- Pues igual podíamos hacer algo de turismo por Copenhague, que no lo he visto hasta hoy.
- Bueno, vale.
El aeropuerto de Copenhague está excelentemente comunicado con el centro de la ciudad, tanto por metro como por tren. Abi, que en eso sí que se enteraba, tecleó con su pulgar en su teléfono, levantó la cabeza y señaló un andén, al que llegó nuestro tren tres minutos después.
Menos de diez minutos más tarde, llegamos a la estación principal, atestada de gente un viernes por la tarde, y salimos a la calle. Estábamos en la zona comercial de la ciudad.
- ¿Dónde está el centro?
- Por allí.
Fuimos paseando por una calle repleta de tiendas. A nuestra derecha había lo que parecía un parque de atracciones.
- Ahí está el Tívoli. Entré una vez, pero hoy está lleno y no tenemos entradas.
- Ya.
Cruzamos una calle y llegamos a la plaza del Ayuntamiento, con el ayuntamiento al fondo.
- ¿Está chulo por dentro?
- Ah, no sé, no he entrado.
Dos años trabajando en el centro de Copenhague, tú, y ni por curiosidad...
- ¿Y esto qué es?- ¿Una estatua?
- Más bien un monolito.
- ¡Si es el kilómetro cero de Dinamarca!
Y eso era en efecto. Parece el punto a partir del cual salen las carreteras radiales danesas, lo cual en Dinamarca tiene su punto, porque Copenhague está en una isla y en un extremo del país, a tiro de piedra de Suecia en general y de Malmoe en particular. Lo tenemos ahí, con pinta de miliario romano, estética medieval e indicación precisa de la distancia que separa ese punto de otras.
La verdad es que una lectura un poco más precisa de las inscripciones nos revela que el miliario en cuestión no es la partida de las radiales, como sucede en la plaza de Sol de Madrid, sino el comienzo de una sola carretera, la principal que atraviesa la isla de Selandia en la que estamos y que pasa por Roskilde, a 30 kilómetros, por Ringsted, a 60, y termina en Korsør, en la otra punta de la isla, a sus buenos 107 kilómetros de donde estamos. Ahí se acaba Selandia, y ya tendríamos que cruzar un pedazo de puente sobre el Mar del Norte para llegar a la siguiente isla, Fionia.
Pero estábamos visitando Copenhague, no haciendo ensoñaciones sobre viajes por aquí y por allá.
La verdad es que Abi, para llevar tres años en Dinamarca, no parecía ser precisamente una experta en Copenhague. Por poco no nos perdemos. Encontramos un edificio chulo, pero tuvimos que ver en el navegador que se trataba del palacio de Justicia; luego aparecimos por la universidad, trufada de bustos de profesores de la misma, alguno de los cuales eran celebridades mundiales, pero diríase que Abi aparecía por allí por primera vez. Vale que no era su propia universidad, pero, ¡leches!, que se trata de saber dónde vives.Lo que sí reconoció fue la biblioteca de la universidad, que es donde ha ido en ocasiones a preparar trabajos de grupo con compañeros de su universidad (la de Roskilde, vamos), que, sin embargo, viven en Copenhague. La biblioteca estaba cerrada a esas horas, así que no me pude quedar más que con la fachada.
- Pues ya lo hemos visto todo.
- ¿Cómo? ¿Ya? ¿No hay una catedral o algo así?
- Igual sí, pero ahora estará cerrada.
Tecleé sobre el teléfono con cierta incredulidad, pero tampoco insistí demasiado.
- ¿Y la Sirenita?
- Está lejísimos. Y no vale la pena.
Eso parece cierto. Como ya vimos hace poco, la Sirenita comparte con el Manneken Pis el dudoso privilegio de ser la atracción turística más decepcionante de Europa. Y el Manneken Pis, por lo menos, está en pleno centro y no requiere un desplazamiento de cierta envergadura sólo para verlo.
- Bueno, pues, si quieres, vamos a cenar por algún sitio por aquí.
- Bæ...
Ya sabemos que no es exactamente una interjección danesa, sino una señal de que Abi no tiene demasiadas ganas de seguir la propuesta realizada en la frase anterior.
- Igual podemos ir a casa y comprar algo de camino. Mañana es mi cumpleaños y tengo que preparar cosas para comer, que por la tarde vamos a invitar a unos amigos.
- Ah... ¿Muchos?
- No. Sólo seis personas. Sin multitudes.
Total, que hasta ahí llegó la visita turística a Copenhague, al menos de momento. Tomamos el metro, que nos dejó en un estación ferroviaria a partir de la cual ya nos subimos a un tren que pararía cosa de media hora más tarde en la famosa Ørædessenår, más concretamente al mismo lado de un supermercado donde ya habíamos estado hacía unos meses.
Pero, durante este tiempo, una pregunta había estado rondándome la cabeza. Porque, seamos claro, lo del turismo por Copenhague, así como lo del cumpleaños de Abi, todo eso estaba muy bien, pero ¿había cizalla o no?
Entretanto, incluso en Dinamarca en verano se hace de noche, porque, entre el viaje desde Bruselas y el turismo veloz e incompleto por Copenhague, se estaba haciendo tarde.


