La foto que ilustra esta entrada está tomada del mapa de Ferraris, una obra monumental que representa los Países Bajos Austríacos en 1778 (y que se puede consultar gratuitamente en el enlace indicado, y ya os digo que vale la pena hacerlo). En aquel tiempo, Bruselas en sentido estricto estaba rodeada por una muralla, fuera de la cual se situaban lugares que hoy siguen siendo municipios independientes, pero que hoy resultan difíciles de distinguir en medio de la gran conurbación de la región de Bruselas. En aquel tiempo, y mucho más en tiempos anteriores, ante Bruselas se extendía una enorme superficie agrícola jalonada con algún núcleo poblacional aquí y allá, como se ve en el mapa que es Saint-Joost-ten-Noode, entonces cuatro casitas y hoy un núcleo islamizado, o Etterbeke (más conocido hoy por Etterbeek), donde hoy hay una plétora de edificios oficiales de las instituciones europeas y entonces era una bucólica campiña con labradores y ganaderos aquí y allá.
Un peregrino, en lugar del periplo urbano que estamos haciendo, llegaría por la carretera que ya aparece en el mapa y que hoy es la N-2, atravesaría Saint-Joost sin aspirar a detenerse mucho y se daría de bruces con la puerta de Lovaina, que también aparece en el mapa.Hoy, como sabemos, la puerta de Lovaina no existe, aunque la nomenclatura urbana la sigue recordando y, en efecto, el lugar donde en su día estuvo se llama "rue de Louvain". Un poco más adelante nos encontramos con uno de los numerosos parlamentos que atesora Bruselas, el parlamento flamenco y, justo al lado del parlamento flamenco, nos encontramos con la primera concha.
La verdad es que fue una alegría encontrar la señal. Sabía que existían, las había visto con frecuencia en mis visitas al centro, sobre todo teniendo en cuenta que viví en él nueve meses, pero nunca las había vivido más que como un hecho curioso y aislado. Ahora, sin embargo, las conchas eran más que una curiosidad para turistas; eran la guía que iban a seguir mis pasos durante las próximas horas.
En estas fechas, el centro de Bruselas está literalmente atestado de turistas. No importa cuándo leamos esto, porque el centro de Bruselas está siempre lleno, de modo que no es de extrañar que cada vez haya menos belgas que vivan en el mismo y que se haya quedado como un reducto de "moros y maricones" y de gente de paso.
Yo mismo soy en este preciso momento gente de paso.
Guiado por las conchas, que resultan bastante fáciles de seguir, llegamos a un lugar conocido en su día como puerta de Treurenberg, que en castellano sería la puerta de los llantos. Treurenberg era una torre de la primer recinto amurallado de Bruselas. Una torre que jamás tuvo función defensiva digna de contarse (como toda la muralla, en general, que jamás impidió que los ejércitos enemigos entrasen en Bruselas) y que durante buena parte de su existencia cumplió la función de cárcel, en particular de los presos por deudas, los cuales, al parecer, lloraban ante su destino. Sí, la prisión por deudas existía como último recurso, y yo incluso diría que no era muy mala idea. En este caso, parece que los acreedores que instaban a la justicia a encerrar a los deudores debían costear su manutención, así que los deudores presos no vivían tan mal, fuera de la privación de libertad.Si la puerta de Lovaina marcaba el acceso a la segunda muralla de Bruselas, la puerta de Treurenberg marcaba el acceso a la primera muralla de la ciudad, del siglo XI y que se demostró insuficiente para albergar a una Bruselas que se salía de sus costuras. La construcción del segundo recinto amurallado no significó la demolición del primero, sino que ambos coexistieron varios siglos, como atestigua el mapa de Bruselas de la imagen y que es de 1555, en los felices tiempos en que era una de las ciudades más importantes de Europa y el Emperador Carlos V estaba a punto de abdicar en su hijo Felipe, precisamente en Bruselas, en ese palacio de Cortenbergh del que tocará escribir en algún momento.
La puerta de Treurenberg fue demolida en el siglo XVIII y hoy tiene el aspecto de la fotografía de arriba, al fondo de la cual se atisba una de las torres de la catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que es precisamente la próxima etapa de nuestro camino y que emprenderemos en la próxima entrada, no sea que se haga tarde.
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