Estonia debe ser el único país, al menos de entre los que conozco, que tiene (o tenía) a un ajedrecista en sus billetes. Antes de la llegada del euro, que todo lo ha uniformado, en España estaban las efigies de músicos, científicos o monarcas; en Estonia, que adoptó el euro el año pasado, francamente, sólo recuerdo la imagen del billete de cinco coronas: Paul Keres. Y no puedo disimular ahora cierta sonrisita al recordar la entrada correspondiente en el "Diccionario de Ajedrez", un libro que tengo por Valencia y que recoge las biografías de los principales jugadores, además de lo términos técnicos propios de la disciplina. Allí, Keres figura como: Keres, Paul Petrovich (1916-1975).
Paul Petrovich, con patronímico, a la rusa. El patronímico fue impuesto con calzador en Estonia en 1940, cuando, según un curiosísimo manual escolar de Historia que conseguí en Bielorrusia, y que por lo visto sigue empleándose como método de enseñanza: "las formaciones obreras de Estonia, Letonia y Lituania, a la vista de la opresión del proletariado por parte de los regímenes burgueses y capitalistas de estos países, solicitaron el apoyo de la Unión Soviética, que intervino en las tres repúblicas para defender los intereses de los trabajadores explotados." Es una lástima que nos hayamos perdido los manuales de Historia nazis y su explicación de las sucesivas invasiones de la Segunda Guerra Mundia, porque seguro que también serían dignas de leerse.
Sea como fuere, y antes de 1940, Keres ya se había hecho un nombre en el panorama ajedrecístico. Gran teórico que había adquirido un conocimiento brutal de las aperturas a base de jugar literalmente cientos de partidas por correspondencia sin haber cumplido la veintena, asombró al mundillo en la Olimpiada de Ajedrez de 1937, defendiendo el primer tablero de Estonia. Que un país tan minúsculo obtuviera la medalla de bronce (eso ocurrió dos años después) fue toda una conmoción, además de que Keres, un desconocido hasta entonces, se destapó con un juego atacante espectacular, de los que ya entonces no se llevaban. Al año siguiente, ganó el torneo AVRO en Holanda, el más fuerte disputado nunca hasta entonces (el famoso Capablanca, por ejemplo, sólo pudo quedar penúltimo), y se puso a preparar el siguiente paso, que era la disputa del Campeonato del Mundo al entonces titular, Alexander Alekhine, un ruso blanco emigrado nacionalizado francés que estaba en declive físico.
Por aquel entonces, corría el año 1939 y todo parecía a favor de que un estonio se iba a convertir en campeón del mundo de algo. En este caso, ajedrez.
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