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viernes, 20 de mayo de 2011

Armas blancas

Con la llegada del buen tiempo o, más exactamente, con la desaparición de la nieve, porque lo del buen tiempo todavía está por llegar, comienza la temporada de los shashlikí.

Entre los emigrantes, es frecuente que una buena parte de nuestro vocabulario, incluso cuando nos expresamos en nuestra lengua materna, esté en la lengua del país en que vivimos, en particular en situaciones que no son frecuentes en nuestro país de origen. Cuando, por ejemplo, estudiaba en Alemania, nunca fui al «comedor», sino a la «Mensa», que es lo mismo, pero no es lo mismo.

En Rusia, esas situaciones en que hablas con españoles en español, pero con palabras rusas, son mucho más frecuentes, supongo que porque las realidades rusas del día a día están mucho más alejadas que las alemanas de sus equivalentes españolas. Así, en Rusia, uno no hace una reparación o una reforma, sino un «remónt»; uno no va al mercado, sino al «rýnok», uno no come alforfón, sino «griéchka» y, finalmente, con el «shashlik», prácticamente todo el vocabulario, por mucho que existan palabras en castellano para nombrar todos los utensilios relativos al mismo, está en ruso.

El shashlik es una cosa sumamente popular en Rusia. En España, no deja de ser una brocheta con carne y verdura, hecha a la brasa; aquí, es una suerte de religión, que aglutina a su alrededor a todo el vecindario.

La gente se arremolina en torno al «mangal», especie de altar que en español es brasero, pero que aquí nadie llama así. También hay gente en Rusia que lo llama «shashlíchnitsa», comenzando por mis hijos, que en español sería algo así como «brochetera», pero es más propio lo primero.

Hay «mangales» de categoría, que cuestan un ojo de la cara, pero nosotros no tenemos uno de ésos. Después de hacer números, llegamos a la conclusión de que nos salía mucho más barato comprar uno nuevo cada primavera, de los que son cuatro planchas que se montan precariamente y cuestan cuatro chavos, dejarlo oxidarse en el jardín, porque no hacemos «shashlikí» en otro sitio, verlo caer al suelo durante la temporada de nieves, y tirarlo a la basura cuando se cumple su ciclo. Así todos los años tenemos uno nuevo por menos dinero del que nos costaría comprar uno bueno y andar siempre preocupados por montarlo, desmontarlo, limpiarlo y volverlo a montar. Así, con quitar la ceniza, listos.

El complemento indispensable para el «mangal» es el «shampúr», que es una palabra sumamente peliaguda, desde el momento en que su plural académico es irregular, «shampurá», pero muchísima gente inculta, como mis hijos, y en particular Ro, dicen y repiten el plural como si fuera regular: «shampúry». Cuando yo les corrijo, Ro insiste en que sabe más ruso que yo y que el plural es «shampúry», como ella dice y seguramente ha oído por ahí. Tendré que echar una parrafada con su profesora, porque a mí mis títulos, mis canas y mis años de experiencia hablando ruso no me bastan para que mis propios hijos me consideren digno de crédito. Seguro que es un signo de los tiempos, pero, como yo no era muy diferente de pequeño, tampoco creo que tenga mucho derecho a criticarla.

En español, «shampúr» es brocheta (si eres de Valencia) o broqueta (si hemos de creer a la Real Academia), pero nadie en Rusia lo llama así.

Cuando compras un «mangal», te suelen incluir entre seis y doce «shampurá» (irregular, diga lo que diga Ro), y ésos no se hacen malos cada año, como el «mangal». Comoquiera que hemos comprado «mangály» varios años ya, y hasta llegamos a comprar «shampurá» de sobra la primera vez, tenemos pinchos como para armar un pequeño ejército y, desde luego, para ensartar carne como para dar de comer a todo el vecindario.

Y está buenísimo. Y lo digo para poner los dientes bien largos a los que me lean desde España, ese país donde está terminantemente prohibido hacer fuego. Aquí, no. Aquí puedes hacer fuego en cualquier lugar.

Y así nos fue el verano pasado. Pero, para criticar el asunto, mejor lo dejo para otra entrada, porque ésta se va haciendo larga.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Aprendiendo ruso en España

Preguntaba José hace un par de entradas si podía aconsejar algo para estudiar ruso en España. Mis comienzos con el ruso ya los describí en unas cuantas entradas hace algún tiempo (ésta, ésta, ésta y ésta), pero bueno, voy a ver qué se me ocurre para orientar a quien esté pensando en iniciarse en el idioma de Pushkin. Ah, si algún lector puede añadir algo, sobre todo algún manual para autoaprendizaje, estoy seguro que se lo agradecerá infinitamente.

Lo primero que hace falta para aprender ruso es una buena motivación. No una motivación cualquiera, del montón, sino una motivación buena de verdad, porque el ruso no es un idioma sencillo y desespera al más pintado. Si no tienes una motivación muy potente, hay que ser muy tozudo para hincar el codo sin resultados durante tanto tiempo como va a costar llegar a un nivel regularcillo.

Como hemos visto muchas veces, una motivación muy potente suele ser una chica rusa (a efectos expositivos, excluyo, por relativamente insólito, el caso contrario de que a una española le haga tilín un ruso). Por desgracia, en este caso muchas veces la motivación no es suficiente. La experiencia demuestra sobradamente que la rusa, que no es tonta, aprende español muchísimo más rápido y que, a partir de ahí, el interés del español por el ruso (que no por la rusa) decrece, con lo que el español se limita a balbucir algunas frases con una pronunciación penosa.

Si uno está en España y tiene el castellano como lengua materna, la dificultad aumenta. El español es un idioma rico en vocabulario y gramaticalmente muy elegante, pero tiene una prosodia demasiado básica. Apenas tiene cinco vocales, ni una más; sonidos consonánticos bastante justos y una entonación muy monótona, lejos del énfasis entonativo del ruso (y del español americano, por otra parte), su profusión de sonidos vocálicos y la variación consonántica entre sonidos duros y blandos. Demasiado para el nativo de castellano, salvo durísimo entrenamiento.

Para acabarlo de estropear, los métodos de aprendizaje de ruso en español son para llorar. Vocabulario inútil, ausencia de muchísimas palabras de uso habitual y enfoque puramente teórico alejado de la práctica. A veces parecen escritos por enemigos del pueblo, para asustar a los extranjeros.

Si la motivación es la cultura y la literatura rusa, las pegas continúan. Leer a los grandes clásicos es tarea dura, incluso para los que ya tenemos nivel. Pushkin es difícil, Tolstoy y Dostoyevsky se las traen, Gogol es un hueso durísimo de roer y para leer a Turgueniev hay que sudar tinta. Sin embargo, puede dar buen resultado hacerse con alguna edición en español y comparar con las versiones originales, tanto más cuanto que las traducciones suelen ser buenas. El clásico comparativamente más sencillo es Chéjov, que además tiene la gran ventaja de disponer de un gran número de relatos cortos y bastante entretenidos. En todo caso, a la hora de afrontar las conversaciones del día a día, conocer bien a los clásicos es una ayuda muy relativa, porque casi nadie habla así.

Sin embargo, al menos la situación es considerablemente mejor que cuando yo tuve que estudiar ruso: está internet, y en internet hay un montón de recursos de lo más variado.

Para la gramática y el vocabulario básico, hay que currar. Sigue siendo necesario, en mi opinión, hacerse con una gramática, resolver muchísimos ejercicios e hincar el codo estudiando palabras. Se siente.

A partir de ahí, no sabría yo muy bien qué recomendar. Me atrevo a proponer algunos sitios para conseguir material.

Películas. Hay un montón de películas soviéticas en Arjlover. Recomiendo especialmente las infantiles y los dibujos animados, en primer lugar porque son muy buenos, y luego porque el vocabulario empleado es algo más sencillo. El problema fundamental puede ser que hay expresiones que han surgido más recientemente y que, por lo tanto, quedan fuera, pero es un problema menor. Si se pueden conseguir con subtítulos, lo mejor es que los subtítulos sean, también, en ruso.

Periódicos. En mis tiempos, conseguir prensa soviética antes de que pasaran dos meses desde su publicación era tarea imposible. Sin embargo, internet lo ha puesto todo eso patas arriba, y ahora puedes leer la prensa rusa incluso antes que los propios rusos. El problema es que el lenguaje periodístico ruso es endemoniado, mucho más que el español, y que las frases se retuercen con locuciones impensables, oraciones impersonales y otras figuras estilísticas que dan muy buena impresión al lector avezado (los periodistas rusos escriben muy bien, por regla general), pero que convierten los artículos es un quebradero de cabeza espantoso para el lector novel. Así y todo, hay que hacerlo, y aquí a la derecha tenéis el enlace al periódico principal de internet, Gazeta. En mi primer año en Rusia hice muchísimos progresos forzándome a leer en profundidad un artículo de prensa todos los días. Vamos, que además de los siempre recomendados diccionarios de cabellos rubios (que efectivamente mejoran el dominio de la leng... estoo... del idioma), hay métodos más sistemáticos para avanzar.

Finalmente, hay que tirarse a la piscina y usar el idioma activamente. Mi último profesor de inglés en la EOI, ante su clase de treinta alumnos, dijo el primer día que éramos muchos, y pronto se dio cuenta de que había gente con un nivel flojito, aunque era el último curso. Sin embargo, insistió en que todo el mundo hablara con un elocuente: "If you're shy, forget it." Y tenía más razón que un santo. Los idiomas se aprenden a base de bofetones, de errores, de caer y volverse a levantar, y el ruso con mucho mayor motivo.

En mis viejos tiempos de estudiante de la lengua del enemigo, creo que sólo en tercer curso vimos a un grupito de rusos, soviéticos, que aparecieron por Valencia no sé en virtud de qué intercambio. Como no hablábamos un higo, acabamos comunicándonos por señas, pero tampoco mucho, porque la verdad es que no teníamos mucho que contarnos. Ellos, con sus ropas pasadísimas de moda, flipaban en colores con lo que veían por España sin entender de la misa la media, y nosotros, ahora lo sé, ni remotamente nos podíamos imaginar lo que se cocía por Rusia. Pues ése fue todo mi contacto con rusos nativos, profesores aparte, durante mi aprendizaje en España.

Pero ahora nos hemos globalizado, joroba. Hay un huevo de foros, periódicos que admiten comentarios, posibilidades de entrar por aquí y por allá. Cualquier alumno español puede entrar en la Rossiyskaya Gazeta y decir que Putin es cojonudo y que los incendios forestales en los alrededores de Moscú son una conspiración norteamericana. Lo importante, para el alumno, no es el contenido, en este caso bastante estúpido, sino entablar conversación. Debe procurar escribirlo lo más correctamente posible (algo así como Путин - спасатель родины! А пожары, в них виноваты американские провокаторы), y luego ver qué te responden. Ahí sí que vas a aprender vocabulario básico, y todo tipo de adjetivos calificativos (y descalificativos). Pero tú tranquilo, que internet lo aguanta todo.

Para pronunciar correctamente, que es donde más nos aprieta el zapato a los españoles, un profesor nativo es imprescindible, me temo. Pero no cualquier nativo, sino un profesional. Me da la impresión de que en España hay bastante aficionado dando clase de ruso, con el único argumento de que es su idioma nativo, lo cual está muy bien, pero no es suficiente para enseñar.

Una curiosidad del ruso, que no he notado con otros idiomas, y me ha tocado estudiar unos cuantos, es que los progresos llegan de sopetón. Puedes pasarte meses desgastando tus coderas sin notar el menor progreso y, de repente, te levantas un día y, ¡hop!, puedes hablar, como si los progresos se hubieran estado acumulando sin hacerse notar y de golpe emergieran a la superficie todos a la vez. Lo malo es que el proceso inverso también puede ocurrir. En todo caso, la perseverancia es indispensable, así como la certeza de que, si otros han conseguido aprenderlo, uno no tiene por qué ser más tonto que los demás.

Y esto es lo que puedo aconsejar. Como resumen, que ahora es mucho más fácil aprender ruso desde España de lo que lo era hace dos décadas; que sigue siendo tremendamente difícil; que una buena motivación es fundamental, porque la cosa exige muchos sacrificios; y que, finalmente, y esto es la regla de oro para el ruso y para cualquier idioma, if you're shy, forget it.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Manuales

Cuando salí de la librería con mi primer libro de ruso, una doble sensación me invadía.

En primer lugar, mi bolsillo sintió una sensación de alivio. El libro costó mil quinientas pesetas y me iba a durar tres años. Hace ya mucho tiempo de aquello, pero el precio era razonable y eso de no tener que rascarse el bolsillo en dos años molaba, que los estudiantes somos pobres.

En segundo lugar, yo no diría que el tocho aquél me estuviera entrando mucho por los ojos. Leches. En alemán, el libro se llamaba algo así como "Themen" o "Dichtung und Deutung" (bueno, éste ya era avanzado), con cubiertas multicolores y fotos de Goethe, Schiller o Lessing. En inglés, el libro podía ser "English for today", con dibujitos de niños estudiando y muchos colores. En francés, teníamos cositas como "Le français au présent", título con juego de palabras incluido y portada con una bonita foto de la torre Eiffel. En holandés, era algo así como "Levend nederlands" y fotos de queso y molinos de viento. En portugués, incluso, la portada tenía preciosas barquitas de pescadores y un montón de peña en la playa, y el libro se llamaba "Vamos là!" Pero, ¿cómo no vas a estudiar portugués con un título como ése?

El libro de ruso era gordo, encuadernado en rústica y completamente azul. Y se titulaba "Manual de lengua rusa". Así, sin engañar a nadie.

A medida que fuimos desgranándolo, resultó que el libraco aquél era el libro de texto de los estudiantes hispanoamericanos (con un alto porcentaje de cubanos) que acudían a estudiar a, entre otros sitios, la Universidad de la Amistad de los Pueblos, en Moscú. La mayoría de ellos iban para médicos o ingenieros. Bueno, en realidad se trata de "ingenieros", y las comillas están puestas con toda la intención. El caso es que a estos estudiantes los tenían un año a piñón fijo con el ruso (la "prepa", como se llama aún hoy) y, a partir del siguiente curso, les metían en clase con el resto del mundo. En esa universidad, lo de "resto del mundo" es estrictamente exacto.

Claro, si estás en Rusia rodeado de ruso por todas partes y tienes un fuerte estímulo en aprender, porque, de lo contrario, estás perdido, casi cualquier libro te sirve y no hace falta que te enseñen el vocabulario más frecuente, porque ése ya lo absorbes entre callejeo, salsa, merengue, mojito y magreo. Pero ése no era el caso del grupo de frikis que éramos, que ni sospechábamos lo que se podía estar cociendo al otro lado del telón de acero. Y algunos pensábamos en defendernos con el idioma y vale, no en estudiar, y mucho menos para científicos atómicos.

Los contenidos de los temas eran como para preocuparse. Al cabo de unos meses, habíamos visto a un heroico cirujano destinado en una estación polar hacerse una operación de apendicitis a sí mismo (sin anestesia, claro); una chica del Komsomol se había ido voluntaria a Chitá, en plena Siberia, a conducir un tractor y trabajar en el campo cultivando maíz; un estudiante mongol de nombre impronunciable le había enviado una carta a ésta última, sin conocerla ni nada, alabando su valentía y arrojo comunistas... sabíamos decir en ruso palabras como "apendicitis", "bisturí", "ambulatorio", "tractor", "komsomol", "cosmos", "ciencia" u "otorrinolaringólogo"... pero no sabíamos decir "tomate" o "zanahoria", que la verdad es que no hubieran venido mal.

Y, claro, así no es de extrañar que en mi primer día en Moscú, con cuarto de ruso terminado, entrara en el metro con un español que llevaba un tiempo viviendo allí y que apenas había dado clase, y que sonaran las palabras de siempre:

"Осторожно! Двери закрываются! Следующая станция: Полежаевская." (¡Cuidado! ¡Las puertas se están cerrando! Siguiente estación: Polezhaevskaya)

Y yo le pregunté:

- Oye, ¿qué quiere decir "осторожно" (¡cuidado!)?

Él se me quedó mirando con cara de alucinao y dijo:

- Alfor, ¿de verdad has terminado cuarto?

viernes, 18 de septiembre de 2009

Profesoras

En este recorrido nostálgico que estoy haciendo por mis primeros pasos con el idioma ruso, nos habíamos quedado en el momento en que el docente entraba en clase.

Entre los lectores de esta bitácora me consta que hay más de un estudiante (o ex-estudiante) de ruso, así que me permitiré lanzar la pregunta que me viene atormentando: ¿alguno ha visto alguna vez a un profesor de ruso? A un hombre, quiero decir. Porque yo he conocido a varias docenas de maestras, profesoras y aficionadas a dar clase, pero, lo que es hombres, o son profesores de universidad y no se rebajan a los niveles inferiores, o directamente no son.

He tenido profesores, masculinos, de alemán, de inglés, de francés y hasta de holandés; pero, lo que es de ruso, es que no he visto uno ni de cerca.

Pues bien, volviendo a aquel primer día de clase, la profesora finalmente entró en el aula y echó una ojeada al grupo de alumnos que quedó descrito en la última entrada de la serie y que, claramente, eran una banda de frikis avant la lettre. La profesora, llamémosla Natalia, era una mujer de edad mediana, tez oscura, media melena rizada, recogida en una discreta diadema y tirando bastante a canosa, estatura igualmente mediana y vestimenta rabiosamente conservadora: vestido y falda larga, todo ello de color entre azul y gris, y zapatos de tacón bajo. En alguna ocasión, nos dijo que la solían confundir con una monja, lo que le molestaba mucho. Quizá para marcar las diferencias con las religiosas, fumaba constantemente: en el pasillo, en clase, en la sala de profesores y donde te la encontraras. Y es que eran otros tiempos, afortunadamente olvidados, porque lo de estar oliendo constantemente a tabaco, quieras que no, a alguno no nos molaba.

El español que hablaba Natalia era absolutamente impecable; sus modales, tan impecables como su español. Se trataba de una niña de la guerra retornada y que conservó la admiración por la URSS, por un lado y, por otro, la nacionalidad española. Eso, junto a sus estudios, le permitió acceder a una plaza de funcionario de la educación. Y allí estaba, enseñando ruso.

Las primeras clases siempre son un poco tensas. Nadie sabe muy bien a qué atenerse. En aquella clase, eso se notaba de una manera especial. Los alumnos, a cual más raro, nos mirábamos entre nosotros pensando que los frikis eran los otros. La profesora, de igual manera, debía estar pensando en la fauna que le estaba tocando pastorear.

Más adelante, la estructura de las clases se fue haciendo clara. Natalia nos ponía deberes; nosotros no los hacíamos; no pasaba nada, los revisábamos por encima en clase; luego ella nos contaba cositas de su vida que tenían muy poco que ver con la enseñanza del ruso. De esta manera, nuestro nivel era penoso. Con el tiempo, llegué a darme cuenta de que la prioridad de Natalia, como la del resto del departamento de ruso, consistía no tanto en que aprendiéramos, sino en no quedarse sin alumnos, y así el nivel de exigencia bajaba hasta extremos alarmantes, pero, eso sí, el de esfuerzo no era muy superior.

Con el tiempo, tuve hasta otras seis profesoras de ruso. Mientras estuve por aquel centro, todas fueron más o menos del mismo estilo. Como el objetivo parecía ser el de conservar alumnos, lo lógico era lo que pasaba en la Escuela: los primeros cursos eran más sencillos que el mecanismo de un botijo; el penúltimo era complicadillo y el último era directamente imposible. Así la gente se quedaba años y años, repitiendo curso incesantemente, pero seguía matriculándose, porque, ya se sabe, el ruso, si lo dejas, lo olvidas en un pis pas.

Quizá algo de culpa de esto lo tuvieran los libros y los materiales que debían acompañar a los alumnos a lo largo de su aprendizaje, pero esto es asunto aparte y tendrá su hueco en la próxima entrada.

Porque hoy, la verdad sea dicha, se está haciendo un poco tarde.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El primer día de clase: fauna discente.

Cuando me asomé por la puerta, encontré a más o menos una docena de alumnos a cual más raro, o eso me lo parecía a mí. Me senté tímidamente en un pupitre vacío y me puse a mirar a la concurrencia.

Las pintas eran impresionantes. En primera fila se sentaba un hombre de alrededor de cuarenta años, de pelo espeso, barba rizada y gafas de culo de vaso; vamos, el prototipo de revolucionario. Luego supimos que era marino y de hecho se pasaba semanas enteras embarcado. Cuando venía, no se enteraba de mucho, pero hacía preguntas muy serias a la profesora. Desapareció a los pocos meses, pero entonces, en el primer día, imponía lo suyo.

Cerca de él se sentaba un chavalín de catorce años que lo que quería era estudiar inglés, pero encontrar una plaza en inglés era imposible (y sigue siéndolo) para un alumno nuevo, así que el chaval decidió meterse en ruso, donde no había problemas de plazas (y sigue sin haberlos), con la esperanza de pasar a inglés en el curso siguiente. Claro, allí no pintaba mucho, pero hay que reconocer que el chico se lo curró, la profesora le puso sobresaliente, para ver si lo conseguía mantener, pero ya nunca lo volvimos a ver, porque consiguió su propósito y se metió en inglés.

Al otro lado había un repetidor. Alguien que había suspendido primero y que volvía a intentarlo. Más adelante me di cuenta de que para suspender primero de ruso había que proponérselo muy seriamente, así que el tipo aquél no debía ser muy normal. Sin embargo, no era tan anormal como para intentarlo por tercera vez: hacia Navidad dejó de venir y ya nunca más se supo de él.

Delante de mí se sentaba un tipo tremendo, de cerca de dos metros de altura, con unas patillas que le llegaban hasta la mandíbula y unos pómulos pronunciados que hacían aún más destacables unos ojos oscuros y hundidos. Una de las primeras preguntas que hizo fue por qué en la escuela no se podía estudiar vasco. Éste sí que aguantó y con el tiempo fue conocido como "Hombre del Pífano". Sin pegar golpe, fue pasando de curso hasta llegar a cuarto (y aprobarlo), y se las arreglaba para sabotear la mitad de las clases. De vez en cuando, se quejaba de no poder estudiar vasco, pero la verdad es que resultaba gracioso y contaba chistes bastante buenos.

En el pupitre de detrás había un tipo todavía más curioso, con una barbita de chivo y unas gafas gruesas, que parecía un pariente de Gengis Kan recién llegado de Mongolia. En aquel tiempo se negaba a hablar castellano y se comunicaba en la "llengua dels països", pero más adelante, al ganar confianza, que ya se sabe que da asco, se hizo algo más tolerante y consintió en chapurrear algo en castellano, un poco a regañadientes. Llevaba la carpeta llena de cuatribarradas con estrella. La verdad es que éste también aguantó bastante. Le perdí la pista en cuarto, y más adelante tuve noticias de él por un conocido común, pero las noticias no son como para darlas en una página que pueden leer menores de edad.

Y había una mujer, sólo una, de edad indefinida, pero desde luego superior a la que tenía en realidad, con cara ajada y avinagrada, que olía a tabaco a kilómetros y que se lamentaba con frecuencia de su mala suerte. En general, se lamentaba de cualquier cosa.

El último de los alumnos que recuerdo era un sujeto con pelo por toda la cara, estudiante de Matemáticas, que decía que esperaba aprender el ruso suficiente como para poder leer las excelentes obras de los matemáticos rusos. Eso era lo que decía él. En realidad, luego supe que todas las obras de los matemáticos rusos, efectivamente excelentes, están cuidadosamente traducidas al castellano, y que el estudiante de Matemáticas pertenecía a Esquerres Matemàtiques, una agrupación de estudiantes que se escindió de la agrupación ultracomunista de la Facultad por parecerles ésta demasiado blanda y condescendiente con el capital.

"Vaya tela", pensé. "¡Menuda gente! ¡Qué pinta tienen todos estos pollos!"

Como la profesora tardaba un poco en llegar, me acerqué al servicio y allí me encontré con otro elemento. Un tipo tremendamente delgado, con unas greñas de palmo, ojos oscuros y hundidos, una barba estilo "Lincoln", sin bigote, camisa de franela a cuadros, zapatillas de mercadillo y una cazadora azul descolorida. Una pinta de chiflado de libro. Sin embargo, con el tiempo, el tío se vio que funcionaba bien en clase, aguantó con notable éxito todos los cursos y, muchos años después, incluso sacó el título tras un par de intentos fracasados.

Lo malo es que a este elemento lo vi... cuando miré al espejo.

"Bueno", pensé. "A lo mejor tampoco tengo mucho derecho a quejarme de la pinta de los demás."

Volví a clase, y al poco entró la profesora. Pero eso es otra historia.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Al salir de clase

Hace unas cuantas entradas, un comentarista (Cid6cuerdas, para ser exactos) comentaba el ambiente de su clase de ruso comparándolo con mi definición con retranca de rusófilo. El comentario me hizo mucha gracia y me recordó mis primeros escarceos con el ruso, que tuvieron lugar en tiempos bastante remotos, cuando los rusos eran, todos ellos, el enemigo, y apenas ninguno había asomado la nariz por España.

La cosa comenzó cuando un par de adolescentes valencianos salían del templo del saber idiomático del Cap i Casal, la entonces Escuela de Idiomas (hoy, tras su normalización, "Escola d'Idiomes"), después de haber terminado todos los cursos allí posibles de alemán y de inglés. Uno de ellos era Alfor von Buchweizen y escribe estas líneas; al otro lo vamos a llamar Sepp von der Ebene.

Salían, pues, muy contentillos, supongo que como sale todo alumno que acaba de terminar el curso y que ha conseguido aprobar, y con el aprobado ha obtenido un papel en que daban sus estudios de dos idiomas por finalizados. En la euforia del momento, Alfor y Sepp conversaban animadamente sobre cómo se las habían apañado para sacar el curso de alemán a trancas y barrancas, a pesar de tener más faltas de asistencia que un diputado autonómico.

- Y, el curso que viene, ¿qué hacemos?
- Mmm... no sé. Desde luego, con el alemán y el inglés ya hemos terminado.
- Igual podemos apuntarnos a otro idioma.
- ¿Otro?

A lo mejor hoy día no es muy difícil encontrarse a españoles que hablen más de dos idiomas extranjeros. En aquel entonces, lo normal era tener nociones básicas de uno, suficientes como para destrozarlo y no enterarse de la misa la media, y quizá de dos; pero encontrar a gente que conociera tres idiomas extranjeros era algo entre insultante o directamente obsceno, y en todo caso propio de frikis. Claro que entonces los frikis no se habían inventado, o al menos no se había inventado la palabra, pero allí estaban aquéllos dos para irle dando forma al concepto.

- Pues sí, otro.
- Buf, pues podemos elegir entre francés y ruso.

Hoy día la oferta ha mejorado, te puedes matricular en diez idiomas y salir de allí más políglota que Juan Pablo II, pero en aquel entonces no había más que cuatro opciones, y dos ya las habíamos agotado, así que no quedaban más que las otras dos.

- ¿Nos apuntamos a francés?
- ¿Qué dices? ¿A gabacho?
- Bueno, bien pensado...
- ¡No! ¡A gabacho no! Además, el gabacho es odioso. Ah, y es valenciano algo transformado. En un par de semanas chapurreamos sin problemas, si nos ponemos.

Eso debía ser la euforia de haberlo aprobado todo.

- Bueno, pues sólo queda el ruso.
- Mmm... el ruso.
- ¿A que no hay huevos?
- ¿Que no? ¿A que sí?
- No estaría mal.
- Sí, sí...
- Además, la invasión es inminente.
- Claro.
- Vale, pues decidido, el curso que viene nos matriculamos de ruso. Esa lengua de rojos.

Porque, efectivamente, el ruso era una lengua de rojos y, en aquel entonces, parecía que lo sería eternamente. No, todavía no había tenido lugar el XXVII congreso del PCUS y los dirigentes de la Unión Soviética eran un grupo de matusalenes con hoz y martillo que la diñaban periódicamente y daban paso al siguiente abuelete.

Pasó el verano, y a Sepp se le debió ir pasando la audacia con el calor, porque, llegado el momento, le dio a Alfor las excusas suficientes como para que éste comprendiera que no estaba por la tarea de pasar cinco horas a la semana descifrando textos escritos con unas letras tan raras. Pero Alfor, hiciera calor o no, seguía con la euforia de junio, así que, ni corto ni perezoso, hizo la cola correspondiente, pagó las tasas y a mediados de octubre, con el comienzo del curso, se presentó en el aula que le tocaba a su grupo, y allí empezó el verdadero primer contacto con la lengua rusa.

Así que mis motivaciones para empezar con el ruso fueron ésas: un arranque "pensat i fet" de un adolescente valenciano difícil de clasificar. Ahora bien, hay muchísima gente que ha comenzado con el ruso, y muchísima menos que ha terminado pudiendo decir que lo habla, lo que nos lleva a que lo importante es la persistencia y el proceso de aprendizaje. En esto, como en tantísimas otras cosas, la primera impresión es muy importante, porque, como tantas veces hemos oído, no hay una segunda primera impresión.

Pero de mi primera impresión con el ruso, o sea, de mi primera clase de ruso, tocará escribir en la próxima entrada. Porque hoy se hace tarde.

lunes, 24 de agosto de 2009

Rusismos

Uno de los problemas de tener un padre obsesionado con la corrección en el empleo de las lenguas, y en particular del castellano, es que existen tres niños que deben andar con pies de plomo cada vez que abren la boca. Lo malo es que esos mismos tres niños viven las tres cuartas partes del año en Rusia, en contacto permanente con niños rusos y sólo muy de uvas a peras con españoles. Y muchas veces sus contactos con niños españoles son con residentes en Moscú, que por regla general hablan un español bastante peor que el suyo. El resultado es que el castellano que hablan Abi, Ro y Ame, siendo bueno, presenta ciertos dejes que delatan dónde viven bastante a las claras. Voy a anotar alguno para que tome nota todo aquél que esté en mi misma situación y sepa a qué atenerse a la hora de inculcarles su lengua nativa.

Típica rabieta. Ame se pone a hacer la puñeta a sus hermanas, que estaban pacíficamente poniendo vestiditos a sus muñecas. Ro se levanta con toda la indignación de que es capaz, y es mucha, se dirige a mí y, sin una pizca de acento extranjero, suelta:

- ¡Papá, Ame me molesta jugar!

Lo cual es una traducción literal de la forma en que lo diríamos en ruso: "Папа, Аме мешает мне играть!", pero en castellano no hablamos así. Y esas cosas, claro, hay que cortarlas cuanto antes.

- Ro, ¿qué?
- Que Ame me molesta jugar.
- Estás hablando en ruso con palabras españolas ¿Cómo se dice bien?
- Mmm...
- Se debe decir: "Ame no me deja jugar". O, si quieres, "Ame me molesta cuando juego", pero nunca, nunca, nunca, como lo has dicho tú.
- Bueno, pues Ame no me deja jugar.
- Vamos a ver.

Primera ventaja de la reprimenda lingüística. Hemos conseguido cambiar de tema y a Ro se le han pasado las tres cuartas partes de la indignación que tenía encima; lo cual es una ventaja tremenda.

- ¡Ame!
- ¿Qué?
- Que dice tu hermana que no le dejas jugar tranquila, ¿es verdad?
- Eh... uuuh... - y Ame pone cara de enfadado de cara a la galería, buscando una excusa que no llega.
- ¡Abi! ¿Qué estaba pasando?

Abi continuaba tranquilamente poniendo vestiditos a las muñecas.

- Bueno, pasaba que yo con Ro estábamos jugando con las muñecas...
- ¿Cómooooo?

Efectivamente, estamos ante otra traducción palabra a palabra de la expresión rusa: "Я с Ро играли с куклами", pero en castellano no hablamos así. Las niñas lo saben, pero los primeros días de estancia en España se descuidan un poco.

- ¿Qué has dicho?
- Estoo... que Ro y yo estábamos jugando a las muñecas.
- Bueno, bueno, ahora sí.
- Y Ame se puso a molestarnos especialmente.
- ¿Cómoooooo?

Y otra. "Especialmente", en realidad, debería ser "a propósito", o "adrede", lo que ocurre es que en ruso eso se dice "специально" y resulta casi inmediato decir en castellano "especialmente" que, sin embargo, quiere decir otra cosa.

- Estooo... quiero decir que lo hacía adrede.
- ¿Y dónde está Ame ahora?
- No sé.
- Ya se nos ha fugado. ¡Ame!
- ¿Qué, papá?
- ¡Ven aquí enseguida!

Ame acudió.

- ¿Que estabas haciendo?
- El primo Sedlex me estaba aprendiendo jugar al ajedrez.

¡Nooooo! Por si no fuera poco con los rusismos, llega el primo francés y les inculca galicismos. Efectivamente, es una traducción palabra a palabra de: "Le cousin Sedlex m'apprend jouer aux echecs"... sólo que en castellano tenemos el verbo "enseñar".

Está visto que ni en España puede uno bajar la guardia.

- ¡Hala! ¡A hacer todos los deberes!
- ¡Pero, papá! ¡Que estamos de vacaciones!
- Bueno, era por si acaso... ¡pero como no me habléis bien os vais a enterar!

miércoles, 8 de octubre de 2008

Academia locuta

Como os dije hace unos días, planteé una consulta a la Real Academia Española sobre la forma más correcta de escribir los nombres de las capitales de Abjasia y de Osetia del Sur. Hay que decir que el servicio funciona razonablemente bien (no es la primera vez que lo uso), de manera que aquí tenemos la respuesta, que tengo sumo gusto en compartir con los lectores. Ya sabéis, limpiando, fijando y dando esplendor. Pero, primero, os transcribo la consulta:

En mi trabajo debo emplear con frecuencia los nombres de ciudades de Georgia. El único caso resuelto sobre el particular en el Diccionario de Dudas, salvo error por mi parte, es el de la capital, que efectivamente debe ser "Tiflis" en castellano, evitando la transcripción "Tbilisi", utilizada en todos los informes escritos en inglés y que se toma de dichos informe con demasiada frecuencia a la hora de escribir en castellano.

Mi pregunta se plantea con respecto a las capitales de los territorios de Abjasia y de Osetia del Norte, que son, respectivamente, Sujum(i) y Tsjinval(i). Ciertamente dichos territorios no han sido reconocidos por España como estados independientes (aunque sí por algún país hispanohablante), pero sí por Rusia, y de hecho son independientes.

La cuestión es la siguiente: ¿hay que mantener la "i" final de ambos nombres de ciudad o, por el contrario, es más adecuado a la pronunciación y características del español quitar la "i" y dejar únicamente la raíz del nombre?

La "i" final no pertenece a la raíz, sino que es la desinencia que adquieren en idioma georgiano, en caso nominativo, los sustantivos cuya raíz termina en consonante. Los nombres oficiales en abjasio y osetio no llevan la "i" final. En ruso, a partir del reconocimiento por parte de Rusia de la independencia de ambos países, se usa en los informativos oficiales las formas sin la "i", seguramente en buena medida por razones políticas. Los escritos en lenguas occidentales, y en particular en inglés, mantienen en todos los casos la "i", probablemente también por razones políticas, al no reconocerse la independencia de ambas entidades y considerarlas parte integrante de Georgia.

Prescindiendo de dichas razones políticas, mi pregunta es qué hacer en castellano.

Quedo de Vdes. muy obligado de antemano por su segura respuesta.


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RESPONDE LA ACADEMIA

En relación con su consulta, le remitimos la siguiente información:

Aunque la forma Sujum se documenta en español (así la recoge, por ejemplo, la Enciclopedia Espasa [1927]), en la actualidad es mayoritario el uso de la forma Sujumi: «1993, rebeldes abjasos llegan a 15 kilómetros de Sujumi en Georgia» (Diario de Yucatán [México 4.7.1996]).

En cuanto al nombre de la capital de Osetia del Sur, anteriormente Staliniri, es mayoritario el uso de la transcripción española Tsjinvali: «Los trabajadores llegados de la Federación Rusa dan un aire febril a la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, que no ha superado aún la pesadilla» (El País [España 22.9.2008]). La transcripción inglesa Tskhinvali no debe utilizarse en textos en español.

Esta forma presenta un grupo consonántico inicial ajeno al español, pero aún no hay asentado en el uso ningún intento de adaptación a nuestro sistema ortográfico. De acuerdo con su pronunciación serían igualmente posibles las formas Esjinvali (con simplificación del grupo ts y adición de la e protética ante ese líquida) y Tisjinvali (con adición de una vocal de apoyo a fin de hacer pronunciable el grupo inicial). Ambas se documentan solo ocasionalmente en textos en español: «Refugiados osetios huyen de la guerra en Esjinvali junto a un carro del Ejército independentista» (La Razón [España] s. f.); «Si los refugiados georgianos se dirigen al sur, hacia Tiflis, los sudosetas ponen rumbo hacia Osetia del Norte. Detrás dejan la capital, Tisjinvali, destruida para ir a la busca de ayuda y de cobijo» (
http://www.euronews.net/[16.8.2008]).

Como ve, en la actualidad todas las formas de uso mayoritario en español conservan la i que corresponde al nominativo georgiano. La Real Academia Española no entra a valorar las motivaciones o implicaciones políticas de este hecho, simplemente se limita a constatar cuáles son las formas preferidas en el uso y si son correctas desde el punto de vista lingüístico.

Reciba un cordial saludo.
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Departamento de «Español al día»
Real Academia Española
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La Academia se moja, pero se moja poco. Por una parte, reconoce que, cuando la zona era un lugar nada conflictivo, las formas sin "i" eran corrientes en español, y por eso cita la entrada de la Espasa de 1927. Pero no le mola del todo, y parece que no se atreve a que la califiquen de prorrusa por montar el cirio de quitarles la "i". La escandalera sería de aquella manera. Con lo cual, en una actitud propia de Pilatos, se lava las manos descaradamente y dice que ahora se usan con "i", Sujumi y Tsjinvali, y cita a la prensa contemporánea. Pues claro que se escribe más frecuentemente con "i". Y también se dice más frecuentemente "andé" que "anduve" y eso no convierte a la primera forma en correcta.

Para disimular, y como eso de Tsjinvali no es fácil de pronunciar para un paladar castellano, se figura cómo llegará a escribirse cuando el nombre de la ciudad se popularice en español, y ahí se aventura con "Esjinvali" y "Tisjinvali", que seguramente son ocurrencias de un par de periodistas, cuando no erratas, y que la Academía ha dado el primer paso para normalizar. Eso sí, siempre con la "i".

Bueno, chicos, finalmente, parece que la Academia sólo atenderá a lo que diga la mayoría de la prensa, así que, amigos prorrusos o simplemente consecuentes, ya sabéis que ahora toca inundar la internet en español de "Sujum" y "Tsjinval". Al cabo, la Academia dirá que son formas frecuentes y puede que, con paciencia y una caña, incluso las acepte. Hala, al tajo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Más sobre la batalla de la lengua

La respuesta a la pasada pregunta es, como Alberto clavó en los comentarios, que "Tskhinvali" y "Sujumi" son las versiones en georgiano de los nombres de las ciudades respectivas. El georgiano es un idioma especialmente pejiguero, que no se conforma con escribirse con un alfabeto propio (creo que lo comparte con el mingrelio, lo cual no es mucho compartir), sino que tiene una gramática endiablada que ha provocado que la práctica totalidad de los extranjeros residentes en Georgia haya renunciado a dominarlo después de sólo unas cuantas clases.

Y, efectivamente, una de las peculiaridades del georgiano es que las palabras cuya raíz termina en consonante adquieren en nominativo la desinencia "i". Para los que no hayáis dado latín, que me temo que sois legión, el nominativo es el caso en el que están las palabras que en la oración desempeñan la función de sujeto, o bien las palabras tal y como están en el diccionario o en el mapa, fuera de frase alguna. Pues resulta que, en georgiano, a diferencia de todas las lenguas que conozco, y que conocéis la mayoría, no hay palabra en nominativo que termine en consonante: o lo hacen en vocal (como Sakartvelo, que es como se dice Georgia en georgiano) o, si lo hacen en consonante, se les añade una "i", como Tbilisi, Gori, Batumi, Zugdidi, Djugashvili, Saakashvili, Bagrationi y todos los ejemplos que queráis.

En cambio, en osetio, abjasio y casi todos los demás idiomas, el nominativo se dice como haga falta, pasando de "i". En osetio, Tskhinvali es Tskhinval y, en abjasio, Sujumi es Sujum. Ha sido reconocer la independencia de esos dos... lugares, y cambiar los criterios lingüísticos rusos. Hoy día, supongo que en Rusia, si dices los nombres en ruso de esas dos ciudades y las nombras como siempre, eres un pícaro antirruso y, si las dices como se dice ahora, sin la "i", eres un amarillista progubernamental.

Nada diferente a lo que nos pasa en España a diario. Si a mí me da por utilizar, escribiendo en castellano, Játiva, Cataluña, Gerona, La Coruña o Fuenterrabía, entonces soy un peligroso bicho centralista; si a mí me da por hablar en valenciano en Valencia, cosa que ya no hace nadie, lo que soy es un nota social y, dependiendo de la versión que emplee, un fascista irrecuperable o un separatista panca.

Pero, políticas aparte, en castellano tenemos que tomar una decisión sobre cómo designar a las capitales de esas dos... entidades (lo de entidades me ha molado más: cabe todo). Y, ¿a quién compete semejante decisión? Lo habéis adivinado, a la institución encargada de velar por la limpieza del castellano, de fijarlo y de darle esplendor. Sí, a la Real Academia de la Lengua.

Les he hecho una consulta al respecto a través de su página. No es la primera vez. La primera, hace ya muchos años, también tuvo como objeto Georgia y se debió a que me empezaba a molestar que todo quisqui, copiando al pie de la letra informes en inglés, escribiera en español "Tbilisi" (a veces incluso con dos eses, hala, ¡será por consonantes!) en lugar del "Tiflis" de toda la vida. La RAE, que a la sazón estaba terminando el Diccionario de Dudas, me respondió enseguida diciendo que de "Tbilisi" nanainas y que había que escribir Tiflis, cosa que he hecho desde entonces invariablemente. Y, cuando alguien escribía "Tbilisi", la respuesta de la RAE me daba autoridad para rechinar los dientes y decirle que dejara el corta y pega del inglés y que escribiera en castellano.

Y ahora que estas dos ciudades aparecen sobre el mapa hay un nuevo motivo de consulta, de cuyo resultado ya informaré. De momento, adelanto que mi opinión consiste en seguir el ejemplo de los rusos y suprimir la "i" final de ambas ciudades, aunque políticamente sea la mar de incorrecto. Lingüísticamente, tiene todo el sentido, y por eso creo que los rusos debieran haber borrado la "i" hace mucho tiempo, no ahora, en que lo han hecho motivados políticamente y para fastidiar a los georgianos. Después de todo, a Stalin siempre lo han llamado Stalin, y no Stalini, como en su lengua natal.

viernes, 26 de septiembre de 2008

La batalla del lenguaje

¿No os ha llamado nunca la atención la actitud de los nacionalistas periféricos españoles con lengua propia? Son ésos que se niegan a que se diga en castellano La Coruña o Gerona (debe ser A Coruña y Girona, y ay del que se salga de eso), pero ellos dicen sin empacharse Saragossa, Conca o Terol, que desde luego no son los nombres oficiales de, respectivamente, Zaragoza, Cuenca ni Teruel. Al que le interese el tema, aquí (en la discusión) tiene un ejemplo elocuente.

Esa norma política y absurda sólo existe en España. A ningún descerebrado se le ocurre hablar en castellano de ciudades como London, Moskvá o 's Hertogenbosch. Bueno, la verdad es que el nivel de descerebramiento, o simplemente ignorancia supina, va en aumento de manera preocupante. Así, se oye hablar de Beijing (que en castellano siempre ha sido Pekín), de Myanma (que es la Birmania de toda la vida) y, ya puestos, estoy seguro de que la propia 's Hertogenbosch que he puesto como ejemplo, a poco que fuera más importante, perdería el hermoso nombre que siempre ha tenido en español, que es Bolduque ("bosque del duque", que es lo que viene a querer decir en holandés) desde que los tercios se cubrieron allí de gloria, y de agua, en los siglos XVI y XVII.

La cosa ya va a más. Cierto que "Moscú" sigue siendo el término hegemónico para referirse en castellano a la ciudad en la que vivo, pero ya hay notables erosiones en la unanimidad: y no es a favor del nombre autóctono y oficial, que sería "Moskvá". Estoy recibiendo con cada vez mayor frecuencia correos electrónicos (muchos de los cuales, por cierto, proceden de esas comunidades autónomas españolas con lengua propia), en los que sin el menor rubor hablan de, por ejemplo, su próximo viaje a "Moscow". De verdad, si los tuviera delante, les iba a meter una colleja de impresión, por capullos.

Pero no es a esto lo que iba. Iba a la pasada guerra con Georgia, en que también nos encontramos ante una guerra del lenguaje parecida. Veamos.

En Georgia, llama la atención de que la mayoría de las ciudades terminan en "i": Tbilisi (Tiflis en español), Batumi, Poti, Gori... y también Tskhinvali y Sujumi, que son las capitales de Osetia del Norte y Abjasia, respectivamente. Efectivamente, ése era el nombre que les daban todos... hasta que llegó el reconocimiento por parte de Rusia de ambas ¿repúblicas? A partir de ese día, si os habéis fijado, todas las televisiones rusas, y en particular las públicas, han recortado ostensiblemente el nombre de ambas ciudades, que han perdido la "i" y han pasado a llamarse en ruso Tskhinval y Sujum. En ruso... y en el inglés que utiliza la cadena amarilla rusa "Russia Today", por ejemplo, aquí o aquí

La razón de por qué hay tantos nombres georgianos que acaben en "i" (Saakashvili es otro, como Djugashvili, el georgiano más famoso de todos los tiempos y al que todos conocéis) y de por qué los medios oficiales rusos han cambiado los nombres de la noche a la mañana la dejo como adivinanza para el finde. Investigad, investigad...

lunes, 15 de octubre de 2007

Prohibiendo

Un antiguo cuento, entre cuento y chiste, comparaba las formas de prohibir en los distintos idiomas y sacaba conclusiones sobre el carácter de los distintos pueblos que las hablaban. Veamos.

El alemán, cuando prohibe, tiene que imponerse. En alemán, la prohibición es seca, siempre con un signo de admiración, recia y no admite discusión. La prohibición de pisar el cesped sería algo así como: Rasen nicht betreten!, que suena fuerte y no pretende otra cosa ¡No se pisa el césped! Y punto.

El francés no. El francés es indulgente, educado, amable, un pelín relamido si se quiere, hasta algo hipocritilla, y apela incluso en sus prohibiciones al respeto a los demás. Sería algo así como "Veuillez bien de ne pas marcher sur le gazon". Vamos, que de prohibición no parece tener mucho algo que traduciríamos como "Tenga usted la bondad de no caminar sobre el césped".

El español constata simplemente que algo no se debe hacer, y luego se desentiende del resultado. La expresión típica es "Prohibido pisar el césped." Yo ya te he avisado, luego tú haz lo que quieras que para eso eres libre. Seguramente lo pisarás. Yo, con decirte que no lo hagas, he cumplido.

El cuentecillo, con intención, terminaba con la traducción al catalán, alusiva a cierto estereotipo que se les atribuye a los catalanes: "No xafeu la xespa. Qué es guanya amb aixó?"

¿Y en ruso? El chistecillo no dice nada, pero en la foto de arriba tenemos la explicación. Para que el ruso obedezca, hay que convercerlo pero que muy bien. Rusia está llena de gente nadando bajo el cartel de "Prohibido bañarse", de coches aparcados junto a la señal de prohibido aparcar... e incluso se diría que da más morbo hacerlo allí. Y así, la forma de prohibir pisar el césped es una retahila en la que se desgranan los argumentos más convincentes de que dispone el prohibidor. Véase la traducción literal del cartel de arriba: "Pedimos insistentemente que no se sienten ni se acuesten sobre el césped. La fijación del césped se ha realizado siguiendo una tecnología especial, mediante el uso de hierba en rollos, que necesita no menos de tres años para su implantación en la tierra."

Vamos, que el que escribió eso no las tenía todas consigo. Y la prueba de que espera un comportamiento mucho mejor por parte de los extranjeros que de los nacionales es la traducción que ha hecho al inglés de toda la retahila antecedente: "Keep off the grass." Cuatro palabras. Ni una más. Hasta los rusos confían en el carácter estrictamente práctico de los anglosajones.