Finalmente, ya nos encontramos con una Bélgica felizmente independiente en su condición de estado-tapón. Un reino pequeñito, pero de un tamaño similar a alguno que otro que existía por aquél entonces en Europa Central. Recordemos que, terminado el Sacro Imperio, lo que hoy es Alemania constaba de un reino bastante potente, Prusia, pero también de estados independientes como Sajonia, Württemberg o Baviera, que eran reinos, y alguno que se quedaba en ducado, como Baden, y de un mosaico de entidades de relativamente poco peso. Por no hablar de Italia, que en aquel entonces no terminaba de existir y que tenía reinos como el de Cerdeña y el de las Dos Sicilias, o los Estados Pontificios, y una serie de ducados, como el de Parma, que desde luego eran entidades de un tamaño igual o menor al flamante reino de los belgas. En fin, que nos podrá parecer poca cosa, pero Bélgica era de un tamaño estándar europeo de aquel tiempo, y Leopoldo I, después de varias peripecias, se convirtió en mandamás de Bruselas, que, lógicamente, pasó a ser la capital del reino.
Leopoldo I tenía buenos padrinos. Segundón de la casa de Sajonia-Coburgo, fue uno de los protagonistas secundarios de las guerras napoleónicas, se casó con una inglesita de la familia real, con lo que hubiera podido quizá a rey consorte del Reino Unido, pero se quedó viudo pronto y sin colocación clara. Ya había sido candidato para ser Rey de Grecia cuando poco antes este país alcanzó la independencia del Imperio Otomano, pero no quiso serlo y prefirió seguir viviendo tranquilamente en Inglaterra en su finca campestre. Y uno de los motivos por los que no quiso convertirse en Rey de Grecia fue que el cargo requería convertirse al cristianismo ortodoxo, cosa que no le apetecía lo más mínimo.
Tiene guasa que uno de los motivos de Bélgica para independizarse fuera el religioso, por no estar gobernados por un rey protestante como Guillermo I... para terminar eligiendo como rey a Leopoldo I, que también era protestante y que nunca dejó de serlo, hasta el punto de que, cuando murió, tuvieron que edificar una capilla protestante a toda prisa para oficiar las exequias.
De por sí, Leopoldo I estaba emparentado con las casas reales de media Europa, y el colmo es que se llevaba bien con casi todos, así que resultaba un diplomático excelente. A pesar del tamaño reducido del país, el prestigio del rey y su capacidad de arbitraje era tan importante que parecía mucho más importante de lo que era. Como gobernante, le tocó lidiar, con éxito, con las rivalidades entre liberales y católicos (que, al menos desde mi punto de vista, también eran liberales, pero de momento no anticlericales, que es lo que eran los otros liberales). Como militar, probablemente estaba más capacitado que cualquier otro oficial profesional del ejército belga: había hecho las guerras napoleónicas, en buena medida en el ejército del Zar, y finalmente había participado en la batalla de Waterloo, así que de vida militar sabía un rato.
En 1865 murió Leopoldo I, y le sucedió su hijo, también llamado Leopoldo, que lógicamente fue coronado con el nombre de Leopoldo II, y que quizá sea el rey belga más famoso. Éste sí que era católico desde el principio, como su madre, lo que no está tan claro es que se lo creyera, pero Leopoldo II merece una entrada para él solo, que será la siguiente de esta serie.
Hoy se hace tarde, así que mejor queda para otra ocasión.
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