lunes, 26 de febrero de 2007

El aduanero corrupto (I)

Es cosa bien sabida que las leyes en Rusia son sumamente estrictas, lo cual se compensa con su incumplimiento generalizado, eventualmente matizado con una contribución al bienestar material del funcionario indulgente. En esta tesitura, recientemente se ha producido el arresto de dos representantes de una ONG que pasaron la frontera, en dirección a Rusia, con 9.500 euros. El tope que está permitido introducir en Rusia en efectivo sin declaración son 10.000 dólares, que no es mucho menos (aunque requiere tener una calculadora para averiguarlo), por lo que la falta no parece excesivamente grave. Sin embargo, las dos señoras fueron largamente retenidas en las oficinas aduaneras del aeropuerto, se les confiscaron las sumas, se les ha avergonzado exprofeso delante de la opinión pública (las dos señoras son de una ONG financiada en parte desde el extranjero, cosa que está pésimamente vista por el Gobierno ruso) y están siendo investigadas, en espera de ser procesadas o no.

En un país donde los servicios bancarios todavía dan miedo (antes daban pánico), todos los que pasamos por aquí nos encontramos en la necesidad de llevar de aquí para allá sumas de dinero considerables. Hasta el equivalente a 3.000 dólares se puede sacar por las buenas y entre 3.000 y el equivalente a 10.000 hay que presentar una declaración, pero eso no garantiza el éxito de la empresa. Y, aunque me duele el orgullo fanfarrónico, voy a contar un caso en que un servidor es netamente superado por la máquina administrativo-corruptélica de la Federación Rusa, en concreto, por el todopoderoso Servicio Federal de Aduanas.

Hace unos meses, salía yo por el aeropuerto con destino al extranjero con unos cuatro mil euros en el bolsillo, por circunstancias que no vienen al caso, pero que desde entonces evito con todo el ahínco de que soy capaz. Sabía que tenía que rellenar una declaración, lo hice y escribí los cuatro mil euros en el apartado correspondiente a la cantidad. Todo ufano, me presenté en la mesa del aduanero, le puse la declaración sobre ella y esperé que me la sellara.

- A ver, enséñeme esos cuatro mil euros.

Mosqueo. Los saqué y se los puse sobre la mesa. Los cogió y, muuuuuy lentamente, fue contando uno a uno los billetes de cien, mientras se montaba algo de cola. Yo, que vi el percal, puse unos ojos como platos dispuesto a ver si el bicho ése de uniforme "distraía" algún billete. Al final, acabó de contar y, efectivamente, eran cuatro mil; pero no me los devolvió enseguida, sino que los apartó y dijo.

- A ver, déjeme ver su equipaje.

Y, con los cuatro mil euros encima de la mesa, hizo un registro a tope, en el que no encontró nada.

- A ver sus bolsillos.

Siempre con los cuatro mil euros encima de la mesa, me sacó la cartera del bolsillo y allí había mil rublos, unos treinta euros, en dos billetes de quinientos.

- ¿Y esto?
- ¿Qué pasa?
- No los ha declarado.
- Pero, ¡si eso es calderilla! ¿Hay que declararlo?
- Sí, hay que declararlo.
- Venga, pues voy a declararlo. Lo añado a la hoja.
- No puede. Es tarde. Ha pasado usted la línea de control, y ahora ya está.

Como hoy se hace tarde, y la entrada se va alargando demasiado, voy a interrumpir mi relato en esta situación tan desfavorable, pero lo seguiré en la próxima entrada.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Madre del amor hermoso...

No tardes en publicar la continuación, por Dios te lo pido.

Besitossssssss

Esther Hhhh dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.