viernes, 7 de octubre de 2011

El viaje (X): Onomástica callejera

La mayoría de las guías turísticas de las ciudades del anillo de oro, y en general de las ciudades rusas históricas, me da a mí que hablan con bastante desprecio del período comunista. Digo guías, en femenino, porque la práctica totalidad son mujeres y porque en toda mi vida sólo me he encontrado con un guía masculino.

Decía que todas ellas, en sus relatos, me parece que tienen un deje anticomunista, lo cual es bastante comprensible. Trabajan en ciudades históricas, en las que la contribución del comunismo consistió, en buena medida, en la dinamita necesaria para cargarse buena parte del patrimonio histórico y sustituirlo por unos edificios feísimos e impersonales que no pasarán a la historia. Y los guías turísticos de las ciudades históricas se ocupan precisamente de narrar eso, la historia. Muchas veces te encuentras en una explanada en la que no hay nada, suelo mondo y lirondo, mientras la guía te explica las iglesias que había allí, su advocación y el año de su demolición para construir fábricas con los ladrillos obtenidos. Obviamente, a más fábricas, más proletarios; y, a menos iglesias, menos burgueses fascistas hez de la humanidad y enemigos de clase. Que a los fascistas las iglesias tampoco les hagan la menor gracia es un asunto molesto y secundario. El caso es cargarse iglesias. Claro está que sería mucho más bonito mostrar el templo en estado físico, y no en evocación del pasado, y por eso es fácil de entender que las guías sean personas bastante pías y algo rencorosillas con la dictadura del proletariado.

Porque así es. Entre los grupos de turistas hay gentes de todo pelaje, y en mi grupo, sin ir más lejos, teníamos un presunto alcohólico con aspecto de aparatchik bolchevique; un par de lesbianas de libro; una mayoría de gente a quienes la religión ni fu ni fa, y un católico que sistemáticamente se santiguaba al revés a la entrada y salida de los templos que visitábamos. Sin embargo, las guías nunca dejaban de santiguarse, a la ortodoxa, es decir, primero hacia la derecha, ni de cubrir pudoosamente su cabeza, como mandan las normas, ni incluso de rezar o de colocar alguna vela durante la propia visita turística.

Uno pensaría, pues, que en dichas ciudades predomina un pensamiento reacio al comunismo y a lo que significó. Ello choca, sin embargo, con la nomenclatura urbana.

Yo vengo de un país, y de una ciudad, y hasta de un pueblo, en donde, a principios de los años ochenta del pasado siglo, coincidiendo con la victoria de los partidos de izquierda en las elecciones municipales, se cambiaron los nombres de las calles de manera radical. La plaza del Caudillo de Valencia pasó a ser, no su nombre anterior (plaza de Emilio Castelar, respetado político del último tercio del siglo XIX), sino la plaza del País Valenciano, nombre que da escalofríos a buena parte de los valencianos y que afortunadamente fue cambiado, cuando las elecciones las ganaron las derechas, por el mucho más objetivo de plaza del Ayuntamiento (que precisamente está allí), y que posiblemente durará bastante más. Otros calles pasaron de recordar a próceres de la guerra civil y del franquismo a recordar a próceres del otro bando, en una especie de bandazo onomástico. En mi pueblo, que no habia crecido durante la Dictadura como lo había hecho Valencia, el alcalde, comunista él, se limitó a borrar los nombres de "general Aranda" y "general Mola", y algún otro al que se cepillaron sus abuelos, y recuperar los nombres tradicionales. La única calle destacada que había aparecido, la gran vía de José Antonio, sí que pasó a ser la gran vía del País Valencià, y así sigue, esperando el día en que las izquierdas pierdan la alcaldía.

En Rusia, básicamente, los nombres de las calles han permanecido inalterados. Sólo dos ciudades, Moscú y San Petersburgo, recuperaron los nombres tradicionales de las calles, los existentes antes de 1918. Así, en Moscú, Kalinin, Gorki, Nogin, Marx, Engels o Herzen desaparecieron del callejero moscovita, que recuperó sus nombres de siempre. Lenin continúa, sobre todo porque la avenida que lo conmemora apareció mucho después de 1918 y no tenía denominación histórica. Bueno, y porque Lenin es Lenin.

En otros lugares, en cambio, todo continuó igual: las calles Lenin, Gorki, Sovietskaya, Internatsionalnaya, Kommunistícheskaya o Komintern se encuentran en casi todas las ciudades históricas. Y no por falta de nombres históricos, que existían, sino porque nadie los cambió.

En Plios, paseando en dirección al museo Levitán, y habiendo captado que la guía tampoco se deshacía en elogios hacia las autoridades revolucionarias, decidí abordar el tema, tanto más cuanto que la señora citaba constantemente, junto al nombre oficial de la calle, el histórico.

- ¿Y nadie ha pensado en recuperar los nombres históricos?
- ¿Los históricos?
- Sí ¿La gente está de acuerdo con los nombres actuales de las calles? ¿Nadie los quiere cambiar por los que había?

Ésta es una pregunta delicada para que la haga un extranjero, así que hay que usar el mayor tacto posible.

- Verá. Yo creo que la gente estaría de acuerdo.
- ¿Y no lo hacen?
- El asunto se trató en una reunión municipal.
- Aquí, además, no serán muchos. Será sencillo tomar un acuerdo.
- Es que entonces salió la cuestión de quién pagaba eso.
- ¿Las placas?

No me parecía un obstáculo demasiado oneroso, la verdad.

- Las placas... no tanto las placas.
- ¿Entonces?
- Es que tendríamos que registrar todos nuestras casas con el nuevo nombre de la calle, y habría que pagar las tasas de registro, y eso nos saldría muy caro y nadie quería.

La verdad es que debería haberlo supuesto. Don Quijote y Sancho topaban con la Iglesia. Los rusos topan con la burocracia.

con la Iglesia, al menos, se sabía de dónde te podían venir los capones. Con la burocracia es peor: te puede venir de cualquier sitio; lo único seguro es que te vendrán.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, hahaha una muy buena entrada... Es un tema delicado ese y en cada sitio hay una historia diferente... en fin... La plaza de mi pueblo se llama también plaza del ayuntamiento, pero cuando yo era pequeño coexistían en la parede la iglesia 3, la actual, "plaza del caudillo" y "plaza de la constitución". A mi me llamaba mucho la atención lo de plaza de la constitución que sin duda era muy antigua... Supongo que para evitar debates en una reciente rehabilitación de la iglesia mandaron todas las placas a paseo, así como antiguas inscripciones y pinturas, limitándose a "picar" y volver a enlucir y pintar las paredes... Bueno la burocracia...
En Valencia está el paradigma de la administración, la Conf.Hidrogr.Júcar. Por no extenderme y marear lo dejo aquí...
Sl2
Lluis

danferesp dijo...

Bueh..... ahí la entrada me toca de refilón con lo de los nombres de las calles. Ocurre que en Madrid, donde vive mi madre, al muy "socialista" de Gallardón (por sus obras le conoceréis) y sus secuaces, les dió por cambiar el nombre de la calle, a partir de la mitad de su recorrido, con lo cual el coste del cambio de papeles nos lo tendremos que comer los miembros de la familia en algún momento futuro. Por que sí! Asi que comprendo muy bien a los ciudadanos afectados.

como siempre, excelentes las entradas....

Fernando dijo...

Pues yo no entiendo una cosa, ¿en Moscú y San Petersburgo les han salido gratis las tasas de registro por el cambio de nombre?
Saludos
PS: un día nos cuentas los escalofríos que produce el "país valenciano" (si puedes, que es tema delicado).

Alfor dijo...

Lluis, jo, lo de la Confederación Hidrográfica del Júcar como paradigma de la administración no lo he pillado.

Lo de los nombres de calles en España nos mantendrá enfrentados hasta que las calles dejen de dedicarse a personas, por muy destacadas que sean.

Danferesp, en España el cambio de nombre no conlleva gastos , que yo sepa, ni los conllevará en el futuro, aunque con Gallardón en plan rapiña todo es posible.

En los registros de la propiedad simplemente se identifica el inmueble como "sito en la calle Zutano, antes Mengano", y se cobra exactamente lo mismo.

Fernando, que yo sepa, en ningún momento ha habido que registrar otra vez nada en Moscú ni en San Petersburgo. De hecho, yo creo que lo de las tasas fue la burra que les vendieron los funcionarios de turno a los habitantes de Plios, para no currarse el cambio de nombre.

Y, de lo otro, pues eso, que el nombre de las cosas es un tema delicado.