Bueno, pues ahora le toca visitar a don Jaime el agujero insonsable por excelencia de la Rusia de aquel entonces, un lugar repleto de desesperados, buscavidas, exiliados y todo tipo de gente de mal vivir, peor que el salvaje Oeste americano. Si habéis leído "Miguel Strogoff", de Julio Verne, habréis visto que hace una descripción bastante idílica del Irkutsk de entonces, con exiliados abnegados que colaboran en las defensas. No le creáis, que Julio Verne nunca salió de París: creed a don Jaime, que estuvo allí.
Transiberiano, cerca de Irkutsk, 10 de abril (28 de marzo) de 1904
Me molesta bastante mi catarro pulmonar y tengo molidos los huesos: es un poco de influenza; confío que se curará durante el viaje, tomando una dosis de quinina. Esta noche llegaremos a Irkutsk, en donde dejaremos este tren para tomar el que conduce al lago (unos 65 kilómetros). Y mañana por la tarde atravesaremos en trineo las 38 verstas del Baïkal, para alcanzar el ferrocarril del otro lado.
Estamos atravesando bosques de pinos; hermosos y grandes árboles, mucha nieve en el bosque, y sol espléndido. Los abedules, siempre se los halla en las forestas entre los grandes pinos: es el árbol ruso por excelencia, el cual, aun en verano, con su corteza blanca recuerda a la nieve.
Anoche a las doce tuvimos fiesta religiosa en el tren con motivo de la Pascua: todos los viajeros fuimos al vagón-restaurant convertido en capilla: ¡en un rinconcito estana preparada la cena! ¡Qué calor con tantos cirios, ya que cada concurrente debe tener en la mano uno encendido, hasta que termina la ceremonia! Luego..., una cena ligera y una copa de champagne, después de algunas de vodka. Todo ello precedido de un abrazo general. Por mi parte fuime cuanto antes a la cama, y ya en ella vuelvo a notar que todos los huesos me duelen.
¡Después de esta noche vendrá el viaje cómodo! Pasado el Baïkal, no serán tan lujosos los trenes. Si no me siento mejor me detendré en Karbin, en donde hay un buen hospital, y pasados cinco o seis días podré seguir para Liao-Yang.
Anoche telegrafié al Emperador con motivo de la Pascua, y esta mañana he recibido una contestación cariñosa en la que me desea un feliz viaje.
Adiós, salud a todos. Probablemente, os mandaré mañana un telegrama antes de pasar el Baïkal.
Jaime
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Irkutsk (ciudad), hôtel de Rusia, 11 de abril (29 de marzo) de 1904
Con motivo de la inflamación de la garganta y de mi estado general, he decidido detenerme aquí tres días y no pasar el Baïkal hasta sentirme completamente bien; se arriesga uno mucho por una bagatela.
Confiamos llegar a Irkutsk cerca de medianoche, pero un tren que nos precede perdió en el camino una parte de sus vagones y nos ha ocasionado tres horas de retraso; afortunadamente los pasajeros hemos hecho carambola.
A las tres de la madrugada atravesé sobre el hielo el ancho río que separa la estación de la ciudad (17º bajo cero) y he venido al mejor hotel, el Métropole. Me acuesto, pero pocos minutos después tengo que levantarme: chinches voraces y de un tamaño siberiano me obligan a ir en busca de otro alojamiento. Y hallo aquí en el hôtel de Rusia, un dormitorio con su cama de hierro, en donde por lo menos no me comen ¡Cuán caro está aquí todo! La caja de polvos contra las chiches, 7 rublos; la habitación (en el hôtel de Rusia) 3 rublos 50 K. (sin chinches, naturalmente, pero los había por 3 rublos 50 k.). He dormido algunas horas y me encuentro mejor.
(A ver, los que habéis estado por capitales de provincias rusas en los últimos quince años, sobre todo entre 1991 y 1998, pero también después: ¿no os sentís identificados? Yo lo suscribo de cabo a rabo)
Siguen aquí las fiestas de Pascua (cuatro días); muchos borrachos por las calles; todas las tiendas cerradas; no hay quien lave nuestra ropa, trabajo generalmente a cargo de los chinos, que quieren también celebrar la Pascua. Por otra parte, en esta ciudad nadie se da gran trabajo para ganar un rublo; todos tienen dinero, y los ricos negociantes o buscadores de oro lo tiran a manos llenas por las ventanas en aguardiente, champagne, etc.
(Sí, señor, como la vida misma. Sólo faltan John Wayne y los cactus)
El hermoso sol de Siberia brilla todo el día; creería uno hallarse en Italia, sin los 17º bajo cero.
En Chitá, al otro lado del Baïkal, parece que hay muchos enfermos de varioloide, tifus y algún caso de disentería. En fin, las tres calamidades de la guerra.
Jaime
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Irkutsk, 13 de abril (31 de marzo) de 1904
Parto esta noche, a pesar de todo. He visitado al gobernador general, hombre muy simpático, que ha tenido la bondad de ofrecerme su coche-salón, para ir al Baïkal; allí encontraré una troïka para atrevesar el lago en trineo, y en la otra orilla un departamento reservado en el tren, hasta la frontera de la Mandchuria. Después, Dios proveerá.
Es preciso que parta, pues hoy hace calor, y ha comenzado el deshielo: si me entretuviera, me vería obligado a recorrer en trineo o en carruaje un camino largo y malo alrededor del lago. No hay pues que dudar. Mañana, a las nueve, si todo anda bien, comenzaré la travesía.
Irkutsk es una ciudad de una suciedad repugnante; 60.000 habitantes, muchos judíos, algunos chinos; los centenares de japoneses que aquí vivían han sido desterrados; los doscientos últimos partieron ayer. Los mandaron a Rusia, fronteras de Europa. Con motivo de las fiestas, circulan por las calles grupos de soldados, de los cuales un número excesivo, por desgracia, se halla en un tal estado de embriaguez, que resulta de mal ver para un militar: estos reservistas no dan, en verdad, una gran idea de la disciplina. Irkutsk fue siempre un verdadero peligro, y más que otras veces en este preciso momento, hasta el punto de que nadie, ni aún armado, se atreve a circular de noche por las calles. Ni un día transcurre sin un robo o asesinato, según me cuentan todos, comenzando por los agentes de policía, que se encuentran impotentes contra esos malvados que inundan la ciudad; la mayor parte de los antiguos licenciados de los presidios de trabajos forzados vienen aquí a establecerse, y las minas de oro completan esta población de vagos.
Muchos se encuentran sin trabajo en este momento, porque quieren ganar por lo menos de 6 a 8 rublos, por no hacer nada, naturalmente. Hoy mismo, paseando yo por la mejor calle, encuentro soldados que me miran con insistencia sin rendirme el saludo militar. Les interrogo y descubro que uno de ellos no tiene la autorización en regla; muchos paisanos de mala catadura me rodean, después otras gentes y algunos estudiantes comienzan a increparme y a tomar parte en favor del soldado, al que, con todo, hago detener. Un paisano entrega un rublo al soldado, diciéndole "Para ti", como desafiándome para que lo impida. El asunto presenta mal cariz; me aparto del grupo para tener por lo menos libres las manos, cuando afortunadamente pasa un oficial ruso, al que pido auxilio, y finjo, para evitar una pendencia, que no entiendo los insultos dichos a media voz. Por último el soldado y el paisano son llevados al cuartelillo, cada uno por su lado. Yo no he declarado todavía y aguardo el resultado de la reyerta ¡Es muy triste todo esto y demuestra poca disciplina!
(Probablemente los adversarios de don Jaime apludirían con las orejas la primera revolución rusa de 1905. Y es que las cosas empezaban a oler a podrido en el Imperio)
Me siento mucho mejor, a pesar de tener la voz muy ronca; pero dejo con alegría Irkutsk, de cuya ciudad conservo mala impresión.
Maldito aguardiente, causa de tanto mal aquí, pues en este país la borrachera no es una agravación, sino simplemente una excusa. Todos los días oiréis decir "¡Ah! Naturalmente, estaba borracho", como atenuante de cualquier delito.
(Este último párrafo está escrito en 1904, pero posiblemente sirve para cualquier año desde la invención del vodka)
Parece que los chinos se agitan en la Mandchuria, empujados y tal vez dirigidos por los japoneses. Nuestros soldados han tenido ya que ver algo con ellos: conviene que este movimiento quede ahogado cuanto antes.
Jaime
P.D.: Debo añadir algo a mi carta de esta mañana. Estoy en la estación y ha sido preciso atravesar el río; deshiela y creo que la costra no aguantará mucho. Me han dispuesto un magnífico coche-salón, el del gobernador general; desgraciadamente sólo me llevará hasta el lago.
Antes de partir, tengo la satisfacción de saber que el paisano que ofrecía rublos al soldado, y al que hice detener, tendrán un encierro de tres meses.
***
Vamos, que podemos sospechar que a don Jaime no le ha molado un duro Irkutsk. De hecho, el viaje de vuelta desde Manchuria no lo hizo a través del Transiberiano, por donde había venido, sino jugándose la vida atravesando las líneas japonesas y haciéndose pasar por un comerciante italiano y luego tomando un barco en Indochina hasta Francia. Tardó meses en llegar a Europa.
Lo que hace la gente por esquivar los agujeros insondables.
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