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miércoles, 29 de mayo de 2024

Relatos de ultratumba

 - ¿Es aquí el Cielo?

San Pedro me miró y dijo:

- Sí, sí, aquí es. Supongo que vienes a entrar, ¿no? Venga, nombre y apellido, que tenemos toda la eternidad, pero no nos vamos a quedar en el Limbo todo el día.

- Alfor von Buchweizen.

- A ver... Alfor von Buchweizen. Aquí está la lista del mes... Buchórez, Buchovila, Budavilla... No estás en la lista, Alfor.

- ¡Anda! ¿Y ahora qué hago?

- Pues yo no te puedo dejar pasar al Cielo. Anda, ve al Purgatorio, a ver si te admiten allí.

...

- ¿Es aquí el Purgatorio?

- Sí, sí, aquí es.

- A ver, me llamo Alfor von Buchweizen y vengo de parte de San Pedro, del Cielo, que me ha dicho que no estaba en la lista de ingresos del mes y me ha mandado aquí, a ver si me pueden acoger.

- Pues vamos a ver ¿Von Buchweizen, ha dicho? Aquí está la lista... Pues no, ¿eh? No está tampoco aquí.

- ¡Toma! ¿Entonces?

- En fin, yo siento mucho ser quien le tenga que dar las malas noticias, pero, si no está en la lista del Cielo, ni tampoco en el Purgatorio, pues sólo queda una posibilidad...

- No fastidie...

- Sí, sí, lo siento. Tendrá que acercarse al Infierno, a ver si allí le hacen un hueco, porque aquí, en el Limbo, no se puede quedar y al Purgatorio no le puedo dejar entrar si no está en la lista.

...

- ¿Es aquí el Infierno?

Satanás levantó la cabeza.

- Sí, aquí es ¿Un alma descarriada, acaso?

- Pues eso parece... - dije de mala gana -. He estado en el Cielo y en el Purgatorio, pero no estoy en la lista de ingresos de este mes y no me han dejado pasar. Entonces me han dicho que me vaya al Infierno, a ver si estoy en la lista.

- Bueno, si no estás allí, quedan pocas dudas, pero bueno, para que no haya quejas, vamos a hacer las cosas como Dios manda y hacer las comprobaciones de rigor. A ver, nombre y apellido.

- Alfor von Buchweizen.

- Vale. A ver... von Buchhandel, von Buchmeister, von Buchpeinen, von Buddenbrock... Pues tampoco estás aquí.

- ¿Tampoco?

- No, no. No te puedo dejar entrar. A mí ya me gustaría, pero aquí hay unas normas.

- ¿Y qué hago?

- Bueno, yo me iría a hablar con San Pedro otra vez, a ver si te da una solución. Sí que es raro el caso, sí...

- Bueno, pues voy a ver qué pasa.

...

- Buenas tardes ¿San Pedro?

- Sí, oye, ¿qué haces aquí? ¿No habíamos quedado en que no estabas en la lista de este mes?

- Es que he ido al Purgatorio y tampoco estaba. Y luego me mandaron de allí al Infierno, y allí Satanás estuvo buscando en la lista y tampoco me encontró, así que me dijo que viniera a verte, por si me podías dar una solución ¡No me voy a quedar en el Limbo!

- Hombre, no. No sé, voy a mirar en las listas del mes que viene, no sea que se haya traspapelado algo.

San Pedro se puso a mirar listados y más listados durante un buen rato.

- Aquí no estás, aquí tampoco... A ver los del año que viene... Tampoco... A ver si, buscando por el nombre sale cuándo te toca...

Finalmente levantó la cabeza.

- ¡Hombre! ¡Por fin! Aquí está: Alfor von Buchweizen, entrada en diciembre de 2060. ¡Pero si estamos en 2024! ¿Qué haces aquí, macho? Que te esperamos dentro de la tira de lustros ¿Qué te ha pasado?

San Pedro se paró de golpe y dijo.

- No me digas más. Tú vienes de un hospital belga, ¿a que sí?

lunes, 27 de mayo de 2024

Eutanasia

Bélgica es el país campeón mundial de la eutanasia. Sí, ya sé que no existe ese campeonato mundial y que, de existir, habría una dura competencia con los subcampeones mundiales, que son nuestros neerlandeses vecinos del norte y que, de hecho, seguramente se consideran ellos mismos como los campeones y a los belgas como subcampeones.

El mal viene claramente del norte y escampa algo al sur. De hecho, tres cuartas partes de las peticiones de autoapiole vienen de Flandes y sólo una cuarta de Valonia, y no creo que sea porque los flamencos enferman antes o más gravemente. Estamos hablando de unas tres mil personas al año, pero esas tres mil personas son las que hacen el procedimiento formal con sus dictámenes y zarandajas, porque yo tengo por cierto que hay alguno más que ha salido de este mundo un poco antes de lo que le tocaba, en un descuido de algún hospital.

Eso ha convertido a los hospitales belgas en un lugar potencialmente peligroso. Ya sin eutanasia, un hospital belga, de por sí, es un lugar donde al paciente lo tratan de manera manifiestamente mejorable, pero con eutanasia de por medio, no parece sino que estén buscando de que a uno se le quiten las ganas de vivir para acelerar lo que, ciertamente, en inevitable, pero tampoco tendría que ser inminente. Para una situación en la que la procrastinación es loable, va y la desgracian.

Esto viene a que el otro día pasé por un hospital belga a visitar a un enfermo de edad muy avanzada, hasta el punto de que los noventa ya no los cumplirá. El enfermo, a día de hoy, está dado de alta y recuperándose en su casa, pero por poco no lo cuenta, a causa, no de la enfermedad, que era una neumonía, sino del personal del hospital, que parece que comenzó diagnosticando el suceso como cáncer terminal.

- ¿Usted sabe lo que es el encarnizamiento terapéutico? - parece que decía un médico.

- ¡Ni se le ocurra hacer lo que está pensando! - parece que decía cada vez el acompañante de turno.

- Me lo tiene que decir el paciente. Yo tengo que hablar con el paciente.

Tras varios tiras y afloja, el paciente no llegó a confirmar su deseo de dejar este mundo antes de su debido tiempo y las reservas de sedantes del hospital no sufrieron merma alguna por su causa. No sólo eso, sino que, para sorpresa del personal médico-sanitario, el enfermo empezó a mejorar y, pensándoselo bien, resultó que aquello no era un cáncer terminal.

- Es que, como había tenido uno antes... Un cáncer, digo... No, terminal no era, a la vista está.

En vista de lo sucedido, he contactado con Abi y Ame (Ro está constantemente ocupada y no hay quien la pille), que, como el lector histórico de esta bitácora sabe, son mis hijos, y les he dado orden terminante de sacarme de este país como las cosas se pongan chungas, antes de meterme en un hospital de éstos en los que el consumo de productos para provocar la sedación (y lo que venga luego) es más alto de lo que sería razonable.

Y que, llegado el caso, lo hagan pronto, antes de que se haga tarde. Porras, como ahora...

miércoles, 1 de marzo de 2023

Siguiendo con la sanidad: altas y bajas

Ya sé que el asunto de la sanidad, como quedó dicho hace unas entradas, está sumamente de actualidad en España, y que es el caballo de batalla que se está utilizando, en particular en la autonomía madrileña, digo yo que para poner en problemas al actual gobierno regional, o a lo mejor para conseguir una sanidad pública puturrudefuá, quién sabe.

Yo, lo que es en Madrid, no he ido jamás al médico, y que dure, pero sí que lo he hecho en Valencia, que es de donde tengo la tarjeta sanitaria. Corría el principio del año del señor de 2018 y yo tenía un trancazo de los que entran pocos en un kilo y algo de fiebre, con toda seguridad por encima de 38 grados. Llegué al ambulatorio como pude, me planté en la entrada y le dije a la celadora que estaba hecho un asco y que quería ver a un médico. La celadora vio mi tarjeta y yo no sé si había cola o qué, pero me envío enseguida a una doctora que tenía la consulta en el segundo piso del edificio. A los pocos minutos estaba delante de ella.

No sé cómo será ahora, porque de este episodio hace cinco años, pero desde luego no puedo tener la menor queja en cuanto al tiempo que se tardaba entonces para conseguir una cita. Y no, no era yendo a urgencias, sino a atención primaria pura y dura.

Le expliqué a la doctora lo que me pasaba, y le pedí una baja laboral. Sí, es verdad, estaba de vacaciones, pero si presentaba una baja, aunque fuera española, en el trabajo me iban a devolver los días y podría tomarlos más tarde, de manera que me convenía obtenerla, aunque a la Seguridad Social española no le fuera a costar un duro. Para no tener que dar largas explicaciones (y porque estaba tan hecho polvo que no estaba para darlas), omití el hecho de que estaba trabajando en Bélgica.

La doctora me miró con el rostro torcido, como si estuviera pidiendo algo poco menos que delictivo.

- ¿Una baja? ¿Por esa gripe de nada?

- Es que no estoy para trabajar. Que estoy muy mal.

Vamos, yo pensaba que saltaba a la vista y que el termómetro no engañaba.

- Esto no puede ser... Una baja, me pide... Nada menos que una baja... En fin. Mire, le voy a dar dos días, dos: hoy y mañana, nada más que dos. Pasado mañana a trabajar. Tómese esto.

Y me extendió una baja por dos días y ni un minuto más, además de una receta de paracetamol genérico, nada de marcas, que me costó unos centimillos en la farmacia. En honor a la verdad, hizo milagros, porque efectivamente a los dos días estaba fresco como una rosa y para incorporarme al curro, si no hubiera sido porque estaba de vacaciones todavía.

Vamos, que los doctores españoles tienen, o eso me parece, una enorme resistencia a dar bajas alegremente. Indudablemente tienen instrucciones para, en caso de necesidad imperiosa, limitar las bajas a dos días laborales: según la normativa española, los dos primeros días de baja los paga la empresa y es a partir del tercero cuando interviene la Seguridad Social y le cuesta dinero al Estado.

¿Y cómo van estas cosas en Bélgica? Pues vamos a verlo.

Esta mañana, sin ir más lejos, me han operado de un chalación en un párpado, aquí mismo, en Bruselas. No es una operación complicada en absoluto (por desgracia, no es la primera vez que me pasa), pero, claro, uno sale del quirófano y de la clínica con el ojo tapado y serios problemas de visión panorámica, aunque, si no pasa nada, a las pocas horas ya se lo puede destapar y la hinchazón del ojo va desapareciendo poco a poco.

- Pues me haría falta un justificante para el trabajo - le insinué al médico, una vez salí del quirófano - para cubrir la ausencia de hoy.

- ¿Sólo hoy? - dijo el médico con sorpresa.

- Bueno...

- Se la puedo hacer para hoy y mañana.

- Hombre, pues vale.

Y salí de allí sin el menor problema con una baja para dos días, que seguramente no usaré, porque ya me he quitado el parche y estoy escribiendo una entrada, así que mañana ya debería estar en condiciones de sentarme delante de un ordenador y escribir cosas sesudas (con el parche es mucho más complicado, al menos hasta que uno se acostumbra a ser tuerto).

Eso hoy. En el pasado, cuando he ido al médico con un gripazo, como en aquel entonces en Valencia, no he tenido el menor problema para salir de allí con una baja de una semana entera. Es más, no he tenido ni que pedirla ¿Me hacía falta la semana entera de baja? Pues a veces sí, pero otras veces no y me he reincorporado antes, porque, seamos sinceros, por mucho que haya un documento que le cubra a uno, si se está en condiciones, a uno le pagan por trabajar, no por esgrimir una baja médica.

Y seguramente este régimen tan laxo es una consecuencia indeseada del sistema belga en que los médicos se establecen por su cuenta y hacen de su capa un sayo con las bajas, mientras que en España los médicos no dejan de ser funcionarios y reciben instrucciones clarísimas. En Bélgica no son funcionarios, sino que compiten entre sí. Si un médico se pone riguroso a la hora de conceder bajas, habrá pacientes a quienes les dé igual, pero habrá otros que vayan buscando precisamente bajas y tenderán a ir a los médicos que les pongan menos problemas para extendérselas. Y ya tenemos las bajas como factor de competitividad entre galenos. No es el único, pero es uno de ellos. No conozco estadísticas de bajas laborales ni en Bélgica, ni en España, pero estoy prácticamente seguro de que en Bélgica son más numerosas.

Que quede claro que no me parece que el sistema enormemente restrictivo de España sea positivo en todo caso. Está claramente enfocado en evitar abusos, y el relativamente poco tiempo que he trabajado en España me deja clarísimo que, o he tenido mala suerte, o la proporción de españoles sin principios ni escrúpulos en este siglo XXI es demasiado elevada como para que el sistema pueda reaccionar de otra forma. Lo cual es triste para quienes sí que tienen principios, que han de pasar por el mismo cedazo estrecho que la Seguridad Social ha puesto para que no se les cuelen los que no deberían.

En fin, materia para reflexionar. De momento, con el ojo a la virulé, lo cierto es que se me va cansando después de tenerlo tapado casi todo el día y de verlo bien morado ahora mismo, así que voy a dejar la entrada y me voy a poner la pomada que me han recetado, antes de que se haga tarde.

Que mañana hay que madrugar, recontra.

lunes, 20 de febrero de 2023

La resonancia nocturna (IV)

A no dudar, la resonancia complicada era la primera, en víspera de un día laborable a las cuatro menos veinte de la madrugada. La segunda, en fin de semana a las dos menos veinte, casi era como un día de juerga algo prolongada, al menos para lo que es Bélgica. Sí, ya se que, en España, hay sitios en que un fin de semana a las dos menos veinte hay atascos.

Lo de las cuatro menos veinte, en cambio, planteaba el problema básico de qué hacer ¿Trasnochar una barbaridad o madrugar una barbaridad? Para el personal local a los que consulté, curiosamente no había dudas: todos pensaban que lo normal era acostarse muy pronto, levantarse a las dos y media, y a la resonancia. A eso de las cuatro y media podía estar desayunando, para empalmar con el tajo.

Si le preguntamos a un español, por ejemplo a mis hijos, probablemente dijeran todo lo contrario: estirar la noche hasta la hora de la resonancia y, a las cuatro y media, todavía se puede uno ir al sobre un par de horitas, lo justo para no caer desvanecido en el tajo. Luego, una siestecita tras acabar el día de trabajo, y listos para trasnochar un poco más hasta la siguiente resonancia.

Como yo soy español, pero con influencia centroeuropea, adopté una solución ecléctica, inspirada en las guardias imaginarias de la mili cuando te tocaba el turno de guardia de dos a cuatro de la madrugada. Incapaz de irme a la cama (y dormir), como español al fin, antes de las once de la noche, me fui a esa hora, poniendo dos alarmas, no fuera a pillarme en un sueño demasiado profundo, a las dos y cuarto de la noche. El plan consistía en acumular esas tres horas y pico de sueño con otras tantas después de las cuatro y media, aprovechando que me había pedido teletrabajo el viernes, y fichar en condiciones aceptables a las ocho y media.

A las dos y cuarto, efectivamente, sonaron las alarmas y me levanté soñoliento. Me vestí, revisé que llevaba el volante del médico de cabecera y la convocatoria a la cita del propio hospital, así como el DNI y la tarjeta de residencia, y hasta el carné de conducir. Menos una cosa, de la que me di cuenta después, lo llevaba todo. Lo metí en una carpeta, me metí en el coche, arranqué y tiré para el hospital.

Yo pensaba que no habría absolutamente nadie en las calles. Vamos, es que no sabía ni siquiera si habría calles. Sin embargo, sí que se veía gente. En las ciudades normales, uno se encontraría, por ejemplo, los camiones de la basura, cumpliendo con su función en las horas en que no molestan prácticamente a nadie. Como ya hemos visto en numerosas ocasiones, en Bruselas no es así, y los camiones de la basura salen a recogerla, y a bloquear las calles, en hora punta, por razones que sólo se pueden explicar a base del poder que deben tener los sindicatos de basureros.

El caso es que, al cruzar el bosque, se veía cierto jolgorio. Tampoco es que fuera la fiesta mayor, pero sí que había gente entrando y saliendo en el restaurante de postín que hay en el mismo, donde se han celebrado las fiestas de graduación de mis dos hijos menores. También son ganas de ponerse a montar una fiesta en febrero, un jueves a las cuatro de la mañana, pero es verdad que uno no elige cuándo es su cumpleaños, o lo que sea el motivo de convocar a sus amigos. En todo caso, y como no era cuestión de entretenerse a ver qué estaba pasando, sino de llegar con tiempo al hospital, seguí camino y no tarde en llegar. Con las indicaciones que me habían enviado, me planté en el aparcamiento de las urgencias, el cual, al parecer, podía usar gratuitamente a esas horas y, un poco a tientas, pasé por la entrada peatonal a base de descender un par de tramos de escalones. Menos mal que no estaba tan lesionado que no pudiera salvarlos, pero me pregunté qué haría el que llegara por sus propios medios, pero sin capacidad para subir o bajar escaleras.

Llegado que hube a la puerta de entrada de urgencias, me encontré un cartel perentorio fijado en la misma, que rezaba “Mondmasker verplicht / Masque obligatoire”. Mecachis. Mira que me lo habían advertido. El único sitio donde la máscara sigue siendo obligatoria en Bélgica, y me temo que ya es para quedarse, es en hospitales, consultas médicas y farmacias. Bueno, es obligatorio con ciertas comillas. En las farmacias, los propios farmacéuticos, o por lo menos algunos de ellos, parece que han dejado de ponérselas, como pude confirmar en la última visita a una de ellas, la semana pasada, en que ni ellos la llevaban, ni insistieron en que yo lo hiciera.

En cuanto a las consultas médicas, la prueba del nueve la tuve hace un par de semanas, cuando fui a ver a mi médico generalista, el que me envió al hospital. En una de las últimas entradas ya dejé dichas algunas cosas, no siempre positivas, de mi médico de cabecera. Bueno, pues, además de todas ellas, puedo añadir que es una de las personas con más pánico a los virus en general, y al coronavirus en particular, que ha parido madre. Durante la pandemia, su consulta médica se convirtió en un fortín, la videoconsulta en su medio habitual de comunicarse con los pacientes; las recetas (y las facturas) las enviaba por correo electrónico, y montaba un pollo a la menor insinuación de acercarse a la consulta en persona, sin prueba PCR negativa ni nada. Cuando me llegó el recordatorio de que tenía cita con él, me envío (a mí y a todos sus pacientes de ese día) un mensaje taxativo y terminante recordando que era obligatorio asistir a la visita con mascarilla, y que los olvidos los facturaba a dos euros, honorarios aparte.

Ese mensaje me llegó de camino a la consulta. En mi casa tengo paquetes enteros de mascarillas que me han sobrado de las provisiones que hice durante la pandemia, pero no tenía acceso a ellos. Decidí hacer caso omiso a las indicaciones del médico y me planté en la consulta a cara descubierta. Yo creo que él me vio lo suficientemente decidido como para hacer la vista gorda, y salí de allí sin una factura suplementaria por no llevar la cara tapada.

¿Y los hospitales? Pues la verdad es que los hospitales son lo suficientemente grandes como para hacer pedidos enormes de mascarillas. Hace dos semanas estuve visitando a un enfermo, llegué allí todo chulo sin mascarilla ni nada que se le pareciera, y en la entrada me vieron, me pararon, me dieron una, me la puse y tan amigos. También es verdad que no eran las tres y media de la madrugada.

El caso es que no llevaba mascarilla, y eso que era una de las cosas que tenía subrayadas. Ante la perspectiva de tener que volverme con el rabo entre piernas, y ya que estaba en urgencias, abrí la puerta que estaba ante mí, expliqué al caso al celador que estaba de guardia y éste me dio una sin mayor problema. Uf. Como me hubiera tocado volverme, me daba algo.

Para pasar a la zona de radiología, había que hablar con el de seguridad. Resulta que el de seguridad tenía una lista de todos los pacientes que tenían cita de madrugada, así que le dije mi nombre, lo localizó en su listado, lo subrayó con un rotulador fluorescente y accionó un botón, con el que se abría la puerta de acceso a la zona principal del hospital.

A partir de ahí, todo eran cartelitos que dejaban claro qué dos tipos de pacientes llegaban al hospital a esas horas. Los letreros de “IRM”, que son las siglas, en francés (aquí ya no hay inglés, neerlandés, ni sursum corda), de “Imagérie Résonance Magnétique”, me iban conduciendo a la sala de análisis, así que uno de los tipos de pacientes habituales (seguramente, los más habituales) éramos los que teníamos cita a deshora para someternos a las resonancias. El otro posible tipo de paciente estaba representado por un pictograma de una mujer con una enorme barriga, signo claro de que, alternativamente, podía esperarse que pasara por allí una mujer a punto de dar a luz. En mi experiencia, las mujeres a punto de dar a luz, hasta el punto de que lo hacen de madrugada, no suelen desplazarse hasta el paritorio por su propio pie, sino en camilla, y los camilleros ya saben por dónde ir, que para eso trabajan allí, pero quizá haya algo que yo ignore.

Los pasillos estaban completamente vacíos, y mis pasos resonaban pesadamente. Tras varias vueltas y revueltas, llegué a la sala de espera “B”, tal y como se indicaba en las instrucciones que me habían hecho llegar. En ella había otras tres personas: una aparentemente sola, como yo mismo, y dos que iban juntas y que parecían ser madre e hija y que una acompañara a la otra.

- Bonjour! - exclamó una desde detrás de la mascarilla.

“A cualquier cosa le llaman día”, pensé yo, pero devolví el saludo igualmente.

El resto ya no tuvo demasiada historia. Cuando llegó mi turno, el analista de radiología salió de la sala, dijo mi nombre y yo me levanté y me acerqué. El examen en sí, para los que no hayan hecho nunca, no tiene ninguna complicación, y consiste en quitarse uno los pantalones (si la resonancia es en la rodilla, claro, que es el único sitio en el que hasta ahora me han hecho resonancias), tumbarse en una camilla, mientras el operario de la máquina coloca unos sensores alrededor de la rodilla que toca analizar, y ponerse unos cascos para proteger los oídos, porque el ruido se las trae. La otra vez que pasé por la experiencia, por los cascos sonaba música tranquilizadora, como la de los robots cuando todas las líneas telefónicas están ocupadas, pero esta vez no sonaba nada de nada. Además, por si uno entra en pánico, que me imagino que es algo que puede ocurrir, aunque esto no pareciera tener ningún misterio, le dan a uno una especie de pera de goma que debe apretar si desea que se interrumpa el análisis.

La cosa viene a durar diez minutos. Luego, uno se viste y se va. Eso sí, en el hospital le dan a uno la opción de ver las imágenes uno mismo, lo cual está chulo, aunque me temo que, si uno no es médico, allí no se ve nada del otro jueves, como no se lo revele un profesional que sepa lo que hay. Yo creo que en España he visto eso con alguna radiografía, pero no es tan normal.

Y hasta aquí la experiencia nocturno-hospitalaria. En España me consta que no la hacen, supongo que porque no sale a cuenta a la seguridad social, cuyos ingresos monetarios no dependen de tener el hospital más o menos tiempo abierto, pero sus gastos sí. En Bélgica, como quedó dicho, los hospitales son privados, compiten entre ellos y, si me ofrecen una cita para una resonancia dentro de seis meses, lo más probable es que busque otro hospital, así que los hospitales se las ingenian para poder ofrecer citas en un período razonable y que los escojan a ellos, de manera que sí, los beneficios que obtienen también dependen de lo obsequiosos que sean, además de que obviamente, cuanto más tiempo tengan la máquina en funcionamiento, más pronto la amortizarán y más provecho le sacarán.

Si uno compara los sistemas sanitarios de Bélgica y de España, partiendo de la base de que los dos son buenos, y así lo parece, hay clasificaciones que colocan por delante a España, mientras que otras colocan por delante a Bélgica, en particular el Euro Health Consumer Index, aunque su última edición es de 2018 y entretanto ha llovido bastante (sobre todo en Bélgica), que sitúa a Bélgica en quinta posición, no muy lejos de los Países Bajos, que son el no va más, mientras que España queda muy por detrás. Es evidente que no todos los informes miden lo mismo de la misma manera, así que ahí queda el debate. A mí, francamente, el modelo belga me puso en estado de confusión cuando llegué desde un sistema como el ruso, en que o tienes un seguro privado o tú sabrás lo que haces en un hospital público (y tuvimos la ocasión de ver lo que pasa en un hospital público ruso). He de decir que lo estoy comenzando a apreciar, pero de eso ya hablaremos en otra ocasión en que no se haga tan tarde como hoy.

viernes, 17 de febrero de 2023

La resonancia nocturna (III). Consiguiendo cita

Llamar a un hospital bruselense es un ejercicio de paciencia, sobre todo si se hace en horas muy frecuentadas. Un viernes por la tarde no es el mejor momento para encontrar a nadie con ganas y motivación, o para encontrar a quien sea, aunque no tenga ganas ni motivación. Prueba de ello es que, tras buscar el teléfono del hospital recomendado, donde, además, ya tenían mis datos desde cierta colonoscopia que me tocó sufrir hace un par de años, y de anos, llegó a mis oídos la monótona sintonía del robot que, por defecto, ataca al incauto que pretende hablar con un humano. O inhumano, pero que no repita siempre lo mismo, por Dios.

"Bienvenido al hospital Chirec. Todas nuestras líneas están ocupadas. No cuelgue. Le atenderemos en cuanto nos sea posible."

Y la consabida musiquita que se supone que te debe tranquilizar, pero, la verdad, como uno termina asociándola a esos momentos de incómoda espera, el resultado pavloviano es que genera una sensación de impaciencia que tranquiliza más bien poco.

Eso sí, de vez en cuando hay interrupciones.

"Si desea hablar en francés, pulse 1. Si desea hablar en neerlandés, pulse 2. Si desea hablar en inglés, pulse 3."

Sí, sí, en inglés también. Supongo que son las ventajas de que la red hospitalaria belga sea de titularidad privada, que pasan ampliamente de que unos idiomas sean oficiales y otros no, sino que les basta con que el paciente se maneje mejor en ellos. En España, al menos en Valencia, las posibilidades de ser atendido en una lengua que no sea el castellano son reducidas. Bueno, sí, a veces consigues que te atiendan en valenciano, pero a la mayoría del personal no acaba de convencerles esa alternativa, y se nota; como, al fin y a la postre, se trata de tu salud y con eso no se juega, pues hablas en castellano y apañado.

Aquí no. Aquí, si no te enteras contreras ni en francés ni en neerlandés, es posible que te atiendan en algo bastante parecido al inglés.

Bueno, eso si te atienden, que ésa es otra, y más en viernes por la tarde.

"El tiempo de espera de nuestras líneas es muy largo. Calculamos que el tiempo de espera es de...

... siete...

...horas...

...veinticinco...

...minutos...

Si lo desea, puede dejarnos su número de teléfono, y nos comprometemos a ponernos en contacto con usted en menos de veinticuatro horas."

En vista de la situación, seguí las instrucciones para dejarles mi número de teléfono, pulsando las teclas adecuadas.

"Su número de teléfono es el cero uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve. Para confirmar, pulse almohadilla."

Pulsé almohadilla, claro, porque efectivamente el número que pronunció el robot era el mío.

"Le llamaremos en un plazo de veinticuatro horas. Por favor, no siga llamando a nuestro número para no confundir a secretaría. Nosotros le llamaremos a usted."

Y ahí se terminó la llamada.

No es que esperase que me llamase nadie durante el fin de semana, claro, por lo que no fue demasiado decepcionante que ocurriera precisamente lo que me temía.

En cambio, hubiera sido un detallazo que me llamasen el lunes (aunque, seré sincero, tampoco tenía muchas esperanzas). Menos mal que estaba esperando sentado.

El martes por la mañana decidí por unanimidad que ya estaba bien de hacer el canelo y desobedecí las indicaciones de no volver a llamar yo mismo. Me recibió el mismo robot repelente del viernes, pero al medio minuto sonó un ruido esperanzador de línea comunicando de toda la vida, y enseguida estuve hablando con lo que indudablemente era una persona.

Le expliqué el caso y que tenía un volante para sendas resonancias magnéticas de mis dos maltrechas rodillas.

- Tengo hora para el día x de febrero a las tres y cuarenta ¡Atención! He dicho las tres y cuarenta, no las quince y cuarenta. Es por la noche del jueves al viernes, no la del viernes al sábado.

"Pues era verdad eso de las citas a horas intempestivas."

- La tomo, la tomo, pero tenga en cuenta que son las dos rodillas.

- Ah, pues para la otra rodilla hay que tomar otra cita.

- Ah...

- Tengo hora al día siguiente. A la una y cuarenta, también por la noche. La noche del viernes al sábado, no la del sábado al domingo.

La de veces que habrán tenido gente que acude a la hora que no es. Qué cierto es que la noche les confunde...

Tomé las dos citas. Qué remedio. Como ya tenían todos mis datos del incidente de la colonoscopia, no tuve que repetirlos, lo cual es un alivio, ya sea en francés, neerlandés, inglés o en aranés, porque mi dirección personal de correo electrónico es larga y farragosa y difícil de dictar por teléfono.

La cita era como tres semanas después, no vayamos a creer que las citas nocturnas son tan poco populares que nadie las quiere y uno puede tenerlas poco menos que enseguida. A los pocos minutos me llegó un correo electrónico confirmando la cita y dándome instrucciones para acceder al hospital a horas tan intempestivas; es más, a los pocos días me llegó un correo postal con exactamente la misma información y un plano bastante detallado de dónde aparcar. Por los dos medios, me recalcaban bien clarito, en francés, neerlandés e inglés que llevase mi documento de identidad, y la petición de análisis del médico. E insistían en que la cita era de madrugada y que no me llamase a engaño. Vamos, que no podía decir que no me habían avisado.

Yo no sé si en España la sanidad pública tiene montada una red de comunicaciones como la que tienen aquí. En el hospital oncológico que me ha tocado frecuentar más o menos durante los últimos cinco años, la respuesta es que básicamente sí, pero en modo mucho menos insistente: me llegaban mensajes de texto al teléfono cada vez que me tocaba acercarme por allí, aunque lo cierto es que era a horas más normales. Pero ese hospital no cuenta, porque es privado, aunque concertado con la sanidad pública. En los hospitales públicos puros y duros no sé si envían tantos recordatorios a los pacientes.

Lo de los mensajes de texto se fue repitiendo aquí a medida que nos acercábamos a la cita. Me llegó un mensaje cuatro días antes (bueno, me llegaron dos, uno por cada cita), y otro la víspera. Estaba hasta el gorro de tanto mensajito, pero bueno, supongo que lo fácil para el hospital es programar el "push" y olvidarse de la cuestión.

En fin, que llegamos al día de autos con una pregunta incómoda. Teniendo en cuenta que la cita era a las cuatro menos veinte de la madrugada y el día siguiente era laborable, ¿trasnocho o madrugo?

La respuesta, así como la experiencia en un hospital a deshora, mejor será que se quede para la próxima entrada, porque hoy se hace tarde. No tanto como el día de la resonancia, pero también.

miércoles, 15 de febrero de 2023

La resonancia nocturna (II)

La verdad es que mi médico de cabecera, que aquí se llama más bien médico generalista, inspira una confianza, digamos, relativa. Es un médico joven, de pelo cobrizo, largo y recogido en un moño en la coronilla, de complexión menuda y aspecto tirando a enclenque, como de maratoniano, pero en su descripción ponía que se había especializado en medicina del deporte, que es asunto que me interesa y de donde provienen la mayor parte de mis problemas de salud, así que lo mantengo como médico titular. Las alternativas que he probado en las, gracias a Dios, escasas veces en que hasta ahora había necesitado de atención médica no han sido precisamente satisfactorias. Es lo que hay.

Mi médico de cabecera tiene consultas estándar de una duración de veinte minutos, o eso dice en su agenda en línea. En realidad, jamás he estado en su consulta más de diez minutos, creo que ni siquiera el día que me hizo un chequeo completo, y eso que ese día se suponía que la consulta sería de cuarenta minutos. No sé si será realmente maratoniano o no (a veces aparecen fotos de su estado en WhatsApp, y está corriendo en una pista), pero sí que va rápido, sí.

Fui, pues, a su consulta a quejarme de lo que me había pasado con las rodillas. Ni me las miró. De hecho, ni me tocó ni aun para darme la mano al entrar. Me explicó que, tal y como yo describía mis cuitas, podría tener afectado el menisco, así que lo mejor sería una resonancia, porque con una simple ecografía no se apreciaría bien el alcance de la lesión. Por supuesto, de momento no era cuestión de reanudar la práctica deportiva, cosa que no hacía falta que me jurara, porque bien me había dado cuenta.

- Para la resonancia, le pueden tener esperando mucho tiempo. Hay sitios en los que le pueden dar cita relativamente pronto, aunque a unas horas un poco raras, de noche; por ejemplo, en los hospitales del grupo Chirec, como el de Delta.

- Bueno, con tal de que lo hagan pronto.

- Seguramente le darán allí cita en un par de semanas, quizá algo más. Que me manden los resultados y, aunque entretanto haya mejorado, los restos de la lesión seguirán visibles. Pida otra cita entonces y ya veremos qué es lo que hay.

Bueno, pues se acabó la práctica deportiva, ya veremos para cuánto tiempo. 2022 fue el mejor año de mi carrera, en todos los sentidos, tanto en volumen como en calidad, pero 2023 parece que va a conocer una reducción importante.

Mi médico, que no se levantó de la silla en todo el tiempo que duró la consulta, escribió dos papeles, uno la petición de análisis para el hospital, lo que llamamos en España el “volante”, y el otro la factura para que le pagara la consulta. 45 euros. El año pasado eran 40, que es todavía la cifra que figura en su agenda en línea. La inflación ha llegado también hasta aquí. Hasta donde no ha llegado es hasta las tarifas de la convención, por lo que el reembolso de mi seguro se va a quedar clavado en los 35 euros que ya me devolvían el año pasado por consultas similares. Supongo, pues, que mi médico no se siente obligado por las tarifas convencionales y cobra lo que estima que sus pacientes (y ya lo creo que son pacientes) pueden pagar con tal de consultar a una eminencia como él.

En España, si estás afiliado a la Seguridad Social, te tocará el médico del centro de salud de tu zona, y no tendrás que pagar nada. Si no lo estás, como es el caso de Ame, hoy estudiante en su país natal, hay que buscar un médico de cabecera privado, que existen, pero mucho menos de lo que existían en mi infancia (la atención pública ha mejorado muchísimo desde entonces y se ha comido a casi toda la práctica privada). La última vez que fue al médico de cabecera, la broma me salió por ochenta euros, que no significan la ruina absoluta, mientras no caiga enfermo con demasiada frecuencia, pero la verdad es que prefiero tenerlos en el bolsillo.

El siguiente paso consiste en obtener la cita con el especialista, en este caso con el servicio de radiología del hospital que mejor me parezca. En España, normalmente los afiliados a la Seguridad Social, que son la práctica totalidad de la población, tienen asignado un hospital, con lo que el médico de familia, o de cabecera, o generalista, que a ver si se ponen de acuerdo en cómo llamarlos, te dará un volante, con el que irás a pedir cita, la cual te darán un día de éstos (o, más frecuentemente, de aquéllos). Tú no tendrás que pagar nada, y todo lo que unos y otros quieran saber estará recogido en el historial médico, que todos los médicos de tu Comunidad Autónoma pueden consultar. Eso sí, que no se te ocurra cambiar de autonomía, porque, por mucho que lo de España se llame “Sistema Nacional de Salud”, lo de compartir datos personales no es sencillo. No sé si la culpa es de la estructura territorial de España en reinos de taifas sanitarios, o en la legislación de protección de datos personales, pero ambas cosas, que supongo que se implantaron por razones loables, tienen tantos efectos secundarios negativos, que podemos reirnos de la vacuna contra el COVID. O de la ley del sí es sí.

Sea como fuere, volví a casa, era viernes a primera hora de la tarde y, no sé si envalentonado en exceso o no, decidí coger el toro por los cuernos y llamar a los hospitales que me había dicho mi médico, con la esperanza de resolver la cuestión lo más pronto posible. Lo de retomar la actividad deportiva lo veo mucho más negro, aunque el dolor ha remitido bastante, porque alguna molestia sigue, pero, al menos, que no sea por mí el intento de mejorar la marca del Gran Fondo de Siete Aguas, este verano.

Me doy perfecta cuenta de que estoy tocando un tema candente en España, que divide a tirios y troyanos y que es la bandera que han levantado los actores españoles en la pachanga que se montan todos los años, y encima éste es año muy electoral. Que conste que tenía pensada esta serie desde mucho antes y que, de todas maneras, espero no ser sospechoso de apoyar a ninguno de los partidos políticos que se presentan a las elecciones con ánimo de repartirse los escaños o las concejalías en juego.

Entretanto, la entrada se está quedando larga y no es plan de prolongarla todavía más, porque, sí, se está haciendo tarde. Así que dejaré para la próxima vez el proceloso camino hasta obtener una cita en el servicio de radiología de un hospital belga.

domingo, 12 de febrero de 2023

La resonancia nocturna (I)

En España, el sistema sanitario está bastante levantisco últimamente, o al menos eso parece desde el extranjero. Como estamos más divididos que prácticamente nunca antes, los de izquierdas montan la gorda, pero sólo allí donde gobiernan las derechas, mientras que los de derechas se dedican más o menos a lo contrario, y unos y otros se tiran los trastos a la cabeza y se desprestigian mutuamente, de manera que es totalmente imposible saber qué sucede en realidad en el sistema sanitario español, a no ser que se esté dentro del mismo y se tenga una visión cuanto menos parcial de lo que se cuece por allí.

El sistema sanitario belga es completamente distinto al español. Así como en España casi todo está dominado por la Seguridad Social y la mayoría de los hospitales y centros de salud pertenece a una red de titularidad pública, aquí no. En Bélgica, los centros de salud como los conocemos en España apenas existen, y los hospitales más bien son privados. En España, la medicina privada, salvo que seas afiliado de MUFACE, o como se llame ahora, es algo al alcance de muy pocos bolsillos, lo cual llama la atención bastante y, de todas formas, cuando la cosa se pone seria, los que realmente tienen los medios para atajarla son los hospitales de la red pública.

Todo esto para decir que, hace ya un par de semanas, al volver de una de mis sesiones de larga distancia en el bosque y salir de la ducha, me encontré con un agudo dolor en la rodilla derecha, que, curiosamente, no me impedia caminar, pero sí correr y subir y bajar escaleras con comodidad. En una casa como la que ocupo, no poder subir ni bajar escaleras con comodidad es un problema muy gordo, porque hay escalones hasta dentro del mismo piso, para pasar de una habitación a otra.

Un par de días después, el dolor había remitido bastante, pero no me había abandonado. Resultó que otra de las cosas que me molestaba era montar en bicicleta, al menos dar la primera pedalada, con fuerza para subir al sillín, con la pierna izquierda, que es la buena. Eso es bastante trágico, porque yo me muevo fundamentalmente en bicicleta, y no es cosa de tener que ir en coche a los sitios. De todas formas, también me molestaba para pisar el pedal del embrague, así que, o me ponía a ir andando a todos los sitios, o ya podía irle poniendo remedio. Un intento de salir a correr despacio terminó a los cincuenta metros de empezar, cuando me di cuenta de que me estaba jugando la salud.

En España, supongo que me hubiera vestido con ropa deportiva, me hubiera salpicado con algo de agua (lo ideal hubiera sido sudor, pero no creo que lo vendan en Mercadona) y me hubiera ido a urgencias, porque el procedimiento de ir al centro de salud, que te den hora varios días después, que te hagan un volante para hacerte una resonancia y que te la hagan, con suertecilla, medio año después, no es de recibo, mientras que lo de ir a urgencias al menos supone cierta solución, espero.

Aquí, no.

Aquí, el primer paso es visitar un médico generalista. Como he dicho antes, no hay centros de salud o ambulatorios como en España, sino que vas a su consulta, pagas, y luego te lo reembolsa la mutua, el seguro, o lo que tengas. Para cualquiera que trabaje (legalmente) por aquí, estar asegurado es una obligación, pero las mutuas, que son públicas, no son estatales, sino más bien sociales. No sé si me entiende: te han de admitir, porque son un servicio público, pero no dependen del Estado.

El papel del Estado básicamente es el de limitar los precios, para que las cosas no se desmanden demasiado. En realidad, el Estado no interviene ni siquiera ahí, sino que los representantes de las mutuas aseguradoras y de los médicos se reúnen para fijar los precios indicativos. Es lo que se llama la "convención". El médico que se une a la convención tiene que aplicar los precios máximos previstos en ella. Eso sí, el médico puede declararse no sujeto a la convención (y hacérselo saber claramente a los pacientes, que quede claro) y entonces puede aplicar suplementos de honorarios, que el seguro no reembolsa nunca. Incluso hay otra posibilidad, y es que el médico se declare sujeto parcialmente a la convención ¿Y qué quiere decir eso? Pues que a ciertas horas aplica los precios de la convención, mientras que a ciertas otras aplica los suplementos de honorarios que le parezcan bien.

¿Un lío? Pues un poco sí. Para los médicos generalistas, como suelen estar solos en su consulta, no hay mucha diferencia y uno suele saber a qué atenerse, pero los especialistas, que muchas veces pasan consulta en un hospital o en un centro médico especializado, complican mucho las cosas. Un hospital puede tener médicos que estén sujetos a la convención y otros que no, y todo en el mismo sitio.

Mi médico generalista, o al menos al que voy cuando tiene citas en un plazo razonable, aplica tarifas un poco por encima de la convención, o al menos eso es lo que me parece, con lo que el reembolso que me paga el seguro es un poco menos de lo normal. Pero que quede claro que aquí siempre hay copago, no como en España. La mutua nunca va a reembolsar todo lo que se había pagado por la consulta.

Después de toda esta introducción sobre cómo funciona básicamente el sistema sanitario belga, me doy cuenta de que me está quedando una entrada larguísima y ni siquiera he entrado en materia. También me doy cuenta de que esto da para un debate interesante sobre las bondades de este sistema belga, no estatal, pero sí público, y sobre el sistema español, que es rabiosamente estatal, pagado directamente con los impuestos de todo quisqui, sea o no usuario del mismo, y que deja un espacio relativamente reducido a la medicina privada.

Pero eso será para otro día, porque hoy se hace tarde.