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viernes, 14 de marzo de 2025

Una breve ojeada al espacio postsoviético

Como sucede de vez en cuando, cada cierto, esta bitácora, que nació en Rusia, donde se escribió la mayoría de su contenido, echa una mirada a lo que sucede en el espacio postsoviético. No piso Rusia desde 2014, así que me guardaré muy mucho de considerarme experto en un país que cambia tanto en tan poco tiempo.

Ahora que el nuevo gobierno estadounidense retira su apoyo a Ucrania, todo indicaba que la posición ucraniana sería insostenible. Como ya indicó Putin en una entrevista que concedió hace unos meses, en cuanto se acabara la munición al ejército ucraniano, la guerra terminaría; si, además de la munición, se les acaba la información sobre movimientos de las tropas rusas que les proporcionaban los servicios de inteligencia estadounidenses, es de suponer que la guerra terminaría incluso antes.

Sin otros factores, el resultado iba a ser la desmembración de Ucrania, en la línea de frente actual o no muy lejos de ella, una clara ganancia de territorio muy valioso por parte de Rusia y la llegada de los estadounidenses a la zona en forma de concesiones de explotación de recursos naturales y de financiación de la reconstrucción. Con independencia del famoso episodio de diplomacia mejorable que se dio en la Casa Blanca, las cosas no iban a diferenciarse mucho de lo que pone en este párrafo, con el reforzamiento de los Estados Unidos y de Rusia y un ridículo espantoso por parte de los países de Europa Occidental.

La gran curiosidad que he tenido estos días era qué actitud iba a adoptar el Reino Unido ante semejante panorama. El Reino Unido, aunque ahora esté en horas bajas y lejos de los tiempos en que podía poco menos que dictar la política mundial, es una potencia notablemente consecuente en su política exterior, una de cuyas máximas consiste en oponerse a Rusia en todos los frentes, en especial en el frente mediterráneo: Rusia intenta todavía hoy, hasta ahora en vano, obtener una salida a un puerto mediterráneo y el Reino Unido, que sigue disponiendo en la actualidad de bases en Chipre y del peñón de Gibraltar y que hasta hace relativamente poco tenía Malta, hace todo lo posible por impedírselo. Eso puede explicar cosas como la guerra de Crimea del siglo XIX, entre otras muchas cosas como alianzas anglo-turcas que no tienen pies ni cabeza, excepto esa razón.

El Reino Unido también se ha opuesto históricamente a Rusia en otros frentes, como el caucasiano (y eso ya lo vimos aquí) y el de Asia Central. Los británicos ya han desaparecido de aquellos lugares, porque la descolonización es lo que tiene, pero siguen empeñados en cercenar cualquier avance ruso donde sea. Bien mirado, los británicos suelen dedicarse a molestar a todo el que pueda ser potencia, ahora y en el pasado, llámese España, Francia o Alemania, pero la palma se la lleva Rusia.

Recordemos que, al principio de la guerra, porque aquí a las cosas se las llama por su nombre y lo de "operación bélica especial" no cuela, cuando Ucrania y Rusia estuvieron cerca de llegar a un acuerdo en Turquía, el Reino Unido y Estados Unidos intervinieron para que tal cosa no sucediera, lo cual es uno de los motivos por los cuales la peña sigue en las trincheras pegando tiros. Los Estados Unidos, entretanto, han cambiado de casi todo, incluso de idioma oficial: han cambiado de presidente, de política arancelaria, de política exterior y esto sólo en mes y pico que el nuevo presidente lleva en el poder.

El Reino Unido, no.

El Reino Unido ha cambiado de muchísimas cosas también desde que empezó la jarana: ha cambiado de reina a rey, ha cambiado de primer ministro, pero de política exterior no ha cambiado ni tantico. Otra cosa no, pero del Reino Unido te puedes fiar, así que ahora tenemos a su primer ministro olvidándose de que han salido de la Unión Europea e intentando montar una operación que sostenga a Ucrania. Yo creo que al Reino Unido Ucrania no le importa lo más mínimo, porque el Reino Unido ha dado sobradas muestra en la historia remota y reciente de que sólo le importa su ombligo, pero, si así tiene a Rusia enfangada en el frente del Donbás algún tiempo suplementario, eso que gana.

Vamos a seguir lo que sucede con atención, mientras Putin considera interesante la propuesta de alto el fuego, pero negocia mejores condiciones. Entre Trump y Putin, supongo que vamos a vivir en una época de faroles mutuos, y ya digo que lo realmente interesante es la posición del Reino Unido, ese enemigo de todo el que destaque, porque ésos van a ser los que marquen el territorio donde se mueva todo. Y ésos no van normalmente de farol.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Rusia y sus guerras

¿Es posible la democracia en Rusia como se entiende en Occidente? A pesar de la tozudez de quienes se empeñan en que sí, me temo que la respuesta es que no y que la mayoría de los rusos son conscientes de eso y no les importa lo más mínimo.

Cuando uno conversa con un ruso culto, y una buena parte lo son, no faltan los que piensan que Rusia sólo funciona bien cuando les llevan bien rectos, sometidos a un tipo sanguinario a quien no se le puede discutir absolutamente nada. Si no hay una dictadura, pero una dictadura de verdad, no una chuminada como la de Franco u otras de ese jaez, los rusos se desmandan.

Para los rusos, hay tres tipos que lograron su objetivo de controlar Rusia y ser obedecidos por todo el mundo, para lo cual, como hemos dicho, hay que ser especialmente despiadado. Esos tres tipos son Iván el Terrible, Pedro el Grande y Stalin.

Iván el Terrible se pasó su reinado peleándose con todo quisqui, en general con éxito, mandó a hacer gárgaras el janato de Kazán (algo parecido al fin de nuestra Reconquista) y se pasó el resto de su reinado peleándose con los suecos en una interminable guerra que sólo pudo sostener con un régimen de terror en el interior. Seamos claros, este tipo no bromeaba: en un ataque de cólera se cargó con sus propias manos a su hijo y heredero, montando una crisis a su muerte que significó el fin de su dinastía. Pero eso fue cuando murió. Mientras vivió, no le tosió nadie.

El segundo tipo despiadado fue Pedro el Grande. Éste también se las traía. Se empeñó en modernizar Rusia a toda costa y, cuando escribo toda costa, no estoy exagerando un pelo. Se empeñó en construir una capital nueva en un lugar estratégicamente interesante, pero insalubre hasta decir basta, que causó la muerte de muchos de entre quienes la construyeron. También se puso a darse de leches con los suecos hasta que los consiguió derrotar (por cierto en Poltava, hoy en Ucrania) y se quedó con Finlandia, enterita, además de con lo que hoy son las tres repúblicas bálticas.

Como Iván el Terrible, el tipo tampoco bromeaba ni un poquito con los disidentes. Los había, claro, porque no dejaba de haber gente que no comprendía eso de afeitarse las barbas, una obligación que impuso el zar. Cuando se descubrió una conspiración, y que en ella estaba implicado su propio hijo, el zarévich Alejo, la aplacó a saco, incluyendo la ejecución de su hijo. Si se es un tirano en Rusia, se es un tirano de verdad.

Y el tercer tipo implacable es Pepe Stalin. Éste nos pilla más cerca en el tiempo, por mucho que haya quien lo quiera blanquear desde que murió, y aún antes. Podemos recordar las purgas, que dejaron temblando a cualquiera que destacara por cualquier cosa. No es que la vida humana tuviera mucho valor en la Rusia de ningún tiempo histórico, pero en la Unión Soviética de Stalin es probablemente cuando este valor fuera menor. Eso sí, como logro militar de su época está la victoria en la Gran Guerra Patria (porque la Unión Soviética, como ha quedado dicho en alguna ocasión en estas pantallas, no participó en la Segunda Guerra Mundial, sino en guerras aisladas contra Alemania, Finlandia, Japón...), obtenida a costa de enormes bajas en el ejército y en la retaguardia, porque el sistema soviético de hacer la guerra lanzando carne de cañón es lo que tiene.

Eso sí, las ganancias territoriales fueron de aúpa. La Unión Soviética se expandió hacia Occidente incluso a territorios que nunca habían pertenecido al Imperio Ruso, como Prusia Oriental o la región de Leópolis y, si contamos lo que se quedó como zona de influencia, prácticamente estados satélites, se metió de lleno en Europa Central.

¿Y el hijo de Stalin? Pues tampoco le sobrevivió. Cayó prisionero de los alemanes durante la guerra y su padre se negó repetidamente a intercambiarlo por cualquier prisionero alemán, haciendo ver la poca estima que tenía por los soldados del Ejército Rojo que caían prisioneros (después de la guerra un enorme número no fue liberado, sino que pasó directamente a los campos de concentración). Murió en cautiverio.

Bueno, pues estos tres pollos, a los que calificarlos de desalmados es seguramente ser benevolentes con ellos, son los que han logrado realmente meter en vereda a los rusos y hacerles ganar guerras. Los demás han tenido más bien tendencia a perderlas, sobre todo cuando han librado guerras ofensivas, como es ésta de Ucrania. No me vale la invasión napoleónica de 1812, porque aquélla no fue una guerra de invasión, sino defensiva. A Nicolás I (que era un autócrata empedernido, sí, pero no mató a su hijo ni nada) le dieron una buena paliza en la guerra de Crimea ¿Y qué decir de Nicolás II? En el fondo, era un buenazo (de hecho, está canonizado como mártir), pero perdió la guerra ruso-japonesa (¡ésa la vimos!) y la Primera Guerra Mundial, con consecuencias fatales para la corona imperial.

Es decir, para que los rusos ganen guerras expansionistas se requiere un líder poco menos que maligno, capaz de matar a su hijo con tal de que no le tosa ni el Tato, y que trate a la población a base de zurriagazo y campo de concentración.

Y lo siento mucho, pero Putin no da la talla. Yo sé que en Occidente se le considera una personificación del demonio y el nonplusultra de la maldad, pero no llega a las rodillas de ninguno de los tres personajes descritos arriba.

Todavía.

Es decir, Putin tiene un claro margen de empeoramiento, lo que pasa es que el siglo XXI no ha llegado en balde. Si sus antecesores de siglos anteriores contaban con amplias capas poblacionales que no tenían nada que perder, o a quienes podían maltratar impunemente, eso ya no pasa ahora o, al menos, no pasa tanto. El ruso del siglo XXI está viajado, y no sólo los de clase alta, sino que quien más, quien menos, tiene unas comodidades básicas que la práctica totalidad de los súbditos de Iván el Terrible, Pedro el Grande o Pepe Stalin no podían ni soñar sin babear. Aquellos se iban a la guerra dejando atrás una isbá en medio de la taigá en la que pasaban la vida lo menos mal que podían, mientras que los de ahora, a poco que tengan posibles, tienen lavadora, lavavajillas y, no lo olvidemos, calefacción, televisión y teléfonos móviles. Y vacaciones con viajes al extranjero de vez en cuando. Y van al bar con los amigotes. Tienen algo que perder. No dudo que existan los tres hipermotivados de la última entrada alistándose con entusiasmo aunque no les llamen a filas, pero existen también los que son llamados a filas y se buscan cualquier subterfugio para escurrirse. Y éstos son muchos más.

La única posibilidad de Putin es convertirse en un tirano de verdad, de los que dan miedo, como los tres antecesores citados en esta entrada. De los que matan o dejan morir a sus hijos. Que se sepa, Putin tiene dos hijas, y las dos están vivitas y coleando, a diferencia de los vástagos de los tiranos de verdad. Eso, para los estándares rusos, no es un dictador ni es nada. No hay campos de concentración ni trabajos forzados, e incluso hay gente que no está de acuerdo con alguna cosa (eso sí, sin pasarse) y lo dice, incluso en televisión, de manera totalmente impune. Así, en Rusia, no se puede ganar una guerra de agresión.

Porque, además, como ellos mismos dicen, los que tienen delante son la misma cosa. Los ucranianos no pasaron por Iván el Terrible, vale, pero los de la parte oriental ya tuvieron que vérselas con Pedro el Grande, y todos pasaron por la experiencia, relativamente reciente, de vivir bajo la bota de Pepe Stalin. La Gran Guerra Patria les pasó por encima más que a ninguna otra república de la URSS, porque allí se pegaron a base de bien durante prácticamente tres años sin pausa. Tienen por lo menos el mismo callo que los rusos.

Se dirá, y no sin razón, que Zelenski tampoco es un tirano sin escrúpulos como los tres anteriores, pero la diferencia es que, desde el punto de vista ucraniano, lo que está pasando no es una guerra de agresión, sino una guerra defensiva por la supervivencia, como la campaña napoleónica de 1812 o la Gran Guerra Patria, o la agresión polaca de 1604-1612 (¡también la vimos!). Esas guerras las puedes ganar sin necesidad de ser Belcebú redivivo, porque ahí el pueblo suele apoyarte por cenutrio que seas. La de agresión ya es otra cosa.

Digamos que Putin ha elegido últimamente otra opción: en lugar de convertirse en un tirano sin entrañas, cosa difícil, porque las transformaciones a los setenta años no son cosa sencilla ni creíble, lo que parece estar intentando es convertir la guerra de agresión en una guerra defensiva, ésa que se puede ganar siendo un dictador estándar o incluso un buen tipo. Para eso, lo más sencillo ha sido declarar las zonas ocupadas como territorio ruso, mediante el preceptivo referéndum.

No creo que le salga bien, porque nadie en su sano juicio puede pensar que se puede celebrar un referéndum cuando no controlas todo el territorio cuyos habitantes están votando, pero oye, si cuela, ya hemos convertido esto en una guerra en que los dos bandos están defendiendo su propio territorio.

Por el bien de todos, incluso el de Putin y su tropa, espero que se repitan los precedentes anteriores y que Rusia salga escaldada de la guerra, como en 1854, 1905 o 1917. Lo contrario sería extraño en el contexto en que estamos y, repito, sólo puede suceder si Putin se convierte en alguien realmente malo, hasta extremos difíciles de imaginar. Como eso no sería bueno para nadie, ni siquiera para él mismo, espero que pierda la guerra, tras un período de tiempo más o menos grande, que eso sí que no se sabe y hasta Nicolás II sobrevivió doce años a la derrota de 1905.

Eso lo veremos más adelante. Para cuando suceda, se habrá hecho tarde muchas veces, y una de ellas es hoy.

lunes, 10 de octubre de 2022

Una ojeada a Rusia

Esta bitácora nació en Rusia y vivió allí durante sus primeros seis años y medio. Por consiguiente, sin ser prorrusa en el sentido estricto de la palabra, le tiene mucho cariño a Rusia y no deja de echar un vistazo furtivo a lo que está pasando por allí. Como todos sabemos, desde febrero Rusia está en guerra con Ucrania, por mucho que lo quieran disfrazar de "operación militar especial", la cual es cada vez menos especial, porque se parece sospechosamente a una guerra, cosa que nadie con ojos en la cara puede ignorar.

La pregunta que se hace todo el mundo es cómo van a desarrollarse los acontecimientos. Tiene toda la pinta de que Putin se ha decidido a poner algo más de carne en el asador y que está en marcha una movilización de un importante número de soldados que debe conceder al ejército ruso una sensible superioridad numérica sobre el teatro de las operaciones. Parece que ese teatro de las operaciones se está acercando peligrosamente a la frontera ruso-ucraniana anterior a las hostilidades, y que el ejército ruso ha pasado a la fase de hablar de "maniobras de rectificación o de agrupamiento". Incidentalmente, exactamente ése era el eufemismo con el que la Wehrmacht adornaba sus comunicados a partir de 1943, antes de -en un segundo nivel- confesar abiertamente su retirada. No sabemos si el ejército rojo (sí, se le puede llamar así, es oficial) llegará a este segundo nivel.

Con independencia de lo que digan los medios de comunicación rusos, la movilización rusa no parece estar siendo un éxito. Primero veamos lo que dice un medio de comunicación ruso que nunca fue demasiado gubernamental, aunque ahora supongo que no le queda más remedio que serlo. El original está en el enlace. La traducción, a través de mis cada vez más apolillados conocimientos de ruso, es la siguiente:

Según informa un periodista de la agencia "Moscú", cada vez llegan más voluntarios a los puntos especiales de movilización de la capital rusa. Uno de los ciudadanos que llegaron a la comandancia militar sin haber sido citados declaró en particular: "He venido a la comandancia sin cita, quiero cumplir mi deber con mi patria como voluntario. Es mi deber ciudadano, quiero ayudar a los chicos; creo que les hará falta nuestra ayuda." Un voluntario más dice: "He venido a ofrecerme, hice el servicio militar, quiero ayudar. Vine sin que me llamaran, es mi posición personal." La agencia también cita a un tercer ciudadano, que observa: "He venido a servir como voluntario, mi estado de ánimo es positivo."

Recordamos que, el 21 de septiembre, el presidente de Rusia Vladímir Putin, declaró el comienzo de la movilización parcial. Según el ministro de Defensa Serguéi Shoigú, se calcula enrolar a alrededor de trescientos mil rusos, que actuarán en el marco de la operación militar especial en Ucrania.

Hasta aquí, un medio oficial. La cosa no debe ir demasiado bien, porque, si pasamos al medio gubernamental por definición (aunque sólo sea porque es propiedad del gobierno), cualquiera se entera de que algo está fallando. Por ejemplo, se anuncia el cambio en la jefatura militar de la operación especial. A partir de ahora, el jefazo va a ser el pollo de la foto de ahí al lado, que atiende por Serguéi Surovíkin, está claro que no tiene un pelo de tonto (vale, de listo tampoco) y parece ser que el tipo al que envían allí donde las cosas se tuercen, como Siria o Chechenia. Hasta ahora estaba al mando del las fuerzas rusas en el sector sur. Un experto en asuntos militares hace en la Rossiyskaya Gazeta una semblanza de Surovíkin, asegurando que con él las cosas van a cambiar (señal de que muy bien no iban) y que sólo gracias a él el ejército ucraniano no logró éxitos de consideración en esa zona a pesar de su superioridad numérica. Cualquiera que lea esto, por muy fanático de Putin que sea, no podrá ignorar que los ucranianos han obtenido éxitos de consideración en otras zonas, mayormente en el este. El asesor concluye que, ahora que va a haber más efectivos rusos en la zona, tocaba darle el mando a un militar con experiencia. Miedo me da quién estaba al mando hasta entonces, según se lee esto.

Sobre el terreno, mucho me temo que lo que está pasando es otra cosa. He sondeado a algún conocido que sigue por allí, alguno con hijos en edad de reclutamiento, y las ganas de luchar por la patria, contra... ejem, otra patria muy parecida, son cercanas a cero, aunque una agencia estatal haya entrevistado a tres pollos que se han presentado voluntarios sin cita ni leches para enrolarse en el ejército. El que puede ha mandado a sus hijos al extranjero; quien no puede está esperando a verlas venir... Tiene toda la pinta de que esos tres tipos que han entrevistado son tres personas sin oficio ni beneficio que no sé yo si van a cambiar el curso de la guerra. Es cierto que mis conocidos en la zona son gentes con una visión relativamente internacional de las cosas, conocimientos de idiomas y nacionalismo inexistente, pero no es que sean malos patriotas ni mucho menos. Aún así, la resistencia a la movilización es evidente.

Bueno, pues esto es el contexto de lo que hay. Como historiador, me encanta poner las cosas en el contexto histórico y explicar el presente a partir del pasado, así que voy a hacer un pronóstico: si comparamos lo que está pasando con situaciones similares en el pasado, esta guerra no pinta nada bien para la Federación Rusa, y el resultado será seguramente el final del mandato de Putin, de una u otra manera.

La explicación de este pronóstico debería venir inmediatamente, pero se está haciendo muy tarde, así que lo dejo para la entrada siguiente.

 

jueves, 19 de mayo de 2022

In memoriam: Vladímir Zhirinovsky

Toca hacer una pausa en la actividad habitual de esta bitácora y en el repaso a los mandamases que ha habido en Bruselas desde la fundación de la ciudad, serie que ya toca a su fin, pero que aún tendrá por lo menos tres entradas más. Y toca hacerlo porque el mes pasado nos dejó un personaje que ha estado presente en la bitácora desde el principio de la misma, a veces con entrada propia, y siempre con un enlace en el lateral a su partido político, que se llamaba, y se llama, Partido Liberal-Democrático de Rusia. Nadie acaba de explicarse las razones de este nombre, pero no seremos nosotros los que critiquemos los nombres de los partidos. También hay gente que se hace llamar Partido Popular o Partido Socialista Obrero Español y nadie se hace preguntas sobre esos extremos.

Vladímir Vólfovich Zhirinovsky falleció el mes pasado a causa del COVID-19 después de varios meses de sucesivas entradas y salidas del hospital, sin que le diera tiempo a ver la victoria de Rusia en la guerra, u operación bélica especial, según donde se lean estas líneas, que su país mantiene en territorio ucraniano, o así. Ahora mismo no sabemos si esa victoria se producirá finalmente, pero lo que sí parece claro es que Rusia no tiene ninguna vocación de abandonar los territorios que ha ocupado y que más pronto o más tarde va a engullir, si sigue en ellos, claro.

Zhirinovsky nació de padre judío y madre rusa (lo de la ascendencia judía sólo se supo mucho después y de refilón, y él mismo se reía del asunto) en Alma-Atá. Se hizo conocido de sopetón, cuando su partido quedó segundo, después del comunista, en las elecciones de 1993, con un discurso nacionalista muy acentuado en términos absolutos, pero moderado en términos relativos, porque había cada uno que p'a qué.

El Kremlin y los sucesivos partidos del poder le pusieron palos en las ruedas de todo tipo, con tal de quedarse con su electorado, hasta acabar entrando en el Parlamento por los pelos. A todo esto, Zhirinovsky no tenía absolutamente nada de antisistema, sino que destacó en los debates frente a quienes intentaban convertirlo en una democracia de mentirijillas, como la nuestra (véase Nemtsov), o bastante más de verdad, véase Ryzhkov. Hay que decir que eso no le sirvió siempre para que les respetaran ni un poquito, como en las municipales de Moscú de 2009.

Yo ya sé que puede chocar un poco que califique a Zhirinovsky de nacionalista moderado, cuando en los medios occidentales lo más suave que se ha dicho de él es "ultranacionalista", pero es que en Rusia decir nacionalista no es decir mucho, porque lo son todos. Para ser ultranacionalista hay que ponerse, no sé, a reclutar un ejército para invadir países vecinos, como hizo el amigo Limónov.

Caramba, qué coincidencia...