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domingo, 23 de febrero de 2025

Cuestión de ego (y II)

 (viene de aquí)

Conseguí una ventaja microscópica después de las primeras jugadas, pero, más que la ventaja, que no existía prácticamente, lo importante era el tipo de posición. Yo estaba a gusto en ella, royendo el peón aislado de las negras en una lucha maniobrera lenta y de largo plazo; Armán Petrosián, un jugador que se consideraba agresivo, como ya vimos, no se quiso defender pasivamente, que era una de las posibilidades, sino que decidió el plan correcto, que era atacar al rey blanco, y allá que lanzó su artillería.

En los últimos años, yo me había convertido en un pésimo defensor y en un táctico muy dudoso, pero en esta ocasión hice algo que se veía pocas veces en mis partidas, que fue tender una trampa. Hice un movimiento aparentemente de retroceso, provocando lo que parecía un sacrificio ganador, pero que en realidad llevaba a una situación ventajosa para las blancas.

Armán Petrosián cayó en la trampa con todo el equipo. De repente, no sólo no había ataque de las negras, sino que las blancas, que hasta entonces parecían enfrascadas en un tedioso juego posicional y maniobrero, habían pasado al ataque a degüello contra el rey negro. Armán Petrosián perdió una pieza. Tras un golpe desesperado que era un error garrafal, perdió más material y abandonó al ver la jugada ganadora de las blancas.

Me dio la mano, yo paré el reloj y lo normal hubiera sido, como se hace en general, felicitar al adversario con un "bien jugado", en el idioma que fuera. Porque, además, sí, las blancas habían jugado bien. Tan bien, que después, ya en casa, cuando vi la partida con el módulo de análisis, resultó que había jugado prácticamente en todos los casos la jugada recomendada por la máquina.

Armán Petrosián, en cambio, se me dirigió en inglés y me dijo:

- Tenía que haber ganado yo. Con esta jugada (y movió una pieza sobre el tablero), no tenías más remedio que jugar esto (y movió otra pieza) y entonces este caballo es muy fuerte y las negras están mejor.

El cabreo que llevaba Armán Petrosián pugnaba por salir de su corpachón, y sólo con pena y trabajo lograba mi ya ex-contrincante mantenerlo encerrado hasta cierto punto. Yo miré la posición, sin muchas ganas de discutir con alguien que se había dejado la objetividad en casa. Movimos un par de piezas más susurrando alguna palabra e intentando no molestar a los que jugaban a nuestro lado.

- ¿Quieres que veamos la partida en la sala de al lado? - le ofrecí a Armán Petrosián.

- No - dijo Armán Petrosián, negando con la cabeza vigorosamente y levantándose de la silla. Acto seguido, abandonó la sala y ya no se le volvió a ver en toda la tarde. Aturdidos por el estrepitoso fracaso de su primer tablero, y obligados a arriesgar para remontar en el marcador, sus compañeros fueron cayendo uno tras otro, incluso los que estaban claramente mejor, de modo que les ganamos por 4:0.

En casa, al revisar la partida, quedó claro que la continuación que Armán Petrosián mencionó, y que supuestamente le daba ventaja, era muy fácil de contrarrestar con una bonita combinación muy sencilla de ver, tanto más cuanto que me quedaba más de media hora de tiempo de reflexión, y que dejaba a Armán Petrosián completamente perdido. No sé si él revisó la partida en su casa, al menos para tratar de corregir sus errores y aprender de ellos, pero la impresión que tengo es que no lo hizo. Y es lástima, porque sería mucho mejor jugador si, además del ego que evidentemente le caracterizaba, tuviera la humildad de reconocer que la culpa de la derrota es exclusivamente suya.

Y es que está visto que, lo que el ego te da, el ego te quita. Saber combinarlo con la capacidad de aprender de los errores sólo está al alcance de los muy grandes, que, evidentemente, no somos ninguno de los dos.

jueves, 13 de febrero de 2025

Cuestión de ego (I)

(viene de aquí)

Armán Petrosián era, y es, un bigardo enorme con algo de sobrepeso, cercano a la treintena y, como todos los armenios, moreno y vestido de negro de arriba a abajo. Éste, además, usaba barba corta y gafas de pasta.

La primera vez que me encontré con él fue en un torneo individual, por aquí cerca. Por lo visto era armenio de segunda generación, porque hablaba flamenco con otros participantes en el torneo que lo tiene como lengua materna, así que supongo que los armenios eran sus padres, por lo menos, y que él estaba razonablemente integrado. Digo que supongo porque los ajedrecistas raramente hablamos entre nosotros de otra cosa que no sea ajedrez, y debido a esto solemos ignorar casi todo de nuestros contrincantes, excepto las aperturas que juegan, que eso sí que nos interesa. Todo esto tiene sus ventajas, que quede claro, porque nunca, y nunca es nunca, se habla de política ni de religión, lo cual lleva a que puedas tener cierta amistad con personas con las que, en otros ámbitos, no irías ni a comprar el pan a la tienda de la esquina, pero que han jugado el verano pasado un torneo en un sitio muy chulo y tú podrías estar interesado en hacer lo propio. Sea como fuere, la vida personal de los ajedrecistas no suele aparecer en nuestras conversaciones; muchas veces, eso es una señal de que esa vida personal no existe en absoluto; en otros, porque es mejor no tratar la cuestión, pudiendo hablar de asuntos relacionados con el ajedrez.

Después del éxito de la serie "Gambito de Dama", creo que ya todo el mundo sabe que la liturgia al comenzar la partida consiste en sentarse uno frente al otro y darse la mano, y ahora ya varía según los países. En España se desea suerte, lo cual me parece de lo más hipócrita, porque, en realidad, estás deseando lo contrario; en Bélgica y en otros países del centro de Europa, lo que se desea es "buena partida", y esto es un deseo probablemente sincero, porque sí queremos que la partida tenga los menores errores posibles y sea de la mayor calidad (siempre que ganemos), aunque, desde luego, preferimos que sea el rival el que cometa la metedura de pata definitiva. En realidad, a este nivel, las partidas no son demasiado buenas, así que se aplica el dicho de un maestro de la primera mitad del siglo XX, Tartakower, que decía con mucha sorna que "en ajedrez, gana el que comete el penúltimo error". El último es el que te lleva a abandonar.

Cuando uno se ha dado la mano, el jugador que lleva las negras, que en este caso era yo, pone en marcha el reloj, y el tiempo del jugador de las blancas empieza a correr hasta que juega y pulsa el botón a su vez. Así paso en mi partida de 2021, recién salidos de la pandemia, contra Armán Petrosián. En aquel entonces, digamos que mi mente estaba a otras cosas, a causa de distintos avatares que estaban sucediendo; por otra parte, ajedrecísticamente, los años de pausa habían hecho mella y mi repertorio de aperturas era superado con cierta facilidad por jugadores con un ELO bastante inferior al mío.

Armán Petrosián obtuvo algo de ventaja en la apertura, pero logré equilibrar con cierta facilidad tras terminar la misma. Sin embargo, poco después cometí un error bastante grave que terminó, primero en perder material, y luego toda la partida.

Casi nunca se llega al jaque mate. Cuando uno se ve perdido, y en 2021 me pasó demasiadas veces (siempre son demasiadas), lo que se hace es parar el reloj y ofrecer la mano al contrincante, que la acepta. En España, es normal decir "enhorabuena", y el Bélgica, según casos "goed gespelt" o "bien joué", según el idioma de cada uno. Así lo hice, de mala gana, pero es mejor dejar la mala gana en el interior de uno y sonreír al contrario. El jugador que ha ganado tiene que estar contento, claro.

Armán Petrosian aceptó la mano, nos levantamos y yo iba a proponer ver la partida en la sala de análisis, cosa que en el mundillo se conoce gráficamente como post mortem. Así hago siempre que pierdo y también cuando gano, si deduzco que el contrincante está por la tarea, cosa que no es simple y se produce en un momento delicado. Pero Armán Petrosián no me dio tiempo a proponer nada, sino que tomó la palabra y dijo, en voz alta, perfectamente audible para toda la sala, y en un inglés probablemente algo mejorable:

- You play too passive! You have to play more active! If not, you lose!

Eso me hizo torcer el gesto, pero sólo en sentido figurado, porque en estas condiciones uno tiene que obligarse a saber perder, incluso cuando el oponente no sabe ganar. También me repatea que me hablen en inglés, idioma que hasta entonces no había utilizado, como si por el hecho de ser extranjero estuviera obligado a conocerlo y a ignorar todas las demás lenguas. Aun ofrecí revisar la partida, no recuerdo en qué idioma, pero mi contrincante dijo que tenía que tomar un tren y se fue.

Durante los siguientes años me lo fui encontrando aquí o allá y siempre nos saludamos con una inclinación de cabeza, antes o después de meternos en nuestras respectivas partidas, pero no habíamos vuelto a enfrentarnos. Hasta el mes pasado, esta vez en el encuentro por equipos.

El equipo de Armán Petrosián estaba en una situación aún más problemática que la nuestra, que ya de por sí era crítica, así que vinieron con toda la artillería que pudieron encontrar. El propio Armán ocupaba el primer tablero y tenían una media de cien puntos ELO superior a la nuestra. Era evidente que habían subrayado con purpurina esa fecha y ese encuentro en el calendario y que habían indicado a sus mejores jugadores que era ahí donde tenían que empezar la remontada en la clasificación. Entraron en la sala con seguridad, su capitán comunicó la alineación al nuestro y fueron ocupando sus asientos. Armán se sentó frente a mí.

- Dag! - dije yo.

- Oh! Spreek je in het Nederlands? (¿Hablas neerlandés?)

Seguimos hablando en holandés un ratito, pero mejor traduzco la conversación al castellano.

- Creo que ya jugamos una vez, ¿no? - dijo.

- Sí, sí, ganaste bien.

- Sí, fue una apertura interesante, pero luego cometiste un error y ya no hubo nada que hacer para salvar tu posición.

Eso forma parte de la lucha psicológica anterior a la partida, vale, pero no sé si es de muy buen gusto hacerlo. Yo no lo hago nunca, pero alguien que tiene mucho ego, y ése parecía el caso de Armán Petrosián, quizá tenga necesidad de inflarlo un poco más antes de empezar.

En los tres años y medio que habían pasado desde nuestro encuentro, algunos de los problemas que me acechaban entonces habían encontrado una solución y, en el terreno específicamente del juego, mi repertorio de aperturas era cada vez más estrecho, pero también más profundo, es decir, jugaba menos cosas, pero las conocía mejor y daba prioridad a llevar al contrario a mi terreno, aunque no fuera a sacar ventaja.

Esta vez yo llevaba las blancas. Nos dimos la mano, como también hicieron los restantes participantes de nuestros equipos, y Armán Petrosián puso en marcha mi reloj. Todas las partidas comenzaron a la vez. Las primera diez jugadas las hicimos con rapidez. En la undécima, Armán se puso a pensar y realizó una jugada que yo sabía que no era mala, pero tampoco la mejor.

(continuará)

lunes, 3 de febrero de 2025

Una nueva etiqueta

Revisando entradas anteriores de esta bitácora, me di cuenta de que había una omisión imperdonable. Bueno, seguro que hay más de una, pero soy un hombre y sólo puedo ocuparme de una cosa a la vez, así que vamos a empezar por el hecho de que, en la nube de etiquetas que clasifican las entradas, no había ninguna dedicada al ajedrez. Naturalmente, he procedido a corregir el error antes de que fuera demasiado tarde. Como los lectores saben, la palabra "tarde" aparece con frecuencia en las entradas, como señal de que aquí se teme a Dios, desde luego, pero también se respeta mucho a Cronos.

El caso es que de ajedrez he escrito con cierta frecuencia, y eso que en 2006, año en que comenzó esta bitácora, yo me encontraba prácticamente retirado de la competición, aunque con cierta nostalgia de la misma. Mi mejor momento deportivo había llegado en 1997, año en que salí bastante bien parado de un torneo internacional cerrado en Moscú y superaba con cierta holgura los 2200 puntos de ELO, camino de pensar en un título internacional, que se consiguen a partir de 2300 puntos. Sin embargo, un matrimonio y tres hijos vinieron a poner punto y final a mi progresión. Como dice un compañero de mi actual equipo, pierdes cien puntos ELO por cada hijo, cosa que en mi caso se ha cumplido con precisión casi matemática.

En ajedrez hay dos cosas interesantes. Hay más, seguramente, pero hay dos que destacan. La primera es el juego en sí, en el cual la suerte no tiene mucho espacio, por lo cual el único culpable de las derrotas es el jugador mismo. Las excusas y los intentos de echarle la culpa a otro no son convincentes en absoluto y despiertan más bien el desprecio de quienes la escuchan. Es más, si los jugadores de ajedrez aplicáramos en el resto de nuestra vida este mismo principio de que tú eres responsable de tus males y que no debes ir por ahí buscando culpables, probablemente nos iría mucho mejor. Yo ya lo intento todo lo que puedo, pero claro, somos seres imperfectos.

La segunda cosa interesante es el mundillo, es decir, la fauna que rodea al ajedrez. Yo he jugado al ajedrez hasta ahora en cuatro países, de los que he estado federado en tres (en Rusia, mis experiencias ajedrecísticas han sido pocas, pero intensas, y no las he escrito todas todavía), y la verdad es que humanamente es muy formativo, porque, en general, hay de todo, menos mujeres. Vale, esto último no es totalmente verdad, porque sí que hay algunas mujeres, pero son poquísimas y hay que reconocerles el mérito a las pocas que hay, ya que no debe ser fácil estar en un entorno tan masculino, aunque me consta que se las trata de manera exquisita.

Para ser ajedrecista de élite ayuda mucho tener una autopercepción muy favorable de uno mismo. Vamos, lo que llamamos un ego insoportable. No le da a uno más talento, vale, pero sí le hace a uno luchar hasta la extenuación por no perder, y eso son puntos. No es extraño que, entre los jugadores de primerísimo nivel, haya algunos con un carácter manifiestamente mejorable, como el famoso Kaspárov, y que los que son evidentemente buenísimas personas (me vienen a la cabeza casos como los de Anand o de Svidler) ganarían -todavía- mucho más si tuvieran ese ego propio de un argentino.

Yo, qué le vamos a hacer, no tengo suficiente ego, lo cual me cuesta por lo menos cien puntos de ELO. No me gusta nada perder y, cuando sucede, siempre con demasiada frecuencia, tengo que esforzarme para mantener una sonrisa, felicitar al contrario e incluso ofrecerle el "post-mortem", que consiste en reproducir la partida juntos en una sala aparte y analizar por encima qué estaba pasando por la cabeza del otro. Si el contrincante es un tipo educado y deportivo (yo se supone que ya vengo así de fábrica), este post-mortem suele ser un momento razonablemente agradable, incluso si has perdido. Si el contrincante, en cambio, tiene el ego hinchado, se limitará a hablar de sí mismo y de lo bien que ha jugado, con independencia del resultado, es decir, también si ha perdido, y el post-mortem perderá interés.

Para no quedarnos en términos abstractos, y porque ahora estoy federado en Bélgica y me encuentro enrolado en un club con el que participo en la liga belga, vamos a ver un ejemplo más concreto.

El ajedrez en Bélgica, como casi cualquier cosa, es un deporte con un número muy alto de practicantes extranjeros o al menos de origen extranjero. En mi club, que es un poco especial, apenas hay un solo belga, pero uno ve los emparejamientos y resultados de la liga belga y las alineaciones de casi todos los equipos están trufadas de apellidos claramente extranjeros.

Así las cosas, antes de la sexta jornada, uno de nuestros equipos, el tercero, estaba en peligro serio de descender de categoría y le tocaba enfrentarse contra un rival directo por la permanencia. Normalmente juego en un equipo superior, pero el capitán me propuso jugar en el primer tablero del tercer equipo y uno, que se tiene por un jugador de equipo, aceptó. En general, casi en cualquier división el primer tablero es siempre un tipo duro de roer, de modo que se podía esperar una partida en la que yo no fuera el favorito.

- En las anteriores rondas, en el primer tablero de nuestros contrarios ha jugado Armán Petrosián - me dijo el capitán.

- Oh, oh... - respondí.

Yo ya conocía a Armán Petrosián (que, como de costumbre en esta bitácora, no es su verdadero nombre). Pero, como esta entrada se está haciendo larga y no es cosa de abusar de la paciencia del lector (por no hablar de que se está haciendo tarde), vamos a dejar la presentación de Armán Petrosián y de mi encuentro con él para una entrada que escribiré más adelante.

sábado, 18 de junio de 2016

Gens una sumus

Sigo en plan ajedrecístico, porque, con el pésimo junio que nos está haciendo en Bélgica, lo mejor no es dedicarse a los deportes al aire libre, eso desde luego.

Y sí, es cierto que me pude haber puesto en plan nacionalista y, hace unas semanas, haber escrito sobre Arturo Pomar, que falleció unos días antes que Víktor Korchnoi; sin embargo, ni se me pasó por la cabeza, mientras que, en cuanto supe que Korchnoi había muerto, me dije que no podía menos que escribir unas líneas, a pesar de que iba de cabeza, y sigo yendo de cabeza, igual que cuando murió Pomar.

Los ajedrecistas, al menos en cuestiones de ajedrez, no somos apenas nacionalistas. El título de esta entrada es el lema, en latín, de la federación internacional de ajedrez, la FIDE (sí, hemos tomado las siglas en francés) y, traducido al castellano, viene a querer decir "Somos una sola estirpe". Claro, luego cualquiera me vendrá a decir que le dijera eso a los soviéticos, que hacían el ajedrez una cuestión de estado, pero lo cierto es que era el estado el que era nacionalista y utilizaba el ajedrez como una arma más. Los jugadores lo eran mucho menos y se dedicaban a jugar, con todas las excepciones que se quiera, que las había, pero curiosamente no entre los jugadores de primera fila.

Arturo Pomar, las cosas como son, no despertaba pasiones ni siquiera en España, al menos desde que se puso pantalón largo. Antes sí, porque como niño prodigio logró un hito aparentemente inalcanzable, como fue hacer tablas con doce años con el entonces campeón del mundo, Alekhine (en la foto están los dos), en una partida en un torneo serio en la que tuvo posibilidades de victoria. Eso fue un bombazo, y eso que Alekhine estaba en una pronunciada curva de bajada, pero seguía siendo campeón del mundo. Es cierto que Pomar obtuvo resultados sobresalientes, incluyendo su campeonato de España con catorce años, pero su estilo, la verdad, no invitaba al entusiasmo. Tuvo la mala suerte de que le tocó vivir en España, y no en la Unión Soviética, y para sobrevivir se dedicó relativamente poco a la competición, y demasiado a las exhibiciones de simultáneas. Y, en las exhibiciones de simultáneas, jugando contra rivales muy inferiores a él, su estilo se fue haciendo más y más rutinario, viviendo de su superioridad estratégica y en el final. Tenía mucho oficio, pero así no se puede despertar el entusiasmo de la afición, además de que ya llevaba muchos años retirado. Ajedrecísticamente había "muerto" hacía bastante tiempo, algo más de treinta años, mientras que Korchnoi, que tenía exactamente su misma edad, prácticamente murió con las botas puestas, seguía siendo un jugador peligroso, y probablemente ya haya ganado el campeonato del cementerio. De Pomar no estamos tan seguros.

En España no tuvo ayuda, y no puedo decir que me parezca mal del todo, y que conste que soy ajedrecista y que, si en su día me hubiera dedicado a esto, cosa que no me planteé, probablemente habría conseguido algún título internacional. No estaba España entonces, ni lo está ahora, como para dar ayudas al deporte profesional. En los años de las vacas gordas y los constructores forrados sí que hubo bastantes ayudas, y España se convirtió en el país que organizaba los torneos con mayores premios de Europa y hasta del mundo, lo que sirvió para que nos visitaran jugadores de segunda fila de los países del Este que venían a llevarse nuestros premios. Así, por ósmosis, ha mejorado el nivel que tenemos, y bastantes jugadores han descubierto que en España se vive de miedo, se han quedado, se han nacionalizado, y ahora los tenemos como españoles.

Pomar, indudablemente, tenía talento, pero se malogró porque, para ser profesional, tenía que estar todo el santo día compitiendo y participando en agotadoras exhibiciones de simultáneas, y eso a la larga pasa factura, y a él le dejó un estilo demasiado posicional. En estas circunstancias, que llegase a ser el 40 del mundo tiene su mérito, pero no lo lleva al olimpo ajedrecístico y, al final, para ganarse los garbanzos tuvo que buscar un empleo, y así se convirtió en funcionario de Correos.

Como niño prodigio, es inevitable fijarse en el otro caso sintomático, Sammy Reshevsky, que nunca fue un jugador profesional, pero que seguramente tuvo más talento que Pomar, porque logró sobrevivir a la explotación de sus padres, que le hacían jugar sesiones y más sesiones de simultáneas para sobrevivir en los Estados Unidos de la depresión, y llegar a ser el único jugador no soviético, hasta la llegada de Fischer y Larsen, en tener posibilidades de ganar un campeonato mundial. Sammy Reshevsky sobrevivió a las simultáneas, había sobrevivido a los ocupantes alemanes de Polonia, sobrevivió a los soviéticos, se hizo agente de seguros (que era lo que le daba de comer), y aún tuvo ocasión de participar regularmente en torneos internacionales, con un estilo de superviviente verdaderamente único que le llevó a ser un contrincante muy temido por su habilidad para levantar posiciones medio perdidas. Sobreviviendo.

Su último intento de llegar a campeón mundial lo hizo con nada menos que 57 años, una edad a la que Pomar ya llevaba retirado varios años. Se consiguió clasificar en el torneo interzonas, pero cayó en cuartos de final del torneo de candidatos frente a un jugador con el que tenía mucho en común y del que se oiría hablar mucho en las décadas siguientes, pero que era bastante más joven que él: Víktor Korchnoi.

lunes, 6 de junio de 2016

Ha muerto la leyenda

Por fin encuentro algo de tiempo para volver por aquí, después de un mes avinagrado por el tiempo espantoso que ha estado haciendo en Bruselas. Finalmente, hoy ha salido el sol en Europa Central... pero no para todos.

Ha fallecido uno de los más grandes, al que está bitácora de refirió en una época relativamente lejana: Víktor el Terrible, un luchador. Hoy, que he vuelto al ajedrez activo, aunque mi nivel de forma está, lógicamente, a años luz del que tenía en mi mejor año, 1997, en que pasaba holgadamente de los 2200 puntos ELO, Víktor Korchnoi sigue siendo un ejemplo.

El tío siguió siendo durísimo hasta sus últimos días. El año pasado, después de haber sufrido un ictus y en un estado físico lamentable, sin casi poder hablar, se atrevió a aceptar un desafío contra Wolfgang Uhlmann en una exhibición previa al Zurich Challenge, el torneo del año en Suiza, y Víktor Lvovich, al fin y al cabo, ha muerto suizo.

Wolfgang Uhlmann, que hoy tiene 81 años, está en un estado físico que ojalá tenga yo a su edad. De hecho, aún juega en la Bundesliga en primera división, y la primera división de la Bundesliga es el torneo por equipos más fuerte del mundo, así que no es que nos hallemos ante un abuelito retirado. Pues bien, Korchnoi le ganó una partida y le empató el encuentro, habiendo pasado un ictus. Olé.

Hoy tenemos una leyenda viva menos. Descanse en paz.

martes, 11 de septiembre de 2012

Ajedrez en Estonia: Keres (II)

En 1940, Estonia, Letonia y Lituania ingresaron en la URSS, y Keres se vio convertido en ciudadano soviético. Como ser humano, queda para sus adentros si le gustó o no la cosa, pero, como ajedrecista, de inmediato participó en el campeonato de la URSS de 1940, junto con otros soviéticos recientes, como Petrov, letón, y el campeón lituano, Mikenas. Entonces no se sabía muy bien, porque los ajedrecistas soviéticos (menos Botvinnik) no salían al extranjero, pero aquél era un torneo durísimo. De hecho, Keres, que podría pensarse que era uno de los mejores ajedrecistas del momento, si no el mejor, sólo pudo quedar cuarto. A lo largo de su vida sería tres veces campeón soviético, pero el primer torneo le debió pillar de sorpresa.

Poco después, Estonia salió de la URSS para pasar a formar parte de los territorios ocupados por el Tercer Reich. Keres, que tenía un aspecto bastante ario, no tuvo problemas con el nuevo régimen y participó en los torneos que se organizaban en la Alemania nazi y países accesibles desde ella (como España), junto con el cada vez más achacoso campeón mundial Alekhine, que tenía un hígado bastante castigado por años de afición a las bebidas que dejan mal cuerpo.

A los pocos años, Estonia volvió a entrar en la URSS. Las autoridades soviéticas torcieron el gesto ante un jugador que había jugado en torneos en Alemania, y estuvo un par de años jugando torneíllos de segunda fila y bajo sospecha. No volvió a jugar el campeonato soviético hasta 1947, pero entonces lo ganó con autoridad.

Lo que no pudo ser es campeón del mundo. Alekhine, que en sus años en el Tercer Reich había escrito algunos artículos antisemitas que aún hoy se leen con cierto espanto, nunca llegó a jugar con él y murió, cuando su hígado y algunos otros órganos de su cuerpo dijeron basta, en 1946, sin perder el título. En el torneo que se hizo para designar a su sucesor, Keres quedó tercero, y en los diferentes ciclos de candidatos al título quedó segundo en cuatro ocasiones distintas. Cuatro. Nadie ha conseguido eso hasta ahora, aunque es cierto que los tiempos han cambiado mucho.

Keres murió de una enfermedad coronaria en 1975. Hay quienes dicen que no llegó a campeón mundial porque era muy buena persona, y eso es algo que un ajedrecista con verdadera ambición no debe permitirse. Su torneo de candidatos de 1959 fue impecable, pero a su lado había un tipo, Misha Tal, que, además de ser un jugador muy bueno, era un poquito cabroncete con pintas, y se llevó el torneo, en buena parte, aplastando psicológicamente a los tres participantes más jovencitos, a los que aseguró que les machacaría por 4:0 (efectivamente, les sacó 11,5 puntos de 12 posibles), y perdían los nervios cuando jugaban contra él. Uno de esos jugadores "psicológicamente violados", un tal Bobby Fischer, se haría muy famoso después.

El caso es que el ajedrez en Estonia se quedó huérfano, y así sigue hasta hoy. Sus sucesores debían ser dos tipos bastante rarillos, como casi todos los ajedrecistas, Jaan Ehlvest, un tipo bastante polémico constantemente peleado con la federación, y Lembit Oll, que se suicidó hace unos años tirándose de una ventana. Hoy lo único que vi, ya que los billetes de cinco coronas están fuera de circulación, fueron la estatua de Keres en un parque medio vacío y bastante descuidado, y el relieve de Keres, supongo que en su casa, en la calle Vene (o sea, rusa), muy cerquita de la catedral católica.

Anda, si tienen una catedral católica...

jueves, 6 de septiembre de 2012

Ajedrez en Estonia: Keres (I)

Estonia debe ser el único país, al menos de entre los que conozco, que tiene (o tenía) a un ajedrecista en sus billetes. Antes de la llegada del euro, que todo lo ha uniformado, en España estaban las efigies de músicos, científicos o monarcas; en Estonia, que adoptó el euro el año pasado, francamente, sólo recuerdo la imagen del billete de cinco coronas: Paul Keres. Y no puedo disimular ahora cierta sonrisita al recordar la entrada correspondiente en el "Diccionario de Ajedrez", un libro que tengo por Valencia y que recoge las biografías de los principales jugadores, además de lo términos técnicos propios de la disciplina. Allí, Keres figura como: Keres, Paul Petrovich (1916-1975).

Paul Petrovich, con patronímico, a la rusa. El patronímico fue impuesto con calzador en Estonia en 1940, cuando, según un curiosísimo manual escolar de Historia que conseguí en Bielorrusia, y que por lo visto sigue empleándose como método de enseñanza: "las formaciones obreras de Estonia, Letonia y Lituania, a la vista de la opresión del proletariado por parte de los regímenes burgueses y capitalistas de estos países, solicitaron el apoyo de la Unión Soviética, que intervino en las tres repúblicas para defender los intereses de los trabajadores explotados." Es una lástima que nos hayamos perdido los manuales de Historia nazis y su explicación de las sucesivas invasiones de la Segunda Guerra Mundia, porque seguro que también serían dignas de leerse.

Sea como fuere, y antes de 1940, Keres ya se había hecho un nombre en el panorama ajedrecístico. Gran teórico que había adquirido un conocimiento brutal de las aperturas a base de jugar literalmente cientos de partidas por correspondencia sin haber cumplido la veintena, asombró al mundillo en la Olimpiada de Ajedrez de 1937, defendiendo el primer tablero de Estonia. Que un país tan minúsculo obtuviera la medalla de bronce (eso ocurrió dos años después) fue toda una conmoción, además de que Keres, un desconocido hasta entonces, se destapó con un juego atacante espectacular, de los que ya entonces no se llevaban. Al año siguiente, ganó el torneo AVRO en Holanda, el más fuerte disputado nunca hasta entonces (el famoso Capablanca, por ejemplo, sólo pudo quedar penúltimo), y se puso a preparar el siguiente paso, que era la disputa del Campeonato del Mundo al entonces titular, Alexander Alekhine, un ruso blanco emigrado nacionalizado francés que estaba en declive físico.

Por aquel entonces, corría el año 1939 y todo parecía a favor de que un estonio se iba a convertir en campeón del mundo de algo. En este caso, ajedrez.

viernes, 18 de julio de 2008

Artataka

Sedlex, sobrino de pro, está asistiendo durante unas semanas a un colegio de verano, junto con sus primos Abi, Ro y Ame, con el objeto, entre otros, de que mejore su castellano por el contacto con otros niños de su edad y que, de paso, se disimule el espantoso acento francés que se gasta de ordinario.

Sedlex es un niño despierto y de imaginación notable. Incluido en un taller de ajedrez, y enfrentado a la tarea de elaborar él mismo las piezas, las posibilidades que tenia le han parecido limitadas, así que ha decidido crear una nueva, diferente al rey, dama, torre, alfil, caballo y peón, que son sólo, por lo visto, para mediocres.

La pieza de Sedlex es la de la foto, que usa pasamontañas y se llama artataka. El artataka es duro de roer como él sólo. Entre Sedlex y un servidor hemos definido sus cualidades.

1. Aparece de súbito en cualquier casilla del tablero y cobra a las demás piezas el impuesto revolucionario.

2. Su objetivo no es dar mate, sino lograr la autodeterminación del flanco de dama.

3. Una vez cada quince jugadas puede convocar un referéndum entre los alfiles sobre la soberanía de cualquier diagonal.

4. Cuando el bando contrario ha capturado, por ejemplo, la dama adversaria, convoca a los peones a una manifestación con el lema "Andrea askatu".

5. A veces se come las piezas enemigas, pero también puede secuestrarlas y devolverlas al tablero previo pago de un rescate.

6. Cuando lo capturan, no se limita a quedarse tranquilo fuera del tablero, sino que organiza un colectivo de presos con las demás piezas y convocan huelgas de hambre periódicas.

Eso de momento. Seguiremos informando sobre la evolución de esta pieza, que promete hacer carrera rápida. Estamos estudiando sumergirla en calimocho durante varios días o incorporarle un altavoz para que cada dos jugadas le diga al jugador que lleve las negras "Beltzas zipaios".

miércoles, 11 de junio de 2008

Hoteles (III): Ajedrez en el Cosmos

Llegamos a la sala del torneo, y Gustavo se acercó a un grupo que estaba conversando.

- ¡Hombre, Turismín! - dijo uno, riéndose.
- Hola, os presento a Alfor, que es español y vive en Moscú.

Era el equipo guatemalteco, discutiendo la alineación. Creo que les tocaba jugar contra Andorra, pero venían de una humillante derrota por 0:4 contra Túnez y estaban algo moscas. El capitán, al que efectivamente dejaban algo de lado los demás, gruñó algo y se apartó, mientras el resto del equipo comentaba la jornada contra Túnez.

- ¿Turismín? - pregunté.
- Sí, me llaman así desde que me fui a ver el Kremlin.
- Turismín se conoce Moscú mejor que nadie -dijo el tercer tablero-. Es el que nos guía cuando vamos por ahí.

Era un equipo simpático. El primer tablero era el único maestro internacional, y los demás sólo eran maestros nacionales y sólo el segundo y el tercero tenían ELO FIDE. Vamos, que Andorra podía darles guerra e incluso un disgusto. El maestro internacional, que parece que estaba haciendo un mal torneo y le estaban dando cera, también estaba algo sombrío y se fue a hacer compañía al capitán. El tercer tablero, en cambio, estaba encantado de la vida y parecía que estuviera haciendo el torneo de su vida.

- Bueno, me están zurrando todos, pero estamos de viaje y me lo estoy pasando bien viendo a la gente.

¡Y qué gente! Turismín, como de costumbre, no fue alineado, así que nos fuimos a pasear por la sala, comentando las partidas. Los equipos más fuertes estaban jugando en el escenario de la sala de actos, que mejor es llamar teatro, porque lo es. Allí estaba la selección que finalmente ganaría, Rusia, con Kasparov, Jalifman, Dreev y Jaritonov. Un equipazo, aunque no el mejor que podían presentar. Y es que, como estaba Kasparov, no estaba Karpov, que por cierto en aquel entonces no es que estuviera en buena forma: es que se encontraba en estado de gracia y había arrasado en todos los torneos que había jugado en 1993, incluso por delante de Kasparov en Linares. Tampoco estaban los de la órbita de Karpov, por ejemplo Salov o Bareev.

Rusia jugaba contra Holanda, otro equipazo, con Timman y Van Vely como referentes. España, también en el escenario, jugaba contra Alemania. Shirov, español (ejem), jugaba contra el número uno alemán, Yusupov (otro ejem), en el primer tablero; en el segundo, con apellidos más propios de los países representados, Miguel Illescas se las veía contra Robert Hübner. Creo recordar que España acabó perdiendo por la mínima (claro, si me hubieran seleccionado a mí...).

Turismín y yo nos sentamos en la sala y comenzamos a discutir las partidas que mostraban los tableros, pero luego nos aburrimos y nos pusimos a pasear por la sala dos, donde estaban las selecciones no tan exitosas. Ahí ya no había escenario, así que nos podíamos meter delante mismo de los tableros. Y, de repente, lo vi, a medio metro, al alcance de mi mano.

Suiza jugaba contra Argentina. Creo recordar que el primer tablero argentino era Daniel Cámpora, pero no estoy seguro, porque el que llamaba toda la atención era el hombre, ya bastante mayor, que estaba sentado al lado de la banderita suiza y del cartelito con el número uno. Una leyenda viva.

Víktor Korchnoi, o Viktor el Terrible, fue en los setenta, cuando ya era veterano, la amenaza fantasma del ajedrez soviético. Dos veces subcampeón del mundo (1978 y 1981), y prácticamente otra más (1975), en lucha contra el niño bonito, Karpov, de la Federación Soviética de Ajedrez, del Partido Comunista y, por si fuera poco, también de la Federación Internacional. Después de su exilio en 1976 y de la obtención de la nacionalidad suiza, el match por el título de 1978 fue lo más sucio que se recuerda en ajedrez, y mira que el ajedrez es un deporte sucio como pocos. Era el último representante de la saga de retadores al poder soviético establecido que, por poner un caso, iba desde Reshevsky y pasaba por Larsen, Fisher, el propio Korchnoi y, finalmente, Kasparov.

Y allí estaba, delante de mí, pensando cómo darle cera a Cámpora.

En la siguiente sala ya estaban selecciones nacionales mucho más modestas, en las que hubiera podido jugar yo sin duda alguna. Y, después de algunas pifias que vi, incluso creo que me hubieran puesto en algún tablero destacado. También estaba Guatemala, a la que seguimos un poco más especialmente, luchando contra Andorra a brazo partido. Aquello era una fiesta. Por los pasillos se veía también al capitán del equipo español, Bellón, al periodista ajedrecístico de toda la vida, Leontxo, y también se veía a Anatoli, que finalmente no se había podido resistir y se había venido a participar de la fiesta.

Pero no estábamos en un lugar cualquiera, no. Estábamos en el Cosmos.

- Oye, que me acabo de enterar de que a la selección de Estados Unidos les han robado los ordenadores - me dijo Anatoli, riéndose.
- ¡Ostras!

Para un profesional (y los estadounidenses eran tan profesionales como los rusos... tanto que creo que su primer tablero era Gulko, nacido en Rusia), las bases de datos no eran entonces tan importantes como lo son ahora, en que hasta los aficionados "fuera de servicio" como yo tenemos bases de datos con millones de partidas; pero enfrentarte a un bicho sin saber lo que juega, cuando el bicho sí que sabe lo que juegas tú, es una desventaja palmaria. Los rateros que habían cometido el robo no creo que estuvieran a sueldo del equipo ruso para quitarse de enmedio a un peligroso contrincante (EEUU, sin Gata Kamsky, tampoco les podía dar mucha guerra ni con los ordenadores a tope), pero su acción fue bastante a dejar el prestigio del hotel por los suelos entre el mundillo ajedrecístico. Entre los que residíamos por allí el prestigio del hotel ya estaba por los suelos, de manera que el robo de los ordenatas no perjudicó su reputación.

Hoy, el Cosmos sigue siendo un mareo de hotel. No es tan cochambroso como antes, pero, salvo tres pisos que ha comprado un ricachón que ha renovado las habitaciones, sigue siendo un lugar inabarcable, con un casino allí mismo y con no quiero saber qué huéspedes a partir de ciertas horas. Pero no cuesta quinientos euros por noche, así que, por muy destarifo que sea, la gente, sobre todo los turistas, se hospeda en él. A ver si, con paciencia y una caña, van abriendo hoteles de tipo medio en Moscú, porque, al paso que vamos, los huéspedes de la ciudad van a tener que ampliar el límite de sus tarjetas de crédito para pasar siquiera una noche.

lunes, 9 de junio de 2008

Hoteles (II): Recuerdos del Cosmos

En 1994, yo todavía era un jugador de ajedrez aceptable. En el Cosmos estaban teniendo lugar las Olimpiadas de ajedrez. Creo recordar que tenían que haber sido en Beirut, pero por allí se estaban pegando tiros a saco los sarracenos, los judíos, los cristianos e igual hasta un señor budista que pasara por allí, así que la FIDE, en un intento desesperado, aceptó la oferta de la Federación Rusa de Ajedrez para organizar la Olimpiada en Moscú.

- Y la sede será el hotel Cosmos. Será impactante: los jugadores se alojarán en el mismo lugar donde juegan las partidas.
- ¿El Cosmos? Ay, madre...

El Cosmos, por aquel entonces, era un agujero infecto y una cueva de ladrones. Los ajedrecistas somos gente sufridísima y hemos toreado en plazas que nos obligaban poco menos que a dormir en la calle, pero, para una Olimpiada, que es un torneo oficial, algo así como el campeonato del mundo de selecciones nacionales, aquello podía ser mucho.

España renunció a la posibilidad de incluirme en la selección, cosa comprensible, porque yo estaba entonces hacia el puesto seiscientos del ranking español, y claro, en la selección sólo cabían seis y había otros quinientos noventa y cuatro jugadores con puntuación internacional superior a la mía. Vamos, que ni de coña. Entretenía yo mis ocios y mi desficio ajedrecístico jugando torneos de rápidas en el Club Central de Ajedrez, en Moscú, cuando Anatoli, un veterano de los tableros con un conocimiento pasmoso del español y que hacía amistad con todo hispano que pasaba por allí, se me acercó y me presentó a Gustavo.

- Hola, camarada -me dijo Anatoli, que siempre me llamaba camarada, pero a él se lo perdono- ¡Mira a quién tenemos aquí! ¡Un participante en la Olimpiada!
- Encantado.
- Hola - me dijo Gustavo, un chaval de aspecto agradable, pero con pinta de estar bastante despistado.
- ¿Estás en la Olimpiada?
- Sí.
- ¿Pero no tenéis ronda hoy?
- Bueno, sí.
- ¿Y tú con quién juegas?
- Soy el segundo tablero reserva de Guatemala. Y hoy no me han alineado. Como me aburría viéndoles jugar a los otros, he preguntado si había algún torneo de rápidas por la ciudad y me he venido.
- ¿Y tu capitán no dice nada?
- Creo que está algo enfadado conmigo. El otro día me quiso alinear, y yo me escapé y me fui al Kremlin. Y ahora ya no me habla.
- Oye, qué bueno...
- Bah, el capitán no tiene ni idea. Es un político que se ha sacado un viaje gratis, pero todos los del equipo le evitamos.
- Mira, un tablero libre, vamos a jugar.

Jugamos varias partidas con resultado variado, de lo que deduje que, si el sexto del ranking guatemalteco no supera al siscentésimo del ranking español, es que el ajedrez no es precisamente el deporte nacional en Guatemala.

- ¿Por qué no se vienen a ver la ronda de mañana? - dijo Gustavo.

Anatoli se excusó, pero yo acepté encantado.

- ¿No pondrán problemas para pasar?
- No. Yo estoy alojado allí, y allí pasa todo el mundo.

Y así era. Al día siguiente, aparecí por allí, y llegué a la habitación de Gustavo. Las habitaciones del Cosmos eran espartanas a más no poder. Las camas eran minúsculas e incomodísimas, los cajones de los armarios se caían a pedazos; había un televisor que parecía que fuera a echar chispas de un momento a otro y la moqueta tenía un color indefinible. El baño estaba lleno de manchas y las toallas eran trozos de telas que no secaban nada. En fin, lo típico en muchos hoteles rusos, incluso hoy en día.

Bajamos a la sala central, donde iban a jugarse las partidas. Al salir de la habitación, la encargada de pasillo nos dirigió una mirada desdeñosa, como preguntándose qué hacía yo por allí. Sí, sí, en el Cosmos, como en todos los hoteles soviéticos, había una mujer encargada de pasillo, que era (y a veces sigue siendo) quien daba y recogía las llaves... y quien avisaba a las prostitutas del hotel de que un huésped masculino acababa de llegar a su habitación. Enseguida seguía una llamada del "servicio de habitaciones" ofreciendo servicios sexuales. Si a uno no le gustaban esas llamadas, sólo tenía que encararse con la encargada del pasillo y dejarle bien clarito, a ser posible a gritos, que si aquello se repetía se iba a enterar. La mujerona, indefectiblemente, negaba tener nada que ver con la llamada..., pero lo cierto es que no se volvían a repetir.

Y entonces bajamos a ver el torneo, pero se hace tarde, así que lo del torneo lo dejo para la próxima, que ya cierra esta serie nostálgica.