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sábado, 16 de noviembre de 2024

El semáforo español

Probablemente todos conocemos esos semáforos que se sitúan en las entradas de las poblaciones, justo cuando pasamos a zona urbana y la velocidad máxima de los vehículos deja de ser la que sea en la carretera de que se trate y pasa a ser de 30 ó 50 kilómetros por hora, normalmente la segunda. El objeto de semejante tipo de semáforos no consiste en dejar pasar a quienes estén esperando en un cruce (porque frecuentemente no hay ningún cruce que regular), sino únicamente en obligar a los conductores a reducir la velocidad ante de entrar en la zona urbana. Incluso es muy habitual que, poco antes del semáforo, veamos la limitación de velocidad con la advertencia "a más velocidad, semáforo en rojo". Porque, en efecto, si te pasas, el semáforo se pone rojo. Es un semáforo que no tiene disco verde, sino únicamente dos discos naranja intermitentes y el disco rojo fijo.

Yo pensaba que esos semáforos existían en todo el mundo, pero he aquí que me encuentro con la sorpresa de que en Bélgica no han existido hasta hace poco y que se llaman "feu à l'espagnole", es decir, "semáforo a la española" o, más simplemente "semáforo español", lo cual me induce a pensar que estamos ante una contribución española a la seguridad vial de todo el mundo.

En la región de Bruselas, hay tres municipios que ya han instalado alguno de ellos, normalmente cerca de algún colegio. Los concejales encargados les ven ventajas claras con respecto al radar. Claro, si pones un semáforo de éstos, los conductores reducen la velocidad y no llegan a cometer ninguna infracción, a no ser que se empeñen mucho; en cambio, si pones un radar y el conductor se lo traga, comete la infracción, pero sigue rodando por encima del límite. Recibirá la multa unos días después y el municipio recaudará lo suyo, pero se supone que el objetivo no es recaudatorio (bueno, se supone...), sino la seguridad vial, y no digamos cuando pones el semáforo cerca de un colegio. Con el semáforo español el municipio quizá recaude menos, pero los niños van a poder cruzar la calle más tranquilos.

En fin, que no todo son los tercios de Flandes ni la tortilla de patatas. La contribución de España a Bélgica llega hasta nuestros días, en este caso de una manera que, al menos para mí, era completamente inesperada. Esta visto que nunca es tarde para aprender algo nuevo.

sábado, 12 de octubre de 2024

Medidas electoralistas

Falta nada para las elecciones, así que éste es el momento ideal para que los partidos se empleen a fondo en adoptar medidas que gusten a sus votantes ¡A ver si los lectores que le queden a esta bitácora van a pensar que este fenómeno sólo sucede en sus países! En últimas entradas ya se había mencionado la intención del MR, de los Comprometidos, -as y de los sociatas, probables socios de coalición en el gobierno de la Región de Bruselas, de prolongar dos años la vida útil de los coches de motor Diésel Euro 5 y gasolina Euro 2, que, de lo contrario, hubieran debido desaparecer de las calles de Bruselas a final de este año. Gracias a la confluencia de una nueva mayoría parlamentaria en la región, esta vez sin ecologistas, y de unas elecciones municipales inminentes, esta medida ya ha sido adoptada (de ahí sale la foto, sí), con lo que voy a tener dos años de prórroga del Topomóvil, que va a estar contaminando horriblemente las calles de Bruselas los cuatro días mal contados que se usa.

Los ecologistas, además de en bicicleta, han montado en cólera. Hasta ahí, bien, porque la cólera tampoco contamina el medio ambiente. Aducen que esto no puede ser y que no cuenten con ellos para nada y mucho menos para ayudarles a formar gobierno. Y que vamos a morir todos.

Los ecologistas, por su parte, se han quedado prácticamente solos en su oposición al aplazamiento de la prohibición de mi coche. El PTB, nada menos, que es algo así como Podemos, pero más estalinista, también ha votado a favor, así como Vlaams Belang. Ver votar en el mismo sentido al PTB y a Vlaams Belang es una cosa totalmente insólita que no presenciaremos en muchas ocasiones, así que más vale que tomemos buena nota del hecho. Los otros partidos neerlandófonos del Parlamento de la Región de Bruselas han optado por una prudente abstención, supongo que para no malquistarse demasiado con los ecologistas, que siguen siendo lo suficientemente importantes en el Parlamento como para no convertirlos en algo así como un movimiento antisistema.

Así las cosas, a los verdes sólo les ha quedado el derecho al pataleo. Como suele suceder, han encontrado el apoyo de asociaciones medioambientalistas, que se dicen apolíticas, pero a las que se les puede perfectamente aplicar el típico refrán español de "Dime de qué presumes, y te diré de qué careces". Estas asociaciones, pues, han convocado una manifestación masiva delante del Parlamento para protestar contra lo que se estaba cociendo dentro de él. En España, como sabéis, está prohibido manifestarse delante del Parlamento, en principio para todo el mundo, pero en la práctica, si eres de izquierdas, sí que puedes manifestarte, porque estás luchando contra el fascismo y tararí, tarará. Aquí no sé si está prohibido o no, pero de hecho ocurre delante de todos los parlamentos, y ya sabéis que en Bruselas, sol y sangría no habrá, pero parlamentos, todos los que queráis.

Los convocantes de la manifestación lograron convocar, según la prensa, un centenar de personas, entre los cuales se encontraban delegados de la asociación "Abuelos por el Clima", obviamente apolítica, como todas, que incluso entraron en el Parlamento para seguir el debate, con lo que lógicamente diezmaron la manifestación, porque, si ya un centenar es una cifra generosa (y dudosa), si encima los manifestantes no están a lo que debían estar y se distraen con debates parlamentarios, esto no hay quien lo aguante. Si es a Rólex, a Rólex; y si es a setas, a setas; y es que soplar y sorber, no puede ser.

En resumidas cuentas, que mis planes han cambiado. El Topomóvil se iba a España a ser utilizado allí hasta el final de su vida útil, pero eso puede esperar de momento a abril de 2027, momento en el que decidiré si me compro otro coche o no vale la pena y ya me espero a jubilarme. De momento, me toca pasar la ITV belga, no se me vaya a hacer tarde. Pero ésa es otra historia, que habrá que contar a su debido tiempo.

jueves, 25 de julio de 2024

Elecciones y ecologías

En todos los países de la Unión Europea ha habido elecciones al Parlamento Europeo, pero en Bélgica, además, hubo elecciones regionales de distinta índole. En España diríamos autonómicas, más o menos. Aquí, como ya ha quedado dicho alguna vez, las autonomías se llaman regiones y son tres: Flandes, Valonia y Bruselas. En Flandes se habla flamenco, en Valonia se habla francés, y en Bruselas se hablan muchos idiomas, porque es un guirigay del quince, pero oficiales, lo que son idiomas oficiales, no hay más que dos, que son el flamenco y el francés. Lo de la oficialidad del alemán en una parte de Valonia, si eso, lo dejamos para otro día, a ver si me paso por aquella parte del país este verano a hacer turismo.

El caso es que, en materia interna, en Bélgica se eligió a los miembros del Parlamento valón, del Parlamento flamenco, del Parlamento de la región de Bruselas (que es donde vivo yo, parece que por algún tiempo más) y, bonus, el Parlamento de la Comunidad germanófona, que tiene partidos bastante raritos. Al Parlamento de Bruselas se presentaron la tira de candidaturas, y he aquí que la suerte ha querido que la lista número 1 fuera la de Vlaams Belang. La estuve leyendo, pensando en encontrar todo tipo de apellidos más flamencos que Camarón, y es cierto que la mayoría lo eran, pero el número 4 de la lista era una tal Ekaterina Begunova que me ha dejado algo descolocado. No estoy muy seguro de que alguien que se llama así esté por la tarea de expulsar inmigrantes. Por lo demás, hubo un total de treinta candidaturas, la trigésima de las cuales se llamaba "Viva Palestina!", así, en español, y estaba formada por cinco personas que atendían por Dyab, Yasmine, Nasser, Hakema e Ismaiyl. Supongo que éstos últimos pudieron contar con algunos de los votos de los que se manifiestan poco menos que a diario delante de la embajada de Israel y contribuyen a empeorar todavía más, que ya es decir, el tráfico de la zona.

El resultado de las elecciones regionales dio lugar a un parlamento confuso, como todos los parlamentos en este bendito país trufado de partiditos especializados en una zona lingüística, pero parece que los ecologistas salen del gobierno, cosa que sabremos con certeza dentro de un par de meses, cuando se vuelvan a reunir. Hay que reconocer que los ecologistas han puesto en marcha algunos carriles bici dignos de tal nombre, lo cual era algo que hacía una falta enorme en Bruselas, y los ciclistas lo agradecemos; también es verdad que la pesadilla de los patinetes eléctricos abandonados por cualquier lugar debe considerarse responsabilidad suya. Sólo este año parece que se ha impuesto la cordura y los patinetes de alquiler, que son casi todos, deben ser depositados en lugares concretos, no tirados sobre la acera. Los peatones se lo agradecemos.

Otra medida de los ecologistas ha sido la regulación de la zona de bajas emisiones, cosa que no sé si los conductores agradecemos, pero creo que no. La zona de bajas emisiones es la región de Bruselas enterita y, en ella, los vehículos considerados contaminantes lo tienen crudo. Ya hay un grupo de vehículos que, desde hace dos años, están prohibidos en su interior bajo fuertes multas y el siguiente grupo, los diésel Euro 5, debía ser prohibido a partir del 1 de enero de 2025. Debo hacer notar que en este punto no soy objetivo. En realidad, como todo lector de esta bitácora conoce, no soy objetivo en casi ningún punto, pero en éste todavía menos, porque soy propietario de un vehículo que, si la normativa actual no sufre variaciones, tiene los días contados en Bruselas, con lo que ya estoy pensado qué hacer con él y si comprarme otro que lo sustituya.

Mis planes, de momento, están suspendidos a la espera de saber si el nuevo gobierno, que se constituirá en algún momento y, según todos los indicios, lo hará sin ministros ecologistas, va a conceder una moratoria a los vehículos Euro 5 o no. Se rumorea que sí que lo hará, habida cuenta de que la cosa, si sigue en sus términos actuales, puede acabar en tumultos. Hay numerosos vehículos de ese tipo circulando y no todos sus dueños están en condiciones de pagarse otro coche así como así, de modo que una moratoria de ese tipo sería considerada una medida social, muy popular, sobre todo entre quienes dependen del coche para desplazarse y no tienen posibles para reemplazarlo. Vale, no estoy en ninguno de los dos casos en este momento, pero me pregunto si la prohibición de esos coches es una decisión tan ecológica como se nos quiere hacer creer.

Tengo para mí que ni mucho menos. Los coches que se prohíban en Bruselas no van a desaparecer por arte de birlibirloque, sino que van a seguir circulando en otros sitios, mientras que muchos de sus propietarios se van a ver obligados a hacerse con vehículos que sí que cumplen la normativa, pero que habrán de ser fabricados y, por tanto, van a contaminar por este mero hecho. Los únicos realmente beneficiados por estas decisiones no son los ciudadanos, ni menos aún el planeta, sino los fabricantes de coches, que van a tener más clientes y más ventas ¡Que no hayan sido ellos quienes estén detrás de estos tejemanejes!

Entretanto, me toca deshojar la margarita. El coche, cariñosamente conocido como "topomóvil" o "кротомобиль", por su color característico, se usa de uvas a peras, pero uno le coge cariño a estas cosas y no es cosa de desprenderse de algo que funciona perfectamente, así que tiene todos los números para pasar a prestar servicio a su dueño en España, en algún lugar, que ojalá exista, en donde los ecolotalibanes no se hayan salido con la suya y que quizá esté en la Valencia profunda, quien sabe. La duda es cuándo marchar del país, porque en verano es quizá muy pronto, no se sabe cómo va a reaccionar el todavía no existente nuevo gobierno y, si me espero mucho al año nuevo, quizá entonces, como tantas otras veces, se haga tarde.

sábado, 24 de febrero de 2024

Patinetes

Lo de Bruselas con los patinetes no tiene nombre, o mejor no lo tenía. Estaban por todos los sitios y eran de todo tipo o condición. Cualquier mindundi se podía pillar uno alquilado entre los tropecientos que había en cualquier sitio. Y luego, cuando llegaba al sitio al que quería llegar el mindundi, el susodicho mindundi lo arrojaba allí mismo, en mitad de la acera, o tirado por el suelo, o en el bosque, o en el cementerio, o apoyado al reves en una papelera, o encajado en un buzón de correos. Donde más rabia le diera al mindundi.

Pues se acabó. Desde hace unos días, sólo dos empresas (Bolt y Dott, que eran las más grandes. Lime, Tier y Bird eran las otras tres oficiales, y a saber qué más había por ahí) tienen permiso para operar en Bruselas. El resto de la chusma ha perdido esa posibilidad. Es más, el parque móvil, que se calculaba que era de 20.000 patinetes, ha quedado reducido a ocho mil, que sigue siendo abundante, pero menos. Finalmente, el gobierno regional ha designado mil quinientas zonas de depósito de los patinetes, así que se acabó también abandonarlos delante de la entrada de una garaje o atravesados en la acera.

Como no soy usuario de los patinetes, no sé exactamente cómo ha afectado la medida al populacho que los utiliza. Yo sigo viéndolos, pero sí que parece que la cosa se ha vuelto más civilizada. Las dos operadoras que quedan son razonablemente serias y no tienen los patinetes trucados para que vayan a toda leche, así que no se ven tantos conductores suicidas como antes. También parece que se ha terminado realmente lo de dejar los patinetes a donde a uno mejor le pareciera.

Entretanto, he leído y escuchado en la radio que las nuevas autoridades municipales de Valencia se están dedicando también a poner coto a los patinetes, que en Valencia son más bien de propiedad privada, y no de alquiler, como aquí, y que les obligan a ponerse casco, a no llevar auriculares y a ir por donde deben.  Bueno, eso de ir por donde deben, en lugar de por las aceras, parece que afecta también a los ciclistas, ahora que la actual alcaldesa no se desplaza en bicicleta. Dentro de unas semanas volveré a Valencia a comprobarlo personalmente, espero que no en mis propias carnes, aunque yo en general no voy por las aceras (está bien, con alguna excepción), pero me querría detener en lo de la prohibición de llevar auriculares.

En España, hasta donde yo sé, está prohibido a rajatabla. En Bélgica, cuando llegué, yo pensaba que llevar auriculares en bicicleta era obligatorio, porque apenas había nadie que no los llevase. En mis primeras clases de idioma de por aquí, había quien se indignaba por el hecho de que en según qué sitios del mundo estuviese prohibido. También pensaba yo que en Bélgica, al igual que en Moscú, hablar por el móvil en el coche mientras uno conducía era igualmente obligatorio, y parece que no, que también está prohibido.

En fin, debo reconocer que, a fuerza de ver al resto del mundo andar con auriculares, me compré unos de conducción ósea que están de moda, que no aíslan del ruido ambiente, cosa que sería demasiado peligrosa, y los uso por la mañana para oír la radio. Ya sé yo que, en Valencia, me puede caer un multazo del quince a la que se me ocurra llevarlos por ahí, pero es que uno tiene que intentar adaptarse a las condiciones de allá a donde va, no se le vaya a hacer tan tarde como ahora mismo.

sábado, 23 de septiembre de 2023

Día sin coches

El domingo pasado fue el día sin coches en Bruselas. Creo que en Valencia había un fenómeno similar, por lo menos mientras gobernó Compromís el ayuntamiento, pero igual ha pasado ya de moda, vaya usted a saber. Me parece que ahora en Valencia lo hacen en otro día, mientras que en Bruselas no se quieren hacer mucho daño y, por eso, lo hacen en domingo, dando razones a quienes abandonan la ciudad de estampida por no poder prescindir del vehículo de motor.

Aquí, el día sin coches es eso que parece, o casi, porque sí que hay coches que circulan, aunque son pocos. Taxis, autobuses, ambulancias, coches de policía y alguna furgoneta de reparto, vamos, los que más molestan en los días de diario.

Como el día únicamente es sin coches, es lógico que el resto de los vehículos no se sientan aludidos. De esta forma, hay más bicicletas que nunca, incluyendo aquí a gente que sólo las usa un día al año (precisamente el día sin coches, claro) y que van haciendo eses por las calles intentando mantener el equilibrio con mayor o menor éxito. También está el típico padre que ha decidido que, como no hay coches, es el día para enseñar a su retoño a montar en bicicleta, y qué mejor sitio que la calle, que hoy debería estar vacía, toda para él. Y ahí está el niño con su microbici atravesando la calle en cualquier sentido, a despecho de quienes, incluso hoy, circulamos por ella y tenemos que hacer equilibrios para no atropellar al niño, que ya podía el padre enseñarle a montar en bici en algún lugar más seguro y cerrado a todo tipo de tráfico.

Y sí, la calle debería estar vacía.

Pero no. Hay otra cosa que tampoco se da por aludida en los días sin coches, y son los patinetes eléctricos. Si ya de por sí son una murga acelerada de gente poco empática que van zigzagueando por las calles y provocando maldiciones de quienes tienen la desdicha de coincidir con ellos sobre el asfalto, en el día sin coches ya son la repera. Viva la Virgen y ancha es Castilla. Hacen de su capa un sayo y, si alguien se topa con ellos, pues ya se apartarán. Total, que el incauto que los sufren acaba pensando que quizá podían ampliar el día sin coches a todo tipo de vehículos accionados por un motor, aunque sea eléctrico o, al menos, ¿para cuándo el día sin patinetes?

En fin, que el día sin coches es un asco. Si tienes coche, porque no puedes usarlo y te toca desplazarte a pie o en transporte público, y se nota que no estás acostumbrado y eres más torpe. Y, si sustituyes el coche por la bicicleta y la desempolvas para sacarla ese día por primera vez desde el mismo día del año anterior, pues entonces ya olvídate. Y, si eres ciclista habitual, el día sin coches podrás ir como de costumbre, vale, pero te vas a topar con una manada de zoquetes circulando como no saben, y milagro será que no te lleves un morrón del quince.

Al día siguiente, incluso ese mismo día a partir del anochecer, las cosas vuelven a la normalidad. Uno se acuerda, en estos casos, del famoso comienzo del Manifiesto de los Persas, en que una serie de diputados pidieron a Fernando VII, con todo éxito, que pusiera orden en las Españas y que mandara a los liberales a la ilegalidad de donde no debieron salir nunca más: Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor.

Pues algo así es el día sin coches, salvo que los persas se tomaban cinco días de anarquía y aquí nos conformamos con uno. Supongo que sus promotores pretenden hacer ver que es posible prescindir del coche en el uso diario y sustituirlo por otros medios de transporte; también supongo que, dado el desastre que acontece ese día, no han conseguido ni un solo converso y que, si alguien ha resuelto abandonar el coche, no será por el día en cuestión, sino que se debe a lo difícil que es aparcar y a los atascos que retardan los desplazamientos en los días ordinarios. Sea como fuere, yo salí a hacer lo que tenía que hacer, volví a casa en cuanto pude, aparqué la bicicleta en el garaje y ya no salí de casa hasta que, el lunes por la mañana, la calle quedó libre de peatones descuidados, de patinetes insoportables y de ciclistas primerizos.

Y qué alivio...

miércoles, 17 de agosto de 2011

Deportes de riesgo

En estas vacaciones me he dedicado más que de costumbre a hacer deporte. No sólo esos deportes banales y obvios, como las carreras de fondo o la natación; sí, de ésos también, vale, pero ya llega uno a una edad en la que hay que buscar emociones más fuertes, y aquí entran los deportes de riesgo al volante.

¿Formula-1? ¿Rallies? ¡No! En muchos puntos de España es posible practicar deportes de riesgo no sólo sin necesidad de hacer barbaridades, sino cumpliendo estrictamente las normas de tráfico.

Así, en estas últimas dos semanas he estado circulando casi a diario por la famosa recta de Sueca, una parte de la futura autovía A-38 que está aún en obras, pero que tiene abierto un carril rectísimo en cada sentido. Hay bastante tránsito, por lo que es prácticamente imposible adelantar utilizando el carril opuesto. Supongo que a causa de las obras, o porque le ha parecido bien a alguien, o porque sí, la velocidad en toda la recta está limitada a 80 kilómetros por hora, salvo en algunos tramos, en que lo está a 60.

El deporte que propongo, y que he practicado con profusión este mes de agosto, consiste en respetar a rajatabla los límites de velocidad, sin pasarse un kilómetro de la velocidad permitida, cosa que allí no hace prácticamente nadie. Gana el que consiga formar una cola de vehículos más larga. Un día debí estar especialmente brillante y conseguí veintiuno. Para contarlos, basta con esperar al final de la recta, cuando ya está abierto un tramo con dos carriles, y ponerse en el carril de la derecha, mientras los demás conductores meten el acelerón tras ocho kilómetros de paciencia y frustación y te pasan.

Si consigues que alguno, normalmente el que tenías inmediatamente detrás, te haga signos soeces de desaprobación de tu forma de conducir, puntuas el doble. A mí me los hizo un camionero que intentó amedrentarme durante casi toda la recta poniéndose a menos de un metro de mi parachoques trasero. Yo, ni caso, respetando a saco la limitación de velocidad. Al final, me adelantó desesperado, pero yo le pillé de nuevo en la autovía y le pasé, momento que aprovechó para mostrarme esos gestos soeces a los que hago referencia. Mejor. Doble puntuación.

En Rusia, no estoy muy seguro de que sea posible practicar este deporte. Básicamente, porque circular a 80 por hora, e incluso a 60, suele ser un sueño inalcanzable la mayoría de las veces, y no digamos en hora punta. Lo segundo porque, si quieres utilizar las carreteras de fuera de la ciudad para entrenar, en muchas no hay pintados carriles ni nada parecido y éstos son capaces de adelantar hablando por el móvil (tengo la impresión de que hablar por el móvil mientras conduces es obligatorio en Rusia) y circulando a cien por hora por el arcén de tierra. Y, claro, así no vale.

En todo caso, si consigo encontrar un lugar adecuado para ejercitar este deporte tan peligroso de conducir respetando las normas de circulación, ya avisaré, para que quien sea busque otro camino.

lunes, 27 de junio de 2011

El sarao(I): Dramatismo e intriga.

No suelo asistir a fiestas, ni salir por las noches. Por lo que me cuentan los que sí lo hacen, me estoy perdiendo algo, pero, bueno, es lo que hay y uno tiene que conformarse con lo que le apetece por naturaleza, sobre todo si no es perjudicial. Sin embargo, esta regla tiene, como casi todas, sus excepciones, y la excepción llegó con la visita a Moscú de un famosísimo cocinero español y la invitación que me llegó para asistir a la exhibición de sus habilidades. En aplicación de la estricta política de anonimato que observa esta bitácora, llamaremos al cocinero español Fernando Adriano, que no es, por supuesto, su verdadero nombre, sino uno supuesto que le atribuyo con el fin de que nadie, pero nadie, pueda averiguar a quién me estoy refiriendo.

La fiesta tenía lugar en un restaurante céntrico, y además Alfina me iba a acompañar al evento, lo cual le añadía dramatismo e intriga al asunto. Comencemos por el dramatismo.

El dramatismo era inevitable desde el momento en que el «dress code» de la fiesta, según ponía la invitación, era «smart casual» ¿Y eso qué es? ¿«Arreglao», pero informal? ¿Simplemente pijo? Pero, ¿cómo? ¿Pijo yo?¡Si yo no me sé vestir de pijo! Primero pensé que no habría que preocuparse mucho, porque en Rusia (no tanto como en Holanda, pero casi) siempre hay alguien que viste peor que tú, por muy mal que lo hagas. Pero Alfina no estaba dispuesta a asumir el riesgo, y miró muy torcido cuando me puse un polo con intención de llevar sobre él una chaqueta que había comprado en Kíev en el lejano 1997 y que seguía en buen estado de conservación. Al parecer, la chaqueta, no os lo vais a creer, estaba pasada de moda y, por si fuera poco, las chaquetas no se visten sobre los polos.Es lo que tiene andar un poco despistado sobre las tendencias de la moda. Al final la cosa quedó en la chaqueta kievita (innegociable, como representante del pasado) con un pantalón a juego (más o menos igual de pasado de moda, para ir coordinado) y una camisa en lugar del polo. Bueno, y unas náuticas, con las que continuó un poquito el dramatismo.

- Estas náuticas están muy viejas.
- Pero son muy cómodas (¿Verdad que siempre es así y las cosas viejas con comodísimas?)
- ¿No tenías unas más nuevas?
- Sí. Pero eran éstas mismas, hace tiempo.
- Tienes que comprarte otras.
- Pero serán nuevas e incómodas.

Al final, las náuticas cómodas siguieron en mis pies, mayormente por falta de alternativas aceptables. Había unos zapatos que en mala hora compré y que sólo me pongo para poco rato, y eso estando sentado, lo que probablemente no iba a ser el caso esa noche.

Resuelto el dramatismo, quedaba la intriga. Entre pitos y flautas, eran las siete y cuarto, el sarao empezaba a las ocho y, como somos gente fina, teníamos que ir en coche. La gente fina sólo va en coche. Bueno, quizá también en palanquín. O en helicóptero. En lo que no va es en medios de transporte del populacho, como, ¡puaj! el metro. Tampoco va en engendros como la bicicleta, que ni siquiera consumen gasolina. No, no y mil veces no. La gente bien, la gente fina, la gente que tiene derecho a ir «smart casual», va en coches. Es más, va en cochazos, en cochazos que gastan litros y litros de gasolina, que dan acelerones, cuyos motores rugen con alegría y en cuyo cristal trasero hay una señal de peligro con un zapato de tacón en el centro o una pegatina que diga «Fuck fuel economy!» Así, así es como va la gente fina en Moscú y, nosotros, gente fina, íbamos a ir a un sarao frecuentado por gente fina y no podíamos ir de otra forma que no fuera con el medio de transporte de la gente fina. Eso.

Lo malo es que, en cuanto salimos a la calle, nos dimos cuenta de que la calle, y especialmente la calzada, estaba llenísima de gente fina, toda la cual había elegido esa hora para salir.

- Oye, que no llegamos.

Faltaba media hora, pero es que los doscientos metros que habíamos recorrido nos habían costado diez minutos. Andando los hubiéramos hecho antes.

Al entrar en la siguiente calle... qué digo, si no llegamos a entrar, a la vista de la cola que había para hacerlo. Si nos llegamos a plantar allí, aún estaríamos tratando de llegar al sarao, una semana después de que hubiera terminado. Así que la intriga consistía en saber si llegaríamos o no, a la vista del medio de transporte que habíamos elegido.

- ¿Y si vamos en metro?

Silencio.

- Es que, si no, de aquí no salimos.

Silencio.

- Es que...
- ¡Vale! Deja el coche ahí y vamos andando al metro.

Al final, hice una pirula infame que me habría dejado sin puntos en el carné en cualquier país civilizado y dejé el coche al lado de una estación de metro que ni siquiera era la que más cerca estaba de casa, pero que me pareció la más accesible. Tomamos el metro, hicimos un transbordo y, al final, aún tuvimos un paseo de un cuarto de hora entre la catedral de Cristo Salvador y el restaurante Ginza Proyekt, que era donde tenía lugar el sarao de Fernando Adriano, pero llegamos a tiempo. Qué vergüenza. Espero que nuestras amistades y la sociedad en general no llegara a enterarse de por qué medios tan plebeyos habíamos accedido a su compañía, dejando que el pueblerino sentido común triunfase sobre el prestigio, el «glamour» y el saber estar.

Y entramos en el local, donde estaba Fernando Adriano y su pinches y donde nos siguieron pasando cosas que, si Dios quiere, serán objeto de una próxima entrada.

viernes, 24 de junio de 2011

Distintos collares

Como veíamos en la entrada anterior, una de las contribuciones más importantes del presidente Medvedev al bienestar de la nación rusa ha consistido en cambiar de nombre a las fuerzas de seguridad del Estado más numerosas, que van a pasar del pretérito nombre de «milicia», que evoca arbitrariedades, sobornos, corrupción e ineficacia, a la futura «policía», que es todo un canto a la eficiencia, gestión responsable, buen gobierno y seguridad ciudadana.

No siempre fue así, claro. En los albores del siglo pasado, cuando se produjo el cambio de denominación inverso, «policía» evocaba represión, zarismo, oscuridad y opresión, mientra que «milicia» evocaba libertad, pueblo dándose seguridad a sí mismo, revolución, futuro y lagrimones de emoción cayendo por las mejillas.

Es curioso esto de los cambios de denominación. Incluso parece que cambie algo más. Eso me recuerda hace unos cuantos años, cuando en Valencia hacía poco que había cambiado el color del gobierno y los peperos zaplaneros habían reemplazado a los sociatas lermistas. En Moscú había una feria de turismo y a ella enviaron los gobernantes valencianos a un joven castellonense con voz atiplada, ropa de marca, gomina abundante, modales amanerados y acento de chaval bien (en castellano, por supuesto; en valenciano quizá llegara a saber el infinitivo de «parlar»). Como no es tan habitual encontrar valencianos por Moscú, me dirigí a él con simpatía:

- Ah, ¿vienes de Valencia? Tú debes ser del ITVA.
- ¿El ITVA? - el pepero pijo me miró con cara de asombro.
- Sí, hombre, ¿no es el Institut Turístic Valencià?
- ¡No! El ITVA era lo que habían hecho los socialistas. Nosotros tenemos la AVT.
- ¿La qué?
- La «Agencia Valenciana de Turismo».
- ¿Y no es lo mismo? - ay, que joven e inexperto era yo por aquel entonces.
- Pues claro que no. Es totalmente diferente, saes. Esta tiene presupuesto propio, gestonado de manera competente, osea, no como hacían los socialistas ¡La misma cosa, dice! No, no, qué pensamiento...

Me di la vuelta para abordar a un conocido que, habiendo trabajando en la ITVA, había seguido en la AVT, y al que habían mandado a la feria porque se desenvolvía bien en Moscú, donde había vivido año y pico.

- ¿De dónde habéis sacado a este tío?
- Calla, calla, que es del PP de Castellón y lo han puesto de subdirector.
- Pues macho, os compadezco.

Medvedev, en cambio, no ha sido tan categórico como lo fueron los peperos valencianos con motivo de su subida al poder en Valencia. El nuevo nombre, policía, no es excluyente desde el primer momento, sino que será compatible con el antiguo, milicia, hasta el final de 2011.

Cosa lógica. Está visto que se quieren tomar su tiempo para pintar los coches patrulla, porque el de la foto es el primero que veo con la nueva denominación.

lunes, 20 de junio de 2011

Buenos conductores

Las clases escolares, en Rusia, y para envidia de los escolares españoles, terminan a finales de mayo y no vuelven a comenzar hasta el 1 de septiembre. En estas condiciones, los padres de las criaturas suelen hacer todo lo posible para que los niños abandonen la perniciosa y contaminada ciudad de Moscú lo antes posible, para dirigirse a la naturaleza y, en particular, a zonas «ecológicamente limpias», como dicen aquí de manera rimbombante y como si las proximidades de Moscú fueran un espacio virgen con acuíferos cristalinos.

Por razones que sería prolijo referir, Abi, Ro y Ame han pasado dos semanas en la dacha de una vecina, acompañados de una legión de mosquitos ecológicamente limpísimos y respirando aire ecológicamente limpio. Finalmente, el viernes pasado volvieron a casa, en espera de largarse hacia España dentro de unos días.

- ¿Y qué tal fue el viaje de vuelta? - preguntó Alfina a Abi.

El viaje de vuelta lo hicieron con la vecina al volante.

- Bien.
- ¿Es verdad que te sentaste delante?
- Ah, sí.

Abi no tiene todavía doce años, así que eso no debería haber ocurrido. Pero bueno, tampoco le queda mucho, así que en principio parece una infracción poco importante.

- ¿Y Sonia conduce bien?
- ¡Sí! ¡Conduce muy bien!
- Qué bien que hayáis ido con alguien que conduce tan bien, ¿verdad que es seguro?
- ¡Sí! Y, ¿sabes? ¡Conduce con una sola mano!
- Vaya, vaya, estupendo ¿Y qué hace con la otra?
- Habla por el móvil.

Oh, Dios mío...

miércoles, 8 de junio de 2011

La sonrisa de la milicia

Domingo por la tarde. Estábamos fuera de Moscú, a unos veinte kilómetros del anillo exterior. Yo, al volante; Alfina, de copiloto.

- ¿Qué haces?
- Me meto por ahí. Es por ahí, ¿no?
- No. Todavía no. Hay que seguir,
- ¿Seguro?
- Sí.

Hice una maniobra y volví a la carretera principal, pero no lo veía yo muy claro.

Un par de kilómetros después, al salir de Elektrougli, ya parecía evidente que no era por ahí.

- ¿Y si preguntamos a algún lugareño?
- Ahí hay uno.

Paramos a su altura y, por desgracia, su altura era un lugar donde no había forma de pararse a no ser en mitad de la calzada. El lugareño era joven, de tez morena y aspecto poco avispado, pero era el que había.

- ¿Para llegar a Márino?
- ¿A dónde?
- A Márino.
- Márino, Márino... - empezó a salirle humo de la cabeza -. Sigan recto hasta Frólovo y allí lo verán indicado - dijo, muy lentamente y con un aspecto de inseguridad que asustaba.

Yo, por el vistazo que había conseguido echar al mapa al pararnos en un semáforo, me daba que ese sabía llegar a Márino tanto como a Tegucigalpa.

- ¿Seguro?

Al lugareño no le dio tiempo a responder. Sonó un bocinazo a nuestra espalda, procedente del coche que nos seguía y que se hartó rapidito de esperar a que nos aclaráramos. Y, detrás del coche, venía una furgoneta con los inconfundibles colores blanco y azul miliciano de la temida policía de tráfico, los DPS.

- Vámonos, vámonos, que esto se está liando.

Puse la primera, seguí intentando ver alguna salida, y no vi nada.

- ¿Y si preguntamos a otro lugareño?

Un poco más adelante había una parada de autobús, y sitio para pararse sin molestar. Y lugareños, por si fuera poco, y seguramente más cualificados que el anterior para orientar a forasteros. Me paré, el cagaprisas que venía detrás me pasó escopeteado, y la furgoneta de los de tráfico también me adelantó... pero se paró unos metros delante de mí.

- Ay, ay, ay... - «éstos han visto la parada anterior en medio de la carretera y tienen ganas de recordármela», pensé.

Bajó un miliciano de tráfico, vestido con su azulito característico, y se acercó lentamente a nuestro coche. Siempre lo hacen lentamente, para alargar la tensión y poner nerviosa a la presa. Y a mí se me estaba poniendo una cara de presa tremenda. Bajé la ventanilla. El miliciano llegó a mi altura y yo ya puse la mano en el bolsillo, cerca de la cartera.

- ¿Le puedo ayudar? - preguntó el miliciano.

Me quedé a cuadros. Parecía que se estuviera quedando conmigo. Se suponía que tenía que hacerme la vida difícil, no ayudarme. Esta policía nunca hace lo que se espera de ella.

- Eh... estooo... sí... estamos buscando la forma de llegar a Márino.
- ¿A Márino? Pues por aquí no van bien. Tienen que dar la vuelta y, en el semáforo, meterse por dentro de Elektrougli y ya llegarán a Márino sin desviarse de la carretera.
- Gracias, gracias...

El miliciano volvió a su furgoneta. Nosotros dimos la vuelta en el primer punto legal que encontramos.

- ¿Por dónde era?
- Era por donde decía yo antes.
- Ups.
- Y está visto que fuera de Moscú los milicianos son amables.
- Sí, ¿verdad?

* * *

Al día siguiente, por la mañana, iba al trabajo en bicicleta por la Tverskaya. Me paré en un semáforo, aunque un par de metros delante de la línea, cosa normal entre los ciclistas, por razones de seguridad. Y he aquí que lo hice justo delante de las narices de un miliciano.

El miliciano me miró, se dio un toquecito en su gorra de plato, volteó su porra y se dirigió a mí. Miró la bicicleta y me preguntó con una sonrisa:

- ¿Qué? ¿Es cómodo circular con eso?
- Sí. Es ligerita. La pliego y me la subo al trabajo.
- Ah, muy bien.

El semáforo se puso en verdad.

- Hasta luego - le dije.
- Que le vaya bien - me respondió.

No sé. Seguro que es que hace muy buen tiempo, porque semejante transformación en la temida milicia de tráfico no es fácil de explicar.

lunes, 6 de junio de 2011

Ganando el cielo

Los fines de semana de verano tienen algo particular. Los atascos, igual que la energía, parece que no se crean ni se destruyen: sólo se trasladan. Entre semana están dentro de la ciudad. El sábado y el domingo se desplazan a las entradas y salidas a la ciudad.

Ayer fuimos a dejar a la tropa en casa de unos vecinos, en las afueras de la ciudad. Salimos de allí a las once y media de la noche ¿En que lugar del universo hay atascos a las once y media de la noche del domingo al lunes? Síiiii, en los accesos a Moscú. Mientras en la mayoría de las carreteras españolas hay telarañas a esa hora, en Moscú hay una pléyade de automovilistas resignados, haciendo cola delante de embudos inverosímiles o de pasos a nivel con barrera que permanecen caprichosamente cerrados mientras los coches se van amontonando en una hilera cada vez más lejana.

Veinte kilómetros en una hora, y aún nos podemos considerar afortunados. De hecho, dentro de unos días tendremos que recoger a los niños de la dacha en la que están, y ya tiemblo pensando en el acopio de víveres que habrá que hacer para sobrevivir en el embudo.

lunes, 16 de mayo de 2011

La sirenita

En anteriores entradas, hemos visto que la circulación en Moscú es un caos vergonzoso, y que contribuyen a empeorarla las prebendas que se gasta el elevado número de jerifaltes ensoberbecidos que pululan por sus avenidas haciendo mangas y capirotes de las normas de tráfico y, ya de paso, de las de urbanidad.

Y ya vimos en «El movimiento de los cubos azules» que los automovilistas rusos de a pie (vamos, no es que vayan a pie, claro que no, aunque la verdad es que normalmente llegarían antes) están hasta la coronilla de tanto cretino con sirena y licencia para infringir, y han protagonizado sucesos de lo más chocante.

A los rusos se les podrá criticar muchas cosas, pero una de ellas no es su sentido del humor, ni su ojo para las oportunidades de negocio. Un avispado fabricante ha iniciado la producción de sirenas (azules, por supuesto) para niños, con forma de timbre de bicicleta y que arman una escandalera de quince pares de narices, como las de verdad y la de la foto. Así consiguen que los capullos del mañana se vayan acostumbrando a apartar a la gente inferior que les sale al paso, a ser posible burlándose de ellos, para así perpeturar la merecida fama del tráfico de Moscú como lugar inhóspito y desagradable donde los haya, colocando el nombre de la ciudad en la primera posición de la clasificación de ciudades de tránsito infernal, y alejando así a cualquier perseguidor.

Lo malo es que la foto corresponde a la bicicleta de Ame.

Y el grito que surgió al oír la sirena dentro de casa me correspondió a mí.

viernes, 11 de junio de 2010

El movimiento de los cubos azules

Como se ha visto en las dos entradas anteriores, la suerte que el destino ha deparado a los conductores moscovitas es sumamente desgraciada. A unos milicianos que desmienten que el buitre esté en vías de extinción, se unen unos conductores con patente de corso que convierten en inexplicable la ausencia de representación rusa en la Fórmula 1, por no hablar del agujero negro que supone una ciudad concéntrica donde todo termina por confluir en el centro y ser engullido por la masa viaria de todos los días.

Curiosamente, así como en Rusia no hay oposición política que valga la pena citar, la oposición al poder se encuentra entre los automovilistas, que son el atisbo de rebeldía más relevante que se vislumbra.

El primer cabreo más serio sucedió con la muerte de dos mujeres, hace un par de meses, en un accidente causado por un coche con sirena que circulaba en dirección contraria y que resultó que conducía, no a ningún funcionario público, sino a uno de los vicepresidentes de Lukoil, empresa privada petrolera, con su matrícula, su sirenita y su canesú; encima, hubo un intento bastante burdo de culpar a las mujeres del accidente, insistiendo en que eran ellas, y no el coche de la sirena, las que tuvieron la culpa del desastre.

Luego, cuando un conductor se enfrentó a uno de estos coches que iba en dirección contraria, a la voz de "ni de coña te cedo el paso, a ver si tienes c*j*n*s de arrollarme". El chófer del jerifalte se achantó y se detuvo, sólo para salir del coche y cantarles las cuarenta al conductor que se había atrevido a seguir en su carril y no cederle el paso al que ia en dirección contraria. Pero el conductor no sólo vivió para contarlo (en el coche iba de pasajero un asesor del presidente Medvedev, no demasiado conocido... hasta entonces), sino que tuvo arrestos para bajarse después de jugársela a lo Don Tancredo y coser a fotografías al coche, al conductor y al pasajero, fotografías que luego difundió a diestro y siniestro. Y es que en Rusia, a veces, sólo funciona gritar más alto que los otros (un día contaré la anécdota que Alfina cuenta siempre que aparecen estos asuntos y en la que tengo un papel destacado).

Y, finalmente, la guinda ha sido otro conductor, que fijó un cubito de playa de color azul en el techo de su coche con un imán, a modo de sirena silenciosa, y circulaba con ella tan tranquilo, aunque, eso sí, sin una matrícula de serie fetén. Un miliciano llegó a detenerlo, amenazarlo y a tratar de multarlo, pero resulta que no está prohibido en ningún sitio llevar cubos azules en el techo de los coches, y que el conductor sabía perfectamente hasta donde podía llegar. Supongo que, cuando uno se mete en este berenjenal, tiene preparadas las respuestas a las preguntas más normales que le puedan hacer. Con lo cual, el miliciano se achantó y el coche con el cubo azul siguió circulando por Moscú.

La cosa está ganando en intensidad. Hace unos días, un pequeño grupo de unas decenas de personas se manifestó, o algo así, con cubos azules en la cabeza. La milicia intentó dispersarlos, pero, una vez más, no está prohibido ponerse un cubo azul en la cabeza. Y, tan lejos como el lunes, me crucé en la Tverskaya con un coche con una regadera azul en el techo, que el conductor sujetaba con la mano por la manga. Mientras haga buen tiempo y pueda llevar la ventanilla abierta, el sistema parece mejor que el del cubo, si no tienes el imán para fijarlo al techo.

Así pues, el cubo azul está llegando a la categoría de símbolo. Normalmente el poder establecido suele ser bastante eficaz en desactivar los símbolos, así que es de suponer que la cosa no va a quedar así, con los conductores en plan anárquico (bueno, más anárquico que de costumbre) mofándose de la milicia y ridiculizando a la autoridad. Vamos a ver qué reacción se inventan.

miércoles, 9 de junio de 2010

Más matrículas

En la última entrada pudo el lector de esta bitácora familiarizarse con los distintos colores que adornan las matrículas de los coches rusos. Y habrá advertido que los colores diferentes del blanco son para policías, militares, diplomáticos y transporte público, pero que no hay nada previsto para los jerifaltes de la Patria ni para sus amigos, dignos todos ellos, por la responsabilidad que gravita sobre sus espaldas, de un tratamiento específico que ponga de manifiesto la gravedad de sus quehaceres y la importancia de su estado.

En los felices, pero, ay, pretéritos tiempos soviéticos, la cosa era sencilla: todo hijo de vecino que tenía un coche ya era, de por sí, un tipo importante. Los que eran todavía más importantes se distinguían con un modelo especial, construido especialmente para ellos y que no se distribuía sino entre las élites comunistas: el Volga negro. Pero del Volga negro, popularmente conocido como "portamiembros" ("chlenovoz"), ya se trató en esta bitácora en otra ocasión, y no es cosa de repetir lo ya tratado.

El sistema colapsó, por desgracia. Subrepticiamente al principio, y descaradamente después, los hediondos y capitalistas automóviles de fabricación occidental invadieron Rusia, dejando al Volga negro a la altura del betún que cubría su carrocería. Salvo algún intento ingenuo, el más destacado de los cuales fue el de Borís Nemtsov, de recuperar a los Volgas como el orgullo nacional, la élite se fue pasando, primero, a los Mercedes, en plan masivo. Cuando hubo demasiados Mercedes en Rusia para poder destacar comprando uno más, los más distinguidos se pasaron al Lexus. Ahora también hay un exceso de Lexus, por lo que, para llamar la atención, que es lo realmente importante al ir por Moscú, toca comprarse un Masserati o un Maybach.

Pero, vamos, eso puede hacerlo todo capullo con dinero. El verdadero líder patriótico tiene que destacar de otra manera, y aquí es donde entran las matrículas.

Cuando se introdujeron las matrículas de colorines que conocemos actualmente, había una más, llamada pomposamente "matrícula federal", que se caracterizaba porque el espacio del código numérico de la región (esas dos -o tres- cifras del final, justo encima de las letras RUS y la tricolor, ahí arriba tenéis un modelo) lo ocupaba una bandera de Rusia grabada sobre el metal. Tal matrícula debía infundir a los ciudadanos el respeto merecido por los padres de la Patria, los agentes de la autoridad y los que velan por su seguridad, y debía indicar a los probos milicianos de tráfico que el coche con tal matrícula, así circulara por Moscú a doscientos por hora en dirección contraria, no debía ser detenido, porque su ocupante estaba enfrascado en asuntos relacionados con las más altas funciones del Estado, que recababan su atención exclusiva. Tales coches, para excitar no sólo el sentido de la vista, sino también el del oído, iban siempre provistos de una sirena ululante de color azul para avisar a los que iban por su carril de que debían dejar al paso al prócer que iba en dirección contraria.

Sin embargo, el desagradecido populacho, ciego a los beneficios que sobre él derraman las autoridades rusas, no hacía sino murmurar de ellos y sembrar su camino de maldiciones. Las autoridades, cediendo generosamente a las peticiones del pueblo llano, eliminaron las matrículas federales y restringieron severamente el número de sirenas ululantes. Bueno, mejor dicho, anunciaron que iban a restringirlo.

Porque, claro, aquello no podía ser. Un prócer debe distinguirse como es debido. No debe consentirse en una democracia como la rusa, en que todo el mundo cumple su función con abandono de sí mismo, que los desiguales sean tratados de manera igual. Y así es como las autoridades han reservado ciertos números de serie para las personas que no pueden perder tiempo circulando por Moscú a sesenta kilómetros por hora ni deben ser detenidas por los milicianos por un quítame allá esa multa.

El otro día, sin ir más lejos, tenía curro lejos de mi casa, así que dejé aparcada mi bicicleta (el cada vez más achacoso "Bulto Misterioso") y me fui en coche a trabajar. A la ida todo fue bastante bien, pero, a la vuelta, ¡ay, la vuelta! A la vuelta me encontré con un señor atasco y tuve ocasión de encontrarme con alguno de los próceres de quienes vengo hablando y que eran mis vecinos de infortunio, tratando de abrirse paso por entre la jungla vial que debíamos atravesar para llegar al centro de Moscú sin correr peligro de llegar tarde al trabajo al día siguiente.

Cuando vayáis por Moscú, pues, tened cuidado con los coches con la serie A MP. Los antiguos titulares de matrículas federales fueron sustituidos casi sin excepción por éstos. Ahí van diputados, senadores, altos funcionarios, asesores y sus parientes próximos. Si, pongamos por caso, la amante número tres del ministro Krutovsky ha ido de compras por la Tverskaya, ha vaciado la tienda de Bosco di Ciliegui y tiene prisa por llegar a su mansión de la Barvija a ver si la talla 34 que se ha comprado va bien con el sujetador talla C que necesita para albergar las carnes que sólo tiene en una parte del cuerpo (en esa parte), pues nada, sirena al techo y a correr por el carril que haga falta y en el sentido que haga falta, que la vida son dos días y las tetas otras dos. Y el que se lo tome a pecho, que compita con el de la señora, si se atreve.

Como hay demasiada gente con aspiraciones legítimas a escurrir el bulto, la serie A MP se ha revelado insuficiente y la sido completada con la A OO y la B MP. Suelen ser cochazos respetables con chóferes con vocación de Fernandos Alonsos urbanos.

Pero el A MP y sus adláteres no son, nooooo, los coches más altos en la cadena trófica del depredador automovilístico moscovita. Aquí, los reyes del mambo son los servicios secretos y los coches del servicio de presidencia con acceso al Kremlin. Esos llevan la discreta serie E KX, y nadie sabe exactamente por qué. Los conductores moscovitas, zumbones ellos, traducen E KX por "Ezzhu Kak Xochú", que, en castellano, viene a ser "Conduzco como me da la gana". A diferencia de los A MP, aquí la cosa cambia en cuanto a la calidad de los coches, como se ve en la foto que pude hacer el otro día, que es de un trasto bastante normalito. He visto camiones de la panadería, autobuses destartalados... vehículos, en fin, que parecerían inofensivos si no fuera porque estaban entrando al Kremlin por la puerta Vorovitskaya y los seguratas de la entrada les dejaban pasar sin rechistar en cuanto advertían la matrícula.

También hay coches con la serie E KX que son una pasada, como el que me encontré esta mañana, que iba a toda viroya por el carril central de Novy Arbat seguido de cinco coches con matrícula negra militar y precedido de otros dos. Pero son los menos. Supongo que iba al Kremlin o al Ministerio de Defensa.

Y, finalmente, en un plan más modesto y específico de Moscú, el todopoderoso alcalde de Moscú, nuestro bienamado Yuri Luzhkov, se ha adjudicado la serie A MO (MO de Moscú, supongo), para la flotilla de automóviles municipales, cosa que se ve fácilmente al pasar por la alcaldía, cosa que yo hago a diario en bicicleta, y verlos aparcados allí, en fila, listos para conducir al alcalde y a sus abnegados ministros a los puntos más recónditos de esta urbe que gobierna con tanto talento como atesora.

Para dar la puntilla, hay otra particularidad. Los propios milicianos se han reservado, según se sabe, los primeros números de cada serie (001, 002, y así hasta 009) para concedérselos a sí mismos y a los amigos íntimos y conocidos especiales. También éstos tienen licencia para circular con cierta impunidad. Y eso sin contar con los que compran números de matrícula chulos, sólo porque son chulos, cosa de la que ya tocará escribir en otra ocasión.

En fin, que, aunque parezca mentira, aún son mayoría quienes no gozan de ninguno de estos números especiales y se ven condenados a penar por las calles de Moscú sin la protección de que disfrutan tantos otros.

Y, claro, la gente termina por enfadarse. Y, ahora sí, toca hablar de los pozalillos azules, pero veo que llevo tanto rollo encima hoy que poco menos que voy a gastar la pantalla, así que lo dejo para la próxima.

lunes, 7 de junio de 2010

Matrículas

En los últimos tiempos, en Rusia, hay peña que está como que cabreadilla y algo enfurruñada, como si les doliera una muela o fueran funcionarios españoles. Es uno de esos cabreos sordos, aparentemente inmotivados, pero que terminan por hacer saltar chispas del lugar menos pensado.

¿Y es que acaso no hay motivo para estar cabreado? ¡Cómo no va a haberlo! En una ciudad como Moscú, donde residen nueve millones de personas y otros tres vienen a diario a ganarse el sustento, y donde todo está concentrado en el mismísimo centro, el que pasa por aquí no puede sino agobiarse por la falta de espacio y por toda la prisa que lleva la gente para llegar, fatalmente, tarde a todos los sitios.

Este agobio, concentrado en los pocos kilómetros cuadrados que comprende el centro de Moscú, lleva a los ciudadanos a iniciativas cuanto menos curiosas, como el caso de los cubos azules, que comentaba Ricardo el otro día. Pero, antes de llegar a los cubos azules, creo que procede un cursillo sobre matrículas rusas, y a eso es a lo que se dedica la presente entrada, y alguna que seguirá.

Las matrículas en Rusia, en el momento presente, constan de seis signos, tres letras y tres números, seguidos de una barra y, tras la misma, un código de dos o tres cifras. Un ejemplo podría ser éste:


Sólo se usan las letras que también existen en el alfabeto latino, aunque en éste tengan otro valor. Eso nos deja con un total de doce letras, que son A, B, E, O, M, P, C, T, X, K, H y además la Y, aunque se usa la versión cirílica (У), que es "casi" igual. Antes, cuando la URSS, se usaban las letras del alfabeto cirílico ruso sin ninguna limitación de que existieran o no en otros alfabetos, pero, con los años, las matrículas rusas se nos han globalizado y ya no son lo que eran.

Los dos números del final son el código de la región. A Moscú, por ejemplo, le corresponde el 77, como el del ejemplo, pero la verdad es que se ven muy pocos coches por la calle que lleven el 77 y los pocos que lo llevan son una antigualla. Como en Moscú, otra cosa no, pero coches hay todos los que quieras y los moscovitas los cambian en cuanto se cansan mínimamente de ellos, las posibilidades de numeración con el 77 se terminaron, y los coches comenzaron a llevar el 99, que también se terminó, y luego el 177, y alguno que otro.

Qué simple, ¿no? Noooo, si fuera tan simple no sería Rusia, hay más cosas. Las matrículas rusas normales son como las de la foto, en negro sobre fondo blanco, pero luego tenemos las matrículas de colorines. Tenemos varios colorines, como los cuadernos de las chicas de colegios de monjas. Vamos a verlos:


El amarillo, que son las matrículas de ciertos vehículos de transporte público. Antes el amarillo lo llevaban los coches de empresas de capital extranjero, y era una cantada brutal, porque, en el imaginario colectivo ruso de los primeros años noventa, extranjero era igual a vaca lechera forrada de dólares para ordeñar cuanto antes, y el resultado es que los milicianos tenían una preferencia desusada para ir a por ellos. Obviamente, los propietarios de los coches estaban hasta la coronilla de que los detuviesen con cualquier pretexto para sacarles un soborno, así que usaban cualquier subterfugio para no llevar la matrícula amarilla, como poner los coches a nombres de rusos y hacerse con un poder para conducir el coche. Afortunadamente, un buen día el gobierno ruso abolió la matrícula extranjera para los guiris, que respiramos aliviados, y la reservó al transporte público.


El azul son los propios coches de la milicia y, en general, del Ministerio del Interior. Como sabéis, son bastante impopulares y la gente trata de rehuirlos, con lo que el hecho de tener una matrícula tan cantosa viene muy bien para distinguirlos y poder alejarse de sus inmediaciones.


Luego está el negro, que son los coches del Ejército y que también tienen que hacer pirulas tremendas para que los detengan. Además, el Ejército tiene su propia policía de tráfico, con lo que gozan de impunidad absoluta, aunque, en honor a la verdad, no son ni mucho menos los que más abusan de sus privilegios.


Y, para completar la gama de matrículas de colores, están las rojas, que no son las del Ejército Rojo, sino las de los diplomáticos, técnicos, embajadores, cónsules y demás guiris al servicio de las potencias extranjeras y que gozan de eso que se llama inmunidad. Eso les viene muy bien, porque no pueden ser multados, los milicianos lo saben y, por lo tanto, no les detienen salvo cuando han hecho algo realmente muy gordo, y aun en ese caso de mala gana, porque no están las cosas como perder tiempo echando a una bronca a unos señores que la mayoría de las veces ni te entienden, cuando hay tantos pardillos a los que sisarles algo de lo que llevan en la cartera. Las matrículas rojas, por supuesto, son un fenómeno típicamente moscovita, que es donde se agolpan las embajadas, y en mucha menor medida peterburgués. En otras ciudades como Novosibirsk o Ekaterimburgo es meramente residual.

Con esto hemos completado la gama de colores de las matrículas, pero hasta ahora no hemos visto nada especialmente escandaloso que pueda provocar la ira de los conductores y provocar sucesos como el caso de los cubos azules.

Pero eso es porque no lo hemos visto todo. Y es que en Rusia, como en su día dijo Orwell, todos son iguales, pero hay algunos más iguales que otros. Pero eso será a la próxima, que me caigo de sueño.

viernes, 28 de mayo de 2010

Tuneando

Мне плевать на всех. Паркуюсь где хочу.

"Me importáis todos un carajo. Aparco donde me da la p*t* gana."

lunes, 9 de marzo de 2009

Separatistas

Si ustedes son empresarios, por ejemplo, españoles, les va de pena en nuestro país y están pensando en resarcirse del batacazo patrio vendiendo algo de lo que hacen en un país como, pongamos por caso, Rusia, deberían pensárselo seriamente antes de hacerse ilusiones vanas.

Es cierto que hasta no hace ni medio año se podía decir que aquí ataban los perros con longanizas (bueno, ojalá hubiera longanizas), pero ya no, y el Gobierno ruso, ni corto ni perezoso, ha decidido poner coto a la situación en cuanto ha visto que las cosas venían mal dadas, y ha tomado unas medidas para que a usted, empresario español, le sea más atractivo el mercado de Tangañika que el ruso.

Una, claro, es la devaluación del rublo. Si aquí las cosas se venden en rublos, y el guiri las vende en euros, y por un euro tienes que pagar 46 rublos en lugar de 34, como hasta hace nada, pues resulta que eres cosa de un 30% más caro y, en estos tiempos que corren, vas a vender poco. Pero parece que el Gobierno se temía que, ajustándose un poco, las cosas tuvieran más o menos salida y que la producción extranjera pudiera seguir vendiéndose con éxito.

La respuesta ha sido subir los aranceles a saco. Los aranceles, vosotros que habéis vivido siempre en la Unión Europea, quizá ni os acordéis de lo que son, pero se trata de un impuesto que pagan las mercancías extranjeras por entrar en el país que los pone. Vamos, para que las cosas de fuera sean más caras y para que el rusito que quiera comprar algo de fuera:

Uno, se lo piense dos veces, porque será algo más caro que lo que pueda encontrar aquí de fabricación rusa.
Dos, si, aun así, decide comprarlo, deje un pico en las arcas del Estado.

Los economistas ortodoxos no son muy partidarios de los aranceles. Dicen que suponen un beneficio para unos pocos (los industriales nacionales que se benefician de esa protección), mientras que perjudican a todos los consumidores (porque tienen que comprar más caro de lo que podrían hacerlo si los productos nacionales y los extranjeros compitieran sin trabas). Sin embargo, es un recurso muy socorrido, porque los políticos suelen tener los oídos más abiertos a las asociaciones de productores que al pueblo en general. Seguro que existe una asociación de fabricantes de zapatos a la que le gustaría que los aranceles fueran brutales, y que de vez en cuando se lo insinúa al Gobierno. Lo que probablemente no haya sea una asociación de consumidores de zapatos que les haga frente.

Los coches rusos son el caso más claro. Los coches rusos, por decirlo alto y claro, han sido siempre una calamidad rodante, a los que los propios rusos califican de "letrina con ruedas". En los últimos años han hecho un esfuerzo de mejora, pero sus fábricas son tan sumamente ineficientes, a pesar de los bajísimos salarios de sus trabajadores, que les han salido modelos peores y más caros que los de los fabricantes extranjeros que, con mucho cuidadín, han venido a fabricar por aquí.

En los últimos años, los coches rusos ya se estaban vendiendo menos que los de marcas extranjeras, pero, como Rusia iba bien y se vendían muchos coches, pues todos vendían mucho y no pasaba demasiado. Eso sí, en cuanto comenzó la crisis aquí y los coches, todos, comenzaron a quedarse en los almacenes, los fabricantes rusos empezaron a pensar que su mercado, ahora más pequeñito, no les daba para mantenerse vivos y comenzaron a acariciar la idea de, al menos, quedárselo entero y arrojar del mismo a los fabricantes extranjeros (muchos de los cuales, por cierto, perciben unas ayuditas de sus respectivos Gobiernos que, aunque no sean aranceles, tampoco puede decirse que sean precisamente ortodoxas en el sentido económico).

El Gobierno ruso, que no parece satisfecho con la idea de que cierren los mastodontes rusos de la automoción y doscientas mil personas se queden de golpe sin empleo (y los que les seguirían de entre todos los que indirectamente viven de esas doscientas mil personas que todavía tienen empleo), ha reaccionado metiendo caña a los aranceles de los coches y subiéndolos un pico brutal, sobre todo con los coches de segunda mano, que eran los que realmente estaban sacando del mercado a los coches rusos (casi cualquier ruso prefiere un coche guiri usado que uno ruso nuevo). Así que, cuando nuestro coche diga basta, Dios no lo quiera, tendremos un problema gordo de verdad, porque lo de agenciarse un cuatrolatas ruso para meter cinco personas dentro es una opción aventurada. Y no digamos si son más de cinco.

Pero aquí las autoridades rusas han pinchado en hueso. Lo están royendo, pero habían pinchado en él.

En el ejemplo de los zapatos, habíamos dicho que no existe una asociación de consumidores de zapatos que pueda poner el grito en el cielo por el perjuicio que supone para el consumidor la protección de la industria zapatera nacional. Pero resulta que, por raro que parezca, sí hay una organización de automovilistas y, de paso, se han topado con los representantes de los importadores de coches, sobre todo en la región del Pacífico. Porque, si vives a orillas del Pacífico, pero en Rusia, y tienes a dos pasos las fábricas coreanas y japonesas, cuyos coches les dan cien patadas a los rusos, que además se fabrican a miles de kilómetros de allí, lo normal es que compres los coches de donde los tienes cerca. De hecho, la importación y distibución de coches japoneses es el negocio del que come la región.

Vamos, que la medida de subir los aranceles no ha caído bien por allí, así que han salido a la calle para manifestarse y han creado una especie de movimiento que, naturalmente, y como cualquier movimiento, ha preocupado al Kremlin. De hecho, parece que se han animado bastante, porque:

1. Primero pidieron la eliminación de los aranceles. Hasta ahí, normal.
2. Luego pidieron la dimisión del Gobierno. Lógico paso adelante.
3. Los más fervientes iban provistos de banderas japonesas. Bueno, un gesto simpático, si se quiere.
4. ... y gritaban que se cediera el Extremo Oriente ruso a Japón, como en la foto de arriba. Pero, chicos, ¿qué mal os ha hecho Japón?

A los manifestantes les han aplicado el tratamiento habitual de las manifas, que ya hemos visto por aquí, a lo bestia, trayendo OMONes de las regiones próximas e incluso de los alrededores de Moscú, que ésos sí tienen experiencia en fundir manifas. Incluso se habló de acusar de alta traición y de conspiración a favor de potencias extranjeras a algunos que pillaron con banderas japonesas. Podrá parecer exagerado, pero ahí queda eso. Ya veremos cómo sigue.

miércoles, 5 de julio de 2006

El parque móvil (III)


Ayer me enteré de la trágica noticia: ZMA ha dejado de producir el "Oká".

El Oká es un ejemplo de coche que sale bien de chiripa. El gobierno soviético, en 1985, a saber por qué, creó ZMA (que, traducido, quiere decir algo así como "Fábrica de Coches de Pequeño Cubicaje"), como una subsidiaria del grupo Kamaz (fabricante de camiones y otros monstruos, pero de ése hay que hablar otro día). El caso es que quien fuera se puso a trabajar y en 1987 salió al mercado el "Oká", un bichito ridículo en comparación con el Volga y con los mamotretos de la serie Lada. El vehículo de marras, con un motorcito que debe ser poco más que el de una moto, estaba adaptado para ser conducido por minusválidos.

Sí, sí, minusválidos... llegó la crisis, se esfumó la URSS, llegó la hiperinflación, se esfumaron los ahorros de la población, y la gente comenzó a ver que el Oká, el bichito ése, no sería potente, ni imponente, pero costaba cuatro chavos (aun hoy, nuevo, nunca ha superado los 2.600 euros, al cambio). Los no minusválidos comenzaron a pasarse al Oká, que además era bastante sencillo de conducir por las atascadísimas calles de Moscú.

Incluso yo (y es que lo pequeño, aunque birrioso y oxidado, es hermoso) estuve planteándome la posibilidad de pillar uno. Luego me conformé con una bicicleta, que es lo mío, y más adelante la circunstancia de aumentar más y más de familia acabó con la opción. Pero bueno...

En esto, los pérfidos burócratas rusos sacaron en abril una normativa de emisiones algo más exigente, y hasta aquí llegó el Oká, que fue concebido en tiempos en que la ecología sonaba a capitalismo plutócrata y burgués. Y ahora se nos han vuelto ecológicos, los tíos. Uno se pregunta cuál es el motivo de que los camiones rusos, las hormigoneras, los camiones-volquetes de todo pelaje, que van soltando un humo negrísimo a la que avanzan, sigan circulando tan ricamente, y al Oká le hayan dado la puntilla. Huele a maniobra de los competidores. O a pela pura y dura, porque ZMA ha comenzado a montar coches coreanos, a la vez que están llegando a un acuerdo con los italianos de FIAT. Y esos coches cuestan como que un poquito más. Qué bien han venido las nuevas normas de emisiones...

Ya veremos. Ahora salen los clubes de fans del Oká y comienzan a protestar ¿De verdad no existe la posibilidad de ponerle un motor decentillo? Pues parece que sí, o eso dicen en "Pravda" (no es el "Pravda" de toda la vida, pero bueno, hace lo que puede).

El parque móvil ruso sigue su evolución. Esto todavía tiene bastante que contar...

lunes, 26 de junio de 2006

El taxista cegato

El retorno de Georgia, a través del aeropuerto de Domodiédovo, que está a unos cincuenta kilómetros de mi casa en Moscú, fue un poco más molesto de lo habitual. Comoquiera que Georgia es un país algo sospechoso en Rusia, el control de pasaportes se alargó muchísimo (como que estuvimos una hora en la cola) y, de resultas de ello, perdimos el tren y nos vimos ante la perspectiva de esperar una hora o tomar un taxi. Ganó la segunda, y nos acercamos a la ventanilla eludiendo a la nube de piratillas que nos querían ofrecer sus servicios.

- ¿A dónde van? - preguntó la dependienta.
- Al metro M*** - dije.
- Serán 1.200 ó 1.500 rublos, según el coche, pero ahora no tenemos coches. Tendrán que esperar.

Nos separamos de la ventanilla con cara de hartazgo. En esto, nos abordó un hombre de unos cincuenta años con evidente aspecto de taxista "espontáneo".

- ¿Les hace falta un taxi?
- Depende -comenzaba, pues, la toma de posiciones.
- ¿A dónde van?
- Al metro M***.
- ¡Vamos!
- ¿Por cuánto?
- Mil quinientos rublos, como siempre.

Era el precio oficial cuando el servicio lo prestaba un coche importado. Supuse enseguida que iríamos en un coche ruso, el servicio del cual costaba algo menos. Pero no tenía ganas de regatear (digamos que "paga Juanca"), ni de esperarme una hora al tren o a un taxi oficial.

- Necesitaré una factura.
- ¡Claro que sí! Y con su sello y todo.

Bueno, al menos estaba organizado el hombre. Le seguimos hasta su coche, que, efectivamente, era ruso; al menos, era un Volga, que, a falta de otras cualidades, es amplio.

Después de un duro recorrido por el Moscú de los atascos eternos, y eso que no era hora punta, llegamos a mi casa.

- ¿Me puede hacer la factura?

El taxista sacó un papel sellado de la guantera.

- Bueno, le pongo la cantidad y usted lo rellena, que yo me he dejado las gafas.
- Vale -tragué saliva. Mi interlocutor esforzó la vista.
- Mire, sin gafas ni siquiera leo dónde he de escribir. Se lo doy en blanco y ya lo rellenará usted.

Y luego hay quien se pregunta por qué los taxistas de Moscú dan miedo.

viernes, 26 de mayo de 2006

El parque móvil (II): GAZ


Continuando con el tema de ayer, toca pasar a la fábrica que, si hubiera habido competencia, hubiera sido la competencia de AvtoVAZ: GAZ, o Gorkovsky Avtomobilny Zavod, situada en la ciudad de Nizhny Nóvgorod (Gorki, y de ahí el nombre, durante el dominio bolchevique), que, incidentalmente, estuvo cerrada a los extranjeros hasta hace poco más de diez años.

GAZ da trabajo, y que se siente quien pueda, a unas cincuenta mil personas en puestos de trabajo directos (el grupo GAZ seguramente llega a las cien mil), que ahí es nada; eso, unido a la condición de ciudad cerrada de su sede, puede hacer pensar que lo de fabricar coches era una tapadera, y que su principal ocupación era menos confesable. Puede ser, puede ser...

Su principal modelo es el de la foto, el Volga. Cuando en la anterior entrada decía que el Lada Zhigulí era a las carreteras rusas lo que el toro de Osborne a las españolas, debo reconocer que lo hice llevado del entusiasmo, pero mentía: el verdadero amo del asfalto (si hay asfalto, claro) es el Volga. El Volga de color negro era el medio de transporte exclusivo de los funcionarios del partido, digooo... Partido, hasta el punto de que nadie más podía poseerlo.

Podemos imaginarnos la escena:
- Oiga, ¿es GAZ?
- Sí, camarada.
- Oiga, que soy Iván Ivanovich, llevo ahorrando treinta años y ya tengo bastante para comprarme un Volga. Quería comprar uno y, si puede ser, me gustaría que fuera de color negro.
- ¿Es usted funcionario del Partido?
- Hombre... pues no, trabajo en un koljós y, sisando por aquí y por allá, algo he ahorrado.
- Pues no hay coche.
- ¿Cómo?
- Que no. Que el Volga, y más si es negro, sólo se concede a los próceres del proletariado y del Partido, y usted debe ser un kulak contrarrevolucionario.
- Oiga, que...
- Y no me rechiste, que aún puede salir peor librado.

Según en qué época, Iván Ivanovich, después de una conversación como ésta, podía acabar en las minas de Kolymá escarbando oro a varias decenas de grados bajo cero. Pero luego ya se abrió la mano y se permitió que la población adquiriera Volgas, eso sí, no de color negro. Y así están. Siguen produciéndose, aunque su consumo de combustible es de los que pone los pelos de punta. Su principal ventaja es que, en caso de choque, el Volga suele salir indemne, porque es una especie de tanque doméstico, mientras que el coche que tenga la desgracia de chocar contra él tiene garantizada una elevada factura del taller. Conscientes de eso, los conductores del Volga son especialmente temibles: cambios de carril aleatorios y sin señalizar, frenazos bruscos, adelantamientos a centímetros del coche de la derecha (eso suponiendo, que es mucho suponer, que el Volga adelante por la izquierda)... todo un repertorio de cerdadas, vamos.

Si alguien quiere un Volga, el azul de la foto (la he tomado esta mañana) se vende por 90.000 rublillos negociables, como quien dice tres mil euros, así a ojo, que para tener cinco años y un estado de conservación no directamente deplorable, pues no está mal. Eso sí, habrá que ponerle la matrícula, que luego todo son disgustos. Nuevos, andan por unos ocho mil euros, pero hay que tener en cuenta que, para mantener el depósito lleno, puede que hagan falta otros tantos. Ahí nos dejan el teléfono de contacto, para que cualquiera pueda sentirse jerifalte soviético.