miércoles, 19 de febrero de 2025

La huelga y Arizona

Efectivamente, el jueves pasado hubo manifestaciones y una huelga. Yo diría que tuvieron éxito en una cosa, que fue en movilizar al sector del transporte, y un fracaso en todas las demás. Claro, si concentras tu caja de resistencia en el sector del transporte, consigues que no haya aviones, autobuses y trenes, con lo cual mucha gente que no quería hacer huelga y cuyos puestos de trabajo no son compatibles con el teletrabajo no tuvo más remedio que quedarse en casa. Por poner un ejemplo, la pobre señora que viene una vez por semana a limpiar a casa, que vive lejos y que me tuvo que avisar de que, muy a su pesar, no veía manera de alcanzar su puesto de trabajo. La prueba de que la huelga no contó con el apoyo del público en general fue que el tránsito fue como de costumbre y que la ausencia de autobuses quedó más que compensada con una afluencia mayor de automóviles.

Total, que los empleados del sector del transporte, que ya digo que estoy convencido de que tienen una buena caja de resistencia, forzaron a la huelga a los trabajadores más pobres, porque los que tienen más posibles sacaron su coche del garaje y se dirigieron tal cual a sus puestos de trabajo.

La siguiente huelga general está convocada, según me acabo de enterar hoy, para el 31 de marzo, convocada por el sindicato cristiano (CSC) y socialista (FGTB). Bueno, la iniciativa ha sido del sindicato socialista, y eso que en el nuevo gobierno belga hay dos ministros socialistas (eso sí, flamencos); se ha adherido el sindicato cristiano, o así se hace llamar, a pesar de que en el gobierno están los dos partidos políticos que en su día fueron la sedicente democracia cristiana. Por lo visto, las medidas que anuncia el gobierno son una declaración de guerra contra el mundo del trabajo, así que va a haber una lucha que durará toda la legislatura.

Al gobierno belga se le llama "Arizona", porque la bandera de Arizona (para mi gusto, bien fea) tiene los cuatro colores de los partidos que forman la coalición: el azul de los liberales del Movimiento Reformador, el rojo de los socialistas flamencos, el naranja de los antiguos socialcristianos, tanto flamencos como valones, y -novedad- el amarillo de la Alianza Neoflamenca. El acuerdo de gobierno tiene nada menos que doscientas páginas, con lo que no es extraño que les haya costado concluirlo, y tiene recortes, sí. No son la famosa motosierra, sino, todo lo más, un cortaúñas, pero se ve que los sindicatos no son partidarios.

 Los acuerdos de gobierno, entre muchas cosas más, pretenden limitar el subsidio de desempleo, para que no salga más rentable cobrarlo que trabajar. El objetivo consiste en que el que trabaje cobre 500 euros más que el que perciba el subsidio. También quieren recortar las pensiones, porque dicen que el sistema es inviable (tengamos las orejas muy abiertas en España), así que quieren que los empleados de la compañía de ferrocarril y los militares se terminen por jubilar a los 67 años, como todo el mundo. No, no hay muchas más reformas, no vayamos a creer, tampoco van a enviar a la miseria a nadie. Siguiendo la moda actual, van a ponerse algo más serios con la inmigración y el asilo político. El resto de las medidas, francamente, me parece que tienen mucho de blablablá y poco de chicha (otro día escribiré sobre la justicia belga y las medidas, o así, del gobierno en esta materia). Hay una cosa que últimamente es de actualidad en España, y es la tributación del salario mínimo, que en Bélgica es bastante más elevado que el español y se acerca a dos mil euros. Bueno, pues es salario mínimo en Bélgica será igual al salario neto, lo cual debe significar que no sufrirá retenciones y, entiendo yo, no pagará impuesto sobre la renta.

Total, que el mes que viene tendremos huelga de nuevo. Iba a ser todos los trece de cada mes, pero, como alguien ha apuntado muy astutamente, el 13 de marzo es jueves y el viernes toca volver al tajo, mientras que el 31 de marzo es lunes.

No hay color. Ni tiempo que perder para convocarla, no vaya a hacerse tarde.

jueves, 13 de febrero de 2025

Cuestión de ego (I)

(viene de aquí)

Armán Petrosián era, y es, un bigardo enorme con algo de sobrepeso, cercano a la treintena y, como todos los armenios, moreno y vestido de negro de arriba a abajo. Éste, además, usaba barba corta y gafas de pasta.

La primera vez que me encontré con él fue en un torneo individual, por aquí cerca. Por lo visto era armenio de segunda generación, porque hablaba flamenco con otros participantes en el torneo que lo tiene como lengua materna, así que supongo que los armenios eran sus padres, por lo menos, y que él estaba razonablemente integrado. Digo que supongo porque los ajedrecistas raramente hablamos entre nosotros de otra cosa que no sea ajedrez, y debido a esto solemos ignorar casi todo de nuestros contrincantes, excepto las aperturas que juegan, que eso sí que nos interesa. Todo esto tiene sus ventajas, que quede claro, porque nunca, y nunca es nunca, se habla de política ni de religión, lo cual lleva a que puedas tener cierta amistad con personas con las que, en otros ámbitos, no irías ni a comprar el pan a la tienda de la esquina, pero que han jugado el verano pasado un torneo en un sitio muy chulo y tú podrías estar interesado en hacer lo propio. Sea como fuere, la vida personal de los ajedrecistas no suele aparecer en nuestras conversaciones; muchas veces, eso es una señal de que esa vida personal no existe en absoluto; en otros, porque es mejor no tratar la cuestión, pudiendo hablar de asuntos relacionados con el ajedrez.

Después del éxito de la serie "Gambito de Dama", creo que ya todo el mundo sabe que la liturgia al comenzar la partida consiste en sentarse uno frente al otro y darse la mano, y ahora ya varía según los países. En España se desea suerte, lo cual me parece de lo más hipócrita, porque, en realidad, estás deseando lo contrario; en Bélgica y en otros países del centro de Europa, lo que se desea es "buena partida", y esto es un deseo probablemente sincero, porque sí queremos que la partida tenga los menores errores posibles y sea de la mayor calidad (siempre que ganemos), aunque, desde luego, preferimos que sea el rival el que cometa la metedura de pata definitiva. En realidad, a este nivel, las partidas no son demasiado buenas, así que se aplica el dicho de un maestro de la primera mitad del siglo XX, Tartakower, que decía con mucha sorna que "en ajedrez, gana el que comete el penúltimo error". El último es el que te lleva a abandonar.

Cuando uno se ha dado la mano, el jugador que lleva las negras, que en este caso era yo, pone en marcha el reloj, y el tiempo del jugador de las blancas empieza a correr hasta que juega y pulsa el botón a su vez. Así paso en mi partida de 2021, recién salidos de la pandemia, contra Armán Petrosián. En aquel entonces, digamos que mi mente estaba a otras cosas, a causa de distintos avatares que estaban sucediendo; por otra parte, ajedrecísticamente, los años de pausa habían hecho mella y mi repertorio de aperturas era superado con cierta facilidad por jugadores con un ELO bastante inferior al mío.

Armán Petrosián obtuvo algo de ventaja en la apertura, pero logré equilibrar con cierta facilidad tras terminar la misma. Sin embargo, poco después cometí un error bastante grave que terminó, primero en perder material, y luego toda la partida.

Casi nunca se llega al jaque mate. Cuando uno se ve perdido, y en 2021 me pasó demasiadas veces (siempre son demasiadas), lo que se hace es parar el reloj y ofrecer la mano al contrincante, que la acepta. En España, es normal decir "enhorabuena", y el Bélgica, según casos "goed gespelt" o "bien joué", según el idioma de cada uno. Así lo hice, de mala gana, pero es mejor dejar la mala gana en el interior de uno y sonreír al contrario. El jugador que ha ganado tiene que estar contento, claro.

Armán Petrosian aceptó la mano, nos levantamos y yo iba a proponer ver la partida en la sala de análisis, cosa que en el mundillo se conoce gráficamente como post mortem. Así hago siempre que pierdo y también cuando gano, si deduzco que el contrincante está por la tarea, cosa que no es simple y se produce en un momento delicado. Pero Armán Petrosián no me dio tiempo a proponer nada, sino que tomó la palabra y dijo, en voz alta, perfectamente audible para toda la sala, y en un inglés probablemente algo mejorable:

- You play too passive! You have to play more active! If not, you lose!

Eso me hizo torcer el gesto, pero sólo en sentido figurado, porque en estas condiciones uno tiene que obligarse a saber perder, incluso cuando el oponente no sabe ganar. También me repatea que me hablen en inglés, idioma que hasta entonces no había utilizado, como si por el hecho de ser extranjero estuviera obligado a conocerlo y a ignorar todas las demás lenguas. Aun ofrecí revisar la partida, no recuerdo en qué idioma, pero mi contrincante dijo que tenía que tomar un tren y se fue.

Durante los siguientes años me lo fui encontrando aquí o allá y siempre nos saludamos con una inclinación de cabeza, antes o después de meternos en nuestras respectivas partidas, pero no habíamos vuelto a enfrentarnos. Hasta el mes pasado, esta vez en el encuentro por equipos.

El equipo de Armán Petrosián estaba en una situación aún más problemática que la nuestra, que ya de por sí era crítica, así que vinieron con toda la artillería que pudieron encontrar. El propio Armán ocupaba el primer tablero y tenían una media de cien puntos ELO superior a la nuestra. Era evidente que habían subrayado con purpurina esa fecha y ese encuentro en el calendario y que habían indicado a sus mejores jugadores que era ahí donde tenían que empezar la remontada en la clasificación. Entraron en la sala con seguridad, su capitán comunicó la alineación al nuestro y fueron ocupando sus asientos. Armán se sentó frente a mí.

- Dag! - dije yo.

- Oh! Spreek je in het Nederlands? (¿Hablas neerlandés?)

Seguimos hablando en holandés un ratito, pero mejor traduzco la conversación al castellano.

- Creo que ya jugamos una vez, ¿no? - dijo.

- Sí, sí, ganaste bien.

- Sí, fue una apertura interesante, pero luego cometiste un error y ya no hubo nada que hacer para salvar tu posición.

Eso forma parte de la lucha psicológica anterior a la partida, vale, pero no sé si es de muy buen gusto hacerlo. Yo no lo hago nunca, pero alguien que tiene mucho ego, y ése parecía el caso de Armán Petrosián, quizá tenga necesidad de inflarlo un poco más antes de empezar.

En los tres años y medio que habían pasado desde nuestro encuentro, algunos de los problemas que me acechaban entonces habían encontrado una solución y, en el terreno específicamente del juego, mi repertorio de aperturas era cada vez más estrecho, pero también más profundo, es decir, jugaba menos cosas, pero las conocía mejor y daba prioridad a llevar al contrario a mi terreno, aunque no fuera a sacar ventaja.

Esta vez yo llevaba las blancas. Nos dimos la mano, como también hicieron los restantes participantes de nuestros equipos, y Armán Petrosián puso en marcha mi reloj. Todas las partidas comenzaron a la vez. Las primera diez jugadas las hicimos con rapidez. En la undécima, Armán se puso a pensar y realizó una jugada que yo sabía que no era mala, pero tampoco la mejor.

(continuará)

domingo, 9 de febrero de 2025

¡Tenemos gobierno!

No sé si es la primera vez que un independentista preside el gobierno del país del que su región se quiere independizar, pero me cuesta creer que haya habido algún caso anterior. Bélgica, como en otras ocasiones, es pionera también en esto, y he aquí que tenemos como primer ministro a Bart de Wever, que es el señor de la foto y que sólo ha tardado siete meses en formar gobierno. Con esto, ha mejorado los logros de intentos anteriores, que consiguieron que Bélgica estuviera varios años con gobernantes en funciones, que, por esto mismo, no tomaban ninguna decisión mínimamente comprometida.

Porque es verdad que mucha gente, básicamente anarquistas y libertarios, se regocija cuando no hay gobierno y ve que no pasa nada, como una prueba de que sus postulados políticos son adecuados y de que el gobierno es algo irrelevante, cuya existencia es mejor reducir, a la nada si se puede. Yo, bien lo sabe Dios, no tengo ni pizca de simpatía por los estados metomentodo que regulan todos los aspectos de la vida de la gente, pero una cosa es regular hasta la granulación del papel higiénico o los milímetros que es admisible meterse el dedo en la nariz, y otra es desentenderse de los problemas reales.

Problemas reales es lo que está pasando en Bruselas, por donde a uno, a la que tenga mala suerte, le pueden pillar en medio de un tiroteo. Que sí, que dicen que eso no va con la población general y que son ajustes de cuentas de bandas de traficantes de drogas, pero, caray, que alguien debería tomar cartas en el asunto, que primero fueron los terroristas islámicos, ahora los traficantes de drogas, y yo pensaba, a juzgar por las sirenas que suenan a diario por doquier, que Bruselas está trufada de patrullas de policía que más parecen los hombres de Harrelson que otra cosa. Eso sí, bilingües. Eso es lo que pasa cuando te pasas meses, o años, con gobiernos en funciones: que nadie se moja, porque, total, pasado mañana llega alguien que será quien se coma los marrones.

El nuevo gobierno no va a decretar la independencia de Flandes porque todo tiene su tiempo, pero sí que ha esbozado algunas medidas. No olvidemos que, además de la Alianza Neoflamenca del primer ministro, en el gobierno están los liberales francófonos (MR), los Comprometidos y sus hermanos flamencos del CD&V, así como los socialistas flamencos (los francófonos no). Bart de Wever no es Trump, ni mucho menos, pero no deja de ser alguien de tendencias liberales, así que ha insinuado que va a haber reformas y que eso del déficit publico, como que no. De momento, quiere controlar la inmigración y poner orden en las cuentas públicas, es decir, recortar gastos.

Inmediatamente, el sindicalismo de todos los colores y los partidos de izquierda (menos el que tiene en el gobierno, supongo) le han saltado a la yugular. Todos los días trece de cada mes va a haber manifestaciones, comenzado por el jueves que viene, y hay huelgas previstas, sin que hasta ahora haya ninguna fecha específicamente indicada.

Seguiremos informando el jueves, que se prevé caliente. Entretanto, se hace tarde, y yo llevo un par de semanas de gira europea, así que voy a hacer la maleta, que mañana me voy. Pero el jueves estaré de vuelta, claro que sí. Yo eso no me lo pierdo.

lunes, 3 de febrero de 2025

Una nueva etiqueta

Revisando entradas anteriores de esta bitácora, me di cuenta de que había una omisión imperdonable. Bueno, seguro que hay más de una, pero soy un hombre y sólo puedo ocuparme de una cosa a la vez, así que vamos a empezar por el hecho de que, en la nube de etiquetas que clasifican las entradas, no había ninguna dedicada al ajedrez. Naturalmente, he procedido a corregir el error antes de que fuera demasiado tarde. Como los lectores saben, la palabra "tarde" aparece con frecuencia en las entradas, como señal de que aquí se teme a Dios, desde luego, pero también se respeta mucho a Cronos.

El caso es que de ajedrez he escrito con cierta frecuencia, y eso que en 2006, año en que comenzó esta bitácora, yo me encontraba prácticamente retirado de la competición, aunque con cierta nostalgia de la misma. Mi mejor momento deportivo había llegado en 1997, año en que salí bastante bien parado de un torneo internacional cerrado en Moscú y superaba con cierta holgura los 2200 puntos de ELO, camino de pensar en un título internacional, que se consiguen a partir de 2300 puntos. Sin embargo, un matrimonio y tres hijos vinieron a poner punto y final a mi progresión. Como dice un compañero de mi actual equipo, pierdes cien puntos ELO por cada hijo, cosa que en mi caso se ha cumplido con precisión casi matemática.

En ajedrez hay dos cosas interesantes. Hay más, seguramente, pero hay dos que destacan. La primera es el juego en sí, en el cual la suerte no tiene mucho espacio, por lo cual el único culpable de las derrotas es el jugador mismo. Las excusas y los intentos de echarle la culpa a otro no son convincentes en absoluto y despiertan más bien el desprecio de quienes la escuchan. Es más, si los jugadores de ajedrez aplicáramos en el resto de nuestra vida este mismo principio de que tú eres responsable de tus males y que no debes ir por ahí buscando culpables, probablemente nos iría mucho mejor. Yo ya lo intento todo lo que puedo, pero claro, somos seres imperfectos.

La segunda cosa interesante es el mundillo, es decir, la fauna que rodea al ajedrez. Yo he jugado al ajedrez hasta ahora en cuatro países, de los que he estado federado en tres (en Rusia, mis experiencias ajedrecísticas han sido pocas, pero intensas, y no las he escrito todas todavía), y la verdad es que humanamente es muy formativo, porque, en general, hay de todo, menos mujeres. Vale, esto último no es totalmente verdad, porque sí que hay algunas mujeres, pero son poquísimas y hay que reconocerles el mérito a las pocas que hay, ya que no debe ser fácil estar en un entorno tan masculino, aunque me consta que se las trata de manera exquisita.

Para ser ajedrecista de élite ayuda mucho tener una autopercepción muy favorable de uno mismo. Vamos, lo que llamamos un ego insoportable. No le da a uno más talento, vale, pero sí le hace a uno luchar hasta la extenuación por no perder, y eso son puntos. No es extraño que, entre los jugadores de primerísimo nivel, haya algunos con un carácter manifiestamente mejorable, como el famoso Kaspárov, y que los que son evidentemente buenísimas personas (me vienen a la cabeza casos como los de Anand o de Svidler) ganarían -todavía- mucho más si tuvieran ese ego propio de un argentino.

Yo, qué le vamos a hacer, no tengo suficiente ego, lo cual me cuesta por lo menos cien puntos de ELO. No me gusta nada perder y, cuando sucede, siempre con demasiada frecuencia, tengo que esforzarme para mantener una sonrisa, felicitar al contrario e incluso ofrecerle el "post-mortem", que consiste en reproducir la partida juntos en una sala aparte y analizar por encima qué estaba pasando por la cabeza del otro. Si el contrincante es un tipo educado y deportivo (yo se supone que ya vengo así de fábrica), este post-mortem suele ser un momento razonablemente agradable, incluso si has perdido. Si el contrincante, en cambio, tiene el ego hinchado, se limitará a hablar de sí mismo y de lo bien que ha jugado, con independencia del resultado, es decir, también si ha perdido, y el post-mortem perderá interés.

Para no quedarnos en términos abstractos, y porque ahora estoy federado en Bélgica y me encuentro enrolado en un club con el que participo en la liga belga, vamos a ver un ejemplo más concreto.

El ajedrez en Bélgica, como casi cualquier cosa, es un deporte con un número muy alto de practicantes extranjeros o al menos de origen extranjero. En mi club, que es un poco especial, apenas hay un solo belga, pero uno ve los emparejamientos y resultados de la liga belga y las alineaciones de casi todos los equipos están trufadas de apellidos claramente extranjeros.

Así las cosas, antes de la sexta jornada, uno de nuestros equipos, el tercero, estaba en peligro serio de descender de categoría y le tocaba enfrentarse contra un rival directo por la permanencia. Normalmente juego en un equipo superior, pero el capitán me propuso jugar en el primer tablero del tercer equipo y uno, que se tiene por un jugador de equipo, aceptó. En general, casi en cualquier división el primer tablero es siempre un tipo duro de roer, de modo que se podía esperar una partida en la que yo no fuera el favorito.

- En las anteriores rondas, en el primer tablero de nuestros contrarios ha jugado Armán Petrosián - me dijo el capitán.

- Oh, oh... - respondí.

Yo ya conocía a Armán Petrosián (que, como de costumbre en esta bitácora, no es su verdadero nombre). Pero, como esta entrada se está haciendo larga y no es cosa de abusar de la paciencia del lector (por no hablar de que se está haciendo tarde), vamos a dejar la presentación de Armán Petrosián y de mi encuentro con él para una entrada que escribiré más adelante.

miércoles, 29 de enero de 2025

Celebraciones

 

El 25 de enero de este año la Hermandad del Rocío de Bruselas celebraba el vigésimo quinto aniversario de su reconocimiento como hermandad filial de la de Almonte. Para tal efecto, consiguió que ese día el Manneken Pis vistiera de rociero, que es como aparece en la foto.

No es la primera vez. De hecho, esta bitácora ya se hizo eco de la primera, en la que se tuvo que confeccionar el traje de acuerdo con las precisas instrucciones que dio la Asociación de Amigos del Manneken Pis. En aquel entonces, hace cinco años, no lo sabíamos, pero estábamos a punto de entrar en la pandemia, y la Hermandad del Rocío de Bruselas acababa de cumplir veinte años de existencia; entretanto, ya va por los veinticinco, así que ha logrado convencer a la citada Asociación de Amigos del Manneken Pis, con quienes evidentemente conserva una buena relación, para que accedieran a desempolvar el trajecito que se cosió entonces y vestir con él a la emblemática estatua. Creo recordar que entonces también había un sombrero andaluz, que esta vez no se utilizó.

En estos cinco años ha llovido mucho. En Bélgica desde luego, porque llueve mucho incluso cada día. Ha llovido mucho incluso en Valencia, y no digamos a finales de octubre del año pasado. Ha llovido tanto que releo la entrada de hace cinco años y no puedo menos que sonreír al descubrir cosas que eran ciertas entonces y ya han dejado de serlo. Estremece pensar que unas pocas semanas después de aquel día íbamos a estar confinados y en plena confusión, con las iglesias cerradas, todo el mundo en teletrabajo, y la susodicha Hermandad del Rocío poco menos que en colapso, reducidas las filas a unas pocas decenas de hermanos desperdigados y sin lugar de reunión. Cinco años después, la Hermandad está en un momento de auge, cosa que se pudo ver en la Eucaristía que tuvo lugar nada menos que en el Sablon y en la comida posterior. Hay más gente, la media de edad se ha reducido enormemente y la pandemia obligó a hacer cosas como rezar rosarios (que es una obligación de toda entidad mariana) a través de una aplicación en línea. Esto último ha dado un resultado inesperado, por lo bueno, que es poner en contacto semanal a los hermanos residentes en Bruselas y a quienes han ido abandonando esta ciudad tan lluviosa, pero no se han dado de baja y siguen participando en lo que buenamente pueden e incluso asoman por aquí de vez en cuando.

En resumidas cuentas, sólo queda desear a la Hermandad que, igual que celebró en su momento su vigésimo aniversario y hace unos días su vigésimo quinto, conserve y aumente su fuerza para llegar, no ya al trigésimo, sino al medio siglo y más allá, aunque al que escribe estas líneas, por pura razón de edad, se le haga tarde para verlo.

lunes, 27 de enero de 2025

El ludópata

 

A estas alturas supongo que habrá gente que no recuerde al personaje de la foto, el conocido cacique de la provincia de Castellón, Carlos Fabra, último heredero hasta ahora de una dinastía que comenzó Victorino Fabra, alias el agüelo Pantorrilles, un sujeto bastante aborrecible que organizó una contraguerrilla liberal durante la Primera Guerra Carlista y que obtuvo como recompensa de los vencedores un poder omnímodo en la provincia de Castellón (eso para los que dicen que la democracia y la libertad comenzaron en España en 1812 o en 1833, que alguno hay).

El caso es que Carlos Fabra ha sido siempre un jugador aventajado de la lotería. Ni se sabe las veces que ha ganado y ha obtenido infinidad de boletos premiados. Las malas lenguas dicen que era su forma de blanquear los ingresos en efectivo que tenía de sus labores de intermediación de todo cuño y, en todo caso, no demasiado confesables, pero también podemos argüir, por qué no, que jugaba a la lotería con tanto énfasis y gastaba en ella tales sumas de dinero que forzosamente alguno le tenía que salir premiado. En lugar de ser un corrupto, que es la opinión seguramente infundada que se tiene sobre él, bien podríamos decir que se trata de un enfermo, un ludópata que no puede controlar los impulsos que tiene de jugar compulsivamente. No es de extrañar que las ganancias que obtenga, que nunca serán mayores, por pura probabilidad matemática, que las cantidades que ha perdido, tenga que sacarlas para seguir jugando, en una vorágine adictiva que a saber hasta dónde puede llegar.

Recuerdo este caso porque es bastante similar al que tiene como protagonista a nuestro Didier Reynders, que parece que se encuentra en una situación similar a la de Carlos Fabra, es decir, que hay dos hipótesis: o es un ludópata de campeonato, o debería explicar de dónde saca el efectivo con el que adquiere la lotería.

Según la prensa, parece que el propio Reynders ha declarado a la policía, entiendo que muy compungido, que es un ludópata y que no se puede resistir a gastarse dos o tres mil euros, que yo al menos no los gano todos los fines de semana, comprando boletos de lotería en una gasolinera cerca de su casa. Ha sido identificado por una empleada de la gasolinera, cosa normal, porque verte a un ministro (o a quien sea) dejándose tres mil euros en efectivo día sí, día también, es cosa que uno recuerda con facilidad. Pobrecillo, podríamos pensar.

Luego vienen las dudas que le entran a uno. No sé muy bien cómo están las cosas en España, supongo que más o menos igual que aquí, pero sacar dinero en efectivo en Bélgica ya no es lo que era. Hubo un tiempo, pongamos que hablo de los inciertos momentos que siguieron al inicio de la pandemia, en que me puse a sacar efectivo para tener una reserva en caso, yo qué sé, de que los sistemas de pago se cayeran y tuviera que comprar urgentemente cosas de primera necesidad como papel higiénico. Ahí me topé con el límite semanal de mil doscientos euros y con el límite diario de seiscientos. Para un ludópata redomado como Reynders, que se gastaba bastante más en sus vicios, eso no pasa de calderilla, así que entiendo que de algún sitio tuvo que haber sacado el remanente, a no ser, claro, que estuviera sacando pasta todas las semanas durante años, pero conteniéndose y sin jugar un euro, para luego sucumbir de golpe a la tentación y jugar insaciablemente todo el dinero en efectivo que se había procurado.

También está que uno puede ser un ludópata y pagar los billetes de lotería con tarjeta, e incluso diría que es así como lo hace la mayoría de los que juegan comprando sus cosas en las gasolineras o donde sea. No tengo ni idea, porque yo soy totalmente contrario al juego y a las apuestas, y mucho más a la lotería nacional, ejemplo de libro de Estado estafando miserablemente a los ciudadanos, pero no veo la necesidad de sacar la billetera y los billetes para jugar.

Otra duda razonable consiste en que Reynders, más que retirar dinero en efectivo de sus cuentas, lo que ha estado haciendo es lo contrario, es decir, hacer ingresos en efectivo de cantidades bastante importantes que hubiera podido utilizar en jugar a la lotería, ya puesto. Pero no, él ha preferido ingresarlas en sus cuentas bancarias.

Una duda ulterior consiste en la naturaleza de la lotería en Bélgica. En España, la verdad sea dicha, comprar billetes de lotería para blanquear dinero esperando obtener un premio no parece nada inteligente, porque la tasa de ganancia es bastante despreciable, pero parece que en Bélgica la tasa de ganancia es del 60% de media y, para algunos juegos, incluso del 78%. Vamos, que si juegas cien mil euros, pongamos por caso, vas a perder entre veintidós mil y cuarenta mil, pero te quedas con entre sesenta y setenta y ocho mil perfecta y legalmente ingresados en tus cuentas. Es un sistema burdo y fastidioso de blanquear, vale, pero es más rápido que irse de restaurantes todos los días o comprar en el super y pagar sistemáticamente en efectivo. Y hay gente que tiene prisa.

Y otra, como yo mismo, a quienes sistemáticamente se nos hace tarde. Tiene que haber de todo,  ¿no?

viernes, 24 de enero de 2025

Reynders, de nuevo

Vamos, pues, con el político belga más conocido por los españoles, que no es otro que Didier Reynders. Ya hemos hablado de él en alguna ocasión, por ejemplo aquí, cuando prácticamente acababa yo de llegar a Bélgica, y también aquí, en sus gloriosos tiempos de comisario europeo de Justicia y árbitro de las disputas en España entre el gobierno y la oposición.

Didier Reynders salió del cargo de comisario de justicia el 1 de diciembre de 2024, es decir, literalmente el mes pasado, y a la policía belga le ha faltado tiempo para empapelarlo en cuanto perdió el cargo que le daba cierta inmunidad. Ahora mismo está bajo investigación por blanqueo de dinero, pero primero vamos a dar una semblanza general del personaje en cuestión.

Didier Reynders nació en Lieja y estudió allí en un instituto jesuita para después licenciarse en Derecho en la universidad local. Aunque mantiene muchos lazos por allí, es más o menos vecino mío, porque ya hace tiempo que reside en Uccle, de donde ha sido concejal en el pasado mientras desempeñaba todo tipo de cargos en el gobierno federal, cosa que en Bélgica es perfectamente posible. Hay que decir que este municipio pasa por caro y de clase alta; bueno, pues Reynders vive en la parte del municipio que hace subir la media del precio del metro cuadrado de vivienda.

Su carrera progresó con rapidez, comenzando por la presidencia de la SNCB, la compañía ferroviaria belga, cuando aún no tenía treinta años. Quizá eso explique algunas cuestiones que se le plantean a uno sobre el funcionamiento de los trenes en Bélgica, no sé. Además de ciertos cargos, prebendas e intereses en el sector privado, que hacen preguntarse cositas sobre si hay normas sobre incompatibilidades de cargos en Bélgica, fue ministro nada menos que de Hacienda entre 1999 y 2011, y luego ministro de Asuntos Exteriores y Europeos (sus competencias incluían también comercio exterior), antes de ser nombrado comisario europeo de Justicia y encargado, por consiguiente, del respeto al Estado de Derecho en la Unión Europea. Como en España el gobierno y la oposición se acusan mutuamente de despreciar el Estado de Derecho, a Reynders le tocó mediar con el fin de desbloquear el nombramiento de los componentes del Consejo General del Poder Judicial, cosa que se logró, debido a él o a quien fuera. Gracias a esta intervención, la opinión pública española escuchó su nombre, lo cual lo convirtió en uno de los pocos políticos belgas conocidos en nuestro país.

El hecho de que estuviera en primera línea política durante tantos años y durante diferentes gobiernos y coaliciones, hasta el punto de que incluso el Rey le encargó intentar formar gobierno un par de veces (eso sí, sin éxito), le ha dado una fama de superviviente y un apodo un tanto peculiar, "Teflón". Este apodo se debe a que los jaleos y los escándalos le resbalan como por arte de magia sin afectarle lo más mínimo, como si fuera una sartén antiadherente. Y ha tenido escándalos, ya lo creo que los ha tenido. Ya tuvo una acusación de blanqueo de dinero, que fue archivada a los pocos días por falta de pruebas; y también estuvo implicado en el famoso "Kazakhgate" que costó el puesto al anterior alcalde de Uccle, que era de su partido (recordemos que, además de todo lo demás, Reynders era concejal de Uccle), además de ciertas relaciones con un príncipe saudí de reputación mejorable. Nada le afectó y su carrera política siguió en constante ascenso o, en el mejor de los casos, estable.

Las cosas empezaron a torcerse en 2024, cuando no pudo conseguir que el gobierno belga lo propusiera para continuar como comisario europeo. De repente, parece que el teflón empezaba a desgastarse, después de sesenta y seis años de cumplir su función escrupulosamente.

El 30 de noviembre de 2024 fue el último día de Didier Reynders como comisario europeo. El 1 de diciembre entró en funciones la nueva Comisión. El 3 de diciembre, la policía belga ya estaba interrogando a Reynders. No pueden detenerlo preventivamente, porque goza de inmunidad al haber sido ministro, comisario o lo que haya sido durante los períodos en cuestión, pero interrogarlo sí que pueden, y en ello están.

Como se hace tarde, lo cual me temo que no es una novedad, vamos a dejar la continuación para la próxima entrada. Y me temo que puede haber más, a medida que se vayan desarrollando los acontecimientos.