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lunes, 21 de octubre de 2013

Turkmenistán de primera mano

- Entonce, Irina, ¿usted es turkmena?

- Sí, sí.

- ¿Y de dónde? ¿De Asjabad?

- De Asjabad, sí.

- ¿Y qué tal por allí?

- Ah, muy bien. Todo va perfectamente ¿Conoce usted Turkmenistán?

- Ya me gustaría, ya, pero nunca he tenido ocasión de ir. Lo que sí he tenido son ganas, pero creo que son ustedes bastante estrictos con los visados, así que no es fácil entrar.

- Eso es verdad, sí. Mi madre vive en Rusia, y la última vez no le dieron visado para entrar. Y no crea, que antes también había visado para salir, y no era fácil, no. Yo misma, es de las primeras veces que salgo a Rusia.

- ¿Y por qué lo hacen? ¿No quieren que la gente entre en su país?

- Nuestro país está muy bien, y por lo visto nuestros dirigentes piensan que, si dejan pasar a todo el mundo, mucha gente vendría a Turkmenistán a quedarse.

- Claro, claro... y eso no puede ser.

Yo me quedé mirándola por si lo decía en serio o iba con choteo, y la verdad es que no me quedó claro del todo.

- Por cierto, que tengo otra cuestión - dije.

- Diga.

- ¿Para cuándo podemos esperar una edición del Rujnama en español? La última vez que lo investigué, no había ninguna, y lo tuve que leer en ruso.

- Sí que es verdad que no la hay en español.

- ¿Y por qué no?

- Pues verá, yo creo que es poco probable que se vaya a traducir próximamente, porque quizá sepa usted que el autor murió.

- Lo sé. Saparmurad Turkmenbashí, el padre de los turkmenos.

- Bueno, pues las traducciones del Rujnama, muchas veces, eran regalos de personalidades extranjeras que venían a Turkmenistán a visitarle. Claro, a partir de que muriera, ya no ha habido más regalos, ni más traducciones. En todo el tiempo que gobernó el Turkmenbashí, no hubo nadie que le regalara una traducción del Rujnama al español, y por eso ese libro no existe en su lengua.

- Ya veo ¿Y nadie se plantea traducirlo? El español, al fin y al cabo, es una de las grandes lenguas de la humanidad.

- Claro, claro, pero, después de todo, el Rujnama es un libro en primer lugar para turkmenos. No creo que sea interesante para hispanohablantes.

- Creo que no conoce usted bastante el público hispanohablante. Yo estoy convencido de que la gran mayoría quiere ir al paraíso, y sé perfectamente que la forma más sencilla para ello consiste en leer tres veces el Rujnama, como el Turkmenbashí pidió a Alá. El turkmeno es un idioma poco conocido, y por eso convendría traducirlo al castellano. Oiga, que somos quinientos millones, y subiendo.

Irina no pareció muy convencida. Para mí que no era muy creyente.

La conversación siguió por otros derroteros, Irina me pasó un billete de un sum, que es la moneda de por allí, y yo le pasé uno de diez rublos, que, visto que no había abierta una mísera tienda, de todas maneras no tenía ninguna posibilidad de gastar. Acabó en esto la comida, y tocaba continuar con el congreso, así que salimos a la calle para ir al hotel. Y, enfrente de mí, otra tienda por abrir.


Yo, la verdad, no sé qué van a vender aquí, porque no lo pone, pero parece interesante.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El congreso

Así pues, en Roza Jútor apenas hay nada que hacer ni nada que comprar. Cuando lo acaben, entonces sí, entonces estará bien, pero por el momento es un rollo, y no digamos si, como era el caso, llovía todo el santo día. Claro, yo no había ido allí de vacaciones, sino de trabajo, a asistir a un congreso del ramo en el que me desempeño ahora (sigue siendo solucionar problemas, pero ahora están más acotados). Pasó la inauguración del congreso, y ya se veía que la organización tenía problemas que no sabía solucionar:

- Como cuestión logística, tengo que decirles -se dirigió la organizadora a los asistentes, que éramos todos y ya seríamos doscientos, ya- que, como habrán observado, no hay agua para beber. Sólo tenemos té y café.

Un murmullo de consternación se extendió por la sala.

- Sin embargo - continuó -, hemos estado buscando una solución imaginativa...

Expectación.

- ... pero no la hemos encontrado.

El murmullo de consternación crece.

- Después, cuando sea la hora de cenar, vamos a decir en el restaurante que saquen agua, para que cada cual pueda tomar un par de botellas y llevárselas.

En cristiano, lo que venía a decir la organizadora era "sálvese quien pueda y tonto el último". No voy a extenderme sobre la calidad organizativa de los congresos en Rusia y sobre mi opinión sobre la familia de quien hubiera tenido la ideíta de meternos en aquella trampa; en todo caso, cuando salí de la inauguración, y como tenía algún tiempo antes del comienzo del panel del que formaba parte, decidí que el último y el tonto no iba a ser yo, así que me dediqué a buscar por todo el hotel el carrito de la mujer de la limpieza y le guindé unas cuantas botellas para sobrevivir unos cuantos días, y hasta para pasarle alguna a mi compañera alemana, que no creo yo que tuviera programado su ADN para ir "consiguiendo" botellas de agua por ahí. De todas formas, su caso era menos grave, porque es una superexperta en lo suyo, tenía varias intervenciones en diversos paneles y a los intervinientes les ponían agua sobre la mesa. Yo sólo tenía una intervención y era el último día. Podía morir de sed antes.

En la página web del complejo dice que hay ocho restaurantes. La verdad es que sólo hay uno, bávaro, porque los demás sólo merecen ser llamados fonda, a la vista de la calidad del servicio, por mucho que estén en hoteles de cinco estrellas. Si los precios fueran parejos con el servicio, pues vale, pero es que ni eso. Los precios sí son de hoteles de cinco estrellas.

Mi compañera, anteayer, me vio por el pasillo y me dijo:

- ¡Me han cobrado mil quinientos rublos por el desayuno en el hotel!

Esas malditas tarifas de nuestra agencia de viajes sin desayuno incluido... Aunque ya les vale, cobrar cuarenta eurazos por desayunar. Con eso alimentas a una familia etíope un trimestre entero.

- ¡Pero es que el desayuno era muy malo! El café estaba frío, debía llevar allí desde las siete de la mañana. Y los huevos también. Todo estaba mal. Entonces recordé que al entrar nos dieron la tarjeta de "satisfacción 100%" y le dije a la camarera que quería hablar con el director.

Aprende rápido. Lo que pasa es que seguramente lo haría con educación y buenas maneras y, claro, éstos tienen más conchas que un galápago.

El director era austríaco, a juzgar por el nombre. Yo le expliqué a mi compañera que los directores de hotel europeos que yo he conocido en Moscú se pasaban el primer año preguntándose dónde estaban, el segundo año tratando en vano de cambiar algunas cosas, para pasarse el tercer año pidiendo la hora y esperando que les llegase el relevo y un nuevo destino en un lugar más fácil, como Kabul, por ejemplo.

- No sé. Me dijeron que no estaba y que lo intentara mañana. Creo que le voy a escribir un correo.

Nos fuimos a comer, y nos tocó una mesa con muy buena compañía. Un profesor de Moscú, dos de San Petersburgo, y una chica algo calladita que me presentaron:

- Y le presento a Irina Romanovna, que viene de un país poco conocido y del que no tenemos muchas visitas. Viene de Turkmenistán, no sé si ha oído hablar de ese país.

Abrí muchísimo los ojos, miré a la chica y me dije que ésta era la mía. Y me senté a su lado dispuesto a crujirla a preguntas sobre su país. La conversación no tuvo desperdicio, pero ahora estoy escribiendo en el avión que me lleva de vuelta a Occidente, y parece que vamos a aterrizar, así que la transcripción puntual de la conversación que mantuve tendrá que quedar para la siguiente entrada.

lunes, 7 de octubre de 2013

Próxima apertura

En ruso, "próxima apertura" se dice "skóro otkrýtie" (скоро открытие). En Roza Jútor, es la expresión más escrita. Uno se da una vuelta para comprar por lo menos una botella de agua y no tener que beber directamente del río, y se encuentra con que le han metido en una trampa. Por una parte, y como vimos en la última entrada, no hay manera de salir de aquí. Lo intenté en dirección a Esto-Sadok, un pueblo fundado por estonios a finales del siglo XIX y al que la civilización ha llegado de golpe, arrasándolo todo. Ni pum. El camino estaba cerrado por excavadoras, vallas y todo tipo de impedimentos. La única forma de llegar era por la única carretera... por la que también llegaban todo tipo de hormigoneras. Y es que, sí, quedan algunos defectillos por pulir antes de que comiencen los Juegos Olímpicos.

¿No sería lógico que en un sitio así, además de hoteles a tutiplén, hubiera tiendas de material deportivo? Y las hay... o, mejor dicho, las habrá. Veamos aquí abajo la tienda de Bosco, esa famosa empresa rusa que equipó a los deportistas españoles en los Juegos Olímpicos de Londres, de manera que parecía que fueran a disputar la medalla de cobre.


Vale, sí, la tienda está cerrada. En un sitio tan elevado, donde bien puede hacer frío, se agradecería algo de ropa de invierno. Y, efectivamente, "The North Face" ha alquilado un local...


...pero lo abrirán próximamente, porque, lo que es ahora, nasti de plasti. La misma suerte corren otras dos tiendas de deporte: "скоро открытие" para todos. Aquí va una...


...y aquí está la otra.


En la entrada pasada vimos que, para salir o entrar aquí en transporte público, hay que proponérselo muy seriamente. Los hoteles y las empresas de construcción, que son las dos cosas que funcionan (mal, pero lo hacen), traen a sus trabajadores a diario desde Adler, Sochi o Krasnaya Poliana, porque aquí ni siquiera hay viviendas ¿Y no sería una buena idea poner un alquiler de coches?


Bueno, pues la idea ya la tuvo alguien. Ahora falta que tenga la idea de abrirla.

Según la página web del sitio, es posible adquirir recuerdos muy monos en la tienda de recuerdos del lugar. Esto demuestra una vez más que de Internet hay que fiarse lo justito, porque uno la ve y Roza Jútor le parece un lugar rebosante de vida, hasta el punto de que uno no comprende cómo ha podido pasar tanto tiempo sin él. Sin embargo, la tienda de recuerdos, en realidad, es la de abajo:


Y está más cerrada que una edición del Ruhnama en latín.

Aquí abajo hay otra tienda, llamada rimbombantemente "Opera Gallery". Bueno, mejor dicho, habrá otra tienda.


Si nos hacen daño los ojitos, el día menos pensado nos los podremos tratar. Lo de abajo es una óptica con los métodos más avanzados...


... lo único que no es avanzado es su apertura, que más bien se retrasa.

¿Y dónde se puede conseguir la bebida nacional, es decir, cualquier cosa que tenga alcohol, cuanto más mejor? Ahora, en ningún sitio. El que tenga muchas ganas de beber puede desplazarse varios kilómetros, saltando por encima de las obras, o esperar a que abra la tienda de abajo. Próximamente, claro.


Jo, si ni siquiera estos pollos de abajo se han decidido aún a abrir. Si lo hubieran hecho, yo creo que no hubiese salido de allí, con lo poco que me gusta.


En resumidas cuentas, que mal asunto. El servicio de los hoteles es lamentable, me han hecho la habitación, atención, a las ocho ¡de la tarde!, la comida es de impresión, sólo que de impresión negativa. A todo esto, uno ve la página de Wikipedia (sobre todo en ruso) y le parece que vaya pasada de sitio. También dice que fue terminado de construir en 2011. Las excavadoras que hay por todos los sitios deben estar para reparaciones menores. En realidad, es evidente que la página de Wikipedia (no, no hay que fiarse de Wikipedia) está encargada por Vladímir Potanin, oligarca de pro, presidente de Interros y amo del cotarro. Uséase: promotor del engendro éste.


Lo que dice la sombrilla de ahí arriba es: "Aquí no hay prisa. Disfrutando de la vida."

Pues como se lo crean, cuando sean los Juegos Olímpicos nos vamos a reír.

sábado, 24 de agosto de 2013

Astracanadas

Astracán es una ciudad rusa, situada no demasiado lejos de la orilla del Mar Caspio, que no había visitado a lo largo de los tres lustros largos que estuve viviendo en Rusia, y que, ironías de la vida, he ido a visitar ahora, después de mudarme a Bruselas.

Astracán es famosa por tres cosas. La primera y principal es el caviar negro, pero eso va a tener que esperar, porque hay una moratoria de lo más estricta y ojito con pescar un solo esturión. Si uno va de legal y no quiere saber nada del contrabando, lo suyo es contentarse con el caviar rojo, de salmón. Es lo que hicieron mis compañeros de viaje, europeos ellos occidentales, para regalar a sus secretarias y para su propio goce y disfrute, por mucho que yo les dijera que julio es una época pésima para el caviar rojo y que hay que esperar a octubre y noviembre, que es cuando el salmón ha desovado y el caviar llega fresco.

- Entonces, ¿qué llevo? - te preguntan.
- Esto... no sé... ¿alforfón?
- ¿Qué es eso?

Y uno va por el supermercado, busca el alforfón, lo encuentra y se lo enseña a los acompañantes.

- ¿Esto es... alforfón? - te preguntan.
- Sí. Es muy sano - y añades, en francés: - L'aliment de l'avenir, et la nourriture de l'homme supérieur.

Tus compañeros se creen que estás de coña (y con razón) y se llevan el caviar rojo, que no tiene ningún misterio, saben lo que es y, por si fuera poco, con esas letricas en cirílico no cabe duda de que es ruso y queda monísimo en Bruselas para ofrecer a la secretaria, a la amante... El alforfón, en cambio, es algo sospechoso, cosa de comunistas o eso. Se liga poco ofreciendo a la amante un kilo de alforfón.

Además de por el caviar negro, Astracán es famosa por sus pieles... de Astracán, que se sacaban de los fetos de los animalicos. Alguien pensó que eso no estaba muy allá, y comenzó a dejar nacer a los animalicos, para desollarlos a los dos o tres días, que es lo que hacen ahora. Claramente, el día que los verdes o los catalanes antitaurinos manden en Astracán, van a mandar la producción local de Astracán a hacer gárgaras. A la mujer de uno de nuestros acompañantes, que venía de polizón, se le ocurrió que en Astracán podría comprarse un abrigo o un gorro... en julio, con una temperatura achicharrante de treinta y cinco grados.

Era algo tremendo lo de entrar en las tiendas, preguntar si no tendrían abrigos y ver la cara de los dependientes, con el ventilador a todo trapo, mirándonos con cara de pensar que nos estábamos quedando con ellos.

- ¿Un... abrigo? ¿Ahora?
- Sí, ¿no le queda nada?

La tercera cosa por la que Astracán debería ser famosa, al menos en España, es por las astracanadas ¿Qué es una astracanada? Es una obra de teatro en la que se busca la comicidad como sea, aun a costa de decir barbaridades. La mejor, con diferencia, es una obra ya clásica, La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca ¿Y por qué se llaman así? Porque son obras tan ridiculas como un ruso en España vestido con un abrigo de Astracán. En cualquier caso, eso es un invento español que no tiene absolutamente nada que ver con la ciudad.

Pero bueno, ya que estamos aquí, y que estamos acompañando a gente bastante importante, a las que les reciben gobernadores, alcaldes, y gente así, vamos a ver el principal monumento de la ciudad: el Kremlin, que es el más meridional de todos los kremlins rusos.

Pero eso será mañana, porque hoy se hace tarde.

viernes, 19 de octubre de 2012

Retorno a la casa Agustín López

Debo reconocer que la anterior visita que hice al restaurante español de Minsk no reunía los requisitos mínimos de una crítica razonada. Fue, digamos, una visita a traición, pillando a la Casa Agustín López con la guardia baja. De todas manera, mi crítica fue elogiosa, a despecho que lo que puedan pensar algunos comentaristas que hubo en aquella entrada. Yo no dije que la comida no estuviera buena, porque no es verdad: nos pusimos como el Quico por cuatro chavos, que es lo de que se trata. Lo que sí dije es que la comida, por muy buena que estuviera, no era española, y de eso no me desdigo.

Pero bueno, pelillos a la mar. No olvido que la visita de entonces fue al mediodía, en pleno "business-lunch" y con algo de prisa, ante la inminencia del vuelo de retorno a Moscú. Y que los restaurantes rara vez dan lo mejor de sí mismos entre semana, con toda la gente apresurada que les visita.

Para compensar, y recién llegados a Minsk, llegada la hora de cena decidimos, siguiendo mi consejo, ir al español, claro que sí.

Tres años pueden ser muchos para un restaurante en Moscú. Salvo algunos pesos pesados y los grandes decanos (y aun ésos no las tienen todas consigo), los restaurantes de moda cambian de tendencia más que los votantes flojos. En Minsk, en cambio, parece que no, y que el gobierno de Lukashenko será lo que será, pero aporta estabilidad al país, hasta el punto de que los restaurantes que gozaron de nuestro concurso fueron casi exactamente los mismos que nos habían acogido tres años atrás.

Entramos en la Casa Agustín López. El interior no había cambiado absolutamente nada, y seguía siendo igual de rojinegro de entonces, con ese cruce entre restaurante chino y sede de Falange.

Nos sentamos a la mesa, y llegó una camarera tirando a altiva, que nos tomó la nota de la bebida. Ya se dio cuenta de que había un español entre la concurrencia, y yo creo que dio parte presto a la KGB del restaurante, porque, poco después, llegó un señor vestido de cocinero y hablando en español.

- ¡Buenas tardes!

Un cubano.

- ¡Buenas tardes!
- ¿Qué van a tomar?

Un cubano solícito.

- ¿Qué nos pueden ir recomendando? - ya sé que hacer esa pregunta al que evidentemente es el cocinero no es demasiado inteligente, pero, ya que el cocinero había salido de la cocina, supongo que había que hacerla.

- Bueno, pues tenemos la ternera, la paella...
- ¿Paella? - me quedé mirándolo.
- Sí, paella. Tenemos la de carne y la de pescado.

Miré los ingredientes de cada plato. La de pescado, en realidad, más bien era una paella mixta, pero eso lo podíamos dejar pasar.

- Usted es de Cuba, ¿verdad?
- Sí, señor, pero soy nieto de españoles. Gallegos.

Como todos.

- De aspecto exterior, soy español. Mi compadre Luis, que está por ahí, ése no. Ése se tostó demasiado.
- Ah, estuvo demasiado tiempo al sol.
- Eso es... ¿Y usted de dónde es, dentro de España?
- Soy de Valencia.
- Ah, pues la paella es original de allí.

Como si no lo supiera yo.

- Sí, sí, de allí.

¿Lo hago o no lo hago?

- Venga, pues voy a pedir una paella. Ésta, la de pescado.

Lo hice. No sabía si me iba a arrepentir.

- ¿La de pescado? Adelante. Ahora mismo voy a por ella.
- ¿Tienen vino español?
- Ah, el vino es cosa de mi compañero. Ahora lo llamo.

El compañero, efectivamente bastante tostado, y no menos cubano que el cocinero, se acercó por allí, mientras el cocinero se iba a darle uso a la paella.

- ¿Tiene vino español?
- ¿Español? Bueno, hemos tenido algún problemilla con las entregas. A lo mejor tenemos pasado mañana.
- ¡Vaya! ¿No hay?
- Bueno, tenemos vino bielorruso.
- ¿Vino bielorruso?
- Sí, bueno, los materiales son españoles, pero bueno, a saber luego lo que le echan.
- Mmm... casi que vamos a pedir cerveza.

Cosa de media hora después, llegó la paella. No estaba mal. Nada mal. El cocinero, ante la perspectiva de tener un valenciano de cliente, se ve que se había empleado a fondo, y había logrado un buen resultado. A mí me hubiera gustado algo más de socarrat al fondo, pero la cosa estuvo muy bien.

En general, Minsk está bien. Como siempre. Hay una pequeña comunidad de españoles, otra bastante entusiasta de estudiantes de español, y la ciudad está limpia y ordenada. Del resto del país, no sé nada, pero me gustaría tener unos cuantos días para ver sitios como Grodno, o el castillo de los Radzivill.

Pero eso será en otra ocasión. En ésta, por desgracia, no toca. Y la siguiente ya veremos cuándo será.

viernes, 15 de junio de 2012

Paradas técnicas

Vamos a la estación de tren a comprar billetes.

Estar cara al público en Rusia (y no digamos en Moscú) debe ser una experiencia bastante estresante, siquiera sea porque el público es muy abundante y no se acaba nunca. Estar, además, vendiendo billetes de tren en una ventanilla debe ser el peor de los mundos, con tanta gente que no sabe distinguir la mano izquierda de la derecha y a la que hay que vender cosas, a veces, bastante complicadas para sus entendederas. Si a eso añadimos turnos con un día de descanso, sí, pero más largos que un día sin pan, tenemos todos los ingredientes para una persona avinagrada y desagradable.

La foto que ilustra está imagen está tomada en la estación de Leningrado, en Moscú, seguramente la más importante del país. La taquilla está abierta las veinticuatro horas del día y las vendedoras de billetes (digo "vendedoras", porque todas son mujeres, hasta donde he llegado a ver) hacen turnos de doce horas, con relevos a las siete y media de la mañana y a las siete y media de la tarde. Doce horas, doce, de vender billetes sin parar en una garita de tres metros cuadrados. El mito de Sísifo, por lo menos, es al aire libre.

Ciertamente, hay pausas, las que pone el cartel: una hora para comer, a la una de la tarde y a las tres... de la madrugada, y algunas, llamadas, "paradas técnicas".

Las "paradas técnicas" son sagradas y las vendedoras son implacables. La que nos tocó, hay que reconocer que sin mucha cola, era de la antigua usanza soviética. Una mujer entrada en años, con una cabellera cardada con más volumen que las obras completas de Dostoyevsky, y tintada de gena hasta posiblemene terminar con las reservas de la peluquería. Como nos conocemos el percal, anotamos cuidadosamente lo que queríamos en un papel, para no ir dando berridos a través del cristal, y preparamos las copias de los pasaportes. Sí, por una razón misteriosa, los billetes de tren en Rusia, salvo los de cercanías, siguen siendo nominativos.

Antes de nosotros iba una chica algo asustada, que hablaba en inglés, y no en ruso, y que llevaba un papel en la mano, que es la prueba (además del testimonio de Fausto) de que es posible conseguir billetes de tren rusos por Internet. Eso sí, luego de todas formas tienes que pasar por caja a que te den el de verdad, con lo que la utilidad del invento pierde algo.

Nos tocó el turno a nosotros.

- ¿Y los pasaportes?
- Tenemos una copia.
- A ver.

Se la pasamos.

- No se entiende nada.
- Es que está en español.
- ¿Y qué hago?
- Ahora se lo escribo en ruso.

Le podía haber escrito que viajaban Zapatero, Rajoy, Juanca de Borbón y el Sursum Corda, con tal de que lo hiciera en ruso, y me hubiera emitido billetes a su nombre, pero puse los nombres de verdad para evitar líos.

- Vale, pero, ¡huy! Son las once. No me va a dar tiempo a emitirlos todos antes de mi parada técnica.

Uno podría suponer que, total, para no dar la murga al personal, podía acabar con el cliente de la ventanilla y prolongar un poco más la parada después. Eso sería lo normal, pero estamos en Moscú.

- Bueno, pues nos esperaremos.
- Les voy a hacer los de ida, que sí que me da tiempo, y después de la parada les haré los de vuelta.

Aceptamos con resignación. La señora empezó a teclear a diestro y siniestro y a imprimir billetes. El billete de tren ruso consta de dos partes: una se la queda la vendedora y la otra se la lleva el pasajero, para que el revisor se la rompa al acceder al tren. En nuestro caso, y en pleno siglo XXI, la vendedora iba cortando la parte que le correspondía a ella y ensartaba los billetes en una aguja para coserlos. A veces me pregunto para qué ha puesto la compañía de ferrocarriles ordenadores en las taquillas, habiendo aguja e hilo.

A las once y diez, y ni un segundo más, la señora se levantó y salió del cubículo. No sé lo que hace esta gente durante la rimbombante "parada técnica": supongo que servirse un té, eso seguro, y visitar el servicio.

A las once y veinte (bueno, quizá un pelín más tarde) apareció de nuevo.

- Ahora voy a hacerles los biletes de vuelta.

Iba a decir que eso fue coser y cantar, pero, auqnue sí que cosió, lo que es cantar se quedó apartado. En todo caso, en poco tiempo tuvimos los billetes.

Ya sólo quedaba el viaje.

lunes, 10 de octubre de 2011

El viaje (y XI): Vuelta a casa.

Y ya, después de dos días de zarandeo por las pistas de asfalto sin líneas, lindes ni mucho menos mediana que son la gran mayoría de las carreteras rusas, había llegado el momento de dar por terminado nuestro periplo y volver a Moscú, rompeolas de todas las Rusias. Por una parte, ya había ganas de volver a casa; por otra, el viaje había estado bien, salir de Moscú siempre es un placer y, para acabar, era domingo por la tarde y los domingos por la tarde entrar a Moscú es una especie de suplicio interminable. El horario previsto de llegada era las ocho de la tarde, pero todos sabíamos que ese horario sólo se hubiera podido cumplir en un autobús volador, no en uno que fuera, como los otros tropecientos mil vehículos implicados en el mismo objetivo, sobre el asfalto.

Mi compañero de asiento, tras unos traguitos a sus reservas tácticas, se durmió plácidamente sobre el cristal, en una posición que le hacía serio candidato a una torticolis mortal en cuanto se despertara. Nada grave que no se pudiera curar con vodka, por supuesto.

Las dos tortis se acurrucaron mutuamente, y la guía, que vio el percal, decidió abandonar su verborrea y dar descanso a todo el mundo, ella incluida. El autobús inició la marcha, y al cabo de un rato bastante largo discurriendo entre bosques más o menos frondosos, llegamos a la altura de Ivánovo. Y dijo el conductor por el altavoz:

- ¿Nos metemos en Ivánovo o nos vamos por la circunvalación?

- ¡Vamos por Ivánovo! ¡Vamos por Ivánovo!

Esta vez, a diferencia del caso de la piedra azul, meternos en Ivánovo salió gratis. La guía comenzó a leer una hoja y a comentar cosas de Ivánovo, básicamente el año de su fundación (es de principios del siglo XIX), y la fama de su industria textil y de sus novias, por la desproporción entre la población masculina y femenina, que la han llevado a ser conocida como la ciudad de las novias. No dijo, eso sí, que la industria textil de Ivánovo está sumamente venida a menos por la competencia china y que la desproporción entre hombres y mujer en la ciudad se ha mitigado bastante y que, según la propia administración de la ciudad, apenas es un 6% a favor de las mujeres, lo que no es muy diferente a lo que ocurre en Rusia en general.

Entonces, la guía se calló. Se ve que su chuleta no daba para más.

Yo vi que pasábamos junto a la preciosa iglesia veterocreyente que me habían enseñado la primera vez que estuve por Ivánovo. Y la guía, muda.

Poco después, pasamos por la casa barco, que también me habían enseñado como una de las cosas más admirables del lugar. La guía seguía callada.

Finalmente, una de las pasajeras pleistocénicas chilló desde su asiento:

- ¡Cuéntenos algo de Ivánovo! ¿Es que no nos va a contar nada?

La guía no tuvo más remedio que hablar.

- Normalmente nuestra compañía no lleva Ivánovo, así que no estamos demasiado informados sobre la ciudad. Preferimos no dar información inexacta sobre la misma.

- Es que nunca pasamos por aquí - añadió el conductor.

Mientras tanto, íbamos pasando por la casa pájaro, la casa bala, y enseguida por la casa herradura. Estuve tentado de agarrar el micrófono y contar a mis compañeros de viaje (incluyendo al borrachín de vecino que tenía) algo sobre los lugares por los que íbamos pasando, pero me temo que la guía se lo hubiera tomado mal, y los guiris tenemos que ser muy cuidadosos, aunque sepamos sobre Ivánovo más que todos los demás pasajeros del autobús juntos, como seguramente era el caso. A la mínima, quedas de chulo y prepotente, hasta parecer que todos los españoles jugamos (o, sobre todo, trabajamos de entrenadores) en el Real Madrid. Y no es el caso, de verdad.

El objetivo de cruzar Ivánovo era mucho más prosaico, y consistía en dar al pasaje la oportunidad de parar en un gran almacén de textiles, no sé si conchabado con el personal de la agencia, a comprar algo. Les salió mal, porque nadie quiso bajar.

Tuvimos la comida en Suzdal, lugar por el que en esta bitácora no nos habíamos detenido todavía, cosa que quizá haya tiempo en otra ocasión para remediar. Pasamos por Vladímir, otra ciudad que está en el mismo caso que Suzdal, y allí fue donde se bajó la guía, que era de allí y que, esta vez sí, pasó los últimos veinte kilómetros contando cosas de la ciudad. A la que vi vacío el asiento de la guía, me dije que era la mía y dejé a mi vecino sin compañero de asiento. Hice bien, porque casi enseguida empezaron tres cosas: una tormenta del quince, un atasco de la misma magnitud y una película que el conductor, sabiendo lo que se nos venía encima, puso para entretener al pasaje y que se veía mucho mejor desde el asiento que ocupé. "Iván Vasilievich cambia de trabajo" (Иван Василиевич меняет профессию), un huésped muy habitual de los viajes (también lo pusieron en el tren de San Petersburgo la semana pasada) y una de las mejores comedias rusas de todos los tiempos.

Es curioso. En los autobuses de larga distancia, en España, lo normal es que te pongan la filmografía completa de Steven Seagal o de Jean Claude Van Damme. En los autobuses rusos siempre ponen comedias soviéticas de los años sesenta y setenta. Son muy buenas y a mí me gustan mucho, pero creo que las he visto más veces en los autobuses que en mi casa.

A nuestro destino, finalmente, llegamos a las doce menos cuarto. Un ligero retraso de nada. Sin despedirnos unos de otros más que con una inclinación de cabeza, los viajeros nos perdimos por las calles de Moscú en dirección a nuestras casas.

viernes, 7 de octubre de 2011

El viaje (X): Onomástica callejera

La mayoría de las guías turísticas de las ciudades del anillo de oro, y en general de las ciudades rusas históricas, me da a mí que hablan con bastante desprecio del período comunista. Digo guías, en femenino, porque la práctica totalidad son mujeres y porque en toda mi vida sólo me he encontrado con un guía masculino.

Decía que todas ellas, en sus relatos, me parece que tienen un deje anticomunista, lo cual es bastante comprensible. Trabajan en ciudades históricas, en las que la contribución del comunismo consistió, en buena medida, en la dinamita necesaria para cargarse buena parte del patrimonio histórico y sustituirlo por unos edificios feísimos e impersonales que no pasarán a la historia. Y los guías turísticos de las ciudades históricas se ocupan precisamente de narrar eso, la historia. Muchas veces te encuentras en una explanada en la que no hay nada, suelo mondo y lirondo, mientras la guía te explica las iglesias que había allí, su advocación y el año de su demolición para construir fábricas con los ladrillos obtenidos. Obviamente, a más fábricas, más proletarios; y, a menos iglesias, menos burgueses fascistas hez de la humanidad y enemigos de clase. Que a los fascistas las iglesias tampoco les hagan la menor gracia es un asunto molesto y secundario. El caso es cargarse iglesias. Claro está que sería mucho más bonito mostrar el templo en estado físico, y no en evocación del pasado, y por eso es fácil de entender que las guías sean personas bastante pías y algo rencorosillas con la dictadura del proletariado.

Porque así es. Entre los grupos de turistas hay gentes de todo pelaje, y en mi grupo, sin ir más lejos, teníamos un presunto alcohólico con aspecto de aparatchik bolchevique; un par de lesbianas de libro; una mayoría de gente a quienes la religión ni fu ni fa, y un católico que sistemáticamente se santiguaba al revés a la entrada y salida de los templos que visitábamos. Sin embargo, las guías nunca dejaban de santiguarse, a la ortodoxa, es decir, primero hacia la derecha, ni de cubrir pudoosamente su cabeza, como mandan las normas, ni incluso de rezar o de colocar alguna vela durante la propia visita turística.

Uno pensaría, pues, que en dichas ciudades predomina un pensamiento reacio al comunismo y a lo que significó. Ello choca, sin embargo, con la nomenclatura urbana.

Yo vengo de un país, y de una ciudad, y hasta de un pueblo, en donde, a principios de los años ochenta del pasado siglo, coincidiendo con la victoria de los partidos de izquierda en las elecciones municipales, se cambiaron los nombres de las calles de manera radical. La plaza del Caudillo de Valencia pasó a ser, no su nombre anterior (plaza de Emilio Castelar, respetado político del último tercio del siglo XIX), sino la plaza del País Valenciano, nombre que da escalofríos a buena parte de los valencianos y que afortunadamente fue cambiado, cuando las elecciones las ganaron las derechas, por el mucho más objetivo de plaza del Ayuntamiento (que precisamente está allí), y que posiblemente durará bastante más. Otros calles pasaron de recordar a próceres de la guerra civil y del franquismo a recordar a próceres del otro bando, en una especie de bandazo onomástico. En mi pueblo, que no habia crecido durante la Dictadura como lo había hecho Valencia, el alcalde, comunista él, se limitó a borrar los nombres de "general Aranda" y "general Mola", y algún otro al que se cepillaron sus abuelos, y recuperar los nombres tradicionales. La única calle destacada que había aparecido, la gran vía de José Antonio, sí que pasó a ser la gran vía del País Valencià, y así sigue, esperando el día en que las izquierdas pierdan la alcaldía.

En Rusia, básicamente, los nombres de las calles han permanecido inalterados. Sólo dos ciudades, Moscú y San Petersburgo, recuperaron los nombres tradicionales de las calles, los existentes antes de 1918. Así, en Moscú, Kalinin, Gorki, Nogin, Marx, Engels o Herzen desaparecieron del callejero moscovita, que recuperó sus nombres de siempre. Lenin continúa, sobre todo porque la avenida que lo conmemora apareció mucho después de 1918 y no tenía denominación histórica. Bueno, y porque Lenin es Lenin.

En otros lugares, en cambio, todo continuó igual: las calles Lenin, Gorki, Sovietskaya, Internatsionalnaya, Kommunistícheskaya o Komintern se encuentran en casi todas las ciudades históricas. Y no por falta de nombres históricos, que existían, sino porque nadie los cambió.

En Plios, paseando en dirección al museo Levitán, y habiendo captado que la guía tampoco se deshacía en elogios hacia las autoridades revolucionarias, decidí abordar el tema, tanto más cuanto que la señora citaba constantemente, junto al nombre oficial de la calle, el histórico.

- ¿Y nadie ha pensado en recuperar los nombres históricos?
- ¿Los históricos?
- Sí ¿La gente está de acuerdo con los nombres actuales de las calles? ¿Nadie los quiere cambiar por los que había?

Ésta es una pregunta delicada para que la haga un extranjero, así que hay que usar el mayor tacto posible.

- Verá. Yo creo que la gente estaría de acuerdo.
- ¿Y no lo hacen?
- El asunto se trató en una reunión municipal.
- Aquí, además, no serán muchos. Será sencillo tomar un acuerdo.
- Es que entonces salió la cuestión de quién pagaba eso.
- ¿Las placas?

No me parecía un obstáculo demasiado oneroso, la verdad.

- Las placas... no tanto las placas.
- ¿Entonces?
- Es que tendríamos que registrar todos nuestras casas con el nuevo nombre de la calle, y habría que pagar las tasas de registro, y eso nos saldría muy caro y nadie quería.

La verdad es que debería haberlo supuesto. Don Quijote y Sancho topaban con la Iglesia. Los rusos topan con la burocracia.

con la Iglesia, al menos, se sabía de dónde te podían venir los capones. Con la burocracia es peor: te puede venir de cualquier sitio; lo único seguro es que te vendrán.

miércoles, 5 de octubre de 2011

El viaje (IX): Plios

El programa del viaje decía que tardaríamos una hora en llegar a Plios. Quienquiera que lo redactara es evidente que jamás había hecho antes el viaje, porque de dos horas no bajó, y eso que el tránsito era la mar de fluido (sí, fuera de Moscú los atascos se desvanecen).

Plios es un lugar tranquilo, con unas vistas preciosas sobre el Volga. Por una vez, no lo fundó Yuri Dolgoruky, que parece que haya fundado más ciudades que Alejandro Magno. Fue fundado por Demetrio I, un zar semidesconocido y poco recordado, y cuyo único busto en Rusia se encuentra, precisamente, en Plios.

Eso de estar situado en una posición estratégica, junto al Volga, le vino bien a la población, que se fue desarrollando poco a poco, incluyó una fortaleza por si las moscas y los tártaros, y se convirtió en un lugar rico, con unos comerciantes bastante forrados.

En esto, llegó el tren, pero no a Plios. Llegó a Kíneshma, unas cuantas verstas más allá, y los comerciantes de Plios, primero poco a poco, y más adelante en masa, hicieron mutis por el foro y se trasladaron a Kíneshma a disfrutar del ferrocarril. Plios sufrió una especie de choque, y sus 2.500 habitantes se redujeron con velocidad, hasta que fue capaz de encontrar una alternativa económica para su subsistencia.

Esta alternativa consistió en el turismo. Además de estratégicamente situada y esas zarandajas, Plios es bonito, tranquilo y en verano incluso puede hacer buen tiempo. Los ricachones de Moscú se fueron dando cuenta y así es como Plios corrió de boca en boca como lugar de moda en los veranos de la segunda mitad del siglo XIX.

Además, llegó Isaac Levitán. Levitán era un pintor paisajista de, precisamente, la segunda mitad del siglo XIX, que pasó varios veranos en Plios y pintó bastantes cuadros. Lo más fácil ha sido reproducir alguno de ellos para ilustrar esta entrada sobre Plios, pero resulta que Levitán no era un pintor realista, y sus paisajes no están tomados literalmente del mundo real, aunque pueda parecerlo, sino que se los inventa él a base de cachos que va tomando de aquí y de allá. Muchos cachos los pilló de Plios y, de hecho, uno de los atractivos turísticos de Plios consiste en la casa-museo de Levitán, de quien hablan y no paran las guías turísticas que conducen por el pueblo las excursiones.

Sea como fuere, el pueblo sigue teniendo, hoy día, 2.500 habitantes, como a principios del siglo pasado. Sigue siendo muy chulo y muy tranquilo, con algunas dachas construidas con mucho dinero, y no estoy tan seguro de que haya sido con tanto buen gusto como dinero, y con una curiosidad que me venía rondando la cabeza y que iba teniendo muchas ganas de preguntar a algún lugareño: ¿Por qué las calles de las ciudades rusas antiguas, excepto en Moscú o San Petersburgo, mantienen los nombres con que las rebautizaron los bolcheviques?

La pregunta me venía rondando a la cabeza desde hacía algún, y ya iba siendo hora de formularla, ya lo creo.

lunes, 3 de octubre de 2011

El viaje (VIII): Monasterio de San Hipatio


Sinopsis: Viene de aquí (y de las entradas antecesoras a ésa), y narra un viaje ocurrido este verano por varias ciudades del Anillo de Oro.

El monumento más impresionante de Kostromá es el monasterio de San Hipatio (Иратиевский монастырь, en vernáculo), que además tiene la gran ventaja de que no fue demasiado dañado durante el período comunista. Digo que no fue demasiado dañado, aunque más correcto sería decir que no fue dañado demasiado tiempo. En realidad, el monasterio, empezando por la impresionante catedral de la Trinidad, fue transformado el viviendas para obreros, hasta que un historiador del arte un poco mejor conectado que otros muchos que trataron de hacer algo consiguió convencer a las autoridades de que el hecho de que se estuviran echando a perder unos frescos del siglo XVII no iba a redundar en beneficio del prestigio de la revolución mundial.

De esta manera, la catedral de la Trinidad fue restaurada ya durante el período bolchevique. Con el tiempo, fue devuelta a la iglesia, y hoy está en servicio felizmente y tiene el mismo aspecto lozano de toda la vida. Las fotos que sacó Gilyarovsky a principios del siglo XX y las que saqué yo a mitad de agosto sólo se diferencian básicamente en que las mías son en color. Bueno, y alguna columna que ha cambiado de sitio, tras alguna profanacioncilla de ésas a las que tan aficionados eran los ateíllos militantes.







A la entrada del templo, en la foto con la que comienza esta entrada, figuran unas letras que me costó muchísimo descifrar y que tienen una historia parecida a la del escudo de la ciudad. Ambos signos traen su origen del mismo suceso, y es que en 1777 Catalina II, emperatriz rusa a la sazón, pasó por Kostromá por barco y, queriendo hacer un regalo a la ciudad, le concedió que su escudo fuera una imagen del navío imperial. Y así quedó la cosa, y por eso el pabellón que enarbola el barco del escudo es la misma águila bicéfala que llevan en su escudo los monarcas rusos desde que Iván III se casó con Sofía Paleólogo, sobrina del último emperador romano de Oriente, Constantino XII (u XI, según las fuentes).

Lo de las letras me costó algo más. Yo esperaba alguna alusión religiosa a las puertas de un monasterio, como JHS, o algo así, y no sabía que hacer para descifrar aquello. A mí me pareció que ponía JE, y como el nombre de Jesús empieza por ahí, pensé que sería algo relacionado, pero supongo que las emperatrices precursoras de la violencia de género están por encima de esas minucias. En realidad, las letras son IE, y no quieren decir "Internet Explorer", sino Imperatritsa Ekaterina.

Y así fue como nos fuimos despidiendo de Kostromá. Es lástima, porque hay muchas historias que se me quedan en el tintero, y a pesar del poco tiempo que nos tuvieron allí y de la extrema velocidad de las visitas relámpago a ciudades rusas. Al igual que el día anterior en Rostov, da la impresión de que en la ciudad hay muchas más cosas que contar, y de que más valdría un poco de más sosiego y un poco menos de compras. Porque, sí, en estos viajes una parte fundamental es la de dar tiempo libre a los viajeros (a las viajeras, para ser estricto) para que adquierean productos de la artesanía popular local. Como mis intereses de alégico al polvo están muuy alejados de la artesanía popular y de todo tipo de cachivaches que sé que no utilizaré, la consecuencia es me dediqué a dar vueltas por las inmediaciones mientras mis compañeras de viaje ponían a prueba la paciencia de las vendedoras de textiles del mercadillo más próximo al monasterio.

Pero, en fin, las historias que se quedan en el tintero tocarán en otro momento. Ahora salimos de Kostromá en dirección a un pueblo con fama de pintoresco: Plios.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El maestro de las sombras

Pasear por la isla Vasilievsky, cosa que en mis anteriores diecisiete visitas a San Petersburgo había hecho en contadísimas ocasiones, ha resultado una experiencia de lo más gratificante, además de llena de sensaciones, como la que me llevé al acercarmen a la casa cuya fotografía ilustra esta entrada.

Ya sabemos que placas, en Rusia, hay muchísimas (¿verdad? 1, 2 y 3). La mayor concentración de placas se encuentra probablemente en San Petersburgo, donde hay muchísimo que conmemorar, como, por ejemplo, en esta casa, en la que sucesivamente habitaron dos de los monstruos pictóricos más grandes que ha dado este bendito país.

Dice la placa de la izquierda: "En este edificio vivió y trabajó de 1869 a 1887 el destacado pintor ruso Iván Nikoláevich Kramskoy." Y reza la de la derecha: "En esta casa vivió y trabajó de 1897 a 1910 el destacado pintor ruso Arjip Ivánovich Kuindzhi". La casa debió gustarles a ambos, porque el año final de su estancia allí es, igualmente, el año de su muerte. Es curioso que dos de los pintores rusos que más me gustan, y eso que son totalmente diferentes, vivieran -¡y murieran!- en el mismo edificio.

Como de Kramskoy ya tocó hablar en su día, ahora toca hacerlo de Kuindzhi. A diferencia de Kramskoy, que es un retratista no superado, Kuindzhi es un paisajista. Y menudo paisajista. Como se ve, el apellido no acaba en "ov", ni en "sky", ni en "enko", por lo que ya se puede percibir que el señor era algo extraño. De hecho, era griego de origen, de esos griegos que se habían establecido en la ribera del Mar Negro, y allí estaban cuando el kanato de Crimea y el Imperio Otomano tuvieron que salir de allí empujados por los rusos a finales del siglo XVIII. De joven, las pasó canutas, se quedó huérfano, tuvo que trabajar de lo que pudo, y salió adelante a base de esfuerzo y de currárselo, con un viaje a San Petersburgo a buscarse la vida incluido.

Mi primera impresión de Kuindzhi se produjo en la galería Tretyakov y fue nada menos que el cuadro que queda ahí abajo: "Noche de luna junto al río Dniéper". Me quedé parado no menos de un cuarto de hora. Bueno, la verdad es que no tengo ni idea de cuánto tiempo me tiré delante del cuadro.


Hay paisajistas rusos muy buenos, cierto; pero Kuindzhi era diferente. Es el maestro de las tinieblas (como Ozzy Osbourne, vale, pero en otro sentido). Un tío que hace hablar a las sombras como nadie hasta entonces.

En San Petersburgo, que es como decir en la Rusia del siglo XIX, había dos, digamos, organizaciones pictóricas: la Academia, arte oficial y conservador, y los Itinerantes, unos artistas jóvenes y bohemios que se habían hartado de los corsés académicos e iban a la suya, pero en grupo. Kuindzhi pasó por la Academia, pasó por los Itinerantes, fue por su cuenta, vendió cuadros como churros, se hizo rico... y se convirtió en profesor en la Academia, donde su forma de enseñar no sé si acababa de convencer a otros profesores, y en particular a otro de los grandes paisajistas rusos, Iván Shishkin, con el que no parece que se llevara muy bien y que, al menos en mi opinión, queda muuuuuy lejos de Kuindzhi.

Al llegar a la Academia como profesor, y con la vida resuelta materialmente, Kuindzhi dejó de exponer hasta su muerte, pero parece que no de pintar. Tras diez años largos sin noticias suyas, demostró que se acordaba de tomar los pinceles y sacó a la luz una nueva versión de "El bosque de abedules". Y no, no se había olvidado de pintar.


En San Petersburgo no he tenido suerte con Kuindzhi. Varias de sus obras están expuestas en el Museo Ruso, y en mi primera visita al mismo las busqué por todos los sitios. Ni una. Al final, haciendo acopio de valor (el que conozca a las cuidadoras del Museo Ruso ya sabrá por qué lo digo), me acerqué a una cuidadora y le pregunté por las obras de Kuindzhi. Resultó que estaban en una exposición fuera de la ciudad. Sólo las pude ver un par de años después, en otra visita que hice y en la que, por desgracia, tuve que ir un poco al trote.

Tampoco este año he tenido mejor suerte. Dando la vuelta a la casa en la que vivieron Kramskoy y él, me topo con una pequeña placa: "Piso museo de A. I. Kuindzhi". Alborozado, sigo los recovecos y las indicaciones hasta llegar a la entrada, en la que me encuentro con el siguiente cartel.


Un museo, pues, que sólo abre los miércoles, sábados y domingos de 12 a 17. No me podía venir peor, así que tendrá que quedar para otra ocasión, si Dios me la da.

¿Por qué? Pues porque el viaje a San Petersburgo se termina. Me he enterado de que ayer el Real Madrid, afortunadamente para los granotas que echamos de menos a la familia, goleó al Ajax, así que supongo que Fadrique estará contento y habrá olvidado la primera derrota de su equipo en Liga. Porque, joroba, mira que hay equipos para ganarles, y tenía que tocarle al Levante.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El viaje (VII): Iván Susanin

El monumento (a Iván Susanin) es una columna de granito que se eleva sobre un pedestal del mismo material y está coronada con el busto del zar Miguel Fedorovich; a los pies de la columna hay una figura de bronce de Susanin, rezando de rodillas; el pedestal está adornado con bajorrelieves e inscripciones; en la columna están los escudos de Rusia y de la gobernación de Kostromá.

Para recordar quién era este Iván Susanin, hay que echar la vista atrás a alguna de las entradas de este verano y situarnos de nuevo en los albores del siglo XVII, concretamente en 1612. Los falsos demetrios, ladroncillos y todo tipo de pretendientes a cual más estrafalario pululaban por Rusia, al igual que las patrullas polaco-lituanas de Segismundo Vasa, que había tomado Moscú y aspiraba a coronarse como zar. Moscú había sido liberada por el ejército popular de Minin y Pozharsky, y la asamblea que se reunió había elegido como zar a un jovenzuelo de quince años, Miguel Románov, pariente lejano de los Rúrik y que residía, en el destierro, en Kostromá. Sus padres habían sido obligados a entrar en religión para quitárselos de enmedio, y así se daba la circunstancia de que Miguel Románov era hijo de un cura y de una monja, como decía la leyenda urbana que sucederá con el Anticristo.

Los demetrios, a esas alturas, estaban de retirada, pero no los polacos. Segismundo Vasa envió a un importante destacamento a Kostromá para decirle a ese Miguel Románov, adolescente imberbe, quién era el zar de Rusia. En aquel tiempo, y aun hoy, a las tierras de Kostromá, entre otras, se las llama "Zalessky", es decir, tierras tras el bosque. Y es que, efectivamente, por madera no será, y los bosques de la zona, lo que es densos, siguen siéndolo a base de bien, y los incendios del año pasado no han hecho nada por paliarlo, porque no fueron por allí.

Los polacos, que no debían andar sobrados de mapas ni de brújulas, preguntaron a un lugareño por dónde dar con el zar electo. El lugareño era un tal Iván Susanin, que les hizo de guía por un atajo que decía conocer. El atajo debía existir, pero no conducía a Kostromá, ni al escondrijo de Miguel Románov, sino directamente al otro mundo, porque de los polacos, ni de Iván Susanin, volvió a saberse nunca nada más. Al menos de cuerpo presente, porque, desde entonces, Iván Susanin es considerado en Rusia como el prototipo de enteradillo que dice que sabe por dónde ir a los sitios y, en realidad, no da una. Seguro que todos conocemos a alguno...

Sea como fuere, Miguel Románov se salvó y se convirtió en zar. Y, andando el tiempo, en Kostromá se erigió un monumento al héroe local. Vemos la foto de los tiempos de Gilyarovksy.



Y la foto que saqué yo el otro día.



Obviamente, la diferencia entre ambas son los cables y semáforos que hay por todos los sitios, y el monumento a Susanin. Los comunistas no tenían nada contra Susanin, que era un campesino proletario y que, de haber vivido en otros tiempos, se hubiera unido naturalmente a la revolución; pero en ese monumento aparecía en actitud servil ante el primer Románov, el primer sujeto reinante de esa dinastía tenebrosa y autocrática. Abajo, pues, con el monumento. Doce metros de columna fueron enterrados por allí, y la plaza se quedó vacía.

Como no era cosa de ofender a Susanin, los comunistas elevaron a pocos metros de allí otro monumento a Susanin, esta vez sin zar, que continúa hoy día mirando al Volga.

Entretanto, en la plaza de Kostromá hay una pirámide sobre la que se ha pintado el antiguo monumento. Al parecer, los trozos de la columna de mármol se podrían recuperar y hay quien piensa en restaurar el monumento como estuvo siempre con motivo del cuarto centenario de los Románov, que, como quien no quiere la cosa, es dentro de dos años.

A ver a quién traen para celebrarlo, porque, lo que son los descendientes actuales de los Románov, no parece fácil que se pongan de acuerdo para nada, cuánto menos para juntarse en Kostromá. Pero ésa es otra historia, que habrá que contar a su debido tiempo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El viaje (VI): El kremlin de Kostromá

Seguimos con el viaje a Kostromá, comparando las impresiones que produjo a Gilyarovsky en 1908 con las que produce al viajero actual después de que el tsunami bolchevique pasara por ella. Dejemos, de momento, la palabra a Gilyarovsky.

En el lugar más elevado de la orilla del Volga está situado el Kremlin, con dos catedrales.

Del kremlin de Kostromá no queda ni rastro. Poco después de la visita de Gilyarovsky tuvo lugar un acontecimiento que todavía se recuerda en la ciudad: el tercer centenario de la dinastía de los Románov, en 1913. Kostromá, como veremos más adelante, es una ciudad sumamente monárquica y muy vinculada a la dinastía Románov, por lo que el mencionado tercer centenario fue celebrado con todo boato y, de hecho, hoy es el día en que estamos en vísperas del cuarto centenario y ya están los preparativos en marcha.

A partir de 1913, se empezó a trabajar en la construcción de un monumento a la dinastía entonces felizmente reinante, pero las cosas, a partir de 1914, cambiaron mucho. La dinastía seguía siendo reinante, pero ya no tan felizmente y, con el tiempo, cada vez más impopular. Cuando, en febrero de 1917, la dinastía dejó de ser reinante, del monumento a los Románov sólo se había construido el pedestal; eso sí, menudo pedestal.

Las nuevas autoridades bolcheviques no le hicieron mucho caso, de momento, al monumento frustado; pero llegó la muerte de Lenin en enero de 1924 y, con ella, una proliferación brutal de estatuas al querido líder. En Kostromá, las autoridades locales decidieron aprovechar el pedestal del monumento inconcluso y es así como, en la foto de arriba, tenemos a Lenin sobre un pedestal que recuerda a una iglesia y en una pose que recuerda más a un líder fascista brazo en alto que al jefe del proletariado mundial.

Con lo cual, en pleno centro de la ciudad, teníamos la estatua de Lenin, lugar donde los bolcheviques se agrupaban con motivo del 1 de mayo para hacer avanzar la revolución mundial. Al lado mismo estaba el kremlin, con sus dos catedrales y un número notable de iglesias. Es más, algún año la pascua ortodoxa (que puede, y suele, caer más tarde que la católica) hizo coincidir las procesiones pascuales y las manifas rogelias del 1 de mayo. La tiniebla rancia y zarista coincidiendo con la libertad, igualdad, fraternidad y buen rollo comunista ¡Qué vergüenza!

La solución final de las autoridades municipales es la que puede suponerse, y consistió en aumentar el espacio dedicado a las manifas seudosindicales del primero de mayo y en la demolición del kremlin de Kostromá. Con lo cual hoy día tenemos la estatua del jefe y una enorme explanada en desuso casi constante, salvo concierto de artistas muy, pero que muy acabados (me dicen, por cierto, que Bryan Ferry se une al grupo de artistas acabados; además de Britney Spears, que ya lo estaba) o discomóvil de pueblo.

Aunque la ciudad, actualmente, no se distingue por un urbanismo demasiado ordenado, se ve que progresa en este aspecto, construyendo poco a poco bellos edificios.

Pues a mí me moló...

Y si la ciudad no dispone de algunas comodidades de las que exige la civilización contemporánea, la culpa es del extremadamente modesto presupuesto municipal. La ciudad también avanza con pasos rápidos a satisfacer las necesidades espirituales de su población, de modo que últimamente se ha enriquecido con muchas instituciones ilustradoras: un instituto medio mecánico y un instituto primario químico, la sala de lectura Pushkin, una pensión para la nobleza, un instituto y varios más. En la ciudad hay varias sociedades filantrópicas, círculos artísticos y otras instituciones semejantes. Hay también un teatro permanente.

La industria de la ciudad se encuentra a un nivel de desarrollo mayor que el comercio. Hay aquí varias fábricas textiles, molinos de harina de vapor y otras fábricas. Se considera que las fábricas más significativas son la «Sociedad fabril del lino Zolotýkh» y la «Nueva sociedad fabril de Kostromá», que dan trabajo a alrededor de cinco mil obreros.

Los monumentos de la ciudad son sus iglesias, monasterios y el monumento a Iván Susanin.


Bueno, como esto merece entrada aparte, y se hace muy tarde, lo dejo para la próxima, que merece la pena. Además, hablar de Iván Susanin nos dará pie a volver a aquellos tiempos anárquicos de los albores del siglo XVII, en que los impostores y falsos demetrios abundaban por este lado del planeta.

miércoles, 31 de agosto de 2011

El viaje (V): Retomando a Gilyarovsky

Unos cuantos chupitos después, mi alcohólico compañero guardó sus enseres tintineantes, reclinó su cabeza sobre el cristal y se quedó dormido. El autobús avanzaba sin mayor novedad hacia nuestro destino, Kostromá, al que llegamos algo después del horario previsto, lo que nos obligó, como durante todo el día, a adaptar el guion a las necesidades del grupo. Siempre con prisas.

En Kostromá, el Volga es un río muy ancho. El centro de la ciudad se encuentra en la parte opuesta del río, y hacia allí que nos fuimos. Pero, al citar el Volga, ha llegado el momento de recuperar a Gilyarovsky, ese intrépido periodista viajero que en 1908 había escrito el libro de viajes que me acompañaba. Aproveché para echarle una nueva ojeada antes de comenzar a ver cosas, y en ello reparó mi vecino, que debía estar todo lo malhumorado que puede estar un borrachín graciosillo cuando le toca por compañero un tipo sosainas a más no poder y, lo que es peor, sobrio.

- ¡Huy, si ha comprado un librito! - dijo con un tonito de adolescente chuleta.

Como los libros no se beben, es indudable que mi vecino hubiera empleado de otra manera el importe de su adquisición; pero, como sin duda los lectores de esta bitácora son de natural culto, mejor será pasar a leer lo que dice Gilyarovsky de Kostromá.

En la confluencia con el río Kostromá se encuentra la ciudad de Kostromá, que se extiende por la margen izquierda del Volga y está comunicada con Yaroslavl por una línea ferroviaria con una estación en la orilla opuesta, a donde llegan los barcos de vapor.

Eso sigue ocurriendo. Entrentanto, sin embargo, la ciudad también se ha desarrollado por la margen derecha, donde sigue estando la estación de tren. En el plano de arriba tenemos el plano de Kostromá en 1781, por lo que, obviamente, no había tren.

Sí que lo hay, en cambio, en plano de la izquierda, que corresponde a los tiempos de Gilyarovsky y en donde también se distingue la ubicación del monasterio Ipatievsky, el principal monumento de la ciudad. Lo que no hay es ningún puente.

No hay un precio fijo para los cocheros. Normalmente se suele cobrar de la estación a la ciudad 75 kopeks en verano (el precio del barco que atraviesa el Volga por cuenta del cochero); en invierno son 50 kopeks; dentro de la ciudad, 20 kopeks; desde el muelle, de 30 a 35 kopeks; por hora, 60 kopeks.

Claro, en invierno es más barato porque el Volga se congela y no hace falta barca para cruzarlo. Hoy día ya no hay barca, porque se han construido dos puentes sobre el Volga; uno es ferroviario y el otro para el tráfico rodado y peatonal, pero cada puente mide un kilómetro de principio a fin.

Hoteles: «Moskovskaya», en la calle Pavlovskaya; «Kostromá» y «Severnaya», en la plaza Voskresenskaya; «Passage», en la plaza de Susanin. Las habitaciones cuestan a partir de un rublo por día.

Ninguno de esos hoteles subsiste actualmente, al menos no con esos nombres; pero, sobre hoteles, me reservo para la próxima entrada.

Kostromá parece como si se extendiera por la orilla menos elevada del Volga; desde el río es muy pintoresca. Rodeada de huertos, sorprende al observador por su extraordinaria extensión. Sobre un fondo verde brillan cúpulas multicolores o pasa la mirada por los tejados de las casas. La ciudad asombra por su estructura antigua: en el medio se encuentra la plaza de Susanin, y en todos los sentidos a partir de ellas, radialmente, se van alejando calles rectas. Dicha plaza empieza a partir del mismo muelle, y en la misma se erigió un monumento a Iván Susanin.

La estructura no ha variado gran cosa desde 1908. En el mapa contemporáneo se ven los dos puentes y cómo la ciudad ha ocupado también la margen derecha del Volga, donde, de hecho, estaba nuestro hotel.

En cuanto al monumento a Iván Susanin, es cosa que toca relatar otro día. Kostromá fue completamente destruida mediado el siglo XVIII, y dice la leyenda que Catalina II, discutiendo con sus arquitectos, echó su abanico abierto sobre la mesa y les dijo que el plan de la nueva Kostromá debía ser precisamente ése. Y efectivamente, Kostromá recuerda a un abanico, si bien la plaza recibe el nombre de "Skovorodka", que, en castellano, significa "sartén". Son formas de verlo.

¿Es posible, pues, que setenta y cinco años de comunismo totalitario hayan pasado por Kostromá como si tal cosa, sin afectar a la estructura de la ciudad? ¿Acaso hubo aquí un respeto escrupuloso por el patrimonio histórico, a diferencia de otros lugares como Yaroslavl, Tver, Moscú y muchísimos más que no han aparecido (todavía) en esta bitácora?

Pues claro que no. Pero lo que pasó con buena parte del patrimonio histórico tocara otro día, que hoy se hace tarde.

lunes, 29 de agosto de 2011

El viaje (IV): Comiendo en Rostov

Pues señor, finalmente llegamos a Rostov con un notable retraso sobre el horario previsto, prueba fehaciente de que el supuesto adelanto que nuestra guía había querido eliminar no era tal. El autobús paseó por los alrededores del famoso kremlin de Rostov, donde ya había estado yo más de una vez y hasta más de dos, y finalmente nos dejó junto a un hotel, en cuyo restaurante había contratado la comida la agencia de viajes.

Rostov es una pequeña ciudad de unos, oficialmente, algo más de treinta mil habitantes, pero tengo mis sospechas sobre esta cifra. Ya serán menos. Es sabido, y los sucesivos censos no hacen más que corroborarlo, que Rusia se despuebla más rápido de lo que pueda parecer, y que los intentos del Gobierno de revertir esta tendencia aún no dan el menor resultado, no sé si por inadecuados, o porque no es tarea de cuatro días y falta bastante para notar sus efectos. El caso es que, salvo Moscú, cuya población aumenta sin parar, la práctica totalidad de las poblaciones rusas ve decrecer su población.

Rostov fue sede metropolitana (que equivale a nuestro arzobispado) de la región hasta final del siglo XVIII, y a esta circunstancia debe casi toda la arquitectura antigua que conserva, incluidos los distintos monasterios y el kremlin, que en realidad no es tal, y no se conoció por este nombre hasta hace relativamente poco tiempo; su función era la de residencia del metropolitano, el más destacado de los cuales fue Jonás Sysoyévich, que a partir de 1680 hizo construir, en muy poco tiempo, una ciudadela de cuento de hadas cuando la construcción de fortalezas del tipo kremlin era innecesaria y no cumplia ya ninguna función militar, lo que recuerda las locuras de Luis II de Baviera y sus castillos medievales a finales del siglo XIX. El caso es que, con el tiempo, Yaroslavl se llevó la sede episcopal, el kremlin de Rostov quedó vacío y, como toda vivienda deshabitada, empezó a resquebrajarse. Tuvo que ser restaurado varias veces, primero por el sector privado, un grupo de ricos comerciantes de la ciudad que se pusieron manos a la obra; y luego, por el sector público, después del huracán de 1953. Entretanto, los bolcheviques, siempre tan solícitos con el patrimonio histórico, hicieron servir de almacén la mayoría de las iglesias del kremlin. Prefiero no recordar en qué estado se encuentran los frescos del siglo XVII.

Entramos en el restaurante del hotel. Lo bueno de los viajes organizados es que no tienes que pedir nada: la agencia lo ha hecho todo, las camareras saben lo que tienen que traer y ni siquiera hay que esperar apenas entre primer y segundo plato, porque ya han tenido tiempo de prepararse. Otra cosa buena, para mí (pero, visto está, no para más de uno) es que de beber ponen agua o como mucho algún zumo. Lo malo, sin embargo, es que bien puede ser que a alguien le apetezca algo más, en particular, algo más de beber. En este caso, frecuente entre rusos, queda feo levantarse y pedir algo.

En mi mesa se encontraban también las dos ancianas pleistocénicas y mi inefable vecino de asiento. Tras desearnos buen provecho, pusimos manos y mandíbulas a la obra, dimos buena cuenta de una ensalada compuesta de un entramado de patata y mayonesa, y luego de una cazuelilla de carne que estaba buenísima. De beber, agua, cosa con la que estábamos conformes tres cuartas partes de los comensales de la mesa.

No así mi vecino. Miró a su derecha, miró a su izquierda, tomó su vaso, lo medio ocultó entre sus piernas, sacó del bolsillo de su chaqueta una petaca y escanció un líquido que, aunque incoloro, con toda certeza no era agua. Repitió la operación un par de veces, ante la indiferencia del resto de la sala, que bastante tenía con dar buena cuenta de la comida, y ciertamente pareció algo más dichararero de lo que había entrado en el restaurante. Lo que hace saciar -o paliar, al menos- la sed.

La visita a Rostov fue vista y no vista, lo cual es también uno de los defectos de los viajes organizados. Yo ya sé que Rostov, kremlin aparte, tiene unos soberbios monasterios, y un precioso paseo por el lago Nero; también sé que, incluso dentro del kremlin, no lo vimos todo ni mucho menos; pero el tiempo apremiaba, y más tras el episodio de la piedra azul, y así nos quedamos sin ver algunas cosas que para mí no eran gran pérdida, pues ya las había visto en mis anteriores visitas; pero mis compañeros de viaje se veía que era la primera vez que pasaban por allí.

Subimos de nuevo al autobús para dirigirnos a la siguiente etapa, y objetivo personal de mi viaje: Kostromá. Mi vecino, como tenía por costumbre, subió el último, haciéndome levantarme y cederle el paso. Esta vez, antes de pasar, tomó su pequeña bolsa de viaje del portaequipajes superior.

Al moverla, se oyó un tintineo en su interior que me indicaba, y bien claro, que ropa no llevaba apenas, salvo que se vistiera con cristales.

- ¿Cuánto han dicho que tardaremos en llegar a Kostromá? - preguntó.
- Creo que hora y media.
- Pues hay que tomar fuerzas para un viaje tan largo.

Y, uniendo la acción a la palabra, sacó la petaca, acabó con su contenido, lo rellenó con lo que llevaba en la bolsa y, a falta de comida, sacó una bilitrona, no sé si de kvas o de cerveza, se la empinó con ánimo y posiblemente redujo en no menos de medio kilo el peso de la bolsa.

Hora y media, y un viaje tan largo.

Una vez más, cualquier excusa es buena.

viernes, 26 de agosto de 2011

El viaje (III): La piedra azul

En los albores de la Historia, antes de la llegada de las tribus eslavas a lo que hoy conocemos como Rusia Central, y más concretamente a la región que rodea el lago Pleschéevo, la población local estaba compuesta por tribus paganas ugrofinesas, cuyos cultos religiosos no son bien conocidos, pero entre los que destacaba el que realizaban a una enorme piedra de unas doce toneladas de peso que, según la leyenda, habían traído desde su emplazamiento original. La piedra era de color gris oscuro, pero, tras las lluvias, mientras estaba húmeda, parecía ser de color azul, y de ahí se le quedó el nombre.

La llegada de las tribus eslavas desplazó a los originarios habitantes ugrofineses a donde aún hoy habitan, en las regiones del norte. Los ugrofineses, por mucho aprecio que le tuvieran a la piedra, decidieron dejarla allí con sus doce toneladas y salir por piernas y a la ligera antes de que fuera demasiado tarde. Suponemos que los eslavos, tan paganos como los ugrofineses, se encontraron con la piedra azul y decidieron hacerla, igualmente, objeto de su culto.

A partir del año del Señor de 988, San Vladimiro, príncipe de Kíev, se convierte al cristianismo y con él todos sus estados, región del lago de Pleschéevo incluida. Siglo y pico después, a sus orillas, Yuri Dolgoruky, conocido por sus fundaciones diversas, fundó la ciudad de Pereslavl-Zalessky, junto a la que pronto surgieron varios monasterios y, algunos decenios después, incluso uno de los santos más conocidos de la ortodoxia, San Alejandro Nevsky.

Pero eso no puso fin al culto a la piedra azul. Como es sabido, una cosa es que el cristianismo abomine de las supersticiones, y otra muy distinta que los cristianos lo hagamos, por incorrecto que sea; si a eso juntamos que los rusos, entonces y ahora, son supersticiosos en gran medida, y le añadimos cierta persistencia de un poso pagano más o menos latente, tenemos que las celebraciones junto a la piedra azul continuaron con aproximadamente la misma frecuencia que antes, y que los habitantes de las orillas del lago creían a pies juntillas -y siguen creyendo hoy- que la piedra tenía propiedades curativas.

Los buenos monjes del monasterio de San Borís y San Gleb no dejaban de decir al pueblo que, en realidad, lo que habitaba en la piedra azul eran fuerzas impuras, pero ni así lo alejaba de la piedra. A principios del siglo XVII, durante los tiempos confusos en los que surgieron los falsos demetrios que fueron objeto de una serie anterior en esta bitácora, la piedra fue sumergida en el lago Pleschéevo. Quieren algunos que fue el zar Basilio IV el que ordenó arrojarla al lago desde las alturas del monte en cuya cima se encontraba; otros creen que fue el monje Onofre, por indicación de San Irenarco de Rostov, el que la hundió. Si fue así, el tal Onofre debía ser un tipo como para no enfadarse con él, por muy monje que fuera y por si acaso.

Sea como fuere, pasaron algunos años y la piedra surgió del fondo del lago como si tal cosa y, poco a poco, fue acercándose a la orilla y asomando la puntita, sin que se sepa bien cómo pudo pasar eso. Atónitos, los monjes lo dejaron estar de momento; pero, unos decenios después, decidieron seguir el consejo de "si no puedes con tu enemigo, únete a él" (como hizo el Real Madrid con Drazen Petrovic), y resolvieron utilizar la piedra azul para cimentar una iglesia que pensaban construir un poco más al sur. Transportar el pedrusco y sus doce toneladas era una tarea de chinos, y ellos eran rusos, así que la cosa no terminó de salir bien. Puesto que no había bestia de carga capaz de transportar semejante mole y el monje Onofre ya hacía tiempo que no estaba disponible, pensaron que acertarían montando en lo más crudo del invierno la piedra azul sobre un trineo y deslizándola sobre el lago helado hasta el punto previsto.

Evidentemente, la piedra, el trineo y toda la impedimenta se hundió miserablemente en el lago, porque, sí, el hielo terminó por romperse. Con ello, pareció que los monjes, ya que no habían hecho uso de la piedra, al menos habían terminado radicalmente con toda forma de culto idolátrico que no fuera practicada por posibles submarinistas paganos.

Que si quieres arroz, Catalina. Unos cuantos decenios después, a mitad del siglo XIX, la piedra azul volvió a emerger del fondo del lago como si tal cosa, sin que nadie supiera cómo era posible semejante prodigio. Y ya se quedó donde hoy día aún puede ser visitada para aprovechar sus presuntas virtudes curativas.

El autobús tomó el desvío hacia el monasterio de San Nikita, pasó por delante del mismo y, un par de kilómetros después, se detuvo. Bajamos del autobús y, por una senda que, como en cualquier lugar turístico, estaba flanqueada por chiringuitos donde se podían adquirir todo tipo de artesanía y otros recuerdos, llegamos a la piedra.

La piedra azul sigue siendo una atracción visitada y, de hecho, la afluencia de gente era bastante notable. Parece que, no hace tanto tiempo, la piedra había emergido hasta tal punto que poco menos que tenía la altura de una persona; desde entonces, poco a poco se va hundiendo de nuevo, sin que los científicos puedan explicar muy bien las razones de este subibaja. Quizá sean estos tiempos poco propicios para el paganismo, por lo que la piedra, que no deja de ser un ídolo pagano, haya resuelto dejar la superficie para emerger nuevamente en un futuro más halagüeño para su culto.


Yo más bien pienso que, cuando encima de ti se sientan a diario varios cientos de personas, el hundimiento progresivo es coherente con las leyes de la física ¿O no?

* * *

Y, tras una breve visita al monasterio de San Nikita y cien rublos menos en mi cartera, seguimos viaje hacia Rostov. Por mi parte, di los cien rublos por bien empleados, aunque la forma de arrancarlos me sigue haciendo torcer el gesto, porque la historia de la piedra me había gustado mucho.