sábado, 22 de noviembre de 2025

Reformando Bélgica

Hagamos una pausa en los asuntos daneses y en el camino de Santiago a su paso por la región bruselense, y vamos a echar un vistazo a las cuitas políticas y económicas de este bendito país que me acoge y que celebra regularmente huelgas para protestar contra las medidas que finalmente su gobierno está adoptando a cuentagotas.

El gobierno belga no tiene un duro. Bueno, varios de los gobiernos belgas no tienen un duro, y será por gobiernos en este lugar del mundo. Como finalmente ha tocado apretarse el cinturón, el gobierno federal, dirigido por un separatista (eso sólo pasa aquí, me temo), se ha puesto a tomar medidas de ahorro, entre las que no se incluye reducir el número de trabajadores públicos. Eso nunca.

En julio, el gobierno hizo algo que no tardaremos en ver en España y me extraña que no se debata más: retocar alguno de los parámetros de las pensiones, aumentando las penas por la jubilación anticipada y armonizando las prestaciones de las pensiones en el sector público y en el sector privado. Lo siguiente es poner un límite a las pensiones máximas de todo tipo, y en ello están ahora.

Otro de los retoques se dedicó a las normas laborales, flexibilizando las horas extraordinarias y nocturnas. Y otra más consistió en limitar los honorarios extraordinarios de los médicos (eso es una historia aparte, que ya contaré en alguna ocasión). Para compensar, hubo una ligera rebaja de impuestos, lo cual no es gran cosa en un contexto de inflación reciente, que ha aumentado los ingresos en las arcas públicas.

Otra de las medidas ha consistido en aumentar las tasas para conseguir la nacionalidad belga. Yo pensaba que ni ellos mismos querían ser belgas, así que cuánto menos querrían serlo los que ya son otra cosa, pero no, resulta que hay gente que pide la nacionalidad belga, lo cual era hasta ahora un asunto sencillo, bastando con pagar ciento cincuenta euros y pasar un examen de alguno de los tres idiomas oficiales que hay en Bélgica. Pedían un nivel A2, que es lo mínimo para decir algo con un mínimo sentido. Una amiga mía alemana pidió la nacionalidad belga, a saber para qué, y le obligaron a pasar el examen de lengua, cosa que hizo con la gorra, pero me dijo que había otros candidatos a ser belgas que lo pasaron realmente mal o fueron suspendidos. Hala, a revisar el infinitivo de parler

La Alianza Neoflamenca, que es partido más votado de Bélgica, aunque sólo se presenta en Flandes, tiene su prurito nacionalista y esas facilidades para conseguir la nacionalidad le sentaban bastante mal, así que ha aprovechado para ponerlo difícil. La tasa ha pasado a mil euros, olé tus narices, y el nivel de lengua exigido será el B1, que ya supone saberse el passé composé, no únicamente el infinitivo y el presente de indicativo, e incluso concordarlo. Temblad, guiris.

Como se trata de vender más, para sacar más IVA, las tiendas ya pueden abrir hasta las nueve de la noche (sí, sí, hasta ahora no había nada de eso excepto los viernes) y no están obligadas a cerrar al menos un día a la semana. El supermercado que tengo cerca de casa ha aprovechado esta segunda posibilidad inmediatamente y ahora abre los domingos y sólo cierra... los lunes por la mañana.

Los sindicatos se han enfadado. Bueno, ya llevaban tiempo enfadados, pero ahora aducen que estas medidas conducen a un aumento de las desigualdades y a un desmantelamiento de la seguridad social. Y que afectan especialmente a las mujeres (yo esto no lo he entendido, la verdad). Recordemos que en Bélgica hay tres grandes centrales sindicales, cada una de ellas pulcramente dividida en una subsección flamenca y otra valona: la central socialista, la central cristiana y la central liberal. Sí, hijos míos, como lo leéis: en Bélgica hay un sindicato liberal, que es como decir que hay un comunista de derechas.

El caso es que, que no se diga, la crítica sindical es constructiva: ellos proponen cosas. Ellos proponen una reforma fiscal que incluya un impuesto sobre las grandes fortunas, una tasa sobre las actividades digitales de las grandes empresas tecnológicas, una revisión (a la baja, supongo) de las subvenciones públicas a las grandes empresas y, finalmente, una regla única para que todos los ingresos, también los de las sociedades patrimoniales instrumentales, contribuyan de manera equitativa a la financiación de la seguridad social.

Como parece que de eso nada, la reacción ha sido la de convocar una huelga. En sí, eso no tiene nada de extraordinario, porque los sindicatos llevan convocando huelgas con éxito desigual desde que Bart De Wever fue investido primer ministro. Esta vez, sin embargo, la huelga va a durar tres días y parece que la cosa va más en serio y que los servicios mínimos, salvo que haya esquiroles entre los empleados de los transportes públicos, van a ser realmente mínimos. Como de costumbre, los sindicatos se aseguran la fidelidad del sector del transporte, que debe de tener una cajas de resistencia que lo flipas, y a buena parte del resto no le queda más remedio que unirse a la huelga por purísima imposibilidad de llegar al trabajo. El teletrabajo puede haber aliviado a los curritos de cuello blanco, pero ésos, de todas formas, no son ni mucho menos los más huelguistas de todos, y además suelen tener coche y crear atascos, precisamente, los días de huelga.

Bart De Wever, huelga aparte, está tratando de negociar su presupuesto anual con los siete partidos de su gobierno de coalición, de momento en vano, así que tiene otros asuntos de los que ocuparse. No sé si los funcionarios que conducen el coche oficial tienen derecho de huelga, pero me imagino que, si lo tienen, no lo utilizan.

Yo, salvo que las cosas cambien mucho, me temo que me voy a perder la mayor parte de la huelga, porque el primer día de huelga, que es el lunes por la mañana, tengo un breve viaje de trabajo que no me devolverá a Bruselas hasta el miércoles por la tarde, que es el último. Todavía no tengo ni idea de cómo voy a llegar a la estación de tren, pero me temo que no va a ser ni en tranvía, que hasta ahora era lo habitual, ni en autobús. Y, a la vuelta, tres cuartos de lo mismo.

Vamos, que igual me toca hacer de nuevo el Camino de Santiago a su paso por Bruselas, sólo que en sentido inverso y bastante más cargado de lo que iría un frugal peregrino. En todo caso, saldré temprano, no se me vaya a hacer tarde. Como ahora, vaya...

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