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martes, 1 de noviembre de 2022

Olvido imperdonable

Por primera vez en dieciséis años de existencia de esta bitácora, la fecha del primero de mayo, que es su cumpleaños, pasó sin la preceptiva entrada que hiciera mención de tal hecho. La víspera, 30 de abril, salió publicada la entrada alusiva al reinado de Leopoldo III, y uno podría esperar que al día siguiente hubiera al menos publicada una entrada que hiciera mención de la efeméride, pero no. No volvió a haber publicación alguna hasta casi dos semanas después. Entretanto, no hubo absolutamente nada.

Jamás se había visto tamaño desprecio a la bitácora por parte del autor de sus días, tanto más cuanto que el primero de mayo es festivo en casi todos los países, incluidos por supuesto Rusia, donde nació la bitácora y se escribieron la mayor parte de sus entradas, Bélgica, lugar de residencia habitual de éste su autor, y España, patria del mismo y de su familia. Nada más fácil, pues, que arañar unos minutillos a la vorágine diaria, incluso en un festivo, y escribir unas líneas conmemorativas.

Como no lo hice entonces, lo hago hoy, que es uno de noviembre y se cumplen dieciséis años y medio de la primera entrada. También es un día festivo, Todos los Santos, en Bélgica y en España, pero no en Rusia. En Rusia es día de precepto para los católicos, como día en que se celebra la iglesia triunfante, al igual que en el resto del mundo, pero, ¡ay!, es una festividad católica, que en Rusia éramos una minoría minúscula, así que el día era laborable, y lectivo.

Eso nos trajo un pequeño conflicto cuando un año dijimos a los entonces niños que tocaba ir a misa, porque, aunque no fuera domingo, era festivo.

Ro no se lo creía de ninguna de las maneras.

- He ido al colegio como un día normal. Cuando vamos a misa, no voy al colegio. Las dos cosas no van juntas.

Creo que tenía ocho años la cría, por lo que era un poco pronto para imbuirle el concepto de que el calendario civil y las festividades católicas no necesariamente coincidían.

Muy a regañadientes, conseguimos meter en el coche a los tres, salimos de casa con el tiempo menos que justo y aparcamos a unos cien metros de la catedral católica de Moscú. Ro no dejaba de rezongar y de pensar, y hasta decir, que la estábamos engañando.

La impresión de Ro posiblemente cambió cuando atravesamos las puertas de la catedral y se dio cuenta de que, con la discusión y el retraso consiguiente, habíamos llegado justo a tiempo y el templo estaba de bote en bote, hasta el punto de que encontramos sitio porque los rusos son muy amables en según qué cosas y, cuando ven a una familia numerosa en apuros y con hijos pequeños, siempre se encuentran sitios para sentarse. Como era un día laborable, las misas eran después del horario laboral, en la catedral prácticamente sólo había ésa, y los católicos practicantes moscovitas, que ciertamente haberlos haylos, nos concentramos en la misma celebración.

- Bueno, vale. Era festivo - dijo Ro al salir.

Las cosas han cambiado muchísimo desde aquel 1 de noviembre frío, nublado, nevoso y oscuro que nos pilló en Moscú. Desde la perspectiva, eran tiempos felices.

Sea como fuere, hoy es el día en que esta bitácora cumple dieciséis años y medio, curiosa fecha. Como el lector residual, pero avispado, habrá percibido, el último mes ha conocido un desusado incremento en la frecuencia de publicación, a ritmos que no se veían desde que estas pantallas se publicaban en Moscú. Esto se debe, por una parte, a que le estoy volviendo a encontrar las ganas a esto de escribir textos largos, mucho más de los mensajes encorsetados de Twitter, por muy libre que esté ahora el pájaro, y que casi todos los días encuentro diez minutillos desde cualquier dispositivo para echar unas líneas. Pero, además, hay una segunda motivación mucho menos honesta, cual es la de alcanzar antes de fin de año la milésima quincentésima entrada, un objetivo que me marqué, como sabemos, a principio de año y que sólo podré conseguir mediante un incremento bastante importante de la frecuencia de publicación.

Pues a ver si lo consigo, o tengo que hacer penitencia en el repaso que, inevitablemente, haré de mi actividad bloguera cuando termine el año. Entretanto, se me está haciendo tarde para llegar a las mil quinientas entradas, porque estamos en noviembre, y aún quedan muchas.

lunes, 11 de julio de 2022

El becario

Mientras se aproxima a pasos agigantados un cambio de ciclo aún más acelerado que el que ya he venido padeciendo desde el año pasado, es reconfortante comprobar como, en el fondo, aunque la gente cambie, permanece un poso inalterable desde la infancia.

Es el caso de Abi, mi hija primogénita, ya la contemplamos hace muchos años indagando sobre el significado de ciertas palabras. Entonces tenía ocho añitos, mientras que entretanto tiene veintidós, pero hay cosas que no cambian.

Por motivos que no vienen al caso, a esa edad seguía sin estar confirmada, pero eso sí ha cambiado, porque se confirmó el mes pasado; por motivos que tampoco vienen al caso, lo hizo en una parroquia de habla inglesa, cuyo párroco, estadounidense él, tiene un tremendo acento de su zona cuando habla cualquier idioma, castellano o inglés. Para entenderlo, hay que tener el oído bien entrenado.

- Oye, -le pregunté a Abi el mismo día de la Confirmación- ¿y quién os confirma? ¿El arzobispo?

- No, father Herbert dijo que era el becario. Que el arzobispo no podía venir, y que enviaba al becario.

- ¿El... becario?

- Sí ¿Es raro?

Cuando llegamos a la iglesia, vimos al llamado becario, que efectivamente iba a confirmar al grupo de la parroquia.

También nos dimos cuenta de que, cuando un sacerdote estadounidense de acento cerrado habla en español, las palabras becario y vicario suenan exactamente igual.

Hay que decir que el celebrante, en todo caso, lo hizo muy bien. A ver si le hacen un contrato, porras.

miércoles, 6 de junio de 2012

Educación para la Ciudadanía (II)

Aproximadamente dos años después de los sucesos de la entrada anterior, y tras un año de pausa, la asignatura de Educación para la Ciudadanía ha vuelto a aparecer en nuestras vidas. Esta vez la alumna ha sido Ro, y eso ya es una diferencia.

Creo que ya lo he mencionado varias veces, pero lo repito, por si acaso: Ro es partidaria acérrima de Putin, cosa muy razonable en su caso. Ella no tiene problemas, su infancia está pasando de manera aceptablemente feliz, en la Moscú de sus amores, y aquí quien manda es Putin, por lo que lo lógico es que el nuevo (y antiguo) presidente tenga su parte de responsabilidad en lo bien que van las cosas.

Cuando llegó la asignatura (que parecía que la hubiera estado esperando), Ro se me dirigió con su habitual dedo acusador.

- ¡Ésta es la asignatura que le dictaste a Abi! ¡A mí me la tienes que dictar también!
- Claro.
- ¡Y no vamos a comprar el libro!
- Sí, sí, no faltaría más.
- ¡Y si suspendo no pasa nada!
- Nada en absoluto.

Pero luego las cosas cambiaron un poquito. Así como a Abi la política no le interesa lo más mínimo, Ro está hecha de otra pasta y, cuando vio las preguntas, descubrió que tenía respuesta para casi todo, sin libro ni nada. Bueno, para algunas puede que le hiciera falta algo de ayuda (la aprobación de la Constitución, y esas zarandajas), pero eran las menos. Lo de levantarse para ceder el asiento a los mayores, y que comportarse con solidaridad es mejor que hacerlo sin ella son cosas que no le vienen de nuevas (al menos en teoría, porque la práctica es otra cosa), y me asombra que haya que enseñarlas en el colegio, en España. Tal vez las cosas estén mucho peor de lo que ya de por sí parece,

En esto, llegó la pregunta del millón, la pildorilla que siempre viene.

"Escribe tres aspectos positivos de vivir en una sociedad democrática".

La respuesta fue:

Yo vivo en Rusia, que no es una sociedad democrática, y se vive mejor que en España: casi todos tienen trabajo, hay bastante bienestar y no hay huelgas.

Yo supongo que este tipo de respuestas, aparte de la risa que me entró al leerla, tiene que descolocar lo suyo a un maestro de escuela al que le han congelado el sueldo (después de rebajárselo un 5% el año anterior), que está convocado a huelgas prácticamente todos los meses y que con total seguridad tiene en el paro a más familiares y conocidos de los que le gustaría. Pero el hombre no deja de ser un docente de Educación para la Ciudadanía y no puede dejar que se tambalee su fe en la democracía así como así.

Como la profesora de dos años antes, no tacho nada de lo escrito por Ro, sino que añadió: "Aunque consideres que es mejor, supongo que serás capaz de escribir tres aspectos positivos de una democracia. P. ej. Libertad de expresión".

Podríamos seguir la discusión, claro, porque ¿como que no hay libertad de expresión en Rusia?, pero nadie me creería, y menos un profesor de la asignatura políticamente correcta por antonomasia, que es, precisamente, EpC.

Para ser justos, Ro sacó un notable alto, y no creo que se pueda achacar únicamente a esta respuesta. Hay que reconocer que, en esta asignatura y en todas las demás, "ayudar" no se escribe con elle.

En ésta, además de una falta de ortografía clamorosa, puede hacernos perder la fe en la democracia.

lunes, 4 de junio de 2012

Educación para la Ciudadanía (I)

En la educación de los niños españoles, en particular de los que están en el extranjero, la asignatura de Educación para la Ciudadanía es un inconveniente que les podría quitar bastante del escaso tiempo disponible, y no digamos si los padres de esos son de ideología poco compatible con bastantes de los principios que subyacen al programa de la misma. Sí, es mi caso.

En España, muchos padres han optado por plantar cara a la asignatura por las bravas y objetar a la misma, con suerte variada. Yo, que en el fondo estoy de acuerdo con ellos y que posiblemente me hubiera unido a ese grupo de estar en España, tengo el inconveniente de residir en el extranjero, aunque mis hijos estén escolarizados también en España, por muy a distancia que sea, y de que el centro escolar no depende directamente de ninguna comunidad autónoma, sino directamente del Ministerio de Educación (o como se haya ido llamando a lo largo de todos estos años), de quien no puedo esperar simpatías objetoras en absoluto.

Educación para la Ciudadanía es una asignatura que trata de meter en las cabezas de los niños de once años en adelante cosas que presenta como verdades indiscutibles y que, en realidad, están más que sujetas a discusión. Una de ellas es el positivismo jurídico. Obviamente no lo llama así, ni lo presenta en toda su crudeza, pero lo va sacando aquí y allá, y muy especialmente cuando presenta el tema de los derechos humanos y de los derechos del niño. Para los que somos juristas, y además iusnaturalistas, cosas como ésas son difíciles de soportar. Hay más, claro. Los que somos católicos tenemos una explicación de las cosas que la asignatura omite por completo... dando otra en su lugar.

El problema se me planteó cuando Abi llegó a quinto de Primaria, y la asignatura apareció.

¿Objetar? Pfff. Teniendo en cuenta que el profesor de mis hijos soy yo mismo, las posibilidades de manipulación externa son totalmente nulas. A mis hijos sólo los manipulan sus padres, como debe ser.

- Abi.
- ¿Qué?
- Tienes una nueva asignatura este año. Se llama "Educación para la Ciudadanía".
- ¿Qué?
- "Educación para la Ciudadanía".
- ¿Y eso qué es?
- Es una nueva asignatura que han puesto en España para enseñaros cosas con muchas de las cuales no estoy de acuerdo.
- Ah...
- ¿Sabes lo que vamos a hacer?
- ¿Qué?
- No vamos a comprar el libro.
- ¿Y cómo voy a estudiarla?
- No la vas a estudiar.
- Ah... qué bien.

Ya sabía yo que esta parte de la conversación no iba a ser problemática. Además, uno se ahorra los quince euros del libro.

- Eso sí -continué-, aunque no tienes examen final, tienes que enviar unos trabajos.
- ¿Y cómo los voy a hacer, sin libro?
- ¿Qué te parece si te los dicto yo?
- Bien.

Toma, claro.

- ¿Y si no me lo sé y suspendo?
- Te daré un premio.
- ¿De verdad?
- En esta asignatura, sí.
- Me va a gustar mucho esta asignatura ¿Las demás son igual?
- No. Las demás siguen como siempre.
- Vaya.

Comenzaron a llegar los trabajos. La verdad es que la asignatura es traidorcilla: el 90% de su contenido es urbanidad, buenos modales y cosas con las que cualquiera que tenga sentido común va a estar de acuerdo. Y el 10% restante es donde te meten las pildorillas manipuladoras, escondidas en un bonito bosque. Hay que reconocerle el mérito a quien ha ideado la asignatura, porque el tío se lo ha currado un huevo.

- Abi, vamos a hacer "Educación para la Ciudadanía" - le dije un buen día.
- Vale ¿Me lo dictas?
- Claro, como habíamos quedado. Pero no hagas faltas de ortografía, que eso sigue estando mal.

La mayoría de las preguntas no eran muy polémicas: cuándo fue aprobada la Constitución, qué es la Constitución, cómo hay que portarse con los otros y algunas otras por el estilo. Incluso los que hicimos encaje de bolillos para no tener que jurar la Constitución cuando entramos en el Colegio de Abogados no estamos en contra de que la gente, incluyendo a nuestros hijos, sepa qué es y cuándo fue aprobada.

Pero había una pregunta puñetera: ¿Tienen la misma dignidad un príncipe y un mendigo? ¿Por qué?

- ¿Por qué, papá?
- Abi, un príncipe y un mendigo tienen la misma dignidad, porque los dos son hijos de Dios.

Evidentemente, ésa no era la respuesta que esperaba ver escrita el profesorado de la asignatura, que debió quedarse bastante descolocado al verla. A los pocos días llegó la corrección; la profesora, sin tachar nada, añadió una notita "... y porque los dos tienen los mismos derechos humanos."

Al final, he de reconocer que la asignatura me ha gustado. Por una parte, tienes oportunidad de explicar a tus hijos tu postura confrontándola con la postura contraria, representada por las correcciones del profesor, lo cual es mucho más didáctico, y más desde Rusia, donde los niños no leen la prensa española y no saben lo que se cuece por las Españas. Porque, sí, la corrección de la profesora sobre los derechos humanos tiene una cucharadita de positivismo, aunque quizá la propia profesora no lo sepa.

En segundo lugar, porque así les puedo poner unas puyitas a algunos profesores, como cuando tenía quince años. Y es que algunos no hemos cambiado tanto. Aunque, para puya, la que acabamos de meter entre Ro y yo. Pero ésa la dejo para la siguiente entrada.

A todo esto, a final del curso a Abi le pusieron un sobresaliente.

No sabía si pillar un cabreo o qué.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Apuntes del deshielo (II)

Marzo. Ese mes complicado, en que el tiempo atmosférico es especialmente deleznable y en que uno no sabe si los peligros le llegan por el cielo o por la tierra. Marzo. Ese mes en el que, mientras pude, tomé vacaciones para poner tierra de por medio con Moscú y largarme a lugares donde realmente fuera primavera. Marzo. Ese mes que te pone la cara de vinagre esperando un buen tiempo que ya tenía que estar aquí, que ya tienen en casi toda Europa, y que lo que nos deja son chaparrones de aguanieve y riadas de nieve derretida. Marzo. Ese mes en que llueve sin llover, y los charcos se crean a tus pies como por ensalmo. Ese mes en que un paso mal dado te puede llevar a dar con tus huesos en el suelo, y no hay forma de saber la profundidad que puede tener el charco que debes atravesar sí o sí.

Sin embargo, precisamente en este mes, en que todo es gris, húmedo e incómodo, se ven algunas imágenes chulas. Para olvidarnos de los problemas cotidianos, que no son pocos, toca poner alguna nota más agradable.


Por ejemplo, esta herramienta es típica de estas fechas. El que vive en España seguramente no la ha visto en su vida, pero el que vive en Moscú convive con ella con cierta frecuencia. Es un rompehielos manual. Se utiliza clavándolo contra el hielo que hay por el suelo, para quebrarlo y barrer los trozos desprendidos fuera de la zona de paso y evitar así resbalones.


No, no es una tarea muy agradable. Menos mal que para eso están los hijos, que encima se lo pasan bien desempeñándola.


¿Y las papeleras? ¿A qué es elegante esa papelera con sombrerito? Y es que sin sombrerito, a la que caiga una de esas nevadas que todavía siguen atormentándonos, se nos llena la papelera de nieve, y a saber para qué queremos una papelera llena de nieve, como si no hubiera basura más que abundante en toda la ciudad.

De todas maneras, hay que reconocer que el tiempo es malo y la gente, ya de por sí poco amable en una ciudad tan grande como ésta, se pone especialmente susceptible. Como el señor conductor de la foto, que tiene a mano un eficaz auxiliar contra quien se desmande.


Jo. Como para tener un berrinche de tráfico con este pollo. Menos mal que arrancó con fuerza cuando el semáforo se puso verde y ya no lo volvimos a ver.

lunes, 5 de marzo de 2012

Por fin se terminó

Menos mal que ya ha terminado el proceso electoral y ya sabemos, como si no lo supiéramos con anterioridad, que Putin será presidente de la Federación Rusa, en principio hasta 2018. El nivel de confrontación política estaba llegando demasiado lejos.

En casa, pongamos por caso, las cañas se estaban volviendo lanzas. Con una hija partidaria acérrima de Putin, los demás, que no lo somos tanto, tratábamos de matizar un poco.

Abi, por ejemplo, matizaba donde aprieta el zapato a cualquier administrador ruso: los atascos.

- Pues nadie ha sido capaz de eliminar los atascos en Leningradskoye Shossé. Hala.

- Bueno, eso no es verdad. Alfina, ¿te acuerdas de cuando aún no estaba la carretera, que los atascos comenzaban saliendo del centro?

- Sí, sí...

Jo. Era terrible. Ahora han hecho un pedazo de autopista y los atascos, que existen, claro que existe, comienzan mucho después, ya cerca de la autopista exterior.

Entonces, Ame intervino:

- ¡Pues a mí no me gusta Putin, porque por culpa de él hay mucha corrupción!

Dios mío, Ame, a sus ocho años, se preocupa por la corrupción con voz firme y decidida. Ro se calla por un momento, pero a mí se me pone la mosca detrás de la oreja.

- Ame, oye, ¿y qué es la corrupción?

- Ah, no sé.

miércoles, 1 de febrero de 2012

En campaña

- Ro, dentro de poco habrá elecciones presidenciales.

- ¡NOOOOO!

Pero se rio. El grito lo lanzó para disimular, pero en realidad le gustan las elecciones.

- ¿Quién va a ganar?
- Putin, claro.
- Se presenta más gente. Bueno, se presentan los mismos de la otra vez.
- ¿Sí?
- Sí. Se presenta, por ejemplo, Zhirinovsky.
- ¿Quién es Zhirinovsky?

Vaya. Parece que la campaña del LDPR en las últimas elecciones parlamentarias no contemplaba el debido bombo y platillo a su cabeza de lista.

- Zhironovsky es... "хватит терпеть!" (¡Basta de aguantar!)

Y señalé con el dedo a Ro de manera demostrativa. "¡Basta de aguantar!" era el eslogan del Partido Liberal-Democrático de Rusia, el de Zhirinovsky, en las últimas elecciones.

- Ah, ése... uf...
- A ti el que más te gusta es Putin, ¿no?
- Sí, papá, es que, fíjate, los demás sólo dicen lo mal que va todo y lo que van a hacer, pero Edinaya Rossiya habla del pa-sa-do. Habla de cosas que ya ha hecho. De cosas buenas que ya ha hecho, no de lo que dicen que van a hacer. Ésa es la diferencia.

Jo con la chiquilla. Nos ha salido conservadora.

- Pero bueno, tú también oyes a Medvédev declarar una vez cada dos o tres días que va a acabar con la corrupción, ¿no?

Ro se paró dos segundos, mientras pensaba, y luego me preguntó pícaramente.

- Bueno, papá, y tú, ¿cómo acabarías con la corrupción?

Silencio.

Qué puñetera...

viernes, 2 de septiembre de 2011

El día del conocimiento

El 1 de septiembre, en Rusia, suceden muchas cosas y hasta se podría decir que el país se despierta de la modorra estival y se da de bruces con la realidad. La molicie, el buen tiempo, la ciudad de Moscú medio vacía... todo eso termina con el fin de agosto. El 1 de septiembre comienza el otoño, nada del 21 de septiembre, y a fe mía que este año ha sido de golpe y radical: si la víspera todavía hacía sol y calor, fue amanecer el día 1 y cubrirse el cielo de nubes, arreciar el viento y amontonarse las tormentas. Se supone que todavía queda el veranillo de San Miguel, que en ruso es el "Babye leto", pero su aparición es insegura, y hay años que no lo hemos visto.

Además, el 1 de septiembre, salvo que caiga en domingo, es el Día del Conocimiento (День знания), y debe felicitarse a los profesores. Hay que decir que más adelante, el 5 de octubre, tienen también su día especial, el Día del Docente (День учителя). Ese día no sólo hay que felicitar a los profesores, sino que es norma llevarles algún regalo, al menos a los que son profesores de niños pequeños. Se supone que el 5 de octubre es el Día Internacional del Docente, pero creo que fuera de estos países exsoviéticos ni siquiera los propios profesores lo saben.

El 1 de septiembre, el curso empieza. Al ir al trabajo, pasé por un colegio que está junto a mi casa, y el patio estaba repleto de niños con ramos de flores, vestidos de traje y acompañados por sus padres, mientras la directora, que se había hecho con un altavoz, daba a los padres primerizos indicaciones generales sobre el curso. La calle, que durante el mes de agosto había estado medio desierta, estaba ahora atestada de coches aparcados en segunda fila, hasta el punto de que ni con la bicicleta se podía pasar con comodidad.

El primer día, que es el 1 aunque caiga en sábado, todavía no hay clase. El colegio en pleno se desplaza a algún espectáculo, y en el caso de Abi, Ro y Ame éste solía ser el circo, que no queda lejos. Moscú tiene una oferta tan impresionante que da para alojar a todas las clases, ya sea en teatros, cines o circos.

Hasta ahora, los niños estaban en las dachas, haciendo el salvaje. Bueno, hacían el salvaje hasta que llegaron los videojuegos y las PSP; ahora están adocenados delante de la pantalla. Sea como fuere, todo padre con capacidad para ello les tiene fuera de la insalubre ciudad, aunque ellos estén trabajando y tengan que desplazarse a la dacha a diario, si está lo bastante cerca, o los fines de semana, si la cosa pasa de castaño oscuro. Nada distinto, por otra parte, a lo que ocurre en Valencia con el apartamento en la playa, o el Madrid con el chalé en la sierra. En Moscú, donde la playa más cercana está a setecientos kilómetros y la sierra más próxima hay que buscarla en algún lugar del sur de Polonia, el equivalente es la dacha.

Pero, el 1 de septiembre, todo el mundo está de vuelta ¿Todo? Casi todo. Por ejemplo, faltan Abi, Ro y Ame, que a estas alturas apuran su estancia en España, muy a su pesar, por otra parte. Y es que estos niños modernos pueden ser muy desconcertantes a veces. Hace un par de meses, y tras analizar el calendario, Alfina y yo llegamos a la conclusión de que sería una buena idea prolongar una semana la estancia en España y que las niñas llegaran a clase la semana siguiente, el día 12.

Casi nos matan, cuando lo proponemos.

- ¡No! ¡Quiero estar desde el primer día! - chillaba Ro.

Algo iba al revés. Se supone que los niños no quieren ir a estudiar al colegio, y que son los padres los que insisten en que asistan a clase y se esfuercen. Aquí, los propios padres les decían que podían quedarse una semana más de vacaciones, y las niñas, en lugar de aplaudir con las orejas, pillaban un cabreo espectacular.

La negociación llegó a un término medio. Cuando alguno de los tres ha pasado por primero, por su primer día en el colegio, hemos estado aquí el uno de septiembre sin falta, y así fue el año pasado; en éste, no dándose el caso, las niñas empezarán el lunes que viene. Y punto.

El que es totalmente normal es Ame. Cuando le dijeron que podía quedarse en España una semana más, y a diferencia de sus hermanas, decidió sacrificarse y obedecer. Es más bueno...

miércoles, 6 de julio de 2011

Los caballeros las prefieren

Las esperas en los aeropuertos son bastante aburridas. Uno llega pronto, por si acaso hay problemas y, si no los hay, el resultado es que llega antes de tiempo y toca esperar. Y a Abi le entra la fiebre consumista propia de su adolescencia incipiente, y se pilla a su madre para pasear por la tienda más próxima.

- Mamá, mamá, ¿me puedo comprar un bolígrafo de color rojo?
- ¿Para qué, hija?
- Para poder distinguir cruces y redondeles al jugar al tres en raya.
- A ver... cruces... redondeles... cruces... redondeles.
- Ahhhhh... es que soy rubia, mamá.

El reconocerlo le honra.

lunes, 20 de junio de 2011

Buenos conductores

Las clases escolares, en Rusia, y para envidia de los escolares españoles, terminan a finales de mayo y no vuelven a comenzar hasta el 1 de septiembre. En estas condiciones, los padres de las criaturas suelen hacer todo lo posible para que los niños abandonen la perniciosa y contaminada ciudad de Moscú lo antes posible, para dirigirse a la naturaleza y, en particular, a zonas «ecológicamente limpias», como dicen aquí de manera rimbombante y como si las proximidades de Moscú fueran un espacio virgen con acuíferos cristalinos.

Por razones que sería prolijo referir, Abi, Ro y Ame han pasado dos semanas en la dacha de una vecina, acompañados de una legión de mosquitos ecológicamente limpísimos y respirando aire ecológicamente limpio. Finalmente, el viernes pasado volvieron a casa, en espera de largarse hacia España dentro de unos días.

- ¿Y qué tal fue el viaje de vuelta? - preguntó Alfina a Abi.

El viaje de vuelta lo hicieron con la vecina al volante.

- Bien.
- ¿Es verdad que te sentaste delante?
- Ah, sí.

Abi no tiene todavía doce años, así que eso no debería haber ocurrido. Pero bueno, tampoco le queda mucho, así que en principio parece una infracción poco importante.

- ¿Y Sonia conduce bien?
- ¡Sí! ¡Conduce muy bien!
- Qué bien que hayáis ido con alguien que conduce tan bien, ¿verdad que es seguro?
- ¡Sí! Y, ¿sabes? ¡Conduce con una sola mano!
- Vaya, vaya, estupendo ¿Y qué hace con la otra?
- Habla por el móvil.

Oh, Dios mío...

viernes, 20 de mayo de 2011

Armas blancas

Con la llegada del buen tiempo o, más exactamente, con la desaparición de la nieve, porque lo del buen tiempo todavía está por llegar, comienza la temporada de los shashlikí.

Entre los emigrantes, es frecuente que una buena parte de nuestro vocabulario, incluso cuando nos expresamos en nuestra lengua materna, esté en la lengua del país en que vivimos, en particular en situaciones que no son frecuentes en nuestro país de origen. Cuando, por ejemplo, estudiaba en Alemania, nunca fui al «comedor», sino a la «Mensa», que es lo mismo, pero no es lo mismo.

En Rusia, esas situaciones en que hablas con españoles en español, pero con palabras rusas, son mucho más frecuentes, supongo que porque las realidades rusas del día a día están mucho más alejadas que las alemanas de sus equivalentes españolas. Así, en Rusia, uno no hace una reparación o una reforma, sino un «remónt»; uno no va al mercado, sino al «rýnok», uno no come alforfón, sino «griéchka» y, finalmente, con el «shashlik», prácticamente todo el vocabulario, por mucho que existan palabras en castellano para nombrar todos los utensilios relativos al mismo, está en ruso.

El shashlik es una cosa sumamente popular en Rusia. En España, no deja de ser una brocheta con carne y verdura, hecha a la brasa; aquí, es una suerte de religión, que aglutina a su alrededor a todo el vecindario.

La gente se arremolina en torno al «mangal», especie de altar que en español es brasero, pero que aquí nadie llama así. También hay gente en Rusia que lo llama «shashlíchnitsa», comenzando por mis hijos, que en español sería algo así como «brochetera», pero es más propio lo primero.

Hay «mangales» de categoría, que cuestan un ojo de la cara, pero nosotros no tenemos uno de ésos. Después de hacer números, llegamos a la conclusión de que nos salía mucho más barato comprar uno nuevo cada primavera, de los que son cuatro planchas que se montan precariamente y cuestan cuatro chavos, dejarlo oxidarse en el jardín, porque no hacemos «shashlikí» en otro sitio, verlo caer al suelo durante la temporada de nieves, y tirarlo a la basura cuando se cumple su ciclo. Así todos los años tenemos uno nuevo por menos dinero del que nos costaría comprar uno bueno y andar siempre preocupados por montarlo, desmontarlo, limpiarlo y volverlo a montar. Así, con quitar la ceniza, listos.

El complemento indispensable para el «mangal» es el «shampúr», que es una palabra sumamente peliaguda, desde el momento en que su plural académico es irregular, «shampurá», pero muchísima gente inculta, como mis hijos, y en particular Ro, dicen y repiten el plural como si fuera regular: «shampúry». Cuando yo les corrijo, Ro insiste en que sabe más ruso que yo y que el plural es «shampúry», como ella dice y seguramente ha oído por ahí. Tendré que echar una parrafada con su profesora, porque a mí mis títulos, mis canas y mis años de experiencia hablando ruso no me bastan para que mis propios hijos me consideren digno de crédito. Seguro que es un signo de los tiempos, pero, como yo no era muy diferente de pequeño, tampoco creo que tenga mucho derecho a criticarla.

En español, «shampúr» es brocheta (si eres de Valencia) o broqueta (si hemos de creer a la Real Academia), pero nadie en Rusia lo llama así.

Cuando compras un «mangal», te suelen incluir entre seis y doce «shampurá» (irregular, diga lo que diga Ro), y ésos no se hacen malos cada año, como el «mangal». Comoquiera que hemos comprado «mangály» varios años ya, y hasta llegamos a comprar «shampurá» de sobra la primera vez, tenemos pinchos como para armar un pequeño ejército y, desde luego, para ensartar carne como para dar de comer a todo el vecindario.

Y está buenísimo. Y lo digo para poner los dientes bien largos a los que me lean desde España, ese país donde está terminantemente prohibido hacer fuego. Aquí, no. Aquí puedes hacer fuego en cualquier lugar.

Y así nos fue el verano pasado. Pero, para criticar el asunto, mejor lo dejo para otra entrada, porque ésta se va haciendo larga.

lunes, 2 de mayo de 2011

Quinto anno

Ayer fue el primero de mayo, día en que el mundo celebra, según a quien preguntemos, el día del trabajador o simplemente San José Obrero. Esta bitácora, sin embargo, se limita a celebrar su cumpleaños.

Cinco años, tú. Cinco. Casi ochocientas entradas y más de tres mil comentarios. Ni de lejos pensaba yo el ya lejano 1 de mayo de 2006 que se iba a llegar a esta situación.

Entretanto, las cosas han cambiado mucho por aquí. La tropa, que estaba compuesta por tres niños pequeños en edad preescolar, sigue compuesta por tres personas (el cuarto intento falló, lamentablemente), pero llamarlos «niños pequeños» es irreal, por mucho que en ocasiones se comporten como tales. Más bien se trata de dos preadolescentes (una de ellas cada vez menos «pre»), y de un guerrillero infantil insumiso.

Moscú, en estos cinco años, ha cambiado menos de lo que lo había hecho antes. Es cierto que, leyendo algunas entradas del 2006 (por ejemplo, las del parque móvil), suenan atrasadas, pero no tanto como hubiera sonado una hipotética entrada de 2001 leída el 2006. Incluso Rusia, ese país lleno de sorpresas en el que el conocimiento pasado servía de poco más allá del corto plazo, se está comenzando a calmar, como si alguien hubiera dejado de agitar el agua del vaso. Tenemos un régimen político que, como ya he dicho varias veces, me recuerda bastante al de Franco (y eso no es peyorativo en absoluto), pero, como tiene algo que Franco no tenía, que son recursos naturales a tutiplén, podría permitirse carecer de las tensiones, principalmente económicas y especialmente cambiarias, que tuvimos que padecer en España. El hecho de que, a pesar de todo, haya tensiones económicas y cambiarias, a lo mejor indica que los economistas son (somos) una fauna capaz de ver el vaso medio vacío en cualquier situación.

Y lo que sí, definitivamente, ha cambiado ha sido la blogosfera sobre Rusia en castellano. Casi todas las bitácoras coetáneas de ésta yacen repletas de polvo en el final de la barra de enlaces de la derecha, y alguno de sus autores incluso ha tomado las de Villadiego, virtual y realmente, así que va siendo hora de remozar la tabla de enlaces y dedicar un buen rato a buscar bitácoras sobre Rusia probablemente más noveles que las anteriores, pero que al menos estén vivas.

Ya sé que lo prometo periódicamente, pero esta vez va en serio, sólo que tendré que hacerlo otro día, porque, como tantas y tantas veces, hoy se me hace tarde.

miércoles, 6 de abril de 2011

A Dios rogando

A veces, las oraciones nocturnas en familia son fuente de malas noticias, como el otro día. Otras, son totalmente surrealistas, y eso suele ocurrir cuando la protagonista es Abi.

Como el otro día. Lo de siempre: cuatro oraciones "estándar", y luego cada uno reza en estilo libre. Acabamos, y a veces queda algo por decir.

- Ah, sí, - dijo Abi - y yo también quería pedir... esto... quería pedir... eh... eh...

- ¿Qué querías pedir?

- No sé... no me acuerdo... quería pedir... eh...

- ¿?

- ¡Ah, sí! ¡Ya lo sé! ¡Quería pedir a Dios que me diera más memoria!

Dios se lo debe estar pasando muy bien con nosotros, fijo.

viernes, 1 de abril de 2011

Infieles

Por la mañana me encontré a una amiga que hacía año y medio que no veía y con la que me he estado comunicando esporádicamente, por teléfono y por fax, por temas laborales. Después de las preguntas de rigor sobre cómo iban nuestras vidas, hablamos sobre nuestras familias.

- Pues mi marido está en plan gruñón y siempre está buscando un culpable por las cosas que pasan. Eso es que ya tiene cuarenta años. Normalmente la culpable soy yo.

Mi amiga también tiene cuarenta años, por lo que está teóricamente en una delicada situación, igual que los dos hijos que tienen juntos, pero se estaba riendo mientras contaba esto, así que supongo que tiene las cosas bien controladas.

- ¿Y cómo está Sonia?

Sonia era una amiga suya con la que he trabajado en alguna ocasión y que, a sus, también, cuarenta y pico años, sigue siendo una belleza. Hace quince, que fue cuando la conocí, hay que buscar otras palabras para describirla, pero mi vocabulario no me da para ello. Se había casado, había tenido también dos hijos y, la última vez que la vi, año y medio atrás, no estaba en su mejor momento anímico. A su marido se le habían ido los ojos detrás de una moza de veinte, su alma rusa (la del marido) se puso a dar gorjeos de alegría y le dijo a su mujer que cómo iba a resistir los gorjeos del alma (rusa). Y se fue de casa con la moza de veinte, tal cual.

- Sonia está bien. Su marido volvió.

- ¿Su alma rusa ya no canta?

- Nooooooo. De momento no. Se ve que le llegó el invierno.

- Pues a ver qué pasa cuando llegue la primavera - y miré por la ventana la tormenta de nieve que estaba cayendo -. Bueno, si es que llega.

- Pues puede que vuelva a cantar. De hecho, creo que probable que vuelva a repetirse. Sonia le ha perdonado sin demasiados problemas, y yo creo que, en estos casos, cuando el marido sabe que, haga lo que haga, tiene asegurado el regreso, igual repite la experiencia.

- Podría ser.

Por la tarde volví a casa. Me encontré con la vecina de al lado, una señora alta y tirando a rellenita que andará por los cincuenta años. El año pasado me hubiera encontrado también a su marido, un tipo bigotudo y taciturno que siempre estaba fumando en la puerta de su casa o haciendo algún trabajillo. Pero eso hubiera sido el año pasado, porque, entretanto, la señora se hartó del marido, que, por lo visto, si fuera de la casa se dedicaba a fumar, dentro a lo que se dedicaba era a beber. La señora echó hace poco al marido con cajas destempladas.

Hasta cierto punto, eso no es sorprendente. El marido era un tipo antipático y poco sociable. Lo sorprendente es que poquísimo tiempo después la mujer tenía un novio que se había echado por internet. Visto el poco espacio que medió entre la salida de uno y la entrada de otro, no sé yo si la supuesta afición a la bebida del marido era una cruz o sólo un pretexto.

Por la noche, nos reunimos los miembros de la familia para rezar a Dios. Rezamos un Padrenuestro, un Avemaría, un Gloria, el Ángel de la Guardia y, luego, cada uno pide lo que quiere. Normalmente, los adultos damos gracias, mientras que los niños piden cosas, y casi siempre piden algo para sí mismos. Pero ese día Ame hizo algo diferente. Cuando ya habíamos acabado todos, añadió algo más, en voz muy bajita:

- ¡Ah, ah! Y también quiero pedir a Dios por Artyom, que su padre entró en su habitación y le dijo que se iba de casa.

Un niño de siete años al que su padre, un buen día, le dice que se va de casa. Los adultos no nos damos cuenta de lo terrible que debe ser eso. Como el marido de Sonia, con dos niños de esa edad, sólo porque su alma rusa se pone a cantar. Los niños sí se dan cuenta de lo que es eso, y el primero Ame, que a sus siete años justitos, como es normal, es rarísimo que en sus oraciones se acuerde de alguien que no sea él mismo. Tiene que haber sido un choque importante para que lo cite, expresamente, cuando ya nos íbamos a dormir.

Hasta cierto punto, Artiom tiene suerte. Alguien ha rezado por él y, quién sabe, quizá el alma del padre de Artiom deje de cantar, si es que ésa es la causa de su separación, y las aguas vuelvan a su cauce. Entrentanto, tenemos un alma cantarina, un matrimonio roto y un niño muy, muy tocado.

lunes, 21 de marzo de 2011

Bajón

El día 20 de marzo es día habitual de bajón en Valencia. Han terminado las fiestas, ha ardido todo el trabajo del último año, las falleritas lloran porque ha terminado una semana alucinante y el lunes tienen que volver al colegio y todo el mundo, en fin, está un poco sin saber qué hacer y deambula como esperando que sigan sonando los petardos y que riadas de gente los empujen a diestra y siniestra.

Nosotros, como otros años, hemos hecho un pedacito de Valencia en Moscú y hemos quemado nuestra falla. Una falla modestita, muy primitiva, lejos de los presupuestos que se gastan en la sección especial (y eso que este año la crisis los ha hecho moderarse), compuesta de cuatro cartones colocados en un círculo que por la mañana yo había cavado en la nieve, y donde algunos de los presentes habíamos escrito los nombres de algunos de nuestros seres menos queridos, incluyendo un "Diez Minutos" atrasado con la efigie de Felipín y Letizia en la portada y varios miembros de esa familia que ocupa la Zarzuela y desde ella, según dicen los que creen saber de esto, reinan, pero no gobiernan.

Conseguir petardos en Moscú es cosa más fácil de lo que podría suponerse. Y, sobre todo, más barata. Así como en Valencia, en época de fallas y fiestas, los petardos cuestan un ojo de la cara, en Rusia estamos lejos de esos excesos, y por fin podemos encontrar algo más barato que en España. El viernes, a la salida del trabajo, me acerqué en bicicleta hasta una tienda, poco más que un quiosco, situado en un cruce cerca de Novoslovodskaya. Una tienda sólo de productos pirotécnicos, cuyo dependiente, como casi todos, se quedó mirando el bulto misterioso con curiosidad. Como no era de Moscú y en la tienda no había más cliente que yo, estuvimos charlando un rato de todo lo divino y lo humano y de a ver cuándo ponen carriles-bici en Moscú, cosa que no sé si verán mis bisnietos.

El caso es que me llevé un buen cargamento, que fue utilizado como es debido al día siguiente. Bengalas, fuentes, petardos... es curioso verlos estallar o alumbrar la nieve por un momento, mientras los vecinos, por si acaso, se quedan en sus casas sin intentar comprender lo que está pasando.

El momento cumbre sigue siendo la cremà. Tres valencianos cantando la noche de San José a grito pelado el Himno regional o "El fallero" es algo bastante normal... salvo que los valencianos sean Roberto, Carbuncho y yo mismo, vivamos en Moscú casi desde tiempo inmemorial, después de haber pasado por las mismas aulas de la Escuela de Idiomas de Valencia, y estemos pisoteando la nieve de este invierno que parece no terminar nunca y que ahora mismo, mientras escribo, está dando sus espero que últimos coletazos en forma de tormenta de nieve con unos copos como puños.

Pero eso fue el sábado. Hoy sólo quedan las cenizas de los cartones y el suelo, otra vez, está cubierto de nieve, sin ninguna consideración a la hora que me tiré el sábado para conseguir llegar hasta el fondo y formar un círculo practicable. Y los niños, sin embargo, están contentos, pero sólo porque hoy es cuando comienzan sus vacaciones de, habrá que decirlo, primavera, que les tendrán hasta el próximo lunes cargando pilas en casa, muy a diferencia de los niños valencianos, que tal día como hoy, tras una semana sin clase, vuelven a las aulas a clavar los codos, mientras miran disimuladamente por la ventana, por donde, allí sí, debe estar entrando el sol entre las hojas de los árboles, recordando la semana pasada y sin comprender bien cómo no se pueden alargar las fallas un poco más.

viernes, 21 de enero de 2011

Eficacia de la oración

Cualquier teólogo católico hablará del gran poder que tiene la oración. Y ciertamente lo tiene, aunque hay teólogos que tratan de retirarse un poco y aducen que la oración no es exactamente para mover la voluntad de Dios, sino para escuchar a Dios y aceptar la voluntad de Éste. En mi edición de "Teología para universitarios", que me ha acompañado en mis singladuras como catequista de los últimos años, se insiste en que orar nunca es negociar con Dios, y cita como ejemplo la oración de Abraham, cuando intercede por Sodoma y Gomorra (Gn, 18, 23-32). Dios va a destruir ambas ciudades, y Abraham entiende que algo falla, porque en ambas ciudades puede haber gente justa que no merezca morir como los demás pecadores contumaces que había por allí, así que Abraham se dirige a Dios para hacerlo reflexionar:

... Supongamos que hay en la ciudad cincuenta inocentes; ¿no sería necesario perdonar a toda la ciudad por esos cincuenta inocentes que hay en ella?
... ¿y si faltaran cinco para los cincuenta?
... ¿y si fueran solamente cuarenta?
... ¿treinta?
... ¿veinte?
... ¿diez?

Una y otra vez, Dios responde que, si se hallaren esos justos, y en atención a ellos, no destruiría la ciudad, pero el final de la historia ya lo conocemos: Sodoma y Gomorra fueron destruidas, y en ella no había más que cuatro justos: Lot, su mujer y sus hijas. Y los cuatro fueron salvados. Pero el diálogo anterior había ayudado a Abraham a "adaptar" su voluntad a la de Dios. A comprender.

Sin embargo, después de todo en el Nuevo Testamento (Mt, 7, 7-8), no deja de decir: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

En nuestra familia, la oración ha estado presente desde el principio. Desde que Abi era una niñita rubia de tres o cuatro años con la cabecita llena de ilusiones, y con oraciones propias de los niños. Durante muchísimo tiempo, años incluso, se le caía la baba viendo las hadas del estilo de Campanilla, con sus alitas volando por ahí y por allá, o con la serie de Barbie Fairytopia. Todas las noches, todas, en los momentos de oración, hacía la típica oración de niñita, pero añadía algo de su cosecha:

- Y, ade'ás, quie'o tener alas que 'uelen.

Abi, aquella niñita encantadora de poquitos años y cabellos rubios, estuvo pidiendo alitas durante mucho tiempo. Entretanto, ya no tiene tan pocos años, como que los próximos que cumplirá serán los doce. Se ha hecho alta, le está creciendo el pecho y todo indica que le falta bien poco para hacerse una mujercita. Y otra cosa que está cambiando es el olor corporal, en particular en los sobaquillos.

Vamos, que tantos años pidiendo a Dios "alas que 'uelen" han dado resultado. Efectivamente, le huele el ala que es un primor.

Moraleja: Cuando reces, procura pronunciar bien. Luego, si no, todo son líos.

jueves, 13 de enero de 2011

Feminismo doméstico

España ha cambiado. Definitivamente. Los esfuerzos del gobierno por eliminar el lenguaje sexista de nuestra sociedad están dando resultados sorprendentes; tanto, que ya el aire está impregnado de igualdad, feminismo, libertad y porqueyolovalgo.

Es la única posibilidad de que Abi, que reside en Rusia nueve meses al año, se haya visto afectada por las ondas igualitarias que Bibiana y Leire emiten por toda nuestra patria.

Íbamos en el coche con la radio puesta y, casualmente, sonaba "Barbie Girl", de Aqua, uno de los hits favoritos de Abi y Ro, pero que a Ame, lógicamente, deja bastante indiferente. Esta vez, sin embargo, hizo un esfuerzo por entender algo y oyó al final algo sobre un tal Ken.

- ¿Quién es Ken?

Y Abi respondió con suficiencia y seriedad:

- Ken es la muñeca de Barbie del sexo opuesto.

Once años, y ya se le ven maneras de futura ministra de Zapatero. Alfina y yo comenzamos a reírnos.

- ¿Qué pasa? - preguntó Abi - ¿He dicho algo gracioso?

¿Futura? Que la hagan ministra ya. No desmerece nada.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El censo (II)

(Los Von Buchweizen, a pesar de ser más españoles que el jamón de bellota, reciben la visita de los responsables de incluirles en el censo ruso)

La siguiente en atender los requerimientos de la administración censal fue Alfina.

- ¿Nombre?
- Alfina.
- ¿Apellido?
- Buckwheat.

Los dos chavales se miraron y revisaron mi página. No dijeron nada, pero seguro que en la revisión de los datos acabaremos por figurar como pareja de hecho o cosa rara, en lugar de como matrimonio sin divorcios previos de ninguna de las partes. Es lo que tiene eso de que en España cada cónyuge conserve su apellido.

El resto de la entrevista fue muy parecida a la mía, salvo que la lengua materna, en este caso, era el español, y que, una vez más, con eso de que sólo hubiera sitio para poner dos idiomas no se hacía justicia a los conocimientos de Alfina.

- Bueno, vamos a pasar a los hijos.
- Venga.
- El primero es éste: Abi.
- Justo.
- ¿Apellido?
- Von Buchweizen, claro.

Bueno, yo pensaba que estaba claro hasta que esta semana pasada, en España, el Gobierno se ha empeñado en dejarlo oscuro y en liar las cosas todo lo posible, sometiendo a debate en la familia cuál de los apellidos irá primero. Si ya con elegir los nombres de los hijos había lío, la que van a montar ahora amenaza con ser de escándalo.

Las preguntas referidas a los niños eran un poco distintas y hacían hincapié en aspectos de la escolaridad. Hasta que, fatalmente, llegó el momento de las preguntas sobre los idiomas:

- ¿Habla ruso?
- Ya lo creo.
- ¿Y cuál es su lengua nativa?
- Mmmm... no sé.
- ¿Que no lo sabe?
- Bueno, no me lo había planteado hasta ahora ¿Sabe qué? Vamos a preguntárselo.

Aquí ya los dos agentes censales estaban comenzando a flipar muy seriamente.

- ¡Abi!
- ¿Sí? - respondió desde la cocina.
- ¡Vine! (¡Ven!)
- Vaig (Voy)
- Abi, ¿quina és la teua llengua materna? ¿El castellà, el valenciá o el rus? (Abi, ¿cuál es tu lengua materna? ¿El castellano, el valenciano o el ruso?)
- El castellà. (El castellano)
- ¿Segur? (¿Seguro?)
- Has dit "la materna", i la mamà parla castellà. (Has dicho "la materna", y la mamá habla castellano)
- Vinga, val. (Venga, vale)

Desde luego, tenía su lógica.

- El español - les dije a los jovencillos.

Hubo un par de preguntas más, y pasamos a Ro. Casi todo era esperable, hasta que pasamos al asunto de las lenguas.

- ¿Habla ruso?
- Habla, habla...
- ¿Y cuál es su lengua materna?
- Ahora se lo pregunto ¡Ro!
- ¿Sí? - dijo desde la cocina.
- ¿Quina és la teua llengua nativa? (¿Cuál es tu lengua nativa?)
- El valenciá, clar (El valenciano, claro) - dijo soltando una risita.

Yo creo que lo habían estado hablando las dos en la cocina para liar la cosa.

- El valenciano - les dije a los dos agentes censales.

A estas alturas, yo creo que habían renunciado a sorprenderse.

- Bueno, nos falta uno.
- Ame.
- Ése.

Les fui dando los datos, básicamente, como ya escribí, personales y de escolarización. Y llegamos a los idiomas.

- ¿ Ame habla ruso?
- Incluso demasiado.
- ¿Y su lengua materna?
- A ver qué dice ¡Ame!
- ¿Sí?
- Prijodi! (¡Ven!)

Ame se acercó.

- Kakoy tvoi rodnoy yazyk? (¿Cuál es tu lengua nativa?)
- Ispansky! (¡El español!) - dijo riéndose.
- Vsio yasno (Está clarísimo) - les dije a los agentes censales, que apuntaron el español como lengua materna de Ame.

Se pusieron a recoger los papeles, cuando se acercó la niñera, que a medida que iban pasando los minutos y las preguntas se la veía con más curiosidad.

- Quizá también tendría que apuntarme yo - dijo a los agentes.

Los agentes se miraron sin saber muy bien qué hacer.

- ¿Usted vive aquí?
- Sí, sí, varios días a la semana.
- Bueno, pues vamos a censarla también.
- Y también pago los impuestos.

Parecía poco familiarizada con el propósito del censo.

- Bueno, eso no es asunto de estos señores - le dije -. Estos señores simplemente se dedican a contar.
- Eso es - dijo la chica.

Siguió la retahila de preguntas acostumbrada. Los agentes parecían aliviados. Por fin lograban hablar con alguien que tuviera patronímico. Hay que decir que uno ve cómo se llama la niñera, que es un nombre musulmán donde los haya, y no sabe muy bien si se las está teniendo con una viuda negra.

Además de patronímico, la niñera tenía etnia y todo.

- ¿Etnia?
- Tártara.

"Hombre, por fin alguien normal".

- ¿Sabe ruso? Sí, ya veo que sí... ¿Cuál es su lengua nativa?
- El tártaro.
- Ah... ¿alguna lengua más?
- Uzbeko y tayiko.
- Vaaale... bueno, creo que ya está. No saldrá nadie más, ¿verdad?
- No debería - dije yo.

Los agentes se fueron hacia la puerta, mientras la niñera me decía que no me preocupara, que ella pagaba sus impuestos.

- No, si no es por eso...
- Además, cuando pasaron por mi casa el otro día otros chicos como éstos, ya hablé con ellos igual que hoy.
- Muy bien. Gracias a usted, la población rusa disminuye menos.

viernes, 5 de noviembre de 2010

El censo

Fernando pedía el otro día una entrada sobre el censo que se ha estado llevando a cabo durante las últimas semanas en Rusia. Fernando, si no estoy equivocado, tiene una profesión muy relacionada con la estadística, con lo que se entiende su interés por el tema; además, probablemente nos podrá explicar bien los motivos por los cuales ya no se realizan censos en España (y en toda la Unión Europea, y hasta en toda la OCDE). Supongo que uno de los motivos es el coste, que es desproporcionadamente alto para la información que se obtiene; otro de los motivos, probablemente, es que la información obtenida no es de muy buena calidad, y que, con lo "fichados" que estamos por multitud de administraciones, no es difícil conseguir la información necesaria sin necesidad de ir preguntando a cada uno. Supongo que un muestreo es mucho más barato y no mucho más inexacto.

En Rusia, sin embargo, toca realizar por ley un censo cada cierto tiempo, y a eso se ha estado dedicando la administración en las últimas semanas. He leído que la gente se ha tomado el censo bastante a rechufla y que, como es habitual en estos casos, el número de judíos se reduce mucho respecto del que se considera habitual. En cambio, al parecer hay gente de etnia élfica. Los entrevistadores suelen tener bastante prisa y no están por la labor de jugarse la vida discutiendo con los entrevistados, así que los resultados son tan fiables como la tesis doctoral de Belén Esteban, y te salen bielorrusos étnicos que se apellidan Bronstein o Ashkenazi.

No es nuestro caso. Así como en el censo de 2002 no fuimos computados como residentes en Rusia, porque los entrevistadores omitieron el edificio donde vivíamos, en esta ocasión, ya por la tarde, recibí un mensaje en el móvil, en el que se anunciaba que el censo estaba teniendo lugar, y que iban a por mí. No teníamos la menor intención de ocultarnos, antes bien, resolví prestar a las autoridades censales rusa toda la colaboración que un cuidadano de bien como yo pudiera proporcionar. De todas formas, el móvil que llevo es del trabajo y está a nombre de la empresa; hay un móvil a mi nombre... pero lo lleva Alfina, que no recibió ningún mensaje. Raro raro...

De una forma u otra, serían las ocho y media de la noche, en plena cena, cuando dos jóvenes, hombre y mujer, ataviados con una bufanda azul, llamaron a la puerta de nuestra casa. Lo de la bufanda azul era una medida anunciada a bombo y platillo para que la gente se confiara y les dejara pasar, porque, si no, a buenas horas dejas pasar en Moscú a un desconocido que llame a tu puerta.

- ¿Quiénes son?
- ¡Los del censo! ¡Son los del censo!
- ¡Pero si somos extranjeros! ¡No hemos de censarnos!
- ¡No! ¡Vamos a censarnos como todo el mundo!

Me levanté, y les abrí la puerta, mientras el resto de la familia se atrincheraba en la cocina.

- ¿Si?
- Somos del censo. Venimos a censarles.
- Pasen, pasen, por aquí.

Los dos jóvenes me miraban como si fuera un bicho raro. Se ve que lo de pasar a la primera al domicilio del ciudadano no era un fenómeno que estuvieran experimentando con frecuencia.

- ¿Así? ¿Sin descalzarnos?
- No, venga, pasen, que el suelo está frío.

Me miraron con cara de sorpresa aún mayor. Normalmente no pasas con zapatos de calle a una casa rusa bajo ningún concepto. Algo cohibidos, y sin quitarse el abrigo, se sentaron en la mesa del salón y sacaron unas hojas de sus carpetas. La chica se puso a preguntarme y el chico sólo intervenía cuando había alguna duda. Los dos parecían estudiantes que se estaban sacando unos rublillos extra con el asunto del censo.

- ¿Cuántas personas viven en esta casa?
- Cinco.

Deliberadamente, dejé fuera a la niñera. La niñera es interna, pero es una interna un poco particular que tiene un piso alquilado y pasa noches aquí y allá. Además, como no es moscovita, aunque tiene los papeles en regla, nunca se sabe por dónde puede saltar un problema. Y, como decía Stalin, si no hay persona, no hay problema, así que resolví eliminar (sólo censalmente) a la persona.

- Pues vamos a rellenar una hoja por cada uno. A ver, ésta es para usted. A ver, ¿cuál es su nombre?
- Alfor.
- ¿Su apellido?
- Von Buchweizen.
- ¿Su patronímico?
- No uso de esas cosas.
- ¿No?
- Soy español.

Me preguntó fecha, lugar de nacimiento, nacionalidad, nivel de estudios y algunas cosas sobre mi situación conyugal.

- ¿A qué etnia pertenece usted?

Antes de que me entrara la risa, me quedé mirando a la chica con cara de paciencia infinita.

Eso de la etnia es cosa de pueblos bárbaros, como los germanos, escandinavos, eslavos y demás gente primitiva. Los pueblos que fuimos romanizados a su debido tiempo y nos mezclamos concienzudamente con los demás no tenemos etnia ni nada parecido. La prueba es que, en España, los únicos que se las dan de etnicidad diferente son algunos vascos, de romanización algo dudosa. Los demás españoles somos españoles y, todo lo más, y si se da el caso, de raza blanca.

Los rusos no. Los rusos pueden ser de etnia rusa, bielorrusa, ucraniana, tártara, judía (éstos, por lo visto, tampoco se romanizaron nunca), alemana, chechena, letona, carelia o chukchi, entre otro mogollonazo de posibilidades. Aquí, tener pasaporte ruso no es todo: además hay que pertenecer a una tribu.

- ¿A qué etnia pertenezco? - le devolví la pregunta.
- Puede no responder si no quiere - repuso el chico.

Hay gente que no responde. Sobre todo si son judíos, que no están excesivamente bien vistos. Hasta hace pocos años, en los documentos de identidad rusos, y antes soviéticos, se mencionaba la etnia a la que pertenecía el titular. Desde que hemos entrado en el siglo XXI, ya no consta en los documentos, pero está visto que quien tuvo retuvo y que sigue molando preguntar sobre eso.

- No, no, si no pasa nada. Lo que ocurre es que soy español, y decir que soy étnicamente español me parece una burrada y me suena fatal. Mejor no pongamos nada.
- No ponemos nada - repuso la chica.

Puso un par de rayas en los apartados destinados a según qué cosas y siguió preguntando.

- ¿Habla ruso? Sí, ya veo que sí. A ver... ¿cuál es su lengua materna?
- ¿La mía? El valenciano.
- ¿El... valenciano?
- ¿Pasa algo?
- No, no... ¿lo puede escribir usted?
- Sí, claro.

Escribí "valenciano", que ciertamente en ruso es un palabra con una ortografía peliaguda.

- ¿Y qué idiomas habla, además de ruso y... (¿cómo era?) ah, sí, valenciano?
- Pues hablo español, e inglés, y alemán, y francés...
- Pare, que sólo puedo poner dos.
- Pues vaya.

A estas alturas de la entrevista, ya el resto de la familia parecía haber comprendido que se trataba de un par de chicos inofensivos, no de un comando de castigo de un campo de concentración, y que no iban a deportar a nadie, así que empezaron a asomar la cabeza por la puerta de la cocina.

- Miren, miren ahí vienen los demás.

(Seguiré en la próxima, que hoy se hace tarde)

miércoles, 20 de octubre de 2010

El centro de ocio y el centro de oración

Viene de aquí y de aquí.

Llegado el día de autos, la familia entera se dirigió al RollHall para el supuesto cumpleaños. Naturalmente, fuimos en coche en previsión de que los regalos fueran voluminosos. A pesar de ser sábado por la tarde, los atascos en Moscú ya son un fenómeno de todos los días (y de todas las noches), así que llegamos un buen rato más tarde de lo que pretendíamos. Menos mal que habíamos salido con tiempo.

En el caso que nos ocupa, la enjundia del atasco era algo extraño incluso para Moscú. A cosa de tres kilómetros de nuestro destino, vimos la cola más larga jamás formada. La pera limonera. Kilómetros de gente estoicamente clavada en la calle a una temperatura de cinco grados mal contados y avanzando a paso de caracol hacia, aparentemente, el monasterio Danilovsky.

La cola llegaba a Danilovsky desde dos direcciones principales... una de las cuales pasaba por delante del RollHall y tapaba la puerta. Dejé a la tropa allí, ellos se abrieron paso entre la cola y yo me fui a aparcar. Pensé que sería misión imposible, pero se ve que la gente de la cola no había venido en coche, porque encontré un sitio incluso bastante cerca. Crucé la cola un par de veces y me metí en el RollHall.

Al poco, comenzaron a llegar las amiguitas invitadas.

- ¡Feliz cumpleaños, Abi! - decían todos.

"No, pero si fue hace dos meses...", pensaba yo, y poco menos que iba a decirlo, pero me contenía cada vez, porque Abi era más rápida.

- ¡Muchas gracias! - decía Abi a cada una de sus amiguitas. Yo creo que Abi realmente pensaba que era su cumpleaños.

Y la amiguita le daba el regalo de turno y, muchas veces, un bonito ramo de flores. También había dos amiguitos. Supongo que uno de los dos es el que le hace tilín de entre los chicos de la clase y al otro había que invitarlo para que el primero no se aburriera demasiado con tanta niña.

Al cabo de un rato, habían llegado todos menos dos, que era dos hermanas que venían con su madre y estaban en un atasco. Llegaron un buen rato después y ya se incorporaron a la juerga a mitad de la misma. Es que es Moscú.

A todo esto, ya había tres ramos de flores, unas cuantas cajas de regalo muy chulas y ningún sitio donde poner todo aquello. Se acercaban las tres, hora de comienzo teórico del asunto, y allí no había ni rastro de quien tuviera que atendernos. El segurata no era una buena fuente de información, sino sólo de mamporros, y las madres de los niños estaban allí expectantes, supongo que por saber si estaban también invitadas a algo. Y es que uno ya no sabe qué hacer, porque, normalmente, si hubiéramos hecho la fiesta en casa sí que se hubieran quedado si hubieran querido (generalmente entonces no quieren), pero allí como que no tenían mucho que hacer, y sin embargo allí estaban.

Decidí poner algo de distancia y, de paso, resolver uno de los problemas, así que me llevé los regalos y fui al coche. Salí del RollHall, atravesé la cola que seguía bloqueando la puerta, la atravesé de nuevo para llegar a la calle donde estaba el coche, dejé los regalos, volvía atravesar la cola y me dirigí de vuelta al RollHall.

En su defensa, hay que decir que la cola era muy ordenada y tranquila. Soplaba un biruji de tres pares de narices, pero la gente estaba la mar de calmada, de pie y algunos cantando preces de un libro de oraciones. Muchas mujeres iban con un pañuelo en la cabeza y, tal y como estaba el relente, seguro que no le sobraba a nadie.

Al final, abordé a una señora que estaba en la cola.

- ¿Para qué es esta cola? - le pregunté.

- Es para reverenciar las reliquias de...

La señora se paró.

- Las reliquias de San...

La señora se volvió a parar.

- ¡Seryozha! - gritó - ¿Las reliquias de qué santo son las que están ahí?

Seryozha, un señor barbudo que ya no cumpliría los cincuenta, levantó la cabeza y dijo:

- San Espiridón.

- Ah, sí. La cola es para reverenciar las reliquias de San Espiridón.

- Ah, muchas gracias.

Y seguí camino hacia el RollHall admirando lo de aquella señora. Siete horas de cola, o más, y ni siquiera sabe muy bien para qué es.