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jueves, 21 de agosto de 2008

Blogueros muertos (y VI): en acción.

Liao-Yang, 18 de junio de 1904 (5 de junio)

Acabo de mandaros el siguiente telegrama: "Salud buena, llego después de quince días de ausencia y cuatro de no interrumpidos combates."

Pasaron tantas y tantas cosas en tan poco tiempo que me es en extremo difícil daros cuenta ni de una pequeña parte siquiera de los tristes e interesantes hechos en los cuales fui espectador y actor.

Como ya os dije, estaba yo en Vafandian como ayudante del general Samsonoff, que dirigía las operaciones de la vanguardia con gran energía e inteligencia, cuando nos mandaron al general Simonoff (de los cosacos), más viejo todavía, quien asumió el mando de los cuatro escuadrones y de la segunda batería (6 piezas) de cosacos de la Transbaïkalia, que mandaba el general Samsonoff. Estas tropas habían alcanzado el primer éxito contra la caballería japonesa, el 30 de mayo (17 de mayo), cuasando grandes pérdidas a la infantería y destrozando un escuadrón japonés, hasta aniquilarlo. Desde el día en que Samsonoff dejó el mando, asiste a todo movimiento, pero sólo en las más críticas situaciones se acude a él; después, es sólo un mero espectador que va con las tropas.

El 12 de junio (30 de mayo), después de haber llegado dos regimientos de infantería y una batería de montaña, tuvimos el combate nocturno, del que ya os hablé, con 17 heridos y 4 muertos.

El 13 (31 de mayo), los japoneses avanzan; nosotros creemos que fatigados por el modo como día y noche les hostilizamos sin cesar, quieren simplemente "dar un paseo" para alejarnos momentáneamente y poder más tarde recuperar sus posiciones. El general Samsonoff nos ordena dejar una pequeña reserva en Vafandian y avanzar con el resto de nuestras tropas a derecha e izquierda del ejército: el enemigo se hallaba entonces a doce kilómetros hacia el Sud.

Vivaqueamos a cinco kilómetros al norte de Vafandian. Cuando estábamos sólo a dos kilómetros, recuerdo que "Jack" se quedó atrás... La noche es obscurísima; con permiso de mi jefe, deshago camino, a trote largo, y hallo a mi pobre perro, desesperado, y dando vueltas alrededor de mi abrigo solitario. Parto de nuevo, pero no puedo en manera alguna encontrar a mi jefe, el general Samsonoff. Regreso al vivac, me abrigo con mi capote, y me tiendo al pie de un palo de telégrafo, al que amarro mi caballo; son las tres de la madrugada, hace mucho frío, y "Jack", agradecido, se me acerca mucho y me da calor. A las tres y media apunta el día, y me permite ver que junto a mí está la infantería: es el primer regimiento de tiradores del Emperador. Comoquiera que en mi maletín tengo un poco de chocolate y azúcar, me dirijo al coronel y a dos oficiales del primer regimiento y se lo ofrezco. En cambio, ellos me dan un bizcocho... ¡Pobre coronel! Al medio día estaba muerto con su ayudante. Era hermoso y bravo tipo, de gran aspecto militar y querido de todos sus oficiales y soldados que hoy le lloran. La esposa tiene veintiún años, y sirve en el hospital de la Cruz-roja. La vi en Vanselin, tres días después, cuidando los heridos, y la dije que su marido me había hablado de ella, con cariño, la misma mañana de su muerte: la pobre lloraba como una chiquilla, pidiendo el cadáver de su esposo, que enterrado con tantos de los nuestros, descansa en las posiciones de Vafangou, hoy en poder de los japoneses.


* * *

Con esto dejo la correspondencia de don Jaime, con esta muestra de que, en las guerras, al fin y al cabo, es mucho mayor la suma de las pérdidas que la de las ganancias. Cosa que, en estos tiempos revueltos que se nos están avecinando por aquí, quizá convendría recordar.

Don Jaime permaneció en el frente hasta el final del año 1904, en que pidió licencia para regresar a Europa, cosa que hizo de la complicada forma que vimos en la entrada anterior. De todas formas, aprovecharé para recordar los episodios finales de la guerra, bien conocidos, pero que no viene mal apuntar. Port Artur se rindió a los japoneses en los primeros días de 1905, dejando a los rusos en una situación muy desfavorable. No sólo sus fuerzas de infantería en Manchuria habían centrado sus operaciones en la continuación de la defensa del puerto, sino que, para ayudar a la misma, había salido la flota rusa del Báltico, dando prácticamente la vuelta al mundo. La suerte final de la guerra se iba a decidir en dos batallas, una terrestre, la de Mukden, que fue un auténtico desastre para el ejército ruso, que se vio arrojado de Manchuria.

La otra fue un desastre naval. La flota del Báltico se enteró de la rendición de Port Artur estando en el Océano Índico. Prácticamente incomunicada del mando, decidió intentar alcanzar Vladivostok y unirse a la pequeña flota rusa que seguía allí, ya que la que estaba surta en Port Artur, obviamente, se había perdido. Pero, a la hora de elegir ruta, eligió la más corta, pero más arriestada, que pasaba prácticamente junto al Sur del archipiélago japonés, cerca de Tsushima. La flota japonesa consiguió interceptarla y les dio mamporros hasta que se cansaron: sólo tres barcos escaparon del desastre y alcanzaron Vladivostok.

La paz se firmó por mediación de los Estados Unidos (quién lo diría) en la ciudad de Portsmouth. Según los historiadores rusos que he leído, Japón estaba al límite de sus fuerzas, mientras que Rusia, superadas las dificultades logísticas iniciales, estaba lanzando contra Japón sus fuerzas más importantes y conservaba posibilidades de ganar la guerra. Eso es seguramente verdad, pero no es toda la verdad. Rusia estaba padeciendo la primera revolución y las cosas se estaban poniendo francamente feas para el Gobierno del Zar, así que las reflexiones de los historiadores mencionados quizá sean muy optimistas. Yo más bien creo posible que la continuación de la guerra pudiera llevar a una situación como la que se dio en 1917-1918, cuando los alemanes ganaron la guerra, al menos en el frente Este, en buena medida por la completa descomposición del ejército y de la retaguardia rusos. Y es que las cosas se estaban poniendo feas.

Y hasta aquí mi verano de erudito histórico aficionado. Ahora, vuelto ya a Rusia, voy a ponerme con asuntos actuales, que los hay a montones, porras.

martes, 19 de agosto de 2008

Blogueros muertos (V): en Irkutsk

Seguimos cediendo la pluma a don Jaime de Borbón, que en esta ocasión nos ofrece unas cartas de lo más instructivas. Los españoles que vivimos en Moscú, un tanto despectivamente, nos referimos muchas veces a las ciudades menores de Rusia como "agujeros insondables". Lo curioso es que, aunque despotricamos de ellas a carcajada limpia, nos encantan y no es extraño que vayamos por allí a pasar algún fin de semana... para luego reírnos al volver a Moscú y decir a los amigos cosas como "¡En menudo agujero he estado!"

Bueno, pues ahora le toca visitar a don Jaime el agujero insonsable por excelencia de la Rusia de aquel entonces, un lugar repleto de desesperados, buscavidas, exiliados y todo tipo de gente de mal vivir, peor que el salvaje Oeste americano. Si habéis leído "Miguel Strogoff", de Julio Verne, habréis visto que hace una descripción bastante idílica del Irkutsk de entonces, con exiliados abnegados que colaboran en las defensas. No le creáis, que Julio Verne nunca salió de París: creed a don Jaime, que estuvo allí.

Transiberiano, cerca de Irkutsk, 10 de abril (28 de marzo) de 1904

Me molesta bastante mi catarro pulmonar y tengo molidos los huesos: es un poco de influenza; confío que se curará durante el viaje, tomando una dosis de quinina. Esta noche llegaremos a Irkutsk, en donde dejaremos este tren para tomar el que conduce al lago (unos 65 kilómetros). Y mañana por la tarde atravesaremos en trineo las 38 verstas del Baïkal, para alcanzar el ferrocarril del otro lado.

Estamos atravesando bosques de pinos; hermosos y grandes árboles, mucha nieve en el bosque, y sol espléndido. Los abedules, siempre se los halla en las forestas entre los grandes pinos: es el árbol ruso por excelencia, el cual, aun en verano, con su corteza blanca recuerda a la nieve.

Anoche a las doce tuvimos fiesta religiosa en el tren con motivo de la Pascua: todos los viajeros fuimos al vagón-restaurant convertido en capilla: ¡en un rinconcito estana preparada la cena! ¡Qué calor con tantos cirios, ya que cada concurrente debe tener en la mano uno encendido, hasta que termina la ceremonia! Luego..., una cena ligera y una copa de champagne, después de algunas de vodka. Todo ello precedido de un abrazo general. Por mi parte fuime cuanto antes a la cama, y ya en ella vuelvo a notar que todos los huesos me duelen.

¡Después de esta noche vendrá el viaje cómodo! Pasado el Baïkal, no serán tan lujosos los trenes. Si no me siento mejor me detendré en Karbin, en donde hay un buen hospital, y pasados cinco o seis días podré seguir para Liao-Yang.

Anoche telegrafié al Emperador con motivo de la Pascua, y esta mañana he recibido una contestación cariñosa en la que me desea un feliz viaje.

Adiós, salud a todos. Probablemente, os mandaré mañana un telegrama antes de pasar el Baïkal.

Jaime

***

Irkutsk (ciudad), hôtel de Rusia, 11 de abril (29 de marzo) de 1904

Con motivo de la inflamación de la garganta y de mi estado general, he decidido detenerme aquí tres días y no pasar el Baïkal hasta sentirme completamente bien; se arriesga uno mucho por una bagatela.

Confiamos llegar a Irkutsk cerca de medianoche, pero un tren que nos precede perdió en el camino una parte de sus vagones y nos ha ocasionado tres horas de retraso; afortunadamente los pasajeros hemos hecho carambola.

A las tres de la madrugada atravesé sobre el hielo el ancho río que separa la estación de la ciudad (17º bajo cero) y he venido al mejor hotel, el Métropole. Me acuesto, pero pocos minutos después tengo que levantarme: chinches voraces y de un tamaño siberiano me obligan a ir en busca de otro alojamiento. Y hallo aquí en el hôtel de Rusia, un dormitorio con su cama de hierro, en donde por lo menos no me comen ¡Cuán caro está aquí todo! La caja de polvos contra las chiches, 7 rublos; la habitación (en el hôtel de Rusia) 3 rublos 50 K. (sin chinches, naturalmente, pero los había por 3 rublos 50 k.). He dormido algunas horas y me encuentro mejor.

(A ver, los que habéis estado por capitales de provincias rusas en los últimos quince años, sobre todo entre 1991 y 1998, pero también después: ¿no os sentís identificados? Yo lo suscribo de cabo a rabo)

Siguen aquí las fiestas de Pascua (cuatro días); muchos borrachos por las calles; todas las tiendas cerradas; no hay quien lave nuestra ropa, trabajo generalmente a cargo de los chinos, que quieren también celebrar la Pascua. Por otra parte, en esta ciudad nadie se da gran trabajo para ganar un rublo; todos tienen dinero, y los ricos negociantes o buscadores de oro lo tiran a manos llenas por las ventanas en aguardiente, champagne, etc.

(Sí, señor, como la vida misma. Sólo faltan John Wayne y los cactus)

El hermoso sol de Siberia brilla todo el día; creería uno hallarse en Italia, sin los 17º bajo cero.

En Chitá, al otro lado del Baïkal, parece que hay muchos enfermos de varioloide, tifus y algún caso de disentería. En fin, las tres calamidades de la guerra.

Jaime

***

Irkutsk, 13 de abril (31 de marzo) de 1904

Parto esta noche, a pesar de todo. He visitado al gobernador general, hombre muy simpático, que ha tenido la bondad de ofrecerme su coche-salón, para ir al Baïkal; allí encontraré una troïka para atrevesar el lago en trineo, y en la otra orilla un departamento reservado en el tren, hasta la frontera de la Mandchuria. Después, Dios proveerá.

Es preciso que parta, pues hoy hace calor, y ha comenzado el deshielo: si me entretuviera, me vería obligado a recorrer en trineo o en carruaje un camino largo y malo alrededor del lago. No hay pues que dudar. Mañana, a las nueve, si todo anda bien, comenzaré la travesía.

Irkutsk es una ciudad de una suciedad repugnante; 60.000 habitantes, muchos judíos, algunos chinos; los centenares de japoneses que aquí vivían han sido desterrados; los doscientos últimos partieron ayer. Los mandaron a Rusia, fronteras de Europa. Con motivo de las fiestas, circulan por las calles grupos de soldados, de los cuales un número excesivo, por desgracia, se halla en un tal estado de embriaguez, que resulta de mal ver para un militar: estos reservistas no dan, en verdad, una gran idea de la disciplina. Irkutsk fue siempre un verdadero peligro, y más que otras veces en este preciso momento, hasta el punto de que nadie, ni aún armado, se atreve a circular de noche por las calles. Ni un día transcurre sin un robo o asesinato, según me cuentan todos, comenzando por los agentes de policía, que se encuentran impotentes contra esos malvados que inundan la ciudad; la mayor parte de los antiguos licenciados de los presidios de trabajos forzados vienen aquí a establecerse, y las minas de oro completan esta población de vagos.

Muchos se encuentran sin trabajo en este momento, porque quieren ganar por lo menos de 6 a 8 rublos, por no hacer nada, naturalmente. Hoy mismo, paseando yo por la mejor calle, encuentro soldados que me miran con insistencia sin rendirme el saludo militar. Les interrogo y descubro que uno de ellos no tiene la autorización en regla; muchos paisanos de mala catadura me rodean, después otras gentes y algunos estudiantes comienzan a increparme y a tomar parte en favor del soldado, al que, con todo, hago detener. Un paisano entrega un rublo al soldado, diciéndole "Para ti", como desafiándome para que lo impida. El asunto presenta mal cariz; me aparto del grupo para tener por lo menos libres las manos, cuando afortunadamente pasa un oficial ruso, al que pido auxilio, y finjo, para evitar una pendencia, que no entiendo los insultos dichos a media voz. Por último el soldado y el paisano son llevados al cuartelillo, cada uno por su lado. Yo no he declarado todavía y aguardo el resultado de la reyerta ¡Es muy triste todo esto y demuestra poca disciplina!

(Probablemente los adversarios de don Jaime apludirían con las orejas la primera revolución rusa de 1905. Y es que las cosas empezaban a oler a podrido en el Imperio)

Me siento mucho mejor, a pesar de tener la voz muy ronca; pero dejo con alegría Irkutsk, de cuya ciudad conservo mala impresión.

Maldito aguardiente, causa de tanto mal aquí, pues en este país la borrachera no es una agravación, sino simplemente una excusa. Todos los días oiréis decir "¡Ah! Naturalmente, estaba borracho", como atenuante de cualquier delito.

(Este último párrafo está escrito en 1904, pero posiblemente sirve para cualquier año desde la invención del vodka)

Parece que los chinos se agitan en la Mandchuria, empujados y tal vez dirigidos por los japoneses. Nuestros soldados han tenido ya que ver algo con ellos: conviene que este movimiento quede ahogado cuanto antes.

Jaime

P.D.: Debo añadir algo a mi carta de esta mañana. Estoy en la estación y ha sido preciso atravesar el río; deshiela y creo que la costra no aguantará mucho. Me han dispuesto un magnífico coche-salón, el del gobernador general; desgraciadamente sólo me llevará hasta el lago.

Antes de partir, tengo la satisfacción de saber que el paisano que ofrecía rublos al soldado, y al que hice detener, tendrán un encierro de tres meses.

***

Vamos, que podemos sospechar que a don Jaime no le ha molado un duro Irkutsk. De hecho, el viaje de vuelta desde Manchuria no lo hizo a través del Transiberiano, por donde había venido, sino jugándose la vida atravesando las líneas japonesas y haciéndose pasar por un comerciante italiano y luego tomando un barco en Indochina hasta Francia. Tardó meses en llegar a Europa.

Lo que hace la gente por esquivar los agujeros insondables.

viernes, 15 de agosto de 2008

Blogueros muertos (IV)

Mucha gente hace el Transiberiano con gusto, como algo turístico. Yo, la verdad, no lo haré nunca, porque no le veo la gracia a un viaje en tren tan largo, pero hay que reconocer que el Transiberiano es una de las atracciones turísticas de Rusia y la gente lo ve con interés. Le cedo, pues, la pluma a don Jaime, que sí que lo hizo, esponsorizado por Su Majestad Imperial, y que nos contó lo que le pareció el asunto.

Desde el Transiberiano, 4 de abril de 1904

(22 de marzo, en realidad. En 1904, en Rusia todavía se usaba exclusivamente el calendario juliano)

A las once de la noche del 3 de abril, el tren parte de Moscou, atestado de oficiales de toda clase que van a unirse a sus Estados mayores. Los vagones son muy cómodos, tienen buena calefacción, electricidad, restaurant, etc... El domingo llegaremos a Irkutsk; siete días de viaje pasan pronto en tan buenas condiciones. El tiempo es espléndido, el cielo azul, y hermoso el sol que nos ha despertado esta mañana. La temperatura, de dos grados bajo cero.

(Un inciso: a los españoles que estamos aquí ahora nos gusta fardar de que "hace un frío del quince, pero no pasa nada, aguantamos perfectamente y el tiempo es estupendo". Como vemos, en 1904, por muy príncipe que sea, don Jaime se pega exactamente el mismo moco. Probablemente escribía a su padre, que vivía en Venecia, donde dos grados bajo cero es peor que una maldición gitana)

El primer tren que alcanzamos lleva varias baterías y pontoneros; la gente está alegre y nos saluda bebiendo a nuestra salud en un vaso de metal en el que humea el té caliente.

En mi vagón se hallan dos agregados americanos; uno de ellos pertenece a la marina, además hay un coronel búlgaro y dos oficiales suizos.

A lo infinito, la llanura y por doquier la nieve, que hiere la vista, a causa del hermoso sol, cuyos reflejos, sobre esta blancura congelada, deslumbra. Mañana por la noche pasaremos el Volga.

Mi perro Jack viene conmigo; salta y brinca de gozo y cuando le digo: "Jack, ¿dónde están los japoneses?" husmea y corre por todos lados, como si comprendiera. Voy a almorzar, y depositaré esta carta en el primer buzón que halle, y así continuaré haciéndolo mañana y todos los días. Mandad copia a mis hermanas. Os saludo afectuosamente.

Dentro de diez y siete días llegaremos a Mukden, según creo; los trenes militares tardan un mes.

Jaime

Dejemos descansar a Don Jaime, y paremos cuentas en el principal problema del ejército ruso en esta guerra: la logística. Dependía totalmente del Transiberiano para llevar soldados y vituallas al Extremo Oriente, y el Transiberiano, incluso yendo a tope (como haría para llevar a los oficiales), tardaba diecisiete días en llegar a Manchuria, y lo normal era un mes (y ya sería más, ya). Los japoneses habían atacado sin declaración de guerra previa, y los rusos, a pesar de que la tensión con Japón había ido en aumento, tenían relativamente pocas tropas en la zona, mientras que los japoneses estaban al lado mismo del teatro de las operaciones. Lo mismo ocurría con la flota: los rusos tenían tres flotas, que juntas eran muy superiores a la japonesa, pero la japonesa era, como se demostró en Port Artur y Tsushima, claramente superior a cualquiera de las tres flotas rusas (Pacífico, Báltico y Mar Negro) por separado.

Y, además, la población rusa estaba un tanto ajena a la guerra, pero eso lo veremos en la próxima entrada, en que nos saltaremos varias cartas y apareceremos directamente en Irkutsk.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Blogueros muertos (III)

En una librería de viejo en Vich, hará de esto unos quince años, un mosén local descubrió un manuscrito que le llamó la atención. Se trataba de la transcripción que había hecho un jaimista catalán de algunas de las cartas que don Jaime había enviado a su familia durante su estancia en Rusia y en las que narra lo que le sucede desde abril, en que sube al Transiberiano para incorporarse a su unidad, hasta entrado junio, en que participa en primera línea en la batalla de Vafangou. Se sabe que don Jaime se quedó en Manchuria hasta final de 1904, justo antes de la caída de Port Artur, y que escribió muchas cartas más, pero el jaimista que las transcribía, o bien no dispuso de ellas, o bien le pareció que con llegar hasta junio ya estaba bien. El mosén, pues, adquirió el cuaderno, y le hizo llegar unas fotocopias a un conocido suyo que a la sazón estaba en Rusia. A éste le parecieron interesantes, y le pasó unas fotocopias de las fotocopias a una amiga suya, que también lo es mía. Con el tiempo, aparecí por Rusia yo mismo, y en no sé que conversación mi amiga citó las fotocopias, con lo que se me hicieron los ojos chiribitas y me faltó tiempo para pedírselas prestadas y para hacer fotocopias de las fotocopias de las fotocopias. Y ésos son los papeles que contienen la, digamos, bitácora de don Jaime, fragmentaria, pero igualmente muy interesante. El biógrafo "oficial" de don Jaime se llamaba Francisco Melgar, que escribió un libro sobre su vida publicado en 1932, un año después de que don Jaime falleciera en su piso de París. El señor Melgar copia literalmente en su biografía párrafos enteros de las cartas de don Jaime, aunque al menos tiene la decencia de ponerles comillas, pero omite muchísimas cosas que aparecen en las cartas y que son observaciones sobre Rusia. A Melgar, biógrafo, no le interesaron, pero a los españoles que vivimos por aquí sí nos deberían interesar. Lo primero que me llamó la atención al leerlas es lo bien que escribe español el condenado de don Jaime. Y es que don Jaime pisó España poquísimo a lo largo de su vida, aunque siempre tuvo contacto con españoles. Nació en Suiza en 1870, estuvo en España con su padre, en la corte de Estella, entre 1873 y 1875, y ése es el período más seguido que vivió en nuestro país, porque ya antes del fin de la guerra carlista salió con su madre a Burdeos y ya sólo volvió a España en viajes breves de incógnito, que le debían gustar mucho, burlando a la policía española. Es sabido que su padre pronunciaba el español más regular que bien; que su madre era italiana, aunque de origen español e infanta española, y parece claro que don Jaime hablaba perfectamente el francés, el italiano, y yo estoy por pensar que también el alemán, además del ruso que aprendió "haciendo la mili". Pues el español lo borda, aunque con algún galicismo, sobre todo en los nombres geográficos o de personas, cosa que no se le puede reprochar mucho. Pues nada, a partir de la próxima entrada vamos a seguir algunos trozos de la campaña a través de la visión de un capitán de dragones que se incorporaba al Estado Mayor del general Kuropatkin, que era el amo del cotarro de las fuerzas rusas en Manchuria.

lunes, 11 de agosto de 2008

Blogueros muertos (II)

Y aquí tenemos al segundo bloguero, con el uniforme de húsar del Zar. Aunque menos conocido que Juan Valera, lo cierto es que tenía un rango infinitamente superior, ya que se trata nada menos que del entonces Príncipe de Asturias, Jaime de Borbón y Borbón-Parma.

Como vimos en la penútima entrada, Alejandro II finalmente reconoció al gobierno de doña Isabel, pero eso no significó que rompiese amarras totalmente con su postura anterior. Don Jaime de Borbón, que era bisnieto de Carlos V, tenía en 1896 veintiséis años y unas notazas de fábula en las academias militares por las que había pasado, así que había llegado el momento en emplearlo en algo de provecho, y no era fácil encontrar un ejército europeo que se dispusiera a acogerlo y arriesgarse a enemistarse con Madrid. Pero ya entonces, como ahora, Rusia pasaba ampliamente del qué dirán y esas cosas y hacía más o menos lo que le daba la gana, así que don Jaime pudo ir a incorporarse al ejército imperial.

En el ejército imperial estuvo hasta 1909, en el curso de cuyos años participó en la expedición contra los bóxers de 1900, en particular en la batalla de Tiamkin, y más adelante en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, hasta que obtuvo licencia para volver a Europa tras la batalla de Liau-Yang.

En 1909 murió su padre y le correspondieron a él los derechos sucesorios a la Corona y la jefatura del partido. Y claro, cuando tus partidarios te llaman Su Majestad Católica Jaime III y aspiran a llevarte a la Corte de Madrid, resulta un poco incongruente pertenecer al ejército de una potencia extranjera, por muy potente que sea la potencia, y tener que recibir órdenes de cualquier oficial de rango superior, así que don Jaime salió del ejército ruso, pero siempre le guardó gran simpatía, hasta el punto de que, por si acaso, al comenzar la Primera Guerra Mundial, que le pilló a don Jaime en un castillo que poseía en Austria, el gobierno austrohúngaro dijo que tú no te mueves de ahí y lo encerró en su propio castillo hasta que acabó la guerra.

Don Jaime escribió muchas cartas durante su periplo por tierras rusas. En las próximas entradas veremos alguna de ellas.

viernes, 8 de agosto de 2008

Introducción a la guerra ruso-japonesa

Como veis, en estos días estivales (de hecho, estoy de vacaciones en el feroz "country" hispánico), me estoy dedicando al repaso de la historia, que, no sé si os habéis dado cuenta, me gusta bastante. También habéis visto que la anterior entrada se titulaba "Blogueros muertos(I)", por lo que seguro que habéis deducido que es el comienzo de una serie que debería seguir, por lo menos, con "Blogueros muertos(II)".

Y así es. Pero resulta que, antes de presentaros al segundo bloguero muerto, cuya bitácora es mucho menos conocida que la de Juan Valera, toca hablar un poco sobre los follones que precedieron a la guerra ruso-japonesa (1904-1905); porque las cosas, ya puestos, hay que hacerlas bien, y nuestro segundo bloguero muerto, precisamente, escribió su blog, o al menos el fragmento de él que ha llegado hasta mí, en su condición de militar del ejército imperial ruso al servicio de Nicolás II. Y para estar bien documentados sobre dónde pasan las cosas, ahí está el mapa que adjunto. Sí, ya sé que el mapa está en alemán; el día que vea una publicación española, o de donde sea, haciendo mapas históricos tan buenos como ése, ya la copiaré. De momento, nos tendremos que conformar con ésta. Para verlo bien, ya sabéis, pinchad sobre el mapa.

¿Por qué comenzó la guerra ruso-japonesa? Básicamente, porque casi todos los rusos de principios del siglo pasado creían que podían hacer de su capa un sayo con esos atrasados pueblos orientales y el sayo que quisieron hacer consistió en conseguir puertos lo más al sur posible. Porque a los rusos les da igual pasar frío, pero la física es tozuda y el agua se congela a los cero grados, lo que equivale a que tienes que cerrar el puerto. La verdad es que Rusia ya tenía desde más o menos 1860 un puerto, igual que lo tiene hoy, listo para ser utilizado casi todo el año, cual era el puerto de Vladivostok, pero podía llegar a helarse y no era totalmente seguro.

En fin, que los rusos llegaron a los chinos y les expusieron esta necesidad; hoy, los chinos saben latín, pero entonces era otra cosa, y seguramente es de entonces de donde viene la expresión "engañar a alguien como a un chino". El caso es que Rusia se quedó con un puerto fenomenal, Port Artur; se quedó también con la concesión del ferrocarril que lo conectaba con el Transiberiano y con el resto de Rusia, a través de Harbín, que se convirtió en una ciudad casi totalmente rusa. Es más, como había que proteger el tren, Rusia introdujo tropas en Manchuria. Y todavía más: después de la rebelión de los boxers en China, ya directamente ocupó Manchuria por las buenas.

Vamos, a mí me parece un ejemplo de libro de dar a alguien la mano y que se tome todo el brazo.

A Japón esto le mosqueó lo suyo, en una versión paralela de "Asia para los asiáticos", y exigió a Rusia que reconociese sus derechos sobre Corea. Rusia debió pensar que a estos japoneses se los merendaba con patatas y dijo que ni flores. Japón dijo que por ahí y, un buen día y sin avisar, se puso a bombardear Port Artur. Y así se llegó a las manos.

De pasada, conviene ver los puntos del mapa de Rusia de la imagen, que por cierto tiene una pequeña inexactitud. Si veis la línea del Transiberiano, parecerá que está completa, pero no es así, porque en 1904 todavía no estaba terminado el rodeo del lago Baikal, lo cual, a los efectos de la logística militar, debía ser tremendamente molesto.

Luego están los puntitos naranja, que son los de los lugares donde hubo desórdenes y huelgas en los meses posteriores a la guerra. Y la zona con rayas oblicuas, que es donde hubo revueltas campesinas. Sí, el imperio estaba pasando un período delicado.

Ahora ya estamos a punto para conocer a nuestro segundo bloguero muerto. Pero vamos a dejarlo para la próxima entrada.