lunes, 15 de septiembre de 2025

Ladrón de bicicletas (I). La llegada a Ørædessenår

Hace ya algunos años que Abi de fue de casa y ha estado dando algún que otro tumbo desde entonces. Por razones que no vienen al caso, lleva creo que ya son tres años en Dinamarca, en un pueblo no demasiado lejos, pero tampoco demasiado cerca, de Copenhague.

Al principio, las cosas le parecían ir razonablemente bien, pero en un momento determinado, hacia el verano del año pasado, se le torcieron un poco. Y luego un poco más. Por una parte, parte positiva, estaba estudiando en la universidad de por allí (una de las varias que hay); por otra parte, había perdido el trabajo que consiguió cuando llegó y, nuevamente por razones que no vienen al caso, habían desaparecido todos los muebles de su vivienda y la administración danesa le reclamaba una suma no despreciable, que, en todo caso, es mejor tener en el bolsillo. Vamos, que estaba básicamente en quiebra.

Hasta entonces yo, también por razones que no vienen al caso, no había pasado por Dinamarca. Era Abi la que vino alguna que otra vez a Bruselas o a España, pero la situación se estaba poniendo complicada y había que dar apoyo, de manera que decidí arrinconar mi tendencia a no salir de Bélgica sino para ir a España y pillé un vuelo a Dinamarca. Eso fue en octubre del año pasado. Aterricé un viernes por la tarde en el aeropuerto de Copenhague, a cuya salida Abi me estaba esperando, nos dimos un abrazo y unos besos y nos metimos en la estación de tren.

- ¿A dónde vamos?
- A casa, a que dejes el equipaje.
- ¿No vamos a ver Copenhague?
- Bueno, a lo mejor el domingo da tiempo, antes de que vuelvas.

Sí, era un viaje de fin de semana, cosa que desde Bruselas es bastante más razonable que hacerlo desde España. También es cierto que lo tengo mal en el trabajo en octubre como para ir pidiendo días. En fin, ya vería Copenhague y la Sirenita en otra ocasión. Parece que, si uno no se ha sentido decepcionado por el Manneken Pis y por la Sirenita, como que le faltan cosas que hacer en Europa.

Hay países en los que no entiendo ni torta de la jerigonza local, y Dinamarca es uno de ellos. A ver, su idioma tiene sus similitudes con el alemán, y también es verdad que la práctica totalidad de la población habla inglés sin el menor problema, pero, recontra, uno se siente incómodo.

- ¿Qué tal va ese danés? - le pregunté a Abi, que después de todo llevaba a la sazón más de dos años en el país, y además trabajando cara al público casi todo ese tiempo.

- ¡Bæh! - me respondió. No es una interjección danesa, sino un signo de que aprender la lengua local no está entre sus prioridades. Vale que la chica habla cinco idiomas, pero ninguno de ellos es el del lugar donde vive. - Entiendo cosas básicas, pero sigo sin hablarlo mucho.

En el trayecto de tren, que duró más o menos media hora, me entretuve mirando al paisanaje. Me dio la impresión de que la gente era tirando a tranquila y, eso sí, parecían amables. Se ve que en los trenes daneses, incluso los de cercanías, no sólo se puede comer, sino que no está mal visto en absoluto, porque ahí había dos chicas, muy rubitas ellas, apretándose un plato de pasta que me hizo recordar que se estaba haciendo hora de papear. Los recuerdos se acumularon a un ronroneo en las tripas de naturaleza totalmente inequívoca.

Nos bajamos en la estación de destino, que, para preservar el sacrosanto anonimato de esta bitácora, vamos a llamar Ørædessenår y que ni se parece a su verdadero nombre.

- Vamos a hacer una compra para cenar.
- ¿Dónde?
- Ahí hay un supermercado grande, nada más salir de la estación. Así ves lo que se compra aquí.
- ¡Vale! - estas cosas siempre enseñan mucho de las costumbres locales.

Nos metimos en el supermercado de Ørædessenår, que, la verdad sea dicha, era bastante grande. Algunas cosas sí que eran sorprendentes, una de las cuales era que todo costaba un ojo de la cara. Las patatas las vendían por unidades, a cinco coronas la pieza, así que claro, cogías la más gorda que encontrabas; por cierto que, para redondear, un euro son siete coronas. Sí, esta gente cumplía y sigue cumpliendo todos los requisitos para entrar en el euro, pero no les da, ni les ha dado nunca, la realísima gana de hacerlo. De hecho, pasa por ser uno de los países con mayor porcentaje de euroescépticos, aunque yo no noté nada fuera de lo corriente en el tiempo que pasé por allí.

Otra de las cosas curiosas que se encuentra uno en un supermercado danés es que no hay leche de la que caduca varios meses después, como la que compramos por todo el resto de Europa. Allí no se diría sino que le tienen manía. Todo lo más, podía verse leche pasteurizada de la que te aguanta un par de días, pero nada más.

La tercera cosa que me llamó la atención es que no había arroz que mereciera dicho nombre, es decir, el preciso para hacer platos de arroz como Dios manda y la tradición valenciana requiere.

Sea como fuere, hicimos la compra y seguimos camino hacia el apartamento de Abi, que estaba a un par de paradas de autobús o a quince minutos de caminata. Ya era de noche.

El apartamento, al que le echo entre veinte y treinta metros cuadrado, esto segundo siendo generoso estaba atestado de cartones y de cajas de muebles de IKEA. Abi había montado lo absolutamente imprescindible, hecho montar la cama y había -astutamente- esperado a su padre para el resto, que era básicamente una mesa multiusos y cuatro sillas. Y ya, porque no creo que cupiera más, aunque Abi, para su desgracia, ha tenido siempre una habilidad enorme para acumular cosas, que no se compensa con una habilidad semejante para deshacerse de ellas.

- Oye -pregunté- , ¿tú no tenías una bicicleta?

Y sí, la tenía, pero los detalles vendrán en la próxima entrada, porque ésta se está alargando demasiado y, por si fuera poco, se hace tarde.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Camino de Santiago: Saliendo de Bruselas

 

Algo más adelante, sin dejar nunca la Rue Haute, aparece la mole enorme de la Puerta de Halle, uno de los escasos restos de la segunda muralla de Bruselas, que parece un castillo de cuento y que, efectivamente, si siguiéramos derechamente el camino que continúa a partir de ella, llegaríamos a Halle. Y añado que, si Dios quiere, algún día llegaremos a Halle a pie, claro que sí.

Actualmente, la Puerta de Halle alberga una parte del Museo Real de Arte e Historia, el cual, debo confesar avergonzado, todavía no he visitado. Al paso que voy, me va a suceder como en Moscú, cuando comencé a visitar los últimos museos que me faltaban, algunos muy importantes, cuando ya sabía a ciencia cierta que me iba e incluso tenía el billete de avión en el bolsillo. Me da a mí que en Bruselas terminará por pasarme algo parecido, pero lo cierto es que todavía no tengo una intención inmediata de emigrar.

La Puerta de Halle es impresionante, pero no estoy seguro de que lo fuera igualmente en la Edad Media. Cuando la muralla fue derruida a mitad del siglo XIX, las autoridades decidieron conservarla y restaurarla, pero claro, en aquellos tiempos las restauraciones eran bastante imaginativas, como puede comprobar cualquiera que haya visitado Carcasona. Allí, Violet le Duc, el arquitecto que se ocupó de la cosa, hizo las cosas como creyó que deberían ser, no como realmente fueron, aprovechando la interminable pasta que metió Napoleón III en el proyecto. Aquí, la pasta la metió Leopoldo II y evidentemente metió menos que en Carcasona, pero la idea de hacer algo chulo en plan castillo de Disney avant la lettre estaba igualmente ahí.

Y, finalmente, hemos encontrado una concha. Es más, se trata de la última concha que vamos a ver, porque vamos a abandonar la ciudad de Bruselas para continuar el camino de Santiago a lo largo de la región, pero eso ya será más adelante. En algún sitio he leído que hay unas cincuenta o sesenta conchas en Bruselas guiando al peregrino, incluyendo el camino principal y el ramal que conduce a San Guido de Anderlecht. No sé quién está detrás de haberlas clavado al suelo y de mantenerlas allí, pero la verdad es que ha hecho un trabajo excelente y merece un reconocimiento, porras.

Pero eso no quiere decir que a partir de ahora vayamos a estar ayunos de marcas y de signos para seguir el camino, ya lo creo que no.

A partir de ahora me voy a sentir mucho más como en casa, porque vamos a seguir unas marcas mucho más conocidas: las típicas marcas rojas y blancas de las GR, es decir, lo que en español se conoce como "senderos de gran recorrido" y en francés como "sentiers de grande randonnée". En este caso ha habido suertecilla y las iniciales en las dos lenguas son las mismas.

A partir de ahora, seguiremos el GR-12, que discurre entre Amsterdam y París y con el que hace causa común el camino de Santiago, el cual también tiene sus propias marcas, como iremos viendo. Los belgas, al menos en los tramos que vamos a ver, utilizan pegatinas que adhieren sobre el mobiliario urbano, sobre las señales de tráfico, las farolas y todo tipo de objetos sobre los que el pegamento tenga alguna posibilidad. Por lo demás, si tienen que utilizar los árboles o las piedras como base, entonces no queda más remedio que hacer uso de la pintura blanca y roja, al igual que se suele hacer en España en casos similares.

Antes de abandonar la ciudad de Bruselas, nos queda todavía un lugar importante por visitar. Como es bien sabido, el sepulcro del apóstol y final último de toda peregrinación se encuentra en Santiago de Compostela, y Santiago de Compostela se encuentra en Galicia, que es una autonomía en el noroeste de España que tiene transferidas un montón de competencias, entre ellas las relativas al turismo. Como las competencias, como los músculos, se atrofian si no se usan, o comoquiera que el conselleiro correspondiente estuviera desficioso, el caso es que los gallegos han acuñado el llamado Xacobeo para echarle mercadotecnia a la peregrinación, la cual, fuera de las consideraciones espirituales y religiosas que pueda tener, está claro que deja sus buenos cuartos en la región y la hace conocida en todo el orbe.

En Bruselas, esto se manifestó en forma de regalo de dos cosas. La primera es una enorme placa marmórea y epigráfica que, como se ve en la foto, claramente ha conocido mejores tiempos.

La segunda es el monolito que también ilustra esta entrada, creado por un artista gallego y que el gobierno bruselense instaló en el lugar más lógico o, al menos, donde menos molestara, que es en el jardín público inmediato a la Puerta de Halle, a dos pasos del mármol anteriormente glosado. El lugar, desgraciadamente, aunque bien cuidado, está frecuentado por personal de instintos básicos y pocas ganas de reprimirlos, por lo que renuncio a describir los olores que circundan al monumento y el uso que le dan los sujetos que han tomado el jardín por su cuarto de baño particular.

Y con esto hemos terminado el camino de Santiago a su paso por la ciudad de Bruselas. A partir de ahora, nuestros pasos nos van a conducir por otros andurriales, primero dentro de la región de Bruselas y, más adelante, siempre hacia el sur hasta llegar a los Pirineos, y luego hacia el oeste. Tristemente, no ha llegado aún el momento de emprender el camino completo, que sólo Dios sabe si me será dado recorrer en algún tiempo, pero al menos podemos asomarnos al recorrido que, saliendo de la Puerta de Halle, nos llevará hasta la salida de la región de Bruselas.

Eso sí, tal cosa sucederá en otro momento, porque se está haciendo tarde y yo tengo que tomar un tren.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: Marolles


Nuestros pasos nos llevan ahora por la Rue Haute, un lugar con un pasado español relativamente reciente. La Rue Haute, como el barrio de Marolles en general, es el paraíso de los coleccionistas y, en general, de los amantes de las cosas vintage. Está trufado de tiendas de anticuarios abiertas los domingos, además de tiendas de ropa de segunda mano y, por si fuera poco, el paraíso de los coleccionistas culmina con el rastro de la plaza del Jeu de Balle (en flamenco, directamente, Vossenplein).

En la Baja Edad Media, tras la construcción de la segunda muralla, a juzgar por los mapas de la época, la densidad de la edificación en esta zona no era muy alta, por lo que era posible encontrar numerosos terrenos de cultivo intramuros, que hubieran podido ser muy útiles si Bruselas hubiese soportado alguna vez un asedio, cosa que no sucedió jamás, ya porque las murallas no eran demasiado útiles como sistema defensivo, ya porque los bruselenses prefiriesen rendirse antes que oponer resistencia a los invasores que han ido pasando por esta bendita ciudad a lo largo de los siglos.

Hoy no. Esta parte de Bruselas cuenta actualmente con una población muy densa, que en los años sesenta del pasado siglo estaba compuesta en una parte muy importante por emigrantes españoles que trabajaban en Bruselas en los más variados menesteres y que nos abrieron paso a quienes hemos ido llegando después. La iglesia del barrio, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, ha tenido misa en castellano y sacerdote español hasta abril de 2024, nada menos, y si ya no la tiene es por una serie de circunstancias. Una de ellas, claro, es el fallecimiento del sacerdote que atendía a los españoles, pero otra es la escasa intención de los sucesivos arzobispos de Bruselas de pedir su sustitución, ellos sabrán por qué y si creen que van sobrados de sacerdotes, y una última pudiera ser la existencia de otros sacerdotes no españoles, pero sí hispanófonos, que no parecen muy partidarios de que se multipliquen las posibilidades de misas en español.

Sea como fuere, en su día éste fue el barrio de los españoles, pero entretanto los hijos de aquellos españoles que llegaron en su día fueron mejorando de condición y hoy viven en lugares más cómodos y confortables, mientras que el barrio es ahora, como en tantos lugares de Bruselas, un lugar poblado, en muy buena medida, por sarracenos. Pero no todo lo español ha abandonado el barrio, sino que, como se ve en la foto, quedan tres establecimientos, vecinos, de comida española. Del Bar Tapas no voy a pronunciarme; del Fontán sí, y está bien con tal de que no pidas paella. El más auténtico es el Centro Cabraliego, que concretamente es un bar asturiano en el que uno cambia de país en cuanto cruza la puerta y parece transportado a un concello asturiano, con gente tomando vinos en la barra o jugando a las cartas o al dominó. La cocina es simple, pero los productos son tremendamente auténticos y, si a uno le gusta el queso de Cabrales o la sidra, supongo que es el sitio al que hay que dirigirse. Nunca estuve muy seguro, pero en algún momento me dijeron que recibían vituallas con frecuencia semanal y que abrían de jueves a domingo mientras les quedaran víveres. He ido por allí menos de lo que me gustaría, pero siempre que he ido me he puesto como el Quico, probablemente porque no tienen paella ni nadie se empeña en que la pruebe, "que está buenísima", como me pasa en el restaurante de al lado y su arroz pasado con cosas. Ya digo que el resto de la carta del Fontán está bastante mejor y que, si no jugaran con el arroz, el mundo sería un lugar más amable y más humano.

Lo que no se ven por aquí, mientras avanzamos por la Rue Haute, son conchas. Uno podría pensar que quizá nos hayamos perdido, pero de eso nada: lo que ocurre es que el camino es radicalmente recto y no se desvía ni tantico hasta llegar a la salida de Bruselas, cosa que es asunto que trataremos en la siguiente entrada, habida cuenta de que, fatalmente, se hace tarde.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: el Manneken Pis y la Capilla

Efectivamente, pocos metros después nuestros pasos nos conducían hacia una de las atracciones turísticas más famosas de Bruselas. El Manneken Pis, esa estatuilla que es una fuente que tiene por grifo el órgano masculino de un niño, pasa por ser un símbolo del carácter desenfadado y jocoso de los bruselenses. Sea. Como siempre, y no digamos en pleno agosto, la fuente está rodeada de turistas que se fotografían allí tratando de disimular la decepción que les ha producido encontrarse con cosa tan esmirriada donde ellos posiblemente esperaran admirar una estatua del tamaño del David de Miguel Ángel, por lo menos.

Muchos de los turistas, no faltaría más, son españoles y bastantes de entre ellos van en grupo y son pastoreados por un guía, al lado del cual paso yo y, naturalmente, entiendo lo que dice, que más o menos es:

- Y nos encontramos delante del Manneken Pis, que, vamos a dejarlo claro, es una estatua más famosa que grande, por lo cual pasa por ser una de las dos atracciones turísticas más decepcionantes de Europa. La otra es la Sirenita de Copenhague…

Sin continuar escuchando una explicación con la que no tenía más remedio que estar de acuerdo, seguí adelante siguiendo las conchas, que aquí estaban algo más espaciadas de lo que sería necesario.

Pero bueno, nada que fuera irremediable cuando se va por un camino, y hacia una dirección, que el caminante tiene bien controlada ¿No habíamos hablado hace un par de entradas del primer recinto amurallado de Bruselas, que atravesamos imaginariamente al pasar por la hoy inexistente puerta de Treurenberg? Pues, si lo atravesamos en su momento para entrar en el corazón de Bruselas, lógico será que lo tengamos que atravesar de nuevo para salir de él. En este caso, el camino de Santiago a su paso por Bruselas nos permite visitar el mayor vestigio que queda de ese primer recinto: la torre de Anneessens.

La verdad es que la historia del nombre que se dio a la torre no es menos triste que el “Treurenberg” que vimos en su momento. Frans Anneessens era el decano de uno de los gremios de Bruselas. En 1717, los gobernantes austríacos recién llegados a los Países Bajos lo acusaron de estar detrás de las revueltas del hambre que habían estallado aquel año por los impuestazos que habían implantado los nuevos señores de Bruselas. Anneessens fue encerrado en la torre que hoy lleva su nombre, juzgado, condenado a muerte y ejecutado, sin dejar de proclamar su inocencia.

Sea como fuere, nuestro camino continúa dejando la torre a la izquierda y llegando pocos metros después a la iglesia de la Chapelle. Incidentalmente, es la iglesia en la que reposan los restos de Frans Anneessens, que desde que Bélgica declaró su independencia pasó a ser un símbolo de la resistencia belga a la dominación extranjera, al mismo nivel de los condes de Egmont y Hoorn. Naturalmente, el propio Anneessens jamás pensó en ser tal cosa, sino que no pasó de fabricante de muebles con cuero español y decano de su gremio, pero evidentemente eso es algo de importancia muy secundaria.

Hoy día, la iglesia de la Chapelle, en cuyo interior, por cierto, hay una hermosa imagen de la Virgen de la Soledad que apareció en esta bitácora hace casi veinte años, que ya es haber pasado tiempo, está tomada por la comunidad católica polaca, que es muy activa y que cuenta con varias misas por toda Bruselas, algo que otras comunidades, yo diría que incluso la francófona, no pueden sino envidiar.

Por mi parte, lejos de envidias y otros pecados capitales, al menos por ahora, dejé la Chapelle a mi izquierda y proseguí camino por la Rue Haute, es decir, por la calle Alta, internándome con ello en el espacio comprendido en su día entre la primera y la segunda muralla y que, entonces igual que ahora, se conoce como Marolles.

Pero de la continuación del periplo habrá que dar cuenta en la siguiente entrada, que ciertamente será muy española, como fue en su día, y es cada vez menos, el propio barrio de Marolles. Hoy no puede ser, porque hoy se hace tarde.

viernes, 5 de septiembre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: La Grand Place y la continuación del camino

La Grand Place, efectivamente, merece una entrada para ella sola. No es la plaza más grande, porque hay muchísimas que las superan en tamaño, pero es de las más bonitas en las que me he encontrado. No hay nada ni remotamente feo en ella, lo cual tiene su mérito. No es sólo el impresionante edificio del ayuntamiento, que se ve en esta foto y es la única parte medieval que subsistió tras el bombardeo de la ciudad por los franceses en 1695, sino todo lo demás construido inmediatamente después, como las casas de los gremios o el actual museo de la ciudad y antigua casa del Rey. Los restaurantes que hay en la plaza son tirando a carillos, vale, pero no son una puñalada y, sin abusar, merece la pena sentarse en alguno de ellos.

Uno de ellos se llama "el Rey de España", que ya son ganas de ser originales. La última vez que pasé por allí, un camarero con pinta de tener origen marroquí me escuchó hablar (en castellano) con mi acompañante y adivinó que era de Valencia, no sé cómo. Eso me hizo gracia. Me hizo mucha menos que el resto del tiempo me hablase en algo similar al barceloní y me tratase de noi, ¡a mí! En fin, que el tío era avispado, pero catalán no era, eso seguro.

Sea como fuere, en la plaza hay algo más a lo que normalmente nadie presta atención, a no ser que se sea un peregrino a la búsqueda de señales: una concha taladrada en el suelo. En efecto, según se entra por la calle de la Colina, a la derecha de la calle, en la esquina, se encuentra uno la concha de entrada. Localizada la concha y confirmado que vamos por buen camino, queda atravesar la plaza, que efectivamente se recuperó pronto del bombardeo de Luis XIV en 1697, esquivando a las miriadas de turistas que tropiezan con los adoquines y chocan entre sí, mirando los edificios que la jalonan... y buscando la concha que indique la salida de la misa.

La verdad es que no la encontré, y eso que estuve rastreando tan a conciencia que más de uno se mosqueó preguntándose qué narices estaría buscando el tipo raro de la mochila. Un poco más adelante estaba el barrio de Santiago, donde estaba el antiguo hospicio del mismo nombre y, por otra salida, el archiconocido Manneken Pis.

El caso es que decidí seguir por la calle del Marché au Charbon, que conduce al antiguo barrio de Santiago, y poco después encontré una concha, justo delante de la iglesia de la foto, hoy dedicada a Nuestra Señora del Socorro Eterno, algo de lo que todos estamos muy necesitados. Como se ve en la foto, en la misma entrada figura el inequívoco signo del camino de Santiago, señal de que no nos hemos perdido.

El templo es muy pequeño. Dentro había unos turistas, no sé si descansando o con alguna inquietud religiosa. Yo también resolví entrar y, como había hecho en la catedral, rezar una decena del rosario. Los turistas, que era una pareja relativamente joven con dos niños pequeños, se me quedó mirando algo confusa, como si el hecho de que alguien entrase en un templo a rezar fuera una especie de provocación. La verdad es que vivimos tiempos extraños...

A partir de la iglesia de Nuestra Señora del Socorro Eterno, el camino de Santiago se bifurca. Hay un ramal que nos lleva a Anderlecht, donde los peregrinos pueden pasar por la colegiata de San Pedro y San Guido, cosa que tiene mucho sentido, porque el propio San Guido de Anderlecht fue un peregrino destacado que anduvo hasta Roma y Jerusalén en el siglo X, antes de volver a Anderlecht, también a pie. Sin embargo, ese ramal me desviaría demasiado del camino, así que preferí continuar por el recorrido principal, que no tardó en llevarme hasta una pequeña escultura que conoce todo el mundo, y me temo que decepciona a todos los que la contemplan en vivo.

Naturalmente, me refiero al Manneken Pis, que, al igual que la Grand Place, merece una entrada para él sólo, pero eso será la próxima vez, porque en esta ocasión se hace tarde.


sábado, 23 de agosto de 2025

Camino de Santiago: catedral y camino posterior

Efectivamente, nuestros pasos pecadores nos llevan hacia la catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que es catedral desde hace relativamente poco, porque Bruselas, a pesar de la pujanza y poderío que mostraba ya en tiempos medievales, estuvo siempre desde el punto de vista eclesiástico a la sombra de Malinas, que era el obispado al que pertenecía. Sólo desde 1962 es co-catedral (la catedral sigue siendo la de Malinas) y la archidiócesis pasó a llevar el nombre de Malinas-Bruselas.

El edificio es impresionante y me sorprende que no haya aparecido por esta bitácora más que de refilón y hace muchísimo tiempo. No hay turista que no pase por aquí y, de hecho, en la catedral, tal día como el que entré en el templo y saqué la foto que ilustra esta entrada, prácticamente sólo había turistas, lo que pasa es que tiré la foto a evitarlos y no sólo me quedé con los dos pollos que están sentados ahí, sino que hasta saqué a un hombre vestido con un alba, posiblemente preparando la misa de vísperas.

La catedral de Bruselas es uno de los poquísimos sitios en Bélgica donde uno puede confesarse con ciertas garantías de que encontrará a un sacerdote de doctrina recta. Todos los días, durante dos horas, un sacerdote capaz de confesar en cinco lenguas, entre las que está el español (y doy fe de que tiene un nivel excelente), se sienta frente a uno de los confesonarios del ala derecha y espera que le lleguen los penitentes, ya sea de entre la multitud de turistas que invade el edificio a diario, o bien de entre quienes van allí a sabiendas de lo que van a encontrar. Tal ha sido mi caso un par de veces y espero que lo siga siendo bastantes más. Lo cierto es que las experiencias que he tenido en Bélgica con el sacramento de la penitencia has sido bastante variadas; en alguna ocasión, incluso, he tenido que insistir en que estaba confesando pecados que pesaban sobre mi conciencia, mientras el sacerdote, Dios lo ampare, intentaba convencerme de que eso que estaba confesando no eran pecados, en un curioso diálogo en el que todo va al revés de como debería ir. Es verdad que no era la primera vez que me pasaba, pero en Bélgica me temo que es un fenómeno más frecuente que en otros lugares.

Como tantas veces he temido en estas entradas, había llegado tarde y el confesor ya se había retirado, así que me detuve en el templo un rato a recitar una decena, como haría un peregrino en cualquier momento anterior, y decidí seguir camino.

La verdad es que a la salida no había ni rastro de las conchas. Por informaciones de otras fuentes, yo sabía que el recorrido continuaba por la calle de la Montaña, que en vernáculo es tanto rue de la Montagne como Bergstraat, así que dejé de rastrear conchas y me fui directo a esa calle, que conozco muy bien, porque estuve nueve meses residiendo en ella y escribiendo entradas para esta misma bitácora, en unos tiempos en que, vamos a reconocerlo sin ambages, escribía bastante más que hoy (y me temo que también escribía mejor que hoy, temor que me asalta cuando leo mis escritos del pasado). Atravesé el parque que hay frente a la entrada de la catedral, en medio del cual está el busto de Balduino I, crucé la calle esquivando turistas hispanófonos y conductores suicidas de patinetes eléctricos, con gran peligro de mi integridad física, y ya me encontraba en la calle de la Montaña.

Siempre que paso por ella me embarga una especie de nostalgia, como siempre que paso por lugares donde he vivido antes. Supongo que recordamos los buenos momentos, que nunca deja de haberlos, y olvidamos los malos, que, objetivamente, son los que más impactan a corto plazo.

En el caso que nos ocupa, la entrada a mi vivienda era difícil de encontrar, entonces y ahora, porque en los bajos funciona una tienda hindú o paquistaní dedicada a vender recuerdos para turistas y cosas de primera necesidad nocturna, como alcohol y productos similares o peores. El acceso a las viviendas está medio oculto tras la tienda. Intenté alargar la cabeza para ver la entrada a las viviendas, pero el paquistaní de la puerta, que no era ninguno de los que tenían la tienda abierta veinte horas al día hace doce años, tenía cara de haber dormido poco y renuncié a asomarme a donde, de todas maneras, no iba a ver nada.

Al final de la calle de la Montaña se encuentra el Mercado de las Hierbas (Marché aux Herbes o Grasmarkt, en vernáculos), un lugar eternamente animado en el que funciona un mercadillo, hay una serie enorme de restaurantes de todo cuño, dos hoteles, siempre hay algún músico ambulante dando la tabarra amenizando la velada al personal y, en general, hay gente por doquier, hasta el punto de que no es sencillo abrirse paso hacia la calle de la Colina (que, lógicamente, es la que desde el centro precede a la de la Montaña), por donde indefectiblemente tiene que seguir el camino. Allí ya hay gofrerías, así como tiendas para turistas con todo tipo de recuerdos inspirados en Tintín y en el Manneken Pis, pero consigo avanzar hasta la Grand Place (o Grote Markt), que es el centro del centro de Bruselas, además del sitio donde converge forzosamente todo turista que pasa por aquí, no en vano es posiblemente una de las plazas más bellas del mundo.

Yo diría que la Grand Place merece una entrada aparte, ¿no? Y más después de la faltada que acabo de meterme insinuando la posibilidad de que sea una de las plazas más bellas del mundo. No olvidemos tampoco que, igual que he llegado tarde hoy para confesarme, se me puede estar haciendo tarde para más asuntos y, después de todo, la entrada ya estaba quedando bastante larga, así que mejor será que vayamos dejándonos de historias, nos quedemos en la calle de la Colina, a puntito de entrar a la Grand Place, y dejemos para la próxima entrada el espectáculo que se abrirá ante nuestros ojos.

jueves, 21 de agosto de 2025

Camino de Santiago: La etapa por Bruselas hasta la catedral

 

La foto que ilustra esta entrada está tomada del mapa de Ferraris, una obra monumental que representa los Países Bajos Austríacos en 1778 (y que se puede consultar gratuitamente en el enlace indicado, y ya os digo que vale la pena hacerlo). En aquel tiempo, Bruselas en sentido estricto estaba rodeada por una muralla, fuera de la cual se situaban lugares que hoy siguen siendo municipios independientes, pero que hoy resultan difíciles de distinguir en medio de la gran conurbación de la región de Bruselas. En aquel tiempo, y mucho más en tiempos anteriores, ante Bruselas se extendía una enorme superficie agrícola jalonada con algún núcleo poblacional aquí y allá, como se ve en el mapa que es Saint-Joost-ten-Noode, entonces cuatro casitas y hoy un núcleo islamizado, o Etterbeke (más conocido hoy por Etterbeek), donde hoy hay una plétora de edificios oficiales de las instituciones europeas y entonces era una bucólica campiña con labradores y ganaderos aquí y allá.

Un peregrino, en lugar del periplo urbano que estamos haciendo, llegaría por la carretera que ya aparece en el mapa y que hoy es la N-2, atravesaría Saint-Joost sin aspirar a detenerse mucho y se daría de bruces con la puerta de Lovaina, que también aparece en el mapa.

Hoy, como sabemos, la puerta de Lovaina no existe, aunque la nomenclatura urbana la sigue recordando y, en efecto, el lugar donde en su día estuvo se llama "rue de Louvain". Un poco más adelante nos encontramos con uno de los numerosos parlamentos que atesora Bruselas, el parlamento flamenco y, justo al lado del parlamento flamenco, nos encontramos con la primera concha. 

La verdad es que fue una alegría encontrar la señal. Sabía que existían, las había visto con frecuencia en mis visitas al centro, sobre todo teniendo en cuenta que viví en él nueve meses, pero nunca las había vivido más que como un hecho curioso y aislado. Ahora, sin embargo, las conchas eran más que una curiosidad para turistas; eran la guía que iban a seguir mis pasos durante las próximas horas.

En estas fechas, el centro de Bruselas está literalmente atestado de turistas. No importa cuándo leamos esto, porque el centro de Bruselas está siempre lleno, de modo que no es de extrañar que cada vez haya menos belgas que vivan en el mismo y que se haya quedado como un reducto de "moros y maricones" y de gente de paso.

Yo mismo soy en este preciso momento gente de paso. 

Guiado por las conchas, que resultan bastante fáciles de seguir, llegamos a un lugar conocido en su día como puerta de Treurenberg, que en castellano sería la puerta de los llantos. Treurenberg era una torre de la primer recinto amurallado de Bruselas. Una torre que jamás tuvo función defensiva digna de contarse (como toda la muralla, en general, que jamás impidió que los ejércitos enemigos entrasen en Bruselas) y que durante buena parte de su existencia cumplió la función de cárcel, en particular de los presos por deudas, los cuales, al parecer, lloraban ante su destino. Sí, la prisión por deudas existía como último recurso, y yo incluso diría que no era muy mala idea. En este caso, parece que los acreedores que instaban a la justicia a encerrar a los deudores debían costear su manutención, así que los deudores presos no vivían tan mal, fuera de la privación de libertad.

Si la puerta de Lovaina marcaba el acceso a la segunda muralla de Bruselas, la puerta de Treurenberg marcaba el acceso a la primera muralla de la ciudad, del siglo XI y que se demostró insuficiente para albergar a una Bruselas que se salía de sus costuras. La construcción del segundo recinto amurallado no significó la demolición del primero, sino que ambos coexistieron varios siglos, como atestigua el mapa de Bruselas de la imagen y que es de 1555, en los felices tiempos en que era una de las ciudades más importantes de Europa y el Emperador Carlos V estaba a punto de abdicar en su hijo Felipe, precisamente en Bruselas, en ese palacio de Cortenbergh del que tocará escribir en algún momento.

La puerta de Treurenberg fue demolida en el siglo XVIII y hoy tiene el aspecto de la fotografía de arriba, al fondo de la cual se atisba una de las torres de la catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que es precisamente la próxima etapa de nuestro camino y que emprenderemos en la próxima entrada, no sea que se haga tarde.