Mostrando entradas con la etiqueta metabitácora. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta metabitácora. Mostrar todas las entradas

miércoles, 22 de enero de 2025

Comenzando el año

Ya decía yo a finales del año pasado que, tal y como veía el panorama, era difícil que tuviera mucho tiempo en los primeros días de 2025 para escribir nada, y efectivamente, así ha sido hasta hoy, en que he encontrado un hueco y tomo la pluma, o más bien el teclado, para quitarle el polvo a esta bitácora de mis entretelas, con los buenos propósitos de todos los años de escribir más a menudo, pero que fatalmente se compadecen mal con la realidad.

Lo típico de la primera entrada del año es plantearse qué hacer durante el mismo, y a eso voy. Veo que en los últimos años, además de una reducción del número de entradas y de la frecuencia de publicación con respecto a la primera etapa moscovita y exuberante, la temática se ha encogido bastante. Al principio, esto era un egoblog, tal cual, y además orgulloso de serlo. Se escribía de mí y de mis vivencias, que tenían lugar en Rusia, que ya de por sí es un país como para que pasen muchas cosas chocantes, pero también en otros sitios, España incluida. Incluso llegué a escribir de Bélgica, mucho antes de sospechar siquiera que unos años más tarde terminaría viviendo aquí. En los últimos años, sin embargo, escribo más de Bélgica y algo menos de mis vivencias diversas por esos mundos de Dios o por donde sea. Y es lástima, porque, aunque resido habitualmente en un municipio, Uccle o Ukkel, según el idioma que elijamos, de la región de Bruselas, también es verdad que me desplazo bastante a lugares como Luxemburgo, Alsacia, otras regiones belgas y, naturalmente, España, y últimamente no sólo a Valencia, sino que estoy asomando el hocico por otros lugares de nuestro hermoso país. El año pasado y el anterior, aprovechando que tengo hijos desperdigados por Europa, pasé fugazmente por Hungría y Dinamarca, y pienso volver por este segundo país, pero no he escrito una línea sobre mis impresiones sobre estos lugares.

Pues ya va siendo hora de cambiar un poco la orientación. Yo supongo que el hecho de cambiar de perspectiva y escribir más de Bélgica y menos de mis impresiones en general va unido al hecho de tener cierto pudor con respecto a mis circunstancias personales, que han cambiado muchísimo desde los felices tiempos de Moscú. Uno piensa que a los lectores, si es que queda alguno, no le interesan en demasía mis cuitas personales, que me han llevado a conocer lugares tan desagradables como los juzgados belgas, cosa que no deseo ni siquiera a mis enemigos. Bueno, puede que a los lectores, que para eso lo son, sí que les interesen mis cuitas personales, pero creo que a mí me va a costar algunos años poderlas contar con algo de sentido del humor, que es de lo que se trata en estas pantallas.

En fin, que la idea consiste en hacer esto un poco más variado. Después de todo, cuando comenzó esta aventura allá por 2006, en mi hogar había cinco personas, tres de ellos niños de seis, cinco y dos años, y dos más o menos niñeras a tiempo completo, lo que daba mucho juego sin necesidad de salir de casa; ahora los niños, lógicamente, tienen casi veinte años más, no viven en casa y, no menos lógicamente, no hay niñeras, sino una señora que viene a limpiar los jueves lo poco que, viviendo solo, ensucio por aquí. No es lo mismo.

Sin embargo, para hacer la transición un poco más llevadera, y porque tampoco se trata de hacer una revolución (sigo siendo fervientemente contrarrevolucionario), la primera entrada de este año tras ésta todavía va a tener como protagonista un político belga, seguramente el más conocido para el público español.

Pero eso será dentro de un par de días, porque hay cosas que no cambian, y una de ellas es que se me hace tarde...

domingo, 15 de septiembre de 2024

Reconectando

Después de un mes largo de no escribir una línea, me siento delante del ordenador con la sensación de que, después de todo, quizá escribir no me guste tanto como pensaba. Vaya por delante que sí, que he estado de vacaciones en España y no me he estado ocupándome de temas laborales ni académicos lo más mínimo; han sido unas vacaciones de verdad, y además han sido estupendas: lo único indudablemente malo es que ya han terminado.

Y he debido desconectar enormemente. Ayer tuve que coger el coche para ir a un lugar en el que he estado decenas, si no centenas de veces, y me pasé el camino hasta en dos ocasiones, como si hubiera puesto el piloto automático, no para ir a la place Jourdan, que era más o menos mi destino, sino al aeropuerto de Zaventem, que (desgraciadamente) no lo era.

Es verdad que la reconexión con la realidad ha sido bastante brutal. Eso de pasar de noches con una mínima de 24 grados, que es lo que se puede encontrar uno en Valencia, a noches con una mínima de seis grados, como anoche o anteanoche, es uno de los tragos más duros que existen. Se lo he comentado a algún amigo o familiar por Valencia, de manera absolutamente despreciable y con la evidente intención de hacerme el mártir, sólo para encontrarme con una inesperada reacción envidiosa por parte de mi contertulio, en forma de "¡Ya quisiera yo estar a seis grados por la noche, bajo la manta, en lugar de no poder dormir con este calor!" Perdónalos, Señor, porque no saben lo que dicen.

La reconexión está siendo lenta, para qué negarlo. Y, si bien mi intención era continuar con la última entrada y seguir hablando sobre la singladura de Carles Puigdemont en este país en el que sigue residiendo, creo que será mejor dejar eso para una próxima ocasión, porque, al fin y a la postre, el susodicho parece tener la intención de seguir viviendo en Waterloo algún tiempo más, y así será si nada lo remedia, por lo que tiene toda la pinta de que no se le va a hacer tarde.

A mí, en cambio, sí, de modo que hasta aquí ha llegado esta entrada, mientras hacemos una pausa hasta la siguiente.

sábado, 20 de julio de 2024

Resucitando a la carrera

He de reconocer que, durante estas semanas, se me ha pasado por la cabeza dejar puesta la última entrada y matar la bitácora con ella, sin llegar al vigésimo aniversario ni nada. Cuando escribí la entrada, tal cosa no estaba pensada en absoluto, pero, después de unas cuantas semanas con poco tiempo y diversos problemas personales, la tentación estaba ahí. Igual estoy dejando pasar una buena oportunidad de terminar esto con dignidad, pero creo que le voy a dar un empujón más, a ver hasta dónde llega.

Después de visitar a San Pedro, como vimos en la anterior entrada, resulta que la fecha de fallecimiento del autor de estas líneas estaba equivocada y volví a Bruselas, lejos de las calderas de Pedro Botero. Y tan lejos. Lo del calentamiento global es un concepto que debe haber pasado a la historia, al menos en Bélgica, porque ha hecho los peores meses de mayo y junio, y hasta principios de julio, de que tengo memoria. Sin embargo, las cosas han cambiado radicalmente este fin de semana, en que ya las temperaturas llegan a treinta grados, lo cual, para Bélgica, es muchísimo. Ya sé que en la mayor parte de España treinta grados se considera casi una temperatura bonancible, pero aquí no.

No creo que esta canícula llegue hasta lo que aquí se considera una sequía, porque aquí se considera sequía, para pasmo de quien viva en España, algo así como una semana sin llover. Yo creo que ha venido lloviendo prácticamente todos los días desde principios de año, y no exagero ni tantico.

Ayer, a eso de las dos de la tarde, hacía esos treinta grados que he mencionado, combinados con un 70% de humedad ambiental. Lo que viene siendo un ambiente difícil de soportar. Como me estoy preparando para el gran fondo de Siete Aguas, pensé que sería una buena idea salir a correr unos cuantos kilómetros para entrenar en condiciones similares a las de la carrera. El gran fondo de Siete Aguas tiene lugar el tercer sábado de agosto. Puede que haga menos humedad, porque Siete Aguas no está cerca de la costa, pero quizá sí que haya que soportar esos treinta grados.

No sé exactamente si fue una buena idea salir a entrenar en esas condiciones, pero sí que sé que no es lo que recomiendan las autoridades. Y con razón. Buena parte del recorrido de mis entrenamientos pasa por el bosque, entre caminos y sendas muy sombreados, y más ahora en que todo es verde y frondoso, porque la lluvia constante tiene también sus ventajas, pero hay partes en que no hay sombra alguna, y en esos lugares el sol picaba a base de bien.

Dieciocho kilómetros más tarde crucé el umbral de mi casa con la garganta bastante seca y cerca del desfallecimiento, pero sin pasar el punto de no retorno, cosa que hubiera sido algo compleja. Tuve una especie de vahído al tener que pararme a cruzar una carretera, pero me recuperé sin novedad. El entrenamiento en condiciones de calor duro fue un cambio respecto de la semana anterior, en la que salí con ánimo de rodar sólo un poquito, pero me encontré con que hacía dieciséis grados. Es más, había caído un chaparrón la noche anterior, aunque apenas se notaba, ya que un sol agradable  asomaba entre las ramas de los árboles; en suma, se estaba tan bien que bajé el ritmo y me puse en plan paseo durante los veintiún kilómetros de una media maratón, disfrutando del ambiente. Volumen sí que hice, pero no fue lo que se dice un sobreesfuerzo.

Esta semana sí que lo ha sido, a pesar de correr tres kilómetros menos, pero doce segundos por kilómetro más rápido. Al salir de la ducha, casi no podía moverme y no tenía ganas de hacer nada más que de tumbarme en la cama, cosa que llevé a cabo con total solvencia.

Y ahí me dije: ¿Voy a dejar morir la bitácora así, sin avisar? Desde que escribí la última entrada, ha llegado el verano, tengo algo más de tiempo, los problemillas personales y las ocupaciones varias no ocupan toda la jornada y, después de todo, alguna entrada se quedó en la carpeta de borradores y, por supuesto, quedan muchísimas cosas por decir sobre Bélgica, Bruselas, la Iglesia Católica que peregrina por aquí, no se sabe muy bien con qué rumbo, Flandes, Valonia y Europa en general.

Y, lo que es más importante, me sigue gustando escribir.

Aunque, a veces, se haga tarde.

miércoles, 3 de enero de 2024

Propósitos de año nuevo

Sí, como todos los años, toca hacer balance del año que acaba de terminar y ver qué se plantea uno en éste que empieza. Que quede claro que sólo me voy a ceñir a los propósitos relacionados con la bitácora, no con los personales de cada uno. Sí, yo también me planteo perder dos kilos o hacer más deporte, pero eso aquí no toca, al menos no ahora.

El año pasado ya hubo una entrada muy parecida a ésta, en la que se planteaban propósitos de año nuevo. Quería llegar a las setenta entradas, en un alarde de optimismo que se ha demostrado poco realista, porque he acabado escribiendo cincuenta y tres, o sea, una por semana de media, y gracias. Quería escribir dos entradas sobre viajes por los Países Bajos, y me he quedado en una sola, y menos mal. Me proponía poner etiquetas a las entradas del pasado que no la tuvieran, y algo he hecho, pero ni con mucho lo que pretendía. Pensaba limpiar de bitácoras inactivas la barra de la derecha, y la barra de la derecha está exactamente igual que el año pasado por estas fechas.

Total, que hay que recordar la frase del nunca bien ponderado Víktor Chernomyrdin: "Queríamos hacerlo lo mejor posible, y salió como siempre." (Хотелось как лучше, а получилось как всегда) ¡Cómo lo echamos de menos!

Con prudencia, se podría intentar repetir este año los propósitos que he incumplido en el pasado. Creo que más o menos es eso lo que hace todo quisqui, y luego se acercan más, o menos, o nada. Vengan esas setenta entradas, las dos entradas sobre viajes(¡será por sitios a donde viajar!), el pulido a fondo de la barra de la derecha, y las etiquetas para todas las entradas que no dispongan de al menos una. Lo de las setenta entradas incluso podría ser: así como quien no quiere la cosa, es 3 de enero y ya llevo dos...

lunes, 1 de enero de 2024

¿Hasta cuándo se puede felicitar el año nuevo?

 

No estoy seguro de hasta cuándo se puede felicitar el año nuevo en España. Ni siquiera creo que los españoles tengamos normas sobre el particular. Llega un momento en que ya queda un pelín ridículo, pero no es seguro cuándo llega exactamente ese momento.

En el universo francófono, en cambio, nadie quiere arriesgarse a quedar en ridículo. No permita Dios que un francés (o incluso un valón) se ponga a felicitar a deshora, y que un 20 de enero alguien le diga que el año nuevo comenzó hace demasiado tiempo como para andar dando la vara con las felicitaciones extemporáneas. Eso sería ridículo, cosa imposible para un francés, y no digamos para un belga, porque, aunque es algo que hace tiempo que no se recuerda por aquí, los belgas nunca se equivocan.

Así que los francófonos se han inventado una regla que establece que se puede seguir felicitando el año nuevo durante todo el mes de enero. En febrero ya no se puede. En un entorno multicultural, cual es el bruselense, es frecuente que el francés de turno, con voz algo engolada, llegue un buen 25 de enero, sin haberte visto desde el año anterior, y te felicite el año, añadiendo la explicación, claro está: "Es que se puede durante el mes de enero." No queda claro quién es el legislador que pontifica sobre el particular, pero les viene bien a los francófonos. Qué narices a los francófonos, es que me ha venido bien ¡a mí! La de veces que, en la Valencia de toda la vida, he hablado por teléfono con alguien bien entrado enero y he dicho (quizá con voz también algo engolada): "Donde yo vivo se dice que se puede felicitar el año nuevo siempre que no se haya cumplido el mes de enero." Y me quedo tan pancho.

Lo que sí es seguro es que el 1 de enero es perfectamente legítimo en cualquier país, España incluida, felicitar el año nuevo, de manera que, ¡feliz año nuevo a todos los lectores de esta nuestra bitácora! Y que se cumplan los propósitos de año nuevo que hagáis, pero sólo si os conviene y no los carga el diablo disfrazado.

A propósito de propósitos, creo que está llegando el momento de plantearse si los que se hicieron el 1 de enero del año ya pasado se han cumplido tan a rajatabla como debería ser, así como de plantearse cómo hacer evolucionar este espacio internáutico en los próximos doce meses. Pero eso tendrá que esperar un poquito, porque se me está haciendo tarde para otros menesteres, así que ya volveré un día de éstos (espero que no de aquéllos) a dar la murga con cuestiones íntimas de esta bitácora, que, a fuerza de ir añadiendo páginas a la misma, ha dejado de ser un cuaderno para estar alcanzando el estado de enciclopedia de varios volúmenes.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Feliz Navidad

a todos los lectores que queden de esta bitácora, que hace sus esfuerzos por no desaparecer y lograr una continuidad que las muchas ocupaciones y preocupaciones de su autor no llegan a impedir, pero sí a limitar mucho.

Y que el Señor, que nace hoy, reine en los corazones de quienes lean esto.

Ya si eso, en otro momento, sigo con los políticos o politicastros belgas, serie que promete bastante, porque, si pensáis que los políticos españoles son una casta vergonzosa o una banda endogámica que lo daría todo por el poder, eso es porque no tenéis con quienes compararlos. Después de leer la serie sobre políticos belgas, es muy posible que el lector medio español se vea consolado hasta cierto punto, pero eso llegará más adelante. Entretanto, de nuevo, ¡feliz Navidad!

lunes, 1 de mayo de 2023

Decimoséptimo año

 

Pues sí, a diferencia del año pasado, en este me he acordado de que un día como hoy, 1 de mayo de 2006, un técnico de la compañía proveedora de Internet en Moscú hizo ni sé cuántos agujeros en la que entonces era mi casa para pasar un cable que se resistía, en una operación chapucera como pocas, y desde entonces accedo a Internet por cuenta propia y con velocidad suficiente, sin necesidad de conectarme por teléfono (qué tiempos...) o a pedales.

Como verán los lectores, los días de fiesta en Rusia siempre han sido más relativos que en Occidente: el 1 de mayo era la fiesta por antonomasia de la Unión Soviética, al nivel del 7 de noviembre, aniversario de la Revolución Soviética, pero allí tenía un técnico sin el menor problema. Sin el menor problema para él, claro, porque los muros de mi entonces hogar quedaron bastante perjudicados con los agujeros que perpetró el tipo. En mayo, tenía un pase, pero en noviembre, con el fresquito que entraba por allí, me acordé de él.

El caso es que lo primero que se me ocurrió hacer con mi flamante conexión fue empezar una bitácora, a ver qué tal.  Han pasado diecisiete años, algo más de mil quinientas entradas, un par de mudanzas, muchos comentarios, algún troll, y mi vida ha dado bandazos bastante serios en estos diecisiete años: de vivir como cabeza de familia de una familia numerosa he pasado a habitar solo en el mismo espacio en que cabían cinco holgadamente. Aquí lo único que no ha cambiado en los esencial es... esta bitácora.

¿Lo único? Bueno, hay otra cosa que se le parece. Contraté a una pequeña empresa para que hiciera algunas obras en casa, básicamente cambiar alguna baldosa rota y pintar y barnizar algunas cosas en el exterior, en la parte del jardín. Lo del interior lo hicieron sin problema, pero ha estado lloviendo casi todos los días hasta hoy y, cuando llueve, no se puede lijar y barnizar la madera mojada.

Milagro. Lleva tres días sin llover. El obrero me ha enviado un mensaje diciendo que va a aprovechar para pasarse por aquí y terminar los trabajos.

Sí, en 1 de mayo y en Bélgica. Sólo hay una explicación: que el obrero no es belga.

lunes, 27 de febrero de 2023

Miliario y medio

Ahora sí que sí. Esta bitácora ha llegado felizmente a la entrada número mil quinientas. Vamos, que ya era veterana desde hacía tiempo, pero ahora debe haber penetrado, con esta entrada que no va de Rusia, ni de Bélgica, sino de la propia bitácora, en una categoría que va más allá de lo normal, y más en estos tiempos en que los mensajillos cortos y las redes sociales han usurpado completamente el espacio al texto más pausado y, sobre todo, más largo.

Pues sí. Mil quinientas entradas y casi dieciséis años después, resulta que esto sigue. Claro que las cosas han cambiado mucho desde aquel primero de mayo de 2006 en que, recién cambiado de casa en Moscú, tomé el teclado dispuesto a escribir sin saber muy bien de qué. Precisamente esto último no ha cambiado en absoluto, porque sigo escribiendo sin saber muy bien de qué y en más de una ocasión acabó escribiendo sobre algo muy distinto a lo que pensaba, hasta el punto de tener que cambiar el título de la entrada, y aun las primeras líneas de la misma.

De vez en cuando me pongo yo mismo a navegar por mi propia bitácora, en lo que supongo que es un ejercicio de vanidad todo lo lamentable que queramos. La mayoría de las entradas me gustan; vamos, que escribo lo que me gustaría leer, con el tono entre irónico y sarcástico, pero espero que no hiriente, que en la vida real de fuera de las pantallas voy escondiendo cada vez más, porque suele traer más disgustos que alegrías.

Entretanto, la mayoría de los protagonistas, lectores y comentaristas que comenzaron esta andadura han desaparecido, y especialmente mi familia estricta, que está hoy dispersa por esos mundos y no siempre bien avenida. El teatro de las operaciones de las primeras mil y algunas entradas, Moscú y Rusia en general, está hoy enemistado con el resto de Europa y sumido en una guerra que sólo Dios sabe cómo y cuándo terminará. Si pensaba en volver por allí de vez en cuando para reverdecer laureles, o simplemente para visitar conocidos, ya me puedo ir olvidando del asunto.

Tras mucho leer entradas del pasado, creo que lo único que se ha mantenido bastante estable a lo largo de este tiempo es el autor de las mismas. Claro, entretanto, aunque peso lo mismo, he pasado por algún que otro achaque físico y he perdido casi todo el pelo de la cabeza (el del resto del cuerpo más bien ha aumentado en cantidad), pero la cabeza parece estar todavía en su sitio con las ideas más o menos parecidas a las que había en 2006. E incluso parece que, últimamente, el ritmo de entradas está conociendo un incremento desusado, que no creo que lleve a los gloriosos tiempos de ciento cincuenta entradas anuales (también porque mi vida en Bélgica no da para tanto), pero que por lo menos permite publicaciones relativamente frecuentes. Es verdad que, entretanto, hay menos lectores, cosa que deduzco porque hay apenas comentarios, pero nunca se trató de darle bombo, sino de escribir.

Porque, sí, todo ha cambiado, más o menos, pero hay una cosa, una sola, que se mantiene incólume.

Que me gusta escribir.

domingo, 1 de enero de 2023

2023. Propósitos de año nuevo

En primer lugar, feliz año nuevo a todos los lectores. Poco a poco se va iniciando una costumbre, por lo demás lógica, que es la de hacer una parada el 1 de enero de cada año, echar un vistazo atrás a ver cómo fue el año que terminó y, paralelamente, aguzar la mirada hacia adelante con el fin de pergeñar una especie de programa de trabajo para el año que empieza.

2022 estuvo lleno de tropezones, comenzando por mi propio contagio de Covid, precisamente el 1 de enero del año pasado. Recuerdo que me hice algunos propósitos, que están pulcramente recogidos por escrito en esta entrada, y que vamos a repasar.

Las setenta entradas que esperaba escribir durante el año se han quedado finalmente en sesenta y dos, lo cual significa que la cifra de mil quinientas entradas se alcanzará en las próximas entradas, de seguir con el ritmo actual. Han sido cinco entradas más que en 2021 y nueve más que en el pandémico año de 2020, con lo cual, vale, no se han alcanzado los objetivos, pero menos mal que me los puse, porque, si no, a saber cuántas hubieran sido.

Para este año, yo creo que sí que procede llegar a las setenta entradas, a ver si "apruebo" en 2023 el objetivo que era para 2022.

La serie sobre mandamases de Bruselas ya se terminó exitosamente, con lo cual este objetivo si que lo he cumplido sin mayor problema que el cuidado que hay que tener cuando uno se mete con los asuntos contemporáneos. Como ya he escrito alguna vez, es fácil criticar a Aníbal, porque difícilmente van a venir los cartaginenses a tenérselas tiesas con uno, pero ponte a criticar a cualquiera de los reyes reinantes, y verás. O a hablar de Qatar, sea bien o mal.

En cuanto a las series sobre viajes por estos andurriales, algo ha habido, como el viaje a Tournai o a Gembloux, pero debo aplicarme más. En mi descargo, sólo puedo decir que mis fines de semana no han estado todo lo despejados que me hubiera gustado. En todo caso, voy a ser generoso conmigo y voy a darme un aprobado raspadillo. Un propósito para este año es añadir otros dos lugares a la serie de viajes por los Países Bajos.

Lo del propósito de poner etiquetas es algo que he venido haciendo de tarde en tarde, y casi sistemáticamente con las nuevas entradas, así que vale, lo he hecho. Para este año me propongo ser algo más ambicioso y tratar de poner etiquetas a las entradas del pasado que no las tengan.

Y, como cosa nueva de este año, debería poner orden en la barra de la derecha, que contiene las bitácoras (el "blogroll") que he venido siguiendo mientras estuvieron vivas, pero me temo que vivas sólo sigue una, y en algún caso, desgraciadamente, ni siquiera está vivo el autor, así que va llegando la hora de sentarse con calma y reemplazar la lista de la rusosfera, hoy caduca e irrelevante, por alguna bitácora que tenga algo que ver con Bélgica. Yo sigo teniendo interés por Rusia y seguro que sigo echando un vistazo a la prensa rusa y a contar por aquí lo que lea en ella y me resulte chocante, pero, seamos claros, esta bitácora ya no va sobre Rusia, sino sobre lo que a su autor le pasa en Bélgica, ese país por lo menos dual que le da de comer.

Y eso es todo. Lo de meterme en algún berenjenal, que era un propósito del año anterior, vamos a dejarlo, como así lo dejé con buen criterio el año pasado, porque, si no, luego, todo son líos. Y, entretanto, como ya me quedó claro que los lectores de esta bitácora felicitan todo lo que se pueda felicitar, lo cual me parece una buena idea: ¡Feliz Navidad! (seguimos en la octava), ¡Feliz Año Nuevo! y ¡felices Reyes Magos!, aunque éstos vengan dentro de unos días. Portaos bien, y procurad ser puntuales, que no se os haga tarde.

martes, 1 de noviembre de 2022

Olvido imperdonable

Por primera vez en dieciséis años de existencia de esta bitácora, la fecha del primero de mayo, que es su cumpleaños, pasó sin la preceptiva entrada que hiciera mención de tal hecho. La víspera, 30 de abril, salió publicada la entrada alusiva al reinado de Leopoldo III, y uno podría esperar que al día siguiente hubiera al menos publicada una entrada que hiciera mención de la efeméride, pero no. No volvió a haber publicación alguna hasta casi dos semanas después. Entretanto, no hubo absolutamente nada.

Jamás se había visto tamaño desprecio a la bitácora por parte del autor de sus días, tanto más cuanto que el primero de mayo es festivo en casi todos los países, incluidos por supuesto Rusia, donde nació la bitácora y se escribieron la mayor parte de sus entradas, Bélgica, lugar de residencia habitual de éste su autor, y España, patria del mismo y de su familia. Nada más fácil, pues, que arañar unos minutillos a la vorágine diaria, incluso en un festivo, y escribir unas líneas conmemorativas.

Como no lo hice entonces, lo hago hoy, que es uno de noviembre y se cumplen dieciséis años y medio de la primera entrada. También es un día festivo, Todos los Santos, en Bélgica y en España, pero no en Rusia. En Rusia es día de precepto para los católicos, como día en que se celebra la iglesia triunfante, al igual que en el resto del mundo, pero, ¡ay!, es una festividad católica, que en Rusia éramos una minoría minúscula, así que el día era laborable, y lectivo.

Eso nos trajo un pequeño conflicto cuando un año dijimos a los entonces niños que tocaba ir a misa, porque, aunque no fuera domingo, era festivo.

Ro no se lo creía de ninguna de las maneras.

- He ido al colegio como un día normal. Cuando vamos a misa, no voy al colegio. Las dos cosas no van juntas.

Creo que tenía ocho años la cría, por lo que era un poco pronto para imbuirle el concepto de que el calendario civil y las festividades católicas no necesariamente coincidían.

Muy a regañadientes, conseguimos meter en el coche a los tres, salimos de casa con el tiempo menos que justo y aparcamos a unos cien metros de la catedral católica de Moscú. Ro no dejaba de rezongar y de pensar, y hasta decir, que la estábamos engañando.

La impresión de Ro posiblemente cambió cuando atravesamos las puertas de la catedral y se dio cuenta de que, con la discusión y el retraso consiguiente, habíamos llegado justo a tiempo y el templo estaba de bote en bote, hasta el punto de que encontramos sitio porque los rusos son muy amables en según qué cosas y, cuando ven a una familia numerosa en apuros y con hijos pequeños, siempre se encuentran sitios para sentarse. Como era un día laborable, las misas eran después del horario laboral, en la catedral prácticamente sólo había ésa, y los católicos practicantes moscovitas, que ciertamente haberlos haylos, nos concentramos en la misma celebración.

- Bueno, vale. Era festivo - dijo Ro al salir.

Las cosas han cambiado muchísimo desde aquel 1 de noviembre frío, nublado, nevoso y oscuro que nos pilló en Moscú. Desde la perspectiva, eran tiempos felices.

Sea como fuere, hoy es el día en que esta bitácora cumple dieciséis años y medio, curiosa fecha. Como el lector residual, pero avispado, habrá percibido, el último mes ha conocido un desusado incremento en la frecuencia de publicación, a ritmos que no se veían desde que estas pantallas se publicaban en Moscú. Esto se debe, por una parte, a que le estoy volviendo a encontrar las ganas a esto de escribir textos largos, mucho más de los mensajes encorsetados de Twitter, por muy libre que esté ahora el pájaro, y que casi todos los días encuentro diez minutillos desde cualquier dispositivo para echar unas líneas. Pero, además, hay una segunda motivación mucho menos honesta, cual es la de alcanzar antes de fin de año la milésima quincentésima entrada, un objetivo que me marqué, como sabemos, a principio de año y que sólo podré conseguir mediante un incremento bastante importante de la frecuencia de publicación.

Pues a ver si lo consigo, o tengo que hacer penitencia en el repaso que, inevitablemente, haré de mi actividad bloguera cuando termine el año. Entretanto, se me está haciendo tarde para llegar a las mil quinientas entradas, porque estamos en noviembre, y aún quedan muchas.

sábado, 1 de enero de 2022

2022

Creo que es la primera vez en los años que lleva esta bitácora que escribo una entrada el 1 de enero. A lo mejor lo hice alguna vez durante los primeros años, pero no estoy muy seguro, y la verdad es que me da un poco de pereza comprobarlo.

De momento, quería desear feliz año nuevo a los lectores que queden. Parece que queda alguno, menos de los que hubo en su día, pero tampoco es cosa de reprocharlo, porque el número de lectores suele ir parejo con la frecuencia de publicación, y lo cierto es que hace ya varios años en que el ritmo es bastante bajo, a pesar de una relativa recuperación en los últimos meses. A ver si la cosa mejora.

Sí que me gustaría hacer buenos propósitos, que es lo que toca en días como el de hoy. Podría decir que un buen propósito sería publicar más, pero quizá acabara publicando cualquier cosa sin sentido, y no es cuestión, así que me voy a conformar con enumerar un par de cosas que me gustaría hacer.

En primer lugar, creo que ya va siendo hora de terminar la serie sobre mandamases de Bruselas, que ya se está prolongando demasiado. Queda poco para terminarla, porque sólo queda el período que transcurre entre 1815 y la actualidad, pero es que la serie empezó en marzo de 2020, como la propia pandemia, y ya va durando demasiado. No creáis, estoy aprendiendo yo mismo un montón con ella.

Sería chulo llegar, si Dios me concede llegar hasta 2023, a las mil quinientas entradas desde el inicio de la bitácora para cuando se termine este año que hoy empieza. Eso significa que debería incrementar algo el parsimonioso ritmo de los últimos tiempos, pero tampoco tanto: faltan ahora mismo setenta entradas para llegar a esa cifra. Nada que no se pueda alcanzar dándole a la tecla con una frecuencia asequible.

También querría continuar la serie sobre los viajes por estos andurriales. Claro, eso sería excelente porque significaría que sería posible hacer viajes por aquí (cualquiera intenta ahora meterse en lo que siempre se ha llamado Holanda, donde están confinados a cal y canto), y eso implicaría que la pandemia, al menos, habría perdido peligro. Pero claro, es que esa serie daría pie para aprender muchas cosas sobre historia y cuestiones de esta bendita región del mundo, y digo yo que hasta el lector más despistado se habrá dado cuenta de que al autor de estas líneas le encanta la historia.

Eh, y también me gustaría ordenar un poco todo esto. Hubo un tiempo en que perdí la costumbre de poner etiquetas (bueno, directamente perdí la costumbre de publicar), y yo, en general, no soy un tipo descuidado, así que debería hacer honor a esta condición y pulir un poco cómo están organizadas las cosas por aquí.

Finalmente, esto no estaría completo si no me metiera en algún berenjenal, como tantas veces he hecho antaño, con opiniones alejadas del sentir general. De hecho, creo que está llegando el momento de comenzar el año pisando charcos, con lo que la pregunta es: En materia de felicitaciones, ¿felicitáis la Navidad o el Año Nuevo, o qué hacéis? Hasta ahora, podías felicitar a todo quisqui como quisieras sin temor a represalias, pero todo indica que eso está cambiando en la Europa de 2022.

Pero esto toca para otro momento. Ahora toca comida de Año Nuevo, y se me está haciendo tarde. Como siempre.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Programa, programa, programa

En los casi dos meses, o sin el casi, que tengo la bitácora abandonada, he tenido más trabajo que el constructor de la muralla china, me he dejado las pestañas redactando todo tipo de escritos y, aunque de vez en cuando miraba la pantalla principal de la bitácora con nostalgia de cuando tenía ganas de cuidarla y de ir añadiendo entradas al nutrido número de las ya existentes, lo cierto es que no encontraba el momento de escribir algo con un mínimo de sentido y que, si lo hago ahora, es porque estoy tirado en la sala de espera de la estación principal de Luxemburgo, y mi tren no sale hasta dentro de un buen rato, porque el horario ha cambiado, y el que yo pensaba que me debía dejar en Bruselas resulta que no va más allá de Arlón, que me pilla lejos y donde, hoy por hoy, no se me ha perdido nada.

Pero, a fuerza de echarle horas y paciencia, el pico de trabajo que he padecido durante el verano, es decir, entre el 21 de junio y hoy mismo, se ha aplanado lo suficiente como para que ahora no tenga más que leer un par de docenas de informes, cosa que he decidido por unanimidad dejar para mañana. Y me he puesto a escribir en castellano, después de mucho tiempo de no redactar sino en francés e inglés, y coyunturalmente en alemán y en ruso.

Y es lástima que no lo haya podido hacer antes. Para empezar, porque en la última entrada el comentarista Beloemigrant ha dejado unos comentarios que, entretanto, están repletos de telarañas por lo desatendidos. No tengo por costumbre dejar los comentarios sin respuesta, y si lo he hecho esta vez es porque éstos merecen una atención que yo no he podido hasta ahora dedicar más que al trabajo que me permite pagar los garbanzos, así que voy a afrontarlos a la que tenga un buen rato. Este será el trabajo número uno, prometido.

Uno de los motivos por los que he guardado silencio durante tantas semanas tiene mucho que ver con una decisión que tomé cuando aún no sabía lo que me iba a caer encima durante el verano. Pensando, muy al contrario, que durante el verano la carga laboral tiende a reducirse, me apunté a un curso intensivo de neerlandés pagado por mi empleador, que es una organización lo suficientemente grande como para destinar una parte de su presupuesto a que sus esbirros se integren en el país aprendiendo la lengua local. Ha sido toda una experiencia, y de ella deberían salir un par de entradas por lo menos, pero eso será después de que haya respondido los comentarios a los que aludía antes. Lo primero es lo primero.

Bruselas es una ciudad calmada y tirando a muermo, según la fama que arrastra, y no digamos en una zona rabiosamente residencial como es la mía. Pero los belgas, o los bruselenses por lo menos, tienen características muy curiosas a los ojos de un español, y una de ellas es su afición por los trastos y las antiguallas. Ya hace tiempo que tengo entre ceja y ceja escribir sobre las 'brocantes', rastros y mercadillos en general, pero, hasta ahora, no se había dado la ocasión. Lo dejo para después de contar mis cuitas con el neerlandés, pero no para más tarde o, por lo menos, ése es el plan.

Esta bitácora cumplió diez años allá por mayo, tiempo en el cual los tiernos infantes que componían entonces la familia han tenido tiempo de convertirse en unos adolescentes con todas las de la ley. No es de recibo preguntarse si eso es bueno o malo, porque sencillamente es inevitable, pero trae aparejadas cosas como querer salir por ahí, enfrentarse a la autoridad (sobre todo a la paterna) y, también, querer tener siempre la razón en todo. Hace tiempo que no escribo sobre Abi, Ro y Ame (en realidad, hace tiempo que no escribo sobre nada en absoluto), pero ha llegado el momento de romper esa tendencia, sobre todo porque, a poco que me descuide, la mayor se me va a la universidad, y con ello de casa. Eso también dará lugar a alguna entrada, claro; de momento, baste con decir que todo indica a que se va a estudiar a Madrid, con algo de disgusto por su parte, porque, según ella, Madrid es una ciudad muy aburrida donde no hay nada que hacer.

Angelito...