Una de las cosas realmente interesantes de Bruselas consiste en lo sencillo que resulta viajar. Cuando estaba en Moscú, mucha gente que había vivido en Bruselas me decía que no tenía nada que ver una ciudad con la otra, y que, al estar en el centro de Europa, en cuestión de poquísimo tiempo uno podía visitar, incluso en un fin de semana, sitios como Londres, Amsterdam, casi toda Francia o Alemania, y eso en coche. Si además consideramos las líneas aéreas de bajo coste que hay tanto en Zaventem como en Charleroi, las posibilidades de conocer mundo son prácticamente inabarcables para una sola persona, no como en Moscú, donde las líneas de bajo coste se lo están pensando mucho, y no las critico.
Sin embargo, todas estas personas que tanto encomiaban las posibilidades de conocer mundo que presenta Bruselas, sin duda con buena intención, se quedaban cortas. Cortísimas.
Una vez llegado y establecido aquí, basta instalarse un poco sobre el terreno para darse cuenta de que, no ya un avión, ni siquiera hace falta un coche para conocer mundo: es suficiente con una bicicleta, y hasta eso es superfluo, para viajar sin trabas y para cambiar, no de país, sino hasta de continente.
¿Que no? Ya lo creo que sí. El primer fin de semana que pasé por aquí, sin ir más lejos, y en una situación de escasez de ropa agravada por la pérdida de una de mis maletas, he aquí que decidí caminar hasta un hipermercado para comprar algunas cosas necesarias para mi instalación. El hipermercado era un Carrefour situado en Sainte Agathe, y la verdad es que desde el centro me costó hora y pico llegar hasta él, pero ¡qué experiencia!
Sobre el plano, nada extraordinario. Crucé el centro de Bruselas, atravesé el canal y...
De repente, tuve una experiencia increíble de teletransporte. En Bruselas existen sitios donde uno puede viajar en el espacio a distancias considerables sin tener la impresión de haber dejado de caminar normalmente. Es un suceso paranormal que me parece que Iker Jiménez no ha estudiado todavía.
Al atravesar el canal, me encontré en el norte de África. No había nadie de raza blanca en todo lo que abarcaba la mirada. Todas las tiendas tenían los rótulos en árabe, la gente hablaba árabe, todas las mujeres iban con la cabeza cubierta por un pañuelo (y el resto del cuerpo por un vestido que les hacía parecer una campana oxidadilla, más que una persona), y los hombres vestían un gorrito y túnicas largas e iban mal afeitados. Las tiendas de ropa vendían ropa sarracena chillona, y ésa era la prueba de que había dejado Europa, porque vaya mal gusto para vestir, tú. Los únicos europeos que podrían ponerse eso tan cantoso son algunos holandeses.
Aturdido por el cambio de continente, seguí avanzando por pura inercia sin saber qué hacer para salir del embrollo espacial, y quién sabe si también espaciotemporal, en el que me había metido. Por fortuna, además de en árabe, la mayoría de los letreros estaba también en francés, que parece que es una lengua que entienden en el norte de África, con lo cual contaba con orientarme hasta el aeropuerto y tomar un avión que me devolviera a Bruselas. Lo malo era si, además, estaba en un siglo diferente al mío y ni siquiera había aviones. Porque, ciertamente, todo a mi alrededor parecía bastante cutrillo. Es posible que hubiera retrocedido unos cuantos decenios. Pasé por una tienda de ordenadores, según el letrero, pero lo único que había dentro era un trasto de la época del catapum, y fuera había un tipo moreno, con una amplia camiseta que le llegaba poco menos que por las rodillas, calvo y seboso, fumando reposadamente. Es posible, pensé, al ver aquel ordenador tan viejo, que estuviese en los primeros noventa. Al menos, así iba a encontrar aviones, pero ¿a dónde iba yo? En Bruselas no iba a tener trabajo hasta dentro de veinte años. Igual me pedían pasaporte y visado para entrar.
Caminaba yo con estos pensamientos, y pensaba si no sería mejor ir a Alemania a estudiar, como en mis primeros noventa, suponiendo que en aquella dimensión paranormal y paralela Alemania Occidental existiera y no hubiera sido absorbida por los comunistas. Entonces vi, muy sorprendido, que me rodeaban casitas unifamiliares, con jardín y todo, y que ya no parecía estar en África, sino que quizá hubiera vuelto a Europa. Empecé a ver gentes de raza blanca, no todos, vale, pero sí bastantes. Y, más adelante, vi un reloj y la fecha era la del día en que me había levantado por la mañana, no la de algún lunes de 1991. Los letreros ya no estaban en árabe, sino en francés y flamenco, y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Y, un poco más adelante, incluso vi el Carrefour que iba buscando.
Pues eso. Que Bruselas es un lugar ideal para viajar, y que los que me la encomiaban tenían mucha razón, más incluso de la que ellos mismos creían.
Cuando volví del Carrefour, por si acaso, en lugar de ir andando por donde había venido, tomé el tren.
Es que viajar a África a pie es muy cansado.
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Hace 2 semanas
5 comentarios:
A mi estas entradas sobre Bruselas sin acabar mencionando a un moreno mirándote con cara de picaruelo mientras avanzas por la rue haciendo gala de tu cuerpo serrano ibérico y tu mochila rosa colgando alegremente el hombro no me parecen lo mismo...
;-)
Es verdad que pocos sitios recuerdo con más población árabe que Bruselas, al menos lo recuerdo así saliendo por la noche...
Scotty! Beam me up!
Miguel, así que provocando, ¿eh? :D
Alfina, un santo, ese Scotty, que me saca del Magreb sin comerlo ni beberlo.
Bruselas es, como no podía ser de otra manera, representativa del conjunto de Europa. Y es que la cuestión no es tanto -o al menos, no solo- si Europa continuará por la senda de la integración y de la unión política cada vez más estrecha. No. Una cuestión mucho más básica es si Europa continuará o no siendo europea de población y, por consiguiente, de cultura.
Sobre el potencial de conflictividad que alberga tanta diversidad, recomiendo consultar la entrevista a un investigador español, Joan Esteban, publicada en el mundo hace poco:
http://www.iae.csic.es/specialMaterial/a13154123257sp34948.pdf
Parrado Segura, bienvenido. Y lo de ese barrio no es lo único llamativo que hay en Bruselas. El otro día me despisté por otro barrio y... bueno, ya lo contaré en otra ocasión.
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