lunes, 17 de marzo de 2025

Con calma

Decíamos en una de las últimas entradas que las cosas en palacio van despacio. No se diría sino que Bélgica entera es un gran palacio, porque la cachaza, la calma y la parsimonia no son patrimonio único del sector público, sino que se extiende a todo el paisanaje, público, pero también privado. No ya la justicia, sino que todo hijo de vecino se toma las cosas con muchísimo tiempo.

Eso incluye a mi vecino. Bueno, es mi vecino porque es el dueño de la casa con la que tengo la... desdicha, me temo, de compartir pared medianera, pero en realidad no vive ahí. Quien vive es una familia anglo-germana con la que no tengo demasiado contacto, como ya sabemos, pero que no son propietarios.

En agosto de 2021, que ya ha llovido desde entonces, se me inundó el semisótano de la casa, principalmente a causa de las tormentas torrenciales que dejaron Bélgica convertida en una enorme piscina, pero también a que un desagüe estaba obstruido y ya se sabe que el agua siempre encuentra un camino por el que discurrir. Ahora bien, las tormentas y la obstrucción del desagüe no fueron la causa exclusiva del desaguisado, cosa que se comprobó nuevamente en agosto, pero de 2022, cuando una noche cayó nuevamente una tormenta fortísima y al levantarme por la mañana me encontré el semisótano inundado de nuevo, a pesar de que mis desagües funcionaban esta vez a la perfección.

La causa evidente, porque la pared medianera, llena de chorretones marrones, así lo atestiguaba, eran filtraciones desde la vivienda vecina, así que contacté con el entonces vecino alquilado, que me pasó los datos del propietario, y después de mucho sudar conseguí que hiciera un apaño y sellara la baldosa que rodeaba la entrada del desagüe de su jardín.

A mí no me parecía que allí estuviese la causa de las humedades en mi semisótano, pero me tuve que conformar con el apaño. La humedad seguía allí, y hasta aparecía moho cuando uno se despistaba demasiado y no ventilaba suficiente, pero por lo menos no había inundaciones.

Bueno, eso fue hasta agosto, pero de 2024, en que llovió nuevamente con la suficiente fuerza como para que mi semisótano reapareciera inundado y volvieran a presentarse los manchurrones marrones sobre la pared medianera. Hay que decir que la vivienda vecina está algo más elevada que la mía y que, al otro lado de donde yo tengo un semisótano, en la suya no hay más que tierra. Y, como el agua no va hacia arriba salvo por obligación, todo hacía indicar que sus desagües tenían una fuga importante y el agua había decidido aliviarse, precisamente, hacia mi vivienda.

Estamos bien entrado marzo de 2025, mi vecino me ha dado buenas palabras no sé cuantísimas veces, han pasado dos expertos y dos compañías de seguros a examinar el semisótano, sus cañerías, las mías, y algo que debía estar arreglado desde 2022, cuando se vio venir por primera vez que el problema era serio, parece que sólo va a empezar a resolverse definitivamente el mes que viene, con suertecilla. Lo siguiente ya es tratar de usar una cuña de la misma madera y enviarle, no mis padrinos, como haría en el pasado, sino mis abogado, a ver quién es más lento, si la justicia belga o él.

A ver si mis nietos pueden ver el asunto terminado o tengo que malvender una casa con humedades antes de pasarle el marrón a quien venga detrás.

viernes, 14 de marzo de 2025

Una breve ojeada al espacio postsoviético

Como sucede de vez en cuando, cada cierto, esta bitácora, que nació en Rusia, donde se escribió la mayoría de su contenido, echa una mirada a lo que sucede en el espacio postsoviético. No piso Rusia desde 2014, así que me guardaré muy mucho de considerarme experto en un país que cambia tanto en tan poco tiempo.

Ahora que el nuevo gobierno estadounidense retira su apoyo a Ucrania, todo indicaba que la posición ucraniana sería insostenible. Como ya indicó Putin en una entrevista que concedió hace unos meses, en cuanto se acabara la munición al ejército ucraniano, la guerra terminaría; si, además de la munición, se les acaba la información sobre movimientos de las tropas rusas que les proporcionaban los servicios de inteligencia estadounidenses, es de suponer que la guerra terminaría incluso antes.

Sin otros factores, el resultado iba a ser la desmembración de Ucrania, en la línea de frente actual o no muy lejos de ella, una clara ganancia de territorio muy valioso por parte de Rusia y la llegada de los estadounidenses a la zona en forma de concesiones de explotación de recursos naturales y de financiación de la reconstrucción. Con independencia del famoso episodio de diplomacia mejorable que se dio en la Casa Blanca, las cosas no iban a diferenciarse mucho de lo que pone en este párrafo, con el reforzamiento de los Estados Unidos y de Rusia y un ridículo espantoso por parte de los países de Europa Occidental.

La gran curiosidad que he tenido estos días era qué actitud iba a adoptar el Reino Unido ante semejante panorama. El Reino Unido, aunque ahora esté en horas bajas y lejos de los tiempos en que podía poco menos que dictar la política mundial, es una potencia notablemente consecuente en su política exterior, una de cuyas máximas consiste en oponerse a Rusia en todos los frentes, en especial en el frente mediterráneo: Rusia intenta todavía hoy, hasta ahora en vano, obtener una salida a un puerto mediterráneo y el Reino Unido, que sigue disponiendo en la actualidad de bases en Chipre y del peñón de Gibraltar y que hasta hace relativamente poco tenía Malta, hace todo lo posible por impedírselo. Eso puede explicar cosas como la guerra de Crimea del siglo XIX, entre otras muchas cosas como alianzas anglo-turcas que no tienen pies ni cabeza, excepto esa razón.

El Reino Unido también se ha opuesto históricamente a Rusia en otros frentes, como el caucasiano (y eso ya lo vimos aquí) y el de Asia Central. Los británicos ya han desaparecido de aquellos lugares, porque la descolonización es lo que tiene, pero siguen empeñados en cercenar cualquier avance ruso donde sea. Bien mirado, los británicos suelen dedicarse a molestar a todo el que pueda ser potencia, ahora y en el pasado, llámese España, Francia o Alemania, pero la palma se la lleva Rusia.

Recordemos que, al principio de la guerra, porque aquí a las cosas se las llama por su nombre y lo de "operación bélica especial" no cuela, cuando Ucrania y Rusia estuvieron cerca de llegar a un acuerdo en Turquía, el Reino Unido y Estados Unidos intervinieron para que tal cosa no sucediera, lo cual es uno de los motivos por los cuales la peña sigue en las trincheras pegando tiros. Los Estados Unidos, entretanto, han cambiado de casi todo, incluso de idioma oficial: han cambiado de presidente, de política arancelaria, de política exterior y esto sólo en mes y pico que el nuevo presidente lleva en el poder.

El Reino Unido, no.

El Reino Unido ha cambiado de muchísimas cosas también desde que empezó la jarana: ha cambiado de reina a rey, ha cambiado de primer ministro, pero de política exterior no ha cambiado ni tantico. Otra cosa no, pero del Reino Unido te puedes fiar, así que ahora tenemos a su primer ministro olvidándose de que han salido de la Unión Europea e intentando montar una operación que sostenga a Ucrania. Yo creo que al Reino Unido Ucrania no le importa lo más mínimo, porque el Reino Unido ha dado sobradas muestra en la historia remota y reciente de que sólo le importa su ombligo, pero, si así tiene a Rusia enfangada en el frente del Donbás algún tiempo suplementario, eso que gana.

Vamos a seguir lo que sucede con atención, mientras Putin considera interesante la propuesta de alto el fuego, pero negocia mejores condiciones. Entre Trump y Putin, supongo que vamos a vivir en una época de faroles mutuos, y ya digo que lo realmente interesante es la posición del Reino Unido, ese enemigo de todo el que destaque, porque ésos van a ser los que marquen el territorio donde se mueva todo. Y ésos no van normalmente de farol.

miércoles, 5 de marzo de 2025

El licenciado Vidriera

Todo el mundo ha leído el Quijote, claro. Bueno, en realidad, lo más probable es que todo el mundo diga que ha leído el Quijote, pero, en realidad, lo que ha hecho es leer el par de capítulos que les obligaron a leer en clase. Últimamente, los alumnos de las últimas cohortes, como mis hijos, ni siquiera leen el original, sino versiones adaptadas que ocultan el precioso castellano de Cervantes. Los más aplicados han hecho un esfuerzo y han visto la película. La de dibujos animados, claro, no pensemos en la de Orson Welles o cualquiera otra de las más de cien que debe haber por ahí. En todo caso, lo más corto y masticado que haya, porque ya se sabe que no hay que cebarse con la cultura.

Si el Quijote ya es un libro condenado a criar polvo en los anaqueles, el resto de la obra de Cervantes, que la tiene y es magnífica, todavía es más desconocida. Y menos mal para él, porque, así como hoy Cervantes es tenido en gran estima por todos, así de izquierda como de derecha o centro, si realmente hubieran leído sus obras todos los que dicen haberlo hecho, estoy seguro de que sería cancelado a no tardar. Sin entrar en el Quijote, muchos de cuyos capítulos se las traen, varias de sus novelas ejemplares son un compendio de racismo ('La gitanilla', cuyo comienzo es totalmente impublicable en la actualidad) e islamofobia (casi que cualquiera de ellas, pero tomemos 'El amante liberal'). Pero la que choca más con los valores de cierta parte de la sociedad actual es, para mí, 'El licenciado Vidriera'.

Esta obra, resumiendo muchísimo, narra la historia de Tomás Rodaja, un estudiante de Salamanca que comienza sus estudios como criado y que, al licenciarse sus amos, aprovecha para ir de viaje por Italia y, sí, también por Flandes, en una especie de Erasmus de la época:

Fue muy bien recebido de su amigo el capitán, y en su compañía y camarada pasó a Flandes, y llegó a Amberes, ciudad no menos para maravillar que las que había visto en Italia. Vio a Gante, y a Bruselas, y vio que todo el país se disponía a tomar las armas, para salir en campaña el verano siguiente.

Y, habiendo cumplido con el deseo que le movió a ver lo que había visto, determinó volverse a España y a Salamanca a acabar sus estudios; y como lo pensó lo puso luego por obra, con pesar grandísimo de su camarada, que le rogó, al tiempo del despedirse, le avisase de su salud, llegada y suceso. Prometióselo ansí como lo pedía, y, por Francia, volvió a España, sin haber visto a París, por estar puesta en armas. En fin, llegó a Salamanca, donde fue bien recebido de sus amigos, y, con la comodidad que ellos le hicieron, prosiguió sus estudios hasta graduarse de licenciado en leyes.

Al volver a Salamanca, se enamora de él una mujer a la que no hace el menor caso, por lo que ésta consigue que ingiera una pócima que se supone que debía hacerle enamorarse de ella. El resultado, sin embargo, no es el esperado, sino que Tomás Rodaja pierde el juicio y cree que está hecho de vidrio y que puede romperse al mínimo golpe, lo que da lugar a todo tipo de situaciones ridículas; sin embargo, en todo lo demás muestra mucha sabiduría, pero el hecho es que la gente se burla de él por esa manía suya, llamándolo licenciado Vidriera. Eso sí, todos se le arriman pidiéndole consejo, y sus ocurrencias y agudezas son la mayor parte de la obra. Por ejemplo, entre otros muchos, da el siguiente consejo, que nos muestra que en el siglo de oro las cosas no estaban mucho mejor que ahora:

Preguntóle uno que qué consejo o consuelo daría a un amigo suyo que estaba muy triste porque su mujer se le había ido con otro.

A lo cual respondió:

-Dile que dé gracias a Dios por haber permitido le llevasen de casa a su enemigo.

-Luego, ¿no irá a buscarla? -dijo el otro.

-¡Ni por pienso! -replicó Vidriera-; porque sería el hallarla hallar un perpetuo y verdadero testigo de su deshonra.

Hoy día, en lugar del final que tuvo la novela y al que pasaremos a no tardar, la actitud lógica de la corrección política actual debiera consistir en respetar los sentimientos del tal Vidriera. Si él se siente de vidrio, él es de vidrio y nadie es quién para burlarse de él, lo cual sería equivalente a un delito de odio. Por lo menos.

La fama de Vidriera crece y termina pasando a la Corte con el mismo éxito que había tenido en Salamanca.

Para acabar de estropear las cosas, la novela prosigue con una desdichada "terapia de conversión" por parte de la pérfida Iglesia católica. Un sacerdote, compadecido de Vidriera, y pasados dos años desde que ingiriera el bebedizo que lo transformó, le hace recuperar el juicio, con lo que pasa a un estado normal y adopta el nombre, no de Rodaja, ni de Vidriera, sino de licenciado Rueda, transformación de su nombre original.

Claro, el problema es que así no le resulta interesante a nadie, de modo que no le hacen maldito el caso. Vamos, como cierto actor que ha pasado a ser actriz y que se ha hecho bastante famoso, no tanto por sus dotes escénicas, sino por el hecho de haber hecho un remedo de cambio de sexo.

La novela termina con el antiguo licenciado Vidriera, ahora Rueda, abandonando la Corte decepcionado y volviendo a Flandes.

(...) y, viéndose morir de hambre, determinó de dejar la Corte y volverse a Flandes, donde pensaba valerse de las fuerzas de su brazo, pues no se podía valer de las de su ingenio.

Y, poniéndolo en efeto, dijo al salir de la Corte:

-¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!

Esto dijo y se fue a Flandes, donde la vida que había comenzado a eternizar por las letras la acabó de eternizar por las armas, en compañía de su buen amigo el capitán Valdivia, dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado.

Para los que no tenemos intención de volver a la Corte, el licenciado Vidriera no deja de ser un ejemplo. Es cierto que Flandes no es lo que era entonces y que podría decirse que Bruselas es actualmente tan o más Corte que Madrid. No es menos cierto que la milicia, al menos de momento, no es tan necesaria como lo era en plena guerra contra los herejes, pero seguro que se le encuentra alguna utilidad, antes de que se haga tarde.

Porque, sí, siempre se hace tarde...

 

domingo, 2 de marzo de 2025

Mas cosas de palacio: el paisanaje

Cuando me senté en la antesala, por allí no había demasiada gente. Es verdad que me puedo imaginar planes más apasionantes que asistir a una vista judicial en materia civil. Una abogada joven estaba repasando con su defendido los documentos del caso que les ocupaba; supongo que estaban preparando la defensa, o la acusación, quién sabe. La abogada vestía la toga que visten los abogados de aquí y que es un poco diferente a la que se usa generalmente en España, con ese tejido blanco que les cae sobre el pecho. Hubiera quedado incluso elegante de no ser porque se le adivinaban los vaqueros en la parte más cercana al calzado, que no eran unos zapatos sino unas zapatillas de deporte. Arreglada, pero informal.

Su defendido era un hombre entrado en años, algo desaliñado, que por lo que pude entender mientras esperaba allí se las prometía muy felices, pero ahí acaba todo mi conocimiento del caso. La abogada asentía regularmente con la cabeza, mientras su cliente elucubraba una y otra vez sobre las intenciones de la contraparte.

En esto, la abogada reconoció a alguien que entró con paso mesurado y calculado, todo él prestancia, y se sentó no lejos de donde estábamos. Se trataba de un abogado, con su correspondiente toga, de estatura mucho más que mediana, más afeitado que un espejo y cabellera canosa pulcramente peinada hacia atrás y engominada con tal cuidado que no se salía un pelo del sitio. Se le podría echar unos cincuenta años, pero también podría ser que aparentara más de los que realmente tenía. Lejos de la informalidad de la otra abogada, bajo la toga llevaba un pantalón de traje, y de traje caro, así como unos zapatos, no menos caros, clásicos, sin una mota de polvo; tenía un maletín de cuero de precio parecido al resto de sus complementos y, en general, exudaba respetabilidad por todos los poros.

En cuanto lo vi, supe que no nos íbamos a llevar bien.

La abogada se excusó con su desaliñado cliente y se acercó a su colega.

- ¡Profesor De Wet! ¿Cómo está?

- ¡Ah, qué agradable sorpresa! Bien. Estoy llevando un caso que parece bastante sencillo, pero está tardando mucho. Ya lo han aplazado dos veces por enfermedad del juez. A ver si lo terminamos hoy ¿Y qué tal está usted?

- Bien, ahora trabajando de pasante en el despacho de Maître Scheidincx.

- Buen sitio. Ya veo que se dedica a la rama del Derecho que aprendió conmigo en la universidad.

- Pues sí ¿Es muy complicado el caso que lleva hoy?

El profesor De Wet, que, en cumplimiento de la estricta política de anonimato de esta bitácora, no es el verdadero nombre del personaje, se puso a explicar su interpretación del caso que llevaba, lo cual quizá haya sido un poco imprudente sin saber si la contraparte estaba por allí cerca. Pero, claro, como era tan evidente el resultado, y no se veía a ningún togado más por las inmediaciones, apenas se le puede reprochar.

En éstas estábamos, cuando se abrió la puerta de la sala en la que estaba citado para la vista y salió de ella una señora también como de cincuenta años, que resultó ser lo que en España llamaríamos una ujier, que iba vestida de calle, con un jersey y un pantalón normalitos, como yo mismo. Exclamó un nombre y el profesor De Wet se levantó, indicando que se trataba de la parte que él representaba. Exclamó otro nombre, de hecho, exclamó el mío, y yo me levanté.

- Dat ben ik! (Ése soy yo) - dije.

Siguió una breve conversación en un neerlandés bastante mejorable por las dos partes. En Bruselas, ciudad al menos teóricamente bilingüe, hay dos órdenes jurisdiccionales, francófono y neerlandófono; siempre en teoría, el demandado puede elegir lengua. Nos encontrábamos en el tribunal francófono, que era donde se había presentado la demanda. En Bruselas, los neerlandófonos hablan el francés correctamente, porque no hay más remedio y hay que comunicarse con la mayoría de la población; los francófonos, en el mejor de los casos, consiguen balbucir algunas palabras en neerlandés a duras penas. La ujier estaba en este segundo caso.

El profesor De Wet, que resultó ser francófono hasta la médula, me identificó como la parte adversaria, se me dirigió y siguió una conversación tirando a tensa, hasta que fuimos llamados a la sala. Cada cual ocupó su puesto y aquí nos encontramos con una diferencia muy importante entre la justicia en Bélgica y en España. Así como en España hay que ir a cualquier sitio con abogado y procurador, en Bélgica no es obligatorio estar asistido de abogado (y el procurador yo creo que ni saben lo que es). Hay que reconocer que, en este punto, Bélgica nos saca algo de ventaja. Yo todavía no he conseguido comprender qué aporta un procurador que no pueda aportar el propio abogado y tengo la certeza de que los propios procuradores, en privado, tampoco lo comprenden, pero claro, ellos nunca te lo dirán hasta que se jubilen (a mí me lo confesó una procuradora jubilada). Lo de la defensa letrada obligatoria es otra cosa, pero me da a mí que está pensado sobre todo para conveniencia de los jueces, los cuales de esta manera se aseguran de tratar con alguien que domine la jerigonza jurídica.

El caso es que yo no estaba asistido de abogado y me senté en el lugar destinado a las partes, delante del estrado. La contraparte era todo lo contrario: no había más que abogado, representante, que se situó en la parte destinada a la defensa letrada, mientras que el lugar destinado a la parte demandante quedó vacío. En esta asimétrica situación comenzó la vista.

El juez, por su aspecto, parecía recién salido de la universidad. Era un chaval delgado, al que la toga le quedaba algo grande, con gafas, flequillo abundante y una pinta de yogurín empollón que tiraba para atrás. A su lado estaba el secretario judicial, también con su toga, de edad algo mayor que el juez, pero que no dijo una palabra sino para fijar la siguiente vista.

Viendo al juez y viendo cómo actuó, cosa que no es cuestión de esta entrada, uno comienza a comprender de dónde sale parte de los males del sistema judicial belga. Como ya vimos, uno de los puntos débiles es que la profesión judicial es poco atractiva, cosa que supongo que tiene que ver con el prestigio de la profesión. Yo pensaba que también con la remuneración, pero resulta que el salario mensual bruto de un juez novato, como evidentemente era el caso de quien tenía delante, es de 6.500 euros brutos, que le parecerá muchísimo al español estándar, pero estamos en Bélgica, así que la cantidad contante y sonante que puede ingresar será de unos 3.500 euros todo lo más, a no ser que tenga deducciones por lo que sea. Cuando los políticos españoles (los de izquierdas, principalmente) dicen que la presión fiscal en España no es tan grande comparada con la de otros países de Europa, supongo que piensan en países como éste en el que vivo.

A partir de ahí, uno ya puede decidir si eso es mucho o poco. De momento, es mucho más que en España, donde por otra parte es mucho más difícil acceder a la profesión de juez, pero parece que en Bélgica tienen dificultades para encontrar gente que quiera desempeñarla, no entiendo muy bien por qué. El nuevo programa de gobierno incluye un capítulo destinado a la justicia en el que habla de hacer más atractivos los empleos relacionados con la misma. De lo que no habla es de la aceleración de los procedimientos judiciales.

Pues debería. El procedimiento en cuestión, que ya llevaba aplazados dos señalamientos, todavía terminó durando un buen tiempo más, y eso sin contar la fase de ejecución ni los posibles recursos, que nadie interpuso en esta ocasión y que hubieran enviado el procedimiento quién sabe a qué marco temporal.

Y luego me quejo de que se me hace tarde.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Las cosas de palacio

Bélgica es un país parsimonioso, cuyos residentes harán bien en mostrar paciencia en todas sus empresas. Nunca hay prisa por hacer las cosas y, aunque creo que en esta bitácora se han visto ya suficientes ejemplos de la cachaza con la que se trabaja, no está de más recopilar varios de ellos y añadir alguno.

Esto viene a cuenta por varios motivos, pero uno de ellos es mi asombro por la acelerada actividad del nuevo presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. El contenido de las medidas que está tomando no debería ser una sorpresa para nadie, porque es bastante coherente con lo que ha ido anunciando a lo largo de todos estos años. Uno puede estar más o menos (o nada) de acuerdo con ellas, pero lo que es indudable es que no ha esperado nada a adoptarlas. Apenas ha pasado algo más de un mes en el cargo y ya ha puesto patas arriba un montón de sectores de la actividad pública que parecían imposibles de zarandear. Uno de ellos es la política exterior, donde parece que el sistema de contrapesos del que presume la democracia estadounidense no funciona bien, o no funciona en absoluto, pero sobre eso y sobre las implicaciones que tiene eso en el transcurso de la guerra que implica a Rusia ya vendrá una entrada dentro de poco. Después de todo, los primeros siete años y las primeras mil entradas de esta bitácora transcurrieron en Rusia, así que qué menos que preocuparse un poco de lo que esté pasando por allí.

En Bélgica, entre los políticos, no hay nada ni medio parecido. Siete meses han tardado, no ya en tomar medidas, sino en formar gobierno, y no es ni mucho menos la vez que más se han demorado en hacer tal cosa. Tienen, como acabamos de ver, un documento de doscientas páginas que han conseguido parir con pena y trabajo y en el que a duras penas se esboza una parte mínima de las reformas que le harían falta a Bélgica, que además tardarán, porque los conocemos, una eternidad en poner en marcha, suponiendo que lo consigan, cosa que me temo que es mucho suponer.

La lentitud no se limita a la política. Uno de los puntos del programa de gobierno belga en materia de justicia consiste en tratar de convertir la profesión de juez en algo suficientemente atractivo, porque se ha detectado que ahora no lo es. Efectivamente, doy fe de que con la justicia hay un problema en Bélgica, el cual no creo que se limite al supuesto poco atractivo de la carrera judicial.

El propio palacio de justicia no ayuda demasiado. Ya fue el protagonista de una entrada hace unos años y nada hace pensar que las cosas hayan mejorado lo más mínimo. Bastantes juicios se celebran fuera de allí, por ejemplo en el edificio colindante, de aspecto bastante anodino y funcional, que es donde tuve que personarme para participar en un juicio en calidad de parte. No, no es plato de gusto, pero uno no elige en este punto la dieta que le toca, así que no hubo más narices que desplazarse hasta allá. Hay que decir que desde la demanda a la primera vista real transcurrió más de un año, tras dos aplazamientos motivados por sucesivas enfermedades de los jueces que tenían que haber presidido las vistas de marras. Como ya sabemos, o deberíamos saber, el sistema sanitario belga no pone muchas pegas a la hora de conceder bajas laborales y supongo que mucho menos si el paciente es juez, porque ya se sabe que arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos.

No va esta entrada del fondo del asunto, ni irá ninguna en el futuro, así que nos vamos a quedar en la forma. Uno pasa la puerta giratoria y presenta la citación a la celadora, que detrás de un cristal de seguridad le dice a uno a qué sala debe dirigirse. Bueno, eso si hay vista, porque en los casos de los aplazamientos lo que me dijo fue que me volviera por donde había venido, que ya me avisarían cuando se me convocara de nuevo. Lo del correo electrónico para avisar de estos pormenores y ahorrarse un viaje, como que no. En el membrete del juzgado hay una dirección de correo electrónico, pero yo creo que sólo funciona para recibir, y aun lo que se recibe carece de validez legal, me temo.

El control de seguridad es como en cualquier edificio público, con un grupito de seguratas charlando mientras tus cosas van pasando por el escáner. Como no llevaba nada fuera de lo normal ni mínimamente sospechoso, pasar seguridad fue engorroso, porque el invierno le hace a uno llevar una serie de complementos que en verano no son necesarios, pero sencillo.

Tras una nueva puerta giratoria y unos cuantos pasillos, se llega a la antesala de la sala de vistas, donde uno se sienta en un banco, al lado de donde se supone que va a ser recibido, y puede ver el paisanaje que se reúne allí, que no tiene desperdicio. Pero, como se hace tarde, la descripción del paisanaje y de la propia sala y sus ocupantes quedará para la siguiente entrada, o para una de las siguientes, ya veré qué hago.

domingo, 23 de febrero de 2025

Cuestión de ego (y II)

 (viene de aquí)

Conseguí una ventaja microscópica después de las primeras jugadas, pero, más que la ventaja, que no existía prácticamente, lo importante era el tipo de posición. Yo estaba a gusto en ella, royendo el peón aislado de las negras en una lucha maniobrera lenta y de largo plazo; Armán Petrosián, un jugador que se consideraba agresivo, como ya vimos, no se quiso defender pasivamente, que era una de las posibilidades, sino que decidió el plan correcto, que era atacar al rey blanco, y allá que lanzó su artillería.

En los últimos años, yo me había convertido en un pésimo defensor y en un táctico muy dudoso, pero en esta ocasión hice algo que se veía pocas veces en mis partidas, que fue tender una trampa. Hice un movimiento aparentemente de retroceso, provocando lo que parecía un sacrificio ganador, pero que en realidad llevaba a una situación ventajosa para las blancas.

Armán Petrosián cayó en la trampa con todo el equipo. De repente, no sólo no había ataque de las negras, sino que las blancas, que hasta entonces parecían enfrascadas en un tedioso juego posicional y maniobrero, habían pasado al ataque a degüello contra el rey negro. Armán Petrosián perdió una pieza. Tras un golpe desesperado que era un error garrafal, perdió más material y abandonó al ver la jugada ganadora de las blancas.

Me dio la mano, yo paré el reloj y lo normal hubiera sido, como se hace en general, felicitar al adversario con un "bien jugado", en el idioma que fuera. Porque, además, sí, las blancas habían jugado bien. Tan bien, que después, ya en casa, cuando vi la partida con el módulo de análisis, resultó que había jugado prácticamente en todos los casos la jugada recomendada por la máquina.

Armán Petrosián, en cambio, se me dirigió en inglés y me dijo:

- Tenía que haber ganado yo. Con esta jugada (y movió una pieza sobre el tablero), no tenías más remedio que jugar esto (y movió otra pieza) y entonces este caballo es muy fuerte y las negras están mejor.

El cabreo que llevaba Armán Petrosián pugnaba por salir de su corpachón, y sólo con pena y trabajo lograba mi ya ex-contrincante mantenerlo encerrado hasta cierto punto. Yo miré la posición, sin muchas ganas de discutir con alguien que se había dejado la objetividad en casa. Movimos un par de piezas más susurrando alguna palabra e intentando no molestar a los que jugaban a nuestro lado.

- ¿Quieres que veamos la partida en la sala de al lado? - le ofrecí a Armán Petrosián.

- No - dijo Armán Petrosián, negando con la cabeza vigorosamente y levantándose de la silla. Acto seguido, abandonó la sala y ya no se le volvió a ver en toda la tarde. Aturdidos por el estrepitoso fracaso de su primer tablero, y obligados a arriesgar para remontar en el marcador, sus compañeros fueron cayendo uno tras otro, incluso los que estaban claramente mejor, de modo que les ganamos por 4:0.

En casa, al revisar la partida, quedó claro que la continuación que Armán Petrosián mencionó, y que supuestamente le daba ventaja, era muy fácil de contrarrestar con una bonita combinación muy sencilla de ver, tanto más cuanto que me quedaba más de media hora de tiempo de reflexión, y que dejaba a Armán Petrosián completamente perdido. No sé si él revisó la partida en su casa, al menos para tratar de corregir sus errores y aprender de ellos, pero la impresión que tengo es que no lo hizo. Y es lástima, porque sería mucho mejor jugador si, además del ego que evidentemente le caracterizaba, tuviera la humildad de reconocer que la culpa de la derrota es exclusivamente suya.

Y es que está visto que, lo que el ego te da, el ego te quita. Saber combinarlo con la capacidad de aprender de los errores sólo está al alcance de los muy grandes, que, evidentemente, no somos ninguno de los dos.

miércoles, 19 de febrero de 2025

La huelga y Arizona

Efectivamente, el jueves pasado hubo manifestaciones y una huelga. Yo diría que tuvieron éxito en una cosa, que fue en movilizar al sector del transporte, y un fracaso en todas las demás. Claro, si concentras tu caja de resistencia en el sector del transporte, consigues que no haya aviones, autobuses y trenes, con lo cual mucha gente que no quería hacer huelga y cuyos puestos de trabajo no son compatibles con el teletrabajo no tuvo más remedio que quedarse en casa. Por poner un ejemplo, la pobre señora que viene una vez por semana a limpiar a casa, que vive lejos y que me tuvo que avisar de que, muy a su pesar, no veía manera de alcanzar su puesto de trabajo. La prueba de que la huelga no contó con el apoyo del público en general fue que el tránsito fue como de costumbre y que la ausencia de autobuses quedó más que compensada con una afluencia mayor de automóviles.

Total, que los empleados del sector del transporte, que ya digo que estoy convencido de que tienen una buena caja de resistencia, forzaron a la huelga a los trabajadores más pobres, porque los que tienen más posibles sacaron su coche del garaje y se dirigieron tal cual a sus puestos de trabajo.

La siguiente huelga general está convocada, según me acabo de enterar hoy, para el 31 de marzo, convocada por el sindicato cristiano (CSC) y socialista (FGTB). Bueno, la iniciativa ha sido del sindicato socialista, y eso que en el nuevo gobierno belga hay dos ministros socialistas (eso sí, flamencos); se ha adherido el sindicato cristiano, o así se hace llamar, a pesar de que en el gobierno están los dos partidos políticos que en su día fueron la sedicente democracia cristiana. Por lo visto, las medidas que anuncia el gobierno son una declaración de guerra contra el mundo del trabajo, así que va a haber una lucha que durará toda la legislatura.

Al gobierno belga se le llama "Arizona", porque la bandera de Arizona (para mi gusto, bien fea) tiene los cuatro colores de los partidos que forman la coalición: el azul de los liberales del Movimiento Reformador, el rojo de los socialistas flamencos, el naranja de los antiguos socialcristianos, tanto flamencos como valones, y -novedad- el amarillo de la Alianza Neoflamenca. El acuerdo de gobierno tiene nada menos que doscientas páginas, con lo que no es extraño que les haya costado concluirlo, y tiene recortes, sí. No son la famosa motosierra, sino, todo lo más, un cortaúñas, pero se ve que los sindicatos no son partidarios.

 Los acuerdos de gobierno, entre muchas cosas más, pretenden limitar el subsidio de desempleo, para que no salga más rentable cobrarlo que trabajar. El objetivo consiste en que el que trabaje cobre 500 euros más que el que perciba el subsidio. También quieren recortar las pensiones, porque dicen que el sistema es inviable (tengamos las orejas muy abiertas en España), así que quieren que los empleados de la compañía de ferrocarril y los militares se terminen por jubilar a los 67 años, como todo el mundo. No, no hay muchas más reformas, no vayamos a creer, tampoco van a enviar a la miseria a nadie. Siguiendo la moda actual, van a ponerse algo más serios con la inmigración y el asilo político. El resto de las medidas, francamente, me parece que tienen mucho de blablablá y poco de chicha (otro día escribiré sobre la justicia belga y las medidas, o así, del gobierno en esta materia). Hay una cosa que últimamente es de actualidad en España, y es la tributación del salario mínimo, que en Bélgica es bastante más elevado que el español y se acerca a dos mil euros. Bueno, pues es salario mínimo en Bélgica será igual al salario neto, lo cual debe significar que no sufrirá retenciones y, entiendo yo, no pagará impuesto sobre la renta.

Total, que el mes que viene tendremos huelga de nuevo. Iba a ser todos los trece de cada mes, pero, como alguien ha apuntado muy astutamente, el 13 de marzo es jueves y el viernes toca volver al tajo, mientras que el 31 de marzo es lunes.

No hay color. Ni tiempo que perder para convocarla, no vaya a hacerse tarde.