Uno de estos días mis pasos pecadores me llevaron a la capital de las Españas, la villa de Madrid, donde tenía que resolver un trámite administrativo que duró cosa de un cuarto de hora, pero que me tuvo todo el santo día por allí. Como el lugar donde tenía que acudir estaba enfrente del parque del Retiro y llegué con tres cuartos de hora de antelación a la cita que tenía, decidí matar esos tres cuartos de hora visitando el parque, que es una cosa que, desgraciadamente, apenas he hecho cuando he tenido oportunidad en mis estancias en Madrid. El parque, y más en primavera, es una preciosidad y merece un paseo como el que le di, y aun uno mucho mayor.
El paseo de las Estatuas, que en realidad recibe el nombre de paseo de la Argentina, en esa manía que tenemos los españoles de celebrar las naciones secesionistas, es uno de los lugares más curiosos del parque. Catorce estatuas se alinean a sus lados, siete a cada uno, así que me puse a curiosear quiénes eran los próceres cuya memoria se honraba en dichos monumentos.
Ya el primero que vi, el rey visigodo Gundemaro, me pareció inquietante, pero seguí adelante. El siguiente era Carlos I, indudablemente uno de los reyes más destacados que ha tenido España, que tiene estatuas en muchos sitios, en España y fuera de ella, lo cual no tenía, pues, nada de particular. Luego vino Carlos II, también rey de España durante bastante tiempo, que, aunque ha sido sistemáticamente denigrado desde la llegada de la dinastía borbónica, está siendo objeto de una revisión en profundidad que pone su reinado bajo una luz mucho más positiva. Y luego vino Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y rey consorte de Aragón, quien también merece indudablemente su pedestal.
El siguiente es el de la foto y me dejó tan de piedra como él mismo. Nada menos que Chintila, rey visigodo durante un par de años. Uno se pregunta sobre los méritos de Chintila para que su estatua acompañe a las de los pesos pesados de la historia de España, hasta que se pone a observar la cosa con un poco más de atención.
Chintila, lo que es él, no parece que hiciera mucho a lo largo de su reinado, como no fuera convocar un par de concilios en Toledo para intentar consolidarse en el trono y establecer algo parecido a una dinastía. En efecto, su hijo Tulga le sucedió, pero por poco tiempo, porque poco más de dos años después fue depuesto por Chindasvinto, un señor de casi ochenta años. Y, en el siglo VII, ochenta años eran mucho más que ahora.
De Chintila se sabe poco. San Isidoro había concluido la crónica de los visigodos con el reinado de Suintila, unos diez años antes; de lo que pasó después se saben bastantes menos cosas. Si el que decidió poner estatuas en el Retiro quería poner algún rey visigodo, lo cual es un deseo como cualquier otro y debe ser respetado, uno se pregunta por qué eligió precisamente a Chintila (bueno, y a Gundemaro, otra elección difícil de explicar), habiendo reyes como Leovigildo, Recaredo, Ataulfo mismo, o Rodrigo, que son bastante más famosos. Es que, para haber oído hablar de Chintila, hay que saberse la lista de los reyes godos, y me da a mí que, en el siglo XXI, no sólo no se enseña en los colegios, sino que los que nos la hemos aprendido por nuestra cuenta somos objeto de burlas despiadadas. Chintila no es ni bueno ni malo; simplemente es desconocido.
Pero el tío va y tiene una estatua en Madrid.
Luego uno se pone a indagar y averigua que la estatua no se hizo para estar en el Retiro, sino que ha terminado ahí un poco de carambola. Trece de las catorce estatuas (lo de la decimocuarta es otra historia, producto de las ideologías al uso actual) provienen de la colección de ciento catorce estatuas que iban a decorar el Palacio Real y que, tras ser esculpidas, finalmente no fueron instaladas allí, sino desmontadas y guardadas en un almacén, hasta que en el siglo XIX se sacaron para ponerlas, al parecer sin mucho orden ni concierto, unas en un sitio, otras en otro, e incluso algunas más en otras ciudades de España. Esas ciento catorce estatuas representaban otros tantos monarcas españoles, desde los visigodos hasta Fernando VI, y algún otro personaje. Por alguna razón, Carlos III les tomó manía e hizo que las retirasen y hasta que borrasen la inscripción con los nombres, lo cual posiblemente es la causa de que otro rey, Sancho el Bravo, tenga, no una, sino dos estatuas a su nombre en ese mismo paseo.
A Chintila le tocó el parque del Retiro como le podía haber tocado cualquier otro lugar. Pero ya han pasado los tres cuartos de hora y tengo que acudir a la cita, no se me vaya a hacer tarde.
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