En los pueblos es otra cosa, pero, incluso ahí, yo diría que los españoles no somos muy amigos de tener tierra dentro de casa. Los patios de las casas están alicatados hasta arriba y las plantas existen, pero no pasan de arbustos como mucho y están dentro de sus macetas. Los árboles están en el paseo del pueblo, la vía pública o donde sea, y pertenecen al municipio, que para eso pagamos impuestos. Los que tenemos tradición agrícola y tenemos tierras con árboles sobre ellas sí que disponemos de esos elementos, pero la agricultura no está de moda en el primer mundo, da pocos votos, los políticos nos desprecian y así nos va la vida a los que seríamos agricultores si se pudiera vivir de la tierra, que hemos emigrado a la quinta porra y aun gracias, porque hemos estado todavía más lejos.
En Bélgica en general, y en Bruselas en particular, las cosas no son así. Como ha salido reflejado en estas pantallas en varias ocasiones, las casas particulares son más numerosas que los pisos y casi todas disponen de jardín. Y, en los jardines, hay árboles, en general ornamentales, y otras veces incluso frutales. Yo mismo dispongo de un abeto enorme y hace un par de años que me salió un roble y hasta planté un cerezo para sustituir a otro que murió, esta vez con intención de comer cerezas, cosa que hasta ahora no he conseguido, pero no pierdo la esperanza.
Porque sí, los árboles son seres vivos y como tales nacen, crecen, se reproducen... y mueren. En España, cuando un árbol muere en zona urbana, prácticamente siempre pertenece al municipio, que procede a retirarlo y a hacer leña de él. En zona rústica, a mí se me han muerto demasiados naranjos, y más que me temo que se me morirán, en cuyo caso la solución consiste en cortar y, si se quiere ser radical, replantar. No hay que pedir permiso a nadie para quitar de en medio lo que ya no sirve.
Aquí, no.
Aquí, en este país enormemente burocratizado que es Bélgica, uno no puede cortar por las buenas un árbol de su jardín ¡Dónde íbamos a parar! Los árboles y los jardines tienen propietario, vale, y paga sus buenos impuestos por serlo, pero eso no quiere decir que pueda hacer de su capa un sayo. Hay que tener en cuenta la ecología, la naturaleza y el respeto por los seres vivos y poner en su sitio a los humanos que, por el solo hecho de haber desembolsado unos miles de euros a un propietario anterior (y unos cuantos más a la administración regional correspondiente), se creen la leche en bote y autorizados para disponer de lo suyo. No, no, y mil veces no.
Uno pensaría que, si hay algo que no falta en Bruselas, eso son árboles. Con todo lo que llueve, la cantidad de zonas verdes que hay y los bosques de la zona, además de los jardines particulares, llega el invierno, se caen las hojas y sólo entonces puede uno ver lo que hay detrás, porque en verano, con todo el follaje en su esplendor, hay sitios en que no se ve más que verde y más verde. Yo deduciría de eso que se podría tener algo de manga ancha con los propietarios particulares, pero, amigo, eso es no conocer a la insaciable administración pública belga, un monstruo hambriento cada vez mayor que hay que mantener, al menos hasta que venga alguien con la motosierra. De momento, el que ha venido no pasa de usar un cortaúñas, y así le va a pesar de eso.
Aquí, para cortar un árbol, hay que pedir permiso al negociado municipal que se encarga de asuntos ecológicos, que en Uccle, lugar donde resido, atiende al rimbombante nombre de "Servicio Verde". El susodicho negociado recibe la solicitud, cobra la tasa de 52 euros (no faltaría más) y visita en horas de trabajo al solicitante, que evidentemente tiene que apañárselas para estar en casa, para constatar que, efectivamente, el árbol está muerto y no hay inconveniente en derribarlo y, como dice el refrán, hacer leña de él cuando esté caído.
¿Y qué es un árbol? Bueno, no hay una definición, pero en la normativa sí que hay una distinción entre árboles de tronco alto y los que no lo tienen. La frontera entre uno y otro es de dos metros; por debajo de dos metros, yo diría que se hace la vista gorda. Por encima, con casi cualquier cosa que hagas te la estás jugando. Y hay otra broma: existe la obligación de plantar un árbol que sustituya al que ha sido cortado, pero no en cualquier sitio, sino al menos a dos metros de la linde con el vecino, a no ser que sirva de medianera.
Bueno, ahora que sabemos por encima como está el percal, vamos a hacer una pausa hasta la aplicación práctica de la normativa, de la que se tratará en una entrada futura, porque hoy se hace tarde.