domingo, 26 de noviembre de 2023

Una visita a Ítaca

Estoy seguro de que Ulises, cuando finalmente volvió a su tierra, nosecuántos años después de irse a dar mamporros a Troya, la debió encontrar bastante cambiada. A lo mejor lo único que no cambió, al menos demasiado, fue Penélope, que le fue fiel durante los veinte años de singladuras a base de tejer, destejer y entretener a sus pretendientes hasta que volvió el héroe. Por lo demás, pasar de tener un hijo recién nacido a tener un mocetón hecho y derecho como Telémaco tuvo que ser un choque importante. Pero, ¿y lo bien que se lo pasó dando mamporros y tumbos por ahí y por allá?

Ulises pudo haber paliado estos sinsabores (y los de Penélope, supongo), si se hubiera dado una vueltecilla por Ítaca de cuando en cuando, como quien va de permiso durante la mili. Claro que entonces se hubiera ahorrado muchas peripecias después de la caída de Troya, lo que no está claro que hubiera sido positivo, ni para la literatura clásica ni para él, tanto más cuanto que varias de las peripecias debieron gustarle. Uno no se queda varios años con la ninfa Calipso y le hace dos hijos porque sí, como quien no quiere la cosa. El caso es que el viaje debía ser difícil en aquellos tiempos heroicos, porque Troya e Ítaca, hoy en día, están a dos pasos mal contados. Atraviesa uno Tesalia, toma el transbordador en el Épiro meridional, y ya estamos donde queríamos. No excluyo incluso que Ryanair, que tanto daño ha hecho, vuele allí, a Ítaca, desde Estambul, y llame al aeropuerto de Estambul algo así como "Troya Oeste", igual que llama "Bruselas Sur" al de Charleroi.

En el siglo XXI, que Penélope le sea a uno fiel después de veinte años de ausencia sería totalmente insólito. Incluso si uno se queda al lado de su esposa, eso de la fidelidad comienza a ser un fenómeno poco frecuente en estos tiempos de inconstancia y porqueyolovalgo. Pero, quizá para compensar, podemos darnos una vueltecilla por Ítaca para preparar el regreso definitivo, comprobar que todo está en su sitio y asegurarse de seguir siendo conocido y reconocido en la patria de uno, no como Ulises, que no lo reconoció ni el Tato cuando llegó y tuvo que entrar en su casa disfrazado, con la ayuda de su hijo y de parte del servicio. Y luego tuvo que liarse a mamporros con la caterva de pretendientes que se habían enseñoreado del palacio, porque vale que Penélope los rechazó, pero bien que estaban todos comiendo y bebiendo en casa ajena.

Como cualquier lector habrá adivinado, mi Ítaca es Valencia y no dejo pasar la ocasión de volver de vez en cuando para comprobar que todo, o al menos algo, sigue en su sitio. Los primeros años de mi ausencia, casi todo seguía en su sitio, mis padres estaban en plena forma y mi habitación seguía siendo mía, al menos en parte, porque siempre la compartí con un hermano. Y mis amigos seguían siendo los mismos y se ponían muy contentos al verme de nuevo y me contaban sus novedades e incluso aprovechábamos para aumentar el número de nuestras aventuras saliendo por esos campos de Dios.

Con el tiempo, algunas cosas dejaron de ser iguales, pero quedaba un rastro de ellas. Mis padres fueron declinando, pero seguían ahí. Me compré un piso, y mi habitación en casa de mis padres dejó de ser tan mía como antes, aunque conservé algunas cosas y una cajonera donde seguía recibiendo mi correspondencia. Mis amigos, cada vez más, daba la impresión de que sólo se veían cuando llegaba yo, porque estaban a otras cosas, y nuestras reuniones ya eran exclusivamente para tomar algo sentados, con alguna excepción atlética y de carrera popular.

Más adelante, mis padres fallecieron, y eso ya dejó de estar en su sitio, pero muchas otras cosas permanecen, y es bueno asegurarse de que es así. Porque se acerca el momento del regreso definitivo a Ítaca. Sí, aún queda algún tiempo, posiblemente varios años, pero está más cercano el momento del retorno que el de la salida, a no ser que Dios disponga otra cosa.

Entretanto, Ítaca sigue allí, quieta. Cambiada, y últimamente llena de turistas. En mis últimas estancias por allí ya me he dado cuenta de que en el centro de la ciudad, que visito con frecuencia, se escuchan muchas conversaciones en idiomas tales como flamenco o italiano, aparte del ruso que ya no debería sorprender a nadie. Posiblemente Valencia vaya a cambiar mucho más en los próximos años, así que bueno será seguir volviendo con la mayor frecuencia posible, antes de que, como ahora mismo, se haga tarde.

viernes, 10 de noviembre de 2023

La zona oscura

El período comprendido entre el cambio de hora del último fin de semana de octubre y el solsticio de invierno son los casi dos meses más depresivos del año, desde luego para un residente en el centro-norte de Europa. De repente, como por sorpresa, el día termina poco menos que tras la comida; para colmo de males, hace un frío cada vez más intenso y, al menos en Bruselas, llueve con frecuencia. Vale: siempre llueve con frecuencia, pero las lluvias de día parecen más alegres. Las lluvias nocturnas, sobre todo cuando uno no tiene más remedio que estar en la calle o se avecina el momento en que debe enfrentarse a ella, le hacen a uno sentirse como el profesor Frankenstein y Aigor desenterrando muertos.

Para compensar, los humanos recurrimos a cualquier cosa con el fin de olvidar que la primavera aún está lejos. En Valencia, como tampoco hace tan mal tiempo y el día es corto, pero no tanto, no es que haya mucho que compensar, pero en Bruselas sí. En este período, las actividades culturales se multiplican y todo tipo de ocio tiene lugar. El 11 de noviembre es un día festivo (también lo es, como en España, el día de Todos los Santos), lo cual invita a montar un puente. Para ese día, ya falta poco para el 6 de diciembre, San Nicolas, que es cuando se reparte chocolate a diestro y siniestro, y ya se sabe que el chocolate tiene un interesante efecto euforizante. Llegada esta fecha, aparecen los calendarios de Adviento. Uno podrá ser más o menos creyente, pero los calendarios de Adviento tienen chocolate, y eso sí que no se perdona.

No nos olvidemos de los mercadillos de Navidad, que en Bruselas incluyen el montaje de una pista de patinaje. No hace tanto frío como para que se hiele el agua, pero en los tiempos modernos eso no es óbice para montar una pista (incluso en Valencia se hace con hielo artificial a más de veinte grados, que yo lo he visto), sin necesidad de llegar a extremos moscovitas. Allí, por cierto, sí que había pistas de patinajes de lo más natural. El caso es que los mercadillos de Navidad contribuyen a distraer al personal y a elevar el ánimo comprando cositas y bebiendo vino caliente. No, yo tampoco sé cómo hay quien aprecia el vino caliente, pero no seré yo quien lo condene.

Y así, entre distracción y juerguecilla, llegamos al solsticio de invierno, el 21 de diciembre. Llega la Navidad, con una sucesión de fiestas, que quienes somos religiosos asociamos con el nacimiento de Nuestro Señor, y quienes no lo son no lo hacen y las asocian con un difuso sentimiento de felicidad, de obligación de estar contento y satisfecho, de ver a la familia, quien la tenga (y cada vez la van a tener menos) y de alegría de vivir. Supongo que quienes no celebran el nacimiento de Cristo pueden consolarse con que los días, de momento imperceptiblemente, empiezan a alargar, con lo que el período o zona oscura termina. Sigue haciendo un tiempo muy mejorable, pero por lo menos comienza a haber un poquito más de luz cada vez.

En Valencia no son necesarios tantos pretextos para llegar con cierta ilusión al solsticio de invierno. No hay mercadillos navideños, ni falta que hacen. Las máximas superan los veinte grados con relativa frecuencia y los días son soleados. Así que uno, que ha pasado unos días en Valencia con un clima tal que, la verdad, no sé cómo hay gente que vive en otro sitio, le toca volver a Bruselas, donde, según todos los testimonios que he ido recogiendo, hace un tiempo de perros. Y no de gos rater, que ésa es raza valenciana y no está hecha a destemplarse, sino de cualquier raza centroeuropea, de las que aceptan el tiempo desapacible como una costumbre más.

En fin, sea como fuere, toca abandonar estas tierras y volver a Bélgica, donde, además de un tiempo pésimo, me esperan aventuras que preferiría omitir, pero que no podré, porque uno no elige las cruces que debe cargar. Para bien que sea y, al menos, espero que no se me haga tarde. Como se me hará tarde hoy, a no ser que termine esta entrada inmediatamente.