sábado, 26 de febrero de 2022

La prensa rusa en estos días

Como es bien sabido, la primera víctima en una guerra es la verdad, de manera que no nos podemos fiar demasiado de lo que nos cuentan los medios de comunicación. No pretendo lo más mínimo criticar a los medios de comunicación, líbreme Dios de ello, que bastante hacen con lo que tienen, pero las cosas son como son, y uno no puede fiarse de ellos completamente.

Hace unos años (muchos) recuerdo que redacté una serie sobre prensa escrita rusa, que más o menos se puede encontrar pinchando aquí. En ella me desfogué a gusto sobre la prensa, posiblemente de manera un tanto injusta, pero es lo que hubo. Ahora, en estos días en los que nos bombardean con todo tipo de noticias (y nos podemos dar por bien parados, porque a otros les bombardean de verdad, y al menos las noticias sólo son explosivas en sentido figurado), he entrado después de muchísimos años en las ediciones en Internet de algunos periódicos rusos que seguía en aquellos tiempos felices en que el mundo estaba en paz y yo pasaba los inviernos a veinte bajo cero.

Para mí sorpresa, no he encontrado diferencias de consideración en la descripción de los hechos desnudos. Sí, nadie habla de ocupación ni de agresión, porque por lo visto hay que estar bastante cansado de la vida para hacer tal cosa en Rusia, sino de "operación militar especial", que también podríamos haber traducido por "operación bélica especial", porque en ruso no hay tantos distingos como en otras lenguas y la palabra para designar lo relativo a la milicia y lo relativo a la guerra es la misma. Hay un interés en denunciar las falsas noticias que puedan estar difundiendo los ucranianos, y así les han pillado en los doce aduaneros aquéllos que estaban defendiendo la islita del Mar Negro, que han sido calificados de héroes por Zelensky después de anunciar que muriendo defendiendo la isla tras negarse a rendirse. En realidad, sí que se rindieron y los doce están en cautividad rusa, donde supongo que estarán siendo razonablemente bien tratados. Es una falsa noticia dada por Zelensky, sí, lo que es menos claro es si Zelensky lo sabía cuando la difundió, o si se la dijeron tal cual y se limitó a reproducir lo que le dijeron. En todo caso, me alegro de que los doce aduaneros estén vivos.

Finalmente, he pasado a los artículos de opinión, y ahí sí que he leído alguna cosa destacable. Naturalmente, he empezado por el periódico más amarillo de todos, el Moskovsky Komsomolets, un panfleto sumamente popular que es probablemente más favorable al gobierno ruso que la propia Rossiyskaya Gazeta (que, recordemos, es el periódico del gobierno). El Moskovsky Komsomolets (MK para los amigos) se corta poco. Ayer parece que hubo una oferta de negociaciones por parte de Zelensky, a quien, por cierto, el MK se resiste a llamar presidente de Ucrania en sus artículos de opinión. El MK reacciona en sus editoriales de manera llamativa: "Habrá negociaciones, pero no con esa banda que gobierna en Kíev, sino con un nuevo gobierno. Al actual gobierno sólo le espera la rendición y ser sometidos a juicio." Creo que hasta ahora no habíamos sabido en occidente que la postura de las autoridades rusas es que el actual gobierno ucraniano ha cometido crímenes de guerra, supongo que contra la población de las dos republiquetas que se quedaron en la zona que no controlaban, y que la intención de los rusos consiste en hacérselo pagar ante un tribunal penal internacional.

El MK probablemente considera que la cosa no ha quedado clara con ese artículo de opinión, así que decide entrevistar a un jurista, no sé si un Andrei Vyshinky de la vida, sobre cómo llevar a cabo este juicio. El jurista opinaba que, una vez capturados, habría que juzgar a los actuales dirigentes ucranianos. Obviamente, no en La Haya, porque el Tribunal Penal Internacional ya se había desprestigiado complemente con motivo del juicio a los dirigentes serbios, a los que condenó a largas penas de prisión, mientras que los croatas se iban prácticamente de rositas. No. El jurista en cuestión proponía otro lugar para el juicio. Moscú no le parecía muy adecuado, pero, en cambio, Pekín le convencía más, o Nueva Delhi. Naturalmente, habría que garantizar el derecho de defensa de los acusados, no faltaría más.

Yo, personalmente, no tengo ni idea de lo que ha estado pasando en las regiones, o republiquetas, según la zona, de Donetsk y Lugansk durante los últimos ocho años. Supongo que los ucranianos han estado lanzando pepinazos de vez en cuando, pues desde su punto de vista no deja de ser territorio ucraniano que se ha desmandado. También supongo que Rusia ha ayudado profusamente a las dos republiquetas, incluso con armas y hombres, pues desde su punto de vista se trata de ciudadanos étnicamente rusos y considera su deber defenderlos (y no digamos si ha repartido pasaportes a todo quisqui, como parece que ha sucedido).

También pensaba yo que algunas supuestas declaraciones de Putin, que decía que los actuales dirigentes ucranianos eran unos nazis drogadictos, eran una exageración propalada por los medios españoles. Pero lo cierto es que las he visto, tal cual, entrecomilladas en varios medios rusos, así que tengo que concluir que son exactas, porque no creo que nadie en sus cabales ponga en los labios de Putin insultos que él no haya pronunciado. Con independencia de las sustancias que consuman, o no, los dirigentes ucranianos, y de sus opiniones políticas, Putin claramente se ha venido arriba. Hasta donde yo sé, Zelensky es de Odesa, aunque no estoy muy seguro de que sea judío, pero no parece el mejor lugar para ser nazi.

Entretanto, Medvedev, el que fue presidente de pega durante el tiempo justo para que Putin pudiera volver a presentarse, ha hecho unas declaraciones asegurando que no está tan mal el hecho de que Rusia sea excluida del Consejo de Europa, y que gracias a ello podrá plantearse recuperar la pena de muerte para ciertos delitos. Y éste era el moderado, tú...

Los demás medios informativos rusos son por lo menos prudentes. El organismo supervisor ha anunciado hace poco, según el inefable MK, una serie de medios que se propone cerrar directamente, entre los cuales hay varios con el mote de agente extranjero, además de Novaya Gazeta, el único sitio ruso que directamente se atreve a oponerse a la guerra. Que no les pase nada.

Seguiremos informando. Bueno, dentro de lo posible...

Hoy no. Hoy se hace tarde.

jueves, 24 de febrero de 2022

Más sobre historia ucraniana

Nos habíamos quedado en la última entrada en la séptima década del siglo XVII, en que se estaban enfrentando en el teatro de operaciones ucraniano, por una parte, los polacos del rey Juan Sobieski, ayudados por los cosacos de la cuenca derecha del Dniéper, los cuales se suponían dirigidos por Yuri Jmeisnitski, el hijo de Bogdán, que se había pasado a los polacos. Este Yuri Jmelnitski se hartó del carajal en que se estaba convirtiendo aquello y se retiró a un monasterio, dejando el mando de los cosacos de la cuenca derecha a Pavel Teteria, como hemos visto en la entrada anterior.

En el otro lado del cuadrilátero estaba el ejército ruso al mando del príncipe Grigori Romodanovsky, ayudado por los cosacos, pero los de la cuenca izquierda del Dniéper, mandados por su hetmán, Yakim Somko, y luego por Briujovetsky.

Por supuesto, los cosacos de las dos orillas del Dniéper también se peleaban entre ellos, esta vez sin necesidad de cooperación ni de rusos ni de polacos.

Hacia la mitad de la década, ambos contendientes comenzaban a estar sonados de tanto pegarse. En 1667, se firmo la tregua de Andrúsovo, por un plazo de treinta años y medio, que ya es capricho. Rusia se quedó con la cuenca izquierda del Dniéper, y con la ciudad de Kíev. Los cosacos zaporogos, que eran difíciles de domar, quedaron bajo una especie de soberanía conjunta ruso-polaca, supongo que tras reconocer que, pactaran lo que pactaran, a los zaporogos les iba a dar lo mismo. Los polacos se quedaron con la cuenca derecha del Dniéper, con Bielorrusia y con los avances que los rusos habían tenido en Lituania. Los cronistas rusos se quejaron amargamente de esta tregua, porque pensaban que podían sacar más, pero que el diplomático ruso que negoció la tregua, Afanasiy Ordin-Nashokin, no se tomó las negociaciones con interés ¿Y por qué? Pues porque estaba más interesado en llevarse bien con los polacos, con el fin de ganárselos para pegarse con lo que él consideraba el verdadero peligro para Rusia, que eran los suecos.

Ordin-Nashokin es el señor de la imagen que ilustra esta entrada y, no sé a vosotros, pero si le quitamos la barba a mí me parece que tiene un aire a Serguey Lavrov, el actual ministro de Asuntos Exteriores ruso. En todo caso, a Ordin-Nashokin no habría que juzgarlo muy severamente, porque casi toda su carrera se la había pasado guerreando o negociando con los suecos. Para él, el objetivo crítico de Rusia no era tanto el Mar Negro, como obtener una salida al Báltico. Efectivamente, pocos años después Pedro I le daría la razón, pero Ordin-Nashokin, para entonces, ya se había reunido con el Creador.

Los años posteriores a la tregua de Andrúsovo no fueron tampoco muy pacíficos. Los hetmanes se sucedían, con posiciones propolacas o proturcas y, en el mejor de los casos, se convertían en aliados de los rusos, pero en unos aliados muy poco de fiar. En Rusia, que, al fin y al cabo, tenía la soberanía sobre una parte del territorio, por más que fuera más nominal que otra cosa, se formó el consejo de Rusia Menor. Rusia Menor, o Malorusia, es Ucrania, y ya se ve que los zares seguían el sistema de consejos, como los Austrias españoles de la época. Este consejo decidió controlar el territorio por medio de espías y agentes secretos, lo cual nos indica que las cosas no han cambiado apenas desde el siglo XVII, y se puso a tratar de ganar la confianza de los cosacos occidentales, entre los cuales no había pocos que simpatizaban con Rusia. Más o menos como hoy mismo.

Con el tiempo, los polacos de Juan Sobieski lo empezaron a pasar mal contra los otomanos y tuvieron que cederles una parte del territorio del sur de Ucrania, con lo que uno de los nuevos hetmanes, Piotr Doroshenko, simplemente aceptó la soberanía turca. Los rusos, ahora sí, olieron la debilidad y se lanzaron al ataque contra los turcos: en 1676 se fueron a por Doroshenko, que tuvo que capitular. Una muestra de que perro no come perro en Rusia es que a los tres años de su rendición, Doroshenko estaba tranquilamente en Vyatka (hoy Kírov, creo) en calidad de voivoda local. Haría más frío que en las orillas del Mar Negro, vale, pero Vyatka era una de las regiones rusas más ricas de la época. Eso los rusos lo han hecho históricamente muy bien: el último Rey de Polonia, víctima de los repartos, Estanislao Poniatowski, también terminó bien colocado en la corte imperial rusa de su época. No sé si hoy día, tras siete décadas de comunismo implacable, les habrá cambiado el carácter.

En la campaña de 1677, los rusos y los cosacos aliados con ellos, ya con ejércitos de más de cien mil hombres, consiguieron repeler el contraataque otomano. Finalmente, tras unos tira y afloja diplomáticos del quince, en 1686 Rusia y Polonia firmaron en Leópolis un tratado de paz que confirmó la tregua de Andrúsovo, pero no para treinta años y medio, sino para siempre.

No está de más subrayar las palabras con las que termina este capítulo de la Enciclopedia Infantil de Historia: De esta manera (el tratado de Leópolis) la cuestión de la decisión definitiva sobre el destino de Ucrania y Bielorrusia se retiró del orden del día hasta el siguiente siglo, el XVIII.

Y, no es por nada, pero la "decisión" fueron los repartos de Polonia, una de las marranadas más sucias que se han producido en la Historia, en la que Rusia, con la complicidad de Prusia-Alemania y Austria, hicieron cachitos la monarquía polaco-lituana e hicieron desaparecer Polonia prácticamente hasta 1919, con un par de períodos intermedios poco pacíficos.

Pero eso es otra historia, que habrá que contar en otra ocasión. Por lo que respecta a esta, nos podemos quedar con la copla de que Rusia considera que es su deber unificar a los eslavos orientales, e incluso a todos los eslavos ortodoxos, y que para conseguir ese fin no repara en medios: guerra o reparto. En cuanto ve la posibilidad y un adversario débil (creo que la calamitosa salida de los gringos de Afganistán ha debido subrayarla más de uno en su cuaderno), Rusia ataca, y cuando Rusia ataca, lo hace a fondo.

Vamos a ver si no hemos de esperar más tiempo a tomar una "decisión definitiva sobre el destino de Ucrania y Bielorrusia". Porque los autores de la Enciclopedia Infantil de Historia parecen insinuar que cualquier decisión sobre esos dos países que no consista en su incorporación a la Federación de Rusia no es definitiva.

Así, no hay manera de que se haga tarde.

martes, 22 de febrero de 2022

El tapón se erosiona

Pues vaya, tocaba escribir de Bogdán Jmelnitsky, pero entretanto parece que el ejército ruso ha entrado en las dos republiquetas que acaba de reconocer, en una operación que recuerda a las que sucedieron en 2008 cuando Rusia reconoció a Abjasia y Osetia del Norte. Pero no son exactamente iguales. Abjasia y Osetia del Norte eran dos territorios autónomos con una identidad propia desde hacía mucho tiempo, y nos podremos remontar a la Edad Media si queremos.

En cambio, Donetsk y Lugansk tienen más o menos la misma personalidad que Cartagena y Albacete, por poner una comparación española. Son una especie de cantón cuya población es étnicamente indistiguible de la que les rodea, cosa que en Abjasia y Osetia del Norte no ocurre, porque ésos tienen lengua propia y no es precisamente el georgiano. Y, aun así, no son sino una especie de protectorado de Rusia. Donetsk y Lugansk, todos cuyos habitantes deben tener pasaporte ruso a estas alturas, no creo que den ni para eso. Ya veremos.

Siguiendo con mi teoría, Ucrania debería ser un estado tapón y los ucranianos conformarse con ello, pero los acontecimientos no parecen ir por ahí. Yo no sé lo que estará pasando sobre el terreno, pero supongo que el número de prorrusos en Ucrania, que andaba por cerca de la mitad de la población, se habrá reducido drásticamente. Primero, porque los territorios donde eran hegemónicos, que eran Crimea y las dos republiquetas, directamente ya no están en Ucrania, al menos de hecho. Segundo, porque en estas circunstancias es probable que los que queden, que seguro que quedan en toda la zona costera del Mar Negro, estarán calladitos como fiambreras, suponiendo que no hayan cambiado de opinión. Y, en tercer lugar, porque los prorrusos en Ucrania tengo la impresión de que son algo así como los comunistas en Rusia: entrados en años y, fatalmente, en declive por razones estrictamente demográficas. Me da a mí que los jóvenes son más parecidos a los catalanes: educados en vernáculo y con contenidos educativos diríamos que sesgadillos en un sentido.

Y, a propósito de educación (sesgadilla, si se quiere), vamos a ver qué se estudia en Rusia sobre estos asuntillos. En este caso, me voy a basar en uno de los tesoros que me llevé de Moscú: la Enciclopedia de Historia para niños. Uno pensaría, siendo español y con la LOGSE o cualquier ley educativa basura que tenemos, que una enciclopedia infantil tendría unas cuantas paginitas dedicadas a decir que la Segunda República era un oasis de felicidad en medio de un desierto de oscurantismo franquista o reaccionario, y que dedicarían dos líneas al resto de los períodos históricos.

En Rusia, no.

La Enciclopedia Infantil de Historia que me traje de Moscú consta de tres tomos de setecientas páginas cada uno. Eso sí, tiene mapas, grabados y dibujitos, pero también tiene texto, ya lo creo que lo tiene.

El primer tomo tiene un capítulo sobre numismática, otro sobre falerística, nociones de genealogía y  heráldica, un nutrido capítulo de historiografía y sólo después comienza a tratar de los pueblos veteroeslavos del primer milenio después de Cristo, que es el equivalente a nuestro Neolítico (la historia de Rusia tiene cierto retraso con respecto a las épocas en el resto de Europa, creo que ya escribí de esto en alguna ocasión). Hacia el final del primer tomo hay un capítulo que se titula: "La gran rivalidad entre Rusia y la Unión Polaco-Lituana en el siglo XVII. Anexión de Ucrania".

Yo ya sé que las comparaciones son odiosas, pero por aquellas fechas más o menos se produjo la unión entre España y Portugal, y apostaría porque hay la tira de escolares españoles que ignoran completamente que estuvieron las dos estuvieron unidas en algún momento. Y no digamos la de niños que desconocen, no ya lo más básico, sino lo que significan las palabras numismática y falerística (también es cierto que en España, en general, somos poco de medallitas, mientras que en Rusia se chiflan por ellas). Pero volvamos a lo que importa.

A principios del siglo XVII, Rusia era una birria que estaba pasando por la digestión del período confuso (del que ya quedó algo dicho aquí, aquí y aquí, e incluso en las entradas posteriores) y los polacos se paseaban por las llanuras como querían, mientras que los suecos, que entonces eran una de las grandes potencias de Europa, de la mano de Gustavo II Adolfo, dominaban la salida al mar por el norte. La nueva dinastía, los Románov, achicaba agua como podía. En 1618, los polacos estaban en Mozhaisk, que hoy está al ladito mismo de Moscú, y en Kaluga, que hoy son poco menos que ciudades dormitorio de la capital. En 1634, los polacos estabilizaron su situación y Rusia reconoció que tenía a los polacos delante de las narices después de sufrir una serie de derrotas cuando intentaron recuperar Smolensk. Miguel Románov y su sucesor Alejo Mijáilovich bastante tenían con enfrentarse a los motines de hambre que estallaban en las diferentes ciudades de sus dominios de manera poco menos que rutinaria.

En esto, en 1648 se produjo el levantamiento de los cosacos zaporogos al mando de su hetmán Bogdán Jmelnitsky contra los polaco-lituanos. En la Enciclopedia Infantil se callan piadosamente los motivos del alzamiento, aunque el transcurso de las campañas se narra profusamente. Parece que Bogdán Jmelnitsky tenía sus rencillas con un vecino católico y que los tribunales no le dieron la razón, lo cual le enfadó bastante y le llevó a liarla parda. Cuando uno lee la enciclopedia infantil, parece que el motivo de la revuelta no fuera sino la liberación del pueblo ruso (en la Edad Media y Moderna era el adjetivo común para todos los ortodoxos de aquella zona).

En 1649, Jmelnitsky, unido al jan de Crimea Islam-Guiréi (que muy ortodoxo no es que fuera) derrotaron en Zvorov al ejército del rey Juan Casimiro, pero el jan dijo que hasta ahí había llegado y Jmelnitsky, que sin los crimeos era bastante menos cosa, firmó la paz con los polacos y se quedó como gobernador autónomo de la Ucrania de la vertiente derecha del Dniéper. Hasta hoy, el Dniéper sigue marcando la línea divisoria entre la parte predominantemente rusa o rusófona y la parte predominantemente ucraniana, que entonces se quedó bajo la soberanía directa de Polonia.

La paz duró poco. Y es que eso de la autonomía es una situación inestable por naturaleza, cuando unos lo que quieren es la independencia y los otros que los insurrectos vuelvan al redil. En 1651, los polacos derrotaron completamente a los cosacos en Berestechko, y Jmelnitsky tuvo que escaparse del jan tártaro, que lo había hecho prisionero. La lucha siguió con suerte diversa, hasta que llegó 1654. Los cosacos habían tanteado a los rusos para que les echaran una mano, y es verdad que Alejo Mijáilovich era bastante enemigo de los polacos que les tenían la mano en la garganta, pero también esa misma mano servía para ayudarle a sofocar los motines, así que el zar iba dando largas a los cosacos. Y ahora le cedo la palabra a la Enciclopedia Infantil. Esto es lo que se enseña a los niños en Rusia:

El 1 de octubre de 1653, el Zemsky Sobor (lo más parecido a unas cortes que había en Rusia entonces -y casi en cualquier momento-) decidió aceptar la petición del ejército cosaco y su hetmán de ser acogidos bajo la protección del zar. Inmediatamente, el boyardo Vassili Vassiliévich Buturlin, el secretario Alferiev y el diácono Lopujin se dirigieron a Pereyaslavl (actualmente Pereyaslavl-Jmelnitsky), donde debían reunirse los representantes de los distintos estamentos del pueblo ucraniano. Los rumores del objeto de tal viaje se expandieron rápidamente, así que en las distintas ciudades se les iba recibiendo con solemnidad.

El 8 de enero de 1654 se reunió en Pereyaslavl la rada secreta de los jefes cosacos, que confirmó la intención del ejército zaporogo de someterse al vasallaje de Rusia. A continuación, los tambores empezaron a llamar al pueblo a la rada. Jmelnitsky tomó la palabra y dijo: "¡Señores generales, capitanes, centuriones, tropas zaporogas y todos los cristianos ortodoxos! Ya hace seis años que vivimos sin soberano, entre peleas sin fin y derramamientos de sangre con persecuciones a manos de nuestros enemigos, que quieren arrancar la iglesia de Dios, con tal de que el nombre ruso no se recuerde en nuestra tierra..." Y el hetmán propuso al pueblo que eligiera entre cuatro poderosos gobiernos, dispuestos a acogerlos en su defensa: "El primero es el emperador turco... el segundo, el jan de Crimea; el tercero, el Rey de Polonia. Y el cuarto es el zar ortodoxo y gran príncipe de toda Rusia Alejo Mijailóvich, soberano oriental, al que ya desde hace seis años le imploramos constantemente que venga con nosotros". Tras valorar a los turcos, tártaros y polacos, el hetmán concluyó que, excepto Rusia, "excepto el alto brazo del zar, no tendremos ningún otro defensor; si alguien no está de acuerdo con nos, vaya a donde desee: camino libre". Los reunidos empezaron a gritar: "¡Queremos estar bajo el zar ortodoxo oriental! ¡Mejor morir bajo nuestra sagrada fe que someterse a quienes odian a Cristo o a los paganos!" Pavel Teteria, general de Pereyaslavl, empezó a andar alrededor de la reunión, preguntando: "¿Todos lo queréis así?" "¡Todos sin excepción!" Jmelnitsky dijo: "¡Sea, y que Dios nuestro Señor nos dé fuerzas bajo el poderoso brazo del zar!" El pueblo respondió: "¡Dios, confirmanos! ¡Dios, danos fuerzas! ¡Que estemos unidos por los siglos de los siglos!" De esta manera tuvo lugar la unión de ambos pueblos hermanos.

Pues esto no sé si se corresponde exactamente con la verdad histórica, pero que se corresponda o no a la misma importa poco, por cuanto es lo que se ha enseñado a las últimas generaciones rusas. No creo que la Enciclopedia Infantil sea un manual escolar, porque es muy bestia como libro, pero es una excelente obra de referencia. Obviamente, la versión bajo la que se educó Putin y toda su generación eran manuales bolcheviques que omitían las referencias a Dios, pero no lo de la unión de dos pueblos hermanos. En Rusia no hay prácticamente nadie que no crea que, en el fondo, ucranianos y rusos son la misma cosa.

Tres siglos después de esa unión, Jruschov, ucraniano él, tuvo la brillante idea de celebrar el tricentenario regalando Crimea a Ucrania, lo cual nos ha llevado a cosas como la situación de 2014.

Tras el episodio que acaba de narrarse, los polacos no se quedaron quietos, pero ahora el frente iba a ser más amplio. Los rusos atacaron en lo que hoy es Bielorrusia. La campaña de 1655 tuvo éxito en Bielorrusia, pero no tanto en Ucrania. Y en 1657 falleció Jmelnitsky. Su sucesor, Iván Vygovsky, se pasó inmediatamente a los polaco-lituanos y firmó con ellos el tratado de Gálich que devolvía Ucrania a Polonia. Claro, eso no le gustó a mucha gente, que prefería seguir con Rusia. Seguro que esto nos suena de algo, lo que quiere decir decir que lo que está pasando en el siglo XXI ya pasaba en el XVII. En 1659, el voivoda ruso Trubetskoy, como un Putin cualquiera, penetró con sus ejércitos en Ucrania oriental y no tardó en dar de tortas a Vygovsky y en imponer como hetmán a Yuri Jmelnitsky, hijo de Bogdán, que confirmó lo dicho en la rada de Pereyaslavl. Eso sí, sin dejar de mirar de reojo a los polacos, por si tocaba echar marcha atrás.

La ocasión de dar marcha atrás llegó cuando los polacos destrozaron completamente en la campaña de 1660 al ejército ruso del general Sheremetyev, que había avanzado hasta Leópolis (o Lvov, o Lviv, según como prefiera cada uno). Yuri Jmelnitsky, que vio la batalla desde lejos, se sometió de inmediato a los polacos, pero ya no consiguió recuperar la Ucrania oriental.

Tras unas cuantas tortas en el frente bielorruso, más bien favorables a los polacos, el rey Juan Casimiro y el líder cosaco Pavel Teteria pasaron a la acción en Ucrania. Por cierto que a Pavel Teteria lo hemos visto hace unos párrafos en la rada, animando al personal a someterse al zar de todas las Rusias, pero entretanto había pasado a tomar las armas precisamente para evitar eso mismo. Qué tiempos. Los rusos también tenían un ejército cosaco que les ayudaba, en este caso mandado por el hetmán Briujovetsky, y entre los dos lograron detener a los polacos.

Los años siguientes en Ucrania fueron un auténtico carajal, y no sería la última vez. Quizá toque contarlo en la próxima entrada, que no es que hoy se esté haciendo tarde, pero es que esto está quedando muy largo.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Estados tapón

Ahora que no se sabe muy bien en qué momento van a empezar a darse de tortas en Ucrania, posiblemente sea el momento de parar y hacer unas preguntas sobre por qué están pasando estas cosas. A ver, que estamos en Occidente y nos dicen que Putin es un tipo muy peligroso e imperialista y que los ucranianos son unas ovejitas indefensas defensoras de su libertad y blablablá. Con toda seguridad, en Rusia dicen exactamente lo contrario (a ver si pongo la tele rusa un día de éstos), y aducen que Ucrania está petada de fascistas opresores del noble pueblo eslavo, mientras que Rusia simplemente quiere protegerse de que la OTAN ponga misiles en fila del otro lado de la frontera. Supongo que son formas de ver las cosas y que las dos valen lo que valen.

El problema de Ucrania es que está donde está, cosa que tiene mal arreglo. Ya con ese nombre algo de predestinación hay, porque lo podríamos traducir un tantico libremente como "ese territorio que está ahí en la frontera, al borde", lo cual es una definición no muy mala de "estado tapón", que se coloca entre dos potencias para que no haya frontera entre ellas, o sea muy corta, y así no haya demasiada guerra.

Lo de los estados tapón no es una novedad en absoluto, sino que es algo de toda la vida y, si no, basta con ver la imagen que ilustra esta entrada, y que muestra cómo se las ingeniaron los dos grandes poderes de Europa Occidental más o menos al comienzo del siglo IX, el Imperio Carolingio y el Emirato de Córdoba (en la imagen pone "Califato", lo cual es un error, porque para eso hay que esperar un siglo más) para no tener fronteras directas ni tentaciones de llegar directamente a las manos. Además, había más tapones, porque, por parte musulmana, en aquel tiempo el valle del Ebro era prácticamente independiente, de la mano de los Banu Qasi.

Un caso de libro de estado tapón es Bélgica, que ni siquiera debería estar existiendo, y si lo hace es, en primer lugar, por inercia, y en segundo porque Inglaterra se negó tras la Revolución de 1830 a que Francia se quedara con lo que hoy es Valonia, porque sí, llegó a haber una propuesta en este sentido. Total, como hablan francés, que se queden con nosotros, debió decir Talleyrand, que es más o menos el mismo argumento de los que intentan anexionarse territorios en los que se habla una lengua lo suficientemente similar, llámese Austria, el Donbass o Valencia.

Los estados tapón son necesarios, lo siento mucho. Por lo menos, Bélgica no es un lugar muy orgulloso de existir, hasta el punto de que se diría que son conscientes de lo poquita cosa que son, pero Ucrania parece otra cosa. Durante todo el siglo XIX los belgas fueron neutrales a tope, sin ponerse de parte ni de Francia ni de Prusia-Imperio Alemán, que eran las dos potencias que separaba. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las dos entraron en la OTAN, Bélgica mandó la neutralidad a freír espárragos y entró también, pero, para entonces, ya no tenía sentido que ahí hubiera un estado tapón.

La OTAN, por cierto, se creó para defenderse del comunismo soviético. Es verdad que, entretanto, el comunismo soviético no existe, al menos donde estaba, pero queda Rusia, que se sigue dando por aludida cuando la OTAN necesita un enemigo. Y eso que durante un tiempo, hasta el asuntillo de Crimea, por la sede de la OTAN, que por cierto está en Bruselas, había una nutrida delegación rusa con rango de aliados, cosa que me imagino que habrá terminado radicalmente.

El caso es que lo que hoy es Ucrania, aunque sea el país más extenso de Europa después de la propia Rusia y de que tenga cincuenta y pico millones de habitantes, no es más que un estado tapón y, lo que es más, siempre que lo ha sido todo ha ido razonablemente bien. Cuando ha pertenecido a alguno de los dos o tres imperios circundantes, ha habido tortas. Y, fuerza es reconocerlo, a lo largo de la historia ha pertenecido casi siempre a alguno de los imperios circundantes.

Cuando allí no había nada civilizado, era un territorio tapón entre el espacio ruso, normalmente bastante dividido, y lo que hubiera en el Sur, ya fuera el Imperio Bizantino o el Otomano. Hay un objetivo estratégico ruso no de ahora, sino desde el siglo X, que consiste en tener una salida al Mediterráneo; hay más objetivos rusos, pero ése es prácticamente eterno. La salida al Mar Negro, que es algo similar, la consiguieron tarde, pero la consiguieron, y la del Mediterráneo queda pendiente y sin prisa. Una de las causas de que Rusia apoye tanto al régimen sirio de El-Asad es que, sí, Rusia tiene una base militar en la costa siria, la cual, sí, está en el Mediterráneo.

Obviamente, los enemigos estratégicos de Rusia quieren exactamente lo contrario, esto es, que Rusia no tenga nunca una salida al Mediterráneo, y que no amplíe la que ya tiene al Mar Negro. El enemigo histórico más importante de Rusia no es Alemania ni Polonia, qué va, sino Inglaterra o el Reino Unido, según la época. Uno puede pensar que no, que en realidad los dos han sido aliados en las dos guerras mundiales, pero es que son las dos únicas veces que lo han sido prácticamente en toda la historia, con la posible excepción, y muy a regañadientes y después de una agresión, en las guerras revolucionarias y napoleónicas de principios del siglo XIX. La guerra de Crimea, no la de 2014, que no fue guerra ni nada, sino la de 1854, tuvo precisamente ese objetivo de no dejar que Rusia acogotara al Imperio Otomano, como iba camino de hacer, y obtuviera su salida al Mediterráneo. Observemos que el Reino Unido sí que tiene salida al Mediterráneo, como bien sabemos los españoles y saben los chipriotas, y no tiene ninguna intención de dejar de tenerla. Además, en el pasado, tenía Malta; y Grecia era prácticamente un protectorado suyo.

En este contexto, que haya un territorio que tapone las ambiciones de Rusia es algo fundamental, y supongo que Rusia sólo lo admite a regañadientes, eso sí, siempre que ese territorio, como Bélgica en el siglo XIX, sea neutral. Vamos, que ni pa ti ni pa mí.

Estos días estoy escuchando a gente decir que la retórica de los espacios de influencia, que es lo que Rusia dice que es Ucrania, no es propia del siglo XXI, y que hay que permitir a Ucrania que escoja libremente lo que quiere ser. Si dicha afirmación es sincera, y me temo que sí, ello sólo significa que estamos gobernados por una panda de almas de cántaro con menos vista que una fiambrera. Naturalmente que la retórica de los espacios de influencia corresponde al siglo XXI, salvo quizá en los mundos de Yupi en donde vive demasiada gente, y la prueba es que los mismos dirigentes que dicen que esa retórica está caduca son los mismos que quieren atraer Ucrania a su propia esfera de influencia, mediante la aceptación de unos valores supuestamente democráticos que corresponden a una definición de democracia que consiste en que quien manda es el partido político de turno, apoyado por una maquinaria manipuladora de la opinión pública. Así querrían que fueran todos los países.

En resumidas cuentas, que para que haya paz en la zona, a Ucrania no le va a quedar más remedio que aceptar su destino de estado tapón, exactamente el mismo que ha asumido Bielorrusia, otro que tal baila, y del que han escapado las repúblicas bálticas porque pillaron a Rusia en un momento de bajón que se le pasó hace mucho tiempo. 

¿Es malo ser un estado tapón? Tiene sus ventajas, y es cuestión de explotarlas. En este caso, a Ucrania no le costaría demasiado conseguir un acuerdo con las dos potencias vecinas, Rusia y la Unión Europea (vamos a considerarla como una potencia, y no como tres o cuatro), para obtener tránsito libre de personas, mercancías y capitales, que es más de lo que están dispuestas a concederse entre sí las dos potencias en cuestión. Por volver al ejemplo de Bélgica, ser un estado tapón durante el siglo XIX y parte del XX no ha redundado en su perjuicio: su industria se desarrolló (después de quedar como unos zorros tras la independencia, que es lo que tienen los secesionismos), se forró con un decentillo imperio colonial, le sacó partido a sus minas de carbón, como podría hacer Ucrania, y resultó siendo un país que no caía antipático a casi nadie, no como las potencias imperialistas de aquel siglo. Y eso que Bélgica, en la medida de sus posibilidades, fue más imperialista que nadie, por no decir directamente genocida.

Claro que también tiene sus desventajas, y es que tus vecinos te meten en líos diplomáticos cada dos por tres, presionándote por todos los lados, pero oye, es que es eso o la guerra. Yo creo que a Ucrania no le conviene mucho la guerra, aunque la ganara, y que más le vale calmarse y dejarse de accesos a la OTAN, que los carga el diablo, y concentrarse en convertirse en un país próspero, que podría serlo si no fuera porque, la verdad, después de haber experimentado Rusia y sus corrupciones, como puede leer cualquier en los primeros seis años de esta bitácora, no me puedo imaginar lo que puede ser Ucrania, que no dispone del petróleo y el gas de los rusos.

Desde el punto de vista histórico, porque el autor de esta bitácora se considera cada vez más geógrafo e historiador, y cada vez menos todo lo demás, lo que hoy es Ucrania perteneció en la Edad Media y albores de la Edad Moderna no a Rusia, sino a Lituania, o a la unión polaco-lituana que solemos conocer como Polonia para simplificar y que era muchísimo mayor que la Polonia actual, porque era como la suma de Polonia, Lituania, Bielorrusia y casi toda Ucrania, menos la costa del Mar Negro, que era otomana, y algún territorio de algo más al norte que era zona cosaca y que era técnicamente tierra de nadie, lo cual es otra definición de estado tapón. Pero a ésos pocos ya volveremos.

En esto, llegó el siglo XVII y sería el momento de hablar de Bogdán Jmelnitski. Pero no será hoy, que se hace tarde.

sábado, 12 de febrero de 2022

La Revolución

Llegó el año 1830, y llegó con la parte sur del Reino Unido de los Países Bajos muy cabreada. Como tantas otras veces en la Historia, la gota que derramó el vaso fue una cuestión lingüística. Me hacen mucha gracia los aspavientos que sueltan los personajes, frecuentemente catalanes o catalanistas, que predican aquello de no politizar la lengua, cuando son los primeros que lo hacen, eso sí, arrimando el ascua a su sardina.

Asumámoslo. La lengua es una cuestión política desde hace bastante tiempo, yo diría que desde el comienzo de la Edad Moderna. Antes, pues había algunos pinitos, pero en Europa había una lengua, que era el latín, y el resto era romance, de este tipo o del otro, que era latín corrompido, u otras lenguas bárbaras. Fuera de esto, los documentos de la época están escritos en lo que haga falta, porque, total, sólo podían leerlos cuatro gatos, así que nadie se iba a poner a discutir por ellos. Recientemente he visto documentos de las Cortes del Reino de Valencia de 1528 en una jerigonza de castellano, valenciano y latín, que pasó sin problemas el filtro de todos los oficiales y se imprimió tranquilamente, lo cual es buena prueba de que, al menos en Valencia, los talibanes lingüísticos no existían. Entonces.

Pero la cosa cambió después, al menos en el resto del mundo (en Valencia tardó bastante más, que para eso somos bastante dejados). Para que nos hagamos una idea, el follón que se está montando en Ucrania comenzó cuando, entre otras cosas, el nuevo gobierno ucraniano decidió eliminar la oficialidad del ruso, que es la lengua materna de millones de personas por aquellos pagos. Y seguro que esas personas no tienen ningún problema en comprender el ucraniano, porque, si yo, que no soy nativo de ruso y escucho el ucraniano de uvas a peras, pillo bastante, ellos seguro que lo entienden todo y, si no lo hablan, es por tozudez pura y dura. Pero, aun así, la cosa joroba lo suyo.

Lo que pasó en 1830 en lo que hoy es Bélgica fue una cosa similar. Ya quedó dicho que el rey Guillermo era protestante a base de bien, lo cual, ya de por sí, no le iba a granjear las simpatías de la población del sur de su reino. Eso del ecumenismo está muy bien y eso de la libertad religiosa tiene su aquél, pero pongámonos en época preconciliar y tratemos de entender cómo lo vivían unos pollos que se habían pasado literalmente siglos pegándose por Dios y el Emperador, para que ahora llegase un tipo al que otros habían colocado en el cargo a cargarse la religión católica y...

Y algo más. De momento, corrió el rumor de que el Rey iba a decretar que la única lengua oficial en Flandes fuera el neerlandés, en detrimento del francés (de hecho, llegó a ocurrir). A los flamencos, supongo, la cosa ni les iba ni les venía, porque el francés que debían hablar era con toda seguridad mediocre en el mejor de los casos, pero la alta nobleza y burguesía del sur era francófona y quería seguir siéndolo, así que el lío estaba servido.

En esto, en julio de 1830 estalló una revolución liberal en Francia que tuvo éxito. Carlos X, el último rey legítimo reinante en Francia, tuvo que salir del país y fue sustituido por un "Rey" liberal, Luis Felipe de Orléans, que, como la soberanía nacional residía -para él- en el pueblo, ya no fue "Rey de Francia", sino "Rey de los franceses". Claro, los futuros belgas veían el asunto con simpatía, tanto más cuanto que desde hacía unos años llevaban aliados contra el neerlandés del norte nada menos que los católicos y los liberales, lo cual es una alianza bastante contraria a la naturaleza de las cosas, pero vaya, cosas más raras se han visto, y hay (en Bélgica y en otros lugares) quien piensa que catolicismo y liberalismo van de la mano.

En todo este embrollo que siguió, hay una figura que en España es completamente desconocida, pero que es un caso de supervivencia en el poder, y es el señor de la foto, ése que parece que tenga dolor de garganta de tantos cuellos como me lleva. Se trata de Cornelis Felix van Maanen, y era holandés, además holandés de los de verdad, porque era de La Haya. Además de holandés, era el ministro de Justicia del rey Guillermo, pero es que ya había sido ministro de Justicia con Luis Bonaparte, así que constituye un interesante ejemplo de supervivencia política. Vamos, que prácticamente no hubo un gobierno en los Países Bajos sin su presencia entre 1806 y 1846 (año en que murió), que, no es por nada, pero tiene mérito. Es que incluso entre 1810 y 1813, bajo el Imperio Napoleónico, en que no fue ministro, lo que fue es presidente del Tribunal Imperial en La Haya, que no está mal tampoco.

Van Maanen era el señor que le escribía al Rey las órdenes impopulares (de las otras parece que apenas había). Y era un partidario decidido de neerlandizar los Países Bajos meridionales, lo cual, para un señor que había sido presidente de un tribunal bajo Napoleón, tiene su gracia. Además, no se cortaba un pelo. Ya había convertido el neerlandés en única lengua oficial en lo que hoy es la región de Flandes, y su próximo objetivo era Bruselas, Lovaina y lo que pillara, además de neerlandizar la educación en todo el país para crear élites neerlandófonas, en lugar de esos pesados francófonos con su matraca del francés. Los de Vlaams Belang no sé si lo conocen, pero tienen no pocos puntos en común con él.

Cuando estalló la revolución a finales de agosto, lo primero que hicieron los revolucionarios, algo acalorados, fue prender fuego a la casa de van Maanen en Bruselas, además de exigir al Rey su cese. Ya se sabe el típico "el Rey es bueno, son sus malos consejeros los que lo llevan por el mal camino". En este caso, se vio pronto que el Rey estaba totalmente de acuerdo con su ministro de Justicia, al que simbólicamente cesó por un brevísimo espacio de tiempo, para reinstalarlo después. El caso es que la revolución, animada por agentes franceses, que no le hacían ningún asco a debilitar el reino del norte, y quizá a anexionarse lo que hoy es Bélgica, siguió su marcha. De momento, los revolucionarios se inventaron una bandera, que ha tenido éxito hasta hoy y sigue siendo la oficial, porque ¿qué es una revolución sin su bandera?

Los revolucionarios se montaron un ejército voluntario, que incluía numerosos extranjeros (y de alguno hemos hablado antes), que desplazaron al ejército del rey Guillermo, que tampoco es que fuera excesivamente combativo, porque en buena medida estaba compuesto por belgas que no estaban por la tarea de dar mucho la lata por allí. Al mes siguiente, los revolucionarios controlaban prácticamente todo el actual estado belga.

Pero esta serie va de mandamases de Bruselas ¿Y quién era aquí el mandamás? Bueno, pues los mandamases eran nueve señores: Alexandre Gendebien, André-Édouard Jolly, Charles Rogier, Louis De Potter, Sylvain Van de Weyer, Feuillien de Coppin, Félix de Merode, Joseph Vanderlinden y Emmanuel-Constant-Prismes-Ghislain van der Linden d’Hoogvorst. Como se ve, la gran mayoría tenían un apellido bastante francófono. Esos nueve pollos se habían constituido en gobierno provisional y actualmente tienen calles, estatuas y hasta estaciones de metro en Bruselas, no como van Maanen, que no ha dejado huella alguna en el callejero de la ciudad. Hubo un congreso nacional, elecciones, y la correspondiente constitución liberal, que preveía que Bélgica sería una monarquía, como la francesa. Supongo que todo el mundo se ha fijado que Felipe I no es "Rey de Bélgica", sino "Rey de los belgas". Pues viene de ahí.

Claro, cuando eres una monarquía, necesitas un pequeño detalle para completar el cuadro.

Pero de eso tocará escribir en la próxima entrada de esta laaaarga serie. Hoy ya se hace tarde.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Tras los pasos de don Juan de Austria

En la anterior entrada habíamos realizado una aproximación a la batalla de Gembloux, pero las cosas es mejor verlas sobre el terreno, así que esta bitácora se desplaza a la aldea de Temploux, hace 444 años y algún que otro día, para ver cómo podían ser las cosas un frío día de enero, o principios de febrero, de 1578. De momento, jorobadillas. Uno se baja del coche en Temploux, o donde sea en Bélgica, con un vientecillo molesto y un cielo gris y medio lluvioso, y se pregunta qué diantre hace a la intemperie, teniendo una casa donde ponerse a cubierto. Y eso sin tener enfrente a un ejército de veinticinco mil soldados de los Estados Generales dispuestos a dar un disgusto a las tropas del Rey de España y mandarlas de vuelta al Luxemburgo de donde venían.

Don Juan de Austria llevaba algún tiempo en Namur, ciudad que cuenta con unas fortificaciones impresionantes, pero que dejaremos para otra ocasión. El ejército de los Estados Generales se suponía que estaba haciendo un simulacro de asedio no muy afortunado, porque ni de lejos contaba con los medios para rematarlo, así que comenzó una retirada hacia el Oeste, en dirección a Bruselas. Don Juan de Austria observaba los movimientos de los ejércitos desde una elevación, y supongo que los debió observar de cine, porque el paisaje de la zona es tan sumamente llano que le hubiera bastado con subirse, no a una elevación, sino a un taburete.

Alrededor de Temploux, que era el lugar donde estaba la tropa de los Estados Generales, fue donde se montó el cirio, muy probablemente sin intervención de ningún tipo, como no fuera rezando desde la colina donde estaba, de don Juan de Austria, que vio cómo, al mínimo empuje de la caballería española, la desbandada de los rebeldes fue casi inmediata. De hecho, el camino, o los caminos, entre Temploux y Gembloux están jalonados con lugarcillos donde hubo ligeros encuentros entre destacamentos españoles y tropeles neerlandeses en retirada: Ferooz, Lonzée, Bossière... la escabechina a aquellos insurrectos fue de las que hacen época. Doce kilómetros hay entre Temploux y Gembloux y, a despecho del tiempo de perros que debía estar haciendo por aquel entonces, los levantiscos soldados de los Estados Generales debieron hacerlos a una velocidad inusitada, perseguidos, supongo que entre carcajadas y algún que otro improperio, por los tercios que ellos habían pretendido desalojar. Supongo que más de uno de los soldados españoles tenía más de una cuenta pendiente con aquellas gentes que les habían hecho la vida imposible mientras estuvieron allí de guarnición, no mucho tiempo antes. Y las cuentas hay que cobrárselas.

Ya que estamos aquí, sin embargo, vamos a dejar a los tercios hacer su trabajo, y nosotros podemos hacer una pausa en la persecución de un ejército en desbandada, y dar un paseo por Temploux. Al fin y al cabo, no somos Alejandro Farnesio y no tenemos ninguna intención de dejar claro quién mandaba allí. Ya nos reuniremos con don Juan de Austria en una próxima entrada, ante los muros de Gembloux, porque es fuerza que se detenga allí algún tiempo para tomar la ciudad, lo que nos dará ocasión de alcanzarlo.