jueves, 16 de febrero de 2012

Recuerdos congelados

De niño, yo vivía en Valencia y debía ser mucho más machote que ahora. No había Climalit, bombas de calor y todas esas cosas para nenas. En invierno, nos poníamos jerséis y todas las mantas que tuviéramos para dormir. Era mucho más fácil morir por aplastamiento que de frío. Como gran cosa, en el pueblo había una chimenea, y en casa había un brasero eléctrico bajo la mesa camilla, que, naturalmente, sólo daba calor bajo la mesa camilla. Fuera, ni pum. Si, aun así, teníamos frío, podíamos ir a jugar al balón, y si dábamos mucho más la tabarra con la murga del frío, un par de collejas y ya nos íbamos calientes. Qué tiempos.

Mi primera estancia en el extranjero tuvo lugar en Alemania, cuando me fui a estudiar por allí. El primer año lo pasé en una residencia cutre acompañado por iraníes que estaban dispuestos (y lo decían sin pudor) a matar a Salman Rushdie, terroristas sudafricanos, parejas de brasileños que pegaban regularmente a sus novias y éstas se defendían a sartenazo y berrido limpio, y otros especímenes semejantes. El milagro fue que, con tal vecindario, consiguiera aprobar el curso. Es verdad que tirité bastante durante el invierno, pero yo creo que no fue de frío, sino de las compañías que me rodeaban.

En mi segundo año, gracias al cielo, conseguí mudarme a una residencia más tranquila. Era una residencia católica y, como es normal, había cierta separación de sexos. Los tres pisos inferiores estaban ocupados por hombres, y los tres de arriba por mujeres. Claro que, por muy católica que fuera la residencia, estamos hablando de la Iglesia Católica en Alemania, que estaba pasando un tiempo algo alejada de las enseñanzas del Magisterio en materia de relaciones intersexuales. El mismo consiliario, que se supone que debería dar ejemplo, en realidad era notorio que lo del celibato no lo tenía demasiado claro, y no diré más.

En estas circunstancias, lo de la división por pisos era algo relativo, y más teniendo en cuenta que nadie ponía barreras en la escalera para subir o bajar. Más de una noche y más de dos pasaron las habitantes de los tres pisos superiores con sus respectivos novietes, que ni siquiera eran inquilinos de la residencia, y los trasvases entre los tres pisos de arriba y los tres de abajo eran por lo menos ocasionales. Yo recuerdo que subí unas cuantas veces arriba, donde había un par de compañeras de clase (y otras que no eran compañeras de clase, vale, pero que eran chicas muy... simpáticas).

Hacia abajo, es decir, de los tres pisos de arriba a los de abajo, las visitas eran mucho menos frecuentes. Yo sólo recuerdo una, a mi habitación, y debió ser a principios de diciembre, con una temperatura exterior de unos cero grados. Aquel día me estaba concentrando en escribir unos textos sobre la Organización Común de Mercados de Frutas y Hortalizas Frescas que tenía que presentar al director de mi tesina pocos días después. No pensaba más que en peras, manzanas, higos y cebollas, cuando sonaron unos golpecitos a la puerta.

Abrí, y era una chica. Oh.

Bueno, no era una chica cualquiera. Era Gudrun, una chica rubita, bajita, con gafas y voz profunda, alemana ella, vestida con pantalón y camisa, que vivía en el quinto piso y con la que había coincidido varias veces en la cafetería de la residencia o camino de la Universidad, y que por lo visto tenía más ganas de charlar un rato que de seguir empollando los pormenores del BGB.

- Hallo, Alfor! - dijo ella.
- Hallo, Gudrun! - dije yo.
- Was machst du? - preguntó ella.
- Nix besonderes... - mentí como un bellaco.
- Darf ich? - inquirió, ladeando un poco la cabeza.
- Natürlich, komm herein! - dije, reconociendo que la tesina tendría que esperar.

La chica entró, se sentó en la cama, que era el único sitio adecuado para ello, aparte de la silla que había estado calentando yo.

- ¿No hace mucho frío aquí? - preguntó Gudrun. Lo preguntó en alemán, claro, pero vamos a pasar al castellano.
- Bah, no mucho. Estamos en diciembre, qué se le va a hacer.

Gudrun, ya digo, iba vestida con una camisa y unos pantalones, y ya está. Yo llevaba un pedazo de jersey, como toda la vida en los inviernos de Valencia.

- ¿Es que no va la calefacción? - dijo Gudrun, mientras tiritaba.
- ¿Calefacción?
- Sí, debería estar ahí detrás.

Gudrun apartó unas cortinas y descubrió una especie de placa de hierro que yo veía por primera vez en toda mi vida. La palpó con las manos.

- Está helada...
- Sí, parece que no va... - dije yo, como si no quisiera reconocer que era la primera vez que paraba mientes en que eso podía ser algo que diera calor, como los braseros eléctricos de siempre.
- A ver - y Gudrun giró un mando que había al lado con unos numericos.

A mí se me estaba poniendo una cara de tonto que asustaba.

- ¡Sí que va! - exclamó Gudrun - ¡No me digas que llevas así todo el tiempo!
- Estooo... si no hace tanto frío...
- ¿Sabes? Creo que volveré dentro de un rato - y Gudrun se fue frotándose las manos para entrar en calor, y yo entré en calor inmediatamente sin calefacción ni nada. Al menos, las mejillas se me pusieron rojísimas.

Sí, hasta entonces, yo era un machote. Posiblemente ahí comenzó el fin. Creo que ya no apagué la calefacción hasta que la quitaron, en una acción de lo más "umweltunbewußt" que imaginarse pueda uno, pero que se compensaba con el resto del tiempo que había construido el Polo Norte en una sola habitación.

Claro, llegué en Navidades a Valencia, al brasero y a los jerséis de toda la vida y, mal acostumbrado a esas temperaturas, estaba congelado. Y eso es, creo yo, lo que les pasa (nos pasa, vale) a los moscovitas, que tienen veintipico grados y agua hirviendo corriente en sus casas, y llegamos a Valencia, vemos que la temperatura dentro de casa es de trece grados (sí, trece, así está ahora mi piso de Valencia) y les da un pasmo.

Y eso que, ahora, hay Climalit.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!
Tienes toda la razón. estuve en Berlín hace años en invierno y se estaba muy calentito en las casas.
Ahora en mi habitación de Valencia hay 16 grados.
Enhorabuena por el blog, lo sigo habitualmente pues tambien estudio Ruso en la EOI.
Ángel

José Manuel dijo...

Soy de Zamora, más aún, de un pueblo del norte de Zamora, cerca de Sanabria. Yo me fuí a estudiar a Extremadura, y recuerdo que el sitio donde más frío he pasado en mi vida ha sido en mi piso de estudiantes en Cáceres, un adosado en las afueras de la ciudad, con suelos de gres, ventanas que cerraban mal y sin calefacción. Recuerdo ver los Simpsons con la cazadora puesta. Y es que en Zamora hace frío, en la calle, pero en casa tienes tu suelo de parquet, tu calefacción central (o individual) y tus dobles ventanas (ahora se llaman Climalit con rotura de puente térmico), no un puñetero brasero de picón.
Me ha gustado mucho la entrada.

Francisco dijo...

Hola Alfor,

me he reído un rato con la entrada. Puedo imaginarlo.

De hecho, donde más frío he pasado en mi vida fue en Murcia, en casa de unos amigos, a 12º.

En Castilla, las casas tienen buenas calefacciones, por la cuenta que nos trae. En la calle se pone uno un buen abrigo, etc.

Con lo que no contaba yo es que al quitarme el abrigo en la casa de los murcianos, yo, que no soy nada friolero, me quedaba en camisa y camiseta debajo. Los autóctonos, más precavidos, llevaban jersey grueso.

Me quedé pajarito, y encima tenía que aguantar el cachondeo de ¿y tú eres de Segovia?

Ernestín dijo...

Amigo Alfor, pues te diré que Ale, mi hija siempre me ha pedido conocer la nieve y por supuesto el frío asociado a ello. Nosotros aquì no pasamos de 16 grados centígrados sobre cero como temperatura baja, ya que por el contrario nuestro clima es de calor tropical en la mayoría del año. Pero no puedo imaginarme temperaturas menores a 20 bajo cero...

Alfor dijo...

Ángel, ¿así que en la EOI? Pues da recuerdos por allí, a donde espero volver algún día, aunque ya no será a estudiar ruso, que ya lo terminé.

Y abrígate bien en casa, que tú y yo sabemos de lo que hablamos.

José Manuel, bienvenido al blog y di que sí: que en el Sur hace más frío en casa que en la calle. Lo cual en verano está muy bien y en invierno es asesino.

Francisco, yo creo que los del Sur lo hacemos para poner en evidencia a los del Norte cuando van de machotes.

Ernestín, ¿que su hija quiere ver la nieve y pasar frío? Bueno, cuando llegue el momento, eso le hará apreciar más el clima tropical. :)