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miércoles, 26 de febrero de 2025

Las cosas de palacio

Bélgica es un país parsimonioso, cuyos residentes harán bien en mostrar paciencia en todas sus empresas. Nunca hay prisa por hacer las cosas y, aunque creo que en esta bitácora se han visto ya suficientes ejemplos de la cachaza con la que se trabaja, no está de más recopilar varios de ellos y añadir alguno.

Esto viene a cuenta por varios motivos, pero uno de ellos es mi asombro por la acelerada actividad del nuevo presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. El contenido de las medidas que está tomando no debería ser una sorpresa para nadie, porque es bastante coherente con lo que ha ido anunciando a lo largo de todos estos años. Uno puede estar más o menos (o nada) de acuerdo con ellas, pero lo que es indudable es que no ha esperado nada a adoptarlas. Apenas ha pasado algo más de un mes en el cargo y ya ha puesto patas arriba un montón de sectores de la actividad pública que parecían imposibles de zarandear. Uno de ellos es la política exterior, donde parece que el sistema de contrapesos del que presume la democracia estadounidense no funciona bien, o no funciona en absoluto, pero sobre eso y sobre las implicaciones que tiene eso en el transcurso de la guerra que implica a Rusia ya vendrá una entrada dentro de poco. Después de todo, los primeros siete años y las primeras mil entradas de esta bitácora transcurrieron en Rusia, así que qué menos que preocuparse un poco de lo que esté pasando por allí.

En Bélgica, entre los políticos, no hay nada ni medio parecido. Siete meses han tardado, no ya en tomar medidas, sino en formar gobierno, y no es ni mucho menos la vez que más se han demorado en hacer tal cosa. Tienen, como acabamos de ver, un documento de doscientas páginas que han conseguido parir con pena y trabajo y en el que a duras penas se esboza una parte mínima de las reformas que le harían falta a Bélgica, que además tardarán, porque los conocemos, una eternidad en poner en marcha, suponiendo que lo consigan, cosa que me temo que es mucho suponer.

La lentitud no se limita a la política. Uno de los puntos del programa de gobierno belga en materia de justicia consiste en tratar de convertir la profesión de juez en algo suficientemente atractivo, porque se ha detectado que ahora no lo es. Efectivamente, doy fe de que con la justicia hay un problema en Bélgica, el cual no creo que se limite al supuesto poco atractivo de la carrera judicial.

El propio palacio de justicia no ayuda demasiado. Ya fue el protagonista de una entrada hace unos años y nada hace pensar que las cosas hayan mejorado lo más mínimo. Bastantes juicios se celebran fuera de allí, por ejemplo en el edificio colindante, de aspecto bastante anodino y funcional, que es donde tuve que personarme para participar en un juicio en calidad de parte. No, no es plato de gusto, pero uno no elige en este punto la dieta que le toca, así que no hubo más narices que desplazarse hasta allá. Hay que decir que desde la demanda a la primera vista real transcurrió más de un año, tras dos aplazamientos motivados por sucesivas enfermedades de los jueces que tenían que haber presidido las vistas de marras. Como ya sabemos, o deberíamos saber, el sistema sanitario belga no pone muchas pegas a la hora de conceder bajas laborales y supongo que mucho menos si el paciente es juez, porque ya se sabe que arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos.

No va esta entrada del fondo del asunto, ni irá ninguna en el futuro, así que nos vamos a quedar en la forma. Uno pasa la puerta giratoria y presenta la citación a la celadora, que detrás de un cristal de seguridad le dice a uno a qué sala debe dirigirse. Bueno, eso si hay vista, porque en los casos de los aplazamientos lo que me dijo fue que me volviera por donde había venido, que ya me avisarían cuando se me convocara de nuevo. Lo del correo electrónico para avisar de estos pormenores y ahorrarse un viaje, como que no. En el membrete del juzgado hay una dirección de correo electrónico, pero yo creo que sólo funciona para recibir, y aun lo que se recibe carece de validez legal, me temo.

El control de seguridad es como en cualquier edificio público, con un grupito de seguratas charlando mientras tus cosas van pasando por el escáner. Como no llevaba nada fuera de lo normal ni mínimamente sospechoso, pasar seguridad fue engorroso, porque el invierno le hace a uno llevar una serie de complementos que en verano no son necesarios, pero sencillo.

Tras una nueva puerta giratoria y unos cuantos pasillos, se llega a la antesala de la sala de vistas, donde uno se sienta en un banco, al lado de donde se supone que va a ser recibido, y puede ver el paisanaje que se reúne allí, que no tiene desperdicio. Pero, como se hace tarde, la descripción del paisanaje y de la propia sala y sus ocupantes quedará para la siguiente entrada, o para una de las siguientes, ya veré qué hago.

jueves, 1 de agosto de 2024

Problemas de ricos (II)

En cuanto termina la jornada laboral, los habitantes de Bruselas que no nos hemos ido en verano salimos escopeteados de nuestros lugares de trabajo y vamos a cualquier sitio, y no digamos si hace buen tiempo. En Bruselas, sobre todo en verano, "buen tiempo" significa "que no llueva, por favor"; podemos estar a quince grados, o a menos, pero que no llueva.

Los lugares estivales de concentración de bruselenses son diversos. Uno de los más pijos es Chatelain, un barrio de Ixelles situado al sur de la avenida Louise en el que cada dos portales hay un restaurante razonablemente popular. Recordemos que ésta es una ciudad de ricos, que, por lo tanto, popular no quiere decir lo mismo que en España, y que los precios son más altos que en el Bar Manolo, de Salvacañete, e incluso que en el restaurante japonés de Alcira (sí, ya sé que hay más de uno).

Pero a Chatelain iremos otro día, si Dios quiere. Nuestros pasos pecadores nos conducen hoy a la plaza Jourdan, y a lo mejor otro día tratamos sobre las causas por las que personajes siniestros como Jourdan o Belliard están en el callejero bruselense, que ya son ganas de lamer el trasero a los franceses, pero eso será en otra ocasión.

En esta, llegamos a la plaza Jourdan en una tarde veraniega y soleada, pero no calurosa, es decir, el mejor tiempo que se puede tener. Son las siete de la tarde, sí, pero ya hay gente cenando. De todas formas, no es demasiado complicado encontrar sitio en uno de los restaurantes de la plaza. Como hace sol, y yo prefiero que no me dé demasiado, intento insinuar que si podríamos cenar dentro.

El camarero que nos atiende se queda confuso ¿Cómo puede haber un habitante de Bruselas que no quiera sentarse en una terraza cuando hay sitio y hace un sol la mar de agradable?

- Se puede, pero igual hace demasiado calor dentro.

- Bueno - respondo con resignación y porque me temo que aquello puede ser la versión bruselense de un Krematorium-, pues nos sentaremos fuera.

Allí no hay sombrilla ni se la espera, así que a mí me da el sol en el cogote y a mi compañera en los ojos, pero en Bruselas es raro que no haya alguna nube en el cielo, así que el sol desaparece a ratos, lo que, la verdad, convierte la experiencia en algo más soportable.

La plaza Jourdan es conocida por ser el lugar donde se encuentra "Maison Antoine", lugar por el que pasamos fugazmente hace no mucho, y que hoy vamos a visitar con un poco más de esmero. Maison Antoine pasa por ser la mejor friterie del mundo, cosa que podría ser, y yo así lo creo mientras no se demuestre lo contrario. Se cuenta que Angela Merkel se alojaba por aquí cerca cuando tenía que venir a Bruselas, lo cual sucedía fatalmente con cierta frecuencia durante el largo período en que fue Bundeskanzlerin, y que pasó en más de una ocasión por Maison Antoine a zamparse una ración de frites.

No se lo reprocho. Están buenas de verdad, incluso solamente con sal, y no digamos si le añadimos alguna salsa. Lo que es improbable es que Frau Merkel tuviera que hacer la cola que normalmente hay para adquirirlas, pero bueno, los dependientes se dan maña para atender al personal lo más rápidamente posible; así y todo, por experiencia, si tenéis que hacer la cola es mejor que estéis acompañados por alguien para poder conversar y que el rato pase de manera lo más entretenida posible. Que sí, que son problemas de ricos, aunque las patatas fritas son un alimento bastante modesto, pero no dejan de ser problemas.

Pero nosotros esta vez no estamos ahí, sino en un restaurante próximo. Por cierto que ninguno de los restaurantes de la plaza sirve patatas fritas, al menos que yo sepa. Está admitido por todos ellos que quien quiera patatas fritas puede adquirirlas en Maison Antoine y comérselas en su restaurante, donde habrá pedido el resto de la comida o de la bebida. Es una curiosa actitud simbiótica. Por una parte, Maison Antoine es, en el fondo, un gran quiosco sin espacio para que sus clientes se sienten, así que le viene de perlas que los más pudientes de entre ellos puedan usar el espacio de los restaurantes de la plaza, mientras que los restaurantes de la plaza, por su parte, se benefician bastante del reclamo que supone estar situados en la inmediata vecindad del mejor puesto de patatas fritas del mundo. Para ellos, naturalmente, no hay ninguna duda de que lo es.

En el restaurante donde estamos sentados, tenemos a nuestro lado a unos jóvenes alemanes con aspecto de turistas de nivel alto, hablando de cotilleos y ajenos al hecho de que entiendo el alemán perfectamente; detrás de nosotros, hay dos españoles que sólo puede ser gente ya local, probablemente funcionarios europeos, que llevan muchísimo tiempo viviendo en la ciudad, porque a santo de qué ibas a poner a un español a cenar a las siete. Bueno, ¡si yo mismo estaba cenando a las siete! Un poco más allá, hay un grupo de italianos, cosa normal, ya que el restaurante es ital... estooo, sardo, el restaurante es sardo. Y hay también, de verdad, una mesa ocupada por comensales que hablan entre sí en francés y que probablemente sean belgas autóctonos.

Si uno pone la oreja en las conversaciones que se producen en la plaza Jourdan, y posiblemente en cualquier otro lugar semejante de Bruselas, se dará cuenta de que a nadie le va realmente bien. Hay quien está envidioso porque han ascendido a otro que lo merecía menos; hay quien ha sido ascendido, pero demasiado tarde para su gusto; Fulanito tiene problemas con su cónyuge; Menganito no tiene cónyuge, y ése es el problema, porque le está dando esa angustia que deben tener quienes han llegado a la cincuentena y cuya única compañía son los gatos, como pasa con las charos que apoyan a la Kamala ésa.

Ninguno de los presentes por allí pasa hambre física, todos tienen un techo que los cobijará esa noche y no tienen realmente límites presupuestarios para comprar ropa, pero todos tenemos problemas. Problemas de ricos.

Más vale que nos dure esta situación, porque la alternativa, aunque no nos lo creamos, es peor.

sábado, 29 de abril de 2023

BIFFF (y 2): el público

By http://www.impawards.com/intl/uk/2022/unwelcome_ver2.html, Fair use, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=72689900
En primer lugar, lo que hace diferente al BIFFF de otros festivales es el público. Con gran diferencia, son una banda de gente desenfadada y, el que no es desenfadado, se convierte en uno de ellos aunque sólo sea por una noche.

De momento, todo el que sale al escenario debe cantar una canción. La que sea. Y recordemos que estamos en una entrega de premios, así que sale mucha gente al escenario. Hay un presentador... bueno, en realidad hay más de uno, porque al menos hay uno que se expresa en francés y otro que lo hace en neerlandés, pero eso es porque esto es Bélgica, qué le vamos a hacer y, después de todo, yo ya le estoy empezando a ver la gracia, como sabe todo el que sigue esta bitácora y mis singladuras con el neerlandés. Y eso que no las he contado todas.

El presentador sale y hace ademán de empezar a presentar, que es para lo que está ahí, pero nooooo... desde el público se empiezan a lanzar gritos:

- Une chanson! Une chanson!

El presentador, que es el francófono y que seguramente en el pasado ha estado entre el público y ha sido tan broncas como cualquiera de ellos, se ríe debajo de la barbaza y dice:

- Vous êtes pire que dans l'inauguration! (¡Sois peores que en la inauguración!)

Bueno, parece que el presentador tiene algo de bula, sea porque es conocido, sea porque no se va a retirar del escenario en un buen rato y ya le tocará cantar en algún momento. El caso es que las peticiones se acallan y el presentador puede continuar.

- ¡Qué semana! Hemos visto taytantas películas, hemos ocupado una cantidad enorme de horas de proyección y, finalmente, el dato que todos vosotros estabais esperando...

Expectación.

- ¡Hemos consumido cuatrocientos barriles de cerveza!

Aplausos y murmullos de aprobación. Belgas, al fin y a la postre.

La ceremonia de premios tiende a ser monótona para alguien que no está en el ajo. Allí, no, ni un poquito. Los directores premiados iban saliendo, a veces salía el jurado para explicar a quién se daba el premio, y cada vez el público, a grito pelado, reclamaba lo suyo.

- Une chanson! Une chanson!

Uno de los primeros premiados debía ser un tipo muy cortado, e hizo caso omiso de las reclamaciones del público, que no cesaban, por otra parte. Al retirarse, justo antes de devolver el micrófono, lanzó un:

- ¡Lalalá!

El público acogió esto como un desprecio, aunque probablemente no era más que timidez, y lo abucheó a conciencia.

Otros premiados no hacían tal cosa, sino que realmente cantaban. Alguno estaba probablemente aleccionado y llevaba algo preparado, como un catalán que cantó no sé muy bien qué, pero en catalán. No pillé una, debía ser de Gerona por lo menos. La mayoría de las canciones fueron en francés, alguna fue en neerlandés, aunque el público pedía más en neerlandés, y varias más fueron en inglés. Todos los discursos, menos los espontáneos, estaban subtitulados al inglés, francés y neerlandés, es decir, a las dos lenguas diferentes a aquélla en la que se hablaba.

Con este público, lo del cine fantástico y de terror era algo relativo. Muy relativo, como se vio cuando llegó, finalmente, el momento de la proyección.

La película, "Unwelcome" (el que no quiera saber el final, que no pinche el enlace o al menos no lo lea entero), se supone que es una película de terror folk, lo cual resulta por lo menos bastante original. Narra la historia de una pareja (que no queda claro si es un matrimonio o no, pero viven juntos) que se muda a una casa que han heredado en la Irlanda rural, mientras ella está (bastante) embarazada. La casa es inquietante, como también lo es la familia a la que encargan las obras que hay que hacer. Si tenéis que hacer obras en casa, esperad lo que haga falta, pero no contratéis a gente como ésa, que, además de ser unos chapuzas, son bastante violentos. La cosa sigue con bastante sangre y giros inesperados. Y muchas puertas que se abren inopinadamente, o quedan entreabiertas y no sabemos qué hay detrás.

Bueno, pues, el público, cada vez que en pantalla aparecía una puerta abierta, o al menos entreabierta, exclamaba en grupo (al que, por supuesto, me uní):

- La porte! (¡Esa puerta!)

Obviamente, la tensión dramática o inquietante que pudiera haber en la escena perdía muchísimo, por no decir todo, cuando media sala se lo tomaba a choteo.

Por lo que me contó mi acompañante, cuando hay besos en escena, también hay una exclamación típica, pero en esta película no hay besos, ni sexo, así que no hubo lugar a probarla.

En cambio, en la típica escena en que el protagonista está en la escena, con la cámara fijándose en él, pero se sabe que algo va a llegar, el público se pone a gritar:

- Derrière toi! (¡Detrás de ti!)

Cosa que quita nuevamente la tensión dramática a la escena. Al final, más parecía una película de humor que otra cosa, lo que es buena prueba de la influencia del público en tales ocasiones.

La película terminó, no diré aquí cómo, pero a mí me pareció un final bastante abierto. Nos fuimos de la sala, salimos al exterior y vimos, para nuestro alivio, que no llovía, e incluso el frío que hacía era soportable, entramos en el coche, que seguía aparcado donde lo dejamos sin mayor novedad, y creo que agradecimos haber venido en él -yo desde luego lo hice-, porque ya dije que Heysel está todo lo lejos que se puede estar de mi casa sin salir de la región de Bruselas, y maldita la gana de apretarme quince kilómetros en bicicleta hasta el Uccle de mis entretelas.

Aun así, lo que fue inevitable es que, entre pitos y flautas, llegara a casa cerca de medianoche y teniendo que madrugar al día siguiente para ir a la oficina. Se me había hecho tarde.

Como hoy mismo, así que ahí lo dejo y me voy a comer, que se enfría la sopa.

jueves, 27 de abril de 2023

BIFFF

La verdad es que yo no soy mucho de ir al cine, supongo que porque la vida tiene un límite y el día no tiene más de veinticuatro horas, y un número mínimo de ellas hay que emplearlas en necesidades básicas como comer y dormir, eso por no hablar del número de horas que uno pierde trabajando. Lamentable.

Vamos, que, si tuviera tiempo, seguro que iría al cine con más frecuencia. Y también escribiría más entradas en esta bitácora, claro.

Una excepción a mi habitual ausencia de las salas de cine tuvo lugar el pasado fin de semana. Me sugirieron, en una cena durante la semana, un plan que prometía: asistir a la ceremonia de clausura del BIFFF ¿Que qué es el BIFFF? Bueno, pues se trata del "Brussels International Fantastic Film Festival", y es un certamen de cine para gente razonablemente friki, con muchos bichos raros en la pantalla y no poca violencia y sangre. A mí no me acaban de gustar esas películas, porque me tengo por una persona algo impresionable y no quiero tener pesadillas, ya que el sueño tranquilo es de las cosas que más valoro en esta vida, pero, por una vez, decidí que ya estaba bien. Y compré la entrada para la ceremonia de clausura, qué demonios, con entrega de premios y proyección de una última película. "Unwelcome", una película de terror.

Como se ve en la imagen que ilustra en la entrada, sacada de la zona de descarga del propio festival, el certamen tuvo lugar en Heysel, que está todo lo alejado que puede estar de mi casa, sin salir de la región de Bruselas, es decir, no menos de quince kilómetros en línea recta. Se me pasó por la cabeza ir en bicicleta, pero la verdad es que no se me pasó con mucha convicción. El acto empezaba a las ocho de la tarde, terminaría a saber a qué hora, pero no antes de las once, y meterme una hora de bicicleta después del certamen parecía por lo menos incómodo y cansado.

Además, esto es Bruselas, y estamos en primavera, pero nadie lo diría. Hace un frío que pela, llueve todos los días, incluso varias veces y, francamente, no da un pelo de gusto montarse en la bici, y menos cuando vi que la previsión del tiempo era, precisamente, que lloviese todo el domingo por la tarde. Total, que no mola. Es más, la previsión se mostró acertadísima: a las cuatro empezó a llover, y ya no paró en toda la tarde.

Y decidí ir en coche. Que para eso lo tengo.

Llamé a mi acompañante, que vive en el centro, en un lugar casi inaccesible para quien no tenga la ayuda del GPS y le dije que me venía de camino pasar por su casa. Mi acompañante es aún más ciclista que yo mismo, pero debía tener también la mosca tras la oreja con el tiempo y aceptó de buen grado la oferta de transporte. Como siempre, en esta bitácora se respeta el anonimato de las personas, así que vamos a llamar Andrea a mi acompañante y a atribuirle la nacionalidad italiana. Ninguna de las dos cosas es cierta.

Heysel es el lugar de esparcimiento típico de Bruselas. La gente conoce la tragedia del estadio, cuando murió tantísima gente y los "hooligans" ingleses se hicieron más tristemente famosos de lo que ya eran. La gente conoce seguramente el Atomium, o la Pequeña Europa y, si son muy de aquí, también Kinépolis, que está también por la misma zona. Y si hay alguien muy para nota, también conoce los jardines reales de Laeken, que están al lado. También está el centro de exposiciones de Bruselas, donde tienen lugar las ferias comerciales, y también hay una serie de edificios más o menos multiusos en los que se alojan los eventos más variopintos. En uno de ellos, el Palais 10, tenía lugar el BIFFF.

A mí siempre me causa mucho respeto lo de aparcar, supongo que por la falta de costumbre, pero encontré más o menos de chiripa un sitio al lado mismo de la entrada, lo cual, con lo que estaba cayendo del cielo, era lo mejor que nos podía pasar. Entramos al recinto sin mayor novedad, y fue un poco como cambiar de mundo. Aquello no parecía Bruselas. O sí, pero no la que había justo al otro lado de allí.

De momento, no parecía Bruselas porque la gente que había allí era étnicamente homogénea. Sólo parecía haber belgas, y belgas de Bélgica, de piel blanca y lengua... bueno, la lengua es otra cosa, ya se sabe que puede haber dos de ellas, pero aquí eso no tenía mucha importancia, o no parecía tenerla. No vi absolutamente a nadie que tuviera aspecto musulmán, no se veía un pañuelo en la cabeza en toda la parroquia, y me costó mucho distinguir a un negro entre la concurrencia, aunque finalmente encontré a dos, uno de cada sexo, un porcentaje irrisorio entre toda aquella gente.

Friquismo, eso sí, todo el que hiciera falta. A veces uno se encontraba alguna pinta que me recordaba mis tiempos metaleros de cazadoras con remaches y camisetas negras de grupos "heavies"; a veces era más "gore" que otra cosa; las más de las veces parecía gente en sus veinte o en sus treinta, o mayores, con ganas de pasárselo bien. Muchos stands, tiendecillas de parafernalia...

Si lo puedo comparar con algo, es con el ambiente que se respira en clubes de ajedrez, donde hay una fuerte presencia porcentual belga y no demasiados negros ni musulmanes, aunque alguno hay.

La gente comenzó a arremolinarse junto a la entrada de la sala de proyección, nos controlaron la entrada y pasamos a la sala. No, la película no empezaba directamente, sino que primero iba la entrega de premios y galardones, y sólo después venía la proyección.

Lo voy a dejar aquí, porque, de lo contrario, esto se va a alargar mucho, y hoy más que nunca se me está haciendo bastante tarde. Pero sí, queda materia que relatar.

jueves, 27 de octubre de 2022

Cortinas (III)

Sorprendentemente, muy pocos días después me llamó el operario de la empresa que debía tomar las medidas para confeccionar la cortina. Lo que en circunstancias normales hubiera sido complicadísimo, como es tomar una cita en horario laboral, se ha hecho mucho más sencillo con el teletrabajo generalizado, de manera que pudimos quedar un martes por la mañana, que es un día en que, salvo necesidad imperiosa, me quedo en casa redactando documentos diversos y asistiendo a reuniones a través de pantallas.

El señor apareció con una puntualidad británica, bien vestido y armado con una escalera plegable que yo no sabía ni que existían, pero qué buena idea, tú. La agarró de buen brazo, subió los dos pisos que separan la puerta de entrada a la casa de mi habitación, salvó los seis escalones de la ampliación de autor que hizo el arquitecto anteriormente propietario y, ni corto ni perezoso, desplegó la escalera con ánimo de no entretenerse un minuto más de lo estrictamente necesario. Qué gusto, tú.

- ¿Necesita algo? - le pregunté todo lo solícito que supe.

- No, no, ya me arreglo.

Así le dejé con sus cintas métricas y volví al espacio que he habilitado como despacho en mi casa, y donde redacto documentos diversos y asisto a reuniones a través de pantallas, pero creo que esto lo he escrito ya.

Al rato, y no muy largo, el operario me avisó de que ya había terminado de tomar medidas y, por tanto, se iba.

- Ahora pasaré el encargo a la tienda, que pasará los datos a la costurera con la que trabajan, y ya le avisarán para colocar las cortinas.

Nos despedimos, y yo me quedé admirado de la eficiencia del sistema de la tienda, que hasta entonces, fuerza es decirlo, estaba funcionando como un reloj. Se me aducirá que, con los precios que clavan, ya puede funcionar bien, pero no estemos tan seguros, que no faltan los negocios en Bélgica que, aun desollando vivo al cliente, dan un servicio manifiestamente mejorable.

Me las prometía muy felices y, para colmo, no había pasado apenas nada de tiempo cuando me enviaron la factura de la tienda, para que les pagara una parte a cuenta, cosa que hice sin titubear. Éste es el momento en que podría pensarse que el entusiasmo del proveedor de bienes y servicios belga se enfriaría, pero qué va, a los pocos días me llamaron para concertar una cita y poner la cortina.

- ¿Ya?

- Bueno, le llamo para concertar la cita con tiempo. La costurera nos han dicho que podría estar para finales de marzo.

O sea, cosa de dos meses después de las fechas en las que nos encontrábamos. Con lo bien que habían ido las cosas hasta entonces... Pero bueno, no deja de ser cierto que no estábamos hablando de unas cortinas banales y estándar, sino de algo muy adaptado, muy... triangular y, claro, un trabajo cuidado lleva su tiempo. Hay que comprenderlo.

Acepté, pues, con algo de resignación, la cita que se me ofrecía.

Las siguientes semanas fueron de espera. Es verdad que la lámpara del colegio y la luna llena, cuando la había, eran las mismas de siempre, pero algo había cambiado. No era lo mismo haber pasado todos estos meses, años incluso, bañado por las noches por la luz exterior y sin esperanzas ni perspectivas de que la cosa cambiara lo más mínimo, que la situación actual, en que había una fecha límite a estos sinsabores, que sí, seguían siéndolo, pero el hecho de que su fin estuviera próximo los hacía, si cabe, más insoportables.

Es curioso. Tan lejos como ayer estuve hablando con un compañero cuya fecha de jubilación está a la vuelta de la esquina. De hecho, le quedan cuatro meses casi exactos, antes de descontar vacaciones y esas cosas de última hora. Me dijo que últimamente se enfadaba por cualquiera cosa, y eso que estamos hablando del prototipo de belga, siempre contando cosas graciosas, chistes, y sacándole punta a todo. Pues ni por ésas: asuntos que un año antes le hubieran resbalado sin afectarle lo más mínimo, ahora le sacaban de sus casillas. "Eso es que ya conozco el día final. Ya te pasará a ti", me decía ayer.

Pues lo mismo debía suceder con las cortinas. Mientras no había solución posible, la luz que entraba por la noche en mi habitación era un mal necesario, o más bien inevitable, y es inútil enfadarse por las cosas inevitables. Pero la cosa había cambiado: la luz seguía entrando única y exclusivamente porque aún no había llegado la fecha de la instalación de la cortina. Por lo tanto, de alguna manera la incomodidad de la luz era más molesta: porque tenía fecha de fin.

En estas digresiones se nos ha quedado una entrada un poco más larga de lo deseado. Es más, incluso diría que, entretanto, se ha hecho tarde. Dejemos, pues, la luz invadiendo mi dormitorio durante un par de meses más, y pasemos finalmente al día en que las cortinas se instalaron, pero no ahora, sino que dejémoslo para la próxima entrada.

martes, 25 de octubre de 2022

Cortinas (II)

El caso es que poner cortinas en el ventanal de mi nueva habitación no era un asunto sencillo, porque, como quedó dicho, mi casa es una casa de autor, de un autor que se perdía por los triángulos (seguro que era masón), y el resultado es que el ventanal de mi habitación es, también, triangular.

Le tuvo que costar una pasta, porque a ver dónde encuentras quién te haga ventanas, marcos y cristales triangulares, como no sea a medida y con un operario maldiciendo a quienquiera que se le haya ocurrido la ideíta de salirse de los paralelepípedos a la hora de diseñar las ventanas, mientras busca una forma de transportar ángulos que no son de noventa grados.

El caso es que el anterior dueño me consta que tenía cortinas, pero se las llevó, no entiendo muy bien para qué, como no fuera que el tejido fuera de buena calidad y quisiera reutilizarlo. Uno pensaría que, total, de noche no hay luz y que qué más dará que haya o no cortinas, pero esto no es exacto. La ventana da al patio trasero de un colegio, en el que, vaya usted a saber por qué, había una potente luz enfocada directamente sobre mi habitación. Uno se acostumbra a todo, cierto, y no digamos si tiene sueño, pero la verdad es que la luz en cuestión resultaba molesta. Entretanto, las medidas de ahorro energético adoptadas por las autoridades belgas han dado al traste con esa iluminación nocturna perfectamente inútil (algo bueno tenía que traer la crisis energética), pero, durante demasiado tiempo, aquello parecía más un tercer grado que un dormitorio.

Algunos desacuerdos dieron al traste con la posibilidad de atenuar al menos el tercer grado en cuestión. La cosa se arregló a medias colgando una antigua cortina que no era muy opaca que dijéramos, pero que algo hacía, de la parte inferior del ventanal, la que sí era más o menos rectangular, pero el pico del triángulo seguía allí, dejando el paso expedito a la malhadada lámpara del colegio, o a la luna llena en los días de rigor y noche despejada, que alguno hay en Bélgica, no vayamos a creer. 

Finalmente, a principio de este año, después de superar la crisis de las inundaciones del verano pasado, hacer arreglar los estropicios que se produjeron y decidir que no estaba por la tarea de seguir ahorrando luz por las noches a base de aprovechar lo que entraba por la ventana, resolví por unanimidad poner remedio al asunto y encargar unas cortinas.

He de decir que no había sido el primer intento. El primer intento, sin embargo, que tuvo lugar un par de años antes de la pandemia, se saldó con un sonoro fracaso, porque la fantasiosa, virguera y cara solución que propuso el dependiente no parecía muy satisfactoria. Poco menos que se requería un motor para poner el marcha el engendro a base de láminas, que tampoco estaba muy claro que se fueran a cerrar completamente, para dejar el cuarto completamente a oscuras.

La tienda de la que hablo, que a estas alturas no merece el menor anonimato, se llama Heytens. Un buen día de enero de este año, sábado por la mañana, me planté allí con unas cuantas fotos de mi cuarto y un precioso plano del ventanal que había dibujado a mano alzada. La dependiente me miró con cierto desdén, o eso me pareció, porque claro, si voy allí es porque tengo un problema, y el que tiene un problema no merece sino ser tratado con desdén, estaría bueno.

Le expliqué, en mi mejor francés, que tampoco es que sea gran cosa, pero algo se entiende, que en mi habitación tenía serios problemas para conciliar el sueño, a causa del ventanal que se veía en la foto.

La dependiente frunció el ceño.

- Claro.

Y tan claro. Demasiado. Por eso estaba allí, precisamente.

- Tenemos un tejido opaco que podría convenirle ¿De qué color lo quiere?

- ¿Tienen blanco? La pared es azul, pero el techo y el armario del fondo son blancos.

Yo es que el blanco sé lo que es, o eso creo. Hace mucho tiempo que decidí dejar de discutir sobre colores.

La dependienta miró a diestra y siniestra las distintas posibilidades, descubrió que sí que tenía blanco entre las mismas, se quedó con mi precioso plano a mano alzada, copió mis fotos en su ordenador y finalmente me dijo:

- Claro que esto habrá que hacerlo a medida, porque de otro modo no tenemos nada específico para su tipo de ventanal.

- Sí, ya lo supongo.

Me tomó los datos, me hizo un cálculo del que se dedujo que la broma me iba a salir por mil doscientos euros de nada, y yo dije que sí a todo, y sobre todo al precio, porque la primera solución original con motor puturrudefuá hubiera salido, a juzgar por el presupuesto que se hizo, por bastante más del doble, e incluso del triple. Que ya sé que esa morterada puede parecer un pastón, y lo es, pero lo de la luz en la habitación ya estaba siendo algo insoportable, hasta el punto de que me temía que el día menos pensado comenzara a aullar, con o sin luna llena.

- Nos pondremos en contacto con usted dentro de unos días. Le enviaré el presupuesto por correo electrónico, con una factura por una parte de la cantidad que hemos dicho. Pasará una persona de nuestra empresa a tomar medidas.

Con esta conclusión me despedí de la dependiente con la esperanza de que, dentro de no demasiado tiempo, pudiera disfrutar de la oscuridad que debe acompañar a toda noche que se precie, y salí de la tienda a ocuparme de mis otros quehaceres.

Los siguientes pasos en la confección y adquisición de las cortinas serán materia de la próxima entrada, porque ésta se está alargando mucho y, después de todo, se hace tarde.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Más historietas: los campeones

Ya dijimos no hace mucho que un elemento fundamental en la cultura belga en general, y flamenca en particular, son las historietas, stripverhalen en flamenco, y bandes dessinnées en francés. Después de relatar algo sobre Suske en Wiske, quizá la más popular de todas las historietas en Flandes, ahora toca pasar a algo un poco más para adultos. No es que sea inadecuado (si lo fuera no tendría espacio en esta pía bitácora), pero es mucho más infantil que Suske en Wiske.

Si Suske en Wiske son unos personajes flamencos en estado puro, F.C De Kampioenen son hasta tal punto flamencos que a nadie se le ha ocurrido traducirlos a ninguna otra lengua, al menos hasta donde yo sé. De hecho, si ahora son una historieta, no fue así en un principio, porque comenzaron siendo una serie de humor, lo que en inglés se llama una sitcom, que narraba las aventuras de un equipo de fútbol aficionado (y malo de solemnidad), pero no se trata de una comedia de deportes, sino de las situaciones personales de algunos personajes del equipo: el dueño y patrocinador (Baltasar Boma, dueño de Bomawurst, una fábrica de salchichas incomibles), algunos jugadores, el entrenador y el dueño del café en el que se reúnen. Y las mujeres de todos.

La comedia duró veintiuna temporadas, entre 1990 y 2011, e hizo furor en Flandes. Al final, aquello tenía difícil arreglo y el cambio, incluso físico, de la mayoría de los personajes hacía las cosas complicadas, además, de supongo, el cansancio de tanto tiempo rodando. Había actores que prácticamente nunca habían hecho otra cosa, desde que salieron de la escuela de interpretación, que participar en la serie.

En casi todo el mundo, cuando una historieta tiene éxito, acaba haciéndose una serie o una película. Así ha pasado con Astérix y Obélix, con Mortadelo y Filemón, y no digamos con toda la serie de Marvel. Posiblemente Bélgica sea uno de los pocos lugares donde las cosas pasan exactamente al revés: F. C. De Kampioenen fue una serie de enorme éxito, y la forma de perpetuarla ha sido... convertir a los actores en personajes de historieta. Efectivamente, a partir de 1997 empezaron a publicarse los álbumes, con personajes que no sólo están inspirados en la serie, sino que son directamente caricaturas de los actores tal y como estaban físicamente en 1997 (entretanto hay alguno que directamente ha fallecido). Una ventaja de los álbumes es que, a diferencia de la serie de televisión, los actores no envejecen en absoluto.

El argumento es bastante básico: hay un oponente, Fernand, que busca hacer la vida imposible al equipo de fútbol; hay un equipo de fútbol que está ahí, en segundo plano, y están los verdaderos personajes a los que les suceden cosas remotamente conectadas con el equipo: el propietario Boma (y sus salchichas detestables), el pésimo portero del equipo, Xavier, un militar y bebedor empedernido, y su mujer Carmen, con un carácter bastante fuerte; el entrenador Pol, que da un poco de equilibrio al asunto, y su mujer Doortje; Vertongen, el más bobalicón del grupo, que es uno de los jugadores (pero empezó siendo locutor de la radio local) y su mujer Bieke, que es hija de Pascale, la camarera del café De Kampioenen. Alrededor de estos personajes hay otros secundarios. Como es una comedia, siempre hay final feliz, excepto para Fernand, el "malo" de la historieta.

Los caracteres son el más purísimo estereotipo de belga que uno se pueda imaginar, por lo cual, probablemente, son difícilmente exportables, pero son muy interesante para cualquiera que se interese por la cultura belga, y más particularmente flamenca.

Hablando de estereotipos belgas, en algún momento habrá que referirse al maestro de los estereotipos como recurso humorístico: Goscinny y Uderzo, en Astérix, y más concretamente en uno de sus álbumes más logrados, aunque no siempre se aprecie bien desde la perspectiva de un lector español: Astérix en Bélgica.

Pero eso será en otra ocasión, porque hoy se ha hecho tarde.

lunes, 3 de mayo de 2021

Tebeos

Yo pensé que una de las mejores cosas que se podían llevar a un(a) belga que vive en España y que tiene tres hijos pequeños y con poco contacto con la lengua mayoritaria del país (que no es el francés), son tebeos. Si hay algo de lo que los belgas están orgullosos es de sus tebeos, muchos de los cuales han alcanzado fama internacional, y ahí tenemos a Tintín y a los Pitufos para corroborarlo, por no hablar de Spirou, el Marsupilami, Tomás Elgafe y bastantes otros que son la flor y nata de los tebeos de todo el mundo. Sí, ya sé que en español mucha gente utiliza comic, un anglicismo perfectamente prescindible, y que tebeo, en el fondo, no es sino tomar la parte por el todo (T.B.O., para los lectores no españoles, fue una revista infantil y juvenil que, cuando yo aprendí a leer, ya estaba de capa caída, pero aún alcancé a comprar algún ejemplar con mi magra paga semanal). En español, si tebeo no nos convence, deberíamos utilizar historieta.

En francés se usa "bande dessinée" y en flamenco simplemente es "strip" e incluso "stripverhalen". En Francia también tienen sus historietistas de renombre, ciertamente, y bastaría para ello nombrar a los creadores de Astérix, Goscinny y Uderzo. En todo caso, no está de más recordar que los dos vivieron varios años en Bruselas y que, incluso después de volver a Francia, continuaron publicando sus obras con editoriales belgas, en particular en la revista Spirou.

Para no equivocarme, porque nunca se sabe cuándo puede uno meter la pata y regalar a unos niños unos tebeos para adultos, cosa que es mejor evitar, me aseguré de adquirir unos tebeos para niños no exactamente belgas, sino rabiosamente flamencos. Después de algunas consultas con uno de mis profesores de neerlandés, me decidí por llevar álbumes de Suske en Wiske, que, al parecer, es lo que leen los niños en Flandes, todavía hoy. Digo todavía hoy porque tienen ya la friolera de setenta y cinco años, y no sólo ha fallecido su creador, sino que ya deben ir por la tercera generación de dibujantes, pero la serie se sigue publicando.

Cuando su creador, Willy Vandersteen, decidió que la edad ya no le permitía continuar con la serie, ya tenía un buen equipo de colaboradores, y puso como condición a quien continuara con sus personajes que en el tebeo no aparecerían asuntos de sexo, de drogas, ni entrarían personajes nuevos, ni desaparecería ninguno de los existentes. Siempre serían personajes aptos para el público infantil; incluso diría más: siempre serían adecuados para el público infantil... de la época en la que Willy Vandersteen dejó de dibujar, allá por 1988, dos años antes de fallecer. Y una cosa especialmente buena es que es una publicación sexualmente neutra, ya desde su creación, mucho antes del desvarío éste de la ideología de género y sus consecuencias: vale para que la lean niños y niñas sin grandes diferencias, por lo que es especialmente idónea para familias donde hay de todo, como la familia valenciano-belga que la recibió.

Suske en Wiske, hasta donde yo sé (pero puedo equivocarme), no está traducido al castellano, lo cual tiene su cosa, porque incluso dos álbumes suyos están traducidos al latín. No sé si hay muchos niños que puedan leer el latín con fluidez, pero tengo la impresión de que no, así que debe ser una edición para coleccionistas de culto (y cultos, muy cultos). Leo por ahí que en español son Bob y Bobet, pero eso parece que es una adaptación del francés, Bob et Bobette. Sí que hay versiones en otros idiomas, pero muchas menos que Asterix o que Tintín, y no es de extrañar, porque Suske en Wiske es una serie muuuuy amberina, ni siquiera flamenca. Amberina a más no poder. De hecho, los primeros álbumes se publicaron en dialecto amberino, y no fue hasta varios álbumes más tarde que empezó a utilizarse el neerlandés estándar, probablemente de bastante mala gana y arrastrando los pies.

(De paso, uno ve lo que se aprende escribiendo entradas de la bitácora, porque hasta ahora no sabía que el gentilicio de Amberes es, en español, amberino. Lo he tenido que buscar...)

Los feroces críticos de toda obra que se precie dicen que, desde que lo dejó su creador, Suske y Wiske han perdido fantasía e imaginación. Yo, que únicamente he leído los últimos cinco álbumes, no estoy en condiciones de comparar, pero a mí la verdad es que me han gustado, además de ayudarme a consolidar mi neerlandés y de hacerme reír un rato con cosas como la mala de la serie. La mala de la serie es la Dama Negra (Zwarte Dame), que no es una pieza de ajedrez, sino una hechicera que aspira a dominar el mundo ayudada por sus esbirros... y que habla en francés.

No me digan que eso de que los malos hablen en francés no es flamenco a más no poder. Hasta en los tebeos para niños tienen el cuchillo entre los dientes.

miércoles, 28 de abril de 2021

¿Algo más que llevar a España?

Bueno, finalmente habrá que referirse al asunto más peliagudo de todos. Hasta ahora, hemos tratando el asunto de qué llevar a un extranjero que ha vivido en Bélgica, pero con integración en el ambiente bastante limitada; de qué llevar a alguien que no es belga, pero tiene curiosidad, y finalmente vamos a ir al colmo de los colmos: vamos a examinar qué llevar a un belga que vive en España, en este caso en la millor terreta del món. Es más, se trata de un belga (una belga, para ser exactos) que lleva sin pasar por Bélgica un porrón de meses, porque ya sabemos que la Comunidad Valenciana lleva confinada ya ni recuerdo cuánto tiempo, aunque yo me las haya ingeniado para pasar los controles con todo tipo de argucias.

En este caso, decidí preguntar a sus allegados directos: ¿qué es lo que echa de menos de Bélgica una belga? Me refiero a algo imposible de encontrar en Valencia: cerveza y chocolate no me sirven, porque hay forma de encontrarlos por allí, además de sucedáneos locales muy dignos (bueno, lo de que la cerveza valenciana sea digna, la verdad, es muy discutible). Y las patatas fritas tampoco se pueden transportar, además de que no es imposible hacerlas uno mismo. Y los mejillones, tristemente para los belgas, nadie puede negar que los del Mar del Norte son tan insípidos que hay que aderezarlos con todo tipo de salsas para que tengan algo de gracia, mientras que los del Mediterráneo son bastante mejores, sin darnos tanto pisto. Entonces, ¿qué llevo?

Pues resulta que lo que echa de menos una belga en Valencia es "cassonade de candi", y sirope de candi, para hacer crepes dulces. Y tan dulces. Ese producto es para golosos de marca mayor, y mira que los valencianos somos golosos a más no poder. Pues los belgas nos ganan por goleada.

Claro, como sus allegados ya habían prevenido a la belga, cuando llegué a Valencia y le hice entrega del material, ya venía prevenida y no fue una sorpresa; de ahí que se me ocurriera complementar la cosa con algo que no esperara, que se pudiera transportar sin grandes pegas y que fuera, también, terriblemente típico de Bélgica, porque no sólo de pan vive el hombre, sino también de palabra. Y mucho más cuando en la misma casa, además de la belga en cuestión, viven tres niños pequeños con poco contacto con su lengua materna (el contacto con la lengua paterna lo tienen garantizado).

Sí, señor: tebeos ¿Hay algo más típicamente belga que los tebeos? Ni por casualidad. Obviamente, había que escoger tebeos adecuados para la lectura de una familia decente, nada de mangas hipersexuados. En general, los tebeos belgas cumplen con estos requisitos, al menos los que he leído, pero nunca se sabe.

En una próxima entrada ya describiré cómo elegí tebeos belgas. Ahora se me hace tarde, que tengo cita para que me vacunen contra el COVID-19. Al final, por hache o por be, nunca hay forma de terminar las entradas a gusto...