domingo, 15 de junio de 2025

Reseñas sobre el aeropuerto de Charleroi

Tengo que agradecerle a Lluis que, después de leer la última y vitriólica entrada sobre el aeropuerto de Charleroi (y la madre que lo parió...), haya señalado las opiniones que tal lugar merecen a otros viajeros, y que, muy a diferencia de las páginas oficiales del aeropuerto o de la región, no sólo corroboran punto por punto lo relatado en dicha entrada, sino que alimentan la sospecha de que incluso me he quedado corto en mis quejas.

Para el aeropuerto, no sólo debería ser preocupante que la valoración de sus servicios sea bajísima, sino que esa valoración es tanto más baja cuanto más recientemente se ha producido. En cristiano, que van a peor, parece que inexorablemente.

Uno lee las opiniones de "trustpilot" y llega a la fastuosa nota de 1,2 sobre 5. Algunos opinadores lamentan que deban poner al menos una estrella y que no se pueda calificar con ninguna. De vez en cuando hay algún comentario elogioso, normalmente en francés y supongo que de algún viajero local herido en su orgullo valón, pero la práctica totalidad son enormemente críticos. Que si los baños de la zona de llegada son de pago (cosa que efectivamente es lo nunca visto y que debería ser directamente delictivo), que si el personal es antipático (no es extraño, habida cuenta de lo que tienen que soportar), que si los aparcamientos huelen a orín (efectivamente, hay quien no quiere pagar en los servicios y no se puede contener), por no hablar de lo absurdamente lejos que están. Uno los ve en el mapa y el P3 está razonablemente cerca, pero la administración del aeropuerto hace dar al peatón viajero un rodeo incomprensible por pura antipatía, ya que una rampa de nada te dejaba en la terminal. Sobre el P4, llamado con mucha sorna foot&fly, hay un viajero que se ha tomado la molestia de hacer cálculos y que considera que está a mitad de camino entre Charleroi y Tombuctú. Estoy por dar por bueno tal cálculo.

Cuando las reseñas son en italiano, con el gracejo propio de los transalpinos irritados, se centran, además de en repetir algunos de los aspectos anteriores, en lo condenadamente sucio que está todo, además de abarrotado hasta no poder más. De forma vehemente que no puedo sino compartir, el reseñador italiano sugiere no volver por allí nunca más y evitarlo más que las calderas de Pedro Botero.

También hay reseñas en neerlandés, muy probablemente de viajeros belgas del norte de la frontera lingüística, que no ahorran epítetos negativos hacia el aeropuerto, que algunos de ellos hacen extensivos a Valonia en general. En una generalización arriesgada que quizá comente otro día, el aeropuerto de Charleroi no es, en su opinión, sino una señal del decaimiento general de Valonia, esa región en decadencia inexorable que los socialistas han gobernado casi desde su constitución, con escasas excepciones, aunque una de esas excepciones, mira por dónde, es el momento presente.

Las reseñas en alemán son escasas, pero de enjundia. Un alemán es un señor pragmático que no hace nada que no vaya a tener repercusión práctica, así que, cuando escribe, que son pocas veces, lo hace de verdad. Las que he leído invitan directamente a remediar los males del aeropuerto despidiendo a todos los trabajadores y a la gerencia del mismo, supongo que para comenzar de cero. Poco le falta para recomendar, además de lo anterior, el derribo de todas las instalaciones.

La utilidad del aeropuerto para acortar tiempo de estancia en el purgatorio no debemos desdeñarla así como así, pero podemos añadir una circunstancia suplementaria, cual es la opinión que merece la empresa monopolista del servicio de autobuses, Flibco. La compañía funciona bien y ofrece servicios de transporte prácticamente a toda hora; el problema es que no hay otra. Como buen monopolista, Flibco exprime su posición dominante en el mercado. Ahora mismo, un viaje desde el malhadado aeropuerto y Bruselas (estación de tren de Midi, o del Sur en castellano) sale por veinte euros por trayecto, y luego hay que llegar a casa y a ciertas horas no es sencillo, creedme. En estas circunstancias, la competencia lo debería tener fácil para dar un servicio alternativo. No es demasiado conocido, pero existen compañías de taxis que ofrecen un servicio de taxi compartido que funciona bastante bien y que te dejan en la puerta de tu casa por treinta euros, lo cual está muy bien. Vale, tienes que esperar a que lleguen los otros pasajeros, normalmente de otros vuelos, y luego has de tener la suerte de que el itinerario no te lleve a ser el último al que dejen, pero es difícil que tardes más que con Flibco y sus autobuses. En mi caso particular, últimamente he utilizado el servicio de taxis compartidos un par de veces y hay que reconocer que, aunque siempre hay un poco de incertidumbre, funciona bien y, además, como Uccle está en la entrada de Bruselas desde el sur, esto es, desde Charleroi, siempre he sido el primero en llegar a casa, cosa que se agradece especialmente a las horas (o más bien deshoras) a las que estoy llegando últimamente. La compañía ofrece la posibilidad de pagar con tarjeta, pero recomienda el pago en efectivo. Prefiero no ser curioso y no preguntar por qué. El servicio es tan "de estranjis" que la compañía no tiene un acuerdo con el aparcamiento del aeropuerto y los taxis pagan por la estancia como un coche más. Y sí, se supone que esto es el primer mundo. A veces, en Charleroi, más bien parece uno encontrarse en el primer inmundo.

Voy a dejar en paz el aeropuerto de Charleroi. Si Dios quiere, no lo voy a utilizar por lo menos hasta octubre en calidad de pasajero, aunque seguramente sí como acompañante. Que el Señor acompañe a quienes pasen por allí este verano y se pregunten si el precio del billete merece la pena. Pero que se lo pregunten pronto, antes de que compren los billetes... y sea tarde.

miércoles, 28 de mayo de 2025

El aeropuerto de Charleroi y la madre que lo parió

En Charleroi hay cuatro aparcamientos. El primero está cubierto y está cerca de la terminal, pero poco menos que has de vender el coche para pagar las tarifas del aparcamiento. El segundo está descubierto y está algo más lejos, así que, si nieva o llueve, se siente. Yo lo tuve que usar en enero un fin de semana largo, nevó y, bueno, fue molesto, pero nada más. Después de todo no estoy en silla de ruedas y sigo en edad de merecer. Hay que decir que no es mucho más barato que el primero, pero está casi lleno, sobre todo las plazas más cercanas a la terminal.

El tercero es especialmente vergonzoso, igual que el cuarto, porque están literalmente en la quinta porra, es decir, que llegar a la terminal desde el aparcamiento no lleva menos de media hora. Sí, lo que se dice treinta minutos. Lo llaman retóricamente Foot & Fly, y no hay duda de que habrá que usar los pies (además, mucho) para poder volar. Según el destino, ya puede uno tomarse las cosas con antelación. Eso sí, no necesariamente tiene que andar para acercarse al avión, porque puede tomar un autobús lanzadera que el aeropuerto pone a disposición del viajero perezoso para acercarse a la terminal. Como todo en este aeropuerto, el autobús cuesta. Seis euros es el último precio que vi, pero en el aeropuerto de Charleroi todo es susceptible de encarecerse.

Finalmente, uno se acerca a la terminal y, cuando cree que puede entrar en el edificio, resulta que el pasajero debe dar una vuelta de tres pares de narices para pasar un control de seguridad previo, que no es el de verdad, y que no sé a qué viene, porque no tienen ni equipos ni nada. Normalmente pasa uno como quien no quiere la cosa, sin importar si eres pasajero o no. Claro, además de ser pasajero, podrías ir por allí para recoger o a acompañar a alguien a quien indudablemente quieres mucho, porque, si ir al aeropuerto de Charleroi cuando uno vuela desde allí tiene una justificación, hacerlo sin tener que utilizarlo sólo puede hacerse por amor. Mucho amor.

Luego está el paisanaje que hay por allí. Uno pasa todos los obstáculos que se interponen entre él y la terminal, y finalmente consigue acceder a la misma. No hay ningún pasajero, pero ninguno, de porte mínimamente elegante e indicios de viajar por trabajo. No nos engañemos, porque yo he viajado por trabajo desde Charleroi, vale, pero tuve que convencer a la agencia de viajes de que me venía mejor el horario que la alternativa que me ofrecían ellos y que implicaba levantarme a las cuatro de la mañana como poco. Y, así y todo, me vestí lo más informal que pude, metiendo el traje en la maleta doblado, sólo para no ser el único trajeado en todo el aeropuerto. Las agencias de viajes que se respetan y que trabajan con gente de negocios tienen vetado ofrecer vuelos que salgan de Charleroi o aterricen allí. No quieren líos ni reclamaciones; si hay que pagar más, se paga y punto.

Sí, amigos, desde Charleroi sólo vuela gente lumpen, de los que se van de vacaciones de baja estofa o van a visitar a sus parientes en Marruecos. En verano, casi no hay pasajero que no lleve tatuado hasta el esternón. Los (y, sobre todo, las) que no lo hacen es porque llevan la cabeza tapada con un pañuelo y el resto del cuerpo con ropas amplias, además de ir un par de metros por detrás de sus supongo que maridos. Esa gente lumpen ha comprado los billetes atraídos por el bajo precio que ponen las compañías, sin reparar en que, entre los treinta euros que cuesta llegar allí en transporte público (en cada sentido), la clavada que supone facturar la maleta (¿Cómo vas a ir a Marruecos sin regalos para todo el pueblo, demostrando lo bien que te va entre los infieles?) y que en ese aeropuerto te cobran hasta por orinar, quizá los billetes no sean tan baratos como parece.

El control de seguridad es igualmente patético. Frente a los mostradores amplios de Zaventem, en Charleroi hay sólo dos filas frente a las que se atestan miríadas de pasajeros. Últimamente, las compañías aéreas (o sea, Ryanair, que es quien ha tomado la terminal) advierten a los pasajeros que deben personarse tres o cuatro horas antes de la salida del vuelo, porque, por mucho que lo piden, el aeropuerto de Charleroi no habilita más puestos de control de seguridad y eso crea colas y retrasos del quince. Creo que quien ha volado con Ryanair ya sabe lo que le gusta a esta compañía curarse en salud y dramatizar las cosas, para poder soltar un 'ya te lo dije' si las cosas vienen mal dadas. En realidad, con llegar dos horas antes de la salida del vuelo, como toda la vida, hay tiempo de sobra.

El único buen momento del aeropuerto de Charleroi es cuando te montas en el avión y queda claro que lo vas a perder de vista más pronto que tarde.

Tarde es precisamente lo que se ha hecho ahora, así que vamos a dejarlo hasta mi próxima aparición por Charleroi, que tendrá lugar fatalmente dentro de unos días, si Dios quiere.

viernes, 9 de mayo de 2025

Aeropuertos: sí, en plural

En el pasado ruso, la etiqueta "aviones y aeropuertos" era bastante frecuente en esta bitácora, y no era para menos, porque en los aeropuertos rusos (bueno, y fuera de ellos) solían suceder cosas originales y curiosas que merecían la pena relatarse. Es lo que tienen los controles de pasaportes y los controles de aduanas, y no digamos los controles de seguridad a partir del, digamos, incidente, de las torres gemelas.

En Bélgica, es verdad que ha habido alguna que otra entrada sobre aeropuertos, pero menos. El desplazamiento al aeropuerto está mejor organizado que a los aeropuertos moscovitas, al menos hasta que los rusos pusieron los trenes directos; es más, uno llega a los aeropuertos belgas y se encuentra con que, siempre que no se vaya fuera de la zona Schengen, cosa que hace mucho tiempo que no hago, los controles de acceso a la zona de embarque son muy simples. No hay control de pasaportes. De hecho, ni siquiera hay obligación de llevar el pasaporte en el viaje con mucho más frecuente que hago, que es de Bruselas a Valencia y viceversa. Tampoco hay control aduanero. Lo que sí que hay es control de seguridad, pero suele ser bastante rápido y, si uno tiene el ojo de chapurrear un poco el neerlandés, los encargados del control se quedan gratamente sorprendidos y se deshacen en parabienes. Bueno, me estoy pasando, que al fin y a la postre son seguratas y belgas; quizá no se deshagan en parabienes, pero, por lo menos, no son directamente desagradables.

Uno pasa ese control y ya sólo le queda deambular por las instalaciones del aeropuerto, quizá comer algo, o pasar por la capilla (sí, sí, hay una), o hacer alguna compra que se haya quedado a medias o directamente por hacer. Llega el momento del vuelo, se pasa una revisión de la documentación y, ¡hala!, al avión. No hay mucha diferencia con lo que pasa en las estaciones de tren en España y sus controles de equipajes. No, en Bruselas, normalmente, en los trenes de alta velocidad no hay controles de equipaje; eso es un invento español con Dios sabrá qué oscuras intenciones.

En Bruselas hay un aeropuerto, el internacional de Zaventem. Bueno, hay uno...  excepto si le preguntamos a Ryanair, que nos dirá que hay dos, el susodicho internacional de Zaventem, que está a unos quince kilómetros del centro, y el que ellos denominan Bruselas Sur, pero que la IATA y el resto del mundo llamamos aeropuerto de Charleroi y que, efectivamente, está en la ciudad de Charleroi. Es verdad que Charleroi, con su aeropuerto, está al sur de Bruselas, con lo que Ryanair no va totalmente desencaminado, pero, ya puestos, podían haberlo llamado aeropuerto de París Norte, no en vano está al norte de París y París vende más.

El aeropuerto de Charleroi está a cincuenta y cinco kilómetros de Bruselas. Es pequeño y cutre, y de él vuelan compañías aéreas de bajo coste y ninguna intención de disimularlo. Obviamente, Ryanair es la más destacada, aunque también opera vuelos desde Zaventem. Hay que decir que lo único que hay de bajo coste en ese aeropuerto son los vuelos, y aun de esto habría mucho que discutir. El resto de los servicios de ese aeropuerto es de pago o incomodísimo, y no es que los pasajeros tengamos mucho donde elegir. Este pasajero que escribe y que suele viajar a Valencia está prácticamente condenado a utilizar Charleroi mucho más de lo que le gustaría, porque Ryanair, al menos estos meses, es la única línea aérea que cubre el trayecto sin visitar más que los aeropuertos de origen y destino.

Como tengo tres hijos en edad universitaria y los estudiantes son pobres, también me toca visitar Charleroi cuando los llevo o los recojo en coche. En Zaventem, igual que en todos los lugares decentes, hay una zona en la cual uno puede descargar a los pasajeros que lleva, darles un beso, un abrazo o un simple apretón de manos, según la confianza que se tenga con ellos, y a partir de ahí ya se apañan ellos y el conductor puede volver sobre sus pasos sin pagar por llegar hasta allí.

En Charleroi, no.

En Charleroi, uno tiene que rascarse el bolsillo en cuanto uno se acerca a menos de un kilómetro del acceso, pero se está haciendo un poco tarde, así que voy a ir cerrando esta entrada y reservando mis invectivas y palabras soeces para la próxima, en la que intentaré disuadir a los potenciales pasajeros de utilizar esa cuadra.

martes, 15 de abril de 2025

Gente ilustre que, por lo visto, merece una estatua

Me encantan las estatuas. Siempre, o casi siempre, que veo una, me acerco a ver quién es el representado y qué merecimientos ha hecho para que las autoridades hayan decidido inmortalizar al prócer cuya efigie adornará para siempre (o no, dependiendo de si el próximo gobierno municipal es revisionista o simplemente rencoroso) las calles de la ciudad.

Uno de estos días mis pasos pecadores me llevaron a la capital de las Españas, la villa de Madrid, donde tenía que resolver un trámite administrativo que duró cosa de un cuarto de hora, pero que me tuvo todo el santo día por allí. Como el lugar donde tenía que acudir estaba enfrente del parque del Retiro y llegué con tres cuartos de hora de antelación a la cita que tenía, decidí matar esos tres cuartos de hora visitando el parque, que es una cosa que, desgraciadamente, apenas he hecho cuando he tenido oportunidad en mis estancias en Madrid. El parque, y más en primavera, es una preciosidad y merece un paseo como el que le di, y aun uno mucho mayor.

El paseo de las Estatuas, que en realidad recibe el nombre de paseo de la Argentina, en esa manía que tenemos los españoles de celebrar las naciones secesionistas, es uno de los lugares más curiosos del parque. Catorce estatuas se alinean a sus lados, siete a cada uno, así que me puse a curiosear quiénes eran los próceres cuya memoria se honraba en dichos monumentos.

Ya el primero que vi, el rey visigodo Gundemaro, me pareció inquietante, pero seguí adelante. El siguiente era Carlos I, indudablemente uno de los reyes más destacados que ha tenido España, que tiene estatuas en muchos sitios, en España y fuera de ella, lo cual no tenía, pues, nada de particular. Luego vino Carlos II, también rey de España durante bastante tiempo, que, aunque ha sido sistemáticamente denigrado desde la llegada de la dinastía borbónica, está siendo objeto de una revisión en profundidad que pone su reinado bajo una luz mucho más positiva. Y luego vino Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y rey consorte de Aragón, quien también merece indudablemente su pedestal.

El siguiente es el de la foto y me dejó tan de piedra como él mismo. Nada menos que Chintila, rey visigodo durante un par de años. Uno se pregunta sobre los méritos de Chintila para que su estatua acompañe a las de los pesos pesados de la historia de España, hasta que se pone a observar la cosa con un poco más de atención.

Chintila, lo que es él, no parece que hiciera mucho a lo largo de su reinado, como no fuera convocar un par de concilios en Toledo para intentar consolidarse en el trono y establecer algo parecido a una dinastía. En efecto, su hijo Tulga le sucedió, pero por poco tiempo, porque poco más de dos años después fue depuesto por Chindasvinto, un señor de casi ochenta años. Y, en el siglo VII, ochenta años eran mucho más que ahora.

De Chintila se sabe poco. San Isidoro había concluido la crónica de los visigodos con el reinado de Suintila, unos diez años antes; de lo que pasó después se saben bastantes menos cosas. Si el que decidió poner estatuas en el Retiro quería poner algún rey visigodo, lo cual es un deseo como cualquier otro y debe ser respetado, uno se pregunta por qué eligió precisamente a Chintila (bueno, y a Gundemaro, otra elección difícil de explicar), habiendo reyes como Leovigildo, Recaredo, Ataulfo mismo, o Rodrigo, que son bastante más famosos. Es que, para haber oído hablar de Chintila, hay que saberse la lista de los reyes godos, y me da a mí que, en el siglo XXI, no sólo no se enseña en los colegios, sino que los que nos la hemos aprendido por nuestra cuenta somos objeto de burlas despiadadas. Chintila no es ni bueno ni malo; simplemente es desconocido.

Pero el tío va y tiene una estatua en Madrid.

Luego uno se pone a indagar y averigua que la estatua no se hizo para estar en el Retiro, sino que ha terminado ahí un poco de carambola. Trece de las catorce estatuas (lo de la decimocuarta es otra historia, producto de las ideologías al uso actual) provienen de la colección de ciento catorce estatuas que iban a decorar el Palacio Real y que, tras ser esculpidas, finalmente no fueron instaladas allí, sino desmontadas y guardadas en un almacén, hasta que en el siglo XIX se sacaron para ponerlas, al parecer sin mucho orden ni concierto, unas en un sitio, otras en otro, e incluso algunas más en otras ciudades de España. Esas ciento catorce estatuas representaban otros tantos monarcas españoles, desde los visigodos hasta Fernando VI, y algún otro personaje. Por alguna razón, Carlos III les tomó manía e hizo que las retirasen y hasta que borrasen la inscripción con los nombres, lo cual posiblemente es la causa de que otro rey, Sancho el Bravo, tenga, no una, sino dos estatuas a su nombre en ese mismo paseo.

A Chintila le tocó el parque del Retiro como le podía haber tocado cualquier otro lugar. Pero ya han pasado los tres cuartos de hora y tengo que acudir a la cita, no se me vaya a hacer tarde.

martes, 1 de abril de 2025

El espantoso caso de los hoteles del paraíso fiscal

Por razones de trabajo, me toca en ocasiones, no sé si más o menos de lo que me gustaría, viajar a Luxemburgo, ese país pequeñito que es la tercera pata del Benelux y que está ahí, independiente y soberano, por una especie de casualidad histórica, como tantos otros miniestados europeos cuya existencia es demasiado conveniente como para que se los merienden sus vecinos.

El alojamiento permanente en Luxemburgo, por lo que me cuentan, es un lujo al alcance de unos pocos, hasta el punto de que buena parte de la fuerza laboral del país vive directamente fuera de él y sólo se desplaza durante el día. El salario mínimo en el gran ducadito supera los tres mil euros, de lo que espero que Yolanda Díaz no se entere, y el país es la sede de toda entidad bancaria que se precie y tenga la intención de pagar lo menos posible en impuestos. Que supongo que son todas.

Con esos antecedentes, conseguir hotel a un precio razonable y en una ubicación igual de razonable no es cosa sencilla. Que sí, que todos tenemos Booking y hacemos milagros con esa bendita aplicación, pero a veces los viajes se plantean con poca antelación y, en ese caso, ni Booking ni el sursum corda te libran de las tarifas hoteleras, especialmente si hay algún sarao en lontananza.

Además de los bancos, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el Tribunal de Cuentas, una parte de la Comisión y del Parlamento Europeos y un número notable de multinacionales que miran el dólar y han preferido Luxemburgo a Irlanda, el Consejo se reúne en Luxemburgo tres meses al año (abril, junio y octubre). Como tu viaje coincida con una sesión del Consejo, es decir, con ministros y séquito de los veintisiete y con los que les acompañan desde Bruselas y sus representaciones permanentes, prepárate para ver precios directamente absurdos, de varios cientos de euros por noche y habitación. Sin desayuno.

Una de las últimas veces que me tocó desplazarme al Gran Ducado fue a final de septiembre del año pasado y me las prometía muy felices, porque no era ninguno de esos tres meses peligrosos. Para mi sorpresa (y mi espanto), los precios que me pasaban eran los de varios cientos de euros que superaban con mucho mi presupuesto.

- Peroperoperopero... - me decía desesperado ante la perspectiva de tener que alojarme en la quinta porra de donde tenía que ir a trabajar - ¿Qué narices está pasando aquí?

Bueno, pues lo que estaba pasando es que mi viaje coincidía con el de una personalidad aún más importante que los ministros y tiralevitas habituales. Nada menos que el papa Francisco, al que ahora tenemos bastante maltrecho en Roma, pero que hace sólo medio año estaba aún en plena forma visitando países. Es verdad que en Luxemburgo estuvo unas cuantas horas, no hizo noche y salió el mismo día que llegó hacia Bruselas, como un funcionario europeo del montón, pero su sola presencia bastó para que los hoteles, ya de por sí proclives a apuñalar a sus clientes, pusieran unos precios de estancia capaces de hacer subir ellos solos varios puntos el índice de inflación luxemburgués.

Total, que encontré un alojamiento, que no un hotel, lejos a más no poder, aunque por lo menos dentro de la ciudad. Era una de esas casas reconvertidas a habitaciones de huéspedes, en las que tienes habitación (muuuuy modesta), baño compartido y cocina igualmente compartida. Para lo que ofrecían, el precio era un atraco, pero al menos estaba dentro de mi presupuesto y, por lo menos, no estaba (muy) sucio. Luxemburgo tiene esas desventajas, pero también tiene alguna que otra ventaja, como, por ejemplo, que el transporte público es bueno y gratuito, supongo que porque a las autoridades luxemburguesas les sale el dinero por las orejas y no saben qué hacer con él. Por poco que cobres impuestos, con la peña que tienes instalada en el país, muy mal tenían que ir las cosas para que no les salieran las cuentas.

Si Dios quiere, mi próximo viaje a Luxemburgo será en junio, ese mes fatídico a causa de las reuniones del Consejo. Esta vez me lo he tomado con tiempo y he tenido la potra de encontrar un hotel algo por encima de mi presupuesto, pero, como espero que me lo suban un poco dentro de un par de meses, confío en encajarlo en mis cuentas o, al menos, que no me toquen demasiado... el bolsillo.

Porque lo otro (las narices, claro, ¡a ver qué pensabais!) ya me lo toco yo mismo con la explosión floral del comienzo de la primavera y las alergias correspondientes.

Pero eso será materia de otra entrada, ya que ésta conviene cerrarla aquí, no en vano se hace tarde.

sábado, 29 de marzo de 2025

Árboles muertos (I)

En las ciudades españolas, supongo que es bastante raro encontrarse con árboles que pertenezcan a un particular. En Valencia, que es el caso que mejor conozco, las personas viven normalmente en pisos, en los que como mucho habrá algún bonsái plantado en su correspondiente maceta. He visto algún chalé en Valencia e incluso algún limonero plantado en la entrada, pero esa situación no pasa de excepcional.

En los pueblos es otra cosa, pero, incluso ahí, yo diría que los españoles no somos muy amigos de tener tierra dentro de casa. Los patios de las casas están alicatados hasta arriba y las plantas existen, pero no pasan de arbustos como mucho y están dentro de sus macetas. Los árboles están en el paseo del pueblo, la vía pública o donde sea, y pertenecen al municipio, que para eso pagamos impuestos. Los que tenemos tradición agrícola y tenemos tierras con árboles sobre ellas sí que disponemos de esos elementos, pero la agricultura no está de moda en el primer mundo, da pocos votos, los políticos nos desprecian y así nos va la vida a los que seríamos agricultores si se pudiera vivir de la tierra, que hemos emigrado a la quinta porra y aun gracias, porque hemos estado todavía más lejos.

En Bélgica en general, y en Bruselas en particular, las cosas no son así. Como ha salido reflejado en estas pantallas en varias ocasiones, las casas particulares son más numerosas que los pisos y casi todas disponen de jardín. Y, en los jardines, hay árboles, en general ornamentales, y otras veces incluso frutales. Yo mismo dispongo de un abeto enorme y hace un par de años que me salió un roble y hasta planté un cerezo para sustituir a otro que murió, esta vez con intención de comer cerezas, cosa que hasta ahora no he conseguido, pero no pierdo la esperanza.

Porque sí, los árboles son seres vivos y como tales nacen, crecen, se reproducen... y mueren. En España, cuando un árbol muere en zona urbana, prácticamente siempre pertenece al municipio, que procede a retirarlo y a hacer leña de él. En zona rústica, a mí se me han muerto demasiados naranjos, y más que me temo que se me morirán, en cuyo caso la solución consiste en cortar y, si se quiere ser radical, replantar. No hay que pedir permiso a nadie para quitar de en medio lo que ya no sirve.

Aquí, no.

Aquí, en este país enormemente burocratizado que es Bélgica, uno no puede cortar por las buenas un árbol de su jardín ¡Dónde íbamos a parar! Los árboles y los jardines tienen propietario, vale, y paga sus buenos impuestos por serlo, pero eso no quiere decir que pueda hacer de su capa un sayo. Hay que tener en cuenta la ecología, la naturaleza y el respeto por los seres vivos y poner en su sitio a los humanos que, por el solo hecho de haber desembolsado unos miles de euros a un propietario anterior (y unos cuantos más a la administración regional correspondiente), se creen la leche en bote y autorizados para disponer de lo suyo. No, no, y mil veces no.

Uno pensaría que, si hay algo que no falta en Bruselas, eso son árboles. Con todo lo que llueve, la cantidad de zonas verdes que hay y los bosques de la zona, además de los jardines particulares, llega el invierno, se caen las hojas y sólo entonces puede uno ver lo que hay detrás, porque en verano, con todo el follaje en su esplendor, hay sitios en que no se ve más que verde y más verde. Yo deduciría de eso que se podría tener algo de manga ancha con los propietarios particulares, pero, amigo, eso es no conocer a la insaciable administración pública belga, un monstruo hambriento cada vez mayor que hay que mantener, al menos hasta que venga alguien con la motosierra. De momento, el que ha venido no pasa de usar un cortaúñas, y así le va a pesar de eso

Aquí, para cortar un árbol, hay que pedir permiso al negociado municipal que se encarga de asuntos ecológicos, que en Uccle, lugar donde resido, atiende al rimbombante nombre de "Servicio Verde". El susodicho negociado recibe la solicitud, cobra la tasa de 52 euros (no faltaría más) y visita en horas de trabajo al solicitante, que evidentemente tiene que apañárselas para estar en casa, para constatar que, efectivamente, el árbol está muerto y no hay inconveniente en derribarlo y, como dice el refrán, hacer leña de él cuando esté caído.

¿Y qué es un árbol? Bueno, no hay una definición, pero en la normativa sí que hay una distinción entre árboles de tronco alto y los que no lo tienen. La frontera entre uno y otro es de dos metros; por debajo de dos metros, yo diría que se hace la vista gorda. Por encima, con casi cualquier cosa que hagas te la estás jugando. Y hay otra broma: existe la obligación de plantar un árbol que sustituya al que ha sido cortado, pero no en cualquier sitio, sino al menos a dos metros de la linde con el vecino, a no ser que sirva de medianera.

Bueno, ahora que sabemos por encima como está el percal, vamos a hacer una pausa hasta la aplicación práctica de la normativa, de la que se tratará en una entrada futura, porque hoy se hace tarde.

lunes, 17 de marzo de 2025

Con calma

Decíamos en una de las últimas entradas que las cosas en palacio van despacio. No se diría sino que Bélgica entera es un gran palacio, porque la cachaza, la calma y la parsimonia no son patrimonio único del sector público, sino que se extiende a todo el paisanaje, público, pero también privado. No ya la justicia, sino que todo hijo de vecino se toma las cosas con muchísimo tiempo.

Eso incluye a mi vecino. Bueno, es mi vecino porque es el dueño de la casa con la que tengo la... desdicha, me temo, de compartir pared medianera, pero en realidad no vive ahí. Quien vive es una familia anglo-germana con la que no tengo demasiado contacto, como ya sabemos, pero que no son propietarios.

En agosto de 2021, que ya ha llovido desde entonces, se me inundó el semisótano de la casa, principalmente a causa de las tormentas torrenciales que dejaron Bélgica convertida en una enorme piscina, pero también a que un desagüe estaba obstruido y ya se sabe que el agua siempre encuentra un camino por el que discurrir. Ahora bien, las tormentas y la obstrucción del desagüe no fueron la causa exclusiva del desaguisado, cosa que se comprobó nuevamente en agosto, pero de 2022, cuando una noche cayó nuevamente una tormenta fortísima y al levantarme por la mañana me encontré el semisótano inundado de nuevo, a pesar de que mis desagües funcionaban esta vez a la perfección.

La causa evidente, porque la pared medianera, llena de chorretones marrones, así lo atestiguaba, eran filtraciones desde la vivienda vecina, así que contacté con el entonces vecino alquilado, que me pasó los datos del propietario, y después de mucho sudar conseguí que hiciera un apaño y sellara la baldosa que rodeaba la entrada del desagüe de su jardín.

A mí no me parecía que allí estuviese la causa de las humedades en mi semisótano, pero me tuve que conformar con el apaño. La humedad seguía allí, y hasta aparecía moho cuando uno se despistaba demasiado y no ventilaba suficiente, pero por lo menos no había inundaciones.

Bueno, eso fue hasta agosto, pero de 2024, en que llovió nuevamente con la suficiente fuerza como para que mi semisótano reapareciera inundado y volvieran a presentarse los manchurrones marrones sobre la pared medianera. Hay que decir que la vivienda vecina está algo más elevada que la mía y que, al otro lado de donde yo tengo un semisótano, en la suya no hay más que tierra. Y, como el agua no va hacia arriba salvo por obligación, todo hacía indicar que sus desagües tenían una fuga importante y el agua había decidido aliviarse, precisamente, hacia mi vivienda.

Estamos bien entrado marzo de 2025, mi vecino me ha dado buenas palabras no sé cuantísimas veces, han pasado dos expertos y dos compañías de seguros a examinar el semisótano, sus cañerías, las mías, y algo que debía estar arreglado desde 2022, cuando se vio venir por primera vez que el problema era serio, parece que sólo va a empezar a resolverse definitivamente el mes que viene, con suertecilla. Lo siguiente ya es tratar de usar una cuña de la misma madera y enviarle, no mis padrinos, como haría en el pasado, sino mis abogado, a ver quién es más lento, si la justicia belga o él.

A ver si mis nietos pueden ver el asunto terminado o tengo que malvender una casa con humedades antes de pasarle el marrón a quien venga detrás.

viernes, 14 de marzo de 2025

Una breve ojeada al espacio postsoviético

Como sucede de vez en cuando, cada cierto, esta bitácora, que nació en Rusia, donde se escribió la mayoría de su contenido, echa una mirada a lo que sucede en el espacio postsoviético. No piso Rusia desde 2014, así que me guardaré muy mucho de considerarme experto en un país que cambia tanto en tan poco tiempo.

Ahora que el nuevo gobierno estadounidense retira su apoyo a Ucrania, todo indicaba que la posición ucraniana sería insostenible. Como ya indicó Putin en una entrevista que concedió hace unos meses, en cuanto se acabara la munición al ejército ucraniano, la guerra terminaría; si, además de la munición, se les acaba la información sobre movimientos de las tropas rusas que les proporcionaban los servicios de inteligencia estadounidenses, es de suponer que la guerra terminaría incluso antes.

Sin otros factores, el resultado iba a ser la desmembración de Ucrania, en la línea de frente actual o no muy lejos de ella, una clara ganancia de territorio muy valioso por parte de Rusia y la llegada de los estadounidenses a la zona en forma de concesiones de explotación de recursos naturales y de financiación de la reconstrucción. Con independencia del famoso episodio de diplomacia mejorable que se dio en la Casa Blanca, las cosas no iban a diferenciarse mucho de lo que pone en este párrafo, con el reforzamiento de los Estados Unidos y de Rusia y un ridículo espantoso por parte de los países de Europa Occidental.

La gran curiosidad que he tenido estos días era qué actitud iba a adoptar el Reino Unido ante semejante panorama. El Reino Unido, aunque ahora esté en horas bajas y lejos de los tiempos en que podía poco menos que dictar la política mundial, es una potencia notablemente consecuente en su política exterior, una de cuyas máximas consiste en oponerse a Rusia en todos los frentes, en especial en el frente mediterráneo: Rusia intenta todavía hoy, hasta ahora en vano, obtener una salida a un puerto mediterráneo y el Reino Unido, que sigue disponiendo en la actualidad de bases en Chipre y del peñón de Gibraltar y que hasta hace relativamente poco tenía Malta, hace todo lo posible por impedírselo. Eso puede explicar cosas como la guerra de Crimea del siglo XIX, entre otras muchas cosas como alianzas anglo-turcas que no tienen pies ni cabeza, excepto esa razón.

El Reino Unido también se ha opuesto históricamente a Rusia en otros frentes, como el caucasiano (y eso ya lo vimos aquí) y el de Asia Central. Los británicos ya han desaparecido de aquellos lugares, porque la descolonización es lo que tiene, pero siguen empeñados en cercenar cualquier avance ruso donde sea. Bien mirado, los británicos suelen dedicarse a molestar a todo el que pueda ser potencia, ahora y en el pasado, llámese España, Francia o Alemania, pero la palma se la lleva Rusia.

Recordemos que, al principio de la guerra, porque aquí a las cosas se las llama por su nombre y lo de "operación bélica especial" no cuela, cuando Ucrania y Rusia estuvieron cerca de llegar a un acuerdo en Turquía, el Reino Unido y Estados Unidos intervinieron para que tal cosa no sucediera, lo cual es uno de los motivos por los cuales la peña sigue en las trincheras pegando tiros. Los Estados Unidos, entretanto, han cambiado de casi todo, incluso de idioma oficial: han cambiado de presidente, de política arancelaria, de política exterior y esto sólo en mes y pico que el nuevo presidente lleva en el poder.

El Reino Unido, no.

El Reino Unido ha cambiado de muchísimas cosas también desde que empezó la jarana: ha cambiado de reina a rey, ha cambiado de primer ministro, pero de política exterior no ha cambiado ni tantico. Otra cosa no, pero del Reino Unido te puedes fiar, así que ahora tenemos a su primer ministro olvidándose de que han salido de la Unión Europea e intentando montar una operación que sostenga a Ucrania. Yo creo que al Reino Unido Ucrania no le importa lo más mínimo, porque el Reino Unido ha dado sobradas muestra en la historia remota y reciente de que sólo le importa su ombligo, pero, si así tiene a Rusia enfangada en el frente del Donbás algún tiempo suplementario, eso que gana.

Vamos a seguir lo que sucede con atención, mientras Putin considera interesante la propuesta de alto el fuego, pero negocia mejores condiciones. Entre Trump y Putin, supongo que vamos a vivir en una época de faroles mutuos, y ya digo que lo realmente interesante es la posición del Reino Unido, ese enemigo de todo el que destaque, porque ésos van a ser los que marquen el territorio donde se mueva todo. Y ésos no van normalmente de farol.

miércoles, 5 de marzo de 2025

El licenciado Vidriera

Todo el mundo ha leído el Quijote, claro. Bueno, en realidad, lo más probable es que todo el mundo diga que ha leído el Quijote, pero, en realidad, lo que ha hecho es leer el par de capítulos que les obligaron a leer en clase. Últimamente, los alumnos de las últimas cohortes, como mis hijos, ni siquiera leen el original, sino versiones adaptadas que ocultan el precioso castellano de Cervantes. Los más aplicados han hecho un esfuerzo y han visto la película. La de dibujos animados, claro, no pensemos en la de Orson Welles o cualquiera otra de las más de cien que debe haber por ahí. En todo caso, lo más corto y masticado que haya, porque ya se sabe que no hay que cebarse con la cultura.

Si el Quijote ya es un libro condenado a criar polvo en los anaqueles, el resto de la obra de Cervantes, que la tiene y es magnífica, todavía es más desconocida. Y menos mal para él, porque, así como hoy Cervantes es tenido en gran estima por todos, así de izquierda como de derecha o centro, si realmente hubieran leído sus obras todos los que dicen haberlo hecho, estoy seguro de que sería cancelado a no tardar. Sin entrar en el Quijote, muchos de cuyos capítulos se las traen, varias de sus novelas ejemplares son un compendio de racismo ('La gitanilla', cuyo comienzo es totalmente impublicable en la actualidad) e islamofobia (casi que cualquiera de ellas, pero tomemos 'El amante liberal'). Pero la que choca más con los valores de cierta parte de la sociedad actual es, para mí, 'El licenciado Vidriera'.

Esta obra, resumiendo muchísimo, narra la historia de Tomás Rodaja, un estudiante de Salamanca que comienza sus estudios como criado y que, al licenciarse sus amos, aprovecha para ir de viaje por Italia y, sí, también por Flandes, en una especie de Erasmus de la época:

Fue muy bien recebido de su amigo el capitán, y en su compañía y camarada pasó a Flandes, y llegó a Amberes, ciudad no menos para maravillar que las que había visto en Italia. Vio a Gante, y a Bruselas, y vio que todo el país se disponía a tomar las armas, para salir en campaña el verano siguiente.

Y, habiendo cumplido con el deseo que le movió a ver lo que había visto, determinó volverse a España y a Salamanca a acabar sus estudios; y como lo pensó lo puso luego por obra, con pesar grandísimo de su camarada, que le rogó, al tiempo del despedirse, le avisase de su salud, llegada y suceso. Prometióselo ansí como lo pedía, y, por Francia, volvió a España, sin haber visto a París, por estar puesta en armas. En fin, llegó a Salamanca, donde fue bien recebido de sus amigos, y, con la comodidad que ellos le hicieron, prosiguió sus estudios hasta graduarse de licenciado en leyes.

Al volver a Salamanca, se enamora de él una mujer a la que no hace el menor caso, por lo que ésta consigue que ingiera una pócima que se supone que debía hacerle enamorarse de ella. El resultado, sin embargo, no es el esperado, sino que Tomás Rodaja pierde el juicio y cree que está hecho de vidrio y que puede romperse al mínimo golpe, lo que da lugar a todo tipo de situaciones ridículas; sin embargo, en todo lo demás muestra mucha sabiduría, pero el hecho es que la gente se burla de él por esa manía suya, llamándolo licenciado Vidriera. Eso sí, todos se le arriman pidiéndole consejo, y sus ocurrencias y agudezas son la mayor parte de la obra. Por ejemplo, entre otros muchos, da el siguiente consejo, que nos muestra que en el siglo de oro las cosas no estaban mucho mejor que ahora:

Preguntóle uno que qué consejo o consuelo daría a un amigo suyo que estaba muy triste porque su mujer se le había ido con otro.

A lo cual respondió:

-Dile que dé gracias a Dios por haber permitido le llevasen de casa a su enemigo.

-Luego, ¿no irá a buscarla? -dijo el otro.

-¡Ni por pienso! -replicó Vidriera-; porque sería el hallarla hallar un perpetuo y verdadero testigo de su deshonra.

Hoy día, en lugar del final que tuvo la novela y al que pasaremos a no tardar, la actitud lógica de la corrección política actual debiera consistir en respetar los sentimientos del tal Vidriera. Si él se siente de vidrio, él es de vidrio y nadie es quién para burlarse de él, lo cual sería equivalente a un delito de odio. Por lo menos.

La fama de Vidriera crece y termina pasando a la Corte con el mismo éxito que había tenido en Salamanca.

Para acabar de estropear las cosas, la novela prosigue con una desdichada "terapia de conversión" por parte de la pérfida Iglesia católica. Un sacerdote, compadecido de Vidriera, y pasados dos años desde que ingiriera el bebedizo que lo transformó, le hace recuperar el juicio, con lo que pasa a un estado normal y adopta el nombre, no de Rodaja, ni de Vidriera, sino de licenciado Rueda, transformación de su nombre original.

Claro, el problema es que así no le resulta interesante a nadie, de modo que no le hacen maldito el caso. Vamos, como cierto actor que ha pasado a ser actriz y que se ha hecho bastante famoso, no tanto por sus dotes escénicas, sino por el hecho de haber hecho un remedo de cambio de sexo.

La novela termina con el antiguo licenciado Vidriera, ahora Rueda, abandonando la Corte decepcionado y volviendo a Flandes.

(...) y, viéndose morir de hambre, determinó de dejar la Corte y volverse a Flandes, donde pensaba valerse de las fuerzas de su brazo, pues no se podía valer de las de su ingenio.

Y, poniéndolo en efeto, dijo al salir de la Corte:

-¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!

Esto dijo y se fue a Flandes, donde la vida que había comenzado a eternizar por las letras la acabó de eternizar por las armas, en compañía de su buen amigo el capitán Valdivia, dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado.

Para los que no tenemos intención de volver a la Corte, el licenciado Vidriera no deja de ser un ejemplo. Es cierto que Flandes no es lo que era entonces y que podría decirse que Bruselas es actualmente tan o más Corte que Madrid. No es menos cierto que la milicia, al menos de momento, no es tan necesaria como lo era en plena guerra contra los herejes, pero seguro que se le encuentra alguna utilidad, antes de que se haga tarde.

Porque, sí, siempre se hace tarde...

 

domingo, 2 de marzo de 2025

Mas cosas de palacio: el paisanaje

Cuando me senté en la antesala, por allí no había demasiada gente. Es verdad que me puedo imaginar planes más apasionantes que asistir a una vista judicial en materia civil. Una abogada joven estaba repasando con su defendido los documentos del caso que les ocupaba; supongo que estaban preparando la defensa, o la acusación, quién sabe. La abogada vestía la toga que visten los abogados de aquí y que es un poco diferente a la que se usa generalmente en España, con ese tejido blanco que les cae sobre el pecho. Hubiera quedado incluso elegante de no ser porque se le adivinaban los vaqueros en la parte más cercana al calzado, que no eran unos zapatos sino unas zapatillas de deporte. Arreglada, pero informal.

Su defendido era un hombre entrado en años, algo desaliñado, que por lo que pude entender mientras esperaba allí se las prometía muy felices, pero ahí acaba todo mi conocimiento del caso. La abogada asentía regularmente con la cabeza, mientras su cliente elucubraba una y otra vez sobre las intenciones de la contraparte.

En esto, la abogada reconoció a alguien que entró con paso mesurado y calculado, todo él prestancia, y se sentó no lejos de donde estábamos. Se trataba de un abogado, con su correspondiente toga, de estatura mucho más que mediana, más afeitado que un espejo y cabellera canosa pulcramente peinada hacia atrás y engominada con tal cuidado que no se salía un pelo del sitio. Se le podría echar unos cincuenta años, pero también podría ser que aparentara más de los que realmente tenía. Lejos de la informalidad de la otra abogada, bajo la toga llevaba un pantalón de traje, y de traje caro, así como unos zapatos, no menos caros, clásicos, sin una mota de polvo; tenía un maletín de cuero de precio parecido al resto de sus complementos y, en general, exudaba respetabilidad por todos los poros.

En cuanto lo vi, supe que no nos íbamos a llevar bien.

La abogada se excusó con su desaliñado cliente y se acercó a su colega.

- ¡Profesor De Wet! ¿Cómo está?

- ¡Ah, qué agradable sorpresa! Bien. Estoy llevando un caso que parece bastante sencillo, pero está tardando mucho. Ya lo han aplazado dos veces por enfermedad del juez. A ver si lo terminamos hoy ¿Y qué tal está usted?

- Bien, ahora trabajando de pasante en el despacho de Maître Scheidincx.

- Buen sitio. Ya veo que se dedica a la rama del Derecho que aprendió conmigo en la universidad.

- Pues sí ¿Es muy complicado el caso que lleva hoy?

El profesor De Wet, que, en cumplimiento de la estricta política de anonimato de esta bitácora, no es el verdadero nombre del personaje, se puso a explicar su interpretación del caso que llevaba, lo cual quizá haya sido un poco imprudente sin saber si la contraparte estaba por allí cerca. Pero, claro, como era tan evidente el resultado, y no se veía a ningún togado más por las inmediaciones, apenas se le puede reprochar.

En éstas estábamos, cuando se abrió la puerta de la sala en la que estaba citado para la vista y salió de ella una señora también como de cincuenta años, que resultó ser lo que en España llamaríamos una ujier, que iba vestida de calle, con un jersey y un pantalón normalitos, como yo mismo. Exclamó un nombre y el profesor De Wet se levantó, indicando que se trataba de la parte que él representaba. Exclamó otro nombre, de hecho, exclamó el mío, y yo me levanté.

- Dat ben ik! (Ése soy yo) - dije.

Siguió una breve conversación en un neerlandés bastante mejorable por las dos partes. En Bruselas, ciudad al menos teóricamente bilingüe, hay dos órdenes jurisdiccionales, francófono y neerlandófono; siempre en teoría, el demandado puede elegir lengua. Nos encontrábamos en el tribunal francófono, que era donde se había presentado la demanda. En Bruselas, los neerlandófonos hablan el francés correctamente, porque no hay más remedio y hay que comunicarse con la mayoría de la población; los francófonos, en el mejor de los casos, consiguen balbucir algunas palabras en neerlandés a duras penas. La ujier estaba en este segundo caso.

El profesor De Wet, que resultó ser francófono hasta la médula, me identificó como la parte adversaria, se me dirigió y siguió una conversación tirando a tensa, hasta que fuimos llamados a la sala. Cada cual ocupó su puesto y aquí nos encontramos con una diferencia muy importante entre la justicia en Bélgica y en España. Así como en España hay que ir a cualquier sitio con abogado y procurador, en Bélgica no es obligatorio estar asistido de abogado (y el procurador yo creo que ni saben lo que es). Hay que reconocer que, en este punto, Bélgica nos saca algo de ventaja. Yo todavía no he conseguido comprender qué aporta un procurador que no pueda aportar el propio abogado y tengo la certeza de que los propios procuradores, en privado, tampoco lo comprenden, pero claro, ellos nunca te lo dirán hasta que se jubilen (a mí me lo confesó una procuradora jubilada). Lo de la defensa letrada obligatoria es otra cosa, pero me da a mí que está pensado sobre todo para conveniencia de los jueces, los cuales de esta manera se aseguran de tratar con alguien que domine la jerigonza jurídica.

El caso es que yo no estaba asistido de abogado y me senté en el lugar destinado a las partes, delante del estrado. La contraparte era todo lo contrario: no había más que abogado, representante, que se situó en la parte destinada a la defensa letrada, mientras que el lugar destinado a la parte demandante quedó vacío. En esta asimétrica situación comenzó la vista.

El juez, por su aspecto, parecía recién salido de la universidad. Era un chaval delgado, al que la toga le quedaba algo grande, con gafas, flequillo abundante y una pinta de yogurín empollón que tiraba para atrás. A su lado estaba el secretario judicial, también con su toga, de edad algo mayor que el juez, pero que no dijo una palabra sino para fijar la siguiente vista.

Viendo al juez y viendo cómo actuó, cosa que no es cuestión de esta entrada, uno comienza a comprender de dónde sale parte de los males del sistema judicial belga. Como ya vimos, uno de los puntos débiles es que la profesión judicial es poco atractiva, cosa que supongo que tiene que ver con el prestigio de la profesión. Yo pensaba que también con la remuneración, pero resulta que el salario mensual bruto de un juez novato, como evidentemente era el caso de quien tenía delante, es de 6.500 euros brutos, que le parecerá muchísimo al español estándar, pero estamos en Bélgica, así que la cantidad contante y sonante que puede ingresar será de unos 3.500 euros todo lo más, a no ser que tenga deducciones por lo que sea. Cuando los políticos españoles (los de izquierdas, principalmente) dicen que la presión fiscal en España no es tan grande comparada con la de otros países de Europa, supongo que piensan en países como éste en el que vivo.

A partir de ahí, uno ya puede decidir si eso es mucho o poco. De momento, es mucho más que en España, donde por otra parte es mucho más difícil acceder a la profesión de juez, pero parece que en Bélgica tienen dificultades para encontrar gente que quiera desempeñarla, no entiendo muy bien por qué. El nuevo programa de gobierno incluye un capítulo destinado a la justicia en el que habla de hacer más atractivos los empleos relacionados con la misma. De lo que no habla es de la aceleración de los procedimientos judiciales.

Pues debería. El procedimiento en cuestión, que ya llevaba aplazados dos señalamientos, todavía terminó durando un buen tiempo más, y eso sin contar la fase de ejecución ni los posibles recursos, que nadie interpuso en esta ocasión y que hubieran enviado el procedimiento quién sabe a qué marco temporal.

Y luego me quejo de que se me hace tarde.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Las cosas de palacio

Bélgica es un país parsimonioso, cuyos residentes harán bien en mostrar paciencia en todas sus empresas. Nunca hay prisa por hacer las cosas y, aunque creo que en esta bitácora se han visto ya suficientes ejemplos de la cachaza con la que se trabaja, no está de más recopilar varios de ellos y añadir alguno.

Esto viene a cuenta por varios motivos, pero uno de ellos es mi asombro por la acelerada actividad del nuevo presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. El contenido de las medidas que está tomando no debería ser una sorpresa para nadie, porque es bastante coherente con lo que ha ido anunciando a lo largo de todos estos años. Uno puede estar más o menos (o nada) de acuerdo con ellas, pero lo que es indudable es que no ha esperado nada a adoptarlas. Apenas ha pasado algo más de un mes en el cargo y ya ha puesto patas arriba un montón de sectores de la actividad pública que parecían imposibles de zarandear. Uno de ellos es la política exterior, donde parece que el sistema de contrapesos del que presume la democracia estadounidense no funciona bien, o no funciona en absoluto, pero sobre eso y sobre las implicaciones que tiene eso en el transcurso de la guerra que implica a Rusia ya vendrá una entrada dentro de poco. Después de todo, los primeros siete años y las primeras mil entradas de esta bitácora transcurrieron en Rusia, así que qué menos que preocuparse un poco de lo que esté pasando por allí.

En Bélgica, entre los políticos, no hay nada ni medio parecido. Siete meses han tardado, no ya en tomar medidas, sino en formar gobierno, y no es ni mucho menos la vez que más se han demorado en hacer tal cosa. Tienen, como acabamos de ver, un documento de doscientas páginas que han conseguido parir con pena y trabajo y en el que a duras penas se esboza una parte mínima de las reformas que le harían falta a Bélgica, que además tardarán, porque los conocemos, una eternidad en poner en marcha, suponiendo que lo consigan, cosa que me temo que es mucho suponer.

La lentitud no se limita a la política. Uno de los puntos del programa de gobierno belga en materia de justicia consiste en tratar de convertir la profesión de juez en algo suficientemente atractivo, porque se ha detectado que ahora no lo es. Efectivamente, doy fe de que con la justicia hay un problema en Bélgica, el cual no creo que se limite al supuesto poco atractivo de la carrera judicial.

El propio palacio de justicia no ayuda demasiado. Ya fue el protagonista de una entrada hace unos años y nada hace pensar que las cosas hayan mejorado lo más mínimo. Bastantes juicios se celebran fuera de allí, por ejemplo en el edificio colindante, de aspecto bastante anodino y funcional, que es donde tuve que personarme para participar en un juicio en calidad de parte. No, no es plato de gusto, pero uno no elige en este punto la dieta que le toca, así que no hubo más narices que desplazarse hasta allá. Hay que decir que desde la demanda a la primera vista real transcurrió más de un año, tras dos aplazamientos motivados por sucesivas enfermedades de los jueces que tenían que haber presidido las vistas de marras. Como ya sabemos, o deberíamos saber, el sistema sanitario belga no pone muchas pegas a la hora de conceder bajas laborales y supongo que mucho menos si el paciente es juez, porque ya se sabe que arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos.

No va esta entrada del fondo del asunto, ni irá ninguna en el futuro, así que nos vamos a quedar en la forma. Uno pasa la puerta giratoria y presenta la citación a la celadora, que detrás de un cristal de seguridad le dice a uno a qué sala debe dirigirse. Bueno, eso si hay vista, porque en los casos de los aplazamientos lo que me dijo fue que me volviera por donde había venido, que ya me avisarían cuando se me convocara de nuevo. Lo del correo electrónico para avisar de estos pormenores y ahorrarse un viaje, como que no. En el membrete del juzgado hay una dirección de correo electrónico, pero yo creo que sólo funciona para recibir, y aun lo que se recibe carece de validez legal, me temo.

El control de seguridad es como en cualquier edificio público, con un grupito de seguratas charlando mientras tus cosas van pasando por el escáner. Como no llevaba nada fuera de lo normal ni mínimamente sospechoso, pasar seguridad fue engorroso, porque el invierno le hace a uno llevar una serie de complementos que en verano no son necesarios, pero sencillo.

Tras una nueva puerta giratoria y unos cuantos pasillos, se llega a la antesala de la sala de vistas, donde uno se sienta en un banco, al lado de donde se supone que va a ser recibido, y puede ver el paisanaje que se reúne allí, que no tiene desperdicio. Pero, como se hace tarde, la descripción del paisanaje y de la propia sala y sus ocupantes quedará para la siguiente entrada, o para una de las siguientes, ya veré qué hago.

domingo, 23 de febrero de 2025

Cuestión de ego (y II)

 (viene de aquí)

Conseguí una ventaja microscópica después de las primeras jugadas, pero, más que la ventaja, que no existía prácticamente, lo importante era el tipo de posición. Yo estaba a gusto en ella, royendo el peón aislado de las negras en una lucha maniobrera lenta y de largo plazo; Armán Petrosián, un jugador que se consideraba agresivo, como ya vimos, no se quiso defender pasivamente, que era una de las posibilidades, sino que decidió el plan correcto, que era atacar al rey blanco, y allá que lanzó su artillería.

En los últimos años, yo me había convertido en un pésimo defensor y en un táctico muy dudoso, pero en esta ocasión hice algo que se veía pocas veces en mis partidas, que fue tender una trampa. Hice un movimiento aparentemente de retroceso, provocando lo que parecía un sacrificio ganador, pero que en realidad llevaba a una situación ventajosa para las blancas.

Armán Petrosián cayó en la trampa con todo el equipo. De repente, no sólo no había ataque de las negras, sino que las blancas, que hasta entonces parecían enfrascadas en un tedioso juego posicional y maniobrero, habían pasado al ataque a degüello contra el rey negro. Armán Petrosián perdió una pieza. Tras un golpe desesperado que era un error garrafal, perdió más material y abandonó al ver la jugada ganadora de las blancas.

Me dio la mano, yo paré el reloj y lo normal hubiera sido, como se hace en general, felicitar al adversario con un "bien jugado", en el idioma que fuera. Porque, además, sí, las blancas habían jugado bien. Tan bien, que después, ya en casa, cuando vi la partida con el módulo de análisis, resultó que había jugado prácticamente en todos los casos la jugada recomendada por la máquina.

Armán Petrosián, en cambio, se me dirigió en inglés y me dijo:

- Tenía que haber ganado yo. Con esta jugada (y movió una pieza sobre el tablero), no tenías más remedio que jugar esto (y movió otra pieza) y entonces este caballo es muy fuerte y las negras están mejor.

El cabreo que llevaba Armán Petrosián pugnaba por salir de su corpachón, y sólo con pena y trabajo lograba mi ya ex-contrincante mantenerlo encerrado hasta cierto punto. Yo miré la posición, sin muchas ganas de discutir con alguien que se había dejado la objetividad en casa. Movimos un par de piezas más susurrando alguna palabra e intentando no molestar a los que jugaban a nuestro lado.

- ¿Quieres que veamos la partida en la sala de al lado? - le ofrecí a Armán Petrosián.

- No - dijo Armán Petrosián, negando con la cabeza vigorosamente y levantándose de la silla. Acto seguido, abandonó la sala y ya no se le volvió a ver en toda la tarde. Aturdidos por el estrepitoso fracaso de su primer tablero, y obligados a arriesgar para remontar en el marcador, sus compañeros fueron cayendo uno tras otro, incluso los que estaban claramente mejor, de modo que les ganamos por 4:0.

En casa, al revisar la partida, quedó claro que la continuación que Armán Petrosián mencionó, y que supuestamente le daba ventaja, era muy fácil de contrarrestar con una bonita combinación muy sencilla de ver, tanto más cuanto que me quedaba más de media hora de tiempo de reflexión, y que dejaba a Armán Petrosián completamente perdido. No sé si él revisó la partida en su casa, al menos para tratar de corregir sus errores y aprender de ellos, pero la impresión que tengo es que no lo hizo. Y es lástima, porque sería mucho mejor jugador si, además del ego que evidentemente le caracterizaba, tuviera la humildad de reconocer que la culpa de la derrota es exclusivamente suya.

Y es que está visto que, lo que el ego te da, el ego te quita. Saber combinarlo con la capacidad de aprender de los errores sólo está al alcance de los muy grandes, que, evidentemente, no somos ninguno de los dos.

miércoles, 19 de febrero de 2025

La huelga y Arizona

Efectivamente, el jueves pasado hubo manifestaciones y una huelga. Yo diría que tuvieron éxito en una cosa, que fue en movilizar al sector del transporte, y un fracaso en todas las demás. Claro, si concentras tu caja de resistencia en el sector del transporte, consigues que no haya aviones, autobuses y trenes, con lo cual mucha gente que no quería hacer huelga y cuyos puestos de trabajo no son compatibles con el teletrabajo no tuvo más remedio que quedarse en casa. Por poner un ejemplo, la pobre señora que viene una vez por semana a limpiar a casa, que vive lejos y que me tuvo que avisar de que, muy a su pesar, no veía manera de alcanzar su puesto de trabajo. La prueba de que la huelga no contó con el apoyo del público en general fue que el tránsito fue como de costumbre y que la ausencia de autobuses quedó más que compensada con una afluencia mayor de automóviles.

Total, que los empleados del sector del transporte, que ya digo que estoy convencido de que tienen una buena caja de resistencia, forzaron a la huelga a los trabajadores más pobres, porque los que tienen más posibles sacaron su coche del garaje y se dirigieron tal cual a sus puestos de trabajo.

La siguiente huelga general está convocada, según me acabo de enterar hoy, para el 31 de marzo, convocada por el sindicato cristiano (CSC) y socialista (FGTB). Bueno, la iniciativa ha sido del sindicato socialista, y eso que en el nuevo gobierno belga hay dos ministros socialistas (eso sí, flamencos); se ha adherido el sindicato cristiano, o así se hace llamar, a pesar de que en el gobierno están los dos partidos políticos que en su día fueron la sedicente democracia cristiana. Por lo visto, las medidas que anuncia el gobierno son una declaración de guerra contra el mundo del trabajo, así que va a haber una lucha que durará toda la legislatura.

Al gobierno belga se le llama "Arizona", porque la bandera de Arizona (para mi gusto, bien fea) tiene los cuatro colores de los partidos que forman la coalición: el azul de los liberales del Movimiento Reformador, el rojo de los socialistas flamencos, el naranja de los antiguos socialcristianos, tanto flamencos como valones, y -novedad- el amarillo de la Alianza Neoflamenca. El acuerdo de gobierno tiene nada menos que doscientas páginas, con lo que no es extraño que les haya costado concluirlo, y tiene recortes, sí. No son la famosa motosierra, sino, todo lo más, un cortaúñas, pero se ve que los sindicatos no son partidarios.

 Los acuerdos de gobierno, entre muchas cosas más, pretenden limitar el subsidio de desempleo, para que no salga más rentable cobrarlo que trabajar. El objetivo consiste en que el que trabaje cobre 500 euros más que el que perciba el subsidio. También quieren recortar las pensiones, porque dicen que el sistema es inviable (tengamos las orejas muy abiertas en España), así que quieren que los empleados de la compañía de ferrocarril y los militares se terminen por jubilar a los 67 años, como todo el mundo. No, no hay muchas más reformas, no vayamos a creer, tampoco van a enviar a la miseria a nadie. Siguiendo la moda actual, van a ponerse algo más serios con la inmigración y el asilo político. El resto de las medidas, francamente, me parece que tienen mucho de blablablá y poco de chicha (otro día escribiré sobre la justicia belga y las medidas, o así, del gobierno en esta materia). Hay una cosa que últimamente es de actualidad en España, y es la tributación del salario mínimo, que en Bélgica es bastante más elevado que el español y se acerca a dos mil euros. Bueno, pues es salario mínimo en Bélgica será igual al salario neto, lo cual debe significar que no sufrirá retenciones y, entiendo yo, no pagará impuesto sobre la renta.

Total, que el mes que viene tendremos huelga de nuevo. Iba a ser todos los trece de cada mes, pero, como alguien ha apuntado muy astutamente, el 13 de marzo es jueves y el viernes toca volver al tajo, mientras que el 31 de marzo es lunes.

No hay color. Ni tiempo que perder para convocarla, no vaya a hacerse tarde.

jueves, 13 de febrero de 2025

Cuestión de ego (I)

(viene de aquí)

Armán Petrosián era, y es, un bigardo enorme con algo de sobrepeso, cercano a la treintena y, como todos los armenios, moreno y vestido de negro de arriba a abajo. Éste, además, usaba barba corta y gafas de pasta.

La primera vez que me encontré con él fue en un torneo individual, por aquí cerca. Por lo visto era armenio de segunda generación, porque hablaba flamenco con otros participantes en el torneo que lo tiene como lengua materna, así que supongo que los armenios eran sus padres, por lo menos, y que él estaba razonablemente integrado. Digo que supongo porque los ajedrecistas raramente hablamos entre nosotros de otra cosa que no sea ajedrez, y debido a esto solemos ignorar casi todo de nuestros contrincantes, excepto las aperturas que juegan, que eso sí que nos interesa. Todo esto tiene sus ventajas, que quede claro, porque nunca, y nunca es nunca, se habla de política ni de religión, lo cual lleva a que puedas tener cierta amistad con personas con las que, en otros ámbitos, no irías ni a comprar el pan a la tienda de la esquina, pero que han jugado el verano pasado un torneo en un sitio muy chulo y tú podrías estar interesado en hacer lo propio. Sea como fuere, la vida personal de los ajedrecistas no suele aparecer en nuestras conversaciones; muchas veces, eso es una señal de que esa vida personal no existe en absoluto; en otros, porque es mejor no tratar la cuestión, pudiendo hablar de asuntos relacionados con el ajedrez.

Después del éxito de la serie "Gambito de Dama", creo que ya todo el mundo sabe que la liturgia al comenzar la partida consiste en sentarse uno frente al otro y darse la mano, y ahora ya varía según los países. En España se desea suerte, lo cual me parece de lo más hipócrita, porque, en realidad, estás deseando lo contrario; en Bélgica y en otros países del centro de Europa, lo que se desea es "buena partida", y esto es un deseo probablemente sincero, porque sí queremos que la partida tenga los menores errores posibles y sea de la mayor calidad (siempre que ganemos), aunque, desde luego, preferimos que sea el rival el que cometa la metedura de pata definitiva. En realidad, a este nivel, las partidas no son demasiado buenas, así que se aplica el dicho de un maestro de la primera mitad del siglo XX, Tartakower, que decía con mucha sorna que "en ajedrez, gana el que comete el penúltimo error". El último es el que te lleva a abandonar.

Cuando uno se ha dado la mano, el jugador que lleva las negras, que en este caso era yo, pone en marcha el reloj, y el tiempo del jugador de las blancas empieza a correr hasta que juega y pulsa el botón a su vez. Así paso en mi partida de 2021, recién salidos de la pandemia, contra Armán Petrosián. En aquel entonces, digamos que mi mente estaba a otras cosas, a causa de distintos avatares que estaban sucediendo; por otra parte, ajedrecísticamente, los años de pausa habían hecho mella y mi repertorio de aperturas era superado con cierta facilidad por jugadores con un ELO bastante inferior al mío.

Armán Petrosián obtuvo algo de ventaja en la apertura, pero logré equilibrar con cierta facilidad tras terminar la misma. Sin embargo, poco después cometí un error bastante grave que terminó, primero en perder material, y luego toda la partida.

Casi nunca se llega al jaque mate. Cuando uno se ve perdido, y en 2021 me pasó demasiadas veces (siempre son demasiadas), lo que se hace es parar el reloj y ofrecer la mano al contrincante, que la acepta. En España, es normal decir "enhorabuena", y el Bélgica, según casos "goed gespelt" o "bien joué", según el idioma de cada uno. Así lo hice, de mala gana, pero es mejor dejar la mala gana en el interior de uno y sonreír al contrario. El jugador que ha ganado tiene que estar contento, claro.

Armán Petrosian aceptó la mano, nos levantamos y yo iba a proponer ver la partida en la sala de análisis, cosa que en el mundillo se conoce gráficamente como post mortem. Así hago siempre que pierdo y también cuando gano, si deduzco que el contrincante está por la tarea, cosa que no es simple y se produce en un momento delicado. Pero Armán Petrosián no me dio tiempo a proponer nada, sino que tomó la palabra y dijo, en voz alta, perfectamente audible para toda la sala, y en un inglés probablemente algo mejorable:

- You play too passive! You have to play more active! If not, you lose!

Eso me hizo torcer el gesto, pero sólo en sentido figurado, porque en estas condiciones uno tiene que obligarse a saber perder, incluso cuando el oponente no sabe ganar. También me repatea que me hablen en inglés, idioma que hasta entonces no había utilizado, como si por el hecho de ser extranjero estuviera obligado a conocerlo y a ignorar todas las demás lenguas. Aun ofrecí revisar la partida, no recuerdo en qué idioma, pero mi contrincante dijo que tenía que tomar un tren y se fue.

Durante los siguientes años me lo fui encontrando aquí o allá y siempre nos saludamos con una inclinación de cabeza, antes o después de meternos en nuestras respectivas partidas, pero no habíamos vuelto a enfrentarnos. Hasta el mes pasado, esta vez en el encuentro por equipos.

El equipo de Armán Petrosián estaba en una situación aún más problemática que la nuestra, que ya de por sí era crítica, así que vinieron con toda la artillería que pudieron encontrar. El propio Armán ocupaba el primer tablero y tenían una media de cien puntos ELO superior a la nuestra. Era evidente que habían subrayado con purpurina esa fecha y ese encuentro en el calendario y que habían indicado a sus mejores jugadores que era ahí donde tenían que empezar la remontada en la clasificación. Entraron en la sala con seguridad, su capitán comunicó la alineación al nuestro y fueron ocupando sus asientos. Armán se sentó frente a mí.

- Dag! - dije yo.

- Oh! Spreek je in het Nederlands? (¿Hablas neerlandés?)

Seguimos hablando en holandés un ratito, pero mejor traduzco la conversación al castellano.

- Creo que ya jugamos una vez, ¿no? - dijo.

- Sí, sí, ganaste bien.

- Sí, fue una apertura interesante, pero luego cometiste un error y ya no hubo nada que hacer para salvar tu posición.

Eso forma parte de la lucha psicológica anterior a la partida, vale, pero no sé si es de muy buen gusto hacerlo. Yo no lo hago nunca, pero alguien que tiene mucho ego, y ése parecía el caso de Armán Petrosián, quizá tenga necesidad de inflarlo un poco más antes de empezar.

En los tres años y medio que habían pasado desde nuestro encuentro, algunos de los problemas que me acechaban entonces habían encontrado una solución y, en el terreno específicamente del juego, mi repertorio de aperturas era cada vez más estrecho, pero también más profundo, es decir, jugaba menos cosas, pero las conocía mejor y daba prioridad a llevar al contrario a mi terreno, aunque no fuera a sacar ventaja.

Esta vez yo llevaba las blancas. Nos dimos la mano, como también hicieron los restantes participantes de nuestros equipos, y Armán Petrosián puso en marcha mi reloj. Todas las partidas comenzaron a la vez. Las primera diez jugadas las hicimos con rapidez. En la undécima, Armán se puso a pensar y realizó una jugada que yo sabía que no era mala, pero tampoco la mejor.

(continuará)

domingo, 9 de febrero de 2025

¡Tenemos gobierno!

No sé si es la primera vez que un independentista preside el gobierno del país del que su región se quiere independizar, pero me cuesta creer que haya habido algún caso anterior. Bélgica, como en otras ocasiones, es pionera también en esto, y he aquí que tenemos como primer ministro a Bart de Wever, que es el señor de la foto y que sólo ha tardado siete meses en formar gobierno. Con esto, ha mejorado los logros de intentos anteriores, que consiguieron que Bélgica estuviera varios años con gobernantes en funciones, que, por esto mismo, no tomaban ninguna decisión mínimamente comprometida.

Porque es verdad que mucha gente, básicamente anarquistas y libertarios, se regocija cuando no hay gobierno y ve que no pasa nada, como una prueba de que sus postulados políticos son adecuados y de que el gobierno es algo irrelevante, cuya existencia es mejor reducir, a la nada si se puede. Yo, bien lo sabe Dios, no tengo ni pizca de simpatía por los estados metomentodo que regulan todos los aspectos de la vida de la gente, pero una cosa es regular hasta la granulación del papel higiénico o los milímetros que es admisible meterse el dedo en la nariz, y otra es desentenderse de los problemas reales.

Problemas reales es lo que está pasando en Bruselas, por donde a uno, a la que tenga mala suerte, le pueden pillar en medio de un tiroteo. Que sí, que dicen que eso no va con la población general y que son ajustes de cuentas de bandas de traficantes de drogas, pero, caray, que alguien debería tomar cartas en el asunto, que primero fueron los terroristas islámicos, ahora los traficantes de drogas, y yo pensaba, a juzgar por las sirenas que suenan a diario por doquier, que Bruselas está trufada de patrullas de policía que más parecen los hombres de Harrelson que otra cosa. Eso sí, bilingües. Eso es lo que pasa cuando te pasas meses, o años, con gobiernos en funciones: que nadie se moja, porque, total, pasado mañana llega alguien que será quien se coma los marrones.

El nuevo gobierno no va a decretar la independencia de Flandes porque todo tiene su tiempo, pero sí que ha esbozado algunas medidas. No olvidemos que, además de la Alianza Neoflamenca del primer ministro, en el gobierno están los liberales francófonos (MR), los Comprometidos y sus hermanos flamencos del CD&V, así como los socialistas flamencos (los francófonos no). Bart de Wever no es Trump, ni mucho menos, pero no deja de ser alguien de tendencias liberales, así que ha insinuado que va a haber reformas y que eso del déficit publico, como que no. De momento, quiere controlar la inmigración y poner orden en las cuentas públicas, es decir, recortar gastos.

Inmediatamente, el sindicalismo de todos los colores y los partidos de izquierda (menos el que tiene en el gobierno, supongo) le han saltado a la yugular. Todos los días trece de cada mes va a haber manifestaciones, comenzado por el jueves que viene, y hay huelgas previstas, sin que hasta ahora haya ninguna fecha específicamente indicada.

Seguiremos informando el jueves, que se prevé caliente. Entretanto, se hace tarde, y yo llevo un par de semanas de gira europea, así que voy a hacer la maleta, que mañana me voy. Pero el jueves estaré de vuelta, claro que sí. Yo eso no me lo pierdo.

lunes, 3 de febrero de 2025

Una nueva etiqueta

Revisando entradas anteriores de esta bitácora, me di cuenta de que había una omisión imperdonable. Bueno, seguro que hay más de una, pero soy un hombre y sólo puedo ocuparme de una cosa a la vez, así que vamos a empezar por el hecho de que, en la nube de etiquetas que clasifican las entradas, no había ninguna dedicada al ajedrez. Naturalmente, he procedido a corregir el error antes de que fuera demasiado tarde. Como los lectores saben, la palabra "tarde" aparece con frecuencia en las entradas, como señal de que aquí se teme a Dios, desde luego, pero también se respeta mucho a Cronos.

El caso es que de ajedrez he escrito con cierta frecuencia, y eso que en 2006, año en que comenzó esta bitácora, yo me encontraba prácticamente retirado de la competición, aunque con cierta nostalgia de la misma. Mi mejor momento deportivo había llegado en 1997, año en que salí bastante bien parado de un torneo internacional cerrado en Moscú y superaba con cierta holgura los 2200 puntos de ELO, camino de pensar en un título internacional, que se consiguen a partir de 2300 puntos. Sin embargo, un matrimonio y tres hijos vinieron a poner punto y final a mi progresión. Como dice un compañero de mi actual equipo, pierdes cien puntos ELO por cada hijo, cosa que en mi caso se ha cumplido con precisión casi matemática.

En ajedrez hay dos cosas interesantes. Hay más, seguramente, pero hay dos que destacan. La primera es el juego en sí, en el cual la suerte no tiene mucho espacio, por lo cual el único culpable de las derrotas es el jugador mismo. Las excusas y los intentos de echarle la culpa a otro no son convincentes en absoluto y despiertan más bien el desprecio de quienes la escuchan. Es más, si los jugadores de ajedrez aplicáramos en el resto de nuestra vida este mismo principio de que tú eres responsable de tus males y que no debes ir por ahí buscando culpables, probablemente nos iría mucho mejor. Yo ya lo intento todo lo que puedo, pero claro, somos seres imperfectos.

La segunda cosa interesante es el mundillo, es decir, la fauna que rodea al ajedrez. Yo he jugado al ajedrez hasta ahora en cuatro países, de los que he estado federado en tres (en Rusia, mis experiencias ajedrecísticas han sido pocas, pero intensas, y no las he escrito todas todavía), y la verdad es que humanamente es muy formativo, porque, en general, hay de todo, menos mujeres. Vale, esto último no es totalmente verdad, porque sí que hay algunas mujeres, pero son poquísimas y hay que reconocerles el mérito a las pocas que hay, ya que no debe ser fácil estar en un entorno tan masculino, aunque me consta que se las trata de manera exquisita.

Para ser ajedrecista de élite ayuda mucho tener una autopercepción muy favorable de uno mismo. Vamos, lo que llamamos un ego insoportable. No le da a uno más talento, vale, pero sí le hace a uno luchar hasta la extenuación por no perder, y eso son puntos. No es extraño que, entre los jugadores de primerísimo nivel, haya algunos con un carácter manifiestamente mejorable, como el famoso Kaspárov, y que los que son evidentemente buenísimas personas (me vienen a la cabeza casos como los de Anand o de Svidler) ganarían -todavía- mucho más si tuvieran ese ego propio de un argentino.

Yo, qué le vamos a hacer, no tengo suficiente ego, lo cual me cuesta por lo menos cien puntos de ELO. No me gusta nada perder y, cuando sucede, siempre con demasiada frecuencia, tengo que esforzarme para mantener una sonrisa, felicitar al contrario e incluso ofrecerle el "post-mortem", que consiste en reproducir la partida juntos en una sala aparte y analizar por encima qué estaba pasando por la cabeza del otro. Si el contrincante es un tipo educado y deportivo (yo se supone que ya vengo así de fábrica), este post-mortem suele ser un momento razonablemente agradable, incluso si has perdido. Si el contrincante, en cambio, tiene el ego hinchado, se limitará a hablar de sí mismo y de lo bien que ha jugado, con independencia del resultado, es decir, también si ha perdido, y el post-mortem perderá interés.

Para no quedarnos en términos abstractos, y porque ahora estoy federado en Bélgica y me encuentro enrolado en un club con el que participo en la liga belga, vamos a ver un ejemplo más concreto.

El ajedrez en Bélgica, como casi cualquier cosa, es un deporte con un número muy alto de practicantes extranjeros o al menos de origen extranjero. En mi club, que es un poco especial, apenas hay un solo belga, pero uno ve los emparejamientos y resultados de la liga belga y las alineaciones de casi todos los equipos están trufadas de apellidos claramente extranjeros.

Así las cosas, antes de la sexta jornada, uno de nuestros equipos, el tercero, estaba en peligro serio de descender de categoría y le tocaba enfrentarse contra un rival directo por la permanencia. Normalmente juego en un equipo superior, pero el capitán me propuso jugar en el primer tablero del tercer equipo y uno, que se tiene por un jugador de equipo, aceptó. En general, casi en cualquier división el primer tablero es siempre un tipo duro de roer, de modo que se podía esperar una partida en la que yo no fuera el favorito.

- En las anteriores rondas, en el primer tablero de nuestros contrarios ha jugado Armán Petrosián - me dijo el capitán.

- Oh, oh... - respondí.

Yo ya conocía a Armán Petrosián (que, como de costumbre en esta bitácora, no es su verdadero nombre). Pero, como esta entrada se está haciendo larga y no es cosa de abusar de la paciencia del lector (por no hablar de que se está haciendo tarde), vamos a dejar la presentación de Armán Petrosián y de mi encuentro con él para una entrada que escribiré más adelante.

miércoles, 29 de enero de 2025

Celebraciones

 

El 25 de enero de este año la Hermandad del Rocío de Bruselas celebraba el vigésimo quinto aniversario de su reconocimiento como hermandad filial de la de Almonte. Para tal efecto, consiguió que ese día el Manneken Pis vistiera de rociero, que es como aparece en la foto.

No es la primera vez. De hecho, esta bitácora ya se hizo eco de la primera, en la que se tuvo que confeccionar el traje de acuerdo con las precisas instrucciones que dio la Asociación de Amigos del Manneken Pis. En aquel entonces, hace cinco años, no lo sabíamos, pero estábamos a punto de entrar en la pandemia, y la Hermandad del Rocío de Bruselas acababa de cumplir veinte años de existencia; entretanto, ya va por los veinticinco, así que ha logrado convencer a la citada Asociación de Amigos del Manneken Pis, con quienes evidentemente conserva una buena relación, para que accedieran a desempolvar el trajecito que se cosió entonces y vestir con él a la emblemática estatua. Creo recordar que entonces también había un sombrero andaluz, que esta vez no se utilizó.

En estos cinco años ha llovido mucho. En Bélgica desde luego, porque llueve mucho incluso cada día. Ha llovido mucho incluso en Valencia, y no digamos a finales de octubre del año pasado. Ha llovido tanto que releo la entrada de hace cinco años y no puedo menos que sonreír al descubrir cosas que eran ciertas entonces y ya han dejado de serlo. Estremece pensar que unas pocas semanas después de aquel día íbamos a estar confinados y en plena confusión, con las iglesias cerradas, todo el mundo en teletrabajo, y la susodicha Hermandad del Rocío poco menos que en colapso, reducidas las filas a unas pocas decenas de hermanos desperdigados y sin lugar de reunión. Cinco años después, la Hermandad está en un momento de auge, cosa que se pudo ver en la Eucaristía que tuvo lugar nada menos que en el Sablon y en la comida posterior. Hay más gente, la media de edad se ha reducido enormemente y la pandemia obligó a hacer cosas como rezar rosarios (que es una obligación de toda entidad mariana) a través de una aplicación en línea. Esto último ha dado un resultado inesperado, por lo bueno, que es poner en contacto semanal a los hermanos residentes en Bruselas y a quienes han ido abandonando esta ciudad tan lluviosa, pero no se han dado de baja y siguen participando en lo que buenamente pueden e incluso asoman por aquí de vez en cuando.

En resumidas cuentas, sólo queda desear a la Hermandad que, igual que celebró en su momento su vigésimo aniversario y hace unos días su vigésimo quinto, conserve y aumente su fuerza para llegar, no ya al trigésimo, sino al medio siglo y más allá, aunque al que escribe estas líneas, por pura razón de edad, se le haga tarde para verlo.

lunes, 27 de enero de 2025

El ludópata

 

A estas alturas supongo que habrá gente que no recuerde al personaje de la foto, el conocido cacique de la provincia de Castellón, Carlos Fabra, último heredero hasta ahora de una dinastía que comenzó Victorino Fabra, alias el agüelo Pantorrilles, un sujeto bastante aborrecible que organizó una contraguerrilla liberal durante la Primera Guerra Carlista y que obtuvo como recompensa de los vencedores un poder omnímodo en la provincia de Castellón (eso para los que dicen que la democracia y la libertad comenzaron en España en 1812 o en 1833, que alguno hay).

El caso es que Carlos Fabra ha sido siempre un jugador aventajado de la lotería. Ni se sabe las veces que ha ganado y ha obtenido infinidad de boletos premiados. Las malas lenguas dicen que era su forma de blanquear los ingresos en efectivo que tenía de sus labores de intermediación de todo cuño y, en todo caso, no demasiado confesables, pero también podemos argüir, por qué no, que jugaba a la lotería con tanto énfasis y gastaba en ella tales sumas de dinero que forzosamente alguno le tenía que salir premiado. En lugar de ser un corrupto, que es la opinión seguramente infundada que se tiene sobre él, bien podríamos decir que se trata de un enfermo, un ludópata que no puede controlar los impulsos que tiene de jugar compulsivamente. No es de extrañar que las ganancias que obtenga, que nunca serán mayores, por pura probabilidad matemática, que las cantidades que ha perdido, tenga que sacarlas para seguir jugando, en una vorágine adictiva que a saber hasta dónde puede llegar.

Recuerdo este caso porque es bastante similar al que tiene como protagonista a nuestro Didier Reynders, que parece que se encuentra en una situación similar a la de Carlos Fabra, es decir, que hay dos hipótesis: o es un ludópata de campeonato, o debería explicar de dónde saca el efectivo con el que adquiere la lotería.

Según la prensa, parece que el propio Reynders ha declarado a la policía, entiendo que muy compungido, que es un ludópata y que no se puede resistir a gastarse dos o tres mil euros, que yo al menos no los gano todos los fines de semana, comprando boletos de lotería en una gasolinera cerca de su casa. Ha sido identificado por una empleada de la gasolinera, cosa normal, porque verte a un ministro (o a quien sea) dejándose tres mil euros en efectivo día sí, día también, es cosa que uno recuerda con facilidad. Pobrecillo, podríamos pensar.

Luego vienen las dudas que le entran a uno. No sé muy bien cómo están las cosas en España, supongo que más o menos igual que aquí, pero sacar dinero en efectivo en Bélgica ya no es lo que era. Hubo un tiempo, pongamos que hablo de los inciertos momentos que siguieron al inicio de la pandemia, en que me puse a sacar efectivo para tener una reserva en caso, yo qué sé, de que los sistemas de pago se cayeran y tuviera que comprar urgentemente cosas de primera necesidad como papel higiénico. Ahí me topé con el límite semanal de mil doscientos euros y con el límite diario de seiscientos. Para un ludópata redomado como Reynders, que se gastaba bastante más en sus vicios, eso no pasa de calderilla, así que entiendo que de algún sitio tuvo que haber sacado el remanente, a no ser, claro, que estuviera sacando pasta todas las semanas durante años, pero conteniéndose y sin jugar un euro, para luego sucumbir de golpe a la tentación y jugar insaciablemente todo el dinero en efectivo que se había procurado.

También está que uno puede ser un ludópata y pagar los billetes de lotería con tarjeta, e incluso diría que es así como lo hace la mayoría de los que juegan comprando sus cosas en las gasolineras o donde sea. No tengo ni idea, porque yo soy totalmente contrario al juego y a las apuestas, y mucho más a la lotería nacional, ejemplo de libro de Estado estafando miserablemente a los ciudadanos, pero no veo la necesidad de sacar la billetera y los billetes para jugar.

Otra duda razonable consiste en que Reynders, más que retirar dinero en efectivo de sus cuentas, lo que ha estado haciendo es lo contrario, es decir, hacer ingresos en efectivo de cantidades bastante importantes que hubiera podido utilizar en jugar a la lotería, ya puesto. Pero no, él ha preferido ingresarlas en sus cuentas bancarias.

Una duda ulterior consiste en la naturaleza de la lotería en Bélgica. En España, la verdad sea dicha, comprar billetes de lotería para blanquear dinero esperando obtener un premio no parece nada inteligente, porque la tasa de ganancia es bastante despreciable, pero parece que en Bélgica la tasa de ganancia es del 60% de media y, para algunos juegos, incluso del 78%. Vamos, que si juegas cien mil euros, pongamos por caso, vas a perder entre veintidós mil y cuarenta mil, pero te quedas con entre sesenta y setenta y ocho mil perfecta y legalmente ingresados en tus cuentas. Es un sistema burdo y fastidioso de blanquear, vale, pero es más rápido que irse de restaurantes todos los días o comprar en el super y pagar sistemáticamente en efectivo. Y hay gente que tiene prisa.

Y otra, como yo mismo, a quienes sistemáticamente se nos hace tarde. Tiene que haber de todo,  ¿no?