Aun así, Felipe el Bueno nunca tuvo simpatía por los franceses, lo cual tiene su cosa, porque él era francés y su bisabuelo era el rey de Francia Juan II, el Bueno (se ve que los sobrenombres venían de familia, aunque los motivos eran diferentes). La tirria le viene por la muerte de su padre, Juan sin Miedo, que fue asesinado por sicarios a sueldo del delfín de Francia, futuro Carlos VII, de forma absolutamente indigna. Felipe el Bueno juró vengar la muerte de su padre y se alió con los ingleses, pero incluso después de dejar esta alianza siguió muy mosca con Francia. Esto es interesante, porque los españoles pensamos que la rivalidad de los Austrias españoles con Francia es muy nuestra y muy española, y a lo mejor no lo es tanto como pensamos y viene de aquel asesinato traidor de Juan sin Miedo, porque no olvidemos que el retataranieto de ese Juan sin Miedo fue un tal Carlos de Austria, rey de España, emperador del Sacro Imperio, y señor de un montón de sitios más, que se pasó toda su vida pegando a los franceses.
La ciudad que eligió Felipe el Bueno como sede de su corte no fue Dijon, que era la capital tradicional del ducado de Borgoña, sino Bruselas, donde se estableció en el tradicional castillo de los duques de Brabante. Bueno, la verdad es que iba pululando de aquí para allá, y tenía palacios por doquier, pero es que el tío podía permitírselo. Habíamos visto en el pasado que muchos duques de Brabante tenían serios problemas para cuadrar las cuentas, y que para hacerlo se veían obligados a conceder privilegios a las ciudades, como la Carta de Cortenbergh o la "Joyeuse Entrée". Felipe el Bueno no. Felipe el Bueno estaba forrado, por sus dominios pasaba todo el comercio de la Europa de aquel tiempo, y como, además, no le dio por guerrear más que lo imprescindible, tampoco tenía demasiados gastos militares. Flandes era una mina, y encima su autoridad sobre ciudades como Gante o Brujas aumentó cuando aplastó las sublevaciones de ambas.
Para colmo, Felipe el Bueno se dedicó a amasar territorios. De su padre Juan sin Miedo heredó, además del ducado de Borgoña, los ducados de Flandes y Artois. Como hemos visto, cuando murió Felipe de Saint-Pol, último duque de Brabante, adquirió Brabante y Limburgo. Para entonces, ya había puesto pasta sobre la mesa y había comprado el condado de Namur. Cuando murió Jacoba de Baviera se quedó con los condados de Henao y de Holanda (que era mucho menos que los Países Bajos actuales, todo hay que decirlo). Para pagar su neutralidad en la guerra de los Cien Años, Carlos VII tuvo que cederle toda la Picardía, con ciudades como Arras o Amiens. Finalmente, puso más pasta sobre la mesa y compró el ducado de Luxemburgo, que era entonces bastante más grande del Gran Ducado actual y comprendía buena parte de lo que hoy es la región belga de Luxemburgo, en Valonia.
Felipe el Bueno montó la corte más molona de Europa. Fue el creador de la Orden del Toison de Oro (ese collar que lleva en la imagen que ilustra esta entrada), que hoy otorgan, tras algunas rencillas dinásticas en la guerra de Sucesión de España, dos personas diferentes. Fue un mecenas de primer orden, que tuvo mucho que ver en la explosión artística de Flandes en aquel tiempo. Incidentalmente, fue tan rijoso como sus antecesores, y tuvo hasta treinta amantes, que le dejaron numerosos hijos ilegítimos, que colocó debidamente en puestos destacados de su ducado.
Pero todo tiene un fin, y también lo tuvo Felipe el Bueno, que falleció en 1467 después de haber prometido un par de veces montar una cruzada para reconquistar Constantinopla. Al final, se ve que prefirió quedarse en la corte disfrutando de la vida y no meterse en líos.
Para meterse en líos, ya estaba su único hijo legítimo, Carlos, que ha pasado a la historia como Carlos el Temerario. Pero su historia es asunto de la siguiente entrada.
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