sábado, 30 de diciembre de 2023

Vecinos

La casa llevaba algún tiempo vacía. Los anteriores inquilinos decidieron convertirse en propietarios y compraron una vivienda en Saint Job. Estaba un poco más lejos del centro de Bruselas y de su lugar de trabajo, pero, por lo menos, iba a ser suya y ya no tendrían que preocuparse de pagar un alquiler todos los meses o de que, el día menos pensado, el dueño decidiera que necesitaba la casa para él mismo (poco probable) o para algún pariente y les echara. Sí, en Bélgica el inquilino -o el okupa-  no goza de la misma protección que en España, y un propietario no tiene demasiadas dificultades para rescindir un contrato, con tal de que esté bien asesorado. Y doy fe de que el dueño de la casa vecina, que tiene el dinero por castigo y que pasa casi tanto tiempo veraneando en Portugal como en Bélgica, donde vive más de las rentas que de su empresa, está bien asesorado.

El caso es que la vivienda se quedó vacía y yo lo lamenté, porque eran buenos vecinos y ahora a saber quién iba a ocupar la casa. Pasó un mes, pasaron dos y una compañera de trabajo, que andaba buscando casa en Bruselas y se había enterado de que estaba libre ésa, me preguntó cómo contactar con el dueño.

De resultas de algunas humedades en la pared medianera, había contactado en su día con el dueño y disponía de sus datos. Se los pasé a la compañera de trabajo, una griega casada con un alemán, y con la que, por supuesto, terminé comunicándome en alemán.

Al poco tiempo, como no tenía noticias de ella, la llamé.

- ¿Habló usted con el dueño?

- Lo hice, pero llegué tarde. Va usted a tener nuevos vecinos.

- Ah... Lo siento por usted.

- Si quiere, le digo quiénes son sus nuevos vecinos, que se van a mudar dentro de un par de semanas.

- Si es tan amable...

- Es una familia mixta. Él es inglés. Creo que es el representante del Partido Laborista británico en Bruselas. Al menos, parece que lo era. No sé si, después del Brexit, el Partido Laborista mantiene representación en Bruselas, pero es posible.

Y tanto que es posible. Los británicos no pierden ocasión de hurgar y de sacar tajada, a pesar de la pifia que cometieron.

- Ella es alemana. Creo que trabaja en un lobby, pero no sé en cuál. O quizá represente al SPD en Bruselas, más o menos lo mismo que hace su marido.

- Vaya.

- Tienen dos hijas que irán al colegio religioso que hay en el barrio.

Uno podría admirarse de que dos socialistas lleven a sus hijas a un colegio religioso, en lugar de a la escuela pública que también está en el barrio, pero ya hace algún tiempo que es mejor no admirarse de nada. Probablemente ese colegio religioso lo sea más de nombre y por inercia que de contenido. También los hijos de los vecinos anteriores iban al mismo colegio, y me consta que al menos el padre veía la religión como algo más histórico que actual, y aceptaba que sus hijos fueran a clase de Religión como el precio que había que pagar por que sus hijos asistieran a clase en un colegio que, después de todo, debe ser bueno, prescindiendo de su carácter confesional o no.

A las dos semanas, en efecto, apareció un camión de mudanzas y una cuadrilla de mozos. Durante un día completo, muebles y más muebles pasaron del camión a la vivienda, con la ayuda de una grúa, una plataforma y mucha paciencia. Uno de aquellos días estaba yo teletrabajando desde casa y escuché en el jardín algunas conversaciones en inglés y en alemán, de manera indistinta. Quizá el inglés hubiera aprendido alemán, todo es posible; desde luego, las hijas lo hablaban con corrección.

En Bélgica, y creo que también en España, es el nuevo vecino el que tiene la obligación de presentarse a los anteriores. No es realmente una obligación, claro, pero es de buen gusto. Cuando llegamos nosotros, los anteriores propietarios nos presentaron directamente a los vecinos que les caían bien, pero no a los que les caían mal. Eso ya tuvimos que hacerlo nosotros.

Los vecinos actuales pasaron ampliamente de presentarse. Igual me pillaron fuera y, teniendo en cuenta que vivo solo, renunciaron a tomar contacto conmigo, pero, qué sé yo, hay un buzón en el que me pueden dejar una nota. También es posible que se acercaran y vieran mi nombre escrito en la placa de la puerta, con los dos apellidos que delatan mi condición de sureño, y ya se sabe que ciertos ingleses y alemanes tienen un marcado complejo de superioridad.

Pero, claro, después de todo vivimos puerta con puerta y pared con pared. Es imposible no encontrarse. Y así fue. Alguna vez nos cruzamos. Él era un hombre muy entrada la cuarentena, o quizá algo mayor, razonablemente corpulento, por no decir obeso, y con gafas tan gruesas como él mismo. Yo, que soy miope, pero no demasiado, cuando salgo a la calle no suelo llevar gafas, así que tengo un aspecto como ausente, con la mirada perdida, además de ser de natural huraño, de modo que -lo reconozco- no animo mucho a que se me dirija la palabra.

Las primeras veces que nos vimos nos limitamos a un gesto con la cabeza. El mío debía ser más perceptible, porque, al fin y a la postre, yo tengo cuello. El cuello del británico estaba oculto tras una capa de pellejo que unía la cabeza con el tronco. Yo no veía claro que no se hubieran presentado ellos, y él a saber qué pensaría de mí, pero seguro que nada bueno.

Un día le pillé cargando el coche con un montón de cachivaches, como quien se va de viaje, y decidí abordarlo ¿En inglés? Jamás. En alemán, por supuesto.

- Naja, viel zu tun heute? (¿Qué, mucho que hacer hoy?)

El inglés se me quedó mirando, obviamente desconcertado por el hecho de que un extranjero le abordara en otro idioma que no fuera el inglés, esa lengua que todos tienen la obligación de conocer.

- Ja - contestó.

Mucha conversación no daba, la verdad.

- Viel Spaß noch! (¡A seguir disfrutando!)

En alemán y en directo queda menos irónico que en español, pero a saber cómo se lo tomó. Dicho esto, y como se me hacía tarde, más o menos como ahora mismo, monté en la bicicleta y me alejé de allí.

Desde entonces, nos hemos encontrado por la calle bastantes veces. Nunca hemos pasado de la inclinación de cabeza, y parece difícil que lo consigamos, al menos en el corto plazo. Igual piensa él que soy un poco rarito, o soy yo el que piensa que él hubiera debido dar el primer paso. El caso es que hemos empezado la relación de manera muy mejorable, y que sólo Dios sabe si pasaremos a conversaciones de cierto calado.

Puesto que con él las cosas están complicadas, cabría preguntarse si con la esposa la relación sería menos tirante, al menos para lo que un español considera tirante, porque igual un inglés cree que somos los mejores amigos. Pero este aspecto queda para una entrada posterior, porque el año se termina, y hay que hacer balance antes de que se haga tarde.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Feliz Navidad

a todos los lectores que queden de esta bitácora, que hace sus esfuerzos por no desaparecer y lograr una continuidad que las muchas ocupaciones y preocupaciones de su autor no llegan a impedir, pero sí a limitar mucho.

Y que el Señor, que nace hoy, reine en los corazones de quienes lean esto.

Ya si eso, en otro momento, sigo con los políticos o politicastros belgas, serie que promete bastante, porque, si pensáis que los políticos españoles son una casta vergonzosa o una banda endogámica que lo daría todo por el poder, eso es porque no tenéis con quienes compararlos. Después de leer la serie sobre políticos belgas, es muy posible que el lector medio español se vea consolado hasta cierto punto, pero eso llegará más adelante. Entretanto, de nuevo, ¡feliz Navidad!

martes, 5 de diciembre de 2023

Políticos belgas: Introducción

Los políticos belgas son, en general, poco conocidos en España, cosa que no es de extrañar mucho, porque, después de todo, Bélgica no es lo que se dice una gran potencia. Ni siquiera son vecinos nuestros, ni probablemente sería eso una gran diferencia, porque tampoco creo yo que los políticos portugueses sean muy conocidos en España. Los franceses lo son un poco más, pero eso es porque Francia, después de todo, cree ser todavía una gran potencia, e intenta convencernos de eso a los demás, y además los políticos franceses intentan fastidiarnos todo lo que pueden y eso parece que une mucho. Ojo, intentan fastidiarnos a los españoles y probablemente también a todos los demás, excepto a ellos mismos.

Así que en España conocemos a los políticos belgas que salen en las noticias, que son fundamentalmente dos, aunque no sé si la gente sabe que son belgas. El primero de ellos es Charles Michel, que es el que ostenta un cargo más elevado, no en el gobierno belga, que presidió en su día, sino en el Consejo Europeo, del que ostenta la presidencia permanente. Ése es un puesto que les viene como anillo al dedo a los políticos belgas, los cuales están acostumbrados como nadie a moverse en un magma en el que nadie tiene la mayoría, hay que negociar con el que ayer te estaba clavando un puñal y hay que farfullar todos los idiomas posibles. Charles Michel tuvo que hacerlo en su día en el gobierno belga, pero de Charles Michel tocará escribir más en profundidad en otra ocasión.

El segundo político belga conocido últimamente en España es Didier Reynders, que ya apareció por aquí hace varios años. Entretanto, ha progresado en su carrera y, como todo el mundo medianamente informado en España conoce, es el Comisario europeo de Justicia, al que los políticos españoles de oposición se dirigen sistemáticamente para protestar por la degradación que ellos perciben en el estado de derecho en España, mientras que los políticos españoles del gobierno dicen de él que no está preocupado por ese asunto. En fin, que es nada menos que a un político belga a quien ponen los españoles de árbitro de sus disputas. No sé yo si lo han pensado bien. Entre un político belga y un diplomático salvadoreño, no sabría yo bien con qué quedarme.

Pero también es verdad que la oposición española no tiene mucho donde elegir, a no ser que se haga antisistema, cosa que evidentemente no casa bien con sus principios, así que tiene que quejarse a Reynders, que para eso cobra, para asegurarse de que la justicia en los países miembros de la Unión Europea respeta los valores europeos, sea lo que sea eso. Pero también de Reynders tocará escribir en otro momento, no faltaría más.

El resto de los políticos belgas no creo que aparezca jamás por los noticiarios españoles, y es lástima, porque muchos de ellos darían para bastante. Sin salir del ámbito de la justicia e interior, no está de más recordar al ahora dimitido ministro belga, que haría las delicias de cualquier humorista español si ejerciera en nuestro país. Como no se da ese caso, hace las delicias de los humoristas franceses, porque los franceses son geniales para reírse de los demás (en este caso me temo que merecidamente) y ofenderse cuando los demás se ríen de ellos.

Como en Bélgica hay más partidos políticos que longanizas, y además multiplicados por dos comunidades lingüísticas (la tercera comunidad lingüística no da para mucho), el número de políticos belgas es abundante. En las próximas entradas vamos a ir viendo cómo no son mejores que los políticos españoles, lo cual incluso podría mejorar nuestra autoestima, aunque sea un poco y aplicando ese execrable principio de "mal de muchos, consuelo de tontos".

No será hoy, sin embargo, porque no son horas y, como otras tantas veces, se hace tardísimo.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Una visita a Ítaca

Estoy seguro de que Ulises, cuando finalmente volvió a su tierra, nosecuántos años después de irse a dar mamporros a Troya, la debió encontrar bastante cambiada. A lo mejor lo único que no cambió, al menos demasiado, fue Penélope, que le fue fiel durante los veinte años de singladuras a base de tejer, destejer y entretener a sus pretendientes hasta que volvió el héroe. Por lo demás, pasar de tener un hijo recién nacido a tener un mocetón hecho y derecho como Telémaco tuvo que ser un choque importante. Pero, ¿y lo bien que se lo pasó dando mamporros y tumbos por ahí y por allá?

Ulises pudo haber paliado estos sinsabores (y los de Penélope, supongo), si se hubiera dado una vueltecilla por Ítaca de cuando en cuando, como quien va de permiso durante la mili. Claro que entonces se hubiera ahorrado muchas peripecias después de la caída de Troya, lo que no está claro que hubiera sido positivo, ni para la literatura clásica ni para él, tanto más cuanto que varias de las peripecias debieron gustarle. Uno no se queda varios años con la ninfa Calipso y le hace dos hijos porque sí, como quien no quiere la cosa. El caso es que el viaje debía ser difícil en aquellos tiempos heroicos, porque Troya e Ítaca, hoy en día, están a dos pasos mal contados. Atraviesa uno Tesalia, toma el transbordador en el Épiro meridional, y ya estamos donde queríamos. No excluyo incluso que Ryanair, que tanto daño ha hecho, vuele allí, a Ítaca, desde Estambul, y llame al aeropuerto de Estambul algo así como "Troya Oeste", igual que llama "Bruselas Sur" al de Charleroi.

En el siglo XXI, que Penélope le sea a uno fiel después de veinte años de ausencia sería totalmente insólito. Incluso si uno se queda al lado de su esposa, eso de la fidelidad comienza a ser un fenómeno poco frecuente en estos tiempos de inconstancia y porqueyolovalgo. Pero, quizá para compensar, podemos darnos una vueltecilla por Ítaca para preparar el regreso definitivo, comprobar que todo está en su sitio y asegurarse de seguir siendo conocido y reconocido en la patria de uno, no como Ulises, que no lo reconoció ni el Tato cuando llegó y tuvo que entrar en su casa disfrazado, con la ayuda de su hijo y de parte del servicio. Y luego tuvo que liarse a mamporros con la caterva de pretendientes que se habían enseñoreado del palacio, porque vale que Penélope los rechazó, pero bien que estaban todos comiendo y bebiendo en casa ajena.

Como cualquier lector habrá adivinado, mi Ítaca es Valencia y no dejo pasar la ocasión de volver de vez en cuando para comprobar que todo, o al menos algo, sigue en su sitio. Los primeros años de mi ausencia, casi todo seguía en su sitio, mis padres estaban en plena forma y mi habitación seguía siendo mía, al menos en parte, porque siempre la compartí con un hermano. Y mis amigos seguían siendo los mismos y se ponían muy contentos al verme de nuevo y me contaban sus novedades e incluso aprovechábamos para aumentar el número de nuestras aventuras saliendo por esos campos de Dios.

Con el tiempo, algunas cosas dejaron de ser iguales, pero quedaba un rastro de ellas. Mis padres fueron declinando, pero seguían ahí. Me compré un piso, y mi habitación en casa de mis padres dejó de ser tan mía como antes, aunque conservé algunas cosas y una cajonera donde seguía recibiendo mi correspondencia. Mis amigos, cada vez más, daba la impresión de que sólo se veían cuando llegaba yo, porque estaban a otras cosas, y nuestras reuniones ya eran exclusivamente para tomar algo sentados, con alguna excepción atlética y de carrera popular.

Más adelante, mis padres fallecieron, y eso ya dejó de estar en su sitio, pero muchas otras cosas permanecen, y es bueno asegurarse de que es así. Porque se acerca el momento del regreso definitivo a Ítaca. Sí, aún queda algún tiempo, posiblemente varios años, pero está más cercano el momento del retorno que el de la salida, a no ser que Dios disponga otra cosa.

Entretanto, Ítaca sigue allí, quieta. Cambiada, y últimamente llena de turistas. En mis últimas estancias por allí ya me he dado cuenta de que en el centro de la ciudad, que visito con frecuencia, se escuchan muchas conversaciones en idiomas tales como flamenco o italiano, aparte del ruso que ya no debería sorprender a nadie. Posiblemente Valencia vaya a cambiar mucho más en los próximos años, así que bueno será seguir volviendo con la mayor frecuencia posible, antes de que, como ahora mismo, se haga tarde.

viernes, 10 de noviembre de 2023

La zona oscura

El período comprendido entre el cambio de hora del último fin de semana de octubre y el solsticio de invierno son los casi dos meses más depresivos del año, desde luego para un residente en el centro-norte de Europa. De repente, como por sorpresa, el día termina poco menos que tras la comida; para colmo de males, hace un frío cada vez más intenso y, al menos en Bruselas, llueve con frecuencia. Vale: siempre llueve con frecuencia, pero las lluvias de día parecen más alegres. Las lluvias nocturnas, sobre todo cuando uno no tiene más remedio que estar en la calle o se avecina el momento en que debe enfrentarse a ella, le hacen a uno sentirse como el profesor Frankenstein y Aigor desenterrando muertos.

Para compensar, los humanos recurrimos a cualquier cosa con el fin de olvidar que la primavera aún está lejos. En Valencia, como tampoco hace tan mal tiempo y el día es corto, pero no tanto, no es que haya mucho que compensar, pero en Bruselas sí. En este período, las actividades culturales se multiplican y todo tipo de ocio tiene lugar. El 11 de noviembre es un día festivo (también lo es, como en España, el día de Todos los Santos), lo cual invita a montar un puente. Para ese día, ya falta poco para el 6 de diciembre, San Nicolas, que es cuando se reparte chocolate a diestro y siniestro, y ya se sabe que el chocolate tiene un interesante efecto euforizante. Llegada esta fecha, aparecen los calendarios de Adviento. Uno podrá ser más o menos creyente, pero los calendarios de Adviento tienen chocolate, y eso sí que no se perdona.

No nos olvidemos de los mercadillos de Navidad, que en Bruselas incluyen el montaje de una pista de patinaje. No hace tanto frío como para que se hiele el agua, pero en los tiempos modernos eso no es óbice para montar una pista (incluso en Valencia se hace con hielo artificial a más de veinte grados, que yo lo he visto), sin necesidad de llegar a extremos moscovitas. Allí, por cierto, sí que había pistas de patinajes de lo más natural. El caso es que los mercadillos de Navidad contribuyen a distraer al personal y a elevar el ánimo comprando cositas y bebiendo vino caliente. No, yo tampoco sé cómo hay quien aprecia el vino caliente, pero no seré yo quien lo condene.

Y así, entre distracción y juerguecilla, llegamos al solsticio de invierno, el 21 de diciembre. Llega la Navidad, con una sucesión de fiestas, que quienes somos religiosos asociamos con el nacimiento de Nuestro Señor, y quienes no lo son no lo hacen y las asocian con un difuso sentimiento de felicidad, de obligación de estar contento y satisfecho, de ver a la familia, quien la tenga (y cada vez la van a tener menos) y de alegría de vivir. Supongo que quienes no celebran el nacimiento de Cristo pueden consolarse con que los días, de momento imperceptiblemente, empiezan a alargar, con lo que el período o zona oscura termina. Sigue haciendo un tiempo muy mejorable, pero por lo menos comienza a haber un poquito más de luz cada vez.

En Valencia no son necesarios tantos pretextos para llegar con cierta ilusión al solsticio de invierno. No hay mercadillos navideños, ni falta que hacen. Las máximas superan los veinte grados con relativa frecuencia y los días son soleados. Así que uno, que ha pasado unos días en Valencia con un clima tal que, la verdad, no sé cómo hay gente que vive en otro sitio, le toca volver a Bruselas, donde, según todos los testimonios que he ido recogiendo, hace un tiempo de perros. Y no de gos rater, que ésa es raza valenciana y no está hecha a destemplarse, sino de cualquier raza centroeuropea, de las que aceptan el tiempo desapacible como una costumbre más.

En fin, sea como fuere, toca abandonar estas tierras y volver a Bélgica, donde, además de un tiempo pésimo, me esperan aventuras que preferiría omitir, pero que no podré, porque uno no elige las cruces que debe cargar. Para bien que sea y, al menos, espero que no se me haga tarde. Como se me hará tarde hoy, a no ser que termine esta entrada inmediatamente.

martes, 31 de octubre de 2023

Primavera de invierno

En valenciano, otoño se dice primavera d'hivern, al menos entre quienes no hemos ido al colegio en valencia-no normalizado ni hemos acatado el vocablo catalán tardor que se nos mete con calzador a través de colegios y medios de comunicación de masas.

Primavera d'hivern es mucho más bonito y, en estos tiempos que corren, considerablemente más descriptivo del tiempo que hace en otoño, al menos en Valencia.

Estoy en Valencia, efectivamente. Por el día disfrutamos de una temperatura de entre veinte y veinticinco grados, y de noche refresca hasta entre diez y quince, lo cual es un tiempo que yo firmaría todo el año, si se pudieran firmar estas cosas. Es verdad que antes el frío llegaba antes, pero hay que reconocer que el cambio climático también tiene sus ventajas. Pasar de los escasos diez o doce grados de máxima, con sus lluvias y su frio, al tiempazo primaveral de Valencia es uno de esos goces de los que entran pocos en un kilo.

¿Y cómo es posible que pueda escaparme de Bruselas en esta temporada tan convulsa, incluso laboralmente? Bueno, en realidad decidí acortar las vacaciones de verano, esperando escapar del calor y aprovechar lo que yo esperaba que fuera un tiempo bonancible en Bélgica (no lo fue, que fue un truño de verano), para alargar las de otoño e invierno. Antes, no podía hacerlo, porque mandaban las vacaciones escolares de la tropa, pero la tropa ya acampa por su cuenta, aunque estos días estén precisamente en Bruselas, guardando la casa, así que el cabo de la misma puede permitirse ciertas licencias.

Entre esas licencias está la de salir a dar una vuelta relajada en pantalón corto, cosa que voy a hacer acto seguido, antes de que se haga tarde, que hay que aprovechar la... tardor.

sábado, 28 de octubre de 2023

Atentados

La noticia de la semana pasada en Bruselas ha consistido en el retorno de los atentados islamistas. En este caso, el lunes de la semana pasada, cuando un tipo muy poco recomendable y desde luego poco adaptado a la vida en Occidente se lio a tiros contra unos pacíficos aficionados suecos al fútbol que habían venido a Bruselas a ver cómo su selección jugaba contra los Diablos Rojos, y en lugar de eso se encontraron con un diablo, sí, pero verde y con muy mala leche. Al parecer, la excusa es que alguien quemó un Corán en Suecia. Está bajando el nivel de la ofensa. Para que llegaran las represalias, primero había que maldecir al (falso) profeta, después bastaba con dibujarlo, ahora basta con maltratar un Corán, que no deja de ser un libro, y el día menos pensado nos la vamos a cargar sólo por vender jamón.

Lo que pienso sobre el particular lo dejé bien claro hace ya ocho años, y no cambio una coma de lo que escribí entonces. Yo lo siento mucho, pero está más que demostrado que el modelo de aceptar a los extranjeros con sus propias costumbres incompatibles con nuestro orden público simplemente no funciona. Yo llevo más tiempo como extranjero que como español, pero mi orden público no es incompatible con el local, ni en Alemania, ni en Rusia, ni ahora en Bélgica, y en todos estos sitios he tenido un razonable trato con locales y no se me ha ocurrido montar un "ghetto" de españoles ni mucho menos imponer mis ideas por la fuerza. Los musulmanes tienden a concentrarse en lugares concretos y en ellos a hacer de su capa un sayo de forma todo lo violenta que se tercie, porque ése es lamentablemente el ejemplo que les dejó el fundador de su secta, un personaje violento, belicoso y de costumbres sexuales muy poco edificantes, que no es criticado por las feministas y otras gentes de mal vivir porque dichas gentes comparten con los mahometanos el odio al cristianismo, y eso les une. El día que, Dios no lo quiera, deje de preocuparles el cristianismo, deberían darse cuenta de que entre sí son todavía menos compatibles.

Sea como fuere, entretanto el terrorista se dio a la fuga en moto, sin suicidarse ni nada. Esto es Bélgica, un país que alberga muchos fenómenos chocantes y algunos de ellos tienen que ver con su policía. En este caso, sé que voy a ser injusto, pero se diría que a los policías se les acabó la jornada laboral y dejaron el trabajo de neutralizar al asesino hasta el día siguiente; lo cierto es que al día siguiente lo localizaron y el sarraceno murió de un tiroteo. Consta que era tunecino, que ya venía con mala fama desde su patria, que estaba casado y tenía una hija, que había pedido asilo, el cual lógicamente le fue denegado, porque no se sabe que en Túnez persigan a los opositores políticos, pero eso no hizo que el pollo abandonase Bélgica, sino que siguió viviendo tranquilamente en Schaerbeek, conocido nido de personajes de comportamiento mejorable. Nadie le molestó en serio. Ni en broma. Es más, Túnez había pedido su extradición por delitos bastante comunes, y aquí a nadie se le ha ocurrido que el individuo podía ser peligroso. Lo de Bélgica acogiendo a delincuentes extranjeros es una tradición que viene, al menos por lo que respecta a España, desde que se constituyó en santuario de ETA y últimamente de independentistas catalanes. Todo esto es una actitud arriesgada que en algún momento tenía que terminar mal. Ha tocado ahora.

Habrá que ir haciéndose a la idea de que cambiar la mentalidad de un musulmán no es sencillo, ni ahora ni en tiempos de Felipe III. He oído hablar de algunos, muy pocos, musulmanes que se han convertido al cristianismo, pero no he conocido personalmente a ninguno, sí que se me  permitirá que ponga su existencia bajo una pequeña sospecha.

La chapuza interna ha tenido como consecuencia la dimisión del Ministro belga de Justicia, un señor que ya apareció por esta bitácora con motivo del "pipigate" y que ya no ha podido aguantar más en su puesto. No sé si lo sucedido tendrá como consecuencia que la justicia belga reconozca que es a la justicia como la madre política a la madre, pero me temo que no, porque hay cosas que están profundamente arraigadas en el imaginario colectivo, y la soberbia frente a todo lo que está al sur parece una de ellas.

Entretanto, vamos a rezar porque el siguiente atentado no nos pille cerca ni a nosotros, ni a nuestros allegados, ni siquiera al susodicho ya ex-Ministro de Justicia de Bélgica. Vamos a rezar antes de que sea tarde, como se está haciendo ahora.

sábado, 14 de octubre de 2023

De golpe

La caída de las temperaturas en Bélgica se ha producido de sopetón, hasta extremos desusados incluso para aquí. Ayer, viernes, todavía gozábamos de unas máximas de veinticinco grados y tiempo razonablemente seco. Algo pasó durante la noche, además de una tormenta bastante fuerte y de una ventolera que, si no me perjudicó el sueño, fue porque estaba lo suficientemente cansado tras toda la semana como para dormirme a despecho de cualquier mascletà que sonase a mi lado.

El caso es que esta mañana me he levantado más tarde, y menos soñoliento, que los días de entre semana, y me he encontrado con que la temperatura era de diez grados, que la máxima no iba a pasar de catorce, y que, en el mejor de los casos, ése era el patrón de los días por venir: chicos, ha llegado el otoño.

El otoño tiene sus ventajas, al menos en Bruselas. Así como este entretiempo ha sido tan confuso como de costumbre, con el otoño, en cambio, uno sabe a qué atenerse. Hasta ahora, tocaba salir de casa, y la pregunta era ¿y qué me pongo? Ya sé que las mujeres se la hacen en cualquier tiempo y circunstancia, pero yo sólo me la hago seriamente cuando el tiempo es del jaez que hemos estado teniendo últimamente, con máximas altas, o no, mínimas muy variables, o no, y lluvias intermitentes, o no. Uno no sabe si ponerse camiseta interior, calcetines gordos y jersey sobre la camisa, por si viene frío; pero, si no lo hace, y ha tomado precauciones, el día puede hacerse muy largo y caluroso... Y, al revés, si uno se viste como si se preparara una ola de calor, con una camisa de manga corta por todo atavío, y resulta que la ola de calor decide retrasarse y, en su lugar, sopla un vientecillo del norte de los que dejan tieso, las consecuencias, además de un resfriado, pueden ser bastante incómodas.

En otoño, las dudas son escasas: va a hacer más bien frío. Y va a llover, casi seguro. Uno se abriga algo y se avía con impermeables, y más si, como es mi caso, todavía se desplaza de ordinario en bicicleta. Y eso se hace siempre, así luzca un sol que deje bizco y no haya una nube en todo lo que la vista abarque, porque siempre puede llover en Bélgica.

Y las hojas caen. Y amarillean. Después de todas las entradas que he dedicado este verano a mi jardín, resulta fastidioso despedirse de él, si Dios quiere, hasta la primavera, porque, durante unos meses, lo de leer en la terraza no tiene mucho sentido, y porque todas las plantas entran en una especie de letargo hasta principios de marzo, en que la camelia empieza a darse cuenta de que el día vuelve a alargar y lo celebra floreciendo antes que nadie. Pero de esto ya llegará ocasión de escribir a su debido tiempo. Hoy no, porque se hace tarde.

jueves, 12 de octubre de 2023

Lovaina

Lovaina mola. La gente que viene por aquí bebe los vientos por Brujas y Gante, que están superpobladas de turistas, pero la verdad es que Lovaina no tiene demasiado que envidiar a ninguna de las dos y, además, es fácilmente accesible desde Bruselas. En efecto, está a unos treinta kilómetros de la capital del país, desde la que hay trenes cada media hora, y es una ciudad muy bonita, sobre todo si se pilla con buen tiempo, cosa que resulta difícil, pero me consta que a veces ocurre. Este verano he tenido varios invitados, y con todos ellos, cuando el curro me ha dado espacio para acompañarlos en sus aventuras, he terminado en Lovaina, la última de las veces, en septiembre, con un tiempo espectacular, de ésos que se ven de uvas a peras y de los que le hacen a uno preguntarse si el cambio climático, después de todo, no tendrá sus ventajas.

Es bien sabido, o debería serlo, que Lovaina ha aparecido ya en los albores de está bitácora, en el ahora lejano 2007, en que me di cuenta para mi desgracia que se encuentra en Flandes y que el idioma oficial es el flamenco, y que hablar otro idioma no es necesariamente una buena idea.

Recordemos que en aquel tiempo (lluvioso, pero eso no es una sorpresa), me planté solo en la Oficina de Turismo, donde resultó que la chica que me atendió no hablaba más lengua que el flamenco, así que me tocó desenterrar mis entonces escasísimos conocimientos del neerlandés y sudar tinta hasta conseguir alguna que otra indicación.

En la primera semana de agosto, como vimos hace unas cuantas entradas, el tiempo atmosférico era penoso, así que tampoco era mala idea encontrar abrigo donde fuera. Como éramos turistas, recordé que tenía una cuenta que saldar en la Oficina de Turismo, de modo que dirigí hacia allí mis pasos, seguido de mis invitados. En los últimos dieciséis años no había cambiado de lugar ni de aspecto, así que entré resuelto y vi que, en lugar de la chica apocada y monolingüe de 2007, había tres dependientes atendiendo al personal. Claro que en 2007 me planté allí en diciembre, que no es precisamente temporada alta, pero aquello no dejaba de llamar la atención. Tres ya está mejor que uno.

En cuanto se liberó uno, lo abordé en mi mejor neerlandés y le expliqué la situación, pidiendo expresamente un plano de la ciudad y qué hacer durante unas cuantas horas.

- ¿Y de dónde es usted? - me preguntó mi interlocutor.

- Español.

- Ah, pues su neerlandés es muy bueno. Casi perfecto ¿Dónde lo ha aprendido?

- Vivo en Bruselas.

- ¿Y en Bruselas se habla neerlandés?

- Hombre, buscando un poco...

En fin, que nos dio toda la información que tocaba. Mis dos amigos miraban sin comprender mucho, hasta que se liberó otra dependienta y les abordó en un español muy aceptable. No tenían guías en español, pero al menos la situación no era tan jocosa como en 2007 y podían comunicarse en otros idiomas, además de el vernáculo. De hecho, la dependienta creo que ardía en deseos de practicar su español y el hecho de que yo hablara en neerlandés no ayudaba ni un poquito a saciar su deseo.

Entre que nos levantamos tarde, que el viaje, por cerca que estuviera Lovaina, requería su tiempo, y que en esta zona del mundo se come desusadamente pronto para un español, se había hecho la hora de comer y había gusa. En el viaje de septiembre, resultó que el sitio, bien bueno, donde habíamos comido en agosto estaba cerrado "por razones técnicas", así que, como el hambre apretaba, no fue cuestión de buscar demasiado y terminamos enfrente, en una hamburguesería pijilla.

Aleccionado por aquella experiencia de 2007, y orgulloso con mis progresos en la lengua más hablada del país, me dirigí resuelto hacia una camarera pelirroja (uno tiene sus preferencias) que parecía simpática.

- Heeft u plaats voor vier personen? - le pregunté, levantando cuatro dedos de mi mano derecha, para dar a entender de todas las formas posibles lo mismo que había formulado oralmente, es decir, si tenían sitio para cuatro personas.

- Eh... Yes, certainly inside. Outside would be a little bit more difficult - me respondió en un horroroso inglés norteamericano.

Así, a ojo, me sentí ofendido. Uno hace un esfuerzo -ímprobo- por expresarse en flamenco, y los locales le pagan a uno ignorándolo y contestándole en inglés. Convencido de que mi flamenco no era tan malo, no en vano me lo acababan de alabar en la mismísima oficina de turismo, decidí ignorar la indirecta de la camarera pelirroja (guapa, sí, pero ya menos simpática que al principio) y seguir en flamenco aunque me contestaran en valenciano.

- We zouden graag binnen eten - es decir, que nos íbamos para adentro. Esto lo acompañé con un gesto con el cuello señalando el interior del restaurante. La chica me entendió, parece.

- OK, come with me. You order first, and then we will call you when the food is ready.

Entorné los ojos ante la nueva ofensa. La flamenquita se pensaba que iba a poder conmigo con su inglés americano ¡Conmigo! Por un momento incluso pensé si no sería sorda.

Consulté con mis amigos, me acerqué al mostrador y empecé a decir a la chica, siempre en flamenco, lo que queríamos tomar. La chica me miraba con unos bonitos, pero muy inexpresivos, ojos azules, y con la boca entreabierta. Vamos, que o era tonta o parecía preocupada.

Le devolví la mirada, y una idea pasó por mi cabeza.

- Do you speak flemish? - le pregunté.

- I don't.

La chica era estadounidense, estaba estudiando en Lovaina, supongo que en inglés de cabo a rabo, y la habían contratado en la hamburguesería porque una estadounidense con ese inglés tan de Medio Oeste siempre queda muy bien. Total, sólo iba a haber turistas o estudiantes, que todos hablan inglés. El turista extranjero coñazo que, por alguna razón estúpida, sabe flamenco y se empeña en hablarlo no entra en la ecuación.

La conversación continuó en inglés. Es más, cuando la chica nos oyó hablar en español a mis amigos y a mí, nos dijo que hablaba un poquito, y ahí parece que decía la verdad, porque realmente era poquito, pero al menos hizo un intento.

Esto de los idiomas es un asunto complejo. Y en Lovaina, más. En 2007 no hubo más remedio que hablar neerlandés, idioma que apenas conocía de oídas, y en 2023, uno vuelve a Lovaina hablando neerlandés por los codos, y no le sirve de nada.

Me voy a cenar un bocata de jamón para celebrar el Día de la Hispanidad. La mayoría de los lectores que le quedan a esta bitácora supongo que están de puente, pero no es mi caso, que he trabajado hoy y lo haré también mañana, así que voy a cortar el pan antes de que se haga tarde. Porque siempre se hace tarde.

sábado, 7 de octubre de 2023

Sínodos

Los obispos de todo el mundo, también algunos belgas, andan estos días por Roma reunidos en un club llamado "Sínodo sobre la sinodalidad", que no es un trabalenguas, pero sólo porque no es difícil de pronunciar. Se le acerca algo en el sentido de que es una denominación indigesta, confusa y de difícil comprensión, que se supone que debe servir para meditar sobre cómo se hacen reuniones en la Iglesia Católica, o eso es lo que me inspira el título. Pero vaya usted a saber de qué terminan discutiendo finalmente.

El sínodo de marras fue precedido, en teoría, por un proceso de consultas amplio como pocos antes. De abajo arriba. Se hizo una primera consulta por parroquias, y los sacerdotes responsables de las mismas nos preguntaron a los fieles qué temas nos preocupaban. Es más: también se nos animó a que preguntáramos a los que se habían separado de la Iglesia, para enterarnos de qué les había llevado a dicha decisión y qué les preocupaba a ellos. Yo no sé si responderían muchos de a los que la Iglesia les da tres patadas, pero lo cierto es que, después del primer proceso de consultas, ya no se volvió a hablar del asunto.

Como es bien sabido y debería resultar evidente para cualquiera que siga las entradas de esta bitácora con cierta regularidad, no me cuento precisamente entre los que abogan por una "actualización" de la doctrina católica para adecuarla a lo que el mundo piensa en el siglo XXI. Cuando me llegó la posibilidad de aportar mi granito de arena a las discusiones sobre qué debería tratarse en el sínodo, respondí presto a la invitación de mi párroco con un correo vibrante, en el que expresé precisamente eso: que no debíamos cambiar una coma de la doctrina de siempre por el mero hecho de que el mundo no la aprobaba, porque tampoco la aprobaba en el siglo I, y a Nuestro Señor no le tembló la mano para revelarla como era, mal que le pesara al mundo. Y que así se nos notaría más que éramos católicos, no como ahora, que tratamos de disimularlo en lo posible.

No sé si alguien más se manifestaría en el mismo sentido. Yo conozco a más gente que comparte, aproximadamente, mi opinión, aunque ignoro si respondieron a la invitación que sus respectivos párrocos debieron hacerles para que se manifestaran.

Sea como fuere, hace unas semanas, pasé por la parroquia cercana a mi casa y descubrí un folletito en el que se enumeraban las conclusiones de la diócesis para discutir en el seno de la Iglesia Católica en Bélgica y luego integrarlas en las conclusiones para todo el sínodo universal. Lo leí ávidamente y me quedé con una impresión agridulce. Desde luego, no había ni rastro de posiciones cercanas a la mía, pero tampoco había demasiadas barbaridades, cosa de temer habida cuenta de la deriva de la que ya estuve escribiendo el año pasado. Si la puerta para acoger mi posición, tan beligerante, estaba cerrada, la de las barbaridades sólo estaba entreabierta. No sé a los demás que leyeran el panfletillo, pero a mí me dio la impresión de que el proceso de consultas había sido una mera formalidad para que los de siempre escribieran sus vaguedades buenistas de costumbres.

No tengo ni idea de lo que pasará este mes en Roma, aparte de que el Papa ha dicho que las cuestiones morales no forman parte de lo que se va a discutir en el sínodo. No sé si ha dicho exactamente eso, o es una de esas frases suyas que se pueden interpretar de distintas maneras y que cada cual entiende a su manera. Lo que sí sé es que, entre "dubia" de cardenales muy prestigiosos, respuestas ambiguas y que, entre tanta gente que hay por allí, hay muchos que quieren hablar precisamente de eso y yo no comprendo cómo el Papa va a impedir que se traten esos asuntos. Que lo del cambio climático y su última exhortación apostólica estará muy bien, pero no tengo yo muy claro que el Papa no se esté metiendo en un jardín que no corresponde a su negociado.

No corren buenos tiempos para los adalides del lenguaje claro y los adeptos al refrán de "al pan, pan; y al vino, vino". Me temo que nos esperan tiempos de mucha ambigüedad. Y la Verdad no está en las proposiciones ambiguas.

Cinco belgas hay en el sínodo. Tres miembros y dos expertos, uno de los cuales es una mujer, virgen consagrada. De los tres miembros, destaca el arzobispo emérito de Malinas-Bruselas, el cardenal De Kesel. Uno de los tres miembros no es obispo. De hecho, ni siquiera es presbítero, sino diácono permanente, flamenco, y se supone que especialista en materia de juventud y familia.

Los tres miembros belgas del sínodo son flamencos. Los dos expertos son valones.

No quiero ser agorero, pero estoy prácticamente seguro de que tres flamencos que se han hecho famosos últimamente por desarrollar una pastoral, con bendición incluida, de parejas homosexuales no van a discutir únicamente del papel de los sínodos en la vida de la Iglesia, que tiene pinta de ser un tema coñazo donde los haya.

En fin, seguiremos informando, pero hoy se hace tarde.

sábado, 30 de septiembre de 2023

Colesterol

Todos los países, menos si son realmente pobres, disponen de una comida especialmente perjudicial para la salud de quien la consume. En Rusia había mucho donde elegir (y, si añadimos la bebida, no digamos), pero Bélgica la supera con cierta claridad por la variedad enorme de sus platos de nutrición cuestionable, pero que entran bien y que mandan a la porra los esfuerzos dietéticos de una semana entera. Y, si no, basta con ver el aspecto que tienen demasiados belgas y la pasta que ganan todo tipo de terapeutas relacionados con las enfermedades que, a la larga y si uno se pasa, produce la alimentación sabrosa, pero de valor dudoso.

La palma se la lleva la fricadelle, que en versión flamenca es frikandel. A simple vista, una salchicha como las demás, pero ésta se considera típica de esta zona del mundo que atiende históricamente por Países Bajos.

Comenzaré por lo obvio: está buena. Y es barata. Para lograr lo primero se esmeran en meter todo tipo de saborizantes y mucha sal en la composición. Para lograr lo segundo utilizan la peor carne que pueden encontrar y la mezclan con miga de pan y desperdicios varios en una especie de "bañera belga" (así la he oído llamar), de donde sale embutida como se ve en la foto y se envía a la distribución, de donde se nutren las friteries de toda Bruselas. Últimamente estoy yendo con cierta frecuencia a Maison Antoine, la friterie con más solera del mundo mundial, y por consiguiente también estoy recurriendo con idéntica frecuencia (no más de una vez a la semana, por Dios) a la comida rápida belga, que se parece demasiado a la de la foto que ilustra esta entrada.

En fin, que los fritos (y lo frito) son el pan nuestro de cada día en esta ciudad y que, si uno se lo trasiega sin hacerse muchas preguntas, llegará un momento en que la enfermedad cardiovascular se manifestará. A los belgas ya les pasa.

Total, que, para compensar los últimos desmanes, me voy a ir al bosque a correr y a despejar las arterias un poco, porque, si no, luego, todo son prisas. Como comienza a anochecer pronto, más vale que salga ya, que se me está haciendo tarde.

sábado, 23 de septiembre de 2023

Día sin coches

El domingo pasado fue el día sin coches en Bruselas. Creo que en Valencia había un fenómeno similar, por lo menos mientras gobernó Compromís el ayuntamiento, pero igual ha pasado ya de moda, vaya usted a saber. Me parece que ahora en Valencia lo hacen en otro día, mientras que en Bruselas no se quieren hacer mucho daño y, por eso, lo hacen en domingo, dando razones a quienes abandonan la ciudad de estampida por no poder prescindir del vehículo de motor.

Aquí, el día sin coches es eso que parece, o casi, porque sí que hay coches que circulan, aunque son pocos. Taxis, autobuses, ambulancias, coches de policía y alguna furgoneta de reparto, vamos, los que más molestan en los días de diario.

Como el día únicamente es sin coches, es lógico que el resto de los vehículos no se sientan aludidos. De esta forma, hay más bicicletas que nunca, incluyendo aquí a gente que sólo las usa un día al año (precisamente el día sin coches, claro) y que van haciendo eses por las calles intentando mantener el equilibrio con mayor o menor éxito. También está el típico padre que ha decidido que, como no hay coches, es el día para enseñar a su retoño a montar en bicicleta, y qué mejor sitio que la calle, que hoy debería estar vacía, toda para él. Y ahí está el niño con su microbici atravesando la calle en cualquier sentido, a despecho de quienes, incluso hoy, circulamos por ella y tenemos que hacer equilibrios para no atropellar al niño, que ya podía el padre enseñarle a montar en bici en algún lugar más seguro y cerrado a todo tipo de tráfico.

Y sí, la calle debería estar vacía.

Pero no. Hay otra cosa que tampoco se da por aludida en los días sin coches, y son los patinetes eléctricos. Si ya de por sí son una murga acelerada de gente poco empática que van zigzagueando por las calles y provocando maldiciones de quienes tienen la desdicha de coincidir con ellos sobre el asfalto, en el día sin coches ya son la repera. Viva la Virgen y ancha es Castilla. Hacen de su capa un sayo y, si alguien se topa con ellos, pues ya se apartarán. Total, que el incauto que los sufren acaba pensando que quizá podían ampliar el día sin coches a todo tipo de vehículos accionados por un motor, aunque sea eléctrico o, al menos, ¿para cuándo el día sin patinetes?

En fin, que el día sin coches es un asco. Si tienes coche, porque no puedes usarlo y te toca desplazarte a pie o en transporte público, y se nota que no estás acostumbrado y eres más torpe. Y, si sustituyes el coche por la bicicleta y la desempolvas para sacarla ese día por primera vez desde el mismo día del año anterior, pues entonces ya olvídate. Y, si eres ciclista habitual, el día sin coches podrás ir como de costumbre, vale, pero te vas a topar con una manada de zoquetes circulando como no saben, y milagro será que no te lleves un morrón del quince.

Al día siguiente, incluso ese mismo día a partir del anochecer, las cosas vuelven a la normalidad. Uno se acuerda, en estos casos, del famoso comienzo del Manifiesto de los Persas, en que una serie de diputados pidieron a Fernando VII, con todo éxito, que pusiera orden en las Españas y que mandara a los liberales a la ilegalidad de donde no debieron salir nunca más: Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor.

Pues algo así es el día sin coches, salvo que los persas se tomaban cinco días de anarquía y aquí nos conformamos con uno. Supongo que sus promotores pretenden hacer ver que es posible prescindir del coche en el uso diario y sustituirlo por otros medios de transporte; también supongo que, dado el desastre que acontece ese día, no han conseguido ni un solo converso y que, si alguien ha resuelto abandonar el coche, no será por el día en cuestión, sino que se debe a lo difícil que es aparcar y a los atascos que retardan los desplazamientos en los días ordinarios. Sea como fuere, yo salí a hacer lo que tenía que hacer, volví a casa en cuanto pude, aparqué la bicicleta en el garaje y ya no salí de casa hasta que, el lunes por la mañana, la calle quedó libre de peatones descuidados, de patinetes insoportables y de ciclistas primerizos.

Y qué alivio...

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Complejos

En los últimos tiempos he tenido a varios grupos de amigos en mi casa de Bruselas, visitando el país. Bélgica les parece muy bonita, sobre todo a quienes han tenido la suerte de visitarla con buen tiempo, pero también a los otros, que han tenido la ocasión de disfrutar de ciudades como Brujas o Gante, o Lovaina, a las que, por cierto, esta bitácora también deberá referirse más pronto que tarde.

El caso es que, tras mucho pateo durante el día, llega el atardecer y la fatiga, y una ojeada a las noticias que vienen de España. Como cualquier español sabe, y más si ha estado por España recientemente, en la prensa no se ha estado hablando más que del piquito del ya ex-presidente de la Federación de Fútbol a una de las jugadoras de la selección femenina de fútbol o, pasando a asuntos de la actualidad política, del hecho de que la gobernabilidad de España está en manos de quien más claramente aspira a disgregarla.

Noticias como éstas, que no son buenas, han ido creando el desasosiego en mis invitados, que indefectible piensan en el efecto que tendrán sobre la opinión pública en el extranjero. Mis invitados consideran que la imagen de España en el extranjero es mala y que estas noticias nos van a acabar convirtiendo en el hazmerreír de Europa entera. Porque España es diferente, y peor, que los países de nuestro entorno.

Es curioso cómo la autoflagelación se enseñorea de los españoles, no sé por qué motivo preocupados por lo que los demás piensen sobre nosotros. Para los que estamos fuera y no estamos sometidos a la propaganda televisiva que padecen los residentes en España, creo que es bastante evidente que España no es diferente a los países de nuestro entorno. Cada país tiene sus propias miserias, a las que no hacemos caso en España porque estamos concentrados en lamernos nuestras propias heridas imaginarias.

Pongamos el caso de Bélgica. En lugar de rasgarse las vestiduras por el piquito de Rubiales (que hubiera pasado totalmente desapercibido de haber sucedido en un país que no estuviera gobernado por una caterva de locas), el país está concentrado en el “pipigate”, que afecta al Ministro de Justicia belga, un liberal flamenco que no hace mucho que celebró su cumpleaños por todo lo alto e invitó a sus amigachos de juventud. Sus amigachos, que eran una banda de heavies a los que sólo la edad y la alopecia han obligado a prescindir de la melena, pillaron una cogorza de campeonato y se dedicaron a reverdecer laureles enfrentándose con la policía. La policía que tenían más cercana resultó ser el vehículo de escolta del ministro, aparcado frente a la residencia donde tenía lugar la francachela, así que hasta en tres ocasiones salieron de la casa y mearon toda la cerveza que habían ingerido sobre el coche.

Los escoltas se lo tomaron a mal. No reaccionaron de momento, pero de alguna manera el asunto llegó a la prensa, que dijo que había sido el propio ministro de Justicia uno de los autores del desaguisado.

Rápidamente, el ministro convocó a la prensa para desmentir tamaña afirmación. Hay que decir que la forma de desmentirlo fue, cuanto menos, original, porque mostró en su propio ordenador portátil imágenes que le mostraban a él, posiblemente tan pedo o más que sus amigachos, orinando desnudo sobre un colega, o sobre el césped, en otro lado de la casa, mientras explicaba muy serio que, como se trataba de él mismo, no podía estar al mismo tiempo meando al coche de la policía, y que los que habían hecho eso eran tres amigos suyos, cuyo comportamiento desaprobaba. Eso es el actual ministro de Justicia belga. No me dirán los lectores que se trata de un asunto mucho más gracioso que el del piquito de Rubiales. Pues en España, ensimismados en nuestra propia basura, ni nos hemos enterado de esto.

¿Y del escándalo político de que el gobierno de España esté en manos de quienes aspiran a disgregarla? Eso es algo que en Bélgica no debe siquiera llamar la atención. El partido más votado en Bélgica en la Alianza Neoflamenca (por cierto, el que da apoyo a Puigdemont), un partido independentista que aspira a que Bélgica desparezca, porque defiende la secesión de Flandes, donde vive bastante más de la mitad de la población, y que en el Parlamento Europeo es tan de derecha que comparte grupo parlamentario con los polacos de Ley y Justicia y con Vox, a los que la prensa española tilda de extrema derecha un día sí y otro también. Pero es que el segundo partido más votado en Flandes, y creciendo, es Vlaams Belang, que está bastante más a la derecha de la Alianza Neoflamenca y para el que, supongo, la prensa española carece de calificativos, por haberlos gastado todos para adjetivar a los anteriores. En este contexto de ingobernabilidad, que un prófugo de la justicia española condicione el gobierno de un país es algo que sólo puede considerarse anecdótico y un hecho curioso, como mucho.

En fin, que no. Que no hay país que no tenga sus miserias y que los españoles hacemos muy mal en creer que las nuestras son las más vergonzantes, porque no es cierto. Y eso por no pararnos en cosas como el Reino Unido y los sucesivos ridículos brexiteros, el gerontófilo presidente francés o el canciller alemán, últimamente aparecido con un parche en el ojo. Y ya no me paro a hablar de Italia, porque los italianos se llevan la palma con diferencia y, sin embargo, no se sabe cómo, se las arreglan para mantener el estilazo.

Me detendría más a referir situaciones ridículas que afectan a otros países menores que los que he mencionado arriba, pero eso daría lugar a una entrada larguísima, y el tren en el que me encuentro se halla cerca de su estación destino, París Este. Como no quiero guardar los bártulos de escritura aprisa y corriendo, mejor será que vaya concluyendo esta entrada, antes de que se haga tarde.

domingo, 10 de septiembre de 2023

Zarzas y moras

Cuando llegué al jardín, después de años de descuido, me encontré varios zarzales impresionantes e impenetrables, que separaban mi jardín del perteneciente al vecino de la izquierda. Como sabemos, la vecina de la derecha, a la que llamaremos Claudine, que, como de costumbre, no es su verdadero nombre, tiene un jardín que está separado del mío por un civilizado seto, que además es bastante bonito. En cambio, el vecino de la izquierda va cambiando, porque es un inquilino no propietario, así que ya voy por los terceros. Los primeros eran unos franceses que acabaron destinados a algún país africano (que no les pase nada). Fueron sustituidos por una pareja mixta con niños pequeños, que aterrizaron allí, pero terminaron por comprar una casa en Saint Job, lo cual demuestra que tienen buen gusto, porque Saint Job es una zona buenísima, pero me dejó sin unos buenos vecinos, con los que, además, podía hablar alemán. Claudine también lo habla, vale, pero tras unos intentos más o menos exitosos hemos terminado por comunicarnos en francés, porque hay que llevarse bien con los vecinos. Es lo que hay.

Los vecinos de la izquierda actuales son un matrimonio mixto, como tantos en Bruselas, en este caso anglo-alemán. La mujer es alemana y el marido es británico. Por supuesto, hablo alemán con los dos, sobre todo con él. El inglés, como el francés, hay que evitarlo todo lo posible y más con los nativos, con la posible excepción de Claudine, que es de armas tomar.

El caso es que la separación entre los jardines no está muy cuidada, porque el propietario, un geómetra belga forrado que tiene varias casas en alquiler y pasa medio año o más en Portugal, no está por la tarea y sus inquilinos no se ven allí para siempre. Y la verdad es que yo tampoco, aunque sea (co)propietario del inmueble. La separación consiste, pues, en una alambrada y, en algunas zonas, en unas tablas de madera a guisa de valla. Ello no quiere decir que carezcamos de intimidad, no. Como quedó dicho al principio, entre los jardines de ambos hay vegetación bastante espesa, incluyendo un par de árboles y, y ahora llegamos al tema de esta entrada, un enjambre de zarzas con sus correspondientes espinas.

A mí me gustan las moras, pero no tanto como para compensar el disgusto que me producen las zarzas y sus pinchos, así que, a la que tuve tiempo, me dediqué a rebajar las zarzas todo lo que estuvo en mi mano. Bueno, la verdad es que lo que pronto estuvo en mi mano fue un número enorme de heridas y agujeros, porque, por mucho que llevara guantes, lo cierto es que las espinas de las zarzas son puntiagudas y se las traen. Pero, al final, tras muchas horas de podar y podar, conseguí no eliminar, cosa imposible, pero sí al menos rebajar bastante las zarzas. Vano intento: como si la poda las hubiera reforzado, al año siguiente regresaron con enorme fuerza, pero, al menos, ya se pusieron a dar frutos, y la verdad es que este año, para compensar las pocas frambuesas que me han tocado, he podido comer bastantes moras que, aprovechando el calor que hizo en junio (y no en julio ni agosto, pero sí en septiembre), han madurado con rapidez.

Por lo demás, después de unos días de asueto, he vuelto a Bruselas y al jardín y me he encontrado con muchas malas hierbas, además bastante altas, pero parece que ha hecho el suficiente calor como para que no hayan crecido en exceso. Los primeros días de septiembre pasarán a la historia de Bélgica como los más calurosos, no sé si desde que hay registros, pero con seguridad desde que estoy por aquí. Llevamos una semana por encima de los treinta grados y, así como a los invitados que tuve en agosto no había manera de convencerlos de que en Bélgica podía no llover, de tan mal tiempo como hizo, a los invitados que acabo de acompañar al aeropuerto no ha habido manera de convencerlos de que en Bélgica han vivido un fenómeno único y que lo más normal es que haga mucho menos calor y que tengan que hacer uso intensivo de ese chubasquero que les convencí de que trajeran y que se han limitado a sacar de paseo y a cargar inútilmente en su maleta.

En fin, sea como fuere, y por muy domingo caluroso que sea, voy a salir al jardín a trabajar un rato, no se me vaya a hacer tarde, cosa que ocurrirá indefectiblemente si continúo escribiendo líneas y más líneas de esta entrada.

martes, 29 de agosto de 2023

Frambuesas

Seguimos con las entradas relativas a mi jardín, pero vamos a dejar los tomates para una próxima ocasión y, en su lugar, vamos a tratar de otra cosa comestible que crece en el mismo: las frambuesas. En esta ocasión, no tuve nada que ver con su aparición en el ecosistema del jardín, porque, cuando llegué, ya me las encontré allí, muy probablemente en modo silvestre. Silvestre o no, ya el primer año pudimos probar algunas, y la verdad es que estaban buenísimas, así que el segundo año ya me dediqué a darles algún cuidado, tampoco gran cosa: les puse tutores y quité alguna mala hierba que crecía por allí. Después de todo, me dije, la frambuesa se considera en algunos lugares también una mala hierba difícil de eliminar, de modo que no hay mucho que se deba hacer para mantenerla con buena salud.

Y así es. La práctica ha demostrado que las frambuesas van por su cuenta y que, al menos las que crecen en el jardín, son lo que en la jerga naranjera se llama “añero”, es decir, que un año dan fruto bastante abundante, mientras que el siguiente apenas dan. Las varas se van secando con regularidad, pero van surgiendo otras a su libre albedrío. Últimamente ya ni les pongo tutores por pura y dura falta de tiempo, y este año, que tocaba poca cosecha, ni siquiera arranqué las malas hierbas que crecen entre las varas. Y efectivamente, la cosecha ha sido escasa, y además la he tenido que compartir con las avispas, que visitan el jardín con más frecuencia que yo, que tengo que trabajar y dedicarme a otros quehaceres y no estoy todo el tiempo pendiente de cuándo hay una frambuesa en su punto justo de maduración. Las avispas no. Las avispas están a la que salta y, en cuanto detectan una frambuesa lo suficientemente dulce para su paladar, van a por ella.

En fin, que este año habré comido un puñadito, siendo generosos, y es lástima, porque me encantan. Espero que el año próximo, si Dios me da salud y me conserva el jardín, pueda resarcirme, porque entonces tocará cosecha más abundante y tengo la intención de ponerme las botas.

Entretanto, toca buscar alternativas, y las hay. Se trata de una alternativa que también se comparte con las avispas, pero este año la cosecha está siendo excelente y está habiendo para todos. Se trata de las moras, fruto que vamos a dejar para la próxima entrada, porque hoy voy un poco pillado de tiempo.

viernes, 25 de agosto de 2023

Más tomate

El día 1 de mayo, lunes, que era el día previsto para el trasplante de las tomateras, fecha en que ya se podía esperar razonablemente que las temperaturas nocturnas fuesen lo bastante benignas como para no dañar las plantas, salió lluvioso.

"No pasa nada", pensé. "Para lo que pretendo hacer, no hay un día mejor que otro. Hasta el viernes, que me voy a España unos días, sin duda habrá algún momento en que escampe y pueda darle a la azada como es debido."

El martes a mediodía paró de llover. Decidí salir a entrenar por el bosque un rato y, acto seguido, ponerme con las tomateras. Entrené una hora escasa, volví al trabajo y, al acabar el mismo, volvían a caer chuzos de punta, así que decidí dejar el trasplante para el miércoles.

El miércoles, sin embargo, no paró de llover en todo el día. Yo sé que al español que lea esto le parecerá difícil de imaginar, pero hay países en que llueve incluso demasiado, y me temo que Bélgica es uno de ellos.

El jueves, víspera de mi partida, hizo exactamente el mismo tiempo que el miércoles, es decir, que no paró de llover en ningún momento.

El viernes por la mañana no tenía más remedio que trasplantar las tomateras sí o sí. Me levanté a las seis de la mañana, en la esperanza de que al menos hiciera buen tiempo, pero no lo hacía. Seguía lloviendo como los dos días anteriores, así que hice de tripas corazón, me puse el pantalón y la chaqueta impermeables, como si fuese a montar en bicicleta, saqué la azada de la caseta del jardín y comencé a hacer agujeros, a sacar las macetas, a dejar el piso hecho un desastre y a ponerme de barro hasta arriba. Jamás, en toda mi vida campesina, había tenido que trabajar bajo la lluvia. Es más, recuerdo que, siempre que llovía, nos alegrábamos un montón, y no sólo porque la lluvia es buena para el campo, al menos en España, sino porque automáticamente nos íbamos a casa a descansar. Está visto que Bélgica y su tiempo atmosférico tienen la capacidad de cambiar todos los esquemas de uno.

En fin, que, si hubiera sabido arameo, hubiera jurado en este idioma, pero, como no tengo ni idea del mismo, me dediqué a rezongar en mi lengua materna hasta que, mal que bien, hube concluido mi trabajo y las matas estuvieron plantadas, no sé si muy firmemente y, eso sí, regadas de manera natural.

Por alguna razón, no me las prometía muy felices, pero me tenía que ir a trabajar y, acto seguido, a España, así que no vería el resultado de mis esfuerzos (que no de mis sudores) hasta mi retorno de España, unos días después.

Y es que se me estaba haciendo tarde, más o menos como ahora.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Cuate, aquí hay tomate

Siguiendo con las aventuras de mi pequeño jardín, y una vez descritas la vida y milagros de la parra de mis entretelas, hoy le toca el turno a los tomates.

En España, un lugar con sol y calor naturales, los tomates son rojos, lozanos y sabrosos. En Bélgica, los tomates suelen ser de invernadero, y no digo que sean malos, no, pero peores que los españoles lo son un rato. Son menos rojos, menos lozanos y menos sabrosos. Qué se le va a hacer. En materia de precio, la verdad es que no se diferencian demasiado; ahora bien, en cuestión de calidad, ya sé que toda comparación es odiosa, pero ésta lo es especialmente, sobre todo para los que sabemos lo que es un tomate valenciano y, sin embargo, nos toca conformarnos con lo que se comercializa en el norte de Europa. Es un venir a menos de libro.

En tan apurado trance, ya hace un par de años que decidí tomar el toro por los cuernos y plantar tomates yo mismo, a ver qué tal. En mi juventud agrícola, no aprendí nada que no tuviera que ver con la naranja y el arroz, que son los cultivos que han dado de comer a mi familia durante varias generaciones, pero pensé que todo era ponerse, así que compré unas semillas, las que me parecieron mejor, encontré unas instrucciones, recuperé una azada no muy grande y una legona mejorable, que es lo más potable en materia de aperos de labranza que pude encontrar por aquí, y me puse manos a la obra.

Me puse como objetivo plantar en exterior a principios de mayo, que es cuando preveía que las temperaturas nocturnas fueran lo suficientemente benignas para no matar la planta, así que a primeros de marzo me puse a plantar semillas en unos vasitos con sustrato, para hacerlas germinar en el confortable y caldeado interior de mi casa. Para mi sorpresa, el primer año me germinaron casi todas las semillas más o menos al medio mes de la siembra, con lo que me encontré con unas veinte plántulas y sin macetas para todas ellas. Porque, sí, la segunda fase es en maceta individual, que les dé lugar para crecer. Toca trasladar las plántulas, cuando ya tienen diez o doce centímetros de altura, a unas macetas con sustrato, para que continúen con su crecimiento. Esta fase ya sucedió entre últimos de marzo y primeros de abril. Escogí las plántulas que me parecieron más prometedoras para colocarlas en macetas, mientras que, por otra parte, compré un macetero alargado donde coloqué las restantes, porque me daba pena eliminarlas. Pena. Cómo se nota que hace tiempo que no vivo del campo...

El siguiente paso debía consistir en preparar el terreno para los tomates. Mi jardín, que es un rectángulo de seis metros por diez, más o menos, da para lo que da. El anterior propietario, además, persona de gustos únicamente ornamentales, al menos según lo que pareció a mí, había semienterrado unos bloques de cemento que le servían de macetero de algo que ya había muerto cuando vendió la casa, pero en los que enroscó una especie de arcos que debían servir de tutor de lo que creo que era un frambueso. El primer año decidí dejarlo como estaba, pero el segundo año de siembra decidí que iba a hacer un bancal como Dios manda, con los caballones de tierra y sin elementos de materias extrañas. En un trabajo de arqueólogo, a base de pala, azada, fuerza (poca, la verdad) y paciencia, conseguí levantar los dos bloques de cemento, los coloque en otro lugar del jardín, metí los arcos entre ellos y aproveché el tinglado para enroscar allí unos alambres donde, a su vez, la parra se ha enroscado también.

Volviendo a los tomates, y ya con la tierra libre de cemento, metal y pedruscos, me puse en plan artista, porque yo de pequeño era bueno con la azada, y monté unos caballones de diseño tras arrancar el césped, o más bien la mala hierba, que ya no era necesaria para lo que yo tenía pensado. Es una lástima que no haya premios al mejor artista con la azada o con la legona (la legona es mi especialidad, incluso con la versión ínfima que pude adquirir en Bélgica), porque estaba para disputarlos. Hay que reconocer que la tierra, generalmente bastante húmeda y manejable, ayudaba a poner el caballón en su sitio, con precisión milimétrica. Nada que ver con el seco terruño valenciano. Creo que ya iba entendiendo por qué no había forma de conseguir en Bélgica el azadón de quince kilos, tan necesario en España para destripar terrones como es debido.

Sea como fuere, el primer año fue un éxito bastante logrado. Tuve tomates, y los tuve muy sabrosos. Lo malo fue que su maduración terminó por coincidir con el período en el que estuve de vacaciones, así que la mayoría de los tomates acabaron en la despensa, y luego en el estómago, de la señora de la limpieza, que los agradeció mucho, pero a mí me hubiera gustado probar algunos más.

Este año todo estaba preparado para que, el día 1 de mayo, festivo, se produjera el esperado trasplante de las matas de tomate al bancal: la azada y la pala especial para trasplantes estaban listas, el bancal a punto, los huecos previstos, y hasta una pequeña alambrada para proteger las matas de los gatos y facilitar que las ramas crecieran. Los tutores estaban perfectamente alineados, y nada parecía presagiar otra cosa que una cosecha excelente.

Pero esto se va alargando mucho, así que lo dejaremos para la continuación de esta entrada, porque hoy se hace tarde.

lunes, 21 de agosto de 2023

En la parra

Bélgica vuelve paulatinamente en agosto a la actividad. Las temperaturas desastrosas de la semana pasada han dejado paso a un tiempo primaveral, con temperaturas razonablemente bonancible y, eso sí, chaparrones esporádicos, a veces menos esporádicos de lo que nos gustaría.

Es el momento de echar un vistazo a la cosecha. Quien más quien menos, el fenómeno de la jardinería en Bruselas es frecuente, y no se trata únicamente de jardinería ornamental, sino que muchos bruselenses desempeñan una jardinería mixta, en la que no faltan flores, ciertamente, pero se deja un espacio para cultivos con destino a la cocina, y no a los jarrones.

Entre esos bruselenses con jardín de comestibles me encuentro yo, que llevo un par de primaveras y veranos, al menos mientras lo permite el tiempo, que no siempre, transformando el jardín para ponerlo todo lo posible a mi gusto. Comencé por la operación parra, y aquí tengo que confesarme de que la parra es uno de mis recuerdos de infancia más agradables. He pasado veranos enteros en mi primera juventud en que, las tardes de más bochorno, tomaba un cubo con agua y me acercaba en bicicleta a un caserón deshabitado, propiedad en su día de mis abuelos, donde a la sombra de una parra y de una higuera me dedicaba a la lectura de literatura intrascendente, como novelas de detectives ¿Que para qué era el cubo? Para lavar la fruta que tomaba de la misma parra, o de la misma higuera, y que se convertía en mi merienda. Y así volvía a casa cuando la luz no daba para continuar la lectura y a veces, llevaba a mis padres, en el mismo cubo que ya no tenía agua, algún racimo de uvas o algún higo para hacerme perdonar la ausencia de toda la tarde.

Cuando entramos en la casa de Bruselas, había una parra, pero una parra rastrera, enroscada en una barandilla que conduce de la casa al jardín, y que daba una uva menuda, negra y huesuda, aunque, eso sí, dulce. Por diferencias sobre qué hacer con ella, no fue hasta la primavera del año pasado que no pude tomar decisiones sobre su destino por unanimidad, que es como se deben tomar las decisiones, ¿no? Pero llegó ese momento y, con él, llegaron las primeras obras.

Pues señor, en aquel momento decidió la vecina de pared medianera y de jardín que ya tenía suficientemente visto el seto que divide nuestros respectivos jardines. No era para menos: el seto estaba medio muerto y, a medida que pasaba el tiempo, se veía cómo pasaba de medio a tres cuartos, de manera que daba pena verlo, por una parte. Por la otra parte, lo que se veía a través del cada vez más magro seto eran nuestros respectivos jardines y a quienes, es un suponer, retozaban en ellos o hacían topless. En fin, que me parece que mi vecina quería un poco de intimidad, además de vérsela una persona preocupada por la estética que el seto medianero estaba perdiendo a ojos vista.

Llegamos fácilmente a un acuerdo y se cambió el seto por otro, más o menos por el lugar donde surgía del suelo la parra. Coincidiendo con ello, yo levanté un palo que clavé al suelo para montar una suerte de emparrado primitivo, desenrollé la parra de la barandilla y, con bastante trabajo, la podé de manera que se enredara por los alambres con los que uní los puntos más elevados de esa parte del jardín. La parra se estresó de manera más que evidente. No ya le cambiaban el seto vecino, sino que la cambiaban de sitio, todo lo que a un árbol se le puede cambiar de sitio. Así pues, el año pasado se limitó a echar un par de racimos birriosos, que las avispas devoraron, y a lanzar un par de sarmientos vacíos, pero que eran un inicio.

Este año, sin embargo, libre ya de las cuitas de la primavera y verano precedentes, la parra ha decidido que se iba a dedicar a crecer y reproducirse, y así lo ha hecho. Ha echado ramas a derecha e izquierda, lo cual ya viene a dar una sombra que comienza a ser bastante decente, mientras por otra parte, a su debido tiempo, se ha puesto a producir racimos a troche y moche. En España, la uva de mesa comestible se encuentra ya en agosto. No es así en Bruselas, donde el tiempo es bastante menos caluroso. En el caso que nos ocupa, hasta entrado septiembre no hay esperanza de encontrar uvas con la suficiente maduración como para que no nos hagan torcer el gesto al probarlas.

Dicho esto, la verdad es que este año la sombra de la parra la he disfrutado hasta ahora más bien poco. En realidad, aunque ahora hace buen tiempo, el período que me he esperado en Bruselas hasta empezar a disfrutar de las vacaciones ha sido escaso en sombras, así, en general. Para que haya sombra al aire libre es fuerza que haya sol, y de eso no se ha visto mucho en los primeros días de agosto, en los que sólo en contadas ocasiones he podido apreciar mi propia sombra, cuánto más la de la parra de mis entretelas.

Pero bueno, ya asoman las uvas, gracias al buen tiempo que comienza a hacer, así que espero manipular las uvas como es debido para comer las que estén de mejor ver y hacer mosto con las restantes, antes de que lleguen las avispas y, como tantas veces, se haga tarde, como hoy mismo está sucediendo, así que cortemos esta entrada por lo sano, como en una poda cualquiera, y vayámonos a otros quehaceres que quedan por abordar en este día de hoy.

viernes, 11 de agosto de 2023

Vaya semanita

Mientras en España estabais pasando vivencias infernales, al menos por las temperaturas que estaba padeciendo el país, Bélgica tiritaba literalmente de frío. El fin de semana pasado, la temperatura máxima fue de quince grados de nada, por la noche apenas subía de diez, mis tomateras no se han congelado por los pelos y yo, que pasé alguna parte de junio y julio durmiendo cubierto sólo por una sábana, tuve que sacar la manta del armario mucho antes de lo que hubiera deseado, después de pasar una noche con frío.

No ya la manta. No desenterré el abrigo de invierno, pero desde luego sí la cazadora de entretiempo, porque la cosa no era para menos. La cazadora es impermeable, pero poco, así que eché de menos un poco más de protección contra el agua, porque el fin de semana lo pasé, acompañando a unos invitados, un día en Brujas y otro en Lovaina, y prácticamente no paró de llover, con lo que terminé mucho más calado de lo que me gustaría. Y hay que reconocer que Brujas y Lovaina pierden bastante cuando los dientes te están castañeteando. No es que tampoco las haya visitado mucho con buen tiempo. De las seis o siete veces que he estado en Brujas, una sola hizo una temperatura agradable y un día soleado. Las demás no ha sido mucho mejores que la que acabo de experimentar. Y de Lovaina, donde he estado menos veces (y una ya apareció en esta bitácora, casi en sus albores), no recuerdo una sola en que haya tenido un paseíto agradable.

Yo ya intentaba explicar a mis invitados que ese tiempo no era normal, que en mi armario hay ropa de verano y que incluso la había estado usando no mucho tiempo antes, pero no estoy seguro de que me creyeran, y no es para menos, porque, desde que llegaron, arreció aún más el tiempo de perros. La víspera de que se fueran mejoró un poco, y ahora ha vuelto el verano, hasta el punto de que hoy hemos superado holgadamente los veinticinco grados, que no está nada mal. Siempre amenaza lluvia, vale, no en vano esto es Bélgica, pero se sobrelleva mejor si uno no está temblando.

Yo no sé si hay cambio climático, si éste es producido por la acción humana, o si las emisiones de gases de efecto invernadero van a acabar con el planeta (bueno, eso sí lo sé, con el planeta no van a acabar, todo lo más con la vida humana sobre el mismo), pero lo que sí es evidente es que lo del calentamiento global es un filfa, y no hay Greta Thunberg que me baje del burro. Si hay calentamiento, desde luego global no es, sino parcial como mucho y, aunque en España los residentes estén sudando la gota gorda, en Bélgica el verano está siendo tirando a cicatero… como casi siempre.

Pero no es el momento de elucubrar sobre estos aspectos, sino más bien de comprobar en la práctica cómo está siendo el verano en España, y más concretamente en Valencia. Que no me lo cuenten.

Así que, con permiso, voy a terminar esta entrada ahora mismo, porque la estoy escribiendo desde el aeropuerto, que es uno de esos sitios en los que es mejor no entretenerse demasiado, no vaya a hacerse tarde.

miércoles, 2 de agosto de 2023

Habemus novum episcopum

 

Fuente: cathobel
Pues sí. Después de la primera vez, tenemos una nueva entrada con le mismo título. El cardenal De Kesel, flamencófono, presentó su dimisión preceptiva al cumplir los 75 años, cosa que sucedió el año pasado, y el Papa se la ha aceptado hace un par de semanas.  Como es bien sabido, la norma no escrita de la archidiócesis de Bruselas-Malinas consiste en que se sucedan por turno un arzobispo flamenco (Daneels, De Kesel) y uno francófono (Léonard, que se situó entre los dos).

Lo de las renuncias es una cosa un pelín particular en todas las diócesis, y desde luego en ésta. Todos tienen que presentar la renuncia por edad al cumplir los setenta y cinco años, vale, pero a unos se les acepta antes y a otros se les permite permanecer en el cargo bastante más tiempo. Daneels estuvo año y medio con la renuncia presentada, que no está mal, y eso que su línea era bastante diferente a la del papa de entonces, Benedicto XVI. El arzobispo Léonard, sin embargo, apenas tuvo tiempo de presentar su renuncia cuando Francisco se la aceptó, así que estuvo... tres semanas por encima de los setenta y cinco años, a pesar de que estaba (y parece que sigue estando) perfectamente bien de salud; pero parece ser, o eso podemos creer, que su línea no le iba bien al papa reinante. Es posible que eso, si es así, diga bien de monseñor Léonard.

Al cardenal De Kesel se le ha aceptado la renuncia más o menos un año después de haberla presentado. Llevaba con serios problemas de salud desde 2020, pero parecía relativamente recuperado.

El nuevo arzobispo debería ser francófono, pero en realidad es bilingüe, lo cual es bueno, y es bastante joven, lo cual también está bien. Monseñor Verlinden nació en 1968, así que anda por los cincuenta y cinco años y, por lo tanto, si todo va normal, tenemos arzobispo para rato. De hecho, es uno de esos casos raros en que el ascenso se produce directamente desde el presbiterado, no desde una diócesis menor. Tampoco ha sido agraciado ninguno de los tres obispos auxiliares, dos de los cuales aún están bastante lejos de la renuncia por edad.

El nuevo arzobispo es bruselense de pura cepa, natural de Etterbeek. Ha escogido como divisa nada menos que "Fratelli tutti", no en latín, sino en italiano, lo cual parece un inequívoco signo de peloteo hacia Francisco, con independencia de que sea realmente lo que piensa. Ya veremos por dónde van los tiros en el futuro próximo, porque los antecedentes inmediatos dan bastante que pensar.

Pero eso será en otro momento, porque hoy se hace tarde.

 

lunes, 31 de julio de 2023

Al Belgicus

 

Ya que estamos, no está de más traer un poco de humor gráfico belga, comenzando por la viñeta de aquí al lado, que, si estuviera escrita en flamenco, sería probablemente procedente de medios cercanos a Vlaams Belang, lo cual no es ni bueno, ni malo, sino simplemente un hecho.

El entorno de la viñeta que encabeza esta entrada es fácilmente reconocible para cualquier belga, porque es la placeta donde se encuentra el Manneken Pis, aquí disfrazado de mahometano. Al fondo, se ve la torre del ayuntamiento en la Grand Place, lo cual no es totalmente exacto, a menos que derribemos unos cuantos edificios para hacerla visible desde ahí. La torre está coronada por una media luna.

Un poco más allá, vemos una especie de minarete, situado más o menos donde hoy está la catedral, desde el que lo que parece un almuecín canta "On est bien chez Laurette", que es una canción francesa, ni siquiera belga, nada menos que de 1965. Eso me hace sospechar que, en realidad, la viñeta está dibujada por un francés, pero no tengo la certeza de ello.

Para traducir lo que hay, se trata de dos mahometanos que miran con desagrado a un matrimonio belga típico a más no poder que pasea por allí rodeado de musulmanes. "¿Has visto a ésos dos?", dice uno. Y el otro contesta: "¡Y tanto, hermano! Aún hay belgas que se niegan a integrarse."

Claro, la acusación en Bélgica es precisamente la contraria, y ahí está el pretendido humor del chiste. La acusación es de que los musulmanes han llegado a Bélgica, pero sin cambiar un ápice su modo de vida y sin integrarse lo más mínimo, sino continuando en comunidades cerradas en barrios específicos. En Uccle apenas hay musulmanes (alguno habrá), pero, como bien sabemos, hay lugares donde los musulmanes son una mayoría hegemónica, y no siempre pacífica.

El ejemplo típico es Molenbeek, que ya hemos visto varias veces (aquí, o aquí,  o más recientemente aquí) en esta bitácora y que nos lleva a la segunda viñeta de la entrada, titulada "Nuevo equipamiento en la policía de Molenbeek".

Uno de los policías, que lleva un cerdo con una correa, le dice sonriendo a su acompañante: "¿Te das cuenta? Ya no se nos acerca nadie en el barrio." Y el otro responde: "¡Creo que damos miedo!"

En este caso, el autor de la viñeta es conocido, siquiera sea porque la firma. Se trata de Brusselman, que es el seudónimo de Stéphane Goblet. Goblet no es completamente un dibujante profesional, porque en realidad es funcionario de un municipio bruselense (Woluwé-Saint Lambert, para ser exactos), pero colabora con diversos medios con sus viñetas. Está visto que los funcionarios belgas tienen cierta flexibilidad para ejercer sin cortapisas su libertad de expresión, porque la viñeta (y no es la única) es políticamente incorrecta, pero nos da una idea de la concepción que se tiene de Molenbeek en la propia Bruselas.

Esto nos lleva a otro asunto, porque hace pocos días fue noticia aquí que el juicio por los atentados de 2016 ha avanzado lo suficiente para dar un veredicto de culpabilidad de seis de los diez acusados. Siete años y medio... que no han terminado todavía, porque ahora van a hacer una pausa (vacaciones, digo yo) y en septiembre se volverán a reunir para tratar sobre las penas que pueden imponer a esos pollos.

Pero ya trataremos de eso en otra entrada, porque esta iba sobre dos chistes gráficos, mientras que el asunto de los atentados no hace la menor gracia.

sábado, 29 de julio de 2023

Trenes belgas y su personal

Como hemos visto en la entrada anterior, no es de extrañar que los trenes belgas, en un país como éste, generen buena parte del famoso humor belga, que no sé si es famoso en España, vale, pero desde luego sí que lo es en Francia.

Vamos a pasar a una serie de supuestos mensajes que se escuchan en los trenes belgas. En algunos casos, puede ser una exageración, pero de verdad que he escuchado cosas similares, así que podrían ser verdad y, tal y como son los belgas y el personal de los tren, yo creo que sí lo son. En general, los mensajes se emiten en francés y en flamenco, con lo cual suelen ser bastante asépticos y tener poca gracia, pero hay veces que se les olvida un poco. Vamos a por ellos, siempre con la traducción:

     "Mesdames, Messieurs, en raison d'une confusion des feux entre Hansbeke et Bellem, nous sommes à l'arrêt pour une durée indéterminée. Mais si vous regardez à gauche, vous pourrez admirer un magnifique arc-en-ciel". (Señoras y señores, debido a un error de señalización entre Hansbeke y Bellem, este tren se detendrá por un período indeterminado, pero si miran a la izquierda podrán admirar un arco iris magnífico)

    "Chers voyageurs, ce train a 10 minutes de retard. Je vous garantis que cela ne va pas durer plus d'une demi-heure". (Queridos pasajeros, este tren lleva un retraso de diez minutos. Les garantizo que no va a durar más de media hora.)

    "Messages à tous les voyageurs. Des pickpockets se trouvent à bord de ce train, faites attention à vos affaires. Message à tous les pickpockets. Vous êtes priés de descendre à la prochaine gare" .(Mensaje a todos los pasajeros. Hay carteristas a bordo de este tren, así que presten atención a sus objetos personales. Mensaje a todos los carteristas. Se ruega que desciendan en la próxima estación.)

    "Mesdames et messieurs, le train omnibus à destination de Namur aura un retard probable de 15 minutes, nous avons momentanément perdu le chauffeur"
    (5 minutes plus tard...)
    "Mesdames et messieurs, ça y est, nous avons retrouvé notre chauffeur, il va aux toilettes puis il arrive. Bon voyage". (Señoras y señores, el tren ómnibus con destino a Namur tendrá un retraso probable de quince minutos. Hemos perdido momentáneamente al maquinista.
(Cinco minutos más tarde)
Señoras y señores, ya está, hemos encontrado a nuestro maquinista. Va al servicio y
viene enseguida. Buen viaje.)

    "Mesdames, Messieurs, veuillez nous excuser pour le retard de ce train. Après l'arrêt en gare de Gembloux, le train a redémarré sans moi. J'ai donc dû prendre un taxi afin de rattraper le train qui ne pouvait continuer sa route sans son accompagnateur..." (Señoras y señores, les ruego nos excusen por el retraso de este tren. Tras la parada en la estación de Gembloux, el tren ha salido sin mí. Así que he tenido que tomar un taxi para alcanzar el tren que no podía continuar su trayecto sin su revisor...)

    "Mesdames et Messieurs, nous allons nous faire dépasser par un train... Ah non, il ralentit ! Nous sommes toujours vainqueurs !" (Señoras y señores, vamos a ser adelantados por un tren ¡Ah, no, se está parando! ¡Seguimos siendo los primeros!)

    "Mesdames, messieurs, le train P en direction de Namur partira avec un retard indéterminé étant donné que nous attendons le conducteur qui est dans un train qui est en retard". (Señoras, señores, el tren P en dirección a Namur saldrá con un retraso indeterminado, ya que estamos esperando al maquinista, que está en un tren que lleva retraso.)

    "Mesdames et Messieurs vous vous trouvez dans le train en direction de Louvain-la-Neuve, nous vous souhaitons un agréable voyage, pensez à baisser votre musique et ne pas parler trop fort, des étudiants font leurs révisions de dernière minute. A tous les étudiants en examens : merde les gars !" (Señoras y señores, se encuentran ustedes en el tren con destino a Lovaina la Nueva [nota: la ciudad universitaria]. Les deseamos un viaje agradable. Consideren bajar el volumen de su música y no hablar en voz muy alta, ya que los estudiantes están haciendo un repaso de última hora. A todos los estudiantes que se examinan: ¡Que tengáis potra, chicos!)

    "Chers voyageurs, je suis en possession de tartines qu'une maman m'a laissées sur le quai avant le départ du train, merci à la personne concernée de me les réclamer lors de mon passage". (Queridos pasajeros, tengo un bocadillo que una mamá me ha dejado en el andén antes de la salida del tren. Agradecería a la persona destinataria que me lo pida cuando pase.)

    "Mesdames et Messieurs, vous vous trouvez dans le train IC à destination de Bruxelles poil aux aisselles. Ce train fera arrêt en gare de Marbehan poil aux dents, Libramont poil au menton et Jemelle poil au ... ah ben non aisselles j'ai déjà fait. Je réfléchis et je vous dis le reste après" (Traducción libre, única posible aquí: Señoras y señores, están ustedes en el tren Intercity con destino Bruselas me la pela. El tren tiene parada en Marbehan qué truhán, Libremont vaya mentón y Jemelas... Ah, no, "me la pela" ya lo he dicho... no sé, déjenme pensar y ya les digo el resto más tarde.)

    "Mesdames et Messieurs, ce train aura quelques minutes de retard suite à un problème d'accouplement" (Señoras y señores, este tren tendrá algunos minutos de retraso como consecuencia de un problema de acople.)

    "Chers voyageurs, nous arrivons en gare de Liège-Guillemins, je ne pourrai malheureusement pas aller à la City Parade parce que je suis en service, mais allez tous faire la fête en pensant à moi !" (Queridos viajeros, llegamos a la estación de Lieja-Guillemins. Por desgracia, no podré ir a la City Parade, porque estoy de servicio, pero vayan todos de fiesta pensando en mí.)

    "Mesdames, Messieurs, nous sommes malheureusement dans l'incapacité de continuer notre route, car quelqu'un a oublié sa brouette sur les voies". (Señoras, señores, por desgracia no podemos continuar nuestra ruta, porque alguien ha olvidado su carretilla sobre las vías.)

    "Chers voyageurs, votre train à destination d'Anvers accuse un retard indéterminé en raison d'une collision avec un poney."
    (Pause)
    "C'est un petit cheval"
(Queridos viajeros, su tren con destino a Amberes lleva un retraso indeterminado debido a una colisión con un poni.
(Pausa)
Es un caballo pequeñito.)

    "Chers voyageurs, le trajet Malines-Gand-St-Pierre est momentanément interrompu, car une vache se trouve sur les voies et qu'on ne va quand même pas en faire des côtelettes". (Queridos viajeros, el trayecto Malinas-Gante-San Pedro está momentáneamente interrumpido, porque una vaca se encuentra sobre las vías y no vamos a hacer chuletas con ella.)