Sería exagerado decir que aprender flamenco, o neerlandés, o como narices se llame lo que intento hablar con mejor o peor fortuna, me ha cambiado la vida. Sin embargo, sí que se aprecian mejoras singulares. Algunas se derivan del hecho de que en Bruselas no lo habla apenas nadie, por lo que, como hemos visto, viene bien para zafarse de pesados telefónicos diversos. Los vendedores telefónicos no están en un lugar muy alto, en general, en el escalafón social; seguramente por eso acceden a esta profesión personas con una formación poco esmerada, que han aprendido rápidamente los rudimentos de la profesión de comercial, pero poco más, y que no han pasado de su lengua materna (o sea, del francés). Si alguien por ventura llega a ser capaz de expresarse en las dos lenguas oficiales de Bruselas, su futuro profesional es mucho más halagüeño: puede ser policía, otro tipo de funcionario, agente de banca... vamos, que es profesionalmente más interesante, y mucho menor remunerado.
Pero toda esta gente tiene su corazoncito, no vayamos a creer. Es posible (pero no es completamente cierto, no vayamos a creer) que la totalidad de los neerlandófonos sean capaces de expresarse con soltura en otro idioma (raramente el francés, pero a veces también pasa), pero el suyo es el suyo, y se esponjan cuando ven a un extranjero que ha hecho el esfuerzo de aprenderlo. Y de hablarlo, que ésa es otra. Y son capaces de reservar a uno un trato más amable.
Ayer tuve día de aeropuertos. A despecho de las prohibiciones del gobierno belga de todo viaje no esencial, en este contexto de pandemia incesante, algunos tenemos necesidad de salir del país, ciertamente no para ir de turisteo, y el avión sigue siendo el medio de transporte más cómodo y, no sabemos por cuánto tiempo, también el más asequible, así que ayer nos plantamos Ame y yo en Zaventem para desplazarnos a la España de nuestras entretelas.
En el mostrador de facturación, la azafata que lo atendía hacía esfuerzos ímprobos por atender a los pasajeros en castellano, con el resultado de que cada trámite tardaba un mundo y cada gramo de peso de las maletas era pesado con precisión. Yo, que vi el percal, y que sabía que mi maleta debería haberse puesto un poco más a dieta de lo que ya estaba, cuando conseguí que me llegara el turno, lancé un jovial Goedeavond!
Desde detrás de la mascarilla, pude percibir una sonrisa de la azafata que le iba de oreja a oreja. El resto estuvo chupado: el control de PCR fue una bagatela, los dos kilos de más de mi maleta se quedaron en nada, el control de identidad una minucia, y finalmente salimos de allí con un salvoconducto para que no nos controlaran ni identidad ni PCR hasta llegar a España, lo cual, en estos tiempos que corren, no es ninguna tontería.
El control de seguridad era, pues, el último obstáculo serio. Mis últimos viajes habían sido en plena temporada baja, casi sin viajeros, y en el control de seguridad no había cola digna de este nombre.
Ayer, no.
Ayer parecía que se habían desatado los siete demonios entre el personal de seguridad, o que había una huelga de celo encubierta. De las catorce filas que podría haber abiertas, no lo estaban sino dos, y aun éstas a ritmo de tortuga, para una afluencia de pasajeros que, sin ser enorme, era relativamente considerable. Los seguratas estaban controlando absolutamente a todo el personal, sin dejarse uno. No es que yo llevara nada ilegal, pero había metido algún encargo en mi equipaje de mano y, si nos hacían muchas preguntas, uno nunca sabe cómo iba a terminar aquello.
Cuando le llegó el turno a mi equipaje, lancé un alegre Van mij! Dat is mijn!, que suscitó en mi interlocutor una sonrisilla y una ganas de dejarme pasar sin ponerme problemas, que se materializaron menos de medio minuto después en forma de un Goede reis!, y hasta luego, Lucas.
En fin, que puede que el neerlandés no sea la lengua más útil ni más estudiada del mundo, vale, pero merece un respeto, sobre todo si uno vive en un país donde es oficial y, a despecho del desprecio que suscita a demasiados francófonos, la más hablada del país. Además, yo resaltaría que es la lengua más utilizada entre los autores de tebeos belgas. No es el caso de Tintín, cierto, porque Georges Rémy siempre se expresó en francés, pero sí de otros muchos de los que tocará escribir en otra ocasión.
Por cierto, Tintín en holandés es Kuifje, que más o menos se puede traducir por "tupé". Y acabo de hablar de otra ocasión para escribir sobre tebeos, pero esa otra ocasión que he anunciado antes tendrá que esperar a otra ocasión, porque hoy se hace tarde.
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