domingo, 28 de diciembre de 2014

Ubi linguam nesciunt, ibi veritas

El español, en su casa y rodeado de los suyos, puede ser bastante prudente y medir sus palabras, que, aunque se las lleve el viento, quién sabe a dónde se las va a llevar y dónde van a quedar recogidas en estos tiempos de grabadoras y redes sociales. Ya sé que no todo el mundo es así y que hay gente incapaz de callarse y de soltar las mayores barbaridades en el lugar más inadecuado, pero eso es relativamente poco frecuente y no hay que tomarlo como regla general.

En el extranjero, sin embargo, las cosas cambian. En el extranjero, los españoles somos mucho más desinhibidos que en casa. Contamos con que la gente no nos entiende y que, aunque nuestros interlocutores (o simples oyentes) hayan estudiado español, somos tan endiabladamente rápidos al hablar que no se enterarán de la misa la media. Así que somos capaces de soltar cuatro frescas con cierta garantía de impunidad.

En Rusia, por ejemplo, incluso en Moscú, tú ibas por la calle con otro español y podías estar despotricando de los rusos, de las rusas, del país y de lo mal que estaba todo montado, en la confianza de que ya no había ningún agente de la KGB siguiéndote y que lo que dijeras no te iba a suponer ningún disgusto en forma, por ejemplo, de expulsión del país o, lo que es peor, de corte de la calefacción. A veces te podías llevar algún disgusto, como cuando Roberto y yo estábamos comiendo en un restaurante regido por un jefe de aspecto oriental, y estaban tardando un poco en traernos la comida.

- A ver si el p*t* chino se da un poco de prisa, j*d*r - manifestó Roberto sus deseos en el académico castellano que solía utilizar.

El aludido giró la cabeza y no dijo una palabra, pero, cuando nos trajo finalmente la comida, añadió una disculpa.

- Perdonen por el retraso. Es que tenemos un cocinero enfermo.

Lo dijo en un castellano prácticamente perfecto. Luego supimos que lo había estado estudiando varios años y que varios de sus compañeros eran cubanos. Roberto asumió la metedura de pata, tragó saliva y allí no pasó nada.

En Bélgica, hablar castellano no garantiza la impunidad de lo que digas tanto como en Rusia. No es que mucha gente hable castellano, que también, sino que Bélgica en general, y Bruselas en particular, está trufada de hispanohablantes en general, y de españoles en particular, y algunos están muy mimetizados con el ambiente y disimulan cosa mala lo que son. Tienen un peligro que pá' qué.

Sin embargo, los pardillos imprudentes no escasean, y eso que una parte de la fauna española que puebla los otrora Países Bajos Españoles son políticos bragados en un montón de batallas, que dan la cara ante la prensa y sus contrincantes y que no tienen nada que aprender en lo tocante a astucias y navajazos varios.

El otro día, sin ir más lejos, estaba en el tren volviendo tranquilamente a Bruselas y enfrascado en mis estudios y elucubraciones, cuando oí algo de revuelo en el vagón en el que me encontraba. Por pura casualidad, me había sentado justo al lado del espacio del vagón adecuado para minusválidos. Normalmente, a falta de minusválidos, discapacitados, tullidos, o como quiera que se hagan llamar ahora, el espacio en cuestión se queda vacío y es ocupado por las maletas de quienes son demasiado perezosos para levantarlas y situarlas en los compartimentos superiores.

En esta ocasión, sin embargo, no fue así. Los encargados del tren retiraron las maletas y, poco después, introdujeron en el vagón y colocaron en el espacio en cuestión una silla de ruedas, ocupada por un hombre de entre treinta y cuarenta años, aunque su edad era bastante difícil de precisar, de cuerpo muy pequeño y movimientos lentos, cabeza apoyada en un reposacabezas y que, en general, tenía un aspecto poco corriente. Yo giré la cabeza y reconocí a un político español cuyo nombre no citaré por respeto al tradicional anonimato que rige sin excepciones en esta bitácora, pero cuya bitácora, a su vez, creo recordar que había sido seguida con regularidad por uno de los lectores que tienen (o tenían, vaya usted a saber) estas pantallas.

El tal político discapacitado fue situado, pues, en el lugar oportuno, y frente a él se situó su esposa, que hablaba con acento sudamericano. A su lado se sentó el que probablemente era su ayudante, o un asistente. El político despidió a los encargados del tren en un francés más que correcto, y el tren partió poco después.

Yo, que no voy buscando la compañía de los poderosos, por muy al lado que los tenga, seguí escribiendo un informe que tenía que presentar al día siguiente, haciendo caso omiso de su presencia. Y ellos, el político y sus compañeros, que no creyeron que a su lado hubiera nadie que entendiera el español, empezaron a hablar a sus anchas.

El lector avezado, y desde luego quienes hayan identificado a nuestro personaje a pesar de mis denodados esfuerzos por preservar su anonimato, ya sabrá que el susodicho político pertenece a un partido político que obtuvo un notable éxito en las últimas elecciones europeas, y que se ha hecho muy conocido en España al situarlo varios sondeos como posible lista más votada si las elecciones a Cortes Generales se celebraran hoy.

Así las cosas, mi informe iba avanzando con bastante rapidez, y yo no pude evitar poner la oreja y escuchar la conversación de quien, de hacer caso a los sondeos, de aquí a poco va a ocupar un cargo de altísima responsabilidad en el que, a pesar de todos los años que llevo dando tumbos por esos mundos, no dejará nunca de ser mi país.

La conversación, en realidad, fue lo que los anglosajones llaman un brainstorming, y los españoles debemos llamar tormenta (o lluvia) de ideas, pero desgraciadamente también terminamos por llamar brainstorming. Al parecer, el partido político al que pertence nuestro personaje estaba dilucidando el eslogan que iban a utilizar en alguna próxima campaña electoral, de las que en España vamos a estar sobrados en el año que comienza dentro de unos días.

La conclusión a la que llegué es que nuestro personaje, que no es tonto, es difícil de contentar con cualquier cosa. Es bastante exigente y entiendo que hace bien, porque para ello cobra. Llegué a otra conclusión, y es que nuestro personaje realmente cree lo que piensa, lo cual es digno de aplauso, desde luego, pero, dependiendo de lo que piense, puede tener su punto de peligro. Por ejemplo:

- El eslogan podría ser "El año de la decencia." - le sugirió su asistente.

- Bueno, vale, -dijo el político- pero eso de la decencia es algo muy peligroso. Porque, ¿quién define lo que es la decencia? Si la decencia es lo que dice la Biblia, entonces eso no vale. La decencia tiene que ser algo que definamos nosotros.

Es poco probable que nuestro político haya leído la Biblia, en la que desde luego no hay ninguna definición de nada, y tampoco de decencia. Sin embargo, esa forma de razonar me lleva a una tercera conclusión, lamentablemente hegemónica en cualquiera que sea (o más bien se considere) de izquierdas en España, y que nuestro personaje, y sus compañeros de partido, tienen algo en contra de la Religión. Mejor dicho, tienen algo en contra del Cristianismo, porque religión tienen, y todo indican que lo que pretenden es reemplazar la actual por una en la que las normas morales - y la decencia - sean definidas por ellos.

Quizá ellos crean ser originales, pero la verdad es que si realmente hubieran leído (y entendido) la Biblia, ya se darían cuenta de que precisamente eso, definir qué está bien y qué está mal, es la prerrogativa de Dios, y que pretender imponer su propia definición supone, lo llamen como lo llamen, sustituir a Dios, lo cual precisamente, es la tentación con la cual la serpiente engañó a Eva.

Si ya desde el Génesis esto es así, tenemos, sin remontarnos a tanto, que la pretensión de toda Revolución es sustituir las normas morales y el sistema de valores imperantes por los propios. Los jacobinos franceses lo hicieron, y hasta cambiaron el calendario; y de los bolcheviques mejor no digo mucho.

El problema no es sólo el cambio en el sistema de valores, que también, sino que los revolucionarios (y estos chicos son herederos de los revolucionarios) no suelen ser muy respetuosos con los disidentes. Los tormentos más espantosos del Antiguo Régimen son cosquillas en la planta de los pies, comparados con los genocidios que, en nombre del progreso, ha padecido la Humanidad en los últimos dos siglos largos.

Es posible que quien lea esto opine que no hay para tanto, y que en las circunstancias actuales no es concebible que se repitan los horrores de otras fechas. Es más, dirán, el propio partido político al que pertenece el protagonista de estas líneas ha moderado notablemente su discurso, y el programa finalmente aprobado en su congreso fundacional está muy lejos de las medidas que propugnaban en el programa con el cual se presentaron a las elecciones europeas.

Puede. Ojalá. Pero no me lo creo ni un poquito y, si no, podemos seguir escuchando a nuestro político, fuera de micrófono e ignorante de que un disimulado compatriota, metro y medio más allá de su silla de ruedas, y aparentemente concentrado en sus asuntos, no perdía ripio de la tormenta de ideas que el político y su asistente estaban desarrollando.

- ¿Y si, en vez de El año de la decencia, ponemos El año que recuperaste la dignidad? - espetó el asistente.

- Puede ser, puede ser... - dijo el político.

Tras una breve meditación, prosiguió con éstas, o muy parecidas, palabras:

- Mira, para mí, en nuestro programa, lo más importante es apoyar a las personas que están durmiendo debajo de un puente. Eso que decimos tanto, de la democracia directa y todo eso, para mí es muy secundario. Lo importante es apoyar a los marginados.

Lenin podría haber dicho estas palabras y, de hecho, estoy prácticamente seguro de que las dijo en algún momento, porque, una vez más, lo que dice nuestro héroe tiene muy poco de original. Es una perífrasis de uno de los principios más diabólicos (y, lamentablemente, más en uso) que se aplican desde que el mundo el mundo: El fin justifica los medios. La formulación clásica de este principio es la de Maquiavelo, pero tras él lo han seguido todos los filántropos que, para alcanzar un fin admisiblemente bueno, no dudan en romper todos los huevos que hagan falta, aunque en el camino causen más perjuicio que el bien que van a hacer.

Indudablemente, apoyar a los marginados está muy bien. Así lo hiciéramos todos, porras. El problema es que un revolucionario no duda en pasar por encima de lo que sea para conseguirlo. Si hay que renunciar a la democracia directa, se renuncia; si hay que extender la pobreza y dar caña a los ricos y potentados, se hace; si hay que hacer creer al votante que no somos tan malos y que nosotros mismos creemos que nuestro programa de mayo era una exgeración, se hace ¿Por qué no? Decir la verdad es mucho menos importante que el fin último.

Los maestros están ahí para guiarnos. Lenin es el auténtico prototipo de revolucionario de manual, y éstos lo siguen a pies juntillas, con sólo ligeros cambios cosméticos. Todo el poder a los sóviets (soy consciente de que 'sóviet' sólo quiere decir 'consejo' en ruso, cosa que suena mucho más inofensiva) casa estupendamente con el papel de los 'círculos', con tal de sustituir una palabra por otra. Es más, la palabra, 'círculos', en España, y aún hoy, es la típica organización... del carlismo, no precisamente del bolchevismo.

Rebajar el programa de máximos es otra maniobra típicamente leninista. Lenin, un tío con una flexibilidad táctica increíble, se tragó durante varios años sus principios y lanzó la NEP, que él debía considerar un sistema asquerosamente capitalista, con tal de salvar los muebles y sobrevivir. Pero, en cuanto fue posible, la NEP se fue a hacer gárgaras y comenzaron las purgas en gran escala.

Yo no es que sea el que el corre más peligro si estos chicos llegan al gobierno, pero, en cuanto alguno de ellos diga ante un contratiempo Dos pasos adelante, un paso atrás o la no menos clásica Libertad, ¿para qué?, más vale prepararse para lo peor.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Feliz Navidad

Eso que vaya por delante. No sé si queda algún lector, después del ritmo tremendamente parsimonioso que estoy llevando en los últimos meses, pero, si queda algún lector, le deseo una feliz Navidad. Que piense en por qué estamos haciendo esto, y en cuál es el motivo que nos mueve a juntarnos todos por estas fechas y cantar villancicos, el que lo haga.

El ritmo parsimonioso de la bitácora tiene mucho que ver, o así lo quiero ver, con mi adaptación a Bélgica. Los belgas son de natural parsimonioso. Muy relajado. Los belgas no se dan prisa en hacer las cosas, e ir contra corriente e intentar darse prisa uno mismo no lleva a más que a la amargura y a un montón de disgustos, así que lo mejor es dejarse llevar y, si el señor del concesionario, por ejemplo, dice que tarda cuatro meses en traerte el coche que supuestamente tiene en stock, lo aceptas y no haces preguntas fuera de lugar. De hecho, casi cualquier pregunta está fuera de lugar.

- ¿El coche? Ahora estamos en octubre, con lo cual normalmente lo tendrá hacia el 15 de enero. Venga entonces.

- Qué bien ¿Por la mañana o por la tarde?

Y así sucesivamente. Bélgica está como está porque la gente no se toma el país muy en serio, ni se apura. Esta tendencia  no puede menos que reflejarse en la bitácora. Después de todo, técnicamente ya no es una bitácora rusa, aunque sigo mirando de reojo lo que sucede por allá, sino una bitácora belga. Así que vamos a vivir la vida caribeña y no nos hagamos mala sangre.

Y quién sabe. A lo mejor el motivo de la escasez de entradas, que no de temas sobre los que escribir, es que últimamente no le puedo dedicar mucho tiempo a asuntos (y la bitácora es uno de ellos) que no tienen que ver con mis obligaciones en sentido estricto. De manera que podría ser que en el futuro, ojalá, comience a tener algo de tiempo libre y pueda dedicarlo a escribir en la lengua que controlo más, que es, precisamente, ésta en la que está escita la bitácora, aunque mi profesión me obliga a escribir en otras tres, en las que estoy mejorando muchísimo a la fuerza, pero en las que siempre me desenvolveré peor.

Entretanto, laus Deo y seguiremos escribiendo ad maiorem Dei gloriam.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Y más huelgas

En Bélgica seguimos de huelga. El lunes hubo huelga de transportes, ayer huelga de no sé muy bien qué, pero hubo lío, y el lunes que viene, día 15, es la madre de todas las huelgas, una huelga general que promete paralizar el país. A mí no me debería afectar demasiado, porque precisamente el lunes me iba de viaje de trabajo a Alsacia, pero parece que no va a ser sencillo desplazarse. Yo, que suelo hacerlo en tren, no podré hacerlo en esta ocasión, porque los maquinistas y controladores ferroviarios son dos de los colectivos más ferozmente sindicalizados, y no creo que hagan ni los servicios mínimos, suponiendo que tal cosa exista.

La alternativa hubiera sido el autobús. Alguno se fletó desde el trabajo para apañarse con esto, pero el lunes pasado, en el ensayo de la huelga, resultó que los huelguistas no se conforman con no trabajar ellos, sino que no soportan que alguien lo haga, y montaron piquetes. En España, por lo menos, tienen la prudencia de llamarlos 'informativos', cuya función es la de informar a los trabajadores de los motivos que les conducen a la huelga. Vale, ya que, más que informativos, los piquetes son 'persuasivos', pero al menos disimulan.

Aquí, ni eso.

Aquí, los piquetes ni siquiera guardan las apariencias y hacen ver que se dedican a informar a los potenciales esquiroles. Ni cortos ni perezosos, los piquetes se pusieron a cortar calles por aquí y por allá. En España, quiero pensar que a quien obrara así la Guardia Civil lo metería en vereda con un par de collejas, y despejaría la calle para que los esquiroles pudieran serlo; en cambio, en Bélgica las barreras cortan las calles hasta que los comandos se van porque tienen hambre, sed o frío, pero nunca porque las fuerzas del orden les evacúen. Eso sí que no. Aún está por confirmar que no sean las propias fuerzas del orden quienes les traigan unas mantitas para que se abriguen y puedan aguantar más tiempo a la intemperie.

Luego, cuando van al Sur, nos miran con desdén, como si ellos fueran la quintaesencia de la civilización.

Tanta huelga me hace recordar con cierta nostalgia la que estuve a punto de protagonizar en Rusia ¿Cómo? ¿Una huelga en Rusia, el paraíso proletario? Sí, porque lo del paraíso proletario ya quedó desmentido desde hace bastante tiempo, y porque mi patrón no era ruso, sino español, aunque con delegación en Rusia.

De buenas a primeras, nuestro empleador, que nos pagaba en dólares americanos, como tantísima gente lo hacía entonces (y posiblemente estén volviendo a hacer en estos días), decidió por su cuenta y riesgo, y a despecho de lo que pusiera en los contratos de trabajo del personal, cambiar la divisa de pago y pagarnos en euros. Hoy el euro está razonablemente consolidado, pero, en aquellos tiempos remotos, era una divisa incierta y de tipo de cambio inconstante, que en Rusia nadie se tomaba muy en serio. Además, nuestro empleador fijó el tipo de cambio que le dio la gana, no el que nosotros hubiéramos querido, que también era el que nos daba la gana, pero a nuestro favor. En fin, no voy a decir que nos moviéramos por la Justicia y la Verdad, que eso sería de lo más hipócrita. Lo que queríamos era cobrar lo más posible.

Sea como fuere, nuestros contratos estaban en dólares, y punto. Se montó algo de alboroto entre el personal, y se decidió votar una comisión paritaria. Era totalmente paritaria, tanto por nacionalidad (dos españoles y dos rusas) como por sexo (dos españolEs y dos rusAs).

De momento, los primeros pasos fueron sencillos. Solicitamos una entrevista con el jefe de la delegación y le dijimos que habíamos oído campanas y que estábamos moscas. El jefe de la delegación nos doró la píldora, nos mostró su enorme solidaridad y nos dijo que él no tomaba esas decisiones. Le faltó decir que no le pagaban para pensar, pero, bien mirado, no había falta que insistiera mucho sobre ese punto. Ya lo habíamos comprendido desde mucho tiempo antes.

Enviamos una carta de protesta a la sede central, allá por Madrid, firmada por la totalidad del personal. Ni puñetero caso.
Envíamos una segunda nota, amenazando con pasar a mayores. Corrió la suerte de la primera. Finalmente, nos enviaron una nota de respuesta redactada por algún ch*l*p*t* en la que el redactor se salía por la tangente con un arte notabilísimo y nos venía a recomendar abrir mucho la boca para tragarnos el cambio de divisa y un litro de ricino que nos metieran, y se reía abiertamente de lo que pudiéramos hacer.

De los cuatro delegados de la comisión, el tipo que más metido estaba en cuestiones jurídicas era quien redacta estas líneas. Según la legislación española, lo suyo era montar un conflicto colectivo y, si la jefatura se seguía haciendo la sorda, negociación, huelga en su caso... nada que no hayamos visto. Evidentemente, nada de silicona en la cerradura, que nosotros éramos más civilizados que los mastuerzos que hacen huelga por aquí.

Y, según la legislación rusa... ay, madre.

La legislación rusa era otra cosa, pero su descripción quedará para la próxima entrada, porque ahora tengo que preparar la boina y el trabuco para medirme a los piquetes que el lunes no van a dejarme fácilmente ir de trabajar, mire usted qué cosa, y que probablemente van a bloquear las salidas de Bruselas en cualquier dirección, Alsacia incluida.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Huelgas

En Bélgica se han declarado varias jornadas de huelga de aquí a fin de año. Después de un tiempo récord de sólo cuatro meses de nada tras las elecciones, los tropecientos partidos flamencos y valones, que no belgas, han conseguido pergeñar una coalición y formar un gobierno en el que no están los socialistas de ningún sitio. Ahora el gobierno belga es una coalición de distintos partidos liberales y sedicentes democristianos.

Pocas semanas tras subir al poder, y supongo que tras llevarse las manos a la cabeza por las perspectivas que se venían encima, el gobierno belga (habrá que llamarlo así) ha empezado a tomar medidas de reforma, lo que el vulgo en España llama recortes, y la más llamativa es el aumento de la edad de jubilación, pero hay más. Como en España, la natalidad del país está nutrida principalmente por los emigrantes, en este caso más sarracenos que hispanoamericanos, y los europeos que viven por aquí tienen los hijos justos y, a efectos de pervivencia del sistema de pensiones, muchos menos de los justos.

Nada, pues, que no nos suene en España. En España ha habido bastante más recortes, supongo que porque quien lleva la sartén por el mango es el gobierno central, mientras que en Bélgica el gobierno central tiene competencias bastante reducidas, pero las de seguridad social las conserva, y ahí, ¡hala!, tijeretazo que te crio.

En España recuerdo que hubo una o dos huelgas generales. La primera le tocó a Zapatero y la segunda a Rajoy. Recuerdo que el seguimiento fue modesto y que el país no quedó paralizado ni mucho menos. De hecho, tengo la impresión de que el gobierno valenciano, en alguna de las convocatorias que se produjeron, prefería que el seguimiento hubiera sido masivo, para ahorrar más en salarios de funcionarios. Al final, la gente hacía cuentas y pasaba de hacer huelgas, porque las cajas de resistencia son sólo para los sindicalistas, de los que en España apenas hay alguno, y no está el horno para bollos, ni para que te vayan descontando días de salario. Así que a agachar la cabeza y a currar, que hay que sacar adelante el país.

En cambio, en Bélgica, país con un alto nivel adquisitivo, la peña hace huelga. Desde que estoy aquí ya he visto unas cuantas, incluso a nivel de empresa, y los sindicatos han convocado huelgas de transporte todos los lunes hasta el 15 de diciembre, en que lo que hay convocada es una huelga general. El lunes pasado paralizaron la red ferroviaria, hoy lo están haciendo y el 15, además (porque lo de la red ferroviaria se da por hecho), quieren hacer lo propio con el aeropuerto de Zaventem.

La cosa es curiosa, porque los sindicatos, al menos las bandas con las que me he ido cruzando estos días, piden unos servicios públicos de calidad, igual que pasa en España. La verdad es que cualquier espectador desapasionado, y yo me considero desapasionado, se da cuenta de que la calidad de los servicios belgas es mediocre, con independencia de que sean públicos, privados, tirios o troyanos. Se da cuenta, además, de que no es sólo que sean mediocres, sino que, por si fuera poco, son carísimos, y que los servicios públicos son prestados por una administración hinchadísima y voraz, que vomita regulaciones a diestro y siniestro (en alguna de las próximas entradas veremos algo de esto) y que crucifica al administrado a fuerza de impuestos, porque esto hay que mantenerlo como sea.

Vamos, que Bélgica es el país de la desgana. Es uno de los pocos países del mundo para quienes el colonialismo fue una empresa económicamente beneficiosa, porque la mayoría de los demás no salieron ganando gran cosa, de modo que a bastante gente el dinero no es que le salga de las orejas, vale, pero hambre no pasan. Dedicarse a servir, que es lo que tienen los servicios, es algo bastante desagradable, cuando no directamente humillante. Tanto que se habla de los defectos de los españoles en el Siglo de Oro, y de que nadie quería desempeñar oficios serviles, y he aquí que nos vemos en las mismas en el siglo XXI y en el que era, en tiempos del Siglo de Oro español, el país más laborioso de Europa. Vivir para ver.

Entretanto estamos de huelga, algo que para mí es una novedad, porque en el paraíso de los trabajadores en el que he pasado la casi totalidad de mi vida laboral ni el más iluso se planteó la posibilidad de hacer huelga, aunque es cierto que una vez hubo un amago de hacerla, y hasta recuerdo haber tenido algún protagonismo en el amago.

Pero la narración de eso será mejor dejarla para otro día, porque hoy el tiempo apremio. Bueno, como notará quien siga la bitácora y se dé cuenta de que apenas hay actualizaciones, el tiempo apremia muchísimo más que hace unos años, pero hoy lo hace en particular.