lunes, 31 de enero de 2011

El nacionalismo ruso y yo (IV)

Los chechenos en Moscú son gente bastante sospechosa. La mayoría de ellos son gente la mar de pacífica y hasta laboriosa, pero hay unos cuantos que han tomado sobre sus hombros la tarea de desprestigiar a toda la comunidad poniendo (y poniéndose) bombas por aquí y por allá, por lo que no es de extrañar que parte de la sociedad rusa los tenga como objetivo para darles una somanta. Podríamos decir que esa parte de la sociedad rusa son los rusos WASP (White, Aggresive and Sin Pelo).

Los rusos WASP, además de carecer de pelo por elección propia, carecen, no ya de sal en la mollera, sino directamente de mollera. Por eso, sólo muy vagamente recuerdan las líneas de pensamiento de, digamos, Barkashov, y se dirigen directamente a la conclusión de "Rusia para los rusos étnicos", para conseguir lo cual hay que darles p'al pelo a todos los no rusos étnicos que pillen. Como consigan su propósito, no sé quién va a trabajar en la construcción o a limpiar las calles, porque, como tengamos que esperar a que lo hagan ellos mismos, vamos aviados. Porque Zhirinovsky dice, sí, que los caucásicos son una panda de vagos que no trabajan; pero, añado yo, como tampoco cobran, pues tan amigos.

En el barrio donde vivía antes, Proletarskaya, había bastantes chechenos y caucásicos en general, con los que no había el menor problema (los que asaltaron el teatro de Dubrovka venían de fuera). El barrio, como su nombre insinúa, era la zona residencial de los trabajadores de las fábricas de automóviles del barrio vecino, Avtozavodskaya, y digamos que estaba habitado por personas, en general, de un nivel cultural mejorable. Cuando la cultura básica escasea, no es de extrañar que las consignas de los cafres de cualquier signo, ya sea "Fuera el capital" o "Rusia para los rusos", tengan un eco desusado, por su fácil comprensión. El joven fracasado escolar que se encuentra con esas consignas, que puede entender incluso él, ya sólo tiene que juntarse con cuatro o cinco en su misma situación y raparse la cabeza. Y ya tenemos un WASP.

Con los WASP tuve dos encuentros. El primero fue, para ser exactos, con las botas militares que se gastan, lo tuve a la altura de la frente y me costó un par de visitas al médico, los novecientos rublos que llevaba encima, toda la documentación y una cartera muy chula que me había regalado Aznar (pero ésa es otra historia). Y menos mal que no llegaron a descubrir que era extranjero, supongo que hasta que leyeran mi documentación, y en la hipótesis no totalmente descartable de que supieran leer.

El segundo fue un poco más adelante, un sábado por la tarde, mientras unos chavales del barrio y yo jugábamos al baloncesto en unas canastas que había en el patio del colegio vecino a nuestra casa, y donde no había problemas para acceder. Estábamos tan tranquilos en un tres contra tres, cuando vimos pasar disparado a un chavalín. No le dimos importancia y seguimos jugando como si tal cosa, pensando en que estaría jugando al escondite o le habría gastado una broma a algún amiguito.

No habría pasado ni medio minuto cuando llegaron cuatro seres rapados y unicejos, a un trote cochinero que difícilmente les iba a servir para atrapar al chavalín anterior. Cuando nos vieron, mudaron su dirección y el más alto de ellos, moviendo mucho los brazos, dijo:

- ¡Eh, eh! ¡Vamos a jugar un partido con vosotros!

El único guiri era yo, y si era descubierto podía correr peligro, porque cabía dentro de lo probable que aquellas personas (habrá que llamarlas así) no supieran muy bien dónde está España y creyeran que es un país de allá por el Cáucaso. En estas circunstancias, y para disimular el acento, suelo poner voz ronca y la verdad es que da bastante el pego, pero de momento preferí quedarme callado.

El que mejor jugaba de nosotros, un chaval rubio, alto, con el pelo largo y rizado, les dio el balón. Cuatro de nosotros nos pusimos en la defensa en zona más pasiva de la historia del baloncesto. Aquéllos se pasaron el balón, hasta que uno, tras hacer pasos, dobles y todo tipo de desastres de coordinación, decidió entrar a canasta, mientras los defensores no es que no hiciéramos nada, es que nos apartamos para no olerle.

El cabeza rapada tiró una pedrada tal al tablero que por poco no lo rompe. Alguien de los nuestros cogió el rebote, o más bien le cayó en las manos, pasó sin mucho interés, y así nos fuimos pasando sin botar, y sin hablar, hasta que decidimos perder el balón, no fueran a enfadarse.

Seguimos jugando a los despropósitos un par de ataques, hasta que uno de ellos señaló con el dedo a alguien, y los cuatro salieron corriendo como habían venido. Menos mal que nosotros teníamos el balón. Se ve que habían descubierto al chavalín checheno e iban a seguir jugando al escondite con él. Espero que no lo pillaran, porque, en estos juegos, el que pierde no paga, sino que cobra.

Nosotros nos fuimos a casa rapidito, aprovechando que nos habíamos quedado sin rival, y sin darles la oportunidad de jugar la segunda parte. De todas maneras, nos habían cortado el rollo.

Y, con esto, mis experiencias directas con nacionalistas rusos han concluido. Pero el nacionalismo ruso continúa y, después de los años de bajonazo y crisis económica, ahora que tienen dinero comienza a abrirse paso de nuevo.

En la próxima entrada aventuraré unas causas.

viernes, 28 de enero de 2011

El nacionalismo ruso y yo (III)

A finales de la década de los noventa pateé buena parte de las regiones aledañas a Moscú, buena costumbre que ahora sólo sigo esporádicamente, porque mis fines de semana están dedicados a mil cosas, pero no a viajar. En estos periplos, acompañado por otros españoles, hicimos una visita a Torzhok, preciosa ciudad de pasado esplendoroso, pero presente polvoriento y arruinado, situada en la región de Tver.

En Tver, la capital regional, ya comencé a ver pintadas en las paredes por lo menos curiosas. ¡Judíos no! y ¡Fuera los judíos!, firmadas por un grupo que conocía por referencias llamado RNE, que no es Radio Nacional de España, sino "Russkoye Natsional'noye Edintsvo", o sea, "Unidad Nacional Rusa", grupo comandado por una especie de Führer calvo y con bigotillo, eso sí, llamado Aleksandr Barkashov.

Cuando hablamos de nacionalistas con la mollera vacía, no deberíamos referirnos a Barkashov. Barkashov no tiene la mollera vacía en absoluto (como tampoco Zhirinovsky, aunque a éste se le va la fuerza por la boca) y tiene una línea de pensamiento con la que se podrá estar de acuerdo o no, pero la tiene. Cuando hay una línea de pensamiento, por errónea que pueda ser, los que estamos enfrente normalmente podemos estar tranquilos, porque lo más sensatos es que no comiencen directamente a masacrarnos, sino que intenten explicarnos la línea de pensamiento. Si no, ¿para qué esforzarse en elaborarla?

Eso fue lo que pensé cuando nos desplazamos a Torzhok y allí, en medio de la plaza del pueblo, más solo que la una, nos encontramos a un jovenzuelo, pulcramente vestido de negro de arriba a abajo, seguramente pasando un calor insoportable, repartiendo pasquines, no sé si de Pamyat o de la RNE. Con su boina negra, podía pensarse que lo que repartía era el Zutabe, pero probablemente los nacionalismos vasco y ruso no mantienen excesivos contactos entre sí.

Mis compañeros de viaje se espantaron al verlo.

- ¡Un fascista! ¡Un fascista! - decían, mientras retrocedían asustados. El chaval, por cierto, ni siquiera nos había visto.
- ¡Vamos a hablar con él! - dije yo.
- Pero, ¿qué dices? - dijeron con voz de terror.
- Que vayamos a hablar con él.
- ¡Pero nos pegará!

Yo miré al chaval, pequeñín y delgadito, que lo más que debía haber pegado en su vida sería algún sello, y a nosotros cuatro. Cuatro. Y bien alimentados. Está visto que excluir la violencia en las relaciones con los demás hace perder la objetividad a las personas.

- Que no, caramba. Nos acercamos, le decimos que somos fascistas españoles, le preguntamos qué hace ahí y nos enteramos de qué es de su vida.

Ni por ésas. Mis compañeros de viaje me obligaron a largarme de allí por si detrás de la esquina había una banda de otros quinientos fascistas violentísimos que estuvieran limpiando Torzhok de escoria. Si era así, podrían empezar por barrer la calle y retirar los escombros, en lugar de por los extranjeros, pero bueno, cada cual tiene sus aficiones y sus prioridades.

Y es lástima, porque no he vuelto a encontrarme tan de cerca con la oportunidad de charlar con un pájaro de esta especie. No suelen volar solos, y cuando están en grupo realmente es mejor no acercarse mucho, por si se les olvida que su líder tiene una línea de pensamiento.

Pero ya digo que con estos, que por lo menos parecen chicos educados y guardan las formas, no hay demasiados problemas. Claro, ser blanco y no demasiado moreno ayuda, pero, así y todo, los incidentes violentos provocados por éstos se pueden contar con los dedos de una mano, y no estoy muy seguro de que empezaran ellos. El problema viene cuando realmente nos encontramos con nacionalistas de cualquier pelaje con la sesera de saldo, pero la musculatura en condiciones y la ganas de pelea a flor de piel. Ahí están, por ejemplo, los aficionados del Spartak, pero hay más, hay más...

Lo dejamos para la próxima, que hoy se hace tarde.

miércoles, 26 de enero de 2011

Memoria

Mi primer contacto con el nacionalismo ruso "pata negra" tuvo lugar antes de viajar a Rusia. Yo era un estudiante de ruso en España, más pardillo que un jilguero, y pensaba que lo que salía en los periódicos españoles sobre Rusia era la purita verdad. Como puede verse, entretanto he ganado en sabiduría y en escepticismo. Eran tiempos, además, de incertidumbre. Corría 1993, la Unión Soviética se había desplomado y nadie sabía muy bien qué es lo que estaba pasando por allí. El problema era que me iba a ir a hacer unas prácticas a Moscú y no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar, salvo que iba a hacer mucho frío (esto último resultó ser cierto).

Así las cosas, en aquellos últimos meses en España devoraba literalmente las noticias que aparecían sobre Rusia, que normalmente estaban redactadas por corresponsales que también estaban aprendiendo lo que pasaba y muchas veces escribían lo que percibían de manera harto subjetiva. Claro, diréis que en esta bitácora yo también lo hago, y efectivamente es así, pero al menos yo tengo la disculpa de que no es mi profesión ni me pagan por ello.

Un artículo me preocupó sobremanera. Trataba del resurgimiento del nacionalismo en Rusia y de gente que iba vestida de negro por la calle, miembros de una organización hegemónica, llamada "Pamyat" ("memoria", en ruso), y que poco menos que iban a alcanzar el poder en los meses siguientes, con un programa basado en la eliminación de elementos foráneos. También se hizo famoso el político que quedó segundo, tras los comunistas, en las elecciones parlamentarias de 1993, que fue nada menos que Vladímir Zhirinovsky, y que ya entonces tenía la lengua muy suelta (y hasta hoy ha sido incapaz de sujetarla) y hablaba y no paraba de que quería que las tropas rusas mojaran sus botas en el Océano Índico.

A mí lo del Índico no me preocupaba mucho, pero lo de los "elementos foráneos" sí, porque yo, mientras estuviera en España, a ver quién era el guapo que me decía algo, pero en cuanto pisara suelo ruso me habría convertido en elemento foráneo, condición que conservo hasta hoy y, por tanto, en objetivo de limpieza de los "Pamyat".

Cuando la cosa se acercó temporalmente un poco más, llamé a un español que vivía por aquel entonces en Moscú, y a quien no conocía todavía de nada, pero que se mostró muy amable y medio muchos consejos.

- Y, claro, - dije, cuando acabó de dármelos - por allí tendréis mucho "Pamyat".
- ¿Qué?
- Pamyat.
- ¿Y eso qué es?
- Pamyat, los nacionalistas, ¿no?
- Ah, ¿sí? No he visto ninguno.

Ya me pareció desde entonces que seguramente los periodistas españoles exageraban un poquillo, o un muchillo. Claro, ya me convencí del todo cuando luego llegué a Moscú, a principios de 1994, y no vi ni rastro de esos señores vestidos de negro que se iban a comer el país. Vi muchas cosas peores, vi ancianos muertos de hambre vendiendo todo lo que tenían en casa, oí tiroteos en la calle, vi borrachos cayéndose por las esquinas, vi gente en el metro que vendía doctorados, o que cambiaba boletines de privatización, ví colas para comprar comida, y hasta me tocó formar parte de más de una. Vi farolas enormes tiradas por el suelo, vi casas que se caían a pedazos y, también, vi muchas obras de teatro, escuché muchos conciertos, compré muchos libros y entré en muchos museos a precios de risa.

Lo que no vi fueron nacionalistas.

Y es que, parece, para ver nacionalistas no había que quedarse en Moscú. Así que en la próxima entrada voy a desplazarme en el tiempo, hasta 1999 (había llovido muchísimo desde 1994), y en el espacio, hasta Torzhok, ciudad de la región de Tver pendiente de restaurar.

* * *

Entretanto, según los medios de comunicación occidentales, un fanático religioso se ha suicidado en Domodiédovo llevándose a varias docenas de personas por delante. Los medios de comunicación rusos, igual que yo mismo, no tenemos empacho en llamar a las cosas por su nombre y en decir que el suicida, además de nacionalista, era musulmán.

Que ya está bien de buenrollismo, alianza de civilizaciones y estupideces varias, leches.

lunes, 24 de enero de 2011

Nacionalismo futbolero

El mes pasado, cuando la familia y yo nos dirigíamos en coche a una de las fiestas pre-navideñas que abundan por Moscú, un sábado por la tarde, y cruzábamos la plaza Pushkin en coche, nos sorprendió ver a un grupo de hombres, la mayoría jóvenes y algunos más entraditos en años, que cruzaban la plaza en dirección al centro, esquivando los coches y coreando no sé muy bien si cánticos o directamente gritos difíciles de comprender. Llevaban bufandas del Spartak, el equipo de fútbol más emblemático de la ciudad, y se les veía calentitos.

- ¿Quiénes son ésos? - preguntó Ro, siempre al quite cuando ve algo que le llama la atención.
- Son aficionados al fútbol, seguidores del Spartak.
- ¿Y a dónde van?
- Pues supongo que van a ver un partido de fútbol.
- ¿Y por qué cantan tan mal?

Vaya, es que preguntan de todo.

- Porque no van a clase con Zinaida Anatolievna, que les hubiera matado a gritos como se atrevieran a desafinar.
- Ah...
- Pero la verdad es que no cantan, sólo gritan a la vez... ejem... лозунгы... ¿cómo se dice en español?... lemas.

Sin más problemas, los von Buchweizen seguimos nuestro camino y llegamos a nuestro destino, donde nos sucedieron cosas que no son materia de esta entrada.

El grupo de cantores desafinados, sin embargo, siguió su camino hacia el centro de la ciudad. No iban a ver ningún partido de fútbol, básicamente porque la liga rusa ya había terminado y a ver quién es el guapo que se pone a ver un partido a veinte bajo cero. Yo lo hice una vez y no mola. No, a lo que iban era a buscar camorra. Al parecer, unos días antes un aficionado (de afición intensa) del Spartak de Moscú había tenido un mal encuentro con un grupo de caucasianos, de resultas del cual el Spartak de Moscú ganó un aficionado en el otro mundo, a la vez que lo perdió en éste. Enfurruñados por la cuestión, los aficionados del Spartak comenzaron a montar disturbios, como cortar una carretera al tráfico (y la de Leningrado, nada menos), a la vez que convocaban por internet distintas "quedadas" para manifestarse por la negligencia policial en entrullar convenientemente al caucasiano culpable de haber pasaportado al otro barrio al pobre Yegor Sviridov, que tal era el nombre de "fan" a raíz del cual se montó todo el cirio.

El grupo que nosotros habíamos oído desafinar se dirigía, el 11 de diciembre pasado, a la plaza Manezh, en el mismísimo centro de Moscú, donde ese día por la tarde, mientras nosotros jugábamos plácidamente con Ded Moroz y Snegurochka, se juntaron unos cinco mil aficionados del Spartak con sed de sangre contra los caucasianos, berreando a grito pelado "¡Rusia para los rusos!" y, más aún "¡Moscú para los moscovitas!". Hay que decir que la sed de sangre se vio parcialmente saciada, porque la policía rusa, tan poco amiga de las multitudes, y mucho menos si no tienen permiso para reunirse, la emprendió a porrazos con ellos. El resultado fue de 29 heridos y un muerto. Un par de caucasianos que posiblemente no tenían nada que ver con Sviridov y que incluso quizá fueran del Spartak, tuvieron la mala suerte o la inconsciencia de pasar por allí y parece que vivirán para contarlo, pero lo contarán mejor si primero visitan al dentista.

Como extranjero, por muy blanco que sea, mis encuentros con los nacionalistas rusas no son encuentros, sino encontronazos. Y con esto empiezo una serie de batallitas en que vamos a reflexionar sobre este fenómeno del nacionalismo, que en Rusia, donde la vida humana tiene un valor relativamente reducido, ha llevado, y más últimamente, a un reparto de mamporros bastante generalizado.

viernes, 21 de enero de 2011

Eficacia de la oración

Cualquier teólogo católico hablará del gran poder que tiene la oración. Y ciertamente lo tiene, aunque hay teólogos que tratan de retirarse un poco y aducen que la oración no es exactamente para mover la voluntad de Dios, sino para escuchar a Dios y aceptar la voluntad de Éste. En mi edición de "Teología para universitarios", que me ha acompañado en mis singladuras como catequista de los últimos años, se insiste en que orar nunca es negociar con Dios, y cita como ejemplo la oración de Abraham, cuando intercede por Sodoma y Gomorra (Gn, 18, 23-32). Dios va a destruir ambas ciudades, y Abraham entiende que algo falla, porque en ambas ciudades puede haber gente justa que no merezca morir como los demás pecadores contumaces que había por allí, así que Abraham se dirige a Dios para hacerlo reflexionar:

... Supongamos que hay en la ciudad cincuenta inocentes; ¿no sería necesario perdonar a toda la ciudad por esos cincuenta inocentes que hay en ella?
... ¿y si faltaran cinco para los cincuenta?
... ¿y si fueran solamente cuarenta?
... ¿treinta?
... ¿veinte?
... ¿diez?

Una y otra vez, Dios responde que, si se hallaren esos justos, y en atención a ellos, no destruiría la ciudad, pero el final de la historia ya lo conocemos: Sodoma y Gomorra fueron destruidas, y en ella no había más que cuatro justos: Lot, su mujer y sus hijas. Y los cuatro fueron salvados. Pero el diálogo anterior había ayudado a Abraham a "adaptar" su voluntad a la de Dios. A comprender.

Sin embargo, después de todo en el Nuevo Testamento (Mt, 7, 7-8), no deja de decir: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

En nuestra familia, la oración ha estado presente desde el principio. Desde que Abi era una niñita rubia de tres o cuatro años con la cabecita llena de ilusiones, y con oraciones propias de los niños. Durante muchísimo tiempo, años incluso, se le caía la baba viendo las hadas del estilo de Campanilla, con sus alitas volando por ahí y por allá, o con la serie de Barbie Fairytopia. Todas las noches, todas, en los momentos de oración, hacía la típica oración de niñita, pero añadía algo de su cosecha:

- Y, ade'ás, quie'o tener alas que 'uelen.

Abi, aquella niñita encantadora de poquitos años y cabellos rubios, estuvo pidiendo alitas durante mucho tiempo. Entretanto, ya no tiene tan pocos años, como que los próximos que cumplirá serán los doce. Se ha hecho alta, le está creciendo el pecho y todo indica que le falta bien poco para hacerse una mujercita. Y otra cosa que está cambiando es el olor corporal, en particular en los sobaquillos.

Vamos, que tantos años pidiendo a Dios "alas que 'uelen" han dado resultado. Efectivamente, le huele el ala que es un primor.

Moraleja: Cuando reces, procura pronunciar bien. Luego, si no, todo son líos.

miércoles, 19 de enero de 2011

Fauna corredora

Tras serme aplicada, como se vio en la entrada anterior, la ley del embudo, pasé por el guardarropa a dejar la impedimenta. La impedimenta incluía la camiseta conmemorativa. En Valencia te la dan normalmente cuando la terminas y sólo a los que la terminan. En Moscú te la daban antes de comenzarla, señal de que lo difícil no era terminar la carrera, que era un paseíto, sino conseguir llegar a la salida. Eso sí que tenía bemoles.

El caso es que, a las siete menos diez, me conseguí plantar cerca de la línea de salida. En Valencia, en las populares, te encuentras muchos corredores a los que se nota cierta costumbre, pero también otros que salta a la vista que es la primera vez que se ven en ésas. No me olvidaré nunca de una carrera en Tendetes, un barrio de Valencia, donde al lado de mí se colocó un chaval con barriga prominente, camiseta blanca holgada, bermudas de playa, calcetines de vestir, zapatillas de mercadillo, gafas de hipermétrope y un peluco analógico impresionante con correa metálica que debía pesar medio quintal. Yo iba con uno de Correcaminos que iba a la última, pulsómetro con GPS incuido, y la verdad es que el contraste entre ambos era por lo menos chocante.

En esta carrera, mucho moscovita se la había tomado como una fiesta. A mi lado tenía uno con un estupendo traje de león que no dejaba ver nada de quien iba dentro, haciendo gracietas. Por otro lado había unas cuantas chicas en vaqueros. Les quedaban muy bien y les marcaban la figura, pero no sé yo si sería lo más adecuado para correr. Había algún otro con un chandal holgado de color fosfi, cuyo sitio hubiera sido el guardarropa o, en su defecto, alguna nave extraterrestre. Pero también había gente con ropa de correr, zapatillas decentes y calcetines cortos.

Se hicieron las siete, y allí no había salida ni nada parecido. Los organizadores, a la vista de la que habían montado con la jugadita del embudo, decidieron prolongar la inscripción, no fuera a ser que los que seguían en la cola se amotinaran. Hay gente capaz de matar por un error arbitral, y cuánto más por una camiseta Nike de color negro con la inscripción "Run Moscow", así que los organizadores no se arriesgaron a fenecer con las camisetas puestas.

A las siete y diez, seguíamos empantanados. El que iba disfrazado de león abría las fauces con las manos de cuando en cuando para poder respirar algo, porque se notaba que lo estaba pasando mal. También tuvo mala suerte en pillar el día más caluroso de septiembre. Algunas de las chicas de los vaqueros se pusieron a fumar, y otra, que estaba en chándal, sacó del bolsillo delantero el móvil y, como se aburría, se puso a llamar a una amiga.

A las siete y veinte pareció que íbamos a salir, pero no. El del disfraz de león se quitó la cabeza y apareció un chaval con la cabeza (la suya) mojada que jadeaba visiblemente. Y eso que estaba parado y la carrera ni siquiera había empezado. Las chicas ya habían sacado el móvil casi todas y estaban charla que te charla con las amigas.

Pasadas las siete y media, los organizadores parece que ya consiguieron aclararse con el pandemonium que tenían montado, y se dio la salida. Por desgracia, la carrera me fue bastante mal e hice una marca bastante infame, frío como me había quedado. Me sorprendió bastante la cantidad de gente que corría con vaqueros, y que estuve adelantando incluso cerca de la meta. En la San Silvestre valenciana me fue bastante mejor.

Y así es como nos pintan las cosas, deportivamente hablando, en Moscú. Digamos que a los organizadores de populares les queda mucho camino por recorrer, lo cual, tratándose de carreras, suena por lo menos lógico.

lunes, 17 de enero de 2011

Treinta y cinco grados

Treinta y cinco grados. Incluso alguno más. Ésa es la diferencia térmica entre el sábado por la mañana, en Valencia, bajo un sol de justicia, paseando en bicicleta por el río con los niños, y el domingo por la tarde, en Moscú, caminando apresuradamente por la Tverskaya a catorce grados cero y mascullando maldiciones los ratos en que los dientes dejaban de castañear.

Pero eso fue ayer. Hoy no. Hoy ya estamos en el tajo, produciendo. Y se había quedado pendiente el asunto de las carreras populares en España y Rusia o, mejor dicho, en Valencia y Moscú.

Valencia tiene, y únicamente si se cuentan los aledaños, sólo un poco más de un millón de habitantes, que es como la décima parte de los que tiene Moscú. Aún así, cuando tiene lugar una carrera masificada, como lo es la San Silvestre, la organización trata de que la peña no se inscriba en la misma a última hora y, desde luego, de que no lo hagan todos en el mismo sitio. Durante los últimos años, la carrera ha sido patrocinada por la Caixa, y los dorsales se han podido retirar de cualquiera de las bastante numerosas sucursales que tiene en la ciudad de Valencia. Al final, siempre hay alguna cola, pero el proceso de inscripción tiene lugar sin demasiados aspavientos.

En Moscú, no.

Uno suponía que Nike, con su pomposo "Club Bowerman", organizador del Run Moscow, debe de saber algo más que la Caixa de organizar carreras populares. Por ejemplo, organizan la San Silvestre Vallecana, y no intentes conseguir un dorsal para esa carrera en los días anteriores, porque no queda ni uno con semanas de antelación (total, para que unos capullos de Vallekas te llenen de espuma para hacer la gracieta en pleno invierno).

Pero esa pericia en organizar carreras no se vio por ningún sitio. En Moscú, la mente iluminada que organizó la carrera decidió que la inscripción se haría por internet, vale, y que la retirada de dorsales se produciría en la carpa de la organización, junto a la salida, y sólo allí, desde las cuatro de la tarde del mismo día de la carrera, que era a las siete.

Cualquier cretino, y sobre todo después de darse cuenta de que por internet se inscribieron doce mil personas, y no digamos cuando se supo que se esperaba un tiempo excelente el día de la carrera, les hubiera dicho que se la estaban jugando a base de bien. Que Nike cuenta con suficientes puntos de venta en Moscú como para descentralizar la recogida de dorsales. Pero no había ni siquiera ese cretino entre los organizadores.

A las cuatro, junto a la carpa, no había llegado ni el Tato. Lógicamente, nadie tiene ganas de tener el dorsal a las cuatro y media y tener que hacer tiempo hasta las siete por una birría de carrera de cinco kilómetros, que por muy lento que vayas no vas a hacer en más de media hora. La gente comenzó a llegar masivamente hacia las cinco y media.

Cuando digo masivamente, estoy hablando de algo muy gordo. De algo tan gordo que, si no hubo muertos, como en la Love Parade, es porque Dios no quiso. Ya se sabe que al poder, como hemos visto muchas veces en esta bitácora, no le gustan las aglomeraciones de gente, así que envía mogollón de policías y antidisturbios para controlarlas. Era lo que faltaba. Éramos doce mil, y parió la abuela. Los omones, los militares y la policía acordonaron la entrada y dejaron un sitio estrechito para pasar a la carpa uno a uno, como en un inmenso embudo, al que además intentaban acceder personas que, se suponía, estaban en bastante buena forma física. Los codazos empezaron, las chicas vieron el percal y muchas decidieron que ya no les apetecía correr, sobre todo si eran bajitas; yo me puse las manos delante de los cataplines, endurecí los muslos e intenté dirigirme hacía la boca del embudo en cuanto veía la menor posibilidad.

Tardé cuarenta minutos en colarme, y entretanto vi situaciones alucinantes, cargas de la policía, berridos de un sargento y chicas poco menos que llorando, sin poder tirar para atrás ni para adelante. Pero me colé, quizá en parte porque llegó un momento en que salir de allí era imposible, como no fuera por el agujero del embudo, y porque tengo experiencia en las mascletaes de la plaza del Ayuntamiento y en algo se tiene que notar.

Con esto, y con las leches que se estaban repartiendo en la cola, decidí dar el calentamiento por terminado. Al menos, yo ya estaba caliente. Recogí la camiseta (en Valencia la dan normalmente al llegar al meta, pero eso era aquí imposible), que era bastante chula y que me llevé a Valencia para ponerme allí, y dejé la impedimenta en el guardarropa. En Valencia, no hay guardarropa salvo en carreras muy específicas, porque la gente suele ir en coche y dejar la ropa en él, pero en Moscú hay que estar loco para acercarse al centro en coche y, además, no es muy normal que vayas a una carrera con una ropa que te permita participar. Vamos, que guardarropa sí o si, aunque, excepcionalmente, en esta ocasión el tiempo era bueno y permitía prescindir de él.

Con esto, llegué a la zona de salida y me dediqué a observar al personal, cosa que no tuvo desperdicio, pero que será asunto de la próxima entrada. Porque hoy se hace algo tarde, y no es cuestión.

jueves, 13 de enero de 2011

Feminismo doméstico

España ha cambiado. Definitivamente. Los esfuerzos del gobierno por eliminar el lenguaje sexista de nuestra sociedad están dando resultados sorprendentes; tanto, que ya el aire está impregnado de igualdad, feminismo, libertad y porqueyolovalgo.

Es la única posibilidad de que Abi, que reside en Rusia nueve meses al año, se haya visto afectada por las ondas igualitarias que Bibiana y Leire emiten por toda nuestra patria.

Íbamos en el coche con la radio puesta y, casualmente, sonaba "Barbie Girl", de Aqua, uno de los hits favoritos de Abi y Ro, pero que a Ame, lógicamente, deja bastante indiferente. Esta vez, sin embargo, hizo un esfuerzo por entender algo y oyó al final algo sobre un tal Ken.

- ¿Quién es Ken?

Y Abi respondió con suficiencia y seriedad:

- Ken es la muñeca de Barbie del sexo opuesto.

Once años, y ya se le ven maneras de futura ministra de Zapatero. Alfina y yo comenzamos a reírnos.

- ¿Qué pasa? - preguntó Abi - ¿He dicho algo gracioso?

¿Futura? Que la hagan ministra ya. No desmerece nada.

lunes, 10 de enero de 2011

Comparaciones deportivas (I): el contexto

El Run Moscow tuvo lugar a finales de septiembre, que es una fecha en la que, en Moscú, y por lo que a temperatura se refiere, puede pasar prácticamente cualquier cosa. Puede nevar, puede llover a cántaros y también puede, incluso, hacer buen tiempo, no vayamos a creer.

La San Silvestre valenciana tuvo lugar el 30 de diciembre. Sí, el 30, no el 31. Cosas nuestras. En esa fecha, en Valencia también puede hacer un tiempo de lo más variado, pero lo normal es que haga buen tiempo por arte de magia. De hecho, algún año sí que ha llovido, pero los últimos cinco años incluso ha hecho calor.

En Moscú, las carreras populares son un acontecimiento minoritario, lo cual no es de extrañar, porque los deportes más populares (aparte del fútbol) son el biatlón, el hockey sobre hielo y el patinaje sobre hielo. Si no sabéis lo que es el biatlón, es que probablemente sois españoles. Lo de correr no es que sea insólito, pero no es frecuente y los que corremos (o hemos corrido) por la calle pasamos por frikis irremediables. En parte, porque en Moscú, si no vives en las inmediaciones de un parque, que son auténticos bosques urbanos, encontrar un lugar para correr y que el entrenamiento no sea una pesadilla es sumamente difícil. Hay unos cuantos clubes de corredores desperdigados, para una ciudad que anda por los diez millones de habitantes.

En Valencia, en cambio, las carreras populares son una religión seguida masivamente. Hay varias todos los fines de semana, no hay apenas pueblo que no tenga la suya y hay una legión numerosísima de participantes de todas las edades y niveles posibles. En muchísimos pueblos hay clubes de corredores, incluso más de uno, que reciben un apoyo enorme por parte de los municipios. En Moscú, ya es bastante con que el municipio no sabotee la carrera (ya sabemos que al poder, en Rusia, le disgustan muchísimo las concentraciones de gente).

En Moscú, la única carrera abierta y gratis total que he visto ha sido el Run Moscow, para participar en la cual no hacía falta más que apuntarse por internet en la página habilitada para ello. Casi siempre las carreras,ya de por sí escasas, son de pago. En esta ocasión, sin embargo, Nike dio un paso al frente y se convirtió en organizador del sarao.

He corrido en una carrera organizada por Nike. Fue la San Silvestre Vallecana de hace unos cuantos años y me gustó tan poco, además de que me soplaron dieciocho euros por una carrera básicamente cuesta abajo con unos espectadores de lo más maleducado que he visto, que le tomé aún más tirria a la marca de la que le había tomado desde que fui adolescente de barrio proletario y anti-marquista. Pero con el Run Moscow hice una excepción.

En Valencia, tradicionalmente, las carreras populares han sido siempre gratuitas y generosamente patrocinadas por los ayuntamientos. Debo tener en casa unas ochenta camisetas de las carreras más inverosímiles, y sólo en las de los últimos años comienzan a abundar las que obligan a rascarse el bolsillo. Se ve que la crisis ha hecho dura mella en los presupuestos municipales y que ya quedan pocos ayuntamientos con las finanzas lo suficientemente saneadas como para ponerse a subvencionar carreritas populares. Para compensar el desembolso, los organizadores de carreras de pago se esfuerzan en dar al corredor un valor añadido (el 10k de ayer fue un buen ejemplo: carete, pero no se le puede poner un pero a la organización).

Con los párrafos que van arriba creo que ya está bastante claro el contexto en que nos estamos moviendo. En ambos casos nos hallamos ante una carrera masiva en términos absolutos (alrededor de diez mil personas), pero una de ellas tiene lugar en Moscú, ciudad relativamente indiferente a casi todo lo que ocurre en ella, atletismo incluido; mientras que la otra sucede en Valencia, donde te das la vuelta en el río a cualquier hora y ves a cuatro o cinco tíos persiguiéndote en pantalón corto.

En estas circunstancias, el reparto de dorsales aparece como uno de los retos más importantes, que desentrañaremos en la próxima entrada.

sábado, 8 de enero de 2011

Carreras

No, esta entrada, y las que seguirán, no van de educación universitaria. De eso ya tuvimos bastante en una serie pasada (que comenzó aquí). Estas entradas van de carreras a pie y de las diferencias que se pueden encontrar en la organización entre España y Rusia.

Como más o menos todo el que se asoma por esta bitácora sabe, yo soy lo que se llama un corredor popular, es decir, un fondista aficionado que entrena sin demasiada sistemática y que termina sus carreras de fondo en el pelotón masivo, y eso los días que salen buenos. Como yo hay legión, y mejores que yo hay legión también. Pero me ha tocado participar en eventos tanto en Moscú como en Valencia, y ahí creo que puedo deducir algunas diferencias entre ambos. Algunas ya las vimos en una entrada de hace mucho tiempo, cuando intentaba correr los 15 kilómetros en menos de hora y media. Ahora estoy un peldaño por encima, pero últimamente he corrido un par de carreras que ya pasan de populares a masivas, y me quiero poner a compararlas, con todo lo odioso que puede ser eso.

La carrera más masiva del año en Moscú fue el Run Moscow, de finales de septiembre, organizado por Nike, nada menos. Cinco kilómetros (que es un birria para un fondista que se respete) pensados para que corriera todo el mundo, y que contó con una participación de, dicen, doce mil corredores.

Para compararlo, tenemos una carrera que corrí la semana pasada: la San Silvestre valenciana 2010. 4,8 kilómetros (igualmente una birria) pensados para una participación masiva, también de doce mil corredores, organizados por la Fundación Deportiva Municipal de Valencia y con una temperatura parecida.

Iba a prolongar un poquito la entrada, pero resulta que a primera hora de mañana participo aquí, y tengo que llegar razonablemente descansado, cosa incompatible con quedarme hasta las tantas escribiendo. Así que seguiré un poco más adelante, que hoy se hace tarde.

jueves, 6 de enero de 2011

Envidia

En Rusia, los padres no tienen por qué preocuparse de nada específico. Está Ded Moroz, que a cualquier niño de siete años ya le queda clarísimo que es un impostor, y que son los padres los que traen los regalos. Eso de exponerse tanto, de llevar una evidente barba postiza y de que las calles y los colegios estén llenos de personajes disfrazados, está claro que acaba por pasar factura.

No saben esos padres rusos la suerte que tienen.

Los Reyes Magos son mucho peores para las ojeras de los padres. Y eso que venimos de la cabalgata.

Las doce de la noche, y este niño que sigue sin dormirse. Con las ganas que tengo de poner los regalos y meterme en la piltra...

lunes, 3 de enero de 2011

La barra de la derecha

Ahora que empieza el año nuevo, va llegando el momento de hacer un cambio de un poco de mayor enjundia en la estructura de esta bitácora. Y es que, aparte de los comentarios que quedan apuntados en las distintas entradas, hay quienes envían sugerencias al buzón que aparece ahí, a la derecha, debajo del avatar, o a alguno otro que algún lector más íntimo sabe que leo.

Las sugerencias son de distinta naturaleza. Hay quien se queja del fondo y de lo difíciles que son de leer las entradas, con ese camuflaje; hay quien echa de menos que no hable más de la Chapman, cosa comprensible. Las sugerencias desagradables y soeces, que también las hubo, desaparecieron hace algún tiempo, supongo que por aburrimiento y porque incluso los más disconformes con esta bitácora entienden que su tiempo puede ser mejor aprovechado en otras circunstancias. En general, las sugerencias son bienvenidas e incluso atendidas, y de ello hay varios ejemplos en distintas entradas, si estoy conforme con ellas o tengo tiempo para hacer caso. Lo del fondo de pantalla es una idea, pero es que es poco menos que una bandera de la bitácora desde sus comienzos, y me da mucha pena cambiarlo. Y lo de hablar de la Chapman es una buena idea, pero me la reservo para cuando la Chapman haga algo que me parezca interesante, aparte de lucir palmito en concentraciones de jovencitos recién hormonados. Dicho sea de paso, si yo fuera jovencito hormonado (una de las dos cosas ya no la soy), hay chicas bastante más cañón que la Chapman, aunque no sean espías.

Lo que me preocupa ahora, y no es la primera vez, y menos después de leer esto, es la fosilización de buena parte de las bitácoras enlazadas ahí, a la derecha, en el (lo voy a decir) blogroll. Lamentablemente, casi la única de temática rusa que se actualiza con frecuencia por lo menos semanal es ésta. Muchas de las demás están abandonadas o renquean visiblemente. Parece que el comienzo del fin de la mayoría de ellas sucede cuando sus autores descubren las redes sociales y el (lo voy a decir también) microblogging. Es algo así como cuando eres adolescente, tus compañeros de quinta se van echando novia y descubres que de repente es como si los hubieran abducido los extraterrestres.

- ¿Has visto a Juan?
- Desde que se echó novia, no.
- ¿Y a Pepe?
- También se echó novia, y hace tiempo que no lo veo.
- ¿Y Luis?
- Tiene novia. He hablado con él por teléfono, pero no hemos podido quedar.
- Mira, ahí viene una chica.
- ¡Tengo miedo!

Con las bitácoras, lo mismo.

- ¿Has entrado en "Volgogrado para principiantes"?
- Sí, pero no actualiza. Ahora está en Twitter.
- ¿Y qué me dices de "Arjángelsk patria querida"?
- No actualiza desde hace meses. Creo que el autor ocupa todo el tiempo en Facebook.
- ¿Y "Diarios de un baturro en Semipalatinsk"?
- Hizo un par de entradas y lo dejó.
- Oye...
- ¿Qué?
- Que me he abierto una cuenta en Facebook.
- ¡Tengo miedo!

En fin. Próximamente me voy a dedicar a indagar si hay alguien por ahí escribiendo bitácoras en español que tengan relación con el contenido de ésta, y a limpiar de alguna manera el contenido de los enlaces. Pido la ayuda de los lectores, que seguro que están bastante más puestos que yo.

sábado, 1 de enero de 2011

Más falsos amigos

Esta segunda regresión en poquísimo tiempo nos lleva a enlazar con la primera entrada de esta bitácora, allá por el lejano 2006. Aquella entrada trataba de los falsos amigos lingüísticos, y es de ver que podemos trazar alguna diferencia entre el sector privado y el sector público a la hora de tratarlos.

Estas fiestas me está tocando ir con frecuencia de compras. En esto, andando por Valencia, me topé con la tienda de la foto.

- ¡Hombre! Zara Home, es decir, Zara se está valencianizando y ha designado en valenciano su tienda para hombres, en lugar de "Zara Hombres".

Cuando entré, no vi nada que pudiera interesar a un hombre. No sé, herramientas, por ejemplo. Sólo había cositas para la casa. Si a algún hombre le interesa eso, le queda poco para salir del armario. Entonces me di cuenta de que "Zara Home", en realidad, era "Zara Joum". En inglés...

Hace unos años, la Coonsejería valenciana de Educación editó una revista, que nos enviaba a los universitarios valencianos en el extranjero. La recibí en Alemania, y vi el título: Papers.

- ¡Hombre! Se está modernizando la administración y ya editan revistas en inglés. Qué bueno, peipers.

Cuando abrí la revista y la vi redactada de arriba a abajo en valencià normalitzat, sin una palabra en otra lengua, me di cuenta de que de peipers nada. Era realmente "papers".

Feliz año 2011 a todos los lectores y que durante el año podemos apreciar más las cosas buenas que tenemos. Por que, si no, lo de ser felices, como que no va a salir bien.