Los bolcheviques tenían especial manía a los monasterios. De hecho, los cerraron todos, hasta el punto de sólo hay un monasterio ortodoxo en suelo ruso que jamás fue cerrado, el de Pechory. La razón no es que los comunistas lo perdonaran, sino que entre 1920 y 1945 Pechory no perteneció a Rusia, sino a Estonia, que era independiente y carecía de los odios ateístas de los soviets. Para 1945, Stalin se había calmado algo y ya no buscaba tanto sus enemigos entre el clero (al que tenía bastante infiltrado), sino entre judíos, médicos, barrenderos, agentes de seguros... uff, no sigo que me canso... bueno, Stalin buscaba enemigos por cualquier lugar.
El monasterio de la Ascensión fue simplemente mutilado. Le quitaron los muros, unas cuantas iglesias, los edificios comunes necesarios para la vida monástica, dejaron una iglesia monda y lironda (la de la foto) y le agregaron un birloncho indecente y una zona verde por delante.
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Ahora está hecho hasta tal punto un desastre que los guías turísticos lo evitan pudorosamente. Tras el golpe de Estado que comúnmente se conoce como Revolución Soviética, los bolcheviques, en su línea, comenzaron a desmontar partes del monasterio, de donde ya habían tirado a los monjes, para usarlas como material de construcción, ya en 1930. Después montaron dentro del monasterio un taller de reparación de aviones, y en la catedral, directamente, una tienda. cuando en 1941 los soviéticos se retiraron de Kalinin (como sabemos, así se llamaba Tver entonces) ante el avance de la Wehrmacht, volaron la catedral, el refectorio, dos iglesias, la residencia y una capilla. Tras la guerra se montó un almacén de material militar y, ya definitivamente, perdió la consideración de monumento protegido. Hoy están intentando recuperar algo y volverlo a proteger, pero me da a mí que lo tienen chungo.
El museo está abierto a diario y puede ser visitado gratuitamente desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la tarde.
Bueno, se conserva algo de todo lo que pudo ver Gilyarovsky en su viaje, no vayamos a creer. El palacio, en los turbulentos tiempos revolucionarios, se convirtió en la sede la cheka de Tver, cuyo nombre en fino era el siguiente: "Comisión Extraordinaria para la lucha frente a la Contrarrevolución y el Sabotaje". Lo de la lucha frente a la contrarrevolución les salió bien, indudablemente, pero, a la vista del cochambroso estado en que se encuentra ahora mismo el edificio, donde no hay nada que pueda interesar ni al historiador, ni al arqueólogo, ni al amante de la antigüedad, cabe preguntarse si no hubiera sido mejor dejar hacer a los saboteadores.
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