lunes, 2 de julio de 2012

Viajes del pasado. Pskov (I)

Antes de que esta bitácora echara a andar yo ya escribía, espero que peor que ahora. Eso sí, la variedad de mis escritos era bastante modesta y se reducía a crónicas de viajes y cartas a la novia (durante el escaso año que la tuve). Una de aquellas crónicas de viaje ha caído ahora en mis manos, y es divertido comprobar cómo han cambiado las cosas en este tiempo. Se trata del viaje a Pskov que hice en agosto de 1999 con un compañero, al que, por la constante política de anonimato de esta bitácora, llamaremos Austin. Y ahora me cedo la pluma a mí mismo, pero con trece años menos. Si eso no es rejuvenecer...

Fin de semana realmente cañero, con tres días duros como ya me hacía falta tener. Salimos Austin y yo el viernes por la noche hacia Pskov, una ciudad de la que no teníamos muchas referencias, y más después de habernos olvidado en casa las páginas del "Lonely Planet" que nos habíamos fotocopiado. Chungo.

Por razones de falta de espacio, y porque compramos los billetes a última hora, tuvimos que ir en SB (es decir, en primera clase), lo cual, a pesar de los 450 rublos (entonces, el euro apenas existía, pero digamos que un euro eran unos 25 rublos) que nos clavaron, vino a darle cierta comodidad al viaje. Nos iba a hacer falta.

Amanecimos en Pskov a eso de las ocho de la mañana, en un día lluvioso y plomizo, a pesar de mis constantes vaticinios de que el tiempo iba a ser maravilloso. Ante nosotros había un montón de planes, uno de los cuales consistía en ir a Tartu, en Estonia, y otro en ir a un monasterio que había cerca de la frontera con Estonia, según le había dicho el Santo a Austin, de forma no demasiado clara (el Santo era así de críptico a veces).

La plaza de la estación estaba bastante animada, para ser la hora que era. Lo primero era comprar un plano de la ciudad, pero en el único quiosco que parecía tener algo similar no encontré sino un folleto turístico de la región de Pskov, un mísero tríptico que luego, una vez abierto, vino a ser, lo que son las cosas, nuestro norte y guía durante todo el viaje. Fenomenal, el tríptico. Tenía todo lo destacable de la zona, incluidos mapas de Pskov y de las ciudades más visitables de la zona, en el equivalente a cuatro folios.

Y también tenía información sobre hoteles, cafeterías, discotecas, museos e iglesias, de las que en Pskov hay gran cantidad. Siguiendo la guía, y un poco al buen tuntún, decidimos dirigirnos al hotel más cercano al centro. Nos pusimos a andar y, como en Pskov todo está muy cerca (no tardamos en darnos cuenta) llegamos sin más novedad al hotel. La habitación doble nos costó, por los dos días, 210 rublos (1.400 pesetas, así a ojo), pero no era ninguna maravilla: No tenía ducha, no tenía agua caliente, el colchón chirriaba ruidosamente, la cama era enana y las sábanas tenían un aspecto tristísimo. Claro que, ¿qué queremos por 350 pesetas por persona y día? Hombre, pues una ducha hubiera venido bien.

El monasterio cerca de la frontera de que había hablado el Santo era el de Pechóry, según nuestro tríptico. En el hotel funcionaba una agencia de turismo (para ser exactos, una mesa desvencijada con una señora sentada tras ella), y así fue como conseguimos una excursión para el día siguiente, domingo, a Pechóry e Izborsk, otro de los sitios que merecía la pena ver. Lo que pretendíamos era intentar cubrir el día que nos faltaba pasando a Tartu, y así fuimos a la estación, pero la cosa no salió bien: había un tren, pero a las dos de la madrugada y dos días a la semana. Y había un autobús diario, pero no salía de Pskov, sino de Pechóry, y no nos supieron dar razón exacta de los horarios, así que decidimos aplazar el intento de pasar a Estonia... de momento. Comenzaba el momento de dar paseos por la ciudad.

* * *

En Pskov, nuestro paseo nos llevó desde la estación hacia el centro, siguiendo el río. Pskov, como todas las ciudades antiguas rusas, está estructurada en anillos. El Kremlin está situado en la confluencia de dos ríos, el Velikaya y el Psková, que forman un ángulo muy estrecho, de unos 30º. Los cuatro primeros anillos no son tales, porque son una ampliación de dicho ángulo. Sólo el quinto anillo, una preciosa fortificación de tierra y piedra, sobrepasa uno de los dos ríos, el Psková, y tiene, por tanto, la forma de un semicírculo cuya base fuera el río Velikaya, que queda extramuros. Sólo mucho más adelante comenzó la gente a vivir en la otra orilla del río Velikaya. En un principio, sólo había unos cuantos monasterios.

Nadie quería vivir fuera de las fortificaciones por temor a los caballeros de la Orden Teutónica (y de su sucesora la Orden Livona), que durante siglo y medio, ahí es nada, lanzaron ataques todos los años contra Pskov, devastando todo desde la fortaleza de Neuhausen, que sólo estaba a unos cuarenta kilómetros, muy cerca de la actual frontera con Estonia. Sin embargo, sólo una vez lograron conquistar Pskov, en 1240, cuando un traidor les franqueó una entrada al kremlin a cambio de un saco de oro. Dos años después los logró arrojar de allí Alexander Nevsky.

Pskov fue tomada sólo tres veces en toda su existencia (su primera mención data de 903), y las tres veces por alemanes: en 1240, en 1917 y en 1941. En esta tercera ocasión los nazis se debieron pasar muchísimo: cuando el ejército rojo recuperó la ciudad, en octubre de 1944, sólo quedaban 12 habitantes con vida. En los días siguientes, de sótanos y otros escondites, se consiguió sacar unos cien más. Por eso, todos los actuales habitantes de Pskov (unos 200.000 habitantes) son relativamente recién llegados.

El paseo nuestro, propiamente dicho, comenzó junto a la torre más exterior del muro (corresponde al quinto anillo). Entramos en la misma y vimos un monumento a los defensores de Pskov de 1581, cuando el rey polaco Stefan Bathory sometió a la ciudad a un asedio de seis meses, sin conseguir entrar. La torre era curiosa, porque no estaba tapada, a diferencia de todas las demás torres de Pskov, las cuales tienen un techo circular de madera.

Más tarde supe que el techo había existido hasta dos años antes. Un quinceañero, jugando con petardos, la había quemado. Recontra. Me resisto a creer que a la Orden Teutónica, o a Stefan Bathory, no se les hubiera ocurrido un recurso como ése.

En cuanto al chaval pirómano, no nos hablaron de él muy bien. No hay para tanto. En Valencia lo hubiéramos comprendido.

(continuará)

1 comentario:

Amada Inmortal dijo...

Hola! me encantó este tema, no sabes cuanto desearía conocer Pskov. Yo estoy escribiendo una novela que esta inspirada en la vida de los poskovitas, y necesariamente necesito hayar los relatos de la caida de pskov en 1510, la verdad es que hay poco material en internet, sabes tu donde se puede encontrar material de aquella fecha?