El beguinaje, en las ciudades de los Países Bajos, es un trocito católico en un entorno mundano. Incluso en la ciudad más protestante, pongamos que hablo de Amsterdam, el beguinaje seguía siendo católico (bueno, hasta que les pasaron una parte a los anglicanos, previo robo a sus dueños, pero eso es materia de otra entrada).
Breda, que está más bien hacia el sur, debía tener un número apreciable de católicos, más o menos a medias con los calvinistas. Hoy día, y sin querer entrar en las conciencias de nadie, no tengo yo muy claro que la ciudad sea muy calvinista. Al fin y al cabo, uno asocia el calvinismo con gente avinagrada y vestida de negro, ansiosa de pertenecer al número de los predestinados para la salvación eterna. En cambio, en ese sábado por la tarde hacía buen tiempo, el personal de la ciudad estaba de jolgorio por los bares y, a simple vista, es difícil decir si alguno de ellos estaría predestinado para salvarse, pero, a juzgar por las cervezas que se estaba apretando la mayoría, mi impresión es que no, y que a ninguno de ellos parecía importarles demasiado, ni la doctrina de la predestinación, ni el sursum corda.
El beguinaje de Breda está en pleno centro, un poco al Este del parque de la ciudad, y a él se accede, como es el caso de prácticamente todos los demás, por un portal que, un sábado por la tarde, estaba abierto. Ya nos habíamos cerciorado de que lo estaría, y de que había misa en la pequeña y coqueta iglesia que presidía el reducido barrio de beatas (sí, ya hemos dicho que beguinaje se traduce a veces como beaterío; al fin y al cabo, es una especie de semiorden religiosa). Las beatas han ido desapareciendo a los largos de los últimos decenios y ya se las puede dar por extintas. Sin embargo, los nuevos dueños de las casas han mantenido su aspecto, y es que no hay lugar más tranquilo en toda la ciudad, y nadie tiene ganas de que ese remanso de paz termine por reventar. Siguen las tertulias en los bancos que hay allí; siguen las misas, si no diarias, al menos semanales; y sigue la vida sin beatas, pero como si las hubiera.
En toda mi vida recuerdo pocas misas en neerlandés, la primera en el lejano 2006, cuando aparecí por primera vez por Bruselas y la oí en la catedral. Creo que hubo una segunda unos cuantos años después, en uno de mis viajes desde Moscú para ver si podría trabajar aquí y "desencasillarme". Hay que decir que la segunda ya debió ser de diario. Luego oí unas cuantas durante una semana que estuve en Mastrique en un curso, y coincidió que tenía una iglesia junto al hotel, y además había misa justo antes de que empezara mi curso. Y ahora estábamos en Breda.
La parroquia estaba bien organizada. En la entrada había un folletito con la liturgia en neerlandés, que tomé encantado y que guardo como oro en paño. En la iglesia seríamos como cuarenta personas, la mayoría, como de costumbre, de edad más o menos avanzada, y un par de familias con sus hijos, alguna claramente de origen colonial. El sacerdote llevaba un solideo rojo, lo cual me intrigó bastante, porque, hasta donde yo sé, es prenda propia de obispos y cardenales, y no me parecía que en Breda -y no sé si en todo el país- hubiese cardenal ninguno. Luego me di cuenta de que tenía que ser el obispo, y en efecto, es el señor que ilustra esta entrada.
No sabía cuántos sacerdotes hay en la diócesis de Breda, pero fue bonito que nos tocara el obispo. Entretanto, si uno controla mínimamente el neerlandés (en ello estoy), no es muy difícil encontrar la información: en toda la diócesis de Breda no hay sino 28 presbíteros y 12 diáconos, según su último informe anual. Las previsiones son que esa cifra se reduzca un poco en los próximos años, y hay que decir que estas cifras no comprenden a los presbíteros o diáconos mayores de 75 años, que alguno habrá y que, al menos en España, son muchas veces muy activos.
Las cifras impresionan. En la diócesis de Breda hay una población católica de más de cuatrocientas mil personas, aunque ciertamente se calcula que no asiste a misa con regularidad más del dos por ciento de esta cifra. De esas ocho mil almas, ya digo que como cuarenta estábamos escuchando al obispo.
Así como de otros obispos neerlandófonos uno ha oído cosas, y el que se lleva la palma es el obispo de Amberes, monseñor Johan Bonny, de éste, monseñor Liesen, no he oído nada malo ni que haya tenido las ocurrencias de otros, como de uno de sus antecesores, monseñor Muskens, que falleció en 2013 y que, para fomentar el diálogo interreligioso, se le ocurrió llamar Alá a Dios.
Este obispo, en cambio, me dio la impresión de ser un predicador excelente. La liturgia estaba muy cuidada, sin ninguna de las frivolidades que me he encontrado en Bruselas, y la homilía era tan clara que incluso alguien como yo, que todavía tiene sus dificultades con el neerlandés, la pudo entender sin mayores problemas.
El obispo lleva en la diócesis desde 2011 y le ha tocado vivir una caída brutal, y no es la primera, en la práctica religiosa. En los últimos diez años, el número de bautizos se ha dividido por tres, el de confirmaciones por cuatro y el de matrimonios casi por cinco. Y las cifras de asistencia a misa han caído a un tercio en diez años. La diócesis no oculta las cifras, sino que las pone bien de manifiesto en su informe anual, que es de donde las saco.
Es un poco difícil aventurar el futuro de la diócesis de Breda, por mucho que el obispo ponga de su parte y no se le caiga el anillo para decir misa en la humilde ermita del beguinaje. La tendencia asusta, y asusta mucho, pero, al menos, parece que los últimos obispos de los Países Bajos han dejado de soltar las perlas de la panda de rebeldes que tuvo este país desde los años sesenta del pasado siglo hasta la fecha actual y que, quién sabe, en algún momento la tendencia se revierta y se pueda decir que la Iglesia Católica en los Países Bajos ha tocado fondo y se ha convertido en la minoría creativa, pero por lo menos estable, que hace algunos años mencionó Benedicto XVI para los católicos en general. También es triste que, tras siglos de discriminación y malos tratos por parte de la mayoría protestante, que no hicieron mella en el catolicismo de la población, quien ha venido a echarlo abajo hayan sido los propios obispos católicos y sus ocurrencias innovadoras. Supongo que tendrán que rendir cuentas a Dios, como todos tenemos que hacerlo, pero creo que se puede decir con cierta seguridad que ellos tenían una responsabilidad mayor.
Entretanto, la misa ha terminado, nuestro periplo por Breda casi que también y, tras una noche tranquila en el hotel, nos toca ir retornando hacia casa, pero no directamente, porque vamos a hacer una parada por el camino ¿En Amberes, sede episcopal del monseñor Bonny? Nooooooo, un poco más allá, en una ciudad que suele pasar desapercibida para los turistas españoles, porque no está en los recorridos usuales, y es una lástima, porque es una ciudad muy hermosa y, por si fuera poco, es el lugar donde se crio el que seguramente es nuestro rey más conocido.
Efectivamente, la próxima parada es Malinas.
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