viernes, 6 de julio de 2012

Pskov (III). En la discobiblioteca.

Sigue el viaje a Pskov y, por primera vez en esta bitácora, vamos a presenciar una noche marchosa en Rusia. Ojo, que igual no vuelve a ocurrir.

Para nuestra sorpresa, aquello era un hervidero de gente. La babushka se quedaba con la jeta de todos, y a nosotros nos miró con algo de sospecha, hasta que nos reconoció y nos dejó pasar. Bien. Primera fase conseguida.

Aquello era increíble. Un gran salón, que entre semana debía ser una biblioteca, había sido transformado con un escenario y quitando todos los demás muebles ¡Y estaba prohibido fumar! En mi vida he estado en una discoteca con una atmósfera tan sana (Zapatero ha hecho algo por España, y que esta frase ya no tenga sentido). Es más, cuando fuimos al wáter (de pago, claro), había uno en la cola que hizo ademán de ir a fumar, y una babushka se acercó y le conminó a largarse a la calle.

El pinchadiscos era un cachondo, la gente era para todos los gustos y para casi todas las edades, y había tíos y tías de toda condición. Lo más divertido fue ver a una chiquilla de unos diez años, que iba con su padre, que andaría por la mitad de la treintena. Al principio estaba con él, luego con la babushka en la entrada, luego se aburrió y empezó a buscar a su padre para ir a casa, pero su padre parece que prefería quedarse, y al final se iba escondiendo de la hijilla. Por lo demás, todo típico de una discoteca rusa, tal vez con menos borrachos que en otros sitios, y con un montón de rusitas bailando todo lo sensual que saben. Y muchas rusotas de no menos de cuarenta, o más años, meneando el esqueleto. Sí, señor, así se divierte uno. E, insisto, nada de humos. Genial.

Y un lugar seguro como pocos. Intentó colarse un tiarrón de dos metros, pero no contaba con nuestra babushka, medio metro más baja que él, pero mucho más de armas tomar, que comenzó a darle puñetazos en el pecho (más arriba no llegaba), mientras le llamaba sinvergüenza y, en efecto, consiguió que se retirase. Qué tía. Es mucho más eficaz que los matones de las discotecas de Moscú.

Bueno, yo no, pero Austin tenía que ligar, aunque sólo fuera para demostrar a Astolfo (otro bicho con nombre supuesto, en este caso para que no se enteren las múltiples novias que se dejó por Rusia) que que se había equivocado de medio a medio al no venir, así que entramos decididos otra vez en la zona de baile dispuestos a hacernos los amos de la discoteca. Que se vea el poderío español, leches.

Y dejo unas cuantas preguntas:

1) ¿Realmente íbamos a conseguir ligar, con lo paradito que parece Austin a veces?

2) ¿Conseguiría la niñita encontrar a su papá y convencerlo de que ya era hora de ir a casa?

3) Eso de cruzar la frontera de Estonia a patita, ¿no será un pelín peligroso? ¿Íbamos de coña o qué?

4) ¿Conseguiríamos meternos en el cibercafé?

(la respuesta, en la próxima entrada)

1 comentario:

beloemigrant dijo...

Me impacta leer sobre el cibercafé. Hace 14 años.
Ay, qué viejitos somos...