No estoy seguro de que sea necesario avergonzarse de una primera salida tan desafortunada. El caso es que reaccioné rápido, me hice con unas botas nuevas, que me sentaban al pie como un guante y, ya de paso, con unos bastones, porque igual me hacían falta; pasé por casa a comer, ya que se había hecho la hora, y acto seguido me dije que yo seguía el camino sí o sí, así que tomé el autobús para que me condujera al punto de partida. La verdad es que no fui a la plaza Flagey, lo que me hubiera permitido seguir el camino exactamente donde se quedó a medias, sino que decidí ahorrarme el relativamente anodino camino que iría por la calle Grey, bordearía la plaza Jourdan, pasaría por la plaza Schuman, ahora en obras, y llegaría a Ambiorix. Bueno, pues yo fui directamente a Ambiorix, con lo cual me libré del lío que se ha montado en la plaza Schuman.
Seguramente todos, o al menos muchos, saben que la plaza Schuman es el corazón del llamado barrio europeo de Bruselas. No es para menos. Están la sede de la Comisión y del Consejo y sus edificios más emblemáticos (Berlaymont, Charlemagne, Justus Lipsius, Europa). Si hay alguna cosa que tienen en común todos ellos es que son feos. Hay dos de ellos, a saber, el Charlemagne de la Comisión y el Justus Lipsius del Consejo, que no tienen salvación estética posible. Serán todo lo funcionales que se quiera, no lo dudo, pero también son feos de narices. El Berlaymont y el Europa, para mi gusto, también lo son, pero por lo menos sus creadores han hecho un intento, bien logrado, de crear algo impresionante.Y es una lástima. Antes de que las instituciones europeas viniesen en los años sesenta a alterar el barrio y a convertirlo en una zona muy bulliciosa en horas de trabajo y bastante muerta fuera de ellas, la calle de la Ley, que es la que atraviesa la plaza Schuman, tenía un aspecto como el de la foto de ahí arriba, que muestra la fachada del internado de Berlaymont, una institución religiosa, regentada por monjas, que la verdad es que tenían un edificio más bonito. Mucho más bonito. Por desgracia, se fueron de allí, los terrenos se los quedó el estado belga y poco después cayeron en las fauces de las instituciones europeas. Los años sesenta del siglo veinte eran los del gusto arquitectónico manifiestamente mejorable, pero entonces ellos pensaban que eran la pera limonera, así que el convento-internado fue derribado para crear en su parcela la sede principal de la Comisión, con su famoso edificio en forma de cruz rara, visto desde el cielo.La plaza Schuman debe estar perseguida por una especie de maldición. Cuando la vi por primera vez, en el ya remoto 2006, a mí me pareció que estaba bien. Luego la he visto un montón de veces y bueno, no es mi gusto arquitectónico, pero al menos tiene un estilo. Sea como fuere, en uno de esos delirios de grandeza para pasar a la posteridad, el gobierno de la región de Bruselas se metió, con ayuda de los famosos fondos Next Generation que nuestros nietos estarán todavía pagando, en un proyecto de envergadura para convertirla en peatonal y ciclista. Sí, los ecologistas estaban entonces en el gobierno regional. El gobierno de la región, tras las elecciones del año pasado, está en funciones, porque los diputados no se ponen de acuerdo para reemplazarlo (esta vez, según todas las quinielas, sin los ecologistas), y se ha encontrado con sobrecostes inesperados. A ver si pensáis que eso de los sobrecostes y de los problemillas en las obras públicas sólo pasa en España. No, hijos, no. Eso es más universal que el agua con gas.
Los próceres en funciones de la región de Bruselas han tenido la ideílla de enviar una cartita a las instituciones europeas con sede en Bruselas para pedirles una contribución suplementaria, porque se han quedado sin pasta. Vamos, que la región de Bruselas no pasa por su mejor momento financiero es evidente y nos hemos dado cuenta todos, incluidos los traficantes de drogas de Anderlecht que campan por sus respetos y se tirotean como si vivieran en Sinaloa y no en la supuesta capital europea, pero pedir limosna a las instituciones, así, sin presentar un proyecto, ni un plan, ni nada, ha sido demasiado incluso para el primer ministro, que, entre huelga y huelga, ha tenido tiempo para poner de cenutrios para arriba a las autoridades bruselenses por haber caído tan bajo.
El caso es que la plaza Schuman está ahora levantada y con un tránsito bastante caótico, y eso que buena parte de los funcionarios europeos que pululan por ella están de vacaciones, con lo que no me quiero imaginar el desastre que se puede montar en septiembre, cuando vuelvan a Bruselas todos ellos con las ganas de legislar, regular y administrar que se le supone a todo eurócrata, y se encuentren con un laberinto de difícil superación para llegar a sus despachos.
Como eso ni nos va ni nos viene, más vale que nos larguemos de allí con viento fresco y nos acerquemos a la plaza Ambiorix, que es donde efectivamente nos dejó el autobús. Bajamos, y ya nos pusimos a seguir un camino más propio del peregrino que viene del norte o del este y pasa por Bruselas.
El último pueblo antes de meterse en Bruselas es Saint Joost ten Noode, que en la actualidad es un barrio bastante degradado y poblado por sarracenos, por muy céntrico que sea y bien situado que esté. Mantiene una impresionante iglesia en medio de la carretera que viene de Lovaina, pero lo cierto es que el municipio tiene mayoría musulmana y el catolicismo está ya en minoría clara.
Como no era cosa de detenerse en tales lugares que sólo me interesaban para pasar por ellos, seguí adelante y llegué a la frontera de la ciudad de Bruselas, entrando por donde iba yo: la plaza Madou, que es la de la foto de aquí al lado.Obviamente, las cosas han cambiado mucho desde la Edad Media. En aquel tiempo, en lugar de esos mamotretos de edificios de oficinas, atestados de chupatintas y lobistas diversos, había unas murallas de padre y muy señor mío, para franquear las cuales había que tener muy buenas razones y ser capaz de convencer a los guardias que indudablemente habría en la puerta de Lovaina. Hoy, la puerta de Lovaina es sólo un recuerdo, cosa que comenzó a ser cuando fue derribada en 1784, en los felices años de los Países Bajos Austríacos y no se atisbaba que pocos años después se iba a liar parda.
Parda o no, se hace tarde y no es cuestión de extenderse demasiado. El caso es que ya hemos llegado al inicio del camino de Santiago en Bruselas en sentido propio y ahora lo que toca es empezar a buscar una señal. Como toda la vida, claro, pero, en esta ocasión, la señal no se suponía que viniera del cielo, sino que estaba en el suelo, en algún lugar de la acera.
Mientras comienzo el rastreo por una zona concurrida y poco propicia a la peregrinación, nos tomaremos una pausa en la escritura hasta la próxima entrada.
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