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viernes, 12 de septiembre de 2025

Camino de Santiago: Saliendo de Bruselas

 

Algo más adelante, sin dejar nunca la Rue Haute, aparece la mole enorme de la Puerta de Halle, uno de los escasos restos de la segunda muralla de Bruselas, que parece un castillo de cuento y que, efectivamente, si siguiéramos derechamente el camino que continúa a partir de ella, llegaríamos a Halle. Y añado que, si Dios quiere, algún día llegaremos a Halle a pie, claro que sí.

Actualmente, la Puerta de Halle alberga una parte del Museo Real de Arte e Historia, el cual, debo confesar avergonzado, todavía no he visitado. Al paso que voy, me va a suceder como en Moscú, cuando comencé a visitar los últimos museos que me faltaban, algunos muy importantes, cuando ya sabía a ciencia cierta que me iba e incluso tenía el billete de avión en el bolsillo. Me da a mí que en Bruselas terminará por pasarme algo parecido, pero lo cierto es que todavía no tengo una intención inmediata de emigrar.

La Puerta de Halle es impresionante, pero no estoy seguro de que lo fuera igualmente en la Edad Media. Cuando la muralla fue derruida a mitad del siglo XIX, las autoridades decidieron conservarla y restaurarla, pero claro, en aquellos tiempos las restauraciones eran bastante imaginativas, como puede comprobar cualquiera que haya visitado Carcasona. Allí, Violet le Duc, el arquitecto que se ocupó de la cosa, hizo las cosas como creyó que deberían ser, no como realmente fueron, aprovechando la interminable pasta que metió Napoleón III en el proyecto. Aquí, la pasta la metió Leopoldo II y evidentemente metió menos que en Carcasona, pero la idea de hacer algo chulo en plan castillo de Disney avant la lettre estaba igualmente ahí.

Y, finalmente, hemos encontrado una concha. Es más, se trata de la última concha que vamos a ver, porque vamos a abandonar la ciudad de Bruselas para continuar el camino de Santiago a lo largo de la región, pero eso ya será más adelante. En algún sitio he leído que hay unas cincuenta o sesenta conchas en Bruselas guiando al peregrino, incluyendo el camino principal y el ramal que conduce a San Guido de Anderlecht. No sé quién está detrás de haberlas clavado al suelo y de mantenerlas allí, pero la verdad es que ha hecho un trabajo excelente y merece un reconocimiento, porras.

Pero eso no quiere decir que a partir de ahora vayamos a estar ayunos de marcas y de signos para seguir el camino, ya lo creo que no.

A partir de ahora me voy a sentir mucho más como en casa, porque vamos a seguir unas marcas mucho más conocidas: las típicas marcas rojas y blancas de las GR, es decir, lo que en español se conoce como "senderos de gran recorrido" y en francés como "sentiers de grande randonnée". En este caso ha habido suertecilla y las iniciales en las dos lenguas son las mismas.

A partir de ahora, seguiremos el GR-12, que discurre entre Amsterdam y París y con el que hace causa común el camino de Santiago, el cual también tiene sus propias marcas, como iremos viendo. Los belgas, al menos en los tramos que vamos a ver, utilizan pegatinas que adhieren sobre el mobiliario urbano, sobre las señales de tráfico, las farolas y todo tipo de objetos sobre los que el pegamento tenga alguna posibilidad. Por lo demás, si tienen que utilizar los árboles o las piedras como base, entonces no queda más remedio que hacer uso de la pintura blanca y roja, al igual que se suele hacer en España en casos similares.

Antes de abandonar la ciudad de Bruselas, nos queda todavía un lugar importante por visitar. Como es bien sabido, el sepulcro del apóstol y final último de toda peregrinación se encuentra en Santiago de Compostela, y Santiago de Compostela se encuentra en Galicia, que es una autonomía en el noroeste de España que tiene transferidas un montón de competencias, entre ellas las relativas al turismo. Como las competencias, como los músculos, se atrofian si no se usan, o comoquiera que el conselleiro correspondiente estuviera desficioso, el caso es que los gallegos han acuñado el llamado Xacobeo para echarle mercadotecnia a la peregrinación, la cual, fuera de las consideraciones espirituales y religiosas que pueda tener, está claro que deja sus buenos cuartos en la región y la hace conocida en todo el orbe.

En Bruselas, esto se manifestó en forma de regalo de dos cosas. La primera es una enorme placa marmórea y epigráfica que, como se ve en la foto, claramente ha conocido mejores tiempos.

La segunda es el monolito que también ilustra esta entrada, creado por un artista gallego y que el gobierno bruselense instaló en el lugar más lógico o, al menos, donde menos molestara, que es en el jardín público inmediato a la Puerta de Halle, a dos pasos del mármol anteriormente glosado. El lugar, desgraciadamente, aunque bien cuidado, está frecuentado por personal de instintos básicos y pocas ganas de reprimirlos, por lo que renuncio a describir los olores que circundan al monumento y el uso que le dan los sujetos que han tomado el jardín por su cuarto de baño particular.

Y con esto hemos terminado el camino de Santiago a su paso por la ciudad de Bruselas. A partir de ahora, nuestros pasos nos van a conducir por otros andurriales, primero dentro de la región de Bruselas y, más adelante, siempre hacia el sur hasta llegar a los Pirineos, y luego hacia el oeste. Tristemente, no ha llegado aún el momento de emprender el camino completo, que sólo Dios sabe si me será dado recorrer en algún tiempo, pero al menos podemos asomarnos al recorrido que, saliendo de la Puerta de Halle, nos llevará hasta la salida de la región de Bruselas.

Eso sí, tal cosa sucederá en otro momento, porque se está haciendo tarde y yo tengo que tomar un tren.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: Marolles


Nuestros pasos nos llevan ahora por la Rue Haute, un lugar con un pasado español relativamente reciente. La Rue Haute, como el barrio de Marolles en general, es el paraíso de los coleccionistas y, en general, de los amantes de las cosas vintage. Está trufado de tiendas de anticuarios abiertas los domingos, además de tiendas de ropa de segunda mano y, por si fuera poco, el paraíso de los coleccionistas culmina con el rastro de la plaza del Jeu de Balle (en flamenco, directamente, Vossenplein).

En la Baja Edad Media, tras la construcción de la segunda muralla, a juzgar por los mapas de la época, la densidad de la edificación en esta zona no era muy alta, por lo que era posible encontrar numerosos terrenos de cultivo intramuros, que hubieran podido ser muy útiles si Bruselas hubiese soportado alguna vez un asedio, cosa que no sucedió jamás, ya porque las murallas no eran demasiado útiles como sistema defensivo, ya porque los bruselenses prefiriesen rendirse antes que oponer resistencia a los invasores que han ido pasando por esta bendita ciudad a lo largo de los siglos.

Hoy no. Esta parte de Bruselas cuenta actualmente con una población muy densa, que en los años sesenta del pasado siglo estaba compuesta en una parte muy importante por emigrantes españoles que trabajaban en Bruselas en los más variados menesteres y que nos abrieron paso a quienes hemos ido llegando después. La iglesia del barrio, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, ha tenido misa en castellano y sacerdote español hasta abril de 2024, nada menos, y si ya no la tiene es por una serie de circunstancias. Una de ellas, claro, es el fallecimiento del sacerdote que atendía a los españoles, pero otra es la escasa intención de los sucesivos arzobispos de Bruselas de pedir su sustitución, ellos sabrán por qué y si creen que van sobrados de sacerdotes, y una última pudiera ser la existencia de otros sacerdotes no españoles, pero sí hispanófonos, que no parecen muy partidarios de que se multipliquen las posibilidades de misas en español.

Sea como fuere, en su día éste fue el barrio de los españoles, pero entretanto los hijos de aquellos españoles que llegaron en su día fueron mejorando de condición y hoy viven en lugares más cómodos y confortables, mientras que el barrio es ahora, como en tantos lugares de Bruselas, un lugar poblado, en muy buena medida, por sarracenos. Pero no todo lo español ha abandonado el barrio, sino que, como se ve en la foto, quedan tres establecimientos, vecinos, de comida española. Del Bar Tapas no voy a pronunciarme; del Fontán sí, y está bien con tal de que no pidas paella. El más auténtico es el Centro Cabraliego, que concretamente es un bar asturiano en el que uno cambia de país en cuanto cruza la puerta y parece transportado a un concello asturiano, con gente tomando vinos en la barra o jugando a las cartas o al dominó. La cocina es simple, pero los productos son tremendamente auténticos y, si a uno le gusta el queso de Cabrales o la sidra, supongo que es el sitio al que hay que dirigirse. Nunca estuve muy seguro, pero en algún momento me dijeron que recibían vituallas con frecuencia semanal y que abrían de jueves a domingo mientras les quedaran víveres. He ido por allí menos de lo que me gustaría, pero siempre que he ido me he puesto como el Quico, probablemente porque no tienen paella ni nadie se empeña en que la pruebe, "que está buenísima", como me pasa en el restaurante de al lado y su arroz pasado con cosas. Ya digo que el resto de la carta del Fontán está bastante mejor y que, si no jugaran con el arroz, el mundo sería un lugar más amable y más humano.

Lo que no se ven por aquí, mientras avanzamos por la Rue Haute, son conchas. Uno podría pensar que quizá nos hayamos perdido, pero de eso nada: lo que ocurre es que el camino es radicalmente recto y no se desvía ni tantico hasta llegar a la salida de Bruselas, cosa que es asunto que trataremos en la siguiente entrada, habida cuenta de que, fatalmente, se hace tarde.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: el Manneken Pis y la Capilla

Efectivamente, pocos metros después nuestros pasos nos conducían hacia una de las atracciones turísticas más famosas de Bruselas. El Manneken Pis, esa estatuilla que es una fuente que tiene por grifo el órgano masculino de un niño, pasa por ser un símbolo del carácter desenfadado y jocoso de los bruselenses. Sea. Como siempre, y no digamos en pleno agosto, la fuente está rodeada de turistas que se fotografían allí tratando de disimular la decepción que les ha producido encontrarse con cosa tan esmirriada donde ellos posiblemente esperaran admirar una estatua del tamaño del David de Miguel Ángel, por lo menos.

Muchos de los turistas, no faltaría más, son españoles y bastantes de entre ellos van en grupo y son pastoreados por un guía, al lado del cual paso yo y, naturalmente, entiendo lo que dice, que más o menos es:

- Y nos encontramos delante del Manneken Pis, que, vamos a dejarlo claro, es una estatua más famosa que grande, por lo cual pasa por ser una de las dos atracciones turísticas más decepcionantes de Europa. La otra es la Sirenita de Copenhague…

Sin continuar escuchando una explicación con la que no tenía más remedio que estar de acuerdo, seguí adelante siguiendo las conchas, que aquí estaban algo más espaciadas de lo que sería necesario.

Pero bueno, nada que fuera irremediable cuando se va por un camino, y hacia una dirección, que el caminante tiene bien controlada ¿No habíamos hablado hace un par de entradas del primer recinto amurallado de Bruselas, que atravesamos imaginariamente al pasar por la hoy inexistente puerta de Treurenberg? Pues, si lo atravesamos en su momento para entrar en el corazón de Bruselas, lógico será que lo tengamos que atravesar de nuevo para salir de él. En este caso, el camino de Santiago a su paso por Bruselas nos permite visitar el mayor vestigio que queda de ese primer recinto: la torre de Anneessens.

La verdad es que la historia del nombre que se dio a la torre no es menos triste que el “Treurenberg” que vimos en su momento. Frans Anneessens era el decano de uno de los gremios de Bruselas. En 1717, los gobernantes austríacos recién llegados a los Países Bajos lo acusaron de estar detrás de las revueltas del hambre que habían estallado aquel año por los impuestazos que habían implantado los nuevos señores de Bruselas. Anneessens fue encerrado en la torre que hoy lleva su nombre, juzgado, condenado a muerte y ejecutado, sin dejar de proclamar su inocencia.

Sea como fuere, nuestro camino continúa dejando la torre a la izquierda y llegando pocos metros después a la iglesia de la Chapelle. Incidentalmente, es la iglesia en la que reposan los restos de Frans Anneessens, que desde que Bélgica declaró su independencia pasó a ser un símbolo de la resistencia belga a la dominación extranjera, al mismo nivel de los condes de Egmont y Hoorn. Naturalmente, el propio Anneessens jamás pensó en ser tal cosa, sino que no pasó de fabricante de muebles con cuero español y decano de su gremio, pero evidentemente eso es algo de importancia muy secundaria.

Hoy día, la iglesia de la Chapelle, en cuyo interior, por cierto, hay una hermosa imagen de la Virgen de la Soledad que apareció en esta bitácora hace casi veinte años, que ya es haber pasado tiempo, está tomada por la comunidad católica polaca, que es muy activa y que cuenta con varias misas por toda Bruselas, algo que otras comunidades, yo diría que incluso la francófona, no pueden sino envidiar.

Por mi parte, lejos de envidias y otros pecados capitales, al menos por ahora, dejé la Chapelle a mi izquierda y proseguí camino por la Rue Haute, es decir, por la calle Alta, internándome con ello en el espacio comprendido en su día entre la primera y la segunda muralla y que, entonces igual que ahora, se conoce como Marolles.

Pero de la continuación del periplo habrá que dar cuenta en la siguiente entrada, que ciertamente será muy española, como fue en su día, y es cada vez menos, el propio barrio de Marolles. Hoy no puede ser, porque hoy se hace tarde.

viernes, 5 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: La Grand Place y la continuación del camino

La Grand Place, efectivamente, merece una entrada para ella sola. No es la plaza más grande, porque hay muchísimas que las superan en tamaño, pero es de las más bonitas en las que me he encontrado. No hay nada ni remotamente feo en ella, lo cual tiene su mérito. No es sólo el impresionante edificio del ayuntamiento, que se ve en esta foto y es la única parte medieval que subsistió tras el bombardeo de la ciudad por los franceses en 1695, sino todo lo demás construido inmediatamente después, como las casas de los gremios o el actual museo de la ciudad y antigua casa del Rey. Los restaurantes que hay en la plaza son tirando a carillos, vale, pero no son una puñalada y, sin abusar, merece la pena sentarse en alguno de ellos.

Uno de ellos se llama "el Rey de España", que ya son ganas de ser originales. La última vez que pasé por allí, un camarero con pinta de tener origen marroquí me escuchó hablar (en castellano) con mi acompañante y adivinó que era de Valencia, no sé cómo. Eso me hizo gracia. Me hizo mucha menos que el resto del tiempo me hablase en algo similar al barceloní y me tratase de noi, ¡a mí! En fin, que el tío era avispado, pero catalán no era, eso seguro.

Sea como fuere, en la plaza hay algo más a lo que normalmente nadie presta atención, a no ser que se sea un peregrino a la búsqueda de señales: una concha taladrada en el suelo. En efecto, según se entra por la calle de la Colina, a la derecha de la calle, en la esquina, se encuentra uno la concha de entrada. Localizada la concha y confirmado que vamos por buen camino, queda atravesar la plaza, que efectivamente se recuperó pronto del bombardeo de Luis XIV en 1697, esquivando a las miriadas de turistas que tropiezan con los adoquines y chocan entre sí, mirando los edificios que la jalonan... y buscando la concha que indique la salida de la misa.

La verdad es que no la encontré, y eso que estuve rastreando tan a conciencia que más de uno se mosqueó preguntándose qué narices estaría buscando el tipo raro de la mochila. Un poco más adelante estaba el barrio de Santiago, donde estaba el antiguo hospicio del mismo nombre y, por otra salida, el archiconocido Manneken Pis.

El caso es que decidí seguir por la calle del Marché au Charbon, que conduce al antiguo barrio de Santiago, y poco después encontré una concha, justo delante de la iglesia de la foto, hoy dedicada a Nuestra Señora del Socorro Eterno, algo de lo que todos estamos muy necesitados. Como se ve en la foto, en la misma entrada figura el inequívoco signo del camino de Santiago, señal de que no nos hemos perdido.

El templo es muy pequeño. Dentro había unos turistas, no sé si descansando o con alguna inquietud religiosa. Yo también resolví entrar y, como había hecho en la catedral, rezar una decena del rosario. Los turistas, que era una pareja relativamente joven con dos niños pequeños, se me quedó mirando algo confusa, como si el hecho de que alguien entrase en un templo a rezar fuera una especie de provocación. La verdad es que vivimos tiempos extraños...

A partir de la iglesia de Nuestra Señora del Socorro Eterno, el camino de Santiago se bifurca. Hay un ramal que nos lleva a Anderlecht, donde los peregrinos pueden pasar por la colegiata de San Pedro y San Guido, cosa que tiene mucho sentido, porque el propio San Guido de Anderlecht fue un peregrino destacado que anduvo hasta Roma y Jerusalén en el siglo X, antes de volver a Anderlecht, también a pie. Sin embargo, ese ramal me desviaría demasiado del camino, así que preferí continuar por el recorrido principal, que no tardó en llevarme hasta una pequeña escultura que conoce todo el mundo, y me temo que decepciona a todos los que la contemplan en vivo.

Naturalmente, me refiero al Manneken Pis, que, al igual que la Grand Place, merece una entrada para él sólo, pero eso será la próxima vez, porque en esta ocasión se hace tarde.


sábado, 23 de agosto de 2025

Camino de Santiago: catedral y camino posterior

Efectivamente, nuestros pasos pecadores nos llevan hacia la catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que es catedral desde hace relativamente poco, porque Bruselas, a pesar de la pujanza y poderío que mostraba ya en tiempos medievales, estuvo siempre desde el punto de vista eclesiástico a la sombra de Malinas, que era el obispado al que pertenecía. Sólo desde 1962 es co-catedral (la catedral sigue siendo la de Malinas) y la archidiócesis pasó a llevar el nombre de Malinas-Bruselas.

El edificio es impresionante y me sorprende que no haya aparecido por esta bitácora más que de refilón y hace muchísimo tiempo. No hay turista que no pase por aquí y, de hecho, en la catedral, tal día como el que entré en el templo y saqué la foto que ilustra esta entrada, prácticamente sólo había turistas, lo que pasa es que tiré la foto a evitarlos y no sólo me quedé con los dos pollos que están sentados ahí, sino que hasta saqué a un hombre vestido con un alba, posiblemente preparando la misa de vísperas.

La catedral de Bruselas es uno de los poquísimos sitios en Bélgica donde uno puede confesarse con ciertas garantías de que encontrará a un sacerdote de doctrina recta. Todos los días, durante dos horas, un sacerdote capaz de confesar en cinco lenguas, entre las que está el español (y doy fe de que tiene un nivel excelente), se sienta frente a uno de los confesonarios del ala derecha y espera que le lleguen los penitentes, ya sea de entre la multitud de turistas que invade el edificio a diario, o bien de entre quienes van allí a sabiendas de lo que van a encontrar. Tal ha sido mi caso un par de veces y espero que lo siga siendo bastantes más. Lo cierto es que las experiencias que he tenido en Bélgica con el sacramento de la penitencia has sido bastante variadas; en alguna ocasión, incluso, he tenido que insistir en que estaba confesando pecados que pesaban sobre mi conciencia, mientras el sacerdote, Dios lo ampare, intentaba convencerme de que eso que estaba confesando no eran pecados, en un curioso diálogo en el que todo va al revés de como debería ir. Es verdad que no era la primera vez que me pasaba, pero en Bélgica me temo que es un fenómeno más frecuente que en otros lugares.

Como tantas veces he temido en estas entradas, había llegado tarde y el confesor ya se había retirado, así que me detuve en el templo un rato a recitar una decena, como haría un peregrino en cualquier momento anterior, y decidí seguir camino.

La verdad es que a la salida no había ni rastro de las conchas. Por informaciones de otras fuentes, yo sabía que el recorrido continuaba por la calle de la Montaña, que en vernáculo es tanto rue de la Montagne como Bergstraat, así que dejé de rastrear conchas y me fui directo a esa calle, que conozco muy bien, porque estuve nueve meses residiendo en ella y escribiendo entradas para esta misma bitácora, en unos tiempos en que, vamos a reconocerlo sin ambages, escribía bastante más que hoy (y me temo que también escribía mejor que hoy, temor que me asalta cuando leo mis escritos del pasado). Atravesé el parque que hay frente a la entrada de la catedral, en medio del cual está el busto de Balduino I, crucé la calle esquivando turistas hispanófonos y conductores suicidas de patinetes eléctricos, con gran peligro de mi integridad física, y ya me encontraba en la calle de la Montaña.

Siempre que paso por ella me embarga una especie de nostalgia, como siempre que paso por lugares donde he vivido antes. Supongo que recordamos los buenos momentos, que nunca deja de haberlos, y olvidamos los malos, que, objetivamente, son los que más impactan a corto plazo.

En el caso que nos ocupa, la entrada a mi vivienda era difícil de encontrar, entonces y ahora, porque en los bajos funciona una tienda hindú o paquistaní dedicada a vender recuerdos para turistas y cosas de primera necesidad nocturna, como alcohol y productos similares o peores. El acceso a las viviendas está medio oculto tras la tienda. Intenté alargar la cabeza para ver la entrada a las viviendas, pero el paquistaní de la puerta, que no era ninguno de los que tenían la tienda abierta veinte horas al día hace doce años, tenía cara de haber dormido poco y renuncié a asomarme a donde, de todas maneras, no iba a ver nada.

Al final de la calle de la Montaña se encuentra el Mercado de las Hierbas (Marché aux Herbes o Grasmarkt, en vernáculos), un lugar eternamente animado en el que funciona un mercadillo, hay una serie enorme de restaurantes de todo cuño, dos hoteles, siempre hay algún músico ambulante dando la tabarra amenizando la velada al personal y, en general, hay gente por doquier, hasta el punto de que no es sencillo abrirse paso hacia la calle de la Colina (que, lógicamente, es la que desde el centro precede a la de la Montaña), por donde indefectiblemente tiene que seguir el camino. Allí ya hay gofrerías, así como tiendas para turistas con todo tipo de recuerdos inspirados en Tintín y en el Manneken Pis, pero consigo avanzar hasta la Grand Place (o Grote Markt), que es el centro del centro de Bruselas, además del sitio donde converge forzosamente todo turista que pasa por aquí, no en vano es posiblemente una de las plazas más bellas del mundo.

Yo diría que la Grand Place merece una entrada aparte, ¿no? Y más después de la faltada que acabo de meterme insinuando la posibilidad de que sea una de las plazas más bellas del mundo. No olvidemos tampoco que, igual que he llegado tarde hoy para confesarme, se me puede estar haciendo tarde para más asuntos y, después de todo, la entrada ya estaba quedando bastante larga, así que mejor será que vayamos dejándonos de historias, nos quedemos en la calle de la Colina, a puntito de entrar a la Grand Place, y dejemos para la próxima entrada el espectáculo que se abrirá ante nuestros ojos.

jueves, 21 de agosto de 2025

Camino de Santiago: La etapa por Bruselas hasta la catedral

 

La foto que ilustra esta entrada está tomada del mapa de Ferraris, una obra monumental que representa los Países Bajos Austríacos en 1778 (y que se puede consultar gratuitamente en el enlace indicado, y ya os digo que vale la pena hacerlo). En aquel tiempo, Bruselas en sentido estricto estaba rodeada por una muralla, fuera de la cual se situaban lugares que hoy siguen siendo municipios independientes, pero que hoy resultan difíciles de distinguir en medio de la gran conurbación de la región de Bruselas. En aquel tiempo, y mucho más en tiempos anteriores, ante Bruselas se extendía una enorme superficie agrícola jalonada con algún núcleo poblacional aquí y allá, como se ve en el mapa que es Saint-Joost-ten-Noode, entonces cuatro casitas y hoy un núcleo islamizado, o Etterbeke (más conocido hoy por Etterbeek), donde hoy hay una plétora de edificios oficiales de las instituciones europeas y entonces era una bucólica campiña con labradores y ganaderos aquí y allá.

Un peregrino, en lugar del periplo urbano que estamos haciendo, llegaría por la carretera que ya aparece en el mapa y que hoy es la N-2, atravesaría Saint-Joost sin aspirar a detenerse mucho y se daría de bruces con la puerta de Lovaina, que también aparece en el mapa.

Hoy, como sabemos, la puerta de Lovaina no existe, aunque la nomenclatura urbana la sigue recordando y, en efecto, el lugar donde en su día estuvo se llama "rue de Louvain". Un poco más adelante nos encontramos con uno de los numerosos parlamentos que atesora Bruselas, el parlamento flamenco y, justo al lado del parlamento flamenco, nos encontramos con la primera concha. 

La verdad es que fue una alegría encontrar la señal. Sabía que existían, las había visto con frecuencia en mis visitas al centro, sobre todo teniendo en cuenta que viví en él nueve meses, pero nunca las había vivido más que como un hecho curioso y aislado. Ahora, sin embargo, las conchas eran más que una curiosidad para turistas; eran la guía que iban a seguir mis pasos durante las próximas horas.

En estas fechas, el centro de Bruselas está literalmente atestado de turistas. No importa cuándo leamos esto, porque el centro de Bruselas está siempre lleno, de modo que no es de extrañar que cada vez haya menos belgas que vivan en el mismo y que se haya quedado como un reducto de "moros y maricones" y de gente de paso.

Yo mismo soy en este preciso momento gente de paso. 

Guiado por las conchas, que resultan bastante fáciles de seguir, llegamos a un lugar conocido en su día como puerta de Treurenberg, que en castellano sería la puerta de los llantos. Treurenberg era una torre de la primer recinto amurallado de Bruselas. Una torre que jamás tuvo función defensiva digna de contarse (como toda la muralla, en general, que jamás impidió que los ejércitos enemigos entrasen en Bruselas) y que durante buena parte de su existencia cumplió la función de cárcel, en particular de los presos por deudas, los cuales, al parecer, lloraban ante su destino. Sí, la prisión por deudas existía como último recurso, y yo incluso diría que no era muy mala idea. En este caso, parece que los acreedores que instaban a la justicia a encerrar a los deudores debían costear su manutención, así que los deudores presos no vivían tan mal, fuera de la privación de libertad.

Si la puerta de Lovaina marcaba el acceso a la segunda muralla de Bruselas, la puerta de Treurenberg marcaba el acceso a la primera muralla de la ciudad, del siglo XI y que se demostró insuficiente para albergar a una Bruselas que se salía de sus costuras. La construcción del segundo recinto amurallado no significó la demolición del primero, sino que ambos coexistieron varios siglos, como atestigua el mapa de Bruselas de la imagen y que es de 1555, en los felices tiempos en que era una de las ciudades más importantes de Europa y el Emperador Carlos V estaba a punto de abdicar en su hijo Felipe, precisamente en Bruselas, en ese palacio de Cortenbergh del que tocará escribir en algún momento.

La puerta de Treurenberg fue demolida en el siglo XVIII y hoy tiene el aspecto de la fotografía de arriba, al fondo de la cual se atisba una de las torres de la catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que es precisamente la próxima etapa de nuestro camino y que emprenderemos en la próxima entrada, no sea que se haga tarde.

martes, 19 de agosto de 2025

El camino de Santiago en Bruselas. Segundo intento

No estoy seguro de que sea necesario avergonzarse de una primera salida tan desafortunada. El caso es que reaccioné rápido, me hice con unas botas nuevas, que me sentaban al pie como un guante y, ya de paso, con unos bastones, porque igual me hacían falta; pasé por casa a comer, ya que se había hecho la hora, y acto seguido me dije que yo seguía el camino sí o sí, así que tomé el autobús para que me condujera al punto de partida. La verdad es que no fui a la plaza Flagey, lo que me hubiera permitido seguir el camino exactamente donde se quedó a medias, sino que decidí ahorrarme el relativamente anodino camino que iría por la calle Grey, bordearía la plaza Jourdan, pasaría por la plaza Schuman, ahora en obras, y llegaría a Ambiorix. Bueno, pues yo fui directamente a Ambiorix, con lo cual me libré del lío que se ha montado en la plaza Schuman.

Seguramente todos, o al menos muchos, saben que la plaza Schuman es el corazón del llamado barrio europeo de Bruselas. No es para menos. Están la sede de la Comisión y del Consejo y sus edificios más emblemáticos (Berlaymont, Charlemagne, Justus Lipsius, Europa). Si hay alguna cosa que tienen en común todos ellos es que son feos. Hay dos de ellos, a saber, el Charlemagne de la Comisión y el Justus Lipsius del Consejo, que no tienen salvación estética posible. Serán todo lo funcionales que se quiera, no lo dudo, pero también son feos de narices. El Berlaymont y el Europa, para mi gusto, también lo son, pero por lo menos sus creadores han hecho un intento, bien logrado, de crear algo impresionante.

Y es una lástima. Antes de que las instituciones europeas viniesen en los años sesenta a alterar el barrio y a convertirlo en una zona muy bulliciosa en horas de trabajo y bastante muerta fuera de ellas, la calle de la Ley, que es la que atraviesa la plaza Schuman, tenía un aspecto como el de la foto de ahí arriba, que muestra la fachada del internado de Berlaymont, una institución religiosa, regentada por monjas, que la verdad es que tenían un edificio más bonito. Mucho más bonito. Por desgracia, se fueron de allí, los terrenos se los quedó el estado belga y poco después cayeron en las fauces de las instituciones europeas. Los años sesenta del siglo veinte eran los del gusto arquitectónico manifiestamente mejorable, pero entonces ellos pensaban que eran la pera limonera, así que el convento-internado fue derribado para crear en su parcela la sede principal de la Comisión, con su famoso edificio en forma de cruz rara, visto desde el cielo.

La plaza Schuman debe estar perseguida por una especie de maldición. Cuando la vi por primera vez, en el ya remoto 2006, a mí me pareció que estaba bien. Luego la he visto un montón de veces y bueno, no es mi gusto arquitectónico, pero al menos tiene un estilo. Sea como fuere, en uno de esos delirios de grandeza para pasar a la posteridad, el gobierno de la región de Bruselas se metió, con ayuda de los famosos fondos Next Generation que nuestros nietos estarán todavía pagando, en un proyecto de envergadura para convertirla en peatonal y ciclista. Sí, los ecologistas estaban entonces en el gobierno regional. El gobierno de la región, tras las elecciones del año pasado, está en funciones, porque los diputados no se ponen de acuerdo para reemplazarlo (esta vez, según todas las quinielas, sin los ecologistas), y se ha encontrado con sobrecostes inesperados. A ver si pensáis que eso de los sobrecostes y de los problemillas en las obras públicas sólo pasa en España. No, hijos, no. Eso es más universal que el agua con gas.

Los próceres en funciones de la región de Bruselas han tenido la ideílla de enviar una cartita a las instituciones europeas con sede en Bruselas para pedirles una contribución suplementaria, porque se han quedado sin pasta. Vamos, que la región de Bruselas no pasa por su mejor momento financiero es evidente y nos hemos dado cuenta todos, incluidos los traficantes de drogas de Anderlecht que campan por sus respetos y se tirotean como si vivieran en Sinaloa y no en la supuesta capital europea, pero pedir limosna a las instituciones, así, sin presentar un proyecto, ni un plan, ni nada, ha sido demasiado incluso para el primer ministro, que, entre huelga y huelga, ha tenido tiempo para poner de cenutrios para arriba a las autoridades bruselenses por haber caído tan bajo.

El caso es que la plaza Schuman está ahora levantada y con un tránsito bastante caótico, y eso que buena parte de los funcionarios europeos que pululan por ella están de vacaciones, con lo que no me quiero imaginar el desastre que se puede montar en septiembre, cuando vuelvan a Bruselas todos ellos con las ganas de legislar, regular y administrar que se le supone a todo eurócrata, y se encuentren con un laberinto de difícil superación para llegar a sus despachos.

Como eso ni nos va ni nos viene, más vale que nos larguemos de allí con viento fresco y nos acerquemos a la plaza Ambiorix, que es donde efectivamente nos dejó el autobús. Bajamos, y ya nos pusimos a seguir un camino más propio del peregrino que viene del norte o del este y pasa por Bruselas.

El último pueblo antes de meterse en Bruselas es Saint Joost ten Noode, que en la actualidad es un barrio bastante degradado y poblado por sarracenos, por muy céntrico que sea y bien situado que esté. Mantiene una impresionante iglesia en medio de la carretera que viene de Lovaina, pero lo cierto es que el municipio tiene mayoría musulmana y el catolicismo está ya en minoría clara.

Como no era cosa de detenerse en tales lugares que sólo me interesaban para pasar por ellos, seguí adelante y llegué a la frontera de la ciudad de Bruselas, entrando por donde iba yo: la plaza Madou, que es la de la foto de aquí al lado.

Obviamente, las cosas han cambiado mucho desde la Edad Media. En aquel tiempo, en lugar de esos mamotretos de edificios de oficinas, atestados de chupatintas y lobistas diversos, había unas murallas de padre y muy señor mío, para franquear las cuales había que tener muy buenas razones y ser capaz de convencer a los guardias que indudablemente habría en la puerta de Lovaina. Hoy, la puerta de Lovaina es sólo un recuerdo, cosa que comenzó a ser cuando fue derribada en 1784, en los felices años de los Países Bajos Austríacos y no se atisbaba que pocos años después se iba a liar parda.

Parda o no, se hace tarde y no es cuestión de extenderse demasiado. El caso es que ya hemos llegado al inicio del camino de Santiago en Bruselas en sentido propio y ahora lo que toca es empezar a buscar una señal. Como toda la vida, claro, pero, en esta ocasión, la señal no se suponía que viniera del cielo, sino que estaba en el suelo, en algún lugar de la acera.

Mientras comienzo el rastreo por una zona concurrida y poco propicia a la peregrinación, nos tomaremos una pausa en la escritura hasta la próxima entrada.

viernes, 15 de agosto de 2025

El camino de Santiago en Bruselas. Llegando al punto de partida

Ahora sí que vamos a recorrer el camino de Santiago a su paso por la ciudad de Bruselas, pero claro, yo no vivo estrictamente hablando en la ciudad de Bruselas, sino en Uccle, que está a cosa de cinco kilómetros de ella, y ya se sabe que el camino comienza en la puerta de la casa de uno. Dejemos claro que Uccle está al sur de Bruselas, por lo que lo lógico para ir a Santiago sería no pasar por Bruselas, sino continuar hacia el sur... unos dos mil doscientos kilómetros. Un lío, vamos.

Para ser exactos, el camino oficial de Santiago, después de dejar Bruselas, pasa a un poco más de un kilómetro de la puerta de mi casa, como veremos más adelante. Pero nosotros vamos a hacer algo un poco distinto: saliendo de casa, nos dirigiremos hacia el punto de entrada del camino en Bruselas por el este, que es la hoy derruida y desaparecida puerta de Lovaina. Para ello, pasaremos por una serie de lugares que no pueden faltar en el programa de visitas de cualquier persona que pase por esta ciudad llena de pecadores y masonazos, sí, pero también de lugares donde se ofrece culto a Dios. Y lo vamos a hacer en forma de peregrinación, como corresponde al año jubilar en que nos encontramos.

Nuestra primera etapa va a ser la Abadía de la Cambre, un monasterio que ha estado activo hasta hace cinco años, de una belleza enorme y que tiene una historia apasionante, aunque tirando a triste. Este paseo, peregrinación o lo que sea va a tener algo de nostálgico, porque voy a pasar por delante de las otras dos viviendas que he ocupado en Bruselas en estos casi trece años (cómo pasa el tiempo...) que llevo por aquí.

Hace sol y el camino será largo, así que recuerdo que tengo unas botas viejas, pero que me han acompañado durante muchos kilómetros, y me las calzo. Para dar una imagen más adecuada a lo que voy a hacer, me pongo una mochila a la espalda (no, no es la mochila rosa), una cantimplora con agua en un bolsillo lateral y unos utensilios básicos, así como un sombrero de tela en la cabeza. Y ya estamos listos para partir, como si no fuéramos a volver el mismo día, sino que no fuéramos a parar hasta Santiago. Ojalá. Eso queda para más adelante, si Dios quiere.

El primer tramo es tranquilo. Uccle es un municipio muy poco animado habitualmente, y no digamos en un fin de semana de agosto, así que voy atravesando la zona residencial hasta llegar al bosque de la Cambre. A pocos metros del mismo, paso por delante de la casa en que se alojó mi familia durante dos años, antes de comprar la vivienda actual, y no puedo evitar recordar aquellos tiempos de adaptación. No fueron tiempos demasiado buenos, la verdad. Yo ya llevaba nueve meses en el país, pero la familia tuvo sus problemas para adaptarse a una situación muy distinta y, además, la vivienda, grande, pero oscura y cutrilla, no ayudó mucho. Como dijo Ro no hace mucho, cuando pasó por aquí por última vez, "aquello era una vivienda; esto ha sido un hogar". Nada más cierto. Había un sentimiento de transitoriedad, de que estábamos allí de paso y de que en algún momento llegaría, no sé si la tierra prometida, pero sí el hogar definitivo.

En cierto sentido, no dejaba de ser una sensación parecida a la de un peregrino, que está de paso allá por donde va. Exteriormente, la casa no ha cambiado en absoluto; me consta que la dueña hizo obras en la cocina cuando nos fuimos, pero no creo que la haya mejorado demasiado, porque no deja de ser una estancia pequeña y difícil de ampliar. La diferencia más llamativa es el coche que está aparcado en la plaza de aparcamiento, que, lejos del modesto topomóvil, es un señor cochazo nuevecito.

Tras una última mirada a ese antiguo domicilio, seguí camino por la zona residencial. Me las arreglé para pasar por la iglesia parroquial de Montjoie (después de todo, se trata de una peregrinación), que tantas veces visité cuando era la más cercana a casa, e inmediatamente me metí en el Bois de la Cambre, que normalmente está hasta arriba, pero en agosto a esas horas estaba medio desierto, y unos cuantos centenares de metros después, al volver a la zona urbana del fin de la avenida Louise, empecé a notar algo raro en la pisada.

Me paré, y lo raro era que no lo hubiera notado antes. La suela de la bota derecha se estaba desprendiendo del resto del calzado. Un poco más adelante, la suela de la bota izquierda comenzó a imitar a la derecha. Es más, ambas suelas comenzaron directamente a desintegrarse, a desprender trozos de sí mismas casi a cada paso que daba. De esta guisa, entré en los terrenos de la Abadía de la Cambre, un lugar que seguía contando con una iglesia parroquial, pero ya no con una comunidad de monjes. Los revolucionarios franceses la había cerrado cuando se hicieron con Bruselas y desde entonces estaba desacralizada y dedicada a menesteres en ocasiones muy poco dignos. En 2013, una comunidad de premonstratenses hizo un intento de revivir la vida monástica en la ciudad de Bruselas, y más concretamente en la abadía, pero el intento no fue más allá de siete años y los monjes restantes abandonaron el monasterio y se reunieron con los de Grimbergen, no muy lejos de allí.


El lugar es tranquilo, y a fe que lo hubiera sido mucho más si no hubiera ido perdiendo parte de las suelas a cada metro que recorría. Entré en la iglesia, que un sábado por la mañana tenía únicamente la presencia de un pequeño grupo de personas que rezaban, y a las que me uní, y luego ya me tocó plantearme si seguía adelante o me daba la vuelta a resolver el problema del calzado. Supongo que ésas son las ventajas de ser un peregrino de pega, que no se separa demasiado de su lugar de partida, porque, si me llega a pillar semejante accidente en mitad de la nada, mal remedio iba a tener todo aquello.

Está visto que las humedades de años anteriores en mi casa habían terminado por acortar la vida útil de las botas, la cual, de todas formas, hay que reconocer que había sido bastante prolongada, aunque en los últimos tiempos apenas las había usado.


Decidí de momento seguir hacia adelante y tomé la derrota de los estanques de Ixelles, un lugar bastante bonito que une la abadía con la plaza Flagey y. un poco más allá, con el centro de Ixelles, donde está el ayuntamiento de este municipio. Los ánimos me iban descendiendo a medida que avanzaba e iba perdiendo trocitos de suela, de modo que no me quedó otra que interrumpir la peregrinación, llegar a duras penas hasta la plaza Flagey y, finalmente, tomar allí el autobús y volver a casa a resolver el asuntillo del calzado.

Y tendría que hacerlo rápido, para seguir el camino antes de que se hiciera tarde.

jueves, 31 de julio de 2025

Iglesia de Santiago Apóstol, Bruselas

Pues señor, sí que existe una iglesia de Santiago Apóstol en Bruselas. Y no está en cualquier sitio, sino en uno de los de más relumbrón de toda la ciudad, nada menos que en la Plaza Real y al lado mismo del malogrado palacio de Coudenberg.

Claro, la iglesia en cuestión (que ya fue fotografiada en los albores de esta bitácora, más concretamente aquí) no se llama de Santiago, que es nombre muy español, sino que atiende más comúnmente por el nombre francés de Cathédrale de Saint Jacques sur Coudenberg. Sí, catedral, porque lo es, más concretamente de las fuerzas armadas belgas. La catedral castrense, nada menos. También hay un obispo castrense, que es el mismo que el de Malinas y Bruselas.

Pocos días antes de la festividad de Santiago Apóstol fue el Día Nacional belga, que, como todo seguidor de esta bitácora conoce a pies juntillas, es el 21 de julio, que fue el día en que, en el año del Señor de 1831, el rey Leopoldo I juró la constitución, precisamente en esta catedral. Ya hablamos de aquello aquí e incluso asistimos al castillo de fuegos artificiales que se atreven a disparar sin pensar que puede haber valencianos entre el público. La catedral abrió sus puertas de par en par, pero ello coincidió con una exposición de material militar en toda la plaza, con asistencia de todo el cuerpo diplomático presente en Bruselas (que es muchísimo), de numerosos militares y de toda la plebe que quiso pasarse por allí. Yo cometí el error de hacerlo, ya que estaba por la zona, y la verdad es que lo pasé bastante mal con mi bicicleta, poco adaptada al gentío, y no conseguí entrar en la catedral castrense, así que me fui a la otra, donde no había ninguna exposición militar en los alrededores y pude entrar y rezar un rato con tranquilidad, que era lo que realmente necesitaba en ese momento.

La catedral castrense de Santiago Apóstol (o de San Jaime, como prefiera el lector) es un templo construido en estilo rabiosamente neoclásico en ese siglo XVIII que dejó el barroco y el gótico a un lado. Parece ser que en este lugar ya hubo un templo tan temprano como en el siglo XII, el cual se piensa que hizo igualmente las veces de albergue de los peregrinos que viajaban a Santiago, y de ahí el nombre. Las cosas evolucionaron cuando los duques de Brabante empezaron a tener el riñón muy bien cubierto e hicieron un pedazo de palacio en Coudenberg, con su correspondiente capilla. Bueno, capilla por llamarla de alguna manera. Sabiendo cómo se las gastaba Felipe el Bueno, aquello tuvo que ser la repera, supongo que en estilo gótico, tirando a tardío, que era lo propio en su época.

Por desgracia, eso sólo lo podemos suponer. La noche del 3 de febrero de 1731, un incendio se desató en el palacio de Coudenberg y lo dejó hecho cenizas. Uno de los motivos por lo que el incendio fue tan salvaje fue que, cuando estaba en sus comienzos y la cosa hubiera tenido arreglo, los guardias del palacio no dejaron pasar a los bomberos por cuestiones de seguridad. Se ve que lo de la burocracia en Bélgica viene de antiguo.

El caso es que el palacio quedó en ruinas, pero la capilla no. La capilla se salvó de las llamas. El gobernador general, sin embargo, dejó de residir en el palacio y la zona quedó hecha un erial lamentable, hasta que Carlos de Lorena, otro gobernador general en nombre de la emperatriz María Teresa, resolvió que allí había que construir algo digno, es decir, el actual palacio real de Coudenberg, que habrá que dejar para otra entrada. El estilo gótico de la capilla no pegaba nada con los gustos de la época, totalmente neoclásicos, de modo que Carlos de Lorena decidió derruirla y, a partir de 1776, se construyó la catedral actual. En más o menos diez años estaba terminada.

Las cosas no siguieron por muy buen camino, en particular cuando los Países Bajos austríacos colapsaron y los revolucionarios franchutes se apoderaron de Bruselas y, como tenían sus cosas, eliminaron el culto católico de la iglesia de Santiago y lo reemplazaron por el culto a la diosa Razón. Esta situación duró entre 1795, año de la derrota definitiva de los ejércitos austríacos en los Países Bajos, y el concordato de 1801 entre Francia y la Santa Sede. Desde entonces, el templo pertenece al Estado (como todos los templos en Bélgica) que lo cede para el culto de la Iglesia Católica, aunque mantiene su titularidad y, además, se encarga de costear el culto. No recuerdo si ya he escrito sobre este régimen, tan diferente al español, que pone a la Iglesia Católica completamente a merced del poder político, pero, si no lo he hecho, un día tocará hacerlo.

Hoy en día, la catedral de Santiago ya no es un albergue de peregrinos y, de hecho, actualmente el camino de Santiago ni siquiera pasa por allí, pero era importante detenerse en ella en esta serie, porque, al fin y al cabo, así es como está consagrada. Otro día seguiremos con el recorrido, pero no será hoy, porque se hace tarde.

domingo, 27 de julio de 2025

La fiesta del patrón

El 25 de julio de este año (bueno, y de todos los demás) se celebró la fiesta de Santiago, patrón de las Españas y amigo del Señor. En realidad, es una fiesta que se celebra en España y, como Bélgica dejó hace mucho tiempo de ser una de las Españas, aquí pasa totalmente desapercibida.

Y no debería ser así, porque, qué caramba, con independencia de que Santiago sea el primer evangelizador de España y aunque al principio tuviera poco éxito, se trata no sólo de uno de los doce apóstoles, sino de uno de los tres del círculo más íntimo de Jesús, testigo de la transfiguración y de la agonía en Getsemaní y, por si sus méritos no hubieran sido suficientes, se trató del primero de los apóstoles que fue martirizado. Que sí, que San Pedro es el número uno y el primero de los papas, y San Juan, hermano de Santiago, fue el que no abandonó a Jesús en ningún momento y, por si fuera poco, un evangelista de relumbrón, pero Santiago no se queda corto tampoco. Además de lo dicho arriba, estamos hablando de alguien que tiene una ciudad con su nombre y además tiene su tumba en ella; estamos hablando de alguien a quien la Virgen María se apareció en vida, por allí por Zaragoza, para animarle en la parece que complicada empresa de evangelizar a los hispanos del siglo I; estamos hablando de alguien cuyo nombre invoca todo español que a lo largo de la historia ha atacado a sarracenos y herejes de todo palo, y que no está excluido que en según qué momento haya intervenido en la jarana montando un caballo blanco. Poca broma.

Y hablamos de alguien a cuya tumba se dirigen decenas de miles de personas cada año, desde la Edad Media.

Los españoles tenemos la impresión de que el Camino de Santiago, o los caminos de Santiago, comienzan en Roncesvalles y terminan en Santiago. Vale, hay puntos de origen distintos, pero el camino de Santiago fetén es el que de Roncesvalles llega hasta Santiago de Compostela.

Nada más falso. El camino de Santiago fetén es el que sale de la puerta de tu casa, así que lo de Roncesvalles sólo sirve, en puridad, para los habitantes de ese pueblo, pero no para los demás, porque ¿y si vives en el norte de Europa, pero quieres llegar a Santiago? Pues pasa que ya llegarás a Roncesvalles y, si Dios quiere, más tarde a Santiago y luego de vuelta a tu casa, qué ésa es otra, pero primero tienes que caminar hasta allí desde tu casa. El año pasado pasé fugazmente por Dinamarca a visitar a Abi y me encontré con que también desde allí hay un camino de Santiago y, evidentemente, gente que lo transita y que, para cuando se presenta en Roncesvalles, ya ha recorrido mucho más de la mitad de su camino.

A los peregrinos daneses, que digo que los habrá también, les tocaría caminar por la península de Jutlandia, luego por Frisia, más adelante por lo que hoy son los Países Bajos y, más o menos hacia el kilómetro mil de su trayecto, aparecerían por Bruselas, y ya sólo les quedarían otros mil kilómetros más hasta llegar a Roncesvalles y comenzar a encontrarse con los cronópatas que hacen el camino francés.

¡Ajá! Bruselas, hemos dejado escrito en el párrafo anterior ¿Es que el camino de Santiago está indicado en Bruselas, con esas flechas amarillas que todos hemos visto?

Bueno, a tanto no llega, pero sí que es verdad que el camino de Santiago está perfectamente indicado en Bruselas y también será verdad, si Dios no lo impide, que a esto se van a dedicar las próximas entradas de esta bitácora. Eso sí, se está haciendo tarde, no sé si para llegar al correspondiente albergue del peregrino a tiempo de encontrar plaza, pero sí para ir a la cama, que mañana toca madrugar, así que mejor será que la indagación del camino de Santiago a su paso por Bruselas quede para mejor ocasión.

sábado, 27 de julio de 2024

Problemas de ricos

En julio, Bruselas está muy cambiada respecto a su aspecto del resto del año. Si los turistas ya la invaden de manera habitual, en julio su número aumenta considerablemente, de modo que es muy habitual encontrarse a grupitos de personas más o menos despistadas desplazándose sin saber muy bien hacia adónde. A veces son claramente mochileros apenas salidos de la adolescencia, con aspecto despreocupado y sin ninguna prisa por llegar a alguna parte; otras veces, son grupos de orientales con un guía y un horario férreos; finalmente, nos encontramos con algún grupo familiar, guiado por un padre que mira de reojo a derecha e izquierda mientras trata de asesorarse sobre el camino a seguir a través del GPS de su teléfono móvil, sin que la madre de la familia y los uno, dos o tres hijos que lo siguen con pinta fatigada se preocupen lo más mínimo sobre el camino a seguir.

Pero estos grupos se concentran en el centro de la ciudad y fuera de él sólo en lugares emblemáticos, como el Atomium o la basílica de Koekelberg. Por el llamado barrio europeo, donde está mi puesto de trabajo, se aventuran poco y no les culpo por ello, porque el barrio europeo, que se llama así como si el resto de la ciudad estuviera en otro continente, es un amasijo de edificios de gran tamaño y de estética dudosa, que alojan a la mayoría de las instituciones de la Unión Europea y a todo lo que arrastran consigo en forma de representaciones permanentes, grupos de presión, asociaciones de la más diversa índole, restaurantes de todo tipo de cocina y, en suma, el guirigay que acompaña a quienes disponen de un generoso presupuesto para ejecutar en distintos proyectos. Y, no lo olvidemos, a quienes tienen un salario que les permite llegar a fin de mes holgadamente, incluso cenando en esos restaurantes que acuden prestos al reclamo de una cartera repleta.

Fuera de los lugares más rabiosamente turísticos, Bruselas pierde en verano buena parte de su población. A veces, me cruzo con algún compañero o, más frecuentemente, compañera, que me miran con sorpresa, como si no esperaran verme por allí, y me espetan:

- ¡Oh! ¡Aún queda alguien que no se ha ido de vacaciones!

¡Como si ellos mismos no fuesen la prueba de lo que dicen! Eso sí, esa sorpresa que muestran no es sino consecuencia del incontestable hecho de que, quien más quien menos, en cuanto pasa el Día Nacional de Bélgica, es decir, el 21 de julio, o se va de vacaciones o no va a tardar en hacerlo y se dedica a calentar el asiento lo justito hasta que llegue el momento de partir.

Esa huida generalizada de la capital administrativa europea, unida a un tiempo atmosférico razonablemente bueno, ni muy caluroso ni muy frío, convierte a Bruselas, por una vez, en un lugar agradable. Las cuadrillas habituales han ido perdiendo efectivos a medida que sus componentes se han ido marchando, de manera que se van parcheando otras entre quienes permanecen en la ciudad, como quien se hace un traje a base de retales.

En estos pensamientos, salía yo de mi lugar de trabajo en una tarde agradable y soleada, camino de una cita con una compañera de trabajo a la que hacía tiempo que no veía y con quien había quedado para una cena tempranera, muy a la europea, y luego cada mochuelo a su olivo. Con tan poca gente en las calles del barrio europeo, los enormes edificios parecían aún mayores.

Llegué a mi cita bastante antes de lo convenido, encadené mi bicicleta y me puse a esperar un rato. Y eso no es frecuente, porque, desde que existen los móviles inteligentes, la gente ha dejado de esperar. Lo que hace la gente es mirar cualquier cosa en su móvil mientras llega el resto del personal, y eso no es esperar; de hecho, más de uno (y más de una) queda bastante contrariado cuando su cita llega y le interrumpe el trasteo que llevaba con su móvil, dejando a medias lo que estaba haciendo. Yo soy el primero que lo hago, pero en esa ocasión me dio pereza sacarlo de la riñonera, metida a su vez en las alforjas de la bicicleta, así que me puse a esperar. A esperar genuinamente.

Se dice que los hombres tenemos la capacidad de no pensar en nada y que las mujeres carecen de ella y por eso no nos creen cuando nos preguntan en qué estábamos pensando y les respondemos que no estábamos pensando en nada. Efectivamente, tenemos esa capacidad, pero, y hablo por mí, la usamos en ocasiones menos frecuentes de lo que pudiera parecer; creo que es más frecuente que estemos pensando en cualquier tontería y nos dé apuro confesarlo. El caso es que, en la espera, dejé volar mis pensamientos rodeado de edificios que conocía bien y que eran mi entorno habitual desde que llegué a Bruselas.

En diciembre hará doce años de esto. Doce años de desencasillamiento de Rusia, si se quiere. A veces me pregunto qué pensaría el Alfor del pasado si viese a dónde había llegado el Alfor del presente. El Alfor de quince años, que nunca se tuvo en gran cosa, estaría indudablemente satisfecho; el de veinticinco años estaría dando palmas; el de treinta y cinco años estaría algo confuso, pero probablemente conforme. De lo que no estoy muy seguro es de lo que pensaría el Alfor que acababa de aterrizar en Bruselas y que, eso con total seguridad, no se esperaría lo más mínimo qué iba a sucederle en los casi doce años siguientes. Supongo que de algunas cosas estaría satisfecho (y de algunas extremadamente satisfecho), mientras que otras le parecerían completamente increíbles y hubiera preferido que no sucedieran. Tampoco me quedó claro si globalmente estaría conforme con el resultado y si, tomándolo todo junto, hubiera resuelto, como resolvió, salir de Moscú, de haber sabido lo que iba a sucederle en Bruselas. Claro que está por verse qué hubiera sucedido de haber continuado en Moscú: seguramente lo mismo o, a la luz de cómo está la cosa entre Rusia y el resto de Europa ahora mismo, algo bastante peor.

En estas reflexiones estaba, cuando salió mi compañera del edificio y nos fuimos a buscar un restaurante cuya cocina ya funcionase para cenas a las seis y media de la tarde. En España, y más en verano, a las seis y media de la tarde se puede aspirar como mucho a una horchata o un granizado de limón en cualquier heladería; si dices que quieres cenar, te van a mirar rarísimo, pero en Bruselas hay restaurantes que ya están abiertos para cenar, palabra de honor.

En aquella ocasión no se hacía tarde, ya lo creo que no, pero ahora sí, así que será cosa de proseguir las disquisiciones, y esta entrada, a su debido tiempo, que no es éste.

miércoles, 3 de abril de 2024

Tractores

Quien más, quien menos, ya sabe que los agricultores europeos están molestos con ciertas políticas que, según ellos mismos, les ponen en mala situación, así que llevan algún tiempo protagonizando disturbios. Muchos de los españoles residentes en España con los que he hablado creen que tal cosa sólo se ha producido en nuestro país, así que es cosa de aclarar que no, que ha habido movilizaciones, llamadas coloquialmente tractoradas, por toda la Unión Europea, y Bruselas ha sido una de las protagonistas, como no podía ser menos. Al fin y al cabo, yo no estoy muy seguro de dónde se urden las medidas que amenazan con colapsar al sector primario europeo, pero todo el mundo sabe dónde se aprueban formalmente las susodichas medidas, y sí, es en Bruselas.

Al llegar esta altura, tengo que confesar que mis simpatías están con el sector primario. Todos mis antepasados, pero todos, han sido agricultores. Gracias al sector primario he estudiado... para poderlo abandonar. Sin embargo, eso no me privó durante mis estudios de esgrimir la azada durante las que eran vacaciones para mis compañeros y escardar la tierra, modelar caballones y desherbar terreno. O de madrugar para regar, según cuándo pasara el turno de riego por los campos de la explotación familiar. O de mezclar herbicida con agua y pasar campos de mochila hasta no dejar hierba con vida, con diecisiete años y sin carné de manipulador, cosa que ahora es imprescindible para cualquier adulto y directamente prohibido para menores de edad. Sí, eran tiempos durillos, pero, una vez pasados, hasta los miro con simpatía, cuando no con nostalgia. Así que, sí, claramente, a pesar de trabajar actualmente en un despacho con aire (más o menos) acondicionado, entre quienes están en un despacho como el mío fastidiando a los agricultores, y los propios agricultores, me quedo con éstos de calle.

Así y todo, hay quien se desmanda. El primer día de febrero, los tractores tomaron la plaza de Luxemburgo, por donde paso forzosamente para ir a trabajar y donde, fatalmente, se encuentra la sede del Parlamento Europeo, así que es un lugar idóneo para obtener visibilidad. Los agricultores ocuparon la plaza, la bloquearon y allí no pasaba nadie... bueno, excepto yo, que iba en bicicleta y me escurrí entre tractor y tractor. Aquello estaba animado y algunos se habían puesto a asar salchichas a la brasa. Con gusto me hubiera quedado a hacer el cabra, pero el deber llamaba a atravesar la masa y, en una calle adyacente, incorporarme a mis funciones que, a Dios gracias, no tienen nada que ver con la agricultura.

Digo yo, además de salchichas, alguno debió pasarse con la cerveza y, en lugar de ponerse a conducir los John Deere o New Holland chulísimos que llevaban, se dedicaron a montar una hoguera en la plaza y a abatir la estatua que la presidía. Luego, algo más serenos, se fueron en sus respectivos tractores. Desde entonces, han aparecido un par de veces más por la plaza, dejando la zona ajardinada central, donde los lechuguinos protofuncionariales con aspiraciones que abundan por Bruselas se aparean los jueves por la tarde, hecha un asquito.

Las autoridades municipales declararon que los daños a la estatua eran irreparables. Sería para dar pena, porque a los dos días la estatua estaba allí de nuevo, subida a su pedestal, como si tal cosa sin que su apariencia hubiera sufrido alteración alguna. Donde sí se han puesto a currar es en el césped central, acusando a los agricultores en sus dos o tres marchas de haberlo dejado en un estado lamentable. El mismo sitio es hollado todos los jueves por miriadas de jovenzuelos acervezados en busca de apareamiento, pero nadie parecía sospechar que ésa sea la causa principal del estado del césped.

Sea como fuere, se han puesto manos a la obra. El concejal de espacios verdes del municipio, un tal Yves Rouyet, dijo que los "afterworks" (es decir, los jovenzuelos) ya habían pisoteado lo suyo el césped, y que los agricultores, que habían quemado neumáticos, habían terminado de estropearlo. Yo vi neumáticos ardiendo, sí, pero no sobre el césped, pero vale, quizá se me escapara algo. El caso es que quieren excavar cuarenta centímetros para descontaminar la tierra, replantar el césped, meter cuatro árboles, unos bancalillos con setos y reparar las baldosas estropeadas. Oye, igual quedará bien y todo. Gracias, agricultores.

A primeros de marzo, el concejal decía que la estatua, que había ardido, pero supongo que poco, porque las estatuas son un combustible pésimo, había sido salvada de las llamas. Que había sufrido daños importantes, una grieta enorme y había perdido la capa superior de pintura; total, que la habían llevado a Gante a que la repararan unos especialistas que ya digo que no debieron tardar mucho, porque a los dos días ya estaba por allí.

No sé cómo quedará la plaza. Yo, personalmente, la evito todo lo que puedo, y más los jueves por la tarde, pero estoy por echar una miradilla a ver cómo se apañan las bandas de "afterworks", como dice el concejal, para hacer lo que hacen siempre, ahora que el espacio está en obras y a despecho de que se acerque el buen tiempo. Espero que terminen antes de que llegue la primavera de verdad, porque, si no, se les va a hacer tarde. Como ahora.

sábado, 2 de octubre de 2021

Obras son amores

Yo creo que todo el que ha pasado por Bruselas ha reparado en el palacio de Justicia, un edificio enorme, visible desde muchísimos puntos de la ciudad, y que probablemente sería muy bonito cuando lo construyeron, y podría seguir siéndolo, si no fuese porque está literalmente rodeado de andamios por los cuatro costados. Y no viene de ahora, no. En mi primera visita a Bruselas, en el lejano diciembre de 2006, ya estaba encofrado entre andamios, y ya parece que quedan pocos bruselenses vivos que puedan decir que lo han visto en todo su esplendor. Y, si lo dicen, es señal de que son unos vejestorios.

Pero, albricias, el Estado belga asegura tener fondos desbloqueados para proseguir los trabajos de reparación y asentamiento. La verdad es que los andamios sólo han servido para adornar el palacio, porque usarse, lo que es usarse, no se han usado nunca para servir de soporte a obra alguna. Para lo único que han servido de soporte es para enriquecer a alguno que otro, porque más de uno de los que participaron en los contratos públicos para comprar los andamios dio una buena temporada con sus huesos en la trena, por corrupto. Ahora bien, de eso hace no menos de cuatro décadas.

Desde que la obra cambió de manos, la prioridad dejó de ser el embellecimiento y reparación, para centrarse en que el edificio no se viniera abajo, o ardiera como una tea, porque por dentro hay muchísima madera, como en el tren de los Hermanos Marx, pero a nadie se le había ocurrido poner al día los sistemas de prevención de incendios. Para colmo, las inundaciones, por cierto, le han venido al palacio tan mal como a mi propia casa, y por razones parecidas, es decir, obstrucción de desagües que nadie se preocupaba de limpiar, aunque sí de responsabilizar a otros de hacerlo. Lástima de cinco millones de euros empleados en poner el tejado en condiciones...

Ahora que los belgas están en el enésimo intento de terminar las obras, el objetivo es tenerlo hecho para 2030, que, así a lo tonto, es el bicentenario de la independencia de Bélgica, eso en el supuesto de que Bélgica siga entera dentro de los nueve años que quedan para semejante evento. Claro que no todo será tan bonito, porque la reparación de la fachada sólo es el principio; el interior del palacio, fuera de los pasillos y las salas en uso, tiene una infinidad de espacio sin utilizar, por la sencilla razón de que no está en condiciones de serlo. Se calculan entre cien y doscientos millones de euros y diez años más para terminar, es decir, que si hay suertecilla nos vamos a 2040. Para entonces yo ya debería tener varios nietos; quizá ellos vean el palacio de Justicia en todo su esplendor, porque yo, la verdad, voy perdiendo la esperanza de llegar a ver ese día: ahí sí que se me va a hacer tarde...

jueves, 25 de febrero de 2021

Miquel Navarro en Schaerbeek

Hace ya muchas entradas, y no está de más recordarlo, que vimos la copia de la Pantera Rosa en una plaza de Schaerbeek, a pocos kilómetros de esta mi vivienda, al igual que mi vivienda en Valencia está a pocos kilómetros (no creo que llegue a dos), tanto de la genuina Pantera Rosa como del municipio, Mislata, donde vio la luz el autor de esas obras, el famoso Miquel Navarro, cuya obra artística, de calificación difícil, ya fue glosada por un servidor con motivo de la exposición que le dedicó el IVAM y que, como se echa de ver, indiferente no me dejó.

Ni a mí ni, en su día, a los habitantes de Schaerbeek, como se puede leer en el artículo que en su día apareció en Le Soir y que reproduzco aquí. Empecemos por decir que Le Soir es el periódico sociata francófono de Bélgica, algo así como El País en España; por tanto, es poco sospechoso de antipatía hacia los representantes de la cultureta, como nuestro Miquel Navarro. Aquí abajo está el artículo: yo creo que, sabiendo español, se entiende perfectamente, pero, por si acaso, en cursiva sigue la traducción de éste vuestro seguro servidor.


La fontaine de Jamblinne de Meux enflamme les habitants

La fuente de Jambline de Meux incendia el vecindario

OEuvre d'art ou pompe à pétrole? 

¿Obra de arte o bomba petrolífera?

Avant la fin avril sera inaugurée, place de Jamblinne de Meux à Schaerbeek, une fontaine d'art moderne, signée par l'artiste espagnol Miquel Navarro. Son esthétique est contestée par des habitants. Mais leur combat est inutile: les dés sont jetés et leur avis n'a pas été entendu. 

Antes de abril (de 1994) será inaugurada en la plaza de Jamblinne de Meux, en Schaerbeek, una fuente de arte moderno, firmada por el artista español Miquel Navarro. Su estética es discutida por los vecinos. Pero su lucha es inútil: la suerte está echada y su opinión no ha sido escuchada.

Ceux-ci fulminent. Il y a un an, c'était «Cachez cette cheminée que Jamblinne de Meux ne saurait voir». Cette fois, c'est «Cachez cette barre de douche qui nous insupporte». 

Éstos están que echan rayos. Hace un año, se decía "Ocultad esta chimenea que no debe ver Jamblinne de Meux". Esta vez, es "Ocultad esa barra de ducha que no aguantamos".

Ces tours d'aération du tunnel Cortenbergh avaient remué tout le quartier, l'année passée, quand l'État fédéral décida de rénover la place, saccagée par une voirie provisoire. Le ministère des Communications confia ce travail au bureau d'architecture A2RC. Le réaménagement fut bien accueilli par les habitants, sauf pour les tours d'aération. On trouva un compromis: une seule tour serait construite, intégrée dans un immeuble à construire, au bord de la place. 

Aquellas torres de ventilación del túnel de Cortenberg habían revuelto todo el barrio el año pasado, cuando el Estado federal decidió reformar la plaza, arrasada por un camino provisional. El ministerio de Comunicaciones confió aquella obra al estudio de arquitectura A2RC. La reforma fue bien acogida por los vecinos, excepto las torres de ventilación. Se encontró una solución de compromiso: se construiría una sola torre, integrada dentro de un inmueble pendiente de construcción, en el límite de la plaza.

Aujourd'hui, nouveau conflit. La fontaine d'acier fait 13 m et l'eau sera projetée de 6 m de haut. Le bec est en forme de demi-lune. L'eau tombera dans un bassin à l'emplacement précis de l'ex-tour d'aération. Les habitants disent qu'elle ressemble à une barre de douche moderniste. Nous optons plutôt pour une pompe à pétrole stylisée. Une autre structure, de taille humaine, complète l'oeuvre. Elle est en laiton et surmontée d'une petite cheminée symbolisant la ville. L'eau de la petite fontaine alimenterait le bassin de la grande. 

Hoy hay un nuevo conflicto. La fuente de acero mide 13 metros y el agua será proyectada desde una altura de seis metros. El pico tiene forma de media luna. El agua caerá sobre una cubeta en el lugar exacto de la ex-torre de ventilación. Los vecinos dicen que se parece a una barra de ducha modernista. Nosotros optamos más bien por una bomba petrolífera estilizada. Otra estructura, de estatura humana, completa la obra. Está hecha de latón y recubierta de una pequeña chimenea que simboliza la villa. El agua de la fuente pequeña debe de alimentar la cubeta de la grande.

- C'est un coup de Jarnac, dit l'un des habitants. On nous met devant le fait accompli. On ne nous a jamais pardonné notre opposition aux tours d'aération. D'ailleurs, ils installent ce «machin» là où aurait dû être érigée la tour. Cette fontaine est une horreur. Nous n'avons pas été consultés. Belle concertation démocratique... 

- Es un golpe bajo, dice uno de los vecinos. Nos ponen ante el hecho consumado. Nunca nos perdonaron nuestra oposición a las torres de ventilación. Por cierto, van a instalar este artefacto donde se hubiera debido levantar la torre. Esta fuente es un horror. No se nos ha consultado. Bonita concertación democrática...

Hélas pour les habitants, le choix est fait. L'oeuvre a été commandée et son installation est imminente. Au bureau d'architecture, on tient un langage différent. 

Lamentablemente para los vecinos, la elección está hecha. La obra ha sido encargada y su instalación es inminente. En el estudio de arquitectura se mantiene un tono distinto.

- Les habitants n'ont pas été consultés, c'est vrai, reconnaissent Brigitte d'Helft et Michel Verliefden d'A2RC. Pour le reste, l'esthétique est un domaine où les avis divergent. Nous avons contacté trois représentants des habitants: deux étaient pour et un violemment contre. C'est de l'art. Il ne laisse pas indifférent. C'est le but recherché: une remise en cause. 

- Los vecinos no han sido consultados, es cierto, reconocen Brigitte d'Helft y Michel Verliefden, de A2RC. En general, la estética es una materia en la que las opiniones divergen. Hemos entrado en contacto con tres representantes de los vecinos: dos estaban a favor y uno violentamente en contra. Se trata de arte. No deja indiferente. Es el objetivo que se busca: poner en entredicho.

Cette fontaine, notons-le, n'était pas prévue au départ. C'est un plus qui a été accordé par le ministère des Communications. Le choix de Miquel Navarro semble logique à A2RC. C'est un artiste renommé (à qui il est hors de question d'imposer un type d'oeuvre). Il a construit plusieurs fontaines en Espagne et démontré qu'il était possible de marier art moderne et décor urbain. Un premier projet avait toutefois été refusé (un marteau plutôt qu'une pompe à pétrole).

FRANÇOIS ROBERT

Esta fuente, señalémoslo, no estaba prevista en un principio. Es un añadido que fue concedido por el ministerio de Comunicaciones. La elección de Miquel Navarro le parece lógica a A2RC. Es un artista renombrado (al cual está fuera de lugar imponerle un tipo de obra). Ha construido varias fuentes en España y ha demostrado que era posible maridar arte moderno y decoración urbana. Sin embargo, un primer proyecto había sido rechazado (más que una bomba petrolífera, era un martillo).

Habría que haber visto cómo sería el martillo aquél... Con un artista tan sumamente fálico como Miquel Navarro, me temo que me lo imagino.

sábado, 26 de septiembre de 2020

La Pantera Rosa

Todo el que haya seguido esta bitácora desde su inicio, o desde cuando sea, se habrá percatado de que me gusta la Pantera Rosa. En los primeros años, includo puse la banda sonora de Mancini como música de fondo, y sólo la quité cuando una serie de lectores, hasta las narices de la misma, me lo suplicaron. Como yo mismo corría el riesgo de acabar detestando una melodía que, en principio, me encanta, les hice caso, y creo que hemos salido ganando.

En efecto, la Pantera Rosa me encanta. Tengo toda la serie con Peter Sellers y Blake Edwards, un montón de películas de dibujos animados, mi avatar es una pantera rosa con boina roja y gafas oscuras, e incluso el fondo de pantalla de mi escritorio en el ordenador es de color rosa. De hecho, lo primero que hago en cuanto instalo un sistema operativo es cambiarle el fondo de pantalla y ponerlo en rosa. Creo que la única excepción es la textura de camuflaje que verá el lector en el fondo de esta misma pantalla, y que también tengo en mi teléfono móvil, y eso que algún lector me hizo saber en su día que no les gustaba nada y que hacía la bitácora difícil de leer. Ahí ya me planté, como podéis comprobar fácilmente.

En Valencia, la Pantera Rosa, además de todo lo anterior (y de Toni Kukoc), es una fuente pública que todo el mundo conoce y que está situada a la entrada al centro desde el sur. Es un poco difícil no verla, porque es enorme y, de hecho, está representada en la foto que ilustra esta entrada. Se supone que el lugar en el que se la ubicó se llama plaza de Manuel Sanchis Guarner, pero nadie en Valencia, absolutamente nadie, sabe dónde está esa plaza; en cambio, preguntas por la Pantera Rosa y no hay ningún problema en que te indiquen cómo llegar.

La escultura tiene una historia curiosa, y más vale que el lector, si busca más información, no haga mucho caso de las reseñas de los guías locales de Google. De hecho, acabo de leer a uno que escribe, así, con aplomo, que es una obra del escultor Calatrava, y se queda tan pancho. De momento, Santiago Calatrava, aunque se las dé de artista, no es escultor, sino arquitecto; y desde luego no es el autor de la Pantera Rosa, porque lo es Miquel Navarro, también valenciano, como el mismo Calatrava, pero al que sería injusto privar de lo que es suyo, aunque su obra no deje a nadie indiferente.

Con Miquel Navarro o, mejor dicho, con su obra, he tenido un encontronazo reciente. Bueno, en realidad he tenido dos. El primero fue en agosto, en Valencia, cuando visité el IVAM con mi hija Ro. Ro ya no es la niña de cinco años que aparece en la segunda entrada de esta bitácora, claro, aunque creo que aquella entrada la sigue retratando perfectamente. Sin embargo, aunque ahora es una real moza de diecinueve años, por la que supongo que beberán los vientos sus compañeros de universidad, no deja de ser mi hija, y hay cosas a las que un padre, qué le vamos a hacer, tiene reparo. Y una de esas cosas es entrar en lugares calificables de pornográficos. No sé si durarán mucho, pero aquí hay una descripción de lo que es capaz Miquel Navarro, artista fálico donde los haya y capaz de hacer ruborizarse al palo de una escoba. Entramos, pues, en la sala del IVAM que alberga la colección que Miquel Navarro ha cedido al museo. Afortunadamente, Ro debió percibir el rictus torcido que se me puso nada más echar un vistazo a las obras que adornaban la estancia, de manera que no duramos mucho en ella. El resto del museo, como todos, es opinable, y yo estoy convencido de que ha conocido mejores tiempos, pero, al menos, no era directamente inmoral.

El segundo encontronazo con la obra de Miquel Navarro lo tuve una vez retornado a Bruselas. Decidí acercarme a una librería donde podría encontrar un manual de neerlandés (sí, sigo con el neerlandés, aunque sea de manera telemática), y me despisté un poco, con lo que aparecí a unos doscientos metros de la librería, en una plaza que me llamó fuertemente la atención, no por su majestuosidad ni por su belleza sublima, sino por la fuente que había delante de mis narices, y que estaba seguro que había visto en algún sitio.

Efectivamente, era la prima de la Pantera Rosa. La semejanza era tan evidente, que no pude menos que indagar un poco y, sí señor, el autor de la fuente, en una plaza perdida de Schaerbeek, región de Bruselas, era el mismísimo Miquel Navarro. De Mislata a Schaerbeek, nada menos.

Dejaré para otra entrada la recepción que la obra de Miquel Navarro ha tenido en Schaerbeek. El valenciano, como es bien sabido, tiene una bien ganada fama de meninfot, es decir, que nos da todo un poco lo mismo con tal de que lo más íntimamente nuestro no nos lo alteren. Así nos va, por otra parte.

El habitante de Schaerbeek no tiene esa fama, quizá porque, tras los cambios que ha sufrido en los últimos decenios, Schaerbeek se ha convertido en un municipio enormemente multicultural que no acaba de digerir la inmigración que ha recibido y que ha terminado por perder la personalidad que hubiera tenido y no llegar a adquirir otra. Pero eso lo veremos en la próxima entrada, porque hoy se va haciendo tarde.