sábado, 18 de octubre de 2014

Piques

El deporte nacional belga, suponiendo que en Bélgica haya algo que se pueda considerar nacional, no es exactamente el fútbol, a pesar de todas las zarandajas que se cuenten sobre los Diablos Rojos; tampoco es el tenis femenino, a pesar de Kim Clijsters y Justine Henin, que por cierto ya hace algunos años que se retiraron. Y tampoco es la gymkhana burocrática, como podría suponer algún malpensado que haya estado siguiendo esta bitácora a lo largo de los dos últimos años. Aunque, lo de la gymkhana burocrática, quizá no sería mala idea proponerlo al COI para incluirla en el programa de dentro de unos cuantos Juegos Olímpicos, cuando terminen, todo podría ser, por celebrarse en Bruselas.

No. En realidad, el verdadero deporté nacional belga es el ciclismo.

No es para menos. Belga es el mayor monstruo de todos los tiempos, Eddy Merckx; belgas son las clásicas más reputadas del ProTour; belgas son algunos de los corredores más destacados de la última década, como Tom Boonen o Gilbert, por citar a los campeones del mundo. Al español que lea esto es probable que esos dos nombres no le suenen de nada y que crea que el ciclismo se termina en el Tour, el Giro y la Vuelta y sea forofo de Contador. Por favooooor...

En particular, Bruselas quizá sea la ciudad belga menos favorable para montar en bicicleta. Es la mayor, con una superficie enorme para la población que tiene, no hay un metro llano, y la infraestructura ciclista está en una situación que oscila entre insuficiente y lamentable. Las calles son estrechas, muchas de ellas adoquinadas, y además los robos de bicicletas son frecuentísimos. Eso por no hablar de que llueve con mucha frecuencia, y a veces hace frío y nieva y, cuando nieva sobre asfalto, pues todavía. Pero, cuando lo hace sobre adoquín, entonces que se salve quien pueda, porque la caída es impepinable.

Sin embargo, mucha gente va en bicicleta, y da gusto. Así cómo en Moscú podían pasar días sin encontrar a nadie que fuera, como yo, en bicicleta, aquí se pone un semáforo en rojo, y poco a poco van llegando ciclistas a las primeras posiciones. En Moscú, veías un ciclista a tu lado en un semáforo, y poco menos que lo abrazabas solidariamente; lo menos era una sonrisa de simpatía por alguien que sabes que, igual que tú, es un incomprendido y, por lo menos, le importa un bledo el qué dirán y pasa de contribuir a los atascos de la ciudad.

En Bruselas, no.

En Bruselas, cuando nos juntamos tres o cuatro (o más) ciclistas en un semáforo, no hay muchos signos de simpatía. Hay miradillas de reojo al modelo de bicicleta del vecino, o a la marcha que lleva puesta por ver sí arrancará rápido, o algún gesto de suficiencia, o miradas al disco del semáforo para salir de estampida en cuanto se ponga en verde. Porque lo que hay, y lo hay muchos, son piques. Se pone el semáforo en verde, y aquello parece la 'pole position' de una competición de Fórmula 1: todos nos lanzamos a demostrarles a los demás que nosotros somos mucho más rápidos que ellos.

Yo, al principio, no les hacía mucho caso. Que se cansen ellos, que ésa no es mi guerra, me decía. Pero ha ido pasando el tiempo, me he ido adaptando al medio, y he terminado por meterme en la vorágine de los piques ciclistas. Pero, antes de ponerme a glosar los piques belgas, creo que es conveniente confesarme de algo, y es que mi vena competitiva tiene un antecedente en mis lejanos tiempos de estudiante de ruso en Valencia.

Pero, como hoy se hace tarde, me temo que habrá que dejarlo para la siguiente entrada.

miércoles, 15 de octubre de 2014

El frasco de Babel (II)

Viene de aquí. Y sí, ya hace seis años de la primera parte de esta entrada.

Han pasado los años, y con el tiempo Abi se ha convertido en una quinceañera de rompe y rasga, con sus cositas de adolescente, sus momentos de mal humor, sus protestas y sus aseveraciones de que nadie la entiende.

Pero sigue siendo muy mona.

Y, sobre todo, sigue conservando algunos destellos de cuando era niña.

Como cuando descubrimos las bebidas más baratas de Bélgica, una marca blanca de la tienda más 'popular', que nos recuerda bastante a La Casera. La marca es tan sumamente blanca que cita el sabor a limón o algo así del mejunje, cosa que en francés de escribe 'citron', y en holandés casi igual, como se ve en la etiqueta de la imagen. Y he aquí que llega Abi y suelta:

- Papá, ¿por qué en la botella pone 'citroen', si no es un coche?

Igual que hace seis años, no te puedes fiar ni de las botellas. A la mínima te engañan.

lunes, 13 de octubre de 2014

Músicos acabados: la historia continúa

Seguramente, mientras haya músicos, habrá músicos acabados. Esta bitácora se ha ocupado extensamente de los músicos occidentales que, en el declinar de su trayectoria, han aparecido por Moscú con ánimo de llevarse sus últimas perrillas, señal inequívoca de que poca cosa iban a hacer en el panorama músical mundial y de que sus mejores contribuciones a la historia de la música ya habían sido hechas.

¿Y los músicos rusos qué? ¿Acaso no presentan, ellos también, señales de acabamiento? Naturalmente que sí, sólo que, en su caso, el signo de su próxima defunción no puede ser el de actuar en Moscú, porque es de los primeros sitios donde lo hacen y, en este caso, tendríamos de concluir que están acabados antes de empezar. En algunos casos puede ser cierto, ya lo creo, pero evidentemente no en todos.

Los propios grupos nos van dando pistas. En la foto tenemos el conocido grupo "Krematorii", que actuó el sábado pasado en Bruselas, pensando no sé en quién, porque el pasquín anunciador estaba en ruso, así que la mayoría de la población que, de todas formas, no ha oído hablar jamás de Armán Grigorián ni del grupo, parecía excluida de asistir a la representación.

Krematorii es un grupo muy veterano, con treinta años de existencia, música mejorable y, en general, no podemos decir que sea de la primerísima línea que componen monstruos como Mashina Vremeni, Kino, Nautilus o Voskresenye. Hay que decir que ninguno de ellos ha actuado en Bruselas, que yo sepa, y que Kino posiblemente ya no lo hará nunca, ni en Bruselas ni en ningún otro sitio. Krematorii, por su parte, es el típico grupo que tiene un líder, Armán Grigorián, en este caso, que expulsa y readmite músicos como quien no quiere la cosa. De la formación original de 1983 sólo queda él, y el resto de sus compañeros no llevan gran cosa en el grupo, un par de años a lo sumo. La lista de sus componentes históricos es más larga que la de votantes de Podemos que llevan traje y corbata.

Y, por tanto, queda la pregunta, ¿será Bruselas el lugar donde los músicos rusos vienen a demostrar que están acabados? No me queda claro, pero, como dentro de unos meses vea un cartel de Mashina Vremeni, me lo voy a comenzar a plantear muy seriamente.