viernes, 20 de julio de 2012

Plazas de aparcamiento

- Si el jefe de la brigada dice que aquí tenemos que poner una raya para que los coches puedan aparcar, tenemos que ponerla, Ahmed.

- Pero, Mahomet...

- No discutas.


- ¿Dónde tenemos que seguir pintando, Mahomet?

- El plano dice que ahí van a poder aparcar los coches.

- ¿Ahí?

- No discutas.



- Con lo bien que estaba yo en Tayikistán sin pintar cosas raras en el suelo.

miércoles, 18 de julio de 2012

Pskov (y VII): Cruzando la frontera

A las once de la mañana del 16 de agosto, Austin y yo, con barba de cuatro días, sin ducharnos desde que dejamos Moscú y con aspecto patibulario, caminábamos en dirección a la frontera con Estonia. En el autobús que nos llevó a Pechóry nos habían revisado los pasaportes, a pesar de mis protestas, "porque nos dirigíamos a zona fronteriza", así que parecía que las cosas estaban calentitas por allí. A los pocos metros, las casas de Pechóry comenzaron a espaciarse, y ya nos empezamos a encontrar entre alguna granja e instalaciones militares construidas tal vez no hace mucho.

- Ya llevamos un buen rato andando. Si es cierto lo del kilómetro y medio, deberíamos estar a punto de llegar.

- Hombre, supongo que en cualquier momento nos apuntaran y nos darán el alto.

- No deben estar acostumbrados a que pasen la frontera peatones.

Al subir una cuestecilla, vimos la frontera, con los puestos fronterizos enfrentados y las banderas rusa y estonia sobre cada uno de ellos. Nos acercamos a la barrera, le enseñamos los pasaportes al agente ruso, que nos saludo como si nos conociera de toda la vida, nos dio un papel con un sello y dijo:

- Saben como seguir, ¿no? Vayan a aquella edificación amarilla.

Nos fuimos allí, y había un par de coches esperando al control aduanero, que tal era el caseto de marras. Al ver que éramos peatones, se quedaron un poco confusos, pero nos colaron. Les dijimos que llevábamos ocho y diez dólares respectivamente, y que creíamos que no merecía la pena declarar. La funcionaria de aduanas dijo que bueno y nos dejó pasar al siguiente control. Nos colamos a otro par de coches que estaban en el control de pasaporte (esta vez era el control de pasaportes, sí). La chica del control se quedó un poco confusa, nos miró los pasaportes, miró un par de libros que tenía delante, nos puso unos sellos (con un cochecito dibujado: no tenían nada especial para peatones), y nos los devolvió.

- Saben cómo seguir, ¿no? Caminen hasta ese puente, donde está el caseto, den al guardia el papelito con el sello que les dieron en el primer caseto, y ya está. Al otro lado del río esta Estonia.

Pasamos muy contentos, le dimos al guardia el papelito, le dijimos "hasta dentro de un rato", y nos dispusimos a cumplir las formalidades de entrada en Estonia. Fuimos hacia el puesto aduanero.

¡Qué diferencia! Un sitio limpísimo, con todo indicado en inglés, estonio y ruso, váteres limpios, un puesto de cambio, donde hasta aceptaban tarjetas y... un sólo control, además en un lugar cubierto, a diferencia de los rusos. La señora bigotuda del control vio que le metían bajo las narices dos pasaportes de un país y de un color raro, que no había visto nunca, pero ni se inmutó. Consultó los libros, vio que los españoles ya no necesitan visado, puso el sello y nos dejó pasar. Cuando ya parecía que estaba todo hecho, se acercó un aduanero:

- Ein Moment! -era un tío gordo con bigote y sonriente.

- Wir haben nur etwas zum Essen. Nichts anderes! - y le enseñé nuestra bolsa del Corte Inglés que teníamos, donde había una tableta de chocolate, unas galletas y algo de longaniza de pascua celosamente guardada desde España. El guarda, que en realidad no tenía prácticamente ni idea de alemán, dio un par de carcajadas sonoras y nos dejó pasar.

Y ya estábamos en Estonia, ¡por fin! ¡Sí que se podía! Nada más cruzar la frontera había una aldea, un par de bosques, una parada de autobús y un pequeño café abierto todo el día. Claro, no teníamos ni una corona, así que no podíamos comprar nada. Nos dimos un paseo por allí, sacamos unas fotos, nos reímos un rato y comimos lo que teníamos en la bolsa.

- ¿Qué? ¿Volvemos a Rusia?

- Sí, que vamos a perder el tren.

Anduvimos en dirección contraria, y salir de Estonia no fue difícil. Un solo control, y fuera. Cruzamos el río por el puente, y pasamos los ¡cinco controles! que había que pasar para entrar en Rusia:

1. En el primer caseto, te dan el papelito con el sello.

2. Lo segundo es el control de pasaportes. La señora se quedó muy sorprendida al vernos otra vez por allí. "¿Es que nos les dejaron entrar en Estonia?" (Chto, ne pustili v Estoniyu?) "Es que nos gusta más su país" (Nam bol'she nravitsya u vas).

3. Luego sigue el control de inmigración. Yo creía que nos iban a preguntar cosas de vacunas y seguros médicos, pero se limitaron a apuntar nuestros nombres en un libro. La señora era muy amable, nos preguntó a dónde íbamos, y le contamos que al día siguiente teníamos que estar en Moscú trabajando.

4. Luego sigue el control de aduanas. El funcionario estuvo de acuerdo en que por ocho y diez dólares, respectivamente, no merecía la pena hacer declaración. Volvimos a colarnos a todos los coches.

5. Finalmente, devuelves el papelito con el sello en el último caseto y ¡ya estás en Rusia otra vez!

Y así fue. Nos reímos un rato, y luego ya el viaje se ciñó estrictamente a lo previsto en el horario del día anterior, que resultó estar bastante ajustado a la realidad. Tomamos el tren por los pelos después de unos momentos de nervios, llegamos a Pskov, fuimos al café de internet, donde envíamos un correo a los colegas de Moscú, que estaban trabajando ese día, comimos a las cuatro y media en el "Chas Pik" y ya nos retiramos a la estación y a Moscú. Y hasta el próximo viaje.

* * *

Diablos. Ésa fue la última vez que entré en Estonia, en agosto de 1999, y vaya forma de entrar. Las anteriores habían sido en los aún más lejanos 1994 y 1995 y corresponden prácticamente a mi prehistoria personal.

Mmmm... Estonia... Quizá vaya siendo hora de echar un vistacillo de nuevo por allí.

lunes, 16 de julio de 2012

Batallas y sarracenos

Hoy es un día importante, y por eso toca interrumpir brevemente, y sólo por esta vez, la serie sobre el pretérito viaje a Pskov. De hecho, si lo que pasó en España, hace hoy exactamente ochocientos años, hubiera pasado en Rusia, donde son tan amigos de los aniversarios históricos, seguramente sería día festivo y habría conmemoraciones sin número. Como pasó en España, y en verano, apenas nadie se ha enterado de que es el octavo centenario de la batalla de las Navas de Tolosa, en que una coalición de reinos cristianos, con tres reyes a la cabeza, derrotó completamente a un ejército musulmán numéricamente bastante superior, que ya no volvió a levantar cabeza. Después, y hasta 1492, es verdad que tardaron 280 años en echarlos del todo de España, pero el peligro había pasado. Lo único que pasa es que en estos tiempos de buenrollismo y fraternidad queda muy políticamente incorrecto recordarlo.

El equivalente ruso es la batalla de Kulikovo, el 8 de septiembre de 1380. No es un equivalente exacto, porque en el caso español, antes de las Navas de Tolosa, los ejércitos cristianos ya habían ganado sus batallas a los moros, mientras que, en el caso ruso, hasta entonces lo más que habían llegado los rusos era a empatar, y gracias, mientras que la de Kulikovo fue la primera gran victoria. Además, en España los sarracenos ya no levantaron cabeza, mientras que en Rusia los tártaro-mongoles siguieron teniendo peligro y no fueron eliminados del todo hasta bien entrado el siglo XVIII.

Sin embargo, e incluso en el período soviético, que pocas simpatías podía tener por una victoria cristiana, de alguna manera se celebró el sexto centenario de la batalla de Kulikovo, como ya vimos una vez. En España no somos así, es posible que poquísima gente pueda decir el año exacto de la batalla, que en tiempos de mis padres era de memorización obligatoria; en los míos era de memorización optativa (y si la memorizabas eran un maldito empollón) y en los de mis hijos, y al paso que vamos, va a ser de memorización prohibida, so pena de suspender.

Con esto, y esperando que a mis tataranietos, de haberlo, al menos les hagan saber que una vez hubo musulmanes en suelo español y que costó Dios y ayuda sacarlos, volvemos al final del viaje a Pskov. Pero eso será en la próxima entrada.

viernes, 13 de julio de 2012

Pskov (VI). Turismo histórico.

En Pskov, ya casi no recuerdo dónde nos habíamos quedado ¡Ah, sí! En el momento en el que entrábamos en el monasterio en Pechóry. Finalmente Kolya apenas habló con una pareja que venía con nosotros, pero éstos se cortaron y no le dijeron nada al pobre Kolya (qué gente, estos turistas). Pero el hombre se ve que nunca se enfada, porque se quedó con una sonrisa de oreja a oreja.

El monasterio está muy bien. Su origen viene de bastante lejos. En el siglo XII los rusos fundaron una fortaleza a unos 150 kilómetros de allí y la llamaron Yúryev, pero luego la conquistaron los caballeros teutónicos y le cambiaron el nombre, para nombrarla Derpt. Luego se llamaría Dorpat y actualmente se llama Tartu y es la segunda ciudad de Estonia (pero, como sabemos, visitarla desde Pskov es dificílismo). El caso es que, cuando los alemanes conquistaron la ciudad, expulsaron de allí al obispo ortodoxo que había habido bajo el dominio ruso. Éste se desplazó hacia el sur y quiso fundar un monasterio, pero el obispo de Pskov no le apoyó. Sí lo hizo el obispo de Nóvgorod, y así pudo fundar el monasterio de Pechóry, mucho más modesto entonces que ahora.

Algunos años después, a mediados del siglo XVI, se desató la guerra nórdica, entre los rusos y la orden livona, sucesora de la orden teutónica. El monasterio estaba situado en un enclave muy importante, así que el zar ruso Iván el Terrible se fijó en él y comenzó a emplearlo como fortificación, y a meter dinero en él. (Eso de los monasterios-fortaleza es una tradición muy rusa que ya hemos visto en otras ocasiones, incluso dentro de Moscú)

La guerra nórdica terminó en empate, pero no la siguiente, a principios del siglo XVIII. Pedro el Grande derrotó a los suecos, que habían sustituido a la disuelta orden livona en el dominio de las orillas del Báltico, y Pechóry dejó de ser ciudad fronteriza, porque Rusia se anexionó lo que hoy es Estonia y el norte de Letonia. El resto de las hoy independientes repúblicas bálticas le llego con los repartos de Polonia, a finales del siglo XVIII.

A principios del siglo XX, a Pechóry le tocó la lotería. Estonia proclamó su independencia en 1918, y en 1920 firmó el Tratado de paz de Tartu con la República Soviética Rusa (la URSS no se fundó hasta 1923), por el cual quedó en territorio estonio. De esta forma, se libró de toda la persecución religiosa de los bolcheviques, porque no fue territorio soviético hasta 1940, cuando la persecución se había relajado algo. De esta forma, Pechóry fue el único monasterio ortodoxo ruso que nunca se cerró. Es más, de él han salido dos patriarcas ortodoxos de los cinco que ha habido en este siglo (el XX, que es cuando se escribieron estas líneas), el primero, Tijón, y el patriarca Pimén.

Estuvimos viendo las iglesias, el toque de campanas, precioso, pero no pudimos entrar a las catacumbas, porque había demasiada cola. A eso de la una debíamos salir, y Austin, para emplear la media hora que nos quedaba libre, decidió irse a dormir al autobús (está visto que trasnochar mucho deja secuelas). Yo no.

No, no. Yo me fui a preguntar dónde estaba la frontera con Estonia. Me fui hacia el centro del pueblo, pregunte por aquí y por allá y me enseñaron el camino ¿Y cuánto habrá? "Kilómetro y medio. No llegará a los dos". Yo me recelaba que no fuera un kilómetro y medio de los míos, de cuando era monitor de acampadas y cuando hacíamos marchas, y los chavales me preguntaban cuánto quedaba, que siempre les contestaba que quedaba kilómetros y medio, aunque quedaran ocho o nueve. Aun así, tome nota.

Cuando me acerqué al autobús, pensaba en entrar en un museo de historia de la ciudad para verlo rápidamente, y entonces vi a Kolya. Iba con dos mujeres y nos niños de nuestro grupo y les estaba llevando precisamente hacia el museo que yo quería visitar, mientras les preguntaba "¿Soy bueno?" Naturalmente, las mujeres le respondían que sí. Kolya subió con nosotros al primer piso del museo, nos enseñó algunas cosas, y luego ya se bajó, supongo que a encontrarse con más turistas. Los ortodoxos piensan que las personas como Kolya son elegidos de Dios. Podría ser.

En el museo descubrí un grupo étnico que no conocía, los setu, que actualmente son unos 7.000 y pueblan la zona fronteriza de Estonia y Rusia. Son de lengua estonia, con alguna variante, pero de religión ortodoxa y, en general, son una mezcla de ambos. Supongo que la frontera no les beneficia. Algún día, tal vez, veamos un grupo separatista por la independencia de Setumaa, que es como se llama la región en su lengua.

El resto ya fue fácil. Volvimos a Pskov, y luego teníamos un paseo por la ciudad, también con guía. Austin, que recordemos que había quedado a las seis con su chica, decidió quedarse a dormir (luego más le valía estar despierto, claro), y la mayoría del grupo prefirió prescindir del paseo, al que fuimos, finalmente, sólo cinco personas. Mejor, porque así fue mucho más personalizado e interesante. Estuvimos por la zona de la muralla defensiva, y luego entramos en el Kremlin, después de pasar por casas de comerciantes. Una era curiosísima, la del hombre más rico de Pskov, con 105 ventanas pequeñas y ninguna puerta, para evitar la entrada de ladrones. Se entraba por un dispositivo especial y, cuando Iván el Terrible visitó Pskov para exigir impuestos y financiar su guerra, el comerciante decidió esconderse dentro y no salió hasta que el zar se hubo ido. Ahora la casa alberga un museo. Le podemos dar ideas a Botín, aunque no sé si éste teme mucho a los ladrones o si es uno de ellos.

Acabado el paseo, decidí irme por mi cuenta a ver el monasterio Snegogorsky, y esta vez, con las indicaciones de la guía, sí que lo encontré. Es un monasterio de monjas, reabierto no hace mucho, y situado justo junto a la orilla del río Velikaya, pero ya bastante lejos del centro de Pskov. Un lugar tranquilo, donde descansé un rato, que buena falta me hacía con el tute que llevaba.

Cuando regresé al hotel, después de consultar horarios de autobuses y trenes, Austin ya se había ido. Yo me puse a remolonear un poco y, en particular, me puse a escribir un plan muy detallado para el día siguiente, para dejárselo a Austin sobre la almohada, por si llegaba tan tarde que yo ya me había acostado.

07.15 - Levantarse.

08.05 - Salida del hotel.

08.30 - Llegada a la Estación de autobuses (autobús 1)

09.05 - Salida del autobús a Pechóry.

10.45 - Llegada a Pechóry. Andamos hasta la frontera (1,5 km)

11.30 - En frontera. Pasamos a Estonia. Trámites.

11.40 - 12.30 - En ESTONIA.

12.30 - Vuelta a Rusia. Salimos pitando hacia el tren.

13.35 - Estación de Pechóry. Tren a Pskov.

14.45 - Llegada a Pskov. Salimos hacia el café de internet para mandar correos a los colegas y fardar de haber llegado a Estonia (autobús 2 ó 17) (¿Veis? Lo de fanfarrón no es nuevo)

17.00 - Recogemos los trastos en el hotel.

18.00 - Nos hacemos una foto junto a la discoteca de las columnas.

19.05 - Salida del tren a Moscú.

¡Ambiciosos proyectos! Yo, de momento, me conforme con algo más sencillo y, después de cenar en el propio hotel, decidí dar un paseo por la orilla del río, y me lo pasé en grande. Parecía estar en otro siglo, con las cúpulas de las iglesias recortándose sobre el cielo del color que más me gusta a mí. Todos los edificios modernos están abandonados (Pskov pierde población cada año), y sólo el kremlin se reflejaba sobre el río. Algo fantástico. Parecía que, en cualquier momento, a la vuelta de cualquier recodo, fueran a aparecer las huestes de Alejandro Nevsky o una mesnada de caballeros teutónicos intentando por enésima vez apoderarse de Pskov. Sin embargo, lo único que aparecían, y no en gran número, eran grupillos de jovenzuelos borrachos que apuraban el fin de semana y que, la verdad sea dicha, desentonaban mucho con el entorno.

Austin y yo llegamos al hotel prácticamente al mismo tiempo. Él también había dado un paseo por la ciudad, pero en compañía, y no dudo que tuvo oportunidad de practicar su ruso. Se rio mucho cuando vio el programa del día siguiente, y decidimos cumplirlo, si los guardias fronterizos no tenían nada en contra.

Lo dejo por hoy, y ya sólo con una pregunta: ¿Conseguiríamos ejecutar el plan, y pasar a Estonia? Porque, si nos descuidábamos y comenzábamos a hacer el tonto, lo que íbamos a conseguir era perder el tren de Moscú, que tan sobrados de tiempo no íbamos.

miércoles, 11 de julio de 2012

Pskov (V). Qué buenos son, que nos llevan de excursión.

No sé muy bien cuándo llegó Austin a la habitación, ni él tampoco lo sabe, puesto que no llevaba reloj, pero, a juzgar por la actitud soñolienta que mantuvo durante todo el día, no debió de ser mucho antes de las siete y media, hora en la que yo había puesto el despertador. La discoteca había cerrado a eso de la una, pero la hermana de su chica conocía otros sitios, así que estuvieron danzando por la ciudad y luego las acompañó a casa. Con la chica había quedado a las seis de la tarde. Y parecía tonto, el chico.

Se levantó, de todas formas, y nos fuimos a desayunar y luego a la excursión. el grupo de la excursión, básicamente, era de San Petersburgo, en un autobús impecable. Para completar plazas, había puesto a la venta las sobrantes, y ahí fue donde entramos nosotros dos, y algún turista ruso que también venía de Moscú. Salimos sin novedad, y llegamos a Izborsk.

Hubo un tiempo en que Izborsk (Stary Izborsk, porque también existe Novy Izborsk y hasta un sovjós "Krasny Izborsk") fue tan importante como Pskov, pero ahora se ha quedado en una pequeña aldea. Su fundación, o su primera mención, data de 862, con lo que es una de las ocho primeras ciudades de Rusia. Los eslavos orientales llamaron a gobernarles a tres hermanos, príncipes varegos, encabezados por el famoso Rurik. Uno de sus hermanos, Trubor, fue a gobernar a Izborsk, donde murió en 864.

Lo primero que vimos fue la tumba de Trubor, en el cementerio del pueblo, con una enorme cruz, la mayor del territorio. Es típico de la zona de Pskov la presencia de cruces de piedra, y la de mayor tamaño es precisamente la de la tumba de Trubor. Algo falla, sin embargo, porque Rusia no fue convertida al cristianismo hasta finales del siglo X, con lo que Trubor, obviamente, era pagano.

Junto al cementerio estaba la fortaleza donde gobernó, de un tamaño de aproximadamente una hectárea. No queda nada, porque las fortalezas de entonces eran de madera, pero la situación natural del sitio es muy favorable, y la guía nos lo estuvo explicando.

De ahí pasamos a las llamadas "fuentes eslavas", una seríe de hilos de agua que surgen de la montaña. Según la leyenda, si bebes de un chorro, rejuveneces; pero si te equivocas y bebes de otros, envejeces. Yo bebí de varios, pero ninguno debía de tener ninguno de esos efectos, porque no he notado ninguna diferencia apreciable. Al menos, de momento.

La fortaleza de Trubor, con el tiempo, se reveló insuficiente para albergar a los campesinos de los alrededores, que se refugiaban dentro de ella cuando atacaba el enemigo, generalmente los caballeros teutónicos o livones, desde su cercana población de Neuhausen. Por eso, en 1300, la fortaleza se trasladó a un nuevo lugar, situado a apenas dos verstas del primero y que ofrecía una protección fantástica. Esta fortaleza, a la que fuimos a continuación, ya se parece mucho a los castillos medievales españoles, de los que, al fin y al cabo, es su contemporáneo. Estuvimos paseando por dentro, y contemplando las trampas, las poternas para llegar hasta las fuentes, los sistemas defensivos de las torres... Todo muy bonito. Y, como el tiempo acompañaba, pues miel sobre hojuelas.

De ahí fuimos a Pechóry, al monasterio que tanto nos había recomendado el Santo. La guía, mientras Austin dormía, tomó la palabra:

- Pechóry está a sólo kilómetro y medio de la frontera con Estonia.

"¡Anda! ¡Habría que preguntar si se podrá pasar!", pensé.

- Por cierto, cuando nos acerquemos al monasterio, recuerden que deben las mujeres ponerse alguna tela sobre las piernas, porque no se puede entrar con pantalones, ni con la cabeza descubierta. El monasterio tiene normas muy estrictas. Además, cuando nos acerquemos seguramente saldrá a recibirnos Kolya. Kolya es un señor que, en realidad, nació en el 52, pero tiene la mentalidad de un chiquillo de cuatro o cinco años. Se acercará, y dirá: "Soy Kolya". No es peligroso. Ustedes simplemente respondan cómo se llaman. Entonces preguntará: "¿Les gusta esto?" Ustedes respondan que sí, que les gusta mucho. A lo mejor les pide unos kopeks, y les regala unas tarjetas. Acéptenlas. Los kópeks los emplea en comprar otras tarjetas para dar a otros turistas que vayan viniendo. Tal vez les pregunte: "¿Soy bueno?". digan: "Sí, Kolya, era muy bueno." ¡Ah! ¡Ahí está! Lleva un cubo amarillo, ¿lo ven? Y nos ha visto, seguro que ahora sale a recibirnos.

Y ya dejo por hoy el relato. Claro, con algunas preguntas pendientes:

1) ¿Kolya iba a perseguirnos por todo el monasterio?

2) ¿Conseguiría Austin despertarse antes de las seis, cuando había quedado con la chica?

3) Y del pase ¡a pie! de la frontera, ¿qué?

Las respuestas, en la próxima entrada.

lunes, 9 de julio de 2012

Pskov (IV). Ligando.

Continuando con nuestras aventuras por Pskov, nos habíamos quedado en el momento en que entrábamos en la discoteca con ánimo belicoso. La música no era ni fu ni fa, pero se podía bailar. No era fácil encontrar chicas suficientemente jovencitas para Austin, pero, después de esquivar a unas cuantas rusitas locuelas, encontramos a una modosita, del gusto de Austin, y nos pusimos a bailar al lado. La chica era bastante guapa, y yo me ponía a animar a Austin para que la sacara a bailar.

- ¿Y no será menor de edad?

La miré un poco mejor, y bueno, podía ser, pero ¡cualquiera sabe! En todo caso, no llegó a plantearse la cuestión, porque, justo en cuanto sonaron las once, la chica tomó el bolsito del suelo y se fue. Jo. Ni Cenicienta.

Yo estaba muy bien haciendo el cabra. Eso de no tener la presión de ligar es estupendo. Pero claro, tampoco era cuestión de dejar a Austin sin objetivos, así que revoloteamos un poco más por allí y yo detecté otra chica de aspecto adecuado.

- ¡Ésa! ¡A mis nueve, a dos metros! -le dije a Austin.

Entonces el pinchadiscos puso una lenta, y... desastre, la cogió otro tío que estaba más cerca ¡Qué mala suerte! Incluso pienso que la chica hubiera salido mejor parada con Austin, que no la h ubiera zarandeado tanto como el que la pilló.

Hala, otra vez a empezar. Pues no quedaban tantos sitios por registrar en la discoteca. Nos pusimos casi donde al principio, y encontré otra del gusto de Austin, y ya nos pusimos a bailar cerca. La música volvía a ser movidilla, con lo que aún no había posibilidades. El pinchadiscos, con otro colega, y una chica en plan vestido de cuero, se pusieron a actuar, y no lo hacían nada mal. Le dedicaron la canción a uno de los presentes, un soldado que había sido destinado a Daguestán y tenía que partir hacia allá dentro de poco ¡Je! ¡Pobre chaval!

Tres o cuatro canciones después, el pinchadiscos volvió a su sitio y empezó a sonar otra lenta. Ya eran las doce menos cuarto, así que era cuestión de decidirse, leches.

- Me tendré que decidir, si no, ya nos vamos al hotel.

- ¡Adelante, hombre! ¡Sácala!

Sí, porque dio la casualidad de que nadie sacó a la chica al comienzo de la canción, de forma que estaba sentada tranquilamente. Austin es más bien tímido, pero hombre, que estaba muy a tiro.

- Venga, la saco.

- ¡Bien!

Y sacó a la chica, y la chica aceptó, y bailaron esa canción y la siguiente, que además era de ritmo latino. Y, como ya eran las doce, y yo pretendía estar fresco al día siguiente, para la excursión a Izborsk y Pechóry, decidí retirarme. Me acerqué a Austin, que seguía bailando, y le dije:

- A por ella. No te quiero ver por el hotel antes de las tres.

Y me fui. En la salida aún encontré a la chiquilla tirando a su padre de la camiseta con ganas de irse a casa, y el padre con intención de quedarse algo más. No me quedé a comprobar cómo terminó la cosa. Me despedí de la bábushka con una respetuosa inclinación de cabeza, y hasta otra.

No me quedé a esperar a Austin, claro.

viernes, 6 de julio de 2012

Pskov (III). En la discobiblioteca.

Sigue el viaje a Pskov y, por primera vez en esta bitácora, vamos a presenciar una noche marchosa en Rusia. Ojo, que igual no vuelve a ocurrir.

Para nuestra sorpresa, aquello era un hervidero de gente. La babushka se quedaba con la jeta de todos, y a nosotros nos miró con algo de sospecha, hasta que nos reconoció y nos dejó pasar. Bien. Primera fase conseguida.

Aquello era increíble. Un gran salón, que entre semana debía ser una biblioteca, había sido transformado con un escenario y quitando todos los demás muebles ¡Y estaba prohibido fumar! En mi vida he estado en una discoteca con una atmósfera tan sana (Zapatero ha hecho algo por España, y que esta frase ya no tenga sentido). Es más, cuando fuimos al wáter (de pago, claro), había uno en la cola que hizo ademán de ir a fumar, y una babushka se acercó y le conminó a largarse a la calle.

El pinchadiscos era un cachondo, la gente era para todos los gustos y para casi todas las edades, y había tíos y tías de toda condición. Lo más divertido fue ver a una chiquilla de unos diez años, que iba con su padre, que andaría por la mitad de la treintena. Al principio estaba con él, luego con la babushka en la entrada, luego se aburrió y empezó a buscar a su padre para ir a casa, pero su padre parece que prefería quedarse, y al final se iba escondiendo de la hijilla. Por lo demás, todo típico de una discoteca rusa, tal vez con menos borrachos que en otros sitios, y con un montón de rusitas bailando todo lo sensual que saben. Y muchas rusotas de no menos de cuarenta, o más años, meneando el esqueleto. Sí, señor, así se divierte uno. E, insisto, nada de humos. Genial.

Y un lugar seguro como pocos. Intentó colarse un tiarrón de dos metros, pero no contaba con nuestra babushka, medio metro más baja que él, pero mucho más de armas tomar, que comenzó a darle puñetazos en el pecho (más arriba no llegaba), mientras le llamaba sinvergüenza y, en efecto, consiguió que se retirase. Qué tía. Es mucho más eficaz que los matones de las discotecas de Moscú.

Bueno, yo no, pero Austin tenía que ligar, aunque sólo fuera para demostrar a Astolfo (otro bicho con nombre supuesto, en este caso para que no se enteren las múltiples novias que se dejó por Rusia) que que se había equivocado de medio a medio al no venir, así que entramos decididos otra vez en la zona de baile dispuestos a hacernos los amos de la discoteca. Que se vea el poderío español, leches.

Y dejo unas cuantas preguntas:

1) ¿Realmente íbamos a conseguir ligar, con lo paradito que parece Austin a veces?

2) ¿Conseguiría la niñita encontrar a su papá y convencerlo de que ya era hora de ir a casa?

3) Eso de cruzar la frontera de Estonia a patita, ¿no será un pelín peligroso? ¿Íbamos de coña o qué?

4) ¿Conseguiríamos meternos en el cibercafé?

(la respuesta, en la próxima entrada)

miércoles, 4 de julio de 2012

Pskov (II)

Viajando a Pskov poco después de la crisis de 1998, y viendo que en Pskov también se tiran petardos y hay incendios de monumentos históricos. Menos mal que en Valencia los monumentos no son de madera.

Pasamos al otro lado del río para ver el monasterio de San Miguel, con frescos bizantinos del siglo XI. Precioso. Junto al mismo había una pequeña playa, así que aprovechamos para sacarnos unas fotos, y yo me quedé desnudo de cintura para arriba, como demostración de que no hacía tanto frío (¿Veis por qué esta bitácora se titula "El soldado fanfarrón"? Ya apuntaba maneras). Ya al fondo se veía el kremlin y la enorme catedral de la Trinidad, equivalente por su altura, dicen, a un edificio de 28 pisos. Realmente se veía desde todos los sitios.

Después de comer frugalmente en el "Chas Pik", un garito ni bueno ni malo (Entonces era muy generoso con los garitos: hoy lo llamaría "infumable", por lo menos), fuimos hacia el kremlin decididamente. Me encantó. Así como el kremlin de Moscú y los de otras ciudades rusas dan la impresión de ser de juguete, en el de Pskov había habido tortas, y se notaba, porque las fortificaciones estaban pensadísimas, con distintas líneas defensivas dentro y fuera, y un bastión alargado, que culminaba en una torre, justo junto a la confluencia de ambos ríos, y con apoyos en la otra orilla. Luego nos contaron que el sistema de fortificaciones de Pskov era de lo mejorcito de Europa por entonces, y no hay razones para creer lo contrario, y menos después de verlo.

Antaño, el kremlin estaba tan lleno de iglesias que no había forma de pasar entre ellas. Los ricos de la ciudad se peleaban por un trocito de terreno en el kremlin para edificar la suya, porque estaba bien visto. La parte administrativa de la ciudad estaba en otro lado, justo en la parte del kremlin que daba a la confluencia de los dos ríos. Allí se reunía la veche, la asamblea de la ciudad, que elegía a sus príncipes y los enviaba a la guerra. Pskov fue un estado independiente hasta 1510, cuando fue absorbida por Moscú.

* * *

En Pskov, después de comer, ya nos metimos en el kremlin, dimos una vuelta por allí, y nos metimos en la catedral de la Trinidad. La catedral es de 1699 y ya es de estilo más moscovita, con cúpula dorada. El estilo tradicional de Pskov no incluye cúpulas doradas, sino cúpulas cónicas de madera, también en forma de cebolla. Después de que Moscú se apoderara de Pskov, en 1510, Iván el Terrible ordenó que los trescientos ciudadanos más importantes de Pskov, que eran el núcleo de la asamblea de la ciudad, se trasladaran a Moscú sin derecho a retornar. Se establecieron en un pueblo que había donde ahora está el hotel Rossiya, cerca del kremlin, pero extramuros (Entretanto, el hotel Rossiya tampoco está allí... Ahora sólo hay un solar. Gracias, Stalin. Gracias, Putin). A cambio, envió a Pskov, también sin derecho de retorno, a trescientos comerciantes de Moscú, que se establecieron entre el cuarto y el quinto anillo. Efectivamente, allí las casas recuerdan a las de Moscú. Esto lo hizo para tratar de anular la personalidad de Pskov, por si acaso. Entonces fue cuando comenzó a construirse en Pskov con cúpulas doradas, como en el centro de Rusia, y de entonces viene la catedral de la Trinidad.

En sí, la catedral es preciosa. Es la más alta que he visto nunca, y tiene un iconostasio impecable y perfectamente conservado, a pesar de que nunca ha sido restaurado hasta ahora. Es tan alta, y debe ofrecer tan buena visión de los alrededores, que los alemanes la utilizaron como puesto de vigilancia durante la Segunda Guerra Mundial.

Ya no nos quedaba mucho por ver allí, y estábamos bastante cansados, así que nos retiramos al hotel a descansar algo, y luego aún tuvimos ganas para salir a visitar, primero un cibercafé (¡Existía! ¡Y estaba lleno!) y luego el monasterio femenino Snegogorsky, desde donde, según nuestro trípitico, Pushkin había "admirado el curso del río Velikaya" (Pushkin es ubicuo, ya se sabe). Sin embargo, nos equivocamos de sitio y, después de mucho trotar por dachas y huertas, terminamos en una iglesia equivocada, también a la orilla del río.

Según nuestro tríptico, el restaurante y la discoteca más cercanos al hotel estaban en un edificio de columnas tipo Partenon que se alzaba en la plaza de la Victoria y donde jamás diría que pudiera haber nada parecido. De hecho, al acercarnos resultó que era el Centro Cultural de la Ciudad. Pero nuestro tríptico no indicaba eso, y decidimos, al menos, entrar y preguntar. Detrás de la puerta había una babushka.

- Perdone, ¿aquí hay un restaurante?

- Bueno, tenemos un café, pero hoy es sábado, y la entrada son diez rublos.

Nos temíamos una stolovaya típica, pero bueno, tampoco es que diez rublos sean un dispendio excesivo.

- ¿Y la cocina es buena?

- Eso sí. Todos la alaban. La verdad es que yo nunca he entrado, pero todos dicen maravillas de ella. Claro que para nosotros es muy cara, pero para ustedes no es nada.

- ¿Cómo que no? Si para ustedes es cara, nosotros también somos personas, y también es caro. Pero, si dice que la cocina es buena, por esta vez probaremos.

Pagamos los diez rublos en la caja, la babushka nos dejó pasar y nos enseñó dónde estaba la puerta del café. Con nosotros entraron también cuatro chicas, que habían pagado a la vez.

Esperaba un café cutroso típicamente soviético, pero abrimos la puerta y pareció que estábamos en un garito de Londres. Todo nuevecito, música a tope, paredes pintadas de negro, luces de velas, ropa de cuero por todos los sitios y dificultades para distinguir la comida por la oscuridad. Con la boca abierta, fuimos avanzando hasta la barra, donde preguntamos a una mujer tan vestida de cuero que parecía que estuviera buscando a Jacques, pero que era la encargada, si no habría sitio para nosotros. Las chicas hicieron lo propio.

- Está todo lleno -dijo, y efectivamente así era.

- Pero hemos pagado para entrar ¿Ahora que hacemos?

- Pero si yo no tengo sitio. Supongo que les devolverán el dinero. En sábado esto siempre se llena.

- Entonces, ¿por qué venden entradas, si luego no nos pueden atender?

Salimos nosotros dos, las cuatro chicas y la encargada, y nos encaramos con la babushka. Pero las babushkas tienen solución para todo, ya lo creo. Resulta que la entrada no era para el café, sino para la discoteca que funcionaba allí los sábados, cosa que nunca hubiera imaginado uno al ver el edificio por fuera (y el aspecto del café tampoco, la verdad sea dicha). Negociamos, y nos dijo que nos dejaría entrar luego, cuando hubiéramos cenado, y a las chicas les dio la misma solución, pero ellas ya habían cenado, así que se quedaron.

Nosotros nos fuimos a cenar al hotel, sin saber muy bien qué pensar sobre el sitio donde íbamos a ir de marcha. El hotel tuvo el defecto de todos los sitios en sábado por la noche en Rusia: una banda nos dio la cena a guitarrazo limpio. Así y todo, la "myaso po-starorussky" estaba bastante buena.

Nos pusimos a hacer planes.

- Bueno, yo me quedaré muy poco tiempo en la discoteca, que mañana quiero estar fresco para la excursión -decía yo.

- Sí, sí, yo también. No me quedaré mucho -repetía Austin.

- Y pasado mañana, no sé qué podríamos hacer. A Tartu lo tenemos mal para ir.

- Podemos ir al lago que hay junto a la ciudad.

- O ir a un pueblo por ahí, o incluso pasar a Estonia andando.

- ¿Se podrá?

- No sé. Pechóry está muy cerca de la frontera. Podemos preguntar mañana. Tenemos los papeles, visado y pasaporte (Nos los habíamos traído, por si se podía pasar a Tartu). Lo que no sé es si estarán preparados para dejar pasar a alguien que vaya... andando.

- Yo quiero ver qué sello te ponen en el pasaporte. Cuando vas en avión, te ponen un avioncito, cuando vas en coche, supongo que será un coche, pero no me imagino qué te ponen cuando vas andando. (¡Qué monooooo!)

A todo esto, terminamos de cenar y ya nos dirigimos a la discoteca, o lo que fuera aquello.

(continuará con las aventuras discotequeras)

lunes, 2 de julio de 2012

Viajes del pasado. Pskov (I)

Antes de que esta bitácora echara a andar yo ya escribía, espero que peor que ahora. Eso sí, la variedad de mis escritos era bastante modesta y se reducía a crónicas de viajes y cartas a la novia (durante el escaso año que la tuve). Una de aquellas crónicas de viaje ha caído ahora en mis manos, y es divertido comprobar cómo han cambiado las cosas en este tiempo. Se trata del viaje a Pskov que hice en agosto de 1999 con un compañero, al que, por la constante política de anonimato de esta bitácora, llamaremos Austin. Y ahora me cedo la pluma a mí mismo, pero con trece años menos. Si eso no es rejuvenecer...

Fin de semana realmente cañero, con tres días duros como ya me hacía falta tener. Salimos Austin y yo el viernes por la noche hacia Pskov, una ciudad de la que no teníamos muchas referencias, y más después de habernos olvidado en casa las páginas del "Lonely Planet" que nos habíamos fotocopiado. Chungo.

Por razones de falta de espacio, y porque compramos los billetes a última hora, tuvimos que ir en SB (es decir, en primera clase), lo cual, a pesar de los 450 rublos (entonces, el euro apenas existía, pero digamos que un euro eran unos 25 rublos) que nos clavaron, vino a darle cierta comodidad al viaje. Nos iba a hacer falta.

Amanecimos en Pskov a eso de las ocho de la mañana, en un día lluvioso y plomizo, a pesar de mis constantes vaticinios de que el tiempo iba a ser maravilloso. Ante nosotros había un montón de planes, uno de los cuales consistía en ir a Tartu, en Estonia, y otro en ir a un monasterio que había cerca de la frontera con Estonia, según le había dicho el Santo a Austin, de forma no demasiado clara (el Santo era así de críptico a veces).

La plaza de la estación estaba bastante animada, para ser la hora que era. Lo primero era comprar un plano de la ciudad, pero en el único quiosco que parecía tener algo similar no encontré sino un folleto turístico de la región de Pskov, un mísero tríptico que luego, una vez abierto, vino a ser, lo que son las cosas, nuestro norte y guía durante todo el viaje. Fenomenal, el tríptico. Tenía todo lo destacable de la zona, incluidos mapas de Pskov y de las ciudades más visitables de la zona, en el equivalente a cuatro folios.

Y también tenía información sobre hoteles, cafeterías, discotecas, museos e iglesias, de las que en Pskov hay gran cantidad. Siguiendo la guía, y un poco al buen tuntún, decidimos dirigirnos al hotel más cercano al centro. Nos pusimos a andar y, como en Pskov todo está muy cerca (no tardamos en darnos cuenta) llegamos sin más novedad al hotel. La habitación doble nos costó, por los dos días, 210 rublos (1.400 pesetas, así a ojo), pero no era ninguna maravilla: No tenía ducha, no tenía agua caliente, el colchón chirriaba ruidosamente, la cama era enana y las sábanas tenían un aspecto tristísimo. Claro que, ¿qué queremos por 350 pesetas por persona y día? Hombre, pues una ducha hubiera venido bien.

El monasterio cerca de la frontera de que había hablado el Santo era el de Pechóry, según nuestro tríptico. En el hotel funcionaba una agencia de turismo (para ser exactos, una mesa desvencijada con una señora sentada tras ella), y así fue como conseguimos una excursión para el día siguiente, domingo, a Pechóry e Izborsk, otro de los sitios que merecía la pena ver. Lo que pretendíamos era intentar cubrir el día que nos faltaba pasando a Tartu, y así fuimos a la estación, pero la cosa no salió bien: había un tren, pero a las dos de la madrugada y dos días a la semana. Y había un autobús diario, pero no salía de Pskov, sino de Pechóry, y no nos supieron dar razón exacta de los horarios, así que decidimos aplazar el intento de pasar a Estonia... de momento. Comenzaba el momento de dar paseos por la ciudad.

* * *

En Pskov, nuestro paseo nos llevó desde la estación hacia el centro, siguiendo el río. Pskov, como todas las ciudades antiguas rusas, está estructurada en anillos. El Kremlin está situado en la confluencia de dos ríos, el Velikaya y el Psková, que forman un ángulo muy estrecho, de unos 30º. Los cuatro primeros anillos no son tales, porque son una ampliación de dicho ángulo. Sólo el quinto anillo, una preciosa fortificación de tierra y piedra, sobrepasa uno de los dos ríos, el Psková, y tiene, por tanto, la forma de un semicírculo cuya base fuera el río Velikaya, que queda extramuros. Sólo mucho más adelante comenzó la gente a vivir en la otra orilla del río Velikaya. En un principio, sólo había unos cuantos monasterios.

Nadie quería vivir fuera de las fortificaciones por temor a los caballeros de la Orden Teutónica (y de su sucesora la Orden Livona), que durante siglo y medio, ahí es nada, lanzaron ataques todos los años contra Pskov, devastando todo desde la fortaleza de Neuhausen, que sólo estaba a unos cuarenta kilómetros, muy cerca de la actual frontera con Estonia. Sin embargo, sólo una vez lograron conquistar Pskov, en 1240, cuando un traidor les franqueó una entrada al kremlin a cambio de un saco de oro. Dos años después los logró arrojar de allí Alexander Nevsky.

Pskov fue tomada sólo tres veces en toda su existencia (su primera mención data de 903), y las tres veces por alemanes: en 1240, en 1917 y en 1941. En esta tercera ocasión los nazis se debieron pasar muchísimo: cuando el ejército rojo recuperó la ciudad, en octubre de 1944, sólo quedaban 12 habitantes con vida. En los días siguientes, de sótanos y otros escondites, se consiguió sacar unos cien más. Por eso, todos los actuales habitantes de Pskov (unos 200.000 habitantes) son relativamente recién llegados.

El paseo nuestro, propiamente dicho, comenzó junto a la torre más exterior del muro (corresponde al quinto anillo). Entramos en la misma y vimos un monumento a los defensores de Pskov de 1581, cuando el rey polaco Stefan Bathory sometió a la ciudad a un asedio de seis meses, sin conseguir entrar. La torre era curiosa, porque no estaba tapada, a diferencia de todas las demás torres de Pskov, las cuales tienen un techo circular de madera.

Más tarde supe que el techo había existido hasta dos años antes. Un quinceañero, jugando con petardos, la había quemado. Recontra. Me resisto a creer que a la Orden Teutónica, o a Stefan Bathory, no se les hubiera ocurrido un recurso como ése.

En cuanto al chaval pirómano, no nos hablaron de él muy bien. No hay para tanto. En Valencia lo hubiéramos comprendido.

(continuará)