lunes, 9 de junio de 2008

Hoteles (II): Recuerdos del Cosmos

En 1994, yo todavía era un jugador de ajedrez aceptable. En el Cosmos estaban teniendo lugar las Olimpiadas de ajedrez. Creo recordar que tenían que haber sido en Beirut, pero por allí se estaban pegando tiros a saco los sarracenos, los judíos, los cristianos e igual hasta un señor budista que pasara por allí, así que la FIDE, en un intento desesperado, aceptó la oferta de la Federación Rusa de Ajedrez para organizar la Olimpiada en Moscú.

- Y la sede será el hotel Cosmos. Será impactante: los jugadores se alojarán en el mismo lugar donde juegan las partidas.
- ¿El Cosmos? Ay, madre...

El Cosmos, por aquel entonces, era un agujero infecto y una cueva de ladrones. Los ajedrecistas somos gente sufridísima y hemos toreado en plazas que nos obligaban poco menos que a dormir en la calle, pero, para una Olimpiada, que es un torneo oficial, algo así como el campeonato del mundo de selecciones nacionales, aquello podía ser mucho.

España renunció a la posibilidad de incluirme en la selección, cosa comprensible, porque yo estaba entonces hacia el puesto seiscientos del ranking español, y claro, en la selección sólo cabían seis y había otros quinientos noventa y cuatro jugadores con puntuación internacional superior a la mía. Vamos, que ni de coña. Entretenía yo mis ocios y mi desficio ajedrecístico jugando torneos de rápidas en el Club Central de Ajedrez, en Moscú, cuando Anatoli, un veterano de los tableros con un conocimiento pasmoso del español y que hacía amistad con todo hispano que pasaba por allí, se me acercó y me presentó a Gustavo.

- Hola, camarada -me dijo Anatoli, que siempre me llamaba camarada, pero a él se lo perdono- ¡Mira a quién tenemos aquí! ¡Un participante en la Olimpiada!
- Encantado.
- Hola - me dijo Gustavo, un chaval de aspecto agradable, pero con pinta de estar bastante despistado.
- ¿Estás en la Olimpiada?
- Sí.
- ¿Pero no tenéis ronda hoy?
- Bueno, sí.
- ¿Y tú con quién juegas?
- Soy el segundo tablero reserva de Guatemala. Y hoy no me han alineado. Como me aburría viéndoles jugar a los otros, he preguntado si había algún torneo de rápidas por la ciudad y me he venido.
- ¿Y tu capitán no dice nada?
- Creo que está algo enfadado conmigo. El otro día me quiso alinear, y yo me escapé y me fui al Kremlin. Y ahora ya no me habla.
- Oye, qué bueno...
- Bah, el capitán no tiene ni idea. Es un político que se ha sacado un viaje gratis, pero todos los del equipo le evitamos.
- Mira, un tablero libre, vamos a jugar.

Jugamos varias partidas con resultado variado, de lo que deduje que, si el sexto del ranking guatemalteco no supera al siscentésimo del ranking español, es que el ajedrez no es precisamente el deporte nacional en Guatemala.

- ¿Por qué no se vienen a ver la ronda de mañana? - dijo Gustavo.

Anatoli se excusó, pero yo acepté encantado.

- ¿No pondrán problemas para pasar?
- No. Yo estoy alojado allí, y allí pasa todo el mundo.

Y así era. Al día siguiente, aparecí por allí, y llegué a la habitación de Gustavo. Las habitaciones del Cosmos eran espartanas a más no poder. Las camas eran minúsculas e incomodísimas, los cajones de los armarios se caían a pedazos; había un televisor que parecía que fuera a echar chispas de un momento a otro y la moqueta tenía un color indefinible. El baño estaba lleno de manchas y las toallas eran trozos de telas que no secaban nada. En fin, lo típico en muchos hoteles rusos, incluso hoy en día.

Bajamos a la sala central, donde iban a jugarse las partidas. Al salir de la habitación, la encargada de pasillo nos dirigió una mirada desdeñosa, como preguntándose qué hacía yo por allí. Sí, sí, en el Cosmos, como en todos los hoteles soviéticos, había una mujer encargada de pasillo, que era (y a veces sigue siendo) quien daba y recogía las llaves... y quien avisaba a las prostitutas del hotel de que un huésped masculino acababa de llegar a su habitación. Enseguida seguía una llamada del "servicio de habitaciones" ofreciendo servicios sexuales. Si a uno no le gustaban esas llamadas, sólo tenía que encararse con la encargada del pasillo y dejarle bien clarito, a ser posible a gritos, que si aquello se repetía se iba a enterar. La mujerona, indefectiblemente, negaba tener nada que ver con la llamada..., pero lo cierto es que no se volvían a repetir.

Y entonces bajamos a ver el torneo, pero se hace tarde, así que lo del torneo lo dejo para la próxima, que ya cierra esta serie nostálgica.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Maadre del amor hermoso, Alf, pues cualquiera pensaría todo lo contrario de las habitaciones de un hotel que así, a primera vista, parece estar bastante bien, jejejeje...

Aish, a ver a ver lo del torneo, jejejeje

Besitossssss

Alfor dijo...

Esther, pura apariencia. De todas formas, los arquitectos soviéticos eran mucho mejores que los diseñadores de habitaciones. De hecho, parece que sólo hubiera habido UN diseñador de habitaciones, y malo, para todos los hoteles de cualquier tipo de estrellas.