miércoles, 31 de mayo de 2006

Ganando puntos de dureza

Me dicen que en España están a 35º, en camiseta y bermudas y sudando la gota gorda. Aquí, más bien no. Aquí, todo lo más, estamos a 15º, y gracias, y llueve todos los días varias veces, con lo que algún tipo que, para hacer el machote y marcar pecho, pasa por ahí en camiseta, lo único que hace es el chorras.

A todo esto, realmente no hay día que no tengamos un par de tormentas, y no de las de sirimiri, no, sino de las de caer chuzos de punta. Y aquí se ve la diferencia entre los indígenas y asimilados, como el menda, frente a los visitantes que, incautos ellos, esperaban encontrarse un tiempo aceptable, y toma ya tiempo aceptable. Claro que eso sirve para ganar puntos, como, por ejemplo, cuando preguntan, hartos de llegar a los sitios turísticos hechos una sopa:

- Oye, Alf, ¿qué pasa? ¿Es que aquí llueve siempre?
- No, hombre, qué dices. En invierno nieva.

lunes, 29 de mayo de 2006

El metro de Moscú

Bueno, el metro es sencillamente indispensable en una ciudad de más de diez millones de habitantes y que mide más de cincuenta kilómetros de norte a sur y casi cuarenta de este a oeste. La verdad, sin embargo, es que merece un sombrerazo porque transporta más de ocho millones de pasajeros diarios, que ya es decir. Y, como yo he sido durante bastante tiempo uno de esos ocho millones, pues le he tomado aprecio, aunque últimamente, gracias a Dios, frecuento mucho más el coche de San Fernando, que siempre es más sano.
Descendiendo
 
Para quien quiera ver fotos de las estaciones, como hay gente que las toma mucho mejor que yo e incluso se toma la molestia de colgarlas, lo mejor será hacer un poco de visita virtual pinchando aquí y entrando en cada uno de los enlaces (aunque no se entienda ni jota, cada uno de los enlaces subrayados es una estación de metro y las fotos, obviamente, ya no están en ruso). De verdad que vale la pena. Eso y toda la página.
 
El metro es profundísimo y se accede a él por unas escaleras como las de la foto, iluminadas por unas lámparas verticales y amenizadas por el tintineo de las monedas de kopek que los jovenzuelos lanzan desde lo alto y se deslizan hasta abajo. Hasta tres minutos he llegado a contar (y en San Peterburgo he llegado a contar cinco) siempre subiendo o bajando; no hay, como en España y otros lugares, distintos tramos de escaleras, con lo que, cuando se estropea la escalera, no hay más alternativa que cerrar la salida completamente mientras la reparan.
 
Gente en el vagónLa gente pasa muchísimo tiempo en el metro. Suele estar hasta los topes, pero a veces hay suerte, fuera de las horas puntas, y se puede viajar un poco más relajado. La gente lee muchísimo. Bueno, muchos hacen crucígramas, pero hay bastante gente que estudia y se dedica a la literatura, normalmente con novelas baratillas, policiacas o de amor, según el sexo del lector, pero a veces se vislumbra alguna cosa de más calidad entre las preferencias de los pasajeros.
 
Del traqueteo del metro (no, tampoco el metro se libra de la impresión general de descuido que tienen aquí las cosas) da fe lo movida que me salió la foto de la izquierda. La verdad es que no es muy estable, ni los vagones son cómodos, ni puede hablarse de gran limpieza en un sitio tan transitado. Además, muchas veces, justo antes de llegar al andén de cada estación, la luz suele apagarse medio segundo. Los pasajeros habituales no nos damos ni cuenta, pero anda que los nuevos...
 
- ¿Qué ha sido eso? - me preguntó después de uno de esos miniapagones un amigo mío de visita, visiblemente asustado.
- ¿El qué?
- Se ha apagado la luz.
- ¿Qué dices?
 
Me fijé en la siguiente estación, y ¡anda! era verdad. Y en la siguiente también volvió a ocurrir. Pues no me había dado ni cuenta.
 
Cuando llegué a esta bendita ciudad, aterricé en casa de un compañero, que llevaba cerca de un año por allí y que fue quien me introdujo en el metro. Me pareció todo muy curioso, y me llamó la atención que mi compañero se pasara todo el viaje sin hablar conmigo (prácticamente nadie habla en el metro, hay demasiado ruido y, aunque a veces se pueda conversar, los demás pasajeros te miran mal si lo haces), mirando a diestro y siniestro.
 
- ¿Y tú qué haces durante los viajes?
- Nada -respondió-. Les miro a ellos e intento entenderles. Aún no lo he conseguido.

sábado, 27 de mayo de 2006

El peregrino en su patria (I)

Al que conozca algo la literatura española del siglo XVII les sonará el título de la entrada, y es que nada mejor que situarse bajo el paraguas del Fénix de los Ingenios, y más cuando el título de su novela bizantina viene que ni pintado para lo que quiero expresar: y es que cada vez hay menos peregrinos, o quizá es que cada vez hay menos patrias, una de dos.

En 1995, después de una larga estancia en Moscú, volví a España y no recuerdo haberme encontrado nunca tan fuera de juego como entonces. A la incertidumbre laboral, existencial y de todo tipo que de por sí representa cualquier retorno, se añadieron unos cambios de lenguaje que no acertaba a explicar. Me encontré con un amigo, del que evidentemente no sabía nada desde hacía tiempo:

- Pero, Dios mío, ¡cuánto tiempo sin verte!
- ¡Alf, pecadorrr! - así, arrastrando la erre.

Me quedé perplejo. No porque no tuviera razón mi amigo, que como hombre imperfecto soy pecador, desde luego, pero eso de espetármelo a la cara después de varios meses sin vernos no lo veía yo claro.

- ¿Te pasa algo? - le pregunté, no fuera a ser que se hubiera hecho evangelizador o moralista sin yo saberlo, aunque no parecía el tipo de persona capaz de meterse en ésas.
- Jarrrr, claro que no, pecadorrr de la pradera. No puedo, no puedo... - y daba unos curiosos pasitos adelante y atrás.
- Oye, que soy Alf... ¿a qué pradera te refieres?

Mi amigo me miró como si fuera de otro planeta, y he de reconocer que algo de eso había. Yo me empecé a sentir incómodo.

- Tengo un poco de prisa, es que acabo de llegar y tengo muchas cosas que hacer.
- Nos vemos -dijo- ¡Hasta luego, Lucas!

"¡Ya está! Eso es que el tío me ha confundido con otro, que debe llamarse Lucas y ser especialmente pecador."

Al cabo de unos días, vi a Chiquito de la Calzada en la televisión y ya la cosa se aclaró, pero, leches, qué mal lo pasé al principio, con toda España, pero toda, haciendo el indio con las muletillas de Chiquito. Es que había gente que sólo utilizaba las muletillas (con lo cual, todo sea dicho, en algunos casos incluso hubo quienes mejoraron su vocabulario y sus modales).

Entretanto, han pasado poco más de diez años, y hay que ver lo que han cambiado las cosas en tan poco tiempo. Las comunicaciones, internet... ahora el peregrino está en contacto casi permanente con su patria, y el que no sabe de pe a pa todo lo que ocurre por allí es porque no quiere. Así, sin ir más lejos, esta mañana he dado un traspiés, he estado a punto de caerme y no he podido evitar decir:

- ¡Opaaaaaa!

Y Ame, con su media lengua y sus menos de dos años y medio, me oyó, vino corriendo a mí, me miró muy serio con sus ojos azules y me dijo lo mejor que pudo:

- Ovi hasé corrá.

viernes, 26 de mayo de 2006

El parque móvil (II): GAZ


Continuando con el tema de ayer, toca pasar a la fábrica que, si hubiera habido competencia, hubiera sido la competencia de AvtoVAZ: GAZ, o Gorkovsky Avtomobilny Zavod, situada en la ciudad de Nizhny Nóvgorod (Gorki, y de ahí el nombre, durante el dominio bolchevique), que, incidentalmente, estuvo cerrada a los extranjeros hasta hace poco más de diez años.

GAZ da trabajo, y que se siente quien pueda, a unas cincuenta mil personas en puestos de trabajo directos (el grupo GAZ seguramente llega a las cien mil), que ahí es nada; eso, unido a la condición de ciudad cerrada de su sede, puede hacer pensar que lo de fabricar coches era una tapadera, y que su principal ocupación era menos confesable. Puede ser, puede ser...

Su principal modelo es el de la foto, el Volga. Cuando en la anterior entrada decía que el Lada Zhigulí era a las carreteras rusas lo que el toro de Osborne a las españolas, debo reconocer que lo hice llevado del entusiasmo, pero mentía: el verdadero amo del asfalto (si hay asfalto, claro) es el Volga. El Volga de color negro era el medio de transporte exclusivo de los funcionarios del partido, digooo... Partido, hasta el punto de que nadie más podía poseerlo.

Podemos imaginarnos la escena:
- Oiga, ¿es GAZ?
- Sí, camarada.
- Oiga, que soy Iván Ivanovich, llevo ahorrando treinta años y ya tengo bastante para comprarme un Volga. Quería comprar uno y, si puede ser, me gustaría que fuera de color negro.
- ¿Es usted funcionario del Partido?
- Hombre... pues no, trabajo en un koljós y, sisando por aquí y por allá, algo he ahorrado.
- Pues no hay coche.
- ¿Cómo?
- Que no. Que el Volga, y más si es negro, sólo se concede a los próceres del proletariado y del Partido, y usted debe ser un kulak contrarrevolucionario.
- Oiga, que...
- Y no me rechiste, que aún puede salir peor librado.

Según en qué época, Iván Ivanovich, después de una conversación como ésta, podía acabar en las minas de Kolymá escarbando oro a varias decenas de grados bajo cero. Pero luego ya se abrió la mano y se permitió que la población adquiriera Volgas, eso sí, no de color negro. Y así están. Siguen produciéndose, aunque su consumo de combustible es de los que pone los pelos de punta. Su principal ventaja es que, en caso de choque, el Volga suele salir indemne, porque es una especie de tanque doméstico, mientras que el coche que tenga la desgracia de chocar contra él tiene garantizada una elevada factura del taller. Conscientes de eso, los conductores del Volga son especialmente temibles: cambios de carril aleatorios y sin señalizar, frenazos bruscos, adelantamientos a centímetros del coche de la derecha (eso suponiendo, que es mucho suponer, que el Volga adelante por la izquierda)... todo un repertorio de cerdadas, vamos.

Si alguien quiere un Volga, el azul de la foto (la he tomado esta mañana) se vende por 90.000 rublillos negociables, como quien dice tres mil euros, así a ojo, que para tener cinco años y un estado de conservación no directamente deplorable, pues no está mal. Eso sí, habrá que ponerle la matrícula, que luego todo son disgustos. Nuevos, andan por unos ocho mil euros, pero hay que tener en cuenta que, para mantener el depósito lleno, puede que hagan falta otros tantos. Ahí nos dejan el teléfono de contacto, para que cualquiera pueda sentirse jerifalte soviético.

jueves, 25 de mayo de 2006

El parque móvil (I): AvtoVAZ

Después de las dos últimas entradas, en las que se dejaba en no demasiado buen lugar la profesión de taxista pirata, creo que procede explicar con algo más de detalle qué es eso de los coches que no sólo no pasarían la ITV, sino que serían expulsados con indignación.

La fábrica de coches clásica en la Unión Soviética era (y sigue siendo en Rusia) AvtoVAZ, cuya marca emblemática es Lada. Hay algún español que conoce a estos modelos de coches como "ladilla", lo cual es un simpático doble sentido y, desde luego, no hay que excluir que en la chapa oxidada de alguno de estos modelos encontremos a estos animalitos.

Lo de la foto es el Lada Zhigulí, que es a las carreteras rusas poco menos que lo que el toro de Osborne es a las españolas. La línea cuidadosamente geométrica de líneas rectas y aerodinamismo escaso guarda relación con el motor, ávido de gasolina (por supuesto de 92º como mucho), y con el corroído estado de la carrocería. Ya dejaron de fabricarlos, pero aún abundan como hongos en Moscú, y no digamos fuera de Moscú, donde sostienen con vigor la competencia de los BMW, Mercedes y, sobre todo, Lexus, que van comiéndoles el terreno.

En vista de la conocida afición de la población rusa a cargar cosas de aquí para allá, y puesto que el Zhigulí se quedaba pequeño, los diseñadores de AvtoVAZ, por una vez (y sin servir de precedente), cedieron a las demandas del consumidor y crearon el modelo de la foto, el Lada 1500, con unas características de herrumbrosidad, destartalamiento de fábrica, aerodinamismo escaso e interior espartano semejantes a las del Zhigulí, pero, eso sí, prolongado con el fin de lograr una apariencia de espacio superior a la realidad. También ha sido retirado de la producción, entre lágrimas de los usuarios.

Pero todavía estaba por llegar lo mejor. En una situación de escasez de competencia (a ver quién era el fascista que importaba un coche extranjero, creado por el decrépito capitalismo, a la Unión Soviética), AvtoVAZ nos deleitó con el Lada Niva 4x4, el de la foto, que ése sí que ha estado en producción prácticamente hasta anteayer e incluso llegó a tener bastante éxito en el extranjero. Eso sí, para mover el volante había que haber comido lentejas y espinacas recientemente, y para cambiar de marcha había que hacer un concienzudo entrenamiento de pesas. Las características de herrumbrosidad y corrosividad son marca de la casa, como en los anteriores modelos. El consumo fue mejorado: consumía mucho más (por supuesto, gasolina de 92º como mucho, porque pensar en el medio ambiente no debe ser proletario, ya que de él sólo disfrutan los plutócratas capitalistas que pueden permitírselo). Hay que reconocer que recientemente lo han sacado de producción y lo han sustituido por un 4x4 decente que fabrican conjuntamente con General Motors (si no, a buenas horas...).

El hecho de que, contra todo pronóstico, el Lada Niva llegara a exportarse llevó a la compañía a seguir la senda de los mercados exteriores con el último grito de la saga, el Lada Samara, que igualmente llegó a tener cierto éxito, por ejemplo en Francia, donde los camaradas del Partido Comunista Francés no cabían en sí del gozo de poner conducir un coche fabricado en el paraíso socialista. El gozo les duró de manera variable, dependiendo del peso de sus convicciones socialistas respecto de la evidencia de la modestia de las prestaciones del automóvil rogelio. Eso sí, hay que señalar en pro de los diseñadores de AvtoVAZ un esfuerzo supremo de supresión de ángulos, como se ve al comparar con el Zhigulí, y en favor del dueño del coche de la foto una devoción sin igual por su vehículo: limpio, con ruedas tuneadas y aparentemente en buen uso. Sin embargo, el común de los coches de este jaez no disfrutan de dueños tan diligentes, con lo que pone de manifiesto las características que ya hemos visto y que adornan a la producción de AvtoVAZ, como las ya comentadas de sensibilidad a la corrosión, interior frugal, dirección poco asistida o línea de escuadra y cartabón.

Fuerza es decir que AvtoVAZ ha visto que las cosas no iban bien y ha sustituido sus modelos neosoviéticos por otros, en colaboración con fábricas occidentales, que tienen otro aspecto, aunque constantemente pierden posiciones frente a los coches extranjeros que, ahora sí, ya entran en Rusia. Pero lo normal es que los taxistas piratas (y aun los legales) conduzcan piezas de chatarra como las de las fotos, con lo que el intrépido viajero ya sabe a qué atenerse.

En una entrada posterior se tratará otra de las grandes fábricas de automoción: GAZ y su modelo estrella, el Volga.

miércoles, 24 de mayo de 2006

El taxista pirata

Mis experiencias con los taxis piratas, como decía la entrada anterior, son, a decir verdad, bastante escasas. Las veces que los he tomado han sido a regañadientes, y he sido capaz de caminar hasta hora y media, con el fin de llegar a casa, a unas horas en las que ya no había transporte público, antes que subirme en una tartana conducida por Dios sabe qué clase de conductor.
 
¿Y por qué? Pues porque alguna vez que he subido he tenido que lamentarlo.
 
Hará de esto como unos diez años, fechas en que yo era joven e incauto, y no estaba bastante apercibido de las cosas que pasaban por aquí. Tenía algo de prisa, me situé al borde de la calzada, aparte el brazo del cuerpo (a pesar de lo dicho en la entrada anterior, jamás he visto a nadie esgrimir unos billetes en la mano, eso es zafio hasta para Moscú) y no tardaron en parar coches (ahora paran mucho menos). Acordé el precio con uno, me senté en el asiento trasero, y los dos que estaban en la cola, por si no había acuerdo, se dispersaron en busca de otros destinos.
 
El coche era un Zhiguli destartalado que, efectivamente, hubiera sido expulsado de la ITV con cajas destempladas, cuando no con indignación. Pero era lo que había. En cuanto al conductor, era un joven de unos veinticinco años, que se dio cuenta de que yo era extranjero y no resistió la tentación de entablar contacto. En aquel entonces, los extranjeros eran todavía bichos raros de aparición reciente, y aquel joven me miraba como tal. Lo malo es que yo estaba sentado en el asiento de atrás y lo que me convenía era que me mirase no a mí, sino al tráfico.
 
- ¿Es usted extranjero? - me preguntó.
- Sí.
- ¿De dónde?
- Soy español.
- Ah, je parle en français.
 
"¿Y a mí qué me dice? ¿Qué más me dará que hable en francés?", pensé, pero cometí el error de seguirle la corriente.
 
- Moi aussi, mais seulement un peu. Il y a longtemps que je ne parle plus -le dije, y nunca lo hubiera hecho.
- Vous parlez trés bien! -y era cierto: desde luego mejor que él- Alors, je vous dirai: je suis étudiant pour être médécin -menos mal que, a pesar de su sintaxis, se le entendía. Dios mío, con lo cómodamente que estábamos hablando en ruso.
- Faites attention! -grité, señalando la luneta delantera y el coche con el que íbamos a chocar. Mi conductor llegó a tiempo de girarse y de dar un volantazo que nos salvó del choque; luego se puso a conducir a lo loco, pero debió echar de menos la oportunidad de practicar su semifrancés y se giró otra vez, siempre con las manos en el volante.
- J'ai l'intention d'aller visiter la France cet été.
- Tiens! Vraiment? -dije con toda la indiferencia que era capaz, pero que mi interlocutor no debió pillar.
- Oui, c'est la première fois que je quitte la Russie...
- ¡Cuidadooooo! -le chillé en ruso para que prestara atención a lo que debía.
 
Esta vez no hubo suerte. El choque fue de aúpa; el afrancesado conductor saltó de su asiento; el españolito del asiento trasero dio con su coronilla en el techo del vehículo, pura chapa desnuda, y cayó de nuevo atontado sobre el asiento. Del coche que nos precedía, embestido tan de sopetón, salió un gigante enojado; del nuestro salimos nosotros dos. La cosa parecía ponerse seria, tanto más cuanto que por aquel entonces el seguro de automóviles no era obligatorio, y estos asuntos se resolvían en efectivo y al momento, o acababan mal.
 
El afrancesado se me dirigió otra vez.
 
- Vous savez? Vous pouvez aller sans payer. C'est un cadeau pour vous...
- Merci beaucoup.
 
Estábamos a unos dos kilómetros de mi destino. Los hice andando, tocándome el chichón de vez en cuando. Sí, llegué tarde.

martes, 23 de mayo de 2006

Despertando a la extrañeza

Para los que llevamos aquí algún tiempo, es interesante observar la reacción de quienes vienen de fuera. Y es que cosas curiosas que, con el paso del tiempo y el hábito de vivirlas a diario, no nos lo parecen tanto. Tiene que venir gente de fuera a recordarnos qué es anormal. Así que la entrada de hoy me la da hecha un columnista de la Estrella Digital, antiguo militar, cuyas columnas normalmente me gustan más bien poco, pero que en esta ocasión se ve que está bien asesorado. Como, además, conozco a su cicerone, Anselmo Santos, y puedo dar fe de que efectivamente Anselmo conoce Rusia a la perfección (de lo que cual su libro, que por cierto lleva por subtítulo "Relatos de la Desmesura", es buena muestra), me quedo más tranquilo: es evidente que es poco menos que el propio Anselmo quien habla por boca del columnista.

El cóctel ruso

Alberto Piris

En el tren nocturno que desde San Petersburgo me conduce de regreso a Moscú, atravesando la boscosa llanura que se extiende entre las dos capitales de la Rusia eterna, decido compartir con los lectores algunas reflexiones sobre los aspectos que me han parecido más llamativos en este país, durante unos días de visita privada en ambas ciudades.
Un empresario español, buen conocedor de Rusia, que la ha recorrido ampliamente y donde mantiene una segunda residencia, me comentaba estos días que la esencia del alma rusa consiste en convivir con el caos. (Ha desarrollado sus reflexiones sobre este país en un breve y enjundioso texto, de aconsejable lectura para quien decida visitarlo: Anselmo Santos, En Rusia todo es posible, Madrid 2003). Pronto el viajero toma contacto con el caos anunciado, que se manifiesta en varias formas. Por su condición de forastero, es muy probable que aparezca por vez primera al intentar una operación tan sencilla como tomar un taxi, esencial cuando se visita una ciudad y no se está familiarizado aún con las redes del transporte urbano. Existen taxis oficialmente identificados como tales, pero raras veces el taxista pondrá en marcha su taxímetro. Hasta las guías de turismo aconsejan convenir previamente con él el precio y el trayecto a recorrer. Sólo si hay acuerdo saldrá el viajero hacia el punto de destino.
Pero si este procedimiento pudiera parecer irregular, hay otro mucho más usado y aún menos ortodoxo: el taxi pirata. Se trata del automóvil de cualquier particular que en sus horas libres trabaja como taxista para ganar así unos rublos adicionales con los que redondear sus ingresos. Aunque las guías desaconsejan su empleo, es el sistema más común de los que no utilizan el transporte público.
Se ve con frecuencia en las calles a personas que, de pie sobre la calzada y cerca de la acera, encaran el tráfico rodado a la vez que extienden el brazo ligeramente separado del cuerpo; a veces exhiben unos billetes en la mano. Es una seña de significado universal. Enseguida algún coche privado se detendrá, se iniciará un breve diálogo y, si se alcanza el acuerdo, el pasajero entrará en él sin más demora.
A un ruso le parece normal alquilar los servicios de alguien a quien nada acredita para poder prestarlos y de cuyas condiciones como taxista nadie es responsable, y menos en caso de accidente: podría estar utilizando, incluso, un coche robado sin que el cliente lo pueda saber. ¿Cabe procedimiento más caótico para sustentar el servicio de taxis en una gran capital como es Moscú? El caso es que lo que al forastero parece absurdo es para el ruso habitual; funciona y cubre sus necesidades. Aunque los vehículos que prestan el servicio estén a menudo tan destartalados que no pasarían una ITV elemental, apesten a gasolina y las cubiertas de sus ruedas carezcan de cualquier relieve.
Claro es que ningún propietario de un buen automóvil necesita, por lo general, dedicarlo al pirateo taxístico. Los coches de lujo que ruedan por las calles moscovitas o aparcan sobre la acera, frente a un casino, vigilados de cerca por guardias de seguridad, nos llevan a otro aspecto de la vida rusa actual: el ansia generalizada de lujo.
El lujo fascina al ruso que puede permitírselo. Una periodista de San Petersburgo definía así el lujo al que aspiran hoy tantos rusos: "Lo que se compra a un precio muchas veces superior a su valor real y que le hace a uno sentirse muy feliz. Le hace sentirse una persona especial"; y añadía: "La riqueza rusa es demasiado joven e impaciente para esperar a instalarse cómodamente en el lujo". Para el ruso de hoy, los objetos caros y deslumbrantes son signo externo de su solvencia personal. Sólo una quincena de años de economía de mercado no han calado aún en la sociedad. Si se es rico, hay que exhibir la riqueza. No se concibe no viajar en coches ostentosos y no mostrar abiertamente relojes enjoyados y espectaculares.
La periodista antes citada contaba que había estado con un conocido hombre de negocios francés, de larga y lujosa trayectoria social, que usaba un Smart porque lo aparcaba con más comodidad, vestía sin ostentación y opinaba así sobre el lujo: "Para mí, el lujo es el silencio y el tiempo libre; quizá, también, el caviar y el buen vino, pero nada de artículos caros ni nada de seguir la moda". La idea de lujo que la periodista pretendía transmitir a sus compatriotas era que éste consiste, sobre todo, en poder hacer y poder comprar sólo lo que en verdad se desea. Mucho tendrá que insistir en ello y poco probable es que lo consiga a corto plazo.
El lujo desorbitado nace, en gran parte, de la corrupción, el tercer aspecto a mencionar en este breve repaso de la actualidad rusa, que añade un perfil de inquietud y futuro oscuro a la sociedad de este país. Aunque Putin lo ha mencionado con preocupación en su último discurso sobre el estado de la nación, la corrupción subsiste rampante a todos los niveles y es asunto que preocupa a la mayoría de los analistas políticos. Los inversores extranjeros y las empresas multinacionales saben bien de la necesidad de "engrasar" los engranajes de una vieja y desmesurada burocracia, y recurren a ello cuando lo ven imprescindible. Así, el sistema se perpetúa pues nadie se atreve a romperlo. Nadie cree necesario modificar radicalmente una estructura que muchos consideran que genera estabilidad y prosperidad tras el colapso de los años noventa.
Aun conscientes de que, a la larga, un sostenido índice de corrupción nacional será perjudicial para el desarrollo de Rusia, los dirigentes políticos no se deciden a atacarla de raíz. Les va mucho a todos en ello. La actual crisis en los precios del petróleo, que beneficia a la economía rusa en todas las hipótesis imaginables, tampoco ayuda a crear una mentalidad anticorrupción.
Así pues, caos, lujo y corrupción son tres elementos destacados del cóctel ruso de hoy. A pesar de eso, el pueblo ruso sigue siendo digno de respeto y merecedor de un inagotable cariño.

Otro día escribiré sobre los taxis, el lujo y la corrupción. De momento, está bien que alguien que viene de fuera nos destaque qué temas llaman la atención al visitante.

lunes, 22 de mayo de 2006

El conductor nostálgico

Amanece en Penza. Por la calle se adivina el Volga gris que me ha acompañado durante los dos últimos días.
 
- Buenos días, Vladímir Alekseevich.
- Buenos días, ¿qué tal durmió?
- Bien. Poco, pero bien.
 
Tomamos la carretera camino del aeropuerto, por el lamentable asfalto de las calles de Penza. A pesar de la tempranísima hora, comenzaba a haber algo de bullicio por las calles de la ciudad.
 
- ¿Qué le parece Rusia? -me pregunta.
- Me parece bien.
- Estará bien, pero -añade con complicidad- no hay orden.
- ¿No hay orden?
- Nada. Antes había orden, pero ahora, con todo este lío.
- No hay para tanto. De hecho, ahora está bastante mejor que hace unos años.
- Sí, a éste (a Putin) se le ve que quiere poner orden, pero no le dejan. En Rusia no habrá nunca orden.
- Tampoco es eso. Antes había orden...
- Lo había.
- Puede volver a haberlo. Antes de 1917 había orden.
- ¡Entonces había orden! Sí, pero entonces llegaron que si los bolcheviques, que si los demócratas, que si éstos y aquéllos, y ya no hay orden.
- Bueno, hay que tener algo de paciencia.
- Quizá sí, a éste le está costando. Pero está mejor que con Borís Nikolayevich (Yeltsin). Claro que poco a poco va mejorando... tampoco a Stalin se lo dejaron hacer todo de golpe, pero luego impuso su orden. Con éste ocurrirá lo mismo.
- Claro, bien podría ser.
 
Un pequeña pausa, mientras dejamos atrás las típicas casas de dos plantas como máximo, que, gracias a Dios, en Penza siguen siendo mayoría frente a las moles masivas de viviendas.
 
- ¿Y ustedes tienen su propia lengua?
- Sí.
- ¿Cómo se llama? ¿Español?
- Sí, español.
- ¿Y los portugueses tienen también la suya?
- Sí, ellos hablan en portugués.
- ¿Y en Cuba?
- En Cuba hablan español.
 
Vladímir Alekseevich se queda pensativo.
 
- Pero todos somos la misma cosa, en el fondo -sentencia.

sábado, 20 de mayo de 2006

Pushkin, el poeta ubicuo

Alejandro Pushkin (Aleksandr Sergeevich, para ser exactos, 1799-1837) es el poeta nacional ruso por excelencia. No hay ruso que no haya estudiado sus versos, de memorización obligatoria en las escuelas; no hay ciudad que no le tenga una calle dedicada, ni, por lo menos, un busto, cuando no una estatua de cuerpo entero; no hay guía turístico que no se refiera a su paso por la ciudad que esté mostrando al visitante. Y no hay lugar en Rusia, o eso parece, que no se dispute su presencia, aunque sea de paso. No parece sino que en los treinta y tantos años que duró su vida tuvo tiempo, no ya de escribir sus versos, sino de recorrerse de pe a pa toda la santa Rusia, hasta la aldehuela más perdida.

La verdad es que, fuera de Rusia, a Pushkin se le conoce con cuentagotas, y la mayoría de los que pasan por aquí no tienen ni idea de que haya habido tal poeta; esto tiene ofendídisimos a los rusos que se dan cuenta de esta triste realidad, hasta el punto de que no dan crédito a sus oídos cuando los extranjeros les preguntan quién es ese Pushkin, y refunfuñan como si todo quisqui tuviera la obligación de saberse de carrerilla sus obras completas. Para compensar, en cambio, en Rusia Pushkin sale por todos los sitios, hasta en la sopa: todavía recuerdo con aprensión el año 1999, bicentenario de su nacimiento, que pasó desapercibido en el resto del planeta, pero que en Rusia llegó a convertir su presencia en algo definitivamente aplastante. Yo creo que fue entonces, cuando, sin haber leído, fuerza es decirlo, gran cosa de su obra, le tomé ojeriza.

En Penza, para mi sorpresa, la guía turistica no mencionó a Pushkin al principio. Es más, rápidamente empezó a contar aventuras del poeta nacional número dos, Mijail Lérmontov (1813-1841, de éste he leído más cosas, aunque escribió menos -también tuvo aún menos tiempo- que el número uno). Lérmontov, aunque nació en Moscú, vivió la mitad de su vida, lo que no es decir mucho, visto lo pronto que la palmó, en el feudo de su abuela, Tarjany, en la región de Penza. Esperé un poco más, y Pushkin no salía en el relato. A lo mejor Penza fue la ciudad en la que Pushkin no estuvo. Y pregunté tímidamente:

- Y Pushkin, ¿no pasó nunca por la ciudad?

La guía turística me miró como a alguien que ha ofendido profundamente a su ciudad.

- Quizá no -dijo-, pero es seguro que pensó en venir, porque se conserva una carta suya a su mujer en la que dice textualmente "volveré a Moscú pasando por Sarátov y Penza". Y hasta hoy discuten los expertos sobre si finalmente pasó por la ciudad o no. Hay quien lo da por demostrado, otros que no, y hasta hoy no hay acuerdo.

Me pareció entrañable que alguien, y hasta parece que bastante gente, dedicase sus esfuerzos a cosa tan decisiva para el procomún como era averiguar a ciencia cierta si Pushkin pasó o no por una ciudad no muy sencilla de encontrar en el mapa.

- Entonces, no está demostrado que pasara (Alf, no aprendes...).

- Bueno, o sí. Se cuenta que un postillón afirmó haber conducido a través de la región a una persona que, de parecido, sólo podía ser él. Y que le cantó al poeta distintas canciones populares, y entonces Pushkin le dio monedas de oro y un retrato suyo. Es una leyenda, pero pudo ocurrir, y lo que sí existe es la carta.

A partir de ahí, el discurso de la guía siguió el esquema normal: Pushkin hasta en la sopa.

- ... y en este edificio, en la calle Pushkin, vivió su viuda con sus hijos, después de casarse por segunda vez.

- ... y Speransky, poeta amigo de Pushkin, le envió una carta en el otoño de 1832, en la que decía: "Ven a vernos en invierno a Penza. Aquí la gente está entusiasmada con tu obra y te haría un gran recibimiento."

- ... y el cuarto bisnieto del primo segundo de un amigo lejano de Pushkin pasó por aquí y hasta se alojó unos días en esta casa, donde tocaba un acordeón que le había prestado un vecino del segundo marido de la viuda de Pushkin.

¿Quién me mandaría a mí preguntar?

viernes, 19 de mayo de 2006

De subdirector a sacristán


La llegada a la fábrica de cables de Saransk, capital de la república de Mordovia, tuvo un cierto regusto de viaje en el tiempo. Salimos del Volga negro que nos conducía, y a nuestro encuentro se dirigieron dos personas ataviadas con traje oscuro, una de las cuales, con gesto naturalmente paternal y la actitud de quien acostumbra a ser obedecido sin rechistar, se nos acercó campechano. Dos fotógrafos, que ya no nos abandonarían en toda la visita, empezaron a enfocarnos con sus cámaras y a disparar con ellas. Evir Abramovich andará más cerca de los sesenta que de los cincuenta años, es de baja estatura, cabello rizado, andar suelto y, con casi total seguridad, origen caucasiano y raza judía. Es el director.

Una fábrica soviética es mucho más que un centro de producción: es economato, es protección social para sus trabajadores, es centro deportivo y de ocio, es fuente de servicios para la comunidad. Y es muchas otras cosas. Y Saranskkabel es una fábrica soviética.

Atravesamos la entrada, entre los chispazos de los fotógrafos. A nuestra derecha, una estatua de estética típicamente comunista, aunque erigida en 1995 con motivo del cuadragésimo aniversario de la fundación de la fábrica: dos manos protegen un cable que se alza entre ellas; a nuestra izquierda, cuatro mástiles, en uno de los cuales, en nuestro honor, ondea una bandera española que sabe Dios de dónde habrán sacado; y, frente a nosotros, una estatua de Lenin.

La fábrica es antigua, pero destaca por su limpieza. Parte de la maquinaria es nueva, y traída de España, entre otros sitios, y parte es rusa; se ve a simple vista que los negocios van bien y el cable se vende; también se echa de ver enseguida que el director es el mismísimo amo. A su paso, los trabajadores poco menos que se cuadran.

A la salida de las primeras líneas de producción, nos montamos en la furgoneta (Gazel, naturalmente) que nos transportaba por el territorio de Saranskkabel.

- ¿Ahora dónde vamos? - dijo el director a su segundo.
- ¿Enseñamos la capilla? - dijo Georgii Leonidovich.
- Bien - respondió Evir Abramovich.
- ¿Tienen una capilla? - les pregunté, algo confuso.

Nikolay Nikolayevich, el ministro de los zapatos plateados, seguía, como durante todo el viaje, con una sonrisa abierta. Asintió con la cabeza, pero ya la silueta de la capilla se acercaba rápidamente hacia nosotros.

A nuestro encuentro salió un anciano de unos setenta y cinco años, bastante bien llevados, de baja estatura y ojos pequeños y hundidos.

- Fíjese - me dijo Evir Abramovich-, aquí tenemos a un antiguo subdirector de la fábrica, que ahora, tras jubilarse, se dedica a mantener la capilla.
- Sí -dijo el anciano-. Yo era la mano derecha de Evir Abramovich. Ahora estoy aquí de encargado.
- Buena cosa -dije, no sé si convenciéndole mucho.
- Pasen, pasen... -nos invitó.

Me santigüé al entrar, como es norma entre los ortodoxos, pero a la manera católica, comenzado el brazo horizontal de la cruz por el hombro izquierdo. Nadie más se santiguó.

- Comenzamos a construir la capilla con motivo del primer milenario del cristianismo en Rusia -me explicaba el anciano.
- ¿En 1988?
- Bueno, la terminamos en 1991. Mire, aquí tienen velas. A la derecha se ponen por la salud de los parientes; después, a la izquierda, por la propia.

Ni corto ni perezoso, el ministro Nikolay Nikolaevich tomó cuatro velas y se puso a plantarlas a diestro y siniestro, siempre con la sonrisa en la boca. Yo, visto lo visto, tomé dos, hice unas brevísimas preces antes de ponerlas, y las puse también.

- Mire esta foto -me dijo el anciano, a cuyo lado había vuelto-. Hace dos años vino de visita a Mordovia el patriarca... el patriarca...
- ¿De Moscú y toda Rusia? -intenté ayudarle, yo que había reconocido sin ningún problema al de la foto.
- Sí, de Moscú y toda Rusia, Alejo II. Estuvo también en esta capilla.

Efectivamente, en la pared estaba la foto enmarcada del anciano con Alejo II, y a su lado una carta del mismo Alejo II excusándose por no poder asistir al cincuentenario de Saranskkabel, en 2005.

Salimos de la capilla y, bajo una fina lluvia que terminaba de empezar, nos dirigimos a la furgoneta para continuar el recorrido. Me santigüé al salir, igualmente a la manera católica, y todos hicieron caso omiso del hecho. Una estatua de Lenin en la entrada, una capilla en el interior, Alejo II pasando por delante de la estatua de Lenin para bendecir la capilla... la relación de los rusos con su historia, su presente y su religión mayoritaria es difícil de explicar. El anciano, indudablemente miembro del Partido Comunista en tiempos pasados, sin lo cual difícilmente pudo llegar a subdirector de la fábrica, y convertido en sacristán tras su jubilación, nos acompañó con paso ligero.

- Es una buena cosa la que usted hace -le dije, estrechándole la mano-. Continúe haciéndola.

Subimos a la furgoneta.

- La capilla -dijo Evir Abramovich con aspecto didáctico- la construimos con motivo del segundo milenario de la aparición del cristianismo en Rusia.

El segundo milenario, dijo. Me callé y me quedé pensando en mis cosas mientras nos acercábamos a la siguiente línea. El ministro seguía sonriendo.

sábado, 13 de mayo de 2006

El charlatán políglota

El charlatán políglota Va a aparecer, según se leen las últimas entradas, que esto se empieza a parecer a una galería de personajes con la sesera en estado bastante dudoso, y lo cierto es que ni mucho menos es ésa mi intención, sino que la cosa va saliendo así.

El protagonista de hoy es un charlatán. Estoy seguro de que en España hay quien está persuadidos de que esta especie sólo sobrevive en los mercadillos españoles, mientras que la verdad es muy otra.

Paseábamos esta mañana con Alfina y Ame por un mercadillo moscovita, enfrente de la galería Tretyakov. El charlatán (dentro del círculo blanco) detectó al potencial comprador guiri, abordó a Alfina con sus cuatro palabras de castellano y con una perspicacia envidiable y, aprovechándose de su posición de primero del mercado, comenzó a ofrecerle de todo. Y no de uno en uno, no. "Esto vale doscientos cincuenta rublos. Es de cerámica, hecho a mano. Pero mire, si me compra diez se lo dejo por mil quinientos rublos. Soy el dueño, y puedo hacerlo. Y esto vale lo que no está dicho. No me diga que no..."

De mí, el tío pasó bastante. Aún más perspicaz fue este hecho. No debo tener cara de comprador, pero Alfina sí, así que me fui a jugar un rato con Ame, que tampoco quería saber nada de regateos, y que miraba muy interesado a un obrero con un martillo pilón dando martillazos a las baldosas para fijarlas a la acera. Eso sí que mola.

Al rato, Alfina salió del asunto con una bolsa llena de multitud de cachivaches de utilidad dudosa.

- Me ha timado -dijo.


No sé si tendría razón, pero, si os encontráis con ese individuo, el de la foto, huid de él. A la vuelta, le pude volver a ver en acción, y es una fiera. Tenía embelesado a un montón de ancianas inglesas que venían del museo, y estaba ofreciéndoles en inglés (y no malo del todo, no) unos visillos que no eran nada del otro mundo, a unos precios que sí que lo eran. Cuando acabó con ellas, le vi venir hacia mí y estoy seguro de que me vio cara de clásico y se me iba a dirigir en latín, para atacarme la fibra sensible. Y lo consigue, creedme: no os servirá de nada decir, por ejemplo, que sois lituanos, o vascos: os soltará un "labas rytas" o un "ez ikutu liburuak, mesedez" y no podréis resistiros a hacerle caso. Saben más que Sánchez Dragó. Huí como pude, antes de le diera tiempo a soltar el "Quomodo vales, amice?".

viernes, 12 de mayo de 2006

El escritor proscrito

En tiempos de Brezhnev, los escritores censurados difundían sus obras por el rudimentario procedimiento de copiar sus obras y pasarlas a los amigos, que a su vez las pasaban a otros. No sé yo exactamente el alcance que pudo tener tal sistema de distribución literaria, pero, desde luego, en los libros de texto se le da importancia como indicativo de la resistencia que el pueblo ruso opuso a la dictadura del proletariado. A mí me da la impresión de que, cuando acaban las dictaduras, todo el mundo presume de haber estado activamente opuesto a ellas (aunque los cuatro gatos que realmente se opusieron son los que menos presumen).
 
El otro día, atravesando la Tverskaya, un anciano de pequeña estatura me ofreció un papel. No suelo tomarlos, porque me interesa poco la propaganda que suelen ser, pero esta vez sí lo hice, no sé por qué. En la portada había una foto de Shakespeare con una leyenda que, traducida, dice: "No seas sepultura de tus virtudes."
 
Ya en casa, abrí el pasquín y leí, en una letra minúscula: "¡¡Ayude a Pushkin (Pushkin es el poeta nacional ruso) por Rusia!! Soy el autor del descubrimiento de información secreta de Pushkin, Gogol, Zhukovsky... con el fin de alcanzar la curación de RUSIA. No me dejan publicar desde 1957. Anatoli Dorogavtsev (Mi seudónimo es DEVI)"
 
Y sigue: "Palabras de despedida de un influyente personaje en la sombra y secreto protector de mis talentos: "Escribe, crea y muere de hambre". Me ofrecieron el rango de oficial, y sólo me exigían una cosa: "Escribir en la oficina". Pero no me atreví a sacrificar a toda la población... en cambio, la población de Moscú me sacrifica con agrado. Con la aprobación tácita de los habitantes inteligentes y de alta educación y de los habitantes sin educación alguna, desde el noveno mes de 2000, se está produciendo un intensivo envenenamiento de mi pan, calzado, camas, vajilla, agua... sobre todo les molesta mi pierna derecha, para que no juegue al fútbol y para que me olviden los futbolistas jóvenes. Sin embargo, precisamente los jóvenes futbolistas, entre ellos los de la alta sociedad rusa, son los que ingresan en las filas de los pushkinistas. Shtans Devi Dorogavtsev, 8.10.2001."
 
No le publican desde 1957. Vergüenza debería darles silenciar a semejante talento.

jueves, 11 de mayo de 2006

Ecos de la manifa (I)


El otro día, entre los manifestantes adheridos a los comunistas, había algún que otro iluminado repartiendo pasquines. Uno de ellos, por cierto que relativamente joven, me debió ver aceptablemente predispuesto a imbuirme de ideas poco convencionales y me hizo entrega del suyo. No tiene desperdicio. Voy a limitarme a traducir algunos extractos, en espera de un estudio más pormenorizado.
 
* * *
 
PROGRAMA para el tercer milenio, con vistas a la conservación de Rusia, salida de la crisis y construcción de una civilización cósmica.
 
Valoración de la situación
 
La situación actual de la sociedad consiste en una crisis de la civilización con el peligro de autodestrucción próxima en el marco de catástrofes globales de tipo moral, ecológico y nuclear.
La crisis viene producida por el agotamiento de los recursos del planeta (hay reservas para entre 50 y 100 años), el advenimiento de cataclismos naturales (causas externas), las acciones inmorales del sistema de gobierno (entre otras causas, en la ejecución del programa de "globalización": captura de las fuentes de materias primas, supresión de los estados, de las culturas nacionales, reducción de la población con "tecnologías" modernas y dirección desde un único centro de los esclavos restantes, que se encargan de mantener las "tuberías" y la producción sucia), baja moralidad de la sociedad e incomprensión por parte de la gente de la esencia de lo que sucede (causas internas).
Hay dos salidas: o la humanidad actual muere y repite el destino de los fracasados intentos anteriores de construir la civilización sobre la Tierra, o una capa ilustrada encuentra en sí misma la fuerza para cambiar la conciencia social, con lo que Rusia saldrá de la crisis.
 
(...)
 
Teorema de la lengua
 
La humanidad tiene una sola lengua, que está algoritmizada, codificada (provista de una matriz de significante y significado, compuesta de sonidos, de sus compuestos más simples dobles y triples y que dispone de un constante espectro de significación, común en la multitud de realizaciones de la lengua). No ha sido creado por nosotros, sino como resultado de la cooperación de las civilizaciones con el universo.
El ruso es el representante básico del idioma único. Es uno de los idiomas más poderosos y antiguos. Con su ayuda se descubre el sentido interno de las palabras en muchas lenguas, se encuentra la matriz lingüística. Una serie de palabras contiene información que sólo hemos recibido hace poco tiempo.
Por eso, nuestra civilización puede ser denominada rusa; el concepto de Rusia, aparte de su significado nacional y territorial, comúnmente aceptado, también tiene un sentido planetario y de civilización. Es decir, en este sentido todos los pueblos son rusos.
La presencia de un código en la lengua y en la información sobre la naturaleza indica que la vida racional no pudo surgir casualmente a lo largo de la "selección natural", en una evolución autónoma, e indica que no somos los primeros sobre la Tierra y que el proceso de la civilización es periódico.
El pueblo es la comunidad espiritual e intemporal de las personas. Se caracteriza por una lengua, una ética y una construcción moral positiva. Se ordena al nacimiento, formación y solución de las tareas de la civiliación. Por eso no existen pueblos malos, sino que todos los pueblos son buenos, y quienes siembran el mal -la mentira, el engaño, la traición, la violencia, el asesinato- no pertenecen a ningún pueblo, a ninguna religión, a ninguna clase social. Ésta es la única solución de las cuestiones nacionales, religiosas, de clase y de otra índole.
 
* * *
 
Jo, y yo pensando que la lengua básica y prácticamente perfecta era el catalán, y va a ser que no. En el pasquín aparece su página: http://mifistka.fastbb.ru. Tiene tan poco desperdicio como el pasquín. Y aparece un número de teléfono móvil, que me voy a permitir no utilizar. Incluso me da un poco de miedo.

miércoles, 10 de mayo de 2006

Voltereta

Desde que P está en una asociación de apoyo a familias adoptantes, tenemos invitados en casa con cierta frecuencia. Esta mañana he ido a recoger a una familia de franceses que venían de Ekaterimburgo, donde han adoptado a Seryozha, que dentro de unos meses, cuando reciba el pasaporte francés, pasará a llamarse Serge.

Serge - vamos a llamarlo así - tiene tres años y la vista hecha un poco un asco: estrabismo agudo, astigmatismo e hipermetropía. Es más, su nuevo padre también tiene los dos últimos defectos, que, por cierto, son hereditarios, aunque, evidentemente, no es el caso. Y, además, está retrasado con el habla: efectivamente, no dice casi ni mu. Pero es un encanto.

Ame se despertó de la siesta y oyó ruidos en el piso de arriba.

- ¿Quesshéso? - preguntó en su media lengua.
- Es Seryozha, es un niño que ha venido de visita con sus papás.
- Síiiiiiiiii - dijo sonriendo.

Se levantó y se hizo el amo. Como siempre. Vamos, hasta el punto de que la nueva madre de Serge se puso a jugar con Ame, que, ya se sabe, se hace querer.

- ¡Midda! - le decía a ella. Y luego a mí: "¡Papá! ¡Tedeta!"
- ¿Quieres una voltereta?
- Síiiiiiii.

Y ¡hala! voltereta que te crio. Y luego a hacer como si fuera un avión, levantándolo a pulso; y luego a hacer caballito con el sobre los tobillos mientras estoy tendido en el suelo. Es una lástima que el levantamiento de niño no sea deporte olímpico.

"¿Para qué me estaré empeñando en poner una máquina de correr en el sótano? ¿Para estar en forma?"

martes, 9 de mayo de 2006

Juventudes Comunistas y Blancos de Negro


Una de las ventajas de estar penando (o no) por esta bendita ciudad consiste en que uno se convierte en testigo de jaleos como el de la foto. 9 de mayo, sexagésimo primer aniversario de la victoria de la Unión Soviética contra el fascismo (pudorosos, los bolcheviques evitaron siempre hablar de la victoria contra los alemanes, cosa que quizá hubiera molestado a sus lacayos de la sedicente Alemania Democrática). Ahora esto se ha convertido en una fiesta nacional, pero los comunistas siguen dándole matraca. En la foto se ve a los mismos manifestantes, seguramente, de hace cuarenta y cinco años, con el pequeño matiz de que se aprecia una alarmante escasez de relevo generacional.

A una distancia de unos cincuenta metros de los rojos, les seguían los blancos, paradójicamente vestidos en su mayoría de negro, en mucho menor número, y con un porcentaje de canas igualmente menor (sin contar los cabezas rapadas, que alguno se ve).


Y, mientras desfilan por la Tverskaya, a menos de cien metros de mi casa, el público que pasea reacciona con relativa indiferencia al despliegue de los rojos, como quien no sólo ha visto muchos, sino que ha formado parte de más de uno. En cambio, los blancos causan sorpresa. Casi nadie -yo tampoco- sabe muy bien quiénes son ni qué pretenden, pero sus cánticos religiosos, muy diferentes de las sobadas consignas de sus predecesores en la marcha, sus estandartes, de lo religioso a lo nacionalista, sus uniformes paramilitares... todo ello causa que los espectadores se miren entre sí atónitos. No hay aprobación ni desprecio, sólo sorpresa ante una visión más parecida a una procesión ortodoxa que a una manifestación política.

lunes, 8 de mayo de 2006

Deberes

- Anda, Abi, corrije eso, que el camión no va por el aire, sino por la carretera.

Abi abre su estuche. Unos cuantos lápices desordenados, una regla suelta, y nada más. Abi es, ¿cómo decirlo?, un poco desastre.

- ¿Y la goma de borrar?
- Se ha acabado.
- ¿Se ha acabado? Venga ya, ¿dónde la has perdido?
- No la he perdido -dice con gesto enojado-. Se ha a-ca-ba-do.
- Anda, ve a buscar otra.

Encuentra otra, borra, corrije, y en el siguiente ejercicio tiene que escribir una palabra. La mina de su lápiz no es más que un muñón.

- Anda, Abi, que así no hay quien escriba. Sácale la punta al lapiz.

Abi vuelve a abrir el estuche, y el desorden no ha mejorado desde la última vez.

- ¿Y el sacapuntas?
- No está.
- ¿También se ha acabado?

Abi se ríe. Menos mal.

miércoles, 3 de mayo de 2006

Somos pobres

No me gusta que la comida se estropee. Creo que en esto me parezco a otras muchas personas, pero en mi caso debe ser obsesivo. Mi familia, para qué negarlo, es menos quisquillosa con la terminación de las sobras, y así pasa que nuestra nevera, el día menos pensado, será declarada reserva de la biosfera por Greenpeace, a medida que allí dentro se desarrolla un ecosistema.

- ¿Qué tenemos para cenar, papá?
- Alforfón.
- ¿Otra vez?
- Sí, hija, recuerda que somos pobres.

Ro me miró con sus enormes ojos, puso cara triste y me dijo.

- Papá, pero es que yo no quiero ser pobre.

lunes, 1 de mayo de 2006

Miles gloriosus et altri amici falsi

Puede parecer pretencioso, quizá incluso, pero uno de mis recuerdos imborrables del bachillerato es el de mi profesor de latín predicando la prevención contra los "falsos amigos": esas palabras que fonéticamente se parecen mucho en idiomas distintos, pero que quieren decir cosas totalmente diferentes. Y he de reconocer que me conquistó, porque el tío era agradable y buen profesor. Y yo, entonces, debía ser un empollón bastante asqueroso. Renuncio a calificarme en la actualidad.

El "falso amigo" más pérfido era la palabra "gloriosus", que salió no sé en qué traducción.

- Creeréis que "gloriosus" quiere decir "glorioso", ¿verdad? ¡Pues no! Recordadlo siempre, quiere decir "fanfarrón", o sea, un tío que presume.

Murmullos de aprobación en el auditorio, excepto alguno que otro que mordisqueaba su bocadillo y no estaba para murmullos de aprobación (ni de nada).

- Por ejemplo, como en "miles gloriosus" ¿Conocéis la obra de Plauto?
- ¡Claro, Plauto y Mickey! -dijo el gracioso de la clase. Era así, él. Risas generalizadas. Honra al profesor decir que también se rio, y mira que el chiste era malo.
- Nooooo, era un autor de teatro, el más famoso de Roma, junto con Terencio. Una de sus obras más famosas es precisamente "Miles gloriosus", el soldado fanfarrón. Dos falsos amigos: no traduzcáis "el militar glorioso", sino "el soldado fanfarrón".

Al llegar a casa, me arrojé a la biblioteca de mi padre (insisto: empollón asqueroso, no me duelen prendas el reconocerlo), agarré el volumen "Teatro romano", vi que, en efecto, estaba Plauto (y Terencio, y la verdad es que nadie más), indagué el índice y, la última de las obras, estaba escrito: "El militar fanfarrón".

¡Por poco no arrojo el libro al fuego! Ya ni los traductores saben traducir. Al menos, de los dos falsos amigos, al traductor sólo le había engañado uno.

Al entrar en la blogosfera, la impresión al leer más de una bitácora fue ésa: miles gloriosus. Y no pienso ocultar la posibilidad de que ésta se vea manchada por la fanfarronería y el autobombo, pero yo lo confieso desde el principio, hasta el punto de que ése es mi nombre. De qué escribiré, pues ya veremos: a ojo, de mis impresiones en el "exilio" ruso, de mis relaciones con la familia que hemos formado (y que es forastera en cualquier sitio), y a ver qué más se me ocurre.