cierto, vaya birria de adivina. Igual sus poderes de adivinación se limitan a la pasta que va a pillar la peña, y no a la lengua en que se comunican.

Inasequible al desaliento, resolví no dar mi brazo a torcer, pero seguiremos con ello en otro momento, porque ahora se hace tarde.

jueves, 15 de agosto de 2019

Aviones y aeropuertos... belgas

Bruselas, esa ciudad única y a la vez múltiple, llevaba ya algún tiempo de calma chicha. A partir de la fiesta nacional, que es el 21 de julio, la desbandada empieza. Los pocos que nos hemos quedado hemos visto como, en nuestros lugares de trabajo, las filas clareaban hasta extremos poco comunes, y los que quedábamos nos dedicábamos a terminar los expedientes que esperaban algún trámite y a contar los días hasta que, también nosotros, enfiláramos en camino del aeropuerto, Zaventem o Charleroi y, desde allí, partiéramos hacia otros andurriales. Yo he vuelto por mis fueros y, en este caso, por mi ya tradicional curso intensivo de neerlandés, que, después de todo, es una lengua oficial de este país que me acoge, y aun de esta ciudad. A la chita callando, ya he terminado el cuarto curso, lo cual me debería permitir desenvolverme con cierta soltura, pero la verdad es que, allí donde lo he intentado, sin ir más lejos en el propio aeropuerto, he estado más bien torpe.

Uno llega al control de seguridad de Zaventem, en Flandes, y se dirige con paso firme al control de seguridad. El agente se le encara a uno y le pregunta:

- English? Français? Nederlands?

Hasta hacía poco, y con la única intención de hacer la puñeta, cosa que confieso humildemente, yo respondía indefectiblemente:

- Deutsch!

No en vano el alemán es lengua oficial en Bélgica, siquiera sea en una región chiquitita, cosa que no se puede decir del inglés. Los letreros del aeropuerto, por cierto, no sólo están rotulados en las tres lenguas que me ofrecía el operario, sino también en alemán, pero lo cierto es que aún no me he encontrado con ningún segurata que controle la lengua de Goethe. Generalmente tuercen el gesto y siguen en inglés.

- Do you have any liquids? Tablets? Computers?

- Wie bitte?

Aquí ya las cosas se complican. El segurata tipo no está preparado para gentes que desconozcan alguna de las tres lenguas en que pueden comunicarse y, sin embargo, deberían estarlo. Me he encontrado con turistas alemanes cuyo inglés no vale ni para pedir la hora, y mucho menos para comprender la respuesta, y eso por no hablar de los españoles. Como tantas veces he repetido, Ryanair y las compañías aéreas de bajo coste han hecho mucho daño, y han permitido viajar al extranjero a gentes que no están preparadas para cruzar los Pirineos. Además, los españoles, con ese espíritu gregario que nos gastamos, y que comparten hasta los más independentistas del país, llevamos mal conocer gente que no hable nuestro idioma. Tendemos a hacer corro entre nosotros y, si alguien quiere conocernos, más le vale adaptarse y hablar el mejor castellano que sepa.

- Liquiden! Tabletten! Computeren!

El segurata, claro, no conoce palabras como Flüssigkeiten o Rechner, y no le vendría mal aprenderlas, que no hay para tanto, así que soy yo quien intenta enseñárselas.

- Meinen Sie Flüssigkeiten und allemöglichen Rechner? Die habe ich bei mir nicht, mindestens nicht heute...

Al final, la maleta pasa, así como mis trastos, y el segurata le chamulla a su colega en neerlandés que me registre hasta los calzoncillos, que este tío habla raro.

Ahora, no. Ahora, la pregunta sigue siendo la misma, vale:

- English? Français? Nederlands?

Pero la respuesta ya no es un seco «Deutsch!», sino:

- Nederlands, alstublieft!

Mi acento debe seguir siendo mejorable, porque el segurata me mira con cierta dosis de escepticismo, resiste la tentación de continuar en inglés, y finalmente me dice:

- Vloeistoffen? Tabletten? Computers?

Y no es que sea muy difícil lo que dice, no, pero cuando me hablan mis profesores parece un idioma inteligible, y cuando lo hace el maromo éste es como si fuera otra lengua, tú, así que me quedo como pasmado y, con mucho esfuerzo, me limito a negar con la cabeza. El segurata hace un gesto como de conmiseración, y me dirijo al arco metálico con la cabeza gacha.

Al menos, he caído lo suficientemente simpático como para que no me registren ni un poquito. Ya le hemos sacado alguna utilidad al neerlandés.

lunes, 18 de marzo de 2019

El beguinaje de Breda

El beguinaje, en las ciudades de los Países Bajos, es un trocito católico en un entorno mundano. Incluso en la ciudad más protestante, pongamos que hablo de Amsterdam, el beguinaje seguía siendo católico (bueno, hasta que les pasaron una parte a los anglicanos, previo robo a sus dueños, pero eso es materia de otra entrada).

Breda, que está más bien hacia el sur, debía tener un número apreciable de católicos, más o menos a medias con los calvinistas. Hoy día, y sin querer entrar en las conciencias de nadie, no tengo yo muy claro que la ciudad sea muy calvinista. Al fin y al cabo, uno asocia el calvinismo con gente avinagrada y vestida de negro, ansiosa de pertenecer al número de los predestinados para la salvación eterna. En cambio, en ese sábado por la tarde hacía buen tiempo, el personal de la ciudad estaba de jolgorio por los bares y, a simple vista, es difícil decir si alguno de ellos estaría predestinado para salvarse, pero, a juzgar por las cervezas que se estaba apretando la mayoría, mi impresión es que no, y que a ninguno de ellos parecía importarles demasiado, ni la doctrina de la predestinación, ni el sursum corda.

El beguinaje de Breda está en pleno centro, un poco al Este del parque de la ciudad, y a él se accede, como es el caso de prácticamente todos los demás, por un portal que, un sábado por la tarde, estaba abierto. Ya nos habíamos cerciorado de que lo estaría, y de que había misa en la pequeña y coqueta iglesia que presidía el reducido barrio de beatas (sí, ya hemos dicho que beguinaje se traduce a veces como beaterío; al fin y al cabo, es una especie de semiorden religiosa). Las beatas han ido desapareciendo a los largos de los últimos decenios y ya se las puede dar por extintas. Sin embargo, los nuevos dueños de las casas han mantenido su aspecto, y es que no hay lugar más tranquilo en toda la ciudad, y nadie tiene ganas de que ese remanso de paz termine por reventar. Siguen las tertulias en los bancos que hay allí; siguen las misas, si no diarias, al menos semanales; y sigue la vida sin beatas, pero como si las hubiera.

En toda mi vida recuerdo pocas misas en neerlandés, la primera en el lejano 2006, cuando aparecí por primera vez por Bruselas y la oí en la catedral. Creo que hubo una segunda unos cuantos años después, en uno de mis viajes desde Moscú para ver si podría trabajar aquí y "desencasillarme". Hay que decir que la segunda ya debió ser de diario. Luego oí unas cuantas durante una semana que estuve en Mastrique en un curso, y coincidió que tenía una iglesia junto al hotel, y además había misa justo antes de que empezara mi curso. Y ahora estábamos en Breda.

La parroquia estaba bien organizada. En la entrada había un folletito con la liturgia en neerlandés, que tomé encantado y que guardo como oro en paño. En la iglesia seríamos como cuarenta personas, la mayoría, como de costumbre, de edad más o menos avanzada, y un par de familias con sus hijos, alguna claramente de origen colonial. El sacerdote llevaba un solideo rojo, lo cual me intrigó bastante, porque, hasta donde yo sé, es prenda propia de obispos y cardenales, y no me parecía que en Breda -y no sé si en todo el país- hubiese cardenal ninguno. Luego me di cuenta de que tenía que ser el obispo, y en efecto, es el señor que ilustra esta entrada.

No sabía cuántos sacerdotes hay en la diócesis de Breda, pero fue bonito que nos tocara el obispo. Entretanto, si uno controla mínimamente el neerlandés (en ello estoy), no es muy difícil encontrar la información: en toda la diócesis de Breda no hay sino 28 presbíteros y 12 diáconos, según su último informe anual. Las previsiones son que esa cifra se reduzca un poco en los próximos años, y hay que decir que estas cifras no comprenden a los presbíteros o diáconos mayores de 75 años, que alguno habrá y que, al menos en España, son muchas veces muy activos.

Las cifras impresionan. En la diócesis de Breda hay una población católica de más de cuatrocientas mil personas, aunque ciertamente se calcula que no asiste a misa con regularidad más del dos por ciento de esta cifra. De esas ocho mil almas, ya digo que como cuarenta estábamos escuchando al obispo.

Así como de otros obispos neerlandófonos uno ha oído cosas, y el que se lleva la palma es el obispo de Amberes, monseñor Johan Bonny, de éste, monseñor Liesen, no he oído nada malo ni que haya tenido las ocurrencias de otros, como de uno de sus antecesores, monseñor Muskens, que falleció en 2013 y que, para fomentar el diálogo interreligioso, se le ocurrió llamar Alá a Dios.

Este obispo, en cambio, me dio la impresión de ser un predicador excelente. La liturgia estaba muy cuidada, sin ninguna de las frivolidades que me he encontrado en Bruselas, y la homilía era tan clara que incluso alguien como yo, que todavía tiene sus dificultades con el neerlandés, la pudo entender sin mayores problemas.

El obispo lleva en la diócesis desde 2011 y le ha tocado vivir una caída brutal, y no es la primera, en la práctica religiosa. En los últimos diez años, el número de bautizos se ha dividido por tres, el de confirmaciones por cuatro y el de matrimonios casi por cinco. Y las cifras de asistencia a misa han caído a un tercio en diez años. La diócesis no oculta las cifras, sino que las pone bien de manifiesto en su informe anual, que es de donde las saco.

Es un poco difícil aventurar el futuro de la diócesis de Breda, por mucho que el obispo ponga de su parte y no se le caiga el anillo para decir misa en la humilde ermita del beguinaje. La tendencia asusta, y asusta mucho, pero, al menos, parece que los últimos obispos de los Países Bajos han dejado de soltar las perlas de la panda de rebeldes que tuvo este país desde los años sesenta del pasado siglo hasta la fecha actual y que, quién sabe, en algún momento la tendencia se revierta y se pueda decir que la Iglesia Católica en los Países Bajos ha tocado fondo y se ha convertido en la minoría creativa, pero por lo menos estable, que hace algunos años mencionó Benedicto XVI para los católicos en general. También es triste que, tras siglos de discriminación y malos tratos por parte de la mayoría protestante, que no hicieron mella en el catolicismo de la población, quien ha venido a echarlo abajo hayan sido los propios obispos católicos y sus ocurrencias innovadoras. Supongo que tendrán que rendir cuentas a Dios, como todos tenemos que hacerlo, pero creo que se puede decir con cierta seguridad que ellos tenían una responsabilidad mayor.

Entretanto, la misa ha terminado, nuestro periplo por Breda casi que también y, tras una noche tranquila en el hotel, nos toca ir retornando hacia casa, pero no directamente, porque vamos a hacer una parada por el camino ¿En Amberes, sede episcopal del monseñor Bonny? Nooooooo, un poco más allá, en una ciudad que suele pasar desapercibida para los turistas españoles, porque no está en los recorridos usuales, y es una lástima, porque es una ciudad muy hermosa y, por si fuera poco, es el lugar donde se crio el que seguramente es nuestro rey más conocido.

Efectivamente, la próxima parada es Malinas.

martes, 20 de diciembre de 2016

Intensidad

Llevaba varios lustros sin aprender un idioma nuevo desde cero, y la verdad es que, a pesar de que la experiencia es un grado, encontrarse en una situación de orfandad lingüística cuando uno está acostumbrado a chapurrear lo que sea con mayor o menos acierto no es plato de gusto.

De repente, uno pasa de estar ufano hablando con fluidez a tartamudear, buscar las palabras con desesperación y apoyarse en otra lengua (el alemán, en este caso, para enfado de la profesora) para conseguir hacerse entender. De repente, uno pasa a no poder utilizar más que el presente de indicativo, porque los demás tiempos sospecha cómo pueden formarse, pero formalmente no los ha dado. De repente, uno pasa de tener conversaciones sesudas sobre temas trascendentes, a hablar del tiempo que hace y de cuál es su país (Ik ben uit Spanje. Ik ben spaniaard), y nada más porque no hay manera.

A todo esto, la profesora pone el grito en el cielo cada vez que alguno de los que dominamos el alemán nos confundimos y soltamos un "ich" en lugar del obligatorio "ik", o "haben" en lugar de "hebben", y así varias más. Todo son actividades de conversación, en las que nos divide por grupos y en el que, después de sudar tinta para comunicar las poquitas cosas que nos da con las doscientas palabras y tres estructuras de las que disponemos, miramos a nuestro alrededor y seguimos hablando en francés, inglés o alemán (y en un caso incluso en ruso, sí).

A medida que avanzan las semanas, y más concretamente en la tercera, ya nos soltamos un poquito más. Ejercicios y más ejercicios han tenido la virtud de hacernos soltar la lengua un poquito. Recuerdo en mi tiempos del colegio que había quien antes de los exámenes orales de alemán se acercaba al bar de la esquina a hacerse una casalleta y despegarse así la lengua. Aprobó, pero no sé si recomendar el sistema.

Aquí, lo más difícil es hacerse a la idea que debemos comunicarnos en una lengua en la que nos cuesta mucho decir algo que tenga un mínimo sentido, cuando podríamos decir casi cualquier cosa en otras lenguas, pero, una vez nos acostumbramos a balbucear con dificultad y nos resignamos a abandonar el inglés, el francés o, más que nada, el alemán, idioma especialmente proscrito, pues ya sólo nos queda seguir hacia delante.

Al final, el curso lo pasé con buena nota, y se supone que puedo pasar a segundo nivel. La verdad es que, desde que terminé el curso, el neerlandés lo he usado más o menos lo mismo que antes, que es muy poquito más que prácticamente nada, salvo para pasar a Flandes y tratar de caer bien con un par de frases, porque es evidente que comunicarse en francés por allí no está muy bien visto, incluso en municipios que están en esa estrecha franja que queda encajada entre la región de Bruselas y la de Valonia y que están rodeados de francofonía, y no sólo rodeados, sino con una quinta columna francófona que fatalmente se hace más y más numerosa.

Pero, así y todo, lo del neerlandés parece una buena idea, y no dudo que voy a continuar tomando clases en el poco tiempo que me deja el resto de mis ocupaciones y que, como es evidente, han tenido un impacto brutal sobre la frecuencia de publicación de entradas en esta bitácora de mis pecados. Pero, el otro día, fui a un supermercado en Alsenberg, que está cerca de Bruselas, pero que no es Bruselas, y el cajero que me atendió resultó ser un armario pelirrojo con unos brazos que parecían piernas y tatuados de muñeca a hombro, y un aspecto taciturno y antipático que ríete de Guillermo el Estatúder. Inmerso en mis pensamientos, se me escapó un 'bonjour' y, como era el cliente, aún recibí un 'goedemorgen' como respuesta, porque, de no haberlo sido, quizá mis buenos deseos para con su día no me hubieran servido para evitar un bufido.

Así que sí, va a ser que el neerlandés es un idioma importante, al menos, para mantener la paz en el mundo. En mi mundo, por lo menos.

viernes, 11 de noviembre de 2016

El curso de neerlandés

Este verano pasado, pues, decidí dar un paso más en mi integración en este bendito país que me acoge y me apunté a un curso de neerlandés. No voy a entrar en charcos sobre si el flamenco y el holandés son o no la misma cosa, o si son diferentes dialectos de una lengua común llamada neerlandés, o si son dos lenguas distintas. Líbreme Dios, que ya tengo bastante de estas controversias en casa como para apuntarme a las de fuera. Sean lo que sean, lo cierto es que se escriben igual y a nadie se le ha ocurrido establecer ortografías separadas, así que para leerlo, que al final de lo que se trata, porque hablarlo perfectamente no parece tarea para mañana, ni para pasado mañana, ya basta. Por otra parte es evidente, incluso para un novato como yo, que hay cosas que no se pronuncian igual, y palabras que son distintas, tanto entre los Países Bajos y Flandes, como dentro de Flandes, donde no es lo mismo lo que se habla en Amberes y la jerga incomprensible de Cortrique u Ostende. Digamos que a mí me toca el estándar flamenco, sea eso lo que sea, y me tocará suavizar las ges y perder las costumbres de mi anterior intento de aprender neerlandés. Pero de ése hace más de veinte años.

La primera pregunta es ¿por qué?, y es una pregunta bien pertinente. En Bruselas, ciudad teóricamente bilingüe, pero básicamente francófona, el neerlandés es una lengua perfectamente prescindible, salvo que pretendas trabajar de cara al público o en una administración pública. Los guiris que trabajamos aquí en asuntos que implican múltiples países no solemos trabajar en neerlandés salvo contadísimas excepciones, y yo no soy una de ellas.

Pero, si pones un pie fuera de los límites de la región de Bruselas y de sus diecinueve municipios, la cosa cambia. Hay unos cuantos municipios, y entre ellos están los que rodean Uccle, en que el francés es más hablado que el neerlandés, claramente, pero todo lo oficial está en neerlandés, desde los nombres de las calles hasta los tablones de anuncios. Los municipios dan facilidades lingüísticas a quienes no hablan en neerlandés, pero se diría que es algo que hacen a regañadientes y que dejarán de hacer a poco que la cuerda se estire un poco más.

Al entrar en clase, ya se vio claro quiénes eran mis compañeros de curso. Aparte de algún friki multilingüistico, que ya va por lo menos por su sexta lengua (sí, vale, estoy en ese grupo, pero no estoy solo), la mayoría de los participantes son guiris que habitan en algún municipio de Flandes y necesitan comunicarse en neerlandés o morir en el intento, además de alguna extranjera (rusa, por más señas) con novio flamenco o directamente holandés que quiere enterarse de lo que se cuenta el susodicho novio cuando conversa con sus amigotes o con sus padres. Y también hay alguna belga, bruselense de pura cepa, que ya no cumplirá los cincuenta y que finalmente ha decidido desempolvar las nociones de neerlandés que en su día le dieron en el colegio y que ha olvidado casi por completo. O sin casi.

Como en prácticamente todos los cursos de idiomas, el predominio femenino es total: de los catorce alumnos, once son mujeres. Los otros tres somos un italiano que trabaja en Bruselas, sí, pero vive en Overijse y más le vale enterarse de las cartas que le envía el ayuntamiento; nos acompaña un norirlandés que entra perfectamente en la categoría de friki lingüístico, además de que, de hecho, trabaja de traductor, y yo mismo, que reconozco entrar holgadamente en la misma categoría.

Finalmente, toca hablar de la profesora, que vive y trabaja en Lovaina la Nueva, una ciudad universitaria que simboliza como pocas las rencillas lingüísticas de este país, que llegaron al punto de escindir la Universidad Católica de Lovaina, la más antigua y prestigiosa de Bélgica, por diferencias irreconciliables entre sus secciones francófona y neerlandófona. Nuestra profesora ha acabado en una ciudad muy francófona, como en Lovaina de Nueva, pero enseñando neerlandés, porque una cosa es el hecho de que los francófonos no quieran hablar neerlandés, y otra muy distinta lo que sucede al darse cuenta de que, si no hablas neerlandés, lo tienes crudo para trabajar en Bélgica, por muy bueno que seas. Nuestra profesora, además de su neerlandes materno, habla francés e inglés, y nos riñe cuando se da cuenta de que los que hablamos alemán mezclamos palabras alemanas cuando no nos salen las propias del neerlandés, que son muchas veces, porque, no lo olvidemos, somos principiantes.

Y hasta aquí los participantes. En las próximas entradas veremos el desarrollo del curso.

sábado, 24 de mayo de 2014

Independentistas

Yo creo que los había juzgado mal. Suponía que, al ver junto al timbre de la puerta un apellido que no es flamenco en absoluto (¡si fuera Alfoor van Boekweit!), cualquier miembro de un partido neerlandófono huiría espantado y se dedicaría a repartir sus pasquines por lugares más propicios. Pero no. He aquí que en buzón ha aparecido un pasquín de un partido neerlandófono, y no de uno cualquiera, no, sino del más neerlandófono de todo, nada menos que Vlaams Belang.

Vlaams Belang, a pesar de que esa página que sugirió Ieau me lo daba como el partido más afín de los que pululan por aquí, no tiene mucho que ver conmigo. Independentistas (yo, de eso, nada). Antiinmigración (yo son inmigrante). Euroescépticos (me mola el euro). Me cuesta bastante entender por qué los de Eurvox piensan que tienen algo afín a mis ideas, pero no voy a discutir sobre ese detalle.

De momento, el panfleto se las trae. Para mi sorpresa, no está sólo en flamenco, sino que es perfectamente bilingüe francés-neerlandés; se nota que los chicos han adaptado su mensaje para infiltrarse en Bruselas, donde los independentistas se deben esconder para que nadie les descubra, porque la verdad es que el pasquín es la única cosa en francés que les he leído. Uno entra en su página, incluso en la bruselense, y ya se puede poner a descifrar el holandés, porque no va a encontrar otra cosa: ni inglés, ni francés, ni alemán. Sin embargo, el panfleto está también en francés; supongo que, cuando te apoya el Front National y Marine Le Pen, no cuesta mucho quedar bien con los aliados, y más si los aliados tienen trazas de sacar más de veinte diputados en las elecciones europeas, y tú, si sacas uno, ya vas bien, y si sacas dos organizas una fiesta.

El contenido del panfleto es el típico de la extrema derecha euroescéptica: antiinmigración (si usted hubiera sabido hace diez años que uno de cada tres niños nacidos en Bruselas no es belga, ¿qué hubiera votado? ¡Sólo nosotros lo advertimos!), antimusulmanes (pero tampoco cristianos, palabra que ni se menta en todo el pasquín), antieuro (el sonsonete de que ha provocado una inflación galopante también suena por aquí... cualquier economista medianejo les podría decir que, muy al contrario, sin el euro se iban a enterar de lo que es inflación). Vamos, la típica derecha populista que ha sustituido a Dios, en quien no cree, por la nación, en quien cree porque en algo hay que creer, aunque sea en Flandes independent i triomfant.

Mención aparte merecen los candidatos que presenta en Bruselas Vlaams Belang. Son esos chicos de la foto de la izquierda y, francamente, creo que los asesores de imagen del partido, o dejan mucho que desear, o tienen por delante una tarea titánica, porque ahí hay un problema por resolver. Si el otro día, cuando salió Reynders, el de la sonrisa Profidén, hubo quien alabó mucho la foto, el que vea la foto de estos dos casi que se va corriendo a votar por Reynders. Qué digo por Reynders, hasta por Darth Vader dan ganas de votar, con tal de no ver a estos pollos representando a Bruselas. Que ya sé que no son políticos profesionales, pero, aun así...

Y hasta aquí la serie. Las elecciones son pasado mañana, la jornada de reflexión comienza, y los Von Buchweizen se van a reflexionar al avión, porque, durante unos días, cambian su teatro de operaciones, que vuelve a ser Moscú por unos días.

A ver cómo está últimamente la comida kosher...

miércoles, 10 de abril de 2013

Al-Babel

Basta con escribir sobre el asunto, y he aquí que al día siguiente me encuentro con noticias como ésta. Sí, vale, fue publicada hace unas semanas, pero yo me la he encontrado ahora.

En Bruselas se hablan 120 lenguas, y en la tabla adjunta aparecen las ocho más habladas, pero lo más llamativo del asunto es que el árabe se coloca cuarto, nada menos, superando al español. Con todo el margen de error que puede haber en una muestra de 2500 elementos, que alguno habrá, la cosa es por lo menos curiosa, aunque me extraña que le haya sorprendido a nadie que salga a la calle por esta ciudad. Lo que, además, se desprende del estudio es que cosa de la mitad de los hablantes de árabe no hablan otra lengua, y eso ya se las trae y coincide con mi definición de problema. No sé si los que me encontré anteayer estarían hablando árabe, porque yo, el árabe, como que no lo pillo (todavía), pero parece que sí hay un montón de gente que no se preocupa demasiado de comunicarse fuera de su círculo lingüîstico.

A mí me ha parecido curioso que el francés, el inglés (¡el inglés!) y el holandés pierdan terreno. El holandés, además, pierde mucho terreno, supongo que en buena parte debido a que es un idioma bastante prescindible en Bruselas y a que, por si fuera poco, la práctica totalidad de hablantes locales dominan otra lengua; eso sí, como ya quedó dicho, maás vale no salir de Bruselas sin tener unas nociones de flamenco. Y no del que se baila. Esa opinión de que el holandés pierde terreno no la leeremos en la prensa, sobre todo neerlandófona, que se centra en que el holandés "mantiene su posición en Bruselas", pero uno ve los datos mondos y lirondos y no puede evitar la sensación de que nos están queriendo vender gato por liebre: el holandés, lo miren como lo miren (y lo llamen como lo llamen, que ésa es otra), se hunde porcentualmente en Bruselas.

¿Y el español? Pues el español progresa adecuadamente y ya lo domina casi el 9% de los bruselenses, lo cual, en un contexto de retroceso de las lenguas occidentales (como el italiano, otra que cae más y más), es bastante esperanzador. Yo estoy seguro de que las entrevistas no las hicieron de noche, porque, en este caso, el porcentaje de hablantes de español hubiera sido muy superior, pero ya vale, ya, con ese porcentaje que para sí quisieran las demás lenguas, salvo las cuatro primeras.

Entretanto, la pregunta sigue en el aire: ¿merece realmente la pena aprender lenguas minoritarias, o nos quedamos con las grandes lenguas de la humanidad?