miércoles, 10 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: Marolles


Nuestros pasos nos llevan ahora por la Rue Haute, un lugar con un pasado español relativamente reciente. La Rue Haute, como el barrio de Marolles en general, es el paraíso de los coleccionistas y, en general, de los amantes de las cosas vintage. Está trufado de tiendas de anticuarios abiertas los domingos, además de tiendas de ropa de segunda mano y, por si fuera poco, el paraíso de los coleccionistas culmina con el rastro de la plaza del Jeu de Balle (en flamenco, directamente, Vossenplein).

En la Baja Edad Media, tras la construcción de la segunda muralla, a juzgar por los mapas de la época, la densidad de la edificación en esta zona no era muy alta, por lo que era posible encontrar numerosos terrenos de cultivo intramuros, que hubieran podido ser muy útiles si Bruselas hubiese soportado alguna vez un asedio, cosa que no sucedió jamás, ya porque las murallas no eran demasiado útiles como sistema defensivo, ya porque los bruselenses prefiriesen rendirse antes que oponer resistencia a los invasores que han ido pasando por esta bendita ciudad a lo largo de los siglos.

Hoy no. Esta parte de Bruselas cuenta actualmente con una población muy densa, que en los años sesenta del pasado siglo estaba compuesta en una parte muy importante por emigrantes españoles que trabajaban en Bruselas en los más variados menesteres y que nos abrieron paso a quienes hemos ido llegando después. La iglesia del barrio, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, ha tenido misa en castellano y sacerdote español hasta abril de 2024, nada menos, y si ya no la tiene es por una serie de circunstancias. Una de ellas, claro, es el fallecimiento del sacerdote que atendía a los españoles, pero otra es la escasa intención de los sucesivos arzobispos de Bruselas de pedir su sustitución, ellos sabrán por qué y si creen que van sobrados de sacerdotes, y una última pudiera ser la existencia de otros sacerdotes no españoles, pero sí hispanófonos, que no parecen muy partidarios de que se multipliquen las posibilidades de misas en español.

Sea como fuere, en su día éste fue el barrio de los españoles, pero entretanto los hijos de aquellos españoles que llegaron en su día fueron mejorando de condición y hoy viven en lugares más cómodos y confortables, mientras que el barrio es ahora, como en tantos lugares de Bruselas, un lugar poblado, en muy buena medida, por sarracenos. Pero no todo lo español ha abandonado el barrio, sino que, como se ve en la foto, quedan tres establecimientos, vecinos, de comida española. Del Bar Tapas no voy a pronunciarme; del Fontán sí, y está bien con tal de que no pidas paella. El más auténtico es el Centro Cabraliego, que concretamente es un bar asturiano en el que uno cambia de país en cuanto cruza la puerta y parece transportado a un concello asturiano, con gente tomando vinos en la barra o jugando a las cartas o al dominó. La cocina es simple, pero los productos son tremendamente auténticos y, si a uno le gusta el queso de Cabrales o la sidra, supongo que es el sitio al que hay que dirigirse. Nunca estuve muy seguro, pero en algún momento me dijeron que recibían vituallas con frecuencia semanal y que abrían de jueves a domingo mientras les quedaran víveres. He ido por allí menos de lo que me gustaría, pero siempre que he ido me he puesto como el Quico, probablemente porque no tienen paella ni nadie se empeña en que la pruebe, "que está buenísima", como me pasa en el restaurante de al lado y su arroz pasado con cosas. Ya digo que el resto de la carta del Fontán está bastante mejor y que, si no jugaran con el arroz, el mundo sería un lugar más amable y más humano.

Lo que no se ven por aquí, mientras avanzamos por la Rue Haute, son conchas. Uno podría pensar que quizá nos hayamos perdido, pero de eso nada: lo que ocurre es que el camino es radicalmente recto y no se desvía ni tantico hasta llegar a la salida de Bruselas, cosa que es asunto que trataremos en la siguiente entrada, habida cuenta de que, fatalmente, se hace tarde.

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