miércoles, 20 de octubre de 2010

El centro de ocio y el centro de oración

Viene de aquí y de aquí.

Llegado el día de autos, la familia entera se dirigió al RollHall para el supuesto cumpleaños. Naturalmente, fuimos en coche en previsión de que los regalos fueran voluminosos. A pesar de ser sábado por la tarde, los atascos en Moscú ya son un fenómeno de todos los días (y de todas las noches), así que llegamos un buen rato más tarde de lo que pretendíamos. Menos mal que habíamos salido con tiempo.

En el caso que nos ocupa, la enjundia del atasco era algo extraño incluso para Moscú. A cosa de tres kilómetros de nuestro destino, vimos la cola más larga jamás formada. La pera limonera. Kilómetros de gente estoicamente clavada en la calle a una temperatura de cinco grados mal contados y avanzando a paso de caracol hacia, aparentemente, el monasterio Danilovsky.

La cola llegaba a Danilovsky desde dos direcciones principales... una de las cuales pasaba por delante del RollHall y tapaba la puerta. Dejé a la tropa allí, ellos se abrieron paso entre la cola y yo me fui a aparcar. Pensé que sería misión imposible, pero se ve que la gente de la cola no había venido en coche, porque encontré un sitio incluso bastante cerca. Crucé la cola un par de veces y me metí en el RollHall.

Al poco, comenzaron a llegar las amiguitas invitadas.

- ¡Feliz cumpleaños, Abi! - decían todos.

"No, pero si fue hace dos meses...", pensaba yo, y poco menos que iba a decirlo, pero me contenía cada vez, porque Abi era más rápida.

- ¡Muchas gracias! - decía Abi a cada una de sus amiguitas. Yo creo que Abi realmente pensaba que era su cumpleaños.

Y la amiguita le daba el regalo de turno y, muchas veces, un bonito ramo de flores. También había dos amiguitos. Supongo que uno de los dos es el que le hace tilín de entre los chicos de la clase y al otro había que invitarlo para que el primero no se aburriera demasiado con tanta niña.

Al cabo de un rato, habían llegado todos menos dos, que era dos hermanas que venían con su madre y estaban en un atasco. Llegaron un buen rato después y ya se incorporaron a la juerga a mitad de la misma. Es que es Moscú.

A todo esto, ya había tres ramos de flores, unas cuantas cajas de regalo muy chulas y ningún sitio donde poner todo aquello. Se acercaban las tres, hora de comienzo teórico del asunto, y allí no había ni rastro de quien tuviera que atendernos. El segurata no era una buena fuente de información, sino sólo de mamporros, y las madres de los niños estaban allí expectantes, supongo que por saber si estaban también invitadas a algo. Y es que uno ya no sabe qué hacer, porque, normalmente, si hubiéramos hecho la fiesta en casa sí que se hubieran quedado si hubieran querido (generalmente entonces no quieren), pero allí como que no tenían mucho que hacer, y sin embargo allí estaban.

Decidí poner algo de distancia y, de paso, resolver uno de los problemas, así que me llevé los regalos y fui al coche. Salí del RollHall, atravesé la cola que seguía bloqueando la puerta, la atravesé de nuevo para llegar a la calle donde estaba el coche, dejé los regalos, volvía atravesar la cola y me dirigí de vuelta al RollHall.

En su defensa, hay que decir que la cola era muy ordenada y tranquila. Soplaba un biruji de tres pares de narices, pero la gente estaba la mar de calmada, de pie y algunos cantando preces de un libro de oraciones. Muchas mujeres iban con un pañuelo en la cabeza y, tal y como estaba el relente, seguro que no le sobraba a nadie.

Al final, abordé a una señora que estaba en la cola.

- ¿Para qué es esta cola? - le pregunté.

- Es para reverenciar las reliquias de...

La señora se paró.

- Las reliquias de San...

La señora se volvió a parar.

- ¡Seryozha! - gritó - ¿Las reliquias de qué santo son las que están ahí?

Seryozha, un señor barbudo que ya no cumpliría los cincuenta, levantó la cabeza y dijo:

- San Espiridón.

- Ah, sí. La cola es para reverenciar las reliquias de San Espiridón.

- Ah, muchas gracias.

Y seguí camino hacia el RollHall admirando lo de aquella señora. Siete horas de cola, o más, y ni siquiera sabe muy bien para qué es.

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