jueves, 26 de noviembre de 2015

Y seguimos buscando culpables

Y seguimos buscando culpables

Ha pasado ya cerca de una semana desde que estamos en estado de alerta máxima, y la gente empieza a cansarse un poquito del asunto. El metro vuelve a funcionar, y hay quien lo usa y todo, quizá mirando con algo de aprensión a los pasajeros morenos y con barba larga; los colegios han sido reabiertos, se supone que con medidas suplementarias de seguridad de las que mis hijos no me han dicho mucho. Los centros comenciales han vuelto a abrir, porque a ver de qué iba a vivir si no el personal. Y, si alguien queda trabajando desde su casa a estas alturas, es porque lo hubiera hecho de todas maneras.

En estas circunstancias, cada vez va tomando más cuerpo lo que escribía ayer, de que algo tenía que haber pasado para justificar tanta metralleta y tanto soldado por las calles del centro. Pero, básicamente, no ha pasado nada. Y la sospecha de que las autoridades tratan de compensar su inacción de años con su sobreactuación de estos días cobra fuerza, y no hay sino escuchar los comentarios que se oyen por la calle.

Y aquí estamos, compadeciendo a los militares que se pasan horas de pie, con los pasamontañas puestos y cargando el chopo horas y más horas, en lugar de estar pegando barrigazos por las Ardenas, con lo que al menos entrarían en calor. No saco fotos suyas, aunque suelen ser gente amable que responden cuando se les saluda, así deben estar de aburridos, porque no tengo ganas de meterme en líos, y sacarle una foto a un tiarrón armado hasta las cejas es meterse en líos.

Como ya sabemos desde hace mucho, la naturaleza humana es proclive, desde su creación, a buscar culpables ajenos de las desgracias que le aquejan. Como ya sabemos que los belgas nunca se equivocan, es ocioso buscar entre ellos uno que levante la mano y diga que se siente responsable de parte del follón, siquiera sea por haber votado repetidamente a un político que, a fuerza de amar la diversidad, ha terminado por acoger a todo bicho, aunque el bicho tuviera por la diversidad mucho menos aprecio que el político.

Veamos este artículo, que hace el esfuerzo suplementario de sistematizar los culpables. No está nada mal para abrir el debate y, aunque posiblemente mete más culpables de los estrictamente necesarios, uno de los que mete es especialmente pertinente: el alcalde hasta 2012, Philippe Moureaux, socialista, una persona que no puede menos que ser partidaria del multiculturalismo, porque lo ha practicado activamente, llegando hasta el punto de divorciarse de su esposa, de raza blanca y aburrida, para casarse con la chica de arriba, musulmana, pero, evidentemente, no demasiado observante del código de indumentaria salafista. No, no es el abuelo de la novia: es el novio. Las malas lenguas, que no descansan, han venido diciendo que se convirtió en padre y hasta en padrino para toda la familia de su flamante esposa, a buena parte de la cual ha encontrado trabajo.

Él, como buen belga, asegura que no es culpable y dice que él estaba cerca de la gente y que los responsables son los actuales gobernantes, que no lo están.

Vamos, que estaba cerca de la gente, al menudo de alguna, parece claro. Que eso le libere de toda responsabilidad es otra cosa.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Y ahora qué?

Los de la imagen son los policías belgas más célebres (aparte de Hercule Poirot, que es de otra liga y ni siquiera es policía) y, por lo que parece, también son los más recordados estos últimos días en que se han sucedido los arrestos de sospechosos y las liberaciones casi inmediatas por falta de cargos, mientras coches de policía ululaban por aquí y por allá y los ciudadanos, cada vez más hartos de la situación, íbamos saliendo a la calle y haciendo nuestra vida normal a despecho de los peligros y amenazas que supuestamente nos rodean.

Tengo la fuerte impresión de que alguien ha decidido compensar los decenios de dejar crecer tranquilamente el fenómeno de los guettos musulmanes, y ahora ha resuelto dar un puñetazo y medio paraliar la ciudad unos cuantos días. En serio, si uno adopta las medidas que han tomado estos pollos, más vale que sea para obtener algún resultado. De momento, el único resultado es lo ridículo que está quedando esto.

Enhorabuena. Hasta ahora, los únicos que sabíamos que Bélgica era un desastre éramos los que vivíamos aquí. Ahora, lo sabe toda Europa.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Recordando a Felipe III

En días como hoy, es cuando uno se acuerda de los viejos gobernantes, a quienes no les temblaba la mano a la hora de aplicar soluciones definitivas. Uno de ellos es Felipe III, Rey de las Españas, quien, aunque no fue, técnicamente, soberano en Bruselas y en los Países Bajos españoles (durante su reinado, lo fue su hermana Isabel Clara Eugenia y el marido de ésta, el archiduque Alberto), sí que era de hecho el que cortaba el bacalao y enviaba los tercios hasta la tregua de doce años con los herejes.

Felipe III tiene muy mala prensa entre los manuales de historia, que lo consideran poca cosa y el primero de los "Austrias menores", lo cual no tiene mucho de elogioso. Sin embargo, uno mira con detalle su reinado y lo único que cabe achacarle es que consintiera la corrupción brutal de su valido, el duque de Lerma, porque, por lo demás, España alcanzó su máxima expansión territorial y logró sostener todos los frentes en que estaba inmersa con una política de diplomacia relativamente blanda, sin meterse en más líos de los necesarios. Eso sí, tuvo que sufrir la campaña de propaganda en su contra (campaña que, evidentemente, tuvo tal éxito que llega hasta hoy) que le organizaron los miembros del círculo del siguiente valido importante, el Conde-Duque de Olivares, que posiblemente fuera mucho menos corrupto que el de Lerma, pero, si comparamos los resultados de las políticas de uno y otro y cómo dejaron a España al dejar el gobierno, prefiero la corrupción del primero. Además, visto desde una perpectiva contemporánea, la corrupción del Duque de Lerma se antoja poca cosa, cuando uno lee los periódicos españoles tan lejos como este mes.

Yo no sé que harían Felipe III y sus ministros tal día como hoy, en que Bruselas está medio paralizada por la amenaza de varios descerebrados (y, últimamente, también descerebradas, cosa insólita hasta ahora entre sarracenos) de morir matando si fuere menester. No hay metro, han suspendido la mayoría de los espectáculos de masas, incluido un concierto de Johny Holiday (algo bueno tenía que tener la situación) y hay soldados, muy amables, eso sí, patrullando por el centro. Ame está ahora mismo en un cumpleaños, e iban a ir al cine, pero los padres del niño que lo celebraba se lo han pensado mejor y, con buen criterio, van a ver una película en la televisión de su casa.

En 1609, no había todavía ISIS, pero sí había Imperio Otomano y estados vasallos, como el de Argel, de donde salían piratas a mansalva a hacer la vida imposible a los habitantes de las costas españolas, con el agravante de que bastantes de esos habitantes, que eran musulmanes de religión, aunque hubieran hecho como que se bautizaban, les acogían como a hermanos, no como a enemigos. Basta con ver que, aun hoy, las ciudades del Reino de Valencia, incluyendo la propia capital, están unos kilómetros tierra adentro, y no es por casualidad: es por cuando había moros en la costa, que se convertía en un lugar sólo apto para ver el espectáculo del desembarco en primera línea e, incidentalmente, para convertirse en protagonista del incidente en forma de cautividad y galeras, amarrado al duro banco de una galera turquesca.

A Felipe III y a sus consejeros se les hincharon las narices y expulsaron a los moriscos. Prácticamente a todos, justos (que lo había) y pecadores (que los había también). Se les ha criticado mucho por ello y, lo más importante, el hacerlo no significó la tranquilidad de las costas españolas, al menos inmediatamente, porque bastantes de los expulsados pasaron a ejercer la piratería, pero la cosa se fue calmando poco a poco y, a base de Armada y tentetieso, el Mediterráneo Occidental pasó a ser con los años un lugar relativamente tranquilo.

Esta bitácora ya ha pasado por el hoy famosísimo barrio de Molenbeek, nido, según parece, de candidatos a ir a hacer compañía a Mahoma y disfrutar de nosecuántas vírgenes por la vía rápida. Parece que decenios de buenismo, convivencia interrracial y ayudas sociales no han servido para integrar a los sarracenos. De hecho, probablemente esa misma frase la debió decir don Juan de Austria cuando su hermano le envió a las Alpujarras a reprimir la rebelión de los moriscos granadinos, o San Juan de Ribera, virrey que era de Valencia, en los primeros años del siglo XVII. Pero a mí me da que en la Europa del siglo XXI no hay ningún personaje que se acerque siquiera a esos dos.

Que Bélgica, con lo que ha sido, tenga el dudosísimo privilegio de acoger a dos kilómetros del centro de su capital un barrio islamizado hasta la médula y, por lo que se ve, progresivamente fanatizado, quizá sea una muestra más del fracaso de este país, unido en su día por la monarquía y la religión católica y convertido hoy, perdida la segunda de las amalgamas, en un mosaico informe que se mantiene en pie porque los edificios tienden a no desmoronarse de un día para otro. A ver cuánto dura en pie éste.

Por cierto, los terroristas suicidas van al cielo y tienen tropecientas vírgenes para cada uno, vale. Pero, ¿y las terroristas suicidas? ¿Para qué quieren tanta virgen?