Bueno, pues la huelga tuvo lugar efectivamente el 9 de noviembre, es decir, anteayer. Sobre su seguimiento no soy capaz de dar una opinión fundamentada. Como todos los sindicatos saben, el sector fundamental para que una huelga tenga éxito es el del transporte, porque, si los transportistas hacen huelga, los que dependen de ellos para trabajar o recibir suministros no tienen más remedio que quedarse en su casa. Especialmente importante es el caso del transporte público, esto es, autobuses y trenes, que, por mucho que se les impongan servicios mínimos, éstos no llegan a garantizar un tráfico ni medio normal. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, tuve en casa a la señora de la limpieza (creo que aún se la podrá llamar así en estos tiempos de corrección política), que no es precisamente lo que yo llamaría una huelguista, pero que no tuvo más remedio que disculparse ante sus clientes de ayer (entre los que, por suerte, no estaba yo), porque desde su barrio no salía ningún medio de transporte público, y la señora no tiene otro medio de desplazarse aparte de sus piernas, que difícilmente la iban a llevar sucesivamente desde Jette a Stokkel, porque hablamos de cosa de catorce kilómetros sólo de ida.
Con cosas como éstas, naturalmente el seguimiento de la huelga aparece artificialmente ampliado. Pero no todo el mundo tiene que quedarse pierna sobre pierna en caso de colapso del transporte público, cosa cuya prueba tuve cuando salí de casa montado en mi bicicleta a eso de las ocho menos veinte.
Efectivamente, la cola de coches llegaba hasta mi calle desde el colegio que hay en la calle vecina, y eso que faltaba un buen rato para que comenzaran las clases. Obviamente, no había transporte escolar, así que los padres estaban llevando a sus hijos al colegio en coche, porque parece ser que los colegios hacían menos huelga, o los profesores habían conseguido organizar sus desplazamientos a despecho de la ausencia de autobuses, metros o trenes.
Haciendo piruetas y malabares entre los coches que iban y los que venían, y usando la acera (sí, ilegalmente, lo reconozco avergonzado) durante algunos metros, me las compuse para sobrepasar la altura de la puerta del colegio, que era donde se concentraba el colapso, y a partir de ahí ya las cosas fueron más tranquilas. Es verdad que la gente parecía nerviosa, supongo que por la falta de costumbre de algunos a la hora de conducir en hora punta, pero no me costó demasiado llegar a mi oficina.
Una vez allí, había mucha gente en teletrabajo, como todos los miércoles, pero no noté en particular la ausencia de nadie. Los servicios de limpieza funcionaban como de costumbre, aunque no era el caso de los de restauración, otro de los sectores a los que la ausencia de transporte, en este caso de mercancías, perjudica mucho. Al final, sin embargo, pude comer una salchicha campestre con puré de patatas y judías que me sacó de penas la tripa hasta la hora de cenar.
Mi valoración del seguimiento de la huelga es, por lo demás, hecha un poco a ojo. Yo diría que los sindicatos redoblan los esfuerzos en el sector clave del transporte y que concentran allí sus cajas de resistencia, porque saben que es donde se la juegan. Tengo la impresión de que el resto de la gente que ha ido a la huelga lo ha hecho sin ninguna convicción y sólo con el afán de no complicarse la vida más de lo que ya lo está con esta inflación que, si en España está por el 10%, en Bélgica va por el 12%. Ya contaré cuánto me va a clavar en diciembre la distribuidora de energía que viene amenazándome con una puñalada si no aumento provisionalmente lo que les pago cada mes.
Porque, sí, de eso va la huelga en realidad, de que el gobierno y las empresas hagan algo para que no empeore el poder adquisitivo de los trabajadores.
Y ahora toca hablar de las acciones paralelas, ésas que aceptaban los tres sindicatos, incluido el liberal. La imagen de aquí al lado, que es un fotograma de la televisión belga, muestra a una de las participantes en la manifestación que estaba convocada en la plaza de Luxemburgo. Como la susodicha plaza está situada justo delante de la sede bruselense del Parlamento Europeo, y ya se sabe que la función principal de las instituciones europeas consiste en servir de chivo expiatorio de todo lo que vaya mal, la plaza de Luxemburgo, igual que la de Schuman (donde están las sedes de la Comisión y del Consejo), es frecuente teatro de manifestaciones de protesta, que tienen por objeto desde el cambio climático al reconocimiento de los derechos adquiridos por los trabajadores angoleños en la extinta República Democrática Alemana. Como muchas de esas causas, por justas que sean, no son vitales para el común de los ciudadanos bruselenses, el tamaño de la mayoría de las manifestaciones es bastante reducido. Por ejemplo, los trabajadores angoleños en Bruselas no son un grupo numeroso y, cuando me mezclé en su día entre ellos para preguntarles qué narices hacían allí y que me explicaran qué esperaban obtener de su acción, la asistencia a la manifestación aumentó considerablemente en proporción a lo que había antes de mi llegada.
Pues bien, si esas concentraciones ya eran de una densidad sumamente leve, basta echar un vistazo al fotograma para darse cuenta de que la plaza está tan vacía como el arsenal de un pacifista. El reportero vio a la única persona razonablemente mona presente en la plaza y se lanzó sobre ella micrófono en mano, pero no consiguió ocultar que no le debió costar demasiado apartar a los otros asistentes para abrirse paso hasta ella.
Yo, que pasaba por allí buscando algún sitio abierto para comer algo, escuché algunos silbatos aislados, que más parecía que los manifestantes hubieran pitado penalti que otra cosa, y seguí a lo mío, porque, como decía mi abuela, "tripas llevan piernas".Por si fuera poco, a no tardar comenzó a llover ligeramente, a despecho del cambio climático. Es bien sabido que, en Valencia, basta con que caigan cuatro gotas para que los valencianos nos ocultemos despavoridos en nuestras casas, pero no parecía que fuera a suceder lo mismo en Bruselas, donde la lluvia es una costumbre más. En cualquier caso, los manifestantes, que no debían tener la moral muy alta, a juzgar por su número, y una vez conseguida la cobertura mediática que estimaban merecer, abandonaron la plaza, quizá para ver si encontraban algún esquirol que tuviera abierto su establecimiento y les proporcionara algo que comer.
En fin, que, si la plaza estaba medio vacía cuando pasó el reportero, poco después. cuando tomé la foto desde el otro lado de la misma, no presentaba más población que los pocos incautos a los que la lluvia nos había pillado en la calle. El agua había disuelto, o diluido, la manifestación.
Y ahora vamos a pensar en la siguiente huelga. La del miércoles permitió a quien quisiera hacer puente el jueves, porque hoy, viernes, es festivo en Bélgica al celebrarse el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. La siguiente ya veremos cuándo se convoca, pero eso será en otra ocasión. Hoy no, que se hace tarde.
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