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lunes, 17 de marzo de 2025

Con calma

Decíamos en una de las últimas entradas que las cosas en palacio van despacio. No se diría sino que Bélgica entera es un gran palacio, porque la cachaza, la calma y la parsimonia no son patrimonio único del sector público, sino que se extiende a todo el paisanaje, público, pero también privado. No ya la justicia, sino que todo hijo de vecino se toma las cosas con muchísimo tiempo.

Eso incluye a mi vecino. Bueno, es mi vecino porque es el dueño de la casa con la que tengo la... desdicha, me temo, de compartir pared medianera, pero en realidad no vive ahí. Quien vive es una familia anglo-germana con la que no tengo demasiado contacto, como ya sabemos, pero que no son propietarios.

En agosto de 2021, que ya ha llovido desde entonces, se me inundó el semisótano de la casa, principalmente a causa de las tormentas torrenciales que dejaron Bélgica convertida en una enorme piscina, pero también a que un desagüe estaba obstruido y ya se sabe que el agua siempre encuentra un camino por el que discurrir. Ahora bien, las tormentas y la obstrucción del desagüe no fueron la causa exclusiva del desaguisado, cosa que se comprobó nuevamente en agosto, pero de 2022, cuando una noche cayó nuevamente una tormenta fortísima y al levantarme por la mañana me encontré el semisótano inundado de nuevo, a pesar de que mis desagües funcionaban esta vez a la perfección.

La causa evidente, porque la pared medianera, llena de chorretones marrones, así lo atestiguaba, eran filtraciones desde la vivienda vecina, así que contacté con el entonces vecino alquilado, que me pasó los datos del propietario, y después de mucho sudar conseguí que hiciera un apaño y sellara la baldosa que rodeaba la entrada del desagüe de su jardín.

A mí no me parecía que allí estuviese la causa de las humedades en mi semisótano, pero me tuve que conformar con el apaño. La humedad seguía allí, y hasta aparecía moho cuando uno se despistaba demasiado y no ventilaba suficiente, pero por lo menos no había inundaciones.

Bueno, eso fue hasta agosto, pero de 2024, en que llovió nuevamente con la suficiente fuerza como para que mi semisótano reapareciera inundado y volvieran a presentarse los manchurrones marrones sobre la pared medianera. Hay que decir que la vivienda vecina está algo más elevada que la mía y que, al otro lado de donde yo tengo un semisótano, en la suya no hay más que tierra. Y, como el agua no va hacia arriba salvo por obligación, todo hacía indicar que sus desagües tenían una fuga importante y el agua había decidido aliviarse, precisamente, hacia mi vivienda.

Estamos bien entrado marzo de 2025, mi vecino me ha dado buenas palabras no sé cuantísimas veces, han pasado dos expertos y dos compañías de seguros a examinar el semisótano, sus cañerías, las mías, y algo que debía estar arreglado desde 2022, cuando se vio venir por primera vez que el problema era serio, parece que sólo va a empezar a resolverse definitivamente el mes que viene, con suertecilla. Lo siguiente ya es tratar de usar una cuña de la misma madera y enviarle, no mis padrinos, como haría en el pasado, sino mis abogado, a ver quién es más lento, si la justicia belga o él.

A ver si mis nietos pueden ver el asunto terminado o tengo que malvender una casa con humedades antes de pasarle el marrón a quien venga detrás.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Vecinos

La casa llevaba algún tiempo vacía. Los anteriores inquilinos decidieron convertirse en propietarios y compraron una vivienda en Saint Job. Estaba un poco más lejos del centro de Bruselas y de su lugar de trabajo, pero, por lo menos, iba a ser suya y ya no tendrían que preocuparse de pagar un alquiler todos los meses o de que, el día menos pensado, el dueño decidiera que necesitaba la casa para él mismo (poco probable) o para algún pariente y les echara. Sí, en Bélgica el inquilino -o el okupa-  no goza de la misma protección que en España, y un propietario no tiene demasiadas dificultades para rescindir un contrato, con tal de que esté bien asesorado. Y doy fe de que el dueño de la casa vecina, que tiene el dinero por castigo y que pasa casi tanto tiempo veraneando en Portugal como en Bélgica, donde vive más de las rentas que de su empresa, está bien asesorado.

El caso es que la vivienda se quedó vacía y yo lo lamenté, porque eran buenos vecinos y ahora a saber quién iba a ocupar la casa. Pasó un mes, pasaron dos y una compañera de trabajo, que andaba buscando casa en Bruselas y se había enterado de que estaba libre ésa, me preguntó cómo contactar con el dueño.

De resultas de algunas humedades en la pared medianera, había contactado en su día con el dueño y disponía de sus datos. Se los pasé a la compañera de trabajo, una griega casada con un alemán, y con la que, por supuesto, terminé comunicándome en alemán.

Al poco tiempo, como no tenía noticias de ella, la llamé.

- ¿Habló usted con el dueño?

- Lo hice, pero llegué tarde. Va usted a tener nuevos vecinos.

- Ah... Lo siento por usted.

- Si quiere, le digo quiénes son sus nuevos vecinos, que se van a mudar dentro de un par de semanas.

- Si es tan amable...

- Es una familia mixta. Él es inglés. Creo que es el representante del Partido Laborista británico en Bruselas. Al menos, parece que lo era. No sé si, después del Brexit, el Partido Laborista mantiene representación en Bruselas, pero es posible.

Y tanto que es posible. Los británicos no pierden ocasión de hurgar y de sacar tajada, a pesar de la pifia que cometieron.

- Ella es alemana. Creo que trabaja en un lobby, pero no sé en cuál. O quizá represente al SPD en Bruselas, más o menos lo mismo que hace su marido.

- Vaya.

- Tienen dos hijas que irán al colegio religioso que hay en el barrio.

Uno podría admirarse de que dos socialistas lleven a sus hijas a un colegio religioso, en lugar de a la escuela pública que también está en el barrio, pero ya hace algún tiempo que es mejor no admirarse de nada. Probablemente ese colegio religioso lo sea más de nombre y por inercia que de contenido. También los hijos de los vecinos anteriores iban al mismo colegio, y me consta que al menos el padre veía la religión como algo más histórico que actual, y aceptaba que sus hijos fueran a clase de Religión como el precio que había que pagar por que sus hijos asistieran a clase en un colegio que, después de todo, debe ser bueno, prescindiendo de su carácter confesional o no.

A las dos semanas, en efecto, apareció un camión de mudanzas y una cuadrilla de mozos. Durante un día completo, muebles y más muebles pasaron del camión a la vivienda, con la ayuda de una grúa, una plataforma y mucha paciencia. Uno de aquellos días estaba yo teletrabajando desde casa y escuché en el jardín algunas conversaciones en inglés y en alemán, de manera indistinta. Quizá el inglés hubiera aprendido alemán, todo es posible; desde luego, las hijas lo hablaban con corrección.

En Bélgica, y creo que también en España, es el nuevo vecino el que tiene la obligación de presentarse a los anteriores. No es realmente una obligación, claro, pero es de buen gusto. Cuando llegamos nosotros, los anteriores propietarios nos presentaron directamente a los vecinos que les caían bien, pero no a los que les caían mal. Eso ya tuvimos que hacerlo nosotros.

Los vecinos actuales pasaron ampliamente de presentarse. Igual me pillaron fuera y, teniendo en cuenta que vivo solo, renunciaron a tomar contacto conmigo, pero, qué sé yo, hay un buzón en el que me pueden dejar una nota. También es posible que se acercaran y vieran mi nombre escrito en la placa de la puerta, con los dos apellidos que delatan mi condición de sureño, y ya se sabe que ciertos ingleses y alemanes tienen un marcado complejo de superioridad.

Pero, claro, después de todo vivimos puerta con puerta y pared con pared. Es imposible no encontrarse. Y así fue. Alguna vez nos cruzamos. Él era un hombre muy entrada la cuarentena, o quizá algo mayor, razonablemente corpulento, por no decir obeso, y con gafas tan gruesas como él mismo. Yo, que soy miope, pero no demasiado, cuando salgo a la calle no suelo llevar gafas, así que tengo un aspecto como ausente, con la mirada perdida, además de ser de natural huraño, de modo que -lo reconozco- no animo mucho a que se me dirija la palabra.

Las primeras veces que nos vimos nos limitamos a un gesto con la cabeza. El mío debía ser más perceptible, porque, al fin y a la postre, yo tengo cuello. El cuello del británico estaba oculto tras una capa de pellejo que unía la cabeza con el tronco. Yo no veía claro que no se hubieran presentado ellos, y él a saber qué pensaría de mí, pero seguro que nada bueno.

Un día le pillé cargando el coche con un montón de cachivaches, como quien se va de viaje, y decidí abordarlo ¿En inglés? Jamás. En alemán, por supuesto.

- Naja, viel zu tun heute? (¿Qué, mucho que hacer hoy?)

El inglés se me quedó mirando, obviamente desconcertado por el hecho de que un extranjero le abordara en otro idioma que no fuera el inglés, esa lengua que todos tienen la obligación de conocer.

- Ja - contestó.

Mucha conversación no daba, la verdad.

- Viel Spaß noch! (¡A seguir disfrutando!)

En alemán y en directo queda menos irónico que en español, pero a saber cómo se lo tomó. Dicho esto, y como se me hacía tarde, más o menos como ahora mismo, monté en la bicicleta y me alejé de allí.

Desde entonces, nos hemos encontrado por la calle bastantes veces. Nunca hemos pasado de la inclinación de cabeza, y parece difícil que lo consigamos, al menos en el corto plazo. Igual piensa él que soy un poco rarito, o soy yo el que piensa que él hubiera debido dar el primer paso. El caso es que hemos empezado la relación de manera muy mejorable, y que sólo Dios sabe si pasaremos a conversaciones de cierto calado.

Puesto que con él las cosas están complicadas, cabría preguntarse si con la esposa la relación sería menos tirante, al menos para lo que un español considera tirante, porque igual un inglés cree que somos los mejores amigos. Pero este aspecto queda para una entrada posterior, porque el año se termina, y hay que hacer balance antes de que se haga tarde.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Agua va

Las inundaciones están empezando a ser moneda corriente en Bélgica. Aquí, de toda la vida, ha llovido, no vayamos a creer que esto era La Mancha o Murcia, pero ha llovido generalmente con mesura y de manera razonable. El año pasado, en cambio, yo no sé si por el cambio climático, como dice casi todo el mundo y Greta Thunberg, o porque a veces toca que llueva y, mira por dónde, nos ha tocado a nosotros, aquí y ahora, cayó una buena serie de aguaceros que me fastidiaron las vacaciones, porque, aunque me pillaron en España sudando la gota gorda, la señora que en ocasiones viene a limpiar me envió un vídeo con el estado en que había quedado mi vivienda, de modo que me pasé buena parte de julio temblando por lo que me esperaba al volver.

Este año parecía que no iba a ser lo mismo, pero junio ya nos salió lluvioso y ya hay numerosos bajos inundados, algunos en Bruselas y otros en diferentes partes de Bélgica donde ha llovido a base de bien.

Eso le permite a uno familiarizarse con el intrincado mundo del alcantarillado y la evacuación de aguas, un problema que se hace evidente cuando uno vive en una casa y resulta ser responsable (o sufriente) directo de cualquier cosa que pase. Aquí no hay comunidad de vecinos ni administrador de fincas, sino, todo lo más, un seguro y gracias. Sin ir más lejos, una obstrucción de cualquier desagüe puede desencadenar, no sé si una tragedia, porque el agua no suele matar a nadie (con las excepciones que se quiera), pero sí un desastre de proporciones considerables. Además, en un país donde hay muchísima vegetación, y hojas desprendidas por doquier, la posibilidad de que las cosas se obstruyan es algo que hay que tener muy en cuenta. Y no digamos si, además, hace viento.

De momento, parece que las inundaciones son cosa del pasado, y mi vecino ha tomado algunas medidas que espero que den resultado y que terminen con el achique de agua periódico que tengo que realizar. Yo cruzo los dedos, con la esperanza de que la pared medianera parcialmente impermeabilizada aguante los envites, porque podré haber hecho la mili en Marina, pero de ahí a que me guste el agua hay un trecho.

martes, 4 de enero de 2022

Redes sociales vecinales

En una de las últimas entradas decía que las redes sociales vecinales tienen sus ventajas, como saber lo que hacen los demás, cuando, pongamos por caso, los chicos de la recogida de basuras, Alá sea loado (porque todos se llaman Ahmed, Mohamed, Abdul y nombres así, pero la Navidad la celebran, o al menos recogen pasta con ese pretexto), se acercan a sablear al vecindario. Luego también hay otras cosas.

Uccle, para qué negarlo, es un lugar al que hay que darle de comer aparte. Hace unos años, creo que ya lo he escrito en algún sitio, se planteó la posibilidad de que el metro de Bruselas llegara al municipio. Sometida la cuestión a votación popular, el resultado fue negativo, y las malas lenguas que el pretexto no era tanto la incomodidad de las obras (que era la razón oficial), sino evitar que la chusma apareciera por el municipio, porque para llegar aquí hay que proponérselo y, si es posible, tener coche o estar en muy buena forma. Y, efectivamente, apenas hay moros ni negros y los que hay seguro que tienen el riñón aceptablemente bien cubierto; el problema es que ahora la gente protesta porque no hay manera de salir de aquí y se forman unos atascos del quince en las pocas y estrechas vías de comunicación (por llamarlas de alguna manera) que unen, o así, Uccle con el resto del mundo, por ejemplo con Bruselas. Andando o en bicicleta se llega antes, doy fe de ello.

Y, claro, unos tipos capaces de votar que no a que el metro llegue cerca de tu casa, con tal de que no llegue la chusma a sus inmediaciones, pues habrá que decir que son un poquito particulares.

Es más, hay suficiente chusma en el mundo para repartir con cualquier grupo social diferente, incluyendo los votantes de que el metro no llegue a Uccle. Por cierto que ésos son los mismos que luego se quejan porque el metro no llega a Uccle y están aislados, ahora que han pasado cuarenta años desde la votación, se han hecho mayores y ya no pueden conducir.

El caso es que no todo el mundo en Uccle es blanco, europeo y tiene el bolsillo lleno. Y eso crea alarma en las redes sociales:

"El otro día un hombre encapuchado entró en mi jardín y estaba mirando por la ventana ¡Estuve a punto de llamar a la policía!"

"Están ocupando la casa abandonada de la calle del Suspiro Verde. La policía los desaloja, pero luego vuelven enseguida que les ponen en libertad a continuar ocupando. Tenemos un sistema lamentable."

Poco después, empiezan los lamentos: "¡Han entrado en mi casa! No echo nada en falta, pero está todo desordenado."

"Seguro que buscaban sólo dinero y joyas ¡Pero cómo lo dejan todo!"

Luego uno ve que todos los sitios en los que han entrado dan al mismo jardín interior, desde el que evidentemente los maleantes van escogiendo las casas a las que entran. En todo caso, eso no tranquiliza las cosas.

"No entiendo cómo la policía no refuerza este barrio ¡Voy a quejarme!"

No estaría mal, claro, que la policía reforzara el barrio, pero me da en la nariz que tienen cosas más urgentes que hacer reprimiendo a los manifestantes anti-vacunas y anti-medidas contra el COVID que últimamente pululan por Bruselas sin mascarilla y sin encomendarse a Dios ni al diablo.

En fin, que el vecindario que accede a las redes sociales, y que es activo (y beligerante) en las mismas, tiene un perfil muy particular. No necesariamente son belgas, porque esto está trufado de guiris, qué voy a decir yo, pero sí que se puede decir que son blancos prácticamente sin excepción, de edad relativamente avanzada o, si no son tan mayores, entonces son siempre o casi siempre de sexo femenino, y suelen tener algo de tiempo libre y, con total seguridad, los suficientes posibles como para vivir por aquí, que no es barato.

Pero está bien que dejen esos mensajes, porque no todos son de quejas por los intentos de robo (aunque yo diría que algún mensaje lo ha podido dejar un bot del equivalente belga de Securitas), sino que también se ofrece ayuda o se piden favores, y eso tiene su encanto. En realidad, no pocas de las ofertas de ayuda, en realidad, son ofertas de empleo, como la que ofrece clases de yoga en su casa, pero gratis no son. Yo no entiendo nada de yoga, ni de yoga con apellidos, pero los que quieran estirar el cuerpo deberían hacer más bien pilates gimnasia, que no tiene nada que ver con dioses hindúes ni aberraciones varias. Pero, eh, en Uccle hay vecinas que ofrecen cursos de eso, sin encomendarse a Dios (a Ése desde luego que no) ni al diablo (o eso espero, al menos).

En fin, que yo sigo de observador, al menos de momento, a la espera de intervenir no sé muy bien en calidad de qué, porque la verdad es que me puse el perfil en neerlandés, y todavía tengo que leer un mensaje en ese idioma. Todo quisqui se expresa en francés y, cuando perciben que hay algún elemento guiri, se pasan al inglés, como ser guiri y dominar el inglés fuera la misma cosa. 

Entretanto, se me ha hecho tarde, y no es plan de seguir elucubrando sobre cómo arreglar el mundo, o al menos el municipio que me aloja. Así que voy a esperar a próximos anuncios en redes sociales, que ya digo que están calentitas.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Aguinaldos (actualización)

En esta bitácora ya hubo hace la friolera de seis años una entrada sobre este particular. Entretanto, la petición de aguinaldos se ha enfriado un poco, no se si por el cambio climático o porque los vecinos estamos cada vez más con la mosca tras la oreja y más remisos a aflojarla. A aflojar la mosca, quiero decir.

El cachondeo está llegando a límites insospechados. Se ve, además, que entre los equipos de recogida de basura ha debido circular la especie de que en Uccle estamos forrados y soltamos billetes a manos llenas, cosa que en parte puede ser verdad. Me refiero a la parte de que en Uccle hay quien está muy forrado, cosa muy verosímil a juzgar por los casoplones que tiene una parte del personal; lo que no creo que sea tan cierto es que soltemos billetes a manos llenas, porque, de ser cierto, ya os digo que no estaríamos forrados.

Pero el rumor está ahí, y la consecuencia es que, cuando algún equipo "titular" de recogida de basuras falla, y desgraciadamente, sobre todo para los usuarios, los equipos titulares fallan con frecuencia, entonces los equipos suplentes se pelean para venir a nuestra zona a recoger la basura... y de paso a recoger los aguinaldos, aunque se hayan pasado todo el año recogiendo la basura de Jette o de Laeken, por poner dos de los lugares más alejados de la región. Y, si sólo fuera un equipo, pues aún tendría un pase, pero aquí hay equipos diferentes por tipos de basura: un equipo recoge las bolsas azules (envases) y amarillas (papel y cartón); otro recoge las bolsas verdes (desechos de jardín); un tercero las bolsas naranja (residuos orgánicos) y, finalmente, otro equipo recoge las bolsas blancas (todo lo que no está especificado en los paréntesis anteriores). Y todos ellos pasan a timbrar a felicitar, ya no las Navidades, sino las fiestas (sí, ésa es otra, pero ya volveré sobre ello).

El vecindario, lógicamente, ha terminado por marearse con tanto pedigüeño. En esta época que vivimos, las redes sociales están por todos los sitios, y era cuestión de tiempo que apareciese una red social vecinal, donde, como en todas las redes sociales, hay usuarios muy activos y beligerantes, y otros que nos limitamos a ver los toros desde la barrera. Alguno de los más activos (y, no lo olvidemos, beligerantes) se ha tomado la molestia de llamar a Bruxelles-Proprété (Proprété se traduce como "limpieza"), la empresa pública responsable de la recogida de basuras, para informarse de si esta situación obraba en conocimiento de la gerencia. Conociendo cómo se las gasta algún vecino (activo y beligerante), el contacto habrá sido tirando a tenso, y la persona que recibe las llamadas, que debe ser belga, ha eludido dar una respuesta concreta, y se ha limitado a recomendar que sólo se dé aguinaldo a quienes lo pidan mientras estén recogiendo la basura.

Bien. A triplicar el tiempo de recogida, que ya, de por sí, sucede durante la hora punta y bloquea media ciudad. Obviamente, los equipos de recogida saben que, a las horas que pasan, en las casas no suelen estar más que los jubilados, que no suelen pertenecer a la categoría de "los más forrados", así que su horario de actuación a los efectos de recoger aguinaldos se desplaza a fines de semana. Está claro que a la persona que responde a las llamadas le falta calle.

A los vecinos activos y beligerantes les faltó tiempo para intervenir en las redes sociales y protestar amargamente por la situación. Otros años, los equipos de recogida había tenido la precaución de pasar unos días antes (esta vez sí, mientras recogían la basura) y dejar un pasquín con su foto en los buzones, para asegurarse de que luego no venían otros. Este año no han tomado esa precaución, lo que permite sospechar que no están tan en contra de que sus colegas esquilmen al personal, pretendiendo quizá esquilmar ellos de la misma manera.

El veredicto de los participantes de las redes sociales ha sido bastante uniforme. La mayoría estaba por no dar ni medio euro, y una minoría por dar un aguinaldo miserable que les quitase las ganas de volver, tanto más cuanto que los chicos, por lo que respecta a su rendimiento laboral, colapsan el barrio dos días por semana, con esa pretensión de no trabajar de madrugada, sino de hacer coincidir sus recorridos con los momentos de mayor tránsito.

En todo caso, la existencia de las redes sociales tiene esa ventaja de saber que tu vecino está haciendo más o menos lo mismo que tú. Tiene otras ventajas, pero ésas ya las iremos viendo otro día, porque hoy se hace tarde.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Ladrones

No sé si en España existe una cosa así, pero en Bélgica es razonablemente popular una red social llamada Hoplr que busca fomentar actividades colaborativas en los barrios. Es posible que busque algo más, como toda red social que se precie, pero de momento podemos quedarnos con lo primero. Cuando me propusieron entrar en ella, envié un precioso saludo en mi mejor neerlandés, pensando que, a una mala, encontraría gente que hablara neerlandés y que siempre podría practicar algo. Lo cierto es que, de todos los vecinos que han entrado, y son bastantes, el único mensaje en neerlandés es el mío. A veces tengo la impresión de que tendría más repercusión si escribiera en castellano, porque, al menos, hay algún que otro español que forma parte del grupo del barrio.

Así que mi mayor actividad consiste en leer los mensajes de los demás, y uno que últimamente me ha llamado poderosamente la atención es la denuncia de un robo en el barrio. Los ladrones se llevaron un coche, y además aparatos eléctricos y joyas de una casa, coincidiendo con la ausencia de los dueños durante un fin de semana y la avería "casual" de una alarma.

La policía belga los detuvo al día siguiente, porque, la verdad, la habilidad de los ladrones no se corresponde con su capacidad intelectual, al menos a primera vista. Habían aparcado el coche delante de la casa que estaban okupando, a unos quinientos metros de la casa en la que habían perpetrado el robo; por si fuera poco, el coche tenía un sistema de geolocalización, con lo que la ubicación del mismo, y con ella la de los ladrones, quedó resuelta en un periquete.

Uno no se espera tener ladrones residentes en el barrio, que es uno de los más pijos de Bruselas, con gente con el riñón generalmente bien cubierto. Parece que se trata de una casa abandonada, o más bien pendiente de un permiso de construcción para volver a ponerla en servicio, y que unos sin papeles han aprovechado para colarse dentro impunemente. Para entendernos, esos vecinos eran realmente una anomalía, porque el barrio, como ya he contado alguna vez, es tan sumamente pijo que se negó a tener una estación de metro, cuando hubo oportunidad para tenerla, con pretextos varios, pero que escondían la verdadera razón, consistente en que los vecinos de entonces no querían que la presencia del metro y la facilidad para moverse que conllevaba atrajese a gente poco pudiente (negros y moros, vaya, para qué vamos a andar con eufemismos) que no pudiese pagarse un coche.

Digo que los ladrones vivían allí impunemente porque, según parece, ya era la tercera vez que los detenían, y la víctima del delito escribía que con toda seguridad los iban a soltar de nuevo para que pudieran volver a su casa okupada y dedicarse a sus robos y hurtos profesionales. Y concluía la vecina lamentándose de que en nuestros días sea más fácil ir a la cárcel por no pagar una multa de tráfico que por asaltar casas.

Esto lo escribo para los que piensan que España es el peor país del mundo mundial en lo que hace a la protección de los derechos de propiedad y el mejor para los okupas, sin papeles y todo tipo de gente de mal vivir. No. Ya se ve que Bélgica no le va a España a la zaga en absoluto, lo cual no debería servir de consuelo a los españoles, como no sea para darse cuenta de que no estamos solos y que tenemos compañía en el camino hacia el desastre.

Esto, con Carlos el Temerario, no pasaba.

viernes, 21 de agosto de 2015

Comprando una casa: conozca a sus vecinos

Sinopsis: Nos hemos comprado una casa. Tras superar el galimatías burocrático belga con un éxito aceptable (nunca puede ser completo), llega el momento de integrarse en el vecindario, antes de acometer la reforma de la casa. Y hay unos vecinos de los que nos han contado cositas... preocupantes.

La puerta, pues, se abrió, y apareció ante ella una mujer joven y alta, bien parecida, con una niña muy pequeña abrazada a una pierna con aspecto asustado.

Supuse que estarían secuestrados allí, y que en un descuido de los dueños habían conseguido acceder a la puerta. Ya iba yo a decirles que huyeran mientras pudieran, cuando me sorprendió un saludo, en francés.

- ¡Hola! ¿Son ustedes los nuevos vecinos? Soy Ingrid.

Nos presentamos y, en esto, apareció por detrás de Ingrid un joven sonriente, alto e igualmente bien parecido.

- ¡Hola! Yo soy Rodolfo. Pasen, pasen, no se queden en la puerta.

Pasamos. Yo no las tenía todas conmigo. Esa transformación era, cuanto menos, sospechosa. Quizá hubieran ingerido algún bebedizo que transformaba su aspecto y su carácter, o quizá fuera una trampa. En todo caso, nos sentamos en su saloncito.

- ¿Y ustedes de dónde son?

- Pues somos belgas.

- ¿Belgas? Ah, pues nos habían dicho que eran ustedes extranjeros.

- No, no, somos belgas, nacidos aquí. De hecho, yo siempre he vivido en este barrio y mis padres tienen una casa muy cerca de aquí - dijo Ingrid.

Por un momento pensé si no nos habíamos equivocado de casa, pero no, no, era aquélla, así que les dimos las galletitas que traíamos, que ellos pusieron en un plato, luego sirvieron té, y seguimos la conversación.

- En realidad, mi padre es siciliano, pero yo soy de Flandes, aunque voy de vez en cuando por allá - dijo Rodolfo.

- Y mi madre es alemana, pero muy de aquí - dijo ella.

- Además de esta niña, tenemos otra un poco mayor, que ahora está en clase de música, pero que vendrá enseguida.

- Aaaahhh... así que música, ¿eh?

- Sí, sí, yo sigo tocando todos los días - dijo ella -, y la niña también.

- Pues nosotros tenemos una niña que...

Estuvieron encantadores. No sé yo qué gafas llevaban los antiguos propietarios de nuestra casa, pero los extranjeros, desde luego, no eran estos vecinos, sino los otros. Lo que sí parecía cierto es que habían tenido sus más y sus menos con nuestros vendedores y que, efectivamente, era por asuntos de humedades. Es cierto que pensábamos cambiar muchas tuberías y que, si los problemas venían de nuestra parte, deberían desaparecer, pero, de todas maneras, después de un buen rato de conversación social, nos pusimos al grano.

La vecina, harta de que nuestra antecesora pasara ampliamente de ella, decidió comprar un higrómetro ¿Alguien conoce mucha gente, que no sea arquitecto o fontanero, que tenga un higrómetro en casa? Bueno, pues pasamos a la habitación donde ellos tenían el problema, y efectivamente el higrómetro se puso rojo como un tomate. Era por fardar, me imagino, porque había un pedazo de mancha de humedad en la pared que dejaba muy poquito lugar a dudas, pero claro, la vecina, siendo belga después de todo, querría descartar cualquier posibilidad de equivocarse.

Como, al fin y al cabo y contra todo pronóstico, los vecinos no mordían ni siqueira en noches de luna llena (bueno, esto no hemos podido comprobarlo, pero el caso es que era de día), después de que nos hubieran enseñado su casa, pasamos a la nuestra. La vecina seguía armada con su higrómetro. Lo cierto es que en nuestra casa no había demasiado que enseñar, porque estaba más vacía que el presupuesto de un concejal entrante; de todas formas, la vecina -y nosotros- llegamos hasta la habitación sospechosa, y vimos que los anteriores dueños se habían limitado a poner una pared de yeso por encima de la original. Olé por el arquitecto: en casa del herrero, cuchillo de palo, y en la del arquitecto, pared de yeso.

La vecina, que finalmente estaba comenzando a ponerse de mal humor al ver en qué había consistido la reparación, sacó el higrómetro y lo blandió contra la pared, en vano. Mirando mejor, encontró en el extremo de la pared una sombra de mancha contra la que aplicó el higrómetro y consiguió así que se pusiera rojo, al menos un poquito y después de un rato.

- ¡No han hecho nada para remediarlo! ¡Una pared de yeso! ¡A saber lo que habrá detrás!

- Bueno, no se preocupe, que la quitaremos y lo veremos. De todas formas, vamos a cambiar las conducciones, así que, si la humedad viene de nosotros, desaparecerá.

- No saben cómo era la antigua dueña. Al final, me dijo que ella lo había hecho todo, y que, si tenía problemas, la llevara a juicio ¡Cinco años con el problema!

- Claro, claro...

Nos despedimos amigablemente y, puesto que los vecinos eran músicos (y doy fe de que entretanto, en alguna visita aislada, a ella la he oído ensayar), decidimos poner el piano en la pared que da a su casa.

Y es que no hay como llevarse bien con los vecinos.

* * *

Pero esto no es todo. Los vecinos aparecerán en alguna entrada posterior, pero por otros motivos. Realizada la compra, y conocidos los vecinos, quedaba la parte más complicada del asunto, y donde más protagonistas intervienen: la reforma. Y eso sí que son palabras mayores.

sábado, 1 de agosto de 2015

Comprando una casa. Más vecinos.

No nos atrevíamos a hablar con nuestros futuros vecinos de la derecha.

Sobre todo, con ella.

Debía ser una arpía horrorosa, ansiosa de sangre, frustrada de la vida, probablemente con algún cadáver en el armario, con los ojos inyectados en sangre y que reía a hurtadillas con voz cavernosa mientras se frotaba las manos pensando en las espantosas torturas que iba a infligir a esos nuevos vecinos incautos que osaban acercarse a su cueva.

Y, además, extranjera. Si fuera belga, al menos, sabríamos que nunca se equivoca, pero, siendo extranjera, ya era el colmo. Seguro que hablaba francés con el acento gutural de las institutrices alemanas que traían para educar niñitas, sin saber que habían sido oficiales de las SS y que eran prófugas, huidas de la justicia israelí que las buscaba para hacerles pagar los crímenes de que eran responsables.

¿Y el marido? Otro que tal. Extranjero y, por si fuera poco, abogado. Un tipo despiadado que no dudaba en exprimir a sus clientes para perseguir la quimera de una sentencia favorable, y que contaba monedas de oro con los ojos entornados, antes de esconderlas entre los legajos de sus muchos juicios.

Sin ninguna duda, había colaborado con su mujer para escapar de la justicia israelí, y no era descartable que fuera cómplice de sus desmanes. De hecho, era lo más probable. Seguro que estaba esperando que llegáramos para enterrarnos en demandas, querellas, citaciones y todo tipo de parafernalia en papel sellado.

Alfina y yo, durante las siguientes semanas, cuando íbamos a la casa que habíamos comprado, mirábamos la casa contigua y, casi sin querer, desviábamos la mirada. Qué miedo. Nos parecía un lugar lóbrego, de difícil acceso, y yo de vez en cuando miraba hacia arriba y creía ver cuervos revoloteando por su tejado, graznando con insistencia. Seguramente eran los dueños de la casa, que tenían el poder de transformarse para poder perpetrar impunemente sus fechorías.

Entonces, de sopetón, recibimos un correo electrónico de nuestro arquitecto, pero no iba dirigido a nosotros, no. Nosotros sólo estábamos en copia ¡Iba dirigido a nuestra vecina!

Venía a decir que quería verse con ella el sábado siguiente para ver cuál era ese problema de humedades de que se quejaba, y nos enviaba copia para ver si podíamos estar también. Por lo visto, habían hablado.

Tuvimos que responder que iríamos, a ver qué íbamos a hacer.

- Valor, valor...

- Bueno, un día u otro teníamos que ir, de todas maneras.

- Al menos, viene el arquitecto, que es belga.

- Menos mal. No se equivocan nunca. Así estamos seguros.

Al final, no recuerdo muy bien cómo, las cosas se complicaron, hubo que quedar a otra hora, que al arquitecto le venía mal porque tenía una reunión... el caso es que nos encontramos con que teníamos una cita con los vecinos, en su casa, a tomar café, a las once de la mañana de un sábado, solos antes ellos.

- Dios mío, Dios mío...

- ¿Qué hacemos?

- Ufff, habrá que ir.

- Vamos a llevar unas galletitas, para quedar bien.

- Vale, pero que sean de las blandas, no de esas danesas que van en una lata metálica. Imagina que nos las tiran a la cabeza.

Llegado el día, y la hora, tragamos saliva y nos pusimos en marcha. Yo me metí un diente de ajo en el bolsillo. Nunca se sabe.

No íbamos muy deprisa, no. Se diría que no teníamos muchas ganas de llegar, pero al final, llegamos ante su puerta, exactamente a la hora que habíamos quedado.

- Llama tú.

- No, tú.

- Jo. Siempre me toca a mí...

Un dedo tembloroso se apoyó sobre el timbre, que emitió un sonido metálico. Al poco, oímos unos pasos al otro lado de la puerta, cada vez más cerca. Apreté con los dedos el diente de ajo y me santigüé, justo antes de que alguien diera la vuelta al picaporte y la puerta se abriera.

Parecía que el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor, cosa que, como sabemos, no ocurre en la realidad, hasta el punto de que, claro, se ha hecho tarde.

miércoles, 29 de julio de 2015

Comprando una casa: los vecinos

Cuando uno compra una casa, no sólo compra un terrenito y las paredes que lo acotan, no: también compra a sus vecinos, con el añadido de que éstos pueden cambiar con el tiempo y vaya usted a saber en qué se convierten y quién viene a vivir en los aledaños de la casa de uno.

Cuando ya estaba decidida la compra y pagada la señal, fuimos a visitar a los todavía dueños, que estuvieron muy amables, y ya podían, ya, con el pastón que habían trincado. Así nos enteramos de cositas sobre el vecindario.

- Los vecinos de este lado - decía la dueña, apuntando hacia la izquierda - son encantadores, y nos hacemos favores constantemente. Si están en casa, pasaremos y se los presentaré.

- Ah, muy bien.

- En cambio, hemos tenido problemas con los vecinos del otro lado.

- Vaya...

- El hombre, que creo que es abogado, se queja mucho, pero qué se le va a hacer. Creo que es extranjero, ya ve...

Mira que atreverse a ser extranjero... no tenemos perdón de Dios, los extranjeros.

- Pero la mujer, que es belga, o igual también es extranjera, es horrible ¡Horrible! Insiste en historias imaginarias sobre humedades y nos quiere hacer responsable de todos sus problemas. Es muy desagradable, mucho.

Seguro que eso pasa cuando te casas con un extranjero. Te haces de un desagradable que lo flipas.

- Hemos tenido muchos problemas con ella. Nos ha amenazado con ir a los tribunales. Tengan cuidado con ella. Gracias a Dios, los seguros lo dejaron todo claro, pero ella seguía insistiendo. No se la voy a presentar, porque no nos llevamos bien.

Vamos, que menos mal para ella que ya habíamos pagado la señal y era una pasta, porque ya teníamos serias tentaciones de irnos a vivir a otro barrio. Qué digo a otro barrio, a otro planeta.

Dicho esto, la dueña nos presentó a sus vecinos de la izquierda, que fueron efectivamente muy amables y nos desearon lo mejor para nuestra instalación. A todo esto, resulta que eran extranjeros, pero poco, porque eran franceses. Ya se sabe que, gracias al presidente Hollande, Bélgica en general, y Uccle en particular, tiene una concentración desusada de franceses con el riñón bien cubierto y pocas ganas de ser crucificados por la hacienda gala.

Como por aquel lado parecía haber pocos problemas, pero el otro lado estaba en estado de guerra fría, y a saber qué nos depararía el futuro, Alfina y yo celebramos un consejo de guerra.

- ¿Dónde ponemos el piano?

- Uf, en la pared de la izquierda, claro. Cualquiera se pone a tocar al otro lado, para provocar a esa arpía de vecina.

- De acuerdo.

Y así, fuimos concentrando toda actividad molesta, insalubre o simplemente incómoda en el lado izquierdo de la casa, para mantener las relaciones más silenciosas posibles con los vecinos polémicos. Así que ya sabéis, si os enteráis de que vuestros vecinos van a vender la casa, llevarse bien con ellos puede ser muy contraproducente. La táctica correcta es quejarse de cualquier cosa, para que los vecinos, cuando vendan la casa, echen pestes de vosotros y así los nuevos dueños se asusten y, llegado el caso, decidan molestar a cualquier otro bicho viviente.

Vale, eso de evitar los conflictos con el vecino de la derecha está muy bien, pero la triste realidad nos decía que íbamos a hacer tres meses, tres, o más, de obras, incluyendo el derribo de un par de paredes, la construcción de alguna otra, chapados varios, montajes de muebles, mudanza... todo ello a cargo de una cohorte de obreros alegres y dicharacheros... no es que fuéramos a molestar a los vecinos de la izquierda, de la derecha, de atrás, de delante y de cualquier dirección, es que íbamos a molestar a los vecinos de los vecinos, y hasta a los vecinos de los vecinos de los vecinos. Chungo.

Comprado que hubimos la casa, nos acercamos a ella y recordamos las cuitas pendientes que había. El arquitecto que nos llevaba la obra, y eso es tema aparte, vio el peligro, se le encendió una luz roja, y dijo muy serio:

- Pues vamos a enviarle un perito para que certifique el estado actual de su casa, no vaya a ser que luego nos vengan con monsergas de que les hemos causado un daño que ya tenían.

- Ah, pues sí...

- Además, si el hombre es abogado, peor aún. Los abogados son muy peligrosos, y éste además parece que es extranjero.

Diga usted que sí: los abogados extranjeros somos lo peor.