Pero, albricias, el Estado belga asegura tener fondos desbloqueados para proseguir los trabajos de reparación y asentamiento. La verdad es que los andamios sólo han servido para adornar el palacio, porque usarse, lo que es usarse, no se han usado nunca para servir de soporte a obra alguna. Para lo único que han servido de soporte es para enriquecer a alguno que otro, porque más de uno de los que participaron en los contratos públicos para comprar los andamios dio una buena temporada con sus huesos en la trena, por corrupto. Ahora bien, de eso hace no menos de cuatro décadas.
Desde que la obra cambió de manos, la prioridad dejó de ser el embellecimiento y reparación, para centrarse en que el edificio no se viniera abajo, o ardiera como una tea, porque por dentro hay muchísima madera, como en el tren de los Hermanos Marx, pero a nadie se le había ocurrido poner al día los sistemas de prevención de incendios. Para colmo, las inundaciones, por cierto, le han venido al palacio tan mal como a mi propia casa, y por razones parecidas, es decir, obstrucción de desagües que nadie se preocupaba de limpiar, aunque sí de responsabilizar a otros de hacerlo. Lástima de cinco millones de euros empleados en poner el tejado en condiciones...
Ahora que los belgas están en el enésimo intento de terminar las obras, el objetivo es tenerlo hecho para 2030, que, así a lo tonto, es el bicentenario de la independencia de Bélgica, eso en el supuesto de que Bélgica siga entera dentro de los nueve años que quedan para semejante evento. Claro que no todo será tan bonito, porque la reparación de la fachada sólo es el principio; el interior del palacio, fuera de los pasillos y las salas en uso, tiene una infinidad de espacio sin utilizar, por la sencilla razón de que no está en condiciones de serlo. Se calculan entre cien y doscientos millones de euros y diez años más para terminar, es decir, que si hay suertecilla nos vamos a 2040. Para entonces yo ya debería tener varios nietos; quizá ellos vean el palacio de Justicia en todo su esplendor, porque yo, la verdad, voy perdiendo la esperanza de llegar a ver ese día: ahí sí que se me va a hacer tarde...
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