Vamos a la estación de tren a comprar billetes.
Estar cara al público en Rusia (y no digamos en Moscú) debe ser una experiencia bastante estresante, siquiera sea porque el público es muy abundante y no se acaba nunca. Estar, además, vendiendo billetes de tren en una ventanilla debe ser el peor de los mundos, con tanta gente que no sabe distinguir la mano izquierda de la derecha y a la que hay que vender cosas, a veces, bastante complicadas para sus entendederas. Si a eso añadimos turnos con un día de descanso, sí, pero más largos que un día sin pan, tenemos todos los ingredientes para una persona avinagrada y desagradable.
La foto que ilustra está imagen está tomada en la estación de Leningrado, en Moscú, seguramente la más importante del país. La taquilla está abierta las veinticuatro horas del día y las vendedoras de billetes (digo "vendedoras", porque todas son mujeres, hasta donde he llegado a ver) hacen turnos de doce horas, con relevos a las siete y media de la mañana y a las siete y media de la tarde. Doce horas, doce, de vender billetes sin parar en una garita de tres metros cuadrados. El mito de Sísifo, por lo menos, es al aire libre.
Ciertamente, hay pausas, las que pone el cartel: una hora para comer, a la una de la tarde y a las tres... de la madrugada, y algunas, llamadas, "paradas técnicas".
Las "paradas técnicas" son sagradas y las vendedoras son implacables. La que nos tocó, hay que reconocer que sin mucha cola, era de la antigua usanza soviética. Una mujer entrada en años, con una cabellera cardada con más volumen que las obras completas de Dostoyevsky, y tintada de gena hasta posiblemene terminar con las reservas de la peluquería. Como nos conocemos el percal, anotamos cuidadosamente lo que queríamos en un papel, para no ir dando berridos a través del cristal, y preparamos las copias de los pasaportes. Sí, por una razón misteriosa, los billetes de tren en Rusia, salvo los de cercanías, siguen siendo nominativos.
Antes de nosotros iba una chica algo asustada, que hablaba en inglés, y no en ruso, y que llevaba un papel en la mano, que es la prueba (además del testimonio de Fausto) de que es posible conseguir billetes de tren rusos por Internet. Eso sí, luego de todas formas tienes que pasar por caja a que te den el de verdad, con lo que la utilidad del invento pierde algo.
Nos tocó el turno a nosotros.
- ¿Y los pasaportes?
- Tenemos una copia.
- A ver.
Se la pasamos.
- No se entiende nada.
- Es que está en español.
- ¿Y qué hago?
- Ahora se lo escribo en ruso.
Le podía haber escrito que viajaban Zapatero, Rajoy, Juanca de Borbón y el Sursum Corda, con tal de que lo hiciera en ruso, y me hubiera emitido billetes a su nombre, pero puse los nombres de verdad para evitar líos.
- Vale, pero, ¡huy! Son las once. No me va a dar tiempo a emitirlos todos antes de mi parada técnica.
Uno podría suponer que, total, para no dar la murga al personal, podía acabar con el cliente de la ventanilla y prolongar un poco más la parada después. Eso sería lo normal, pero estamos en Moscú.
- Bueno, pues nos esperaremos.
- Les voy a hacer los de ida, que sí que me da tiempo, y después de la parada les haré los de vuelta.
Aceptamos con resignación. La señora empezó a teclear a diestro y siniestro y a imprimir billetes. El billete de tren ruso consta de dos partes: una se la queda la vendedora y la otra se la lleva el pasajero, para que el revisor se la rompa al acceder al tren. En nuestro caso, y en pleno siglo XXI, la vendedora iba cortando la parte que le correspondía a ella y ensartaba los billetes en una aguja para coserlos. A veces me pregunto para qué ha puesto la compañía de ferrocarriles ordenadores en las taquillas, habiendo aguja e hilo.
A las once y diez, y ni un segundo más, la señora se levantó y salió del cubículo. No sé lo que hace esta gente durante la rimbombante "parada técnica": supongo que servirse un té, eso seguro, y visitar el servicio.
A las once y veinte (bueno, quizá un pelín más tarde) apareció de nuevo.
- Ahora voy a hacerles los biletes de vuelta.
Iba a decir que eso fue coser y cantar, pero, auqnue sí que cosió, lo que es cantar se quedó apartado. En todo caso, en poco tiempo tuvimos los billetes.
Ya sólo quedaba el viaje.
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Hace 2 semanas
2 comentarios:
Hola Alfor, en la entrada anterior sobre éste mismo tema te referías al olor tan peculiar que había en la estación en otra época. Una vez entré con mi hija en una tienda de productos rusos en Bilbao (Slavianka) y en cuanto metió la nariz me dijo en voz baja, "huele a Rusia". Pues eso, era ese olor
Maybe Kandalasha, una amiga española pilló un día una cogorza brutal, con humo de tabaco y sudor abundante, y dice que le salió un resultado parecido. Ahora mismo, en verano, el olor es más penetrante en las inmediaciones de una boca de metro, sobre todo si es un paso peatonal subterráneo.
En todo caso, es un fenómeno químico como para estudiar.
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