jueves, 12 de octubre de 2006

Ecos de las vacaciones (II): Poliorcética arenosa.

"Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así." (Mt, 19, 8)

Esto decía Jesucristo cuando los fariseos le tocaban las narices con el tema del matrimonio. Ahora, como entonces, nos hemos separado de cómo era todo esto en el principio, con lo que la cosa puede terminar de manera bastante chunga. Nos lo habremos merecido.

Me di cuenta este verano, en la playa, de los estragos que está haciendo el, llámese así, repudio, entre la vida y costumbres de los españoles de pro. Estaba yo, allí, con Ame, mientras el resto de la tropa se había vuelto ya a Moscú, construyendo castillos de arena a troche y moche: primero se hace un agujero, luego se montan las torres, después se unen las mismas con un muro; si se quiere, se monta un foso con un rastrillo, y henos aquí castellanos en nuestro feudo.

El primer día, los únicos dedicados a estos quehaceres éramos Ame y yo. Al pasar a nuestro lado, veíamos a algún niño morirse de envidia, pero nada serio: nos daba un par de patadas en la torre más cercana a su pie, le mirábamos con cara de Chuck Norris y salía espantado haciendo morros.

Más adelante, nos dimos cuenta (o quizá sólo me la di yo) de que allí apenas había padres y madres: o había madres solas, con sus hijos, o había padres solos, con los suyos. Evidentemente, en los primeros días de septiembre, el niño iba por el segundo turno de vacaciones: ya había estado con uno de los progenitores y ahora le tocaba al segundo competir con el primero malcriando a la criatura.

El segundo día, mientras Ame y yo ejecutábamos un castillo de planta cuadrangular de agarra y no te menees, tres o cuatro niños, todos de familias diferentes y con un solo progenitor a su cargo, nos miraban con la boca abierta. Uno, más atrevido aún que el de la víspera, se dedicaba a la poliorcética más descarada a base de demoler los muros a la que yo me descuidaba (Ame, prudentemente, no se metía en líos... es listo el chico), hasta que su padre le apartó de allí dando un suspiro.

El tercer día, la presión era brutal. Ame y yo construimos un castillo de planta pentagonal que podía darse por inexpugnable... pero allí ya nos surgió la competencia. Otro padre, fuerza es decir que sin mucho éxito, construía un castillo para su hija demasiado cerca del agua, con lo que la cimentación se tambaleaba. Su hija no le hacía mucho caso. Otro padre se decidió a levantarse de la toalla y se puso a jugar con su hijo al fútbol. Los proyectiles en forma de balón amenazaban nuestro castillo pentagonal, pero no hubo que lamentar ninguna desgracia.

El cuarto día, ya había cuatro padres -todos sin pareja- construyendo sendos castillos. Esta vez el padre de la víspera había aprendido la lección y estaba construyendo algo más lejos del agua, con lo que le estaba quedando bien y todo. Otro padre se había hecho con moldes especiales para castillos... el chiringuito del paseo marítimo de Cullera debía estar haciendo pedidos de reposición desesperadamente...

El quinto y para nosotros último día nos atrevimos con un castillo de planta hexagonal, modelo Rumasa, que ya no quedó tan acabado como los días anteriores. Pero es que entretanto la fiebre castelar se había extendido por allí: siete padres y una madre (todos sin pareja), ante la mirada absorta y no diría yo que muy interesada de sus hijos (uno, en cada caso), se estaban esmerando en hacer sus castillos en cerrada competencia. Y no lo hacían mal, no... cada padre quería ser el progenitor más guay del Paraguay (sobre todo, me imagino, más guay que el otro progenitor).

Como todo lo bueno se acaba, a Ame y a mí nos llegó la hora de abandonar la poliorcética playera hasta, si Dios quiere, el próximo verano. Ame, a quién el castillo de planta hexagonal le pareció de factura larga y aburrida, se dedicó a la demolición del mismo hasta no dejar grano sobre grano, con lo que ya nos fuimos.

Al menos, la legislación divorcista tiene como contrapunto el desarrollo de la ciencia de construcción de castillos de arena. Lo que prueba que se pueden extraer ventajas de cualquier cosa.

3 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

¿Y yo que me he pasado media hora mirando la foto de marras, intentando descifrar de que yacimiento antiguo era?... Yo convencida estaba ya de estar ante una imagen tomada en el mismísimo Egipto, cuando he caído en la cuenta: ¡Pero si es un castillo de arena!
Que metafórico mi querido Alf... Cuantas veces construímos castillos de arena cerca de las olas, que se nos lo llevan... Cuantas veces los muros son sujetos de envidias y patadas, que acaban por descubrir su fragilidad... Pero supongo que no siempre los castillos de arena son frágiles, supongo que hay momentos en la vida en que si te empeñas, llegas a construir un castillo de planta pentagonal, doble muro y torres venecianas, donde el dolor quede a las puertas del foso, y la vida se te quede dentro... Donde los sueños por fin pueden crecer tranquilos... Todo es cuestión de experiencia. (creo que esta semana llena de festivos me ha trastocado)
Por cierto, me ha encantado esta entrada.
Besitos
PD: Me acabo de poner al día en tus escritos, que he tenido unos días algo ajetreados y te había dejado abandonado sin querer...

BAR dijo...

Todo parece indicar que los padres se divertían mucho más que los niños, ellos como Ame se divertían destruyendo...

Esther.-tu metafora es bellísima

Saludos

Esther Hhhh dijo...

Gracias BAR. Besitos