miércoles, 25 de junio de 2008

Gente servicial

En el parabrisas de tu coche, en Moscú, no es demasiado frecuente que aparezca propaganda. Al menos, es menos frecuente que en España; pero, cuando aparece, no son normalmente ofertas de supermercados, sino que suele ser algo original, como el papelito que, escaneado en parte, ilustra la presente entrada.

Se trata de un servicio de chóferes para gente que ha salido de su casa en coche y que, sin tenerlo previsto, por esas vueltas que da la vida, pilla una mondonga de agarra y no te menees y, a la hora de tomar el coche y volver a casa, va más ciego que una patata. Y eso es malo, además del riesgo inherente a conducir con una botella de más, porque la milicia es mucho menos tolerante con la bebida que la indulgente sociedad rusa y, a la que sospeche que un conductor va beodo al volante, buscará redondear sus ingresos deteniéndolo y haciéndolo víctima de todo tipo de perrerías. La perrería más frecuente consiste en ponerle ante la alternativa de dejarle sin un clavo (los clavos se los quedan ellos) o aplicar la legislación vigente y detener al conductor bebido, al que le puede esperar una temporadita entre rejas. Tanto los milicianos como el infractor prefieren la primera alternativa.

Si uno no quiere malos encuentros con la milicia (y buenos no los hay), lo suyo es dejar el coche allá donde esté y volver a casa como Dios le dé a entender. El problema es que los coches no vuelven solos a casa y que el bebedor desprevenido puede no recordar al día siguiente nada de lo que había ocurrido la víspera, incluyendo el lugar donde se quedó su coche. Y, claro, no es plan.

Menos mal que, para estas situaciones embarazosas, tenemos al señor Pugach, conductor que asegura tener experiencia en las compañías de taxis neoyorquinas, que es el individuo barbudo de la foto y que ha hecho voto de sobriedad para, a cambio de cien euros por hora, al cambio, acercarse a donde estuviere aparcado el automóvil del bebedor improvisado y conducirlo a donde pueda dormir la mona. Cien euros es una cantidad muy inferior a la que puede extors... digooooo, multar un miliciano concienzudo, así que es de suponer que al señor Pugach no le faltarán clientes, porque, en Moscú, ¿quién no se ha visto en la situación de, inopinadamente, encontrarse ante la necesidad de echar un inofensivo traguillo? ¿Y, trasegado el primero e inocente trago, a quién no se le ha planteado la conveniencia de acompañarlo con otro, ya menos inocente? Y, bien, una cosa lleva a otra y uno puede verse de repente despertándose en el sofá de su casa con una nota en el pecho, de puño y letra del señor Pugach, que le indique dónde está aparcado su coche y en que cajón ha dejado las llaves.

Al menos, así es como me imagino el funcionamiento del invento. Si alguno lo habéis usado y no es así, decídmelo (y no hace falta que pongáis un comentario, salvo que hayáis perdido el pudor...)

1 comentario:

Esther Hhhh dijo...

Oye, Alfito, pues la idea es muy buena, vaya, además de prudente... Estoy segura de que incluso aquí en España podría funcionar muy bien.

Besitos