sábado, 20 de abril de 2024

Comprometidos

En varias de las últimas entradas, esta bitácora se ha puesto a revisar las reacciones oficiales en Flandes y en Valonia a la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe más polémica de los últimos tiempos. Antes de entrar en el objeto de esta entrada, tiene su guasa que la Iglesia Católica, que quiere decir universal, carezca de una página para Bélgica, aunque esté en dos (¡o tres!) idiomas, y que tenga dos totalmente independientes, cada una de ellas en francés y flamenco, respectivamente. Vamos, que, desde el punto de vista de la organización eclesiástica, Bélgica ha dejado de existir. El otro día recibí en casa un folleto de Cáritas... francófona; parece que la caridad, en Bélgica, tiene lengua.

Claro, la pregunta que se planteaba al final de las últimas entradas sobre el particular es si queda alguien por aquí con las ideas ortodoxas bien amuebladas en la cabeza. Es una pregunta que nos seguiremos planteando, pero que no vamos a responder de momento, porque volvemos a la serie sobre políticos belgas, en la que nos vamos a plantear qué tal le va al partido católico belga de toda la vida que prácticamente siempre ha estado en el Gobierno y si la deriva mundana y políticamente correcta de las autoridades eclesiásticas belgas y la reducción hasta extremos dramáticos de la población que se considera católica, y mucho más de la que practica la religión, ha tenido consecuencias en el partido político católico. 

En España, partido católico como tal hace mucho tiempo que no lo hay. A ver, me refiero a un partido confesional, cuyo ideario esté totalmente en conformidad con la doctrina y (importante el "y") al que los obispos españoles y la conferencia episcopal no pongan palos en las ruedas. Si nos remontamos a la Segunda República tenemos la CEDA y sus componentes, Acción Española, Falange, la Comunión Tradicionalista, el Partido Agrario, el Partido Nacionalista Español, el PNV o la Lliga Regionalista... ¡Será por partidos católicos, en aquel entonces! Pero, desde la vuelta en 1977 al sistema multipartidista, en España no hay ningún partido confesional con esperanzas de obtener representación. La mayoría de los católicos españoles actuales vota a los peperos o a VOX, cosa que espero que Dios les perdone, pero sólo porque es misericordioso.

En Bélgica, donde no ha habido ninguna interrupción prolongada del sistema de partidos desde la fundación del país, el Partido Católico se fundó más o menos en 1868 a partir de una federación de los círculos católicos belgas que existían por todo el país y poco después se convirtió en el principal del país, obteniendo mayorías absolutas en sucesivas elecciones y, por consiguiente, poco menos que determinando la figura del primer ministro. Cambió de nombre un par de veces, pasando a ser Unión Católica o Bloque Católico, pero ya se ve que hay una palabra que no cambia. Aquello era un partido confesional como la copa de un pino. No, no los mandaban los eclesiásticos, pero la Iglesia Católica lo inspiraba todo. También es verdad que, tras la Segunda Guerra Mundial, llegaron dos fenómenos para confundirlo todo. En primer lugar, el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica que vino a arrinconar el latín y a dar más protagonismo a las lenguas vernáculas. En España, cambiar el latín por el castellano, que lo hablamos todos, no tuvo que ser muy complicado, pero esto es Bélgica y aquí el latín era un elemento de unión que desapareció por las buenas. A eso se añadió, más o menos por esas fechas, la división lingüística, así que el partido católico (repito que "católico" significa "universal") se dividió en dos fracciones que, con el tiempo, llegaron a ser: en Valonia, el Centro Democrático Humanista; en Flandes, los Cristiano-Demócratas de Flandes. Los dos, cada uno en su sitio, aunque ya no eran hegemónicos, sí que iban entrando en gobiernos, pero poco a poco iban perdiendo fuerza, hasta que empezaron a entrar en barrena.

Y es que, en Flandes, la irrupción de la Alianza Neoflamenca y no digamos de Vlaams Belang ha lanzado al votante católico, si es que queda alguno, lejos de la democracia cristiana. El que me conoce y lee sabe que la democracia cristiana me parece un engendro satánico que no puede traer nada bueno, y probablemente uno de los efectos perversos de ese engendro satánico consiste en que lanza a votantes católicos a opciones igualmente poco deseables y con ribetes racistas, como son ésas dos, que no son católicas y tienen que recurrir a otras cosas para aglutinar a sus votantes ¿Qué ha hecho el partido católico flamenco, para remediar la fuga de votantes? Pues parece que ha deseado ser original, porque ha decidido dar el mando a un musulmán, arrejuntado, y hasta donde yo sé no casado, con otra musulmana. Creo que si el cardenal Mercier levantara la cabeza no le gustaría nada lo que está pasando por aquí. Mejor será que no le digamos que el presidente del partido, Sammy Mahdi, tuvo la humorada de participar en un concurso televisivo de drag-queens el año pasado. De hecho, lo ganó, cosa que queda clara con la imagen que ilustra esta entrada, que no, no es de una mujer.

Parecía que no podía haber nada peor, pero eso es porque no hemos visto la evolución del antiguo partido católico en Valonia. Hace dos años decidió cambiar de nombre. Lo de "Centro Democrático Humanista" ya era un nombre bastante sospechoso, al menos para un español como yo, que sabe que en España existe una cosa llamada Partido Humanista, la cual resulta difícil de comprender y tiene fama de secta. Ahora, el antaño partido católico belga se llama en Valonia "Les Engagé(e)s", que podemos traducir como "Los (las) comprometidos (-as)", abandonando toda referencia católica. El otro día, como estamos de elecciones, me dejaron un pasquín en el buzón y, la verdad, uno se pregunta a veces cómo los católicos caemos tan bajo, suponiendo que los que quedan en ese partido sigan teniéndose por católicos, cosa que está lejísimos de estar clara.

Con semejantes mimbres, el cesto da para lo que da. Entre la jerarquía episcopal bramando porque se acepten los actos homosexuales como correctos y entremos en el celibato opcional, los políticos otrora católicos borrando toda seña de identidad de su ideario y la asistencia a misa y a la celebración de sacramentos en mínimos históricos, buscar algo de ortodoxia en Bélgica es una tarea enormemente complicada. Con lo que queda en el aire la pregunta: ¿queda alguien?

Pero eso tocará responderlo en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.

sábado, 13 de abril de 2024

Geobloqueo

Los españoles (o, al menos, este español) tienen un ligero problemilla cuando se trata de permanecer en contacto con las raíces de uno. Puedes seguir programas de radio, leer periódicos, llamar a tu familia o a tus amigos, si los tienes, peeeeero... cuando hablamos de la televisión, hay veces que el geobloqueo joroba, y joroba mucho. Hay retransmisiones que me gustaría ver, pero, si no estoy en España, el sistema me detecta, me descubre, me bloquea y me quedo con un palmo de narices. Que sí, que las VPN existen, pero son un engorro y no tengo yo muy claro lo que pueden hacer con los datos personales de los clientes.

Parecía que ya quedaba menos para que esto terminara, al menos en la Unión Europea. Y eso que es la línea roja de las cadenas de televisión, que se movilizaron desesperadamente a finales de 2023 para influir en los eurodiputados que estaban discutiendo el asunto. La comisión de mercado interior del Parlamento Europeo, que está mucho más llena de economistas que de culturetas, estaba dando la vara pidiendo la eliminación del geobloqueo a partir de 2025. Con esto, se acabaría el sistema de cesión de derechos por país, es decir, habría menos pasta, así que los lobistas se emplearon a fondo para evitar que el Parlamento opinara sobre la cuestión y la Comisión la tomara en cuenta para el próximo quinquenio como uno de sus expedientes prioritarios. El Parlamento se ha dedicado a abortos varios, total pa ná, así que parece que la cosa les ha salido razonablemente bien a las compañías de televisión, al menos de momento ¿Y cómo se hacen estas cosas? De momento, eligiendo bien a tus diputados. Ahí, lo tenían fácil. Aunque el diputado elegido no sepa leer ni escribir, queda bien defender el geobloqueo para proteger la cultura y pasar por intelectual. Y, de momento, la coalición de productores, distribuidores, autores, directores, tanto europeos como estadounidenses y tararí, tarará, parece que se ha salido con la suya.

Los campeones de la excepción cultural son los gabachos. Todos a una, tras algún que otro lío (se suponía que la mayoría eran liberales, pero se ve que sólo lo son de cintura para abajo), han votado en contra de eliminar el geobloqueo. Por no hablar de los estadounidenses, que no se sabe si están a favor o en contra del geobloqueo europeo, pero que seguro que han dicho algo. O de los sistemas de video a petición (¿se dice así? "Demanda" me gusta muy poquito). Los consumidores, como de costumbre, tienen lo del lobby mucho menos controlado y sus asociaciones tienen cierto margen de mejora en la defensa de lo suyo, que se supone que es lo nuestro. De hecho, el lobby audiovisual desliza que, en realidad, nadie quiere ver contenidos de otros países, y que se trata de un problema de expatriados ricachones que viven en Bruselas y que el resto de los europeos passssa ampliamente del asunto.

Creo que no soy la persona más adecuada para refutar este último argumento... De hecho, cuando estoy en España no veo nunca la televisión, y menos las cadenas extranjeras. Esto no es como la itinerancia de los móviles, que también fue una batalla larguísima, en la que las compañías telefónicas pusieron pies en pared, total para que llevemos la tira de tiempo con la itinerancia gratuita, sin que nadie se acuerde del sistema anterior y sin que ninguna compañía telefónica haya quebrado.

En fin, que ahora hay elecciones, no sólo vascas y catalanas, sino también belgas y europeas. Ya volverá la cuestión en algún momento del próximo mandato, pero la cosa todavía tardará mucho en madurar, al menos mientras los países productores, que son Francia, sobre todo, pero también España e Italia, puedan bloquear los proyectos en el Consejo. A ver quién es el guapo, en España, que se mete con el mundo de la cultura, los creadores, los del Goya y el clan de la ceja...

Pues hala, a jorobarse o a tirar de VPN. Tampoco es una cuestión de vida y muerte, sino los típicos problemas del primer mundo.

Uno, que se hace blando.

miércoles, 3 de abril de 2024

Tractores

Quien más, quien menos, ya sabe que los agricultores europeos están molestos con ciertas políticas que, según ellos mismos, les ponen en mala situación, así que llevan algún tiempo protagonizando disturbios. Muchos de los españoles residentes en España con los que he hablado creen que tal cosa sólo se ha producido en nuestro país, así que es cosa de aclarar que no, que ha habido movilizaciones, llamadas coloquialmente tractoradas, por toda la Unión Europea, y Bruselas ha sido una de las protagonistas, como no podía ser menos. Al fin y al cabo, yo no estoy muy seguro de dónde se urden las medidas que amenazan con colapsar al sector primario europeo, pero todo el mundo sabe dónde se aprueban formalmente las susodichas medidas, y sí, es en Bruselas.

Al llegar esta altura, tengo que confesar que mis simpatías están con el sector primario. Todos mis antepasados, pero todos, han sido agricultores. Gracias al sector primario he estudiado... para poderlo abandonar. Sin embargo, eso no me privó durante mis estudios de esgrimir la azada durante las que eran vacaciones para mis compañeros y escardar la tierra, modelar caballones y desherbar terreno. O de madrugar para regar, según cuándo pasara el turno de riego por los campos de la explotación familiar. O de mezclar herbicida con agua y pasar campos de mochila hasta no dejar hierba con vida, con diecisiete años y sin carné de manipulador, cosa que ahora es imprescindible para cualquier adulto y directamente prohibido para menores de edad. Sí, eran tiempos durillos, pero, una vez pasados, hasta los miro con simpatía, cuando no con nostalgia. Así que, sí, claramente, a pesar de trabajar actualmente en un despacho con aire (más o menos) acondicionado, entre quienes están en un despacho como el mío fastidiando a los agricultores, y los propios agricultores, me quedo con éstos de calle.

Así y todo, hay quien se desmanda. El primer día de febrero, los tractores tomaron la plaza de Luxemburgo, por donde paso forzosamente para ir a trabajar y donde, fatalmente, se encuentra la sede del Parlamento Europeo, así que es un lugar idóneo para obtener visibilidad. Los agricultores ocuparon la plaza, la bloquearon y allí no pasaba nadie... bueno, excepto yo, que iba en bicicleta y me escurrí entre tractor y tractor. Aquello estaba animado y algunos se habían puesto a asar salchichas a la brasa. Con gusto me hubiera quedado a hacer el cabra, pero el deber llamaba a atravesar la masa y, en una calle adyacente, incorporarme a mis funciones que, a Dios gracias, no tienen nada que ver con la agricultura.

Digo yo, además de salchichas, alguno debió pasarse con la cerveza y, en lugar de ponerse a conducir los John Deere o New Holland chulísimos que llevaban, se dedicaron a montar una hoguera en la plaza y a abatir la estatua que la presidía. Luego, algo más serenos, se fueron en sus respectivos tractores. Desde entonces, han aparecido un par de veces más por la plaza, dejando la zona ajardinada central, donde los lechuguinos protofuncionariales con aspiraciones que abundan por Bruselas se aparean los jueves por la tarde, hecha un asquito.

Las autoridades municipales declararon que los daños a la estatua eran irreparables. Sería para dar pena, porque a los dos días la estatua estaba allí de nuevo, subida a su pedestal, como si tal cosa sin que su apariencia hubiera sufrido alteración alguna. Donde sí se han puesto a currar es en el césped central, acusando a los agricultores en sus dos o tres marchas de haberlo dejado en un estado lamentable. El mismo sitio es hollado todos los jueves por miriadas de jovenzuelos acervezados en busca de apareamiento, pero nadie parecía sospechar que ésa sea la causa principal del estado del césped.

Sea como fuere, se han puesto manos a la obra. El concejal de espacios verdes del municipio, un tal Yves Rouyet, dijo que los "afterworks" (es decir, los jovenzuelos) ya habían pisoteado lo suyo el césped, y que los agricultores, que habían quemado neumáticos, habían terminado de estropearlo. Yo vi neumáticos ardiendo, sí, pero no sobre el césped, pero vale, quizá se me escapara algo. El caso es que quieren excavar cuarenta centímetros para descontaminar la tierra, replantar el césped, meter cuatro árboles, unos bancalillos con setos y reparar las baldosas estropeadas. Oye, igual quedará bien y todo. Gracias, agricultores.

A primeros de marzo, el concejal decía que la estatua, que había ardido, pero supongo que poco, porque las estatuas son un combustible pésimo, había sido salvada de las llamas. Que había sufrido daños importantes, una grieta enorme y había perdido la capa superior de pintura; total, que la habían llevado a Gante a que la repararan unos especialistas que ya digo que no debieron tardar mucho, porque a los dos días ya estaba por allí.

No sé cómo quedará la plaza. Yo, personalmente, la evito todo lo que puedo, y más los jueves por la tarde, pero estoy por echar una miradilla a ver cómo se apañan las bandas de "afterworks", como dice el concejal, para hacer lo que hacen siempre, ahora que el espacio está en obras y a despecho de que se acerque el buen tiempo. Espero que terminen antes de que llegue la primavera de verdad, porque, si no, se les va a hacer tarde. Como ahora.

viernes, 8 de marzo de 2024

No paran

La verdad es que resulta cada vez más difícil seguir el ritmo de los comunicados cada vez más atrevidos de los obispos católicos (eso dicen ellos...) belgas. En esta ocasión, y no sé si es un precedente, se han unido valones y flamencos para lanzar un comunicado de preparación de la segunda parte del sínodo que viene y que, si Dios no lo remedia, tendrá lugar en octubre de 2024 .

El comunicado, que se puede descargar en francés aquí, consta de cinco páginas. Es un poco difícil de tragar, pero bueno, toca intentarlo. Empieza con un ejemplo de libro de "excusatio non petita, accusatio manifesta", diciendo que abrirse y entablar un diálogo con el mundo, como ellos proponen, no es una voluntad de adaptarse al mundo moderno, ni renunciar a la identidad propia, además de que, en ese diálogo, la Iglesia puede aprender cosas y enriquecer sus posiciones, por ejemplo en materia de derechos humanos, democracia y libertades modernas.

Es difícil no pensar, leyendo semejante pieza, en la reciente aprobación en Francia del derecho al aborto, incrustado en su Constitución. Vaya con los derechos humanos, la democracia y las libertades modernas. Por cierto, que la noticia de marras ha merecido en Cathobel un artículo básicamente equidistante, en el que, si no supiéramos que los autores trabajan en un medio (al menos sedicentemente) católico, no tendríamos claro si están a favor o en contra de la medida. Total, que los obispos belgas exigen una "cultura sinodal de la conversación" que, en el diálogo con el mundo que nos rodea, nos ayudará a comprender mejor los signos de los tiempos a la luz del Evangelio. Miedo me dan.

Pero no se quedan ahí, no, señor, nada de eso. Lo siguiente es preguntarse si la Tradición de la Iglesia representa la mejor interpretación posible de las Escrituras en la actualidad. Si se hacen esa pregunta, cuya respuesta siempre ha sido que por supuesto que sí, es que ellos piensan que no, que de ninguna manera. Así que ellos quieren tradiciones dinámicas y en constante desarrollo. La Tradición es el pasado que llega hasta nosotros para hacerse futuro, según bonita frase de un príncipe que era tradicionalista cuando la pronunció. Ese mismo príncipe se pasó a la teoría de las tradiciones dinámicas y en desarrollo, en cuyo camino perdió a todos sus seguidores. Si estuviera entre nosotros, podría decirles a los obispos belgas que su experiencia no recomienda ir por ahí, pero, como falleció en 2010, no está en condiciones de advertirles. Además daría igual. Los obispos belgas belgas ya hace tiempo que siguen sus ideas de "tradiciones dinámicas" sin necesidad de sínodos, comunicados ni zarandajas varias, con lo que han perdido para Cristo a casi todos sus seguidores y está visto que no tienen ninguna intención de detenerse hasta que los pierdan absolutamente todos. Yo, si tuviera que presentarme al Juicio Final con esos resultados, estaría aterrorizado, pero, oye, se ve que hay gente que no conoce el miedo.

Y siguen adelante, claro. Como se huelen que su camino de perdición no va a ser seguido por los carcas de los africanos, por ejemplo, o esos orientales que insisten en no dejar avanzar al resto, los obispos belgas piden una descentralización, que permita, ojo, "una cooperación en la unidad con una diversidad más legítima". En plata, que, ahora que la Iglesia católica en Bélgica está al borde del precipicio, se les deje dar ese paso adelante que están deseando.

Y todo esto lo concretan en tres temas que, según ellos, preocupan enormemente a la Iglesia en Bélgica. Que son ellos sobre todo y los que llevan la voz cantante en las parroquias. Y vamos a lo de siempre: el lugar de las mujeres en la Iglesia ¡Queremos mujeres diaconisas! Bueno, queremos sacerdotisas, obispas, papisas incluso, pero comencemos por algo. Es que, según ellos, nuestra sociedad enseña la igualdad de los sexos y la igualdad de oportunidad, y este desarrollo refuerza la comprensión del "Nuevo Testamento de la igualdad de hombres y mujeres en Cristo". Están a un paso de reescribir los evangelios y nombrar seis apóstolas.

Lo siguiente que quieren es ordenar sacerdotes casados. Mis sospechas son que una parte no desdeñable de los pocos sacerdotes católicos que quedan en Bélgica no acaban de ver claro eso de vivir en castidad y ya están obrando en consecuencia. Y ahora hay dos posibilidades: o eres un adúltero como otro cualquiera (u otra cualquiera, que estamos en 8 de marzo), al ser infiel a tus votos, o cambias la doctrina y consigues que lo que era pecado deje de serlo. A ver, no lo consigues, porque las cosas son como son y no como uno siente, pero al menos debe ser un consuelo.

Y lo último es prestar atención al mundo digital. Eso tiene sentido, pero la verdad es que hay multitud de católicos, normalmente de recta doctrina, que en todo el mundo le prestan mucha atención al mundo digital y tienen contenido estupendos, que son mucho más seguidos que, por poner un caso, Cathobel y su legión de comentaristas heterodoxos, los cuales, si no fuera por su carácter de página oficial, no los iba a seguir más que Satanás y sus engendros. Para difundir las ocurrencias de los obispos belgas en el mundo digital, mejor es que las cosas se queden como están.

Esto se hunde, chicos. Se ha venido hundiendo desde hace décadas, pero es que ahora el paciente apenas boquea un poco y los médicos siguen erre que erre con las recetas que le ha llevado a este estado lamentable. Alguien debería decirles a estos señores que no son una ONG, sino que deberían ser la sal del mundo, pero se han vuelto tan sosos que son indistinguibles del mundo ¿Qué va a elegir una persona que ve una Iglesia mundanizada, pero siempre ridiculizada, y un mundo que viene a hacer lo mismo, pero sin siquiera una sombra de ese Dios que la propia Iglesia católica belga intenta disimular lo mejor que puede? Elegirá el mundo. De hecho, lo viene haciendo desde hace muchísimo.

Si no fuera porque, al final, Dios ha hecho una promesa a su pueblo y no va a traicionarla, uno pensaría que las monsergas del comunicado de los obispos belgas son señal inequívoca de que se ha hecho tarde. Es más, la noche es inminente.

lunes, 4 de marzo de 2024

Polizones

Para mi último viaje a Luxemburgo en tren, decidí salir a media mañana, creyendo que así esquivaría las hordas de estudiantes que lo atestan y que, cuando se les acaban los sitios en segunda clase, pasan a los vagones de primera como si tal cosa. Sí, a mí me pagan un billete de primera, en un tren que, la verdad, no tiene gran cosa que ofrecer al viajero. Por no haber, no hay ni un triste vagón restaurante donde comer o beber algo, así que, por mucho que vayas en primera, te toca llevar las vituallas que necesites y, si sales a media mañana, está claro que la hora de comer la vas a pasar de camino.

Como esperaba, el vagón de primera estaba en esta ocasión casi vacío. Casi. A medida que lo fui atravesando para llegar a mi sitio vi un jovencito entre mulato y negro con una mochila, un par de viajeros trajeados y, al fondo, dos sujetos con una gorra blanca vuelta y una cazadora multicolor que se comunicaban en una jerigonza incompresible para mis oídos, y además a grito pelado. Comoquiera que el resto del enorme vagón estaba vacío y había sitio de sobra, me senté donde mejor me pareció y me puse a sacar los bártulos con que me quería ocupar durante el viaje, y muy en particular el billete de tren, que había imprimido oportunamente.

Y menos mal que lo hice, porque, apenas hubimos salido de la estación, apareció por el vagón una revisora bajita y rechoncha, escoltada por dos bigardos de seguridad, de hombros amplios y expresión poco conciliadora, que iba controlando que quien estuviera por allí tuviera derecho a quedarse. Después de un par de controles satisfactorios, le llegó el turno al mulato. Como podía sospecharse, el mulato no había pagado quince euros de más para hacer el viaje en primera; lo malo es que ni siquiera había pagado los veinticinco euros del billete de segunda. El mulato puso cara de sorpresa, pero tenía bastante buen perder, aceptó bajarse del tren en la siguiente estación, Ottignies, y se encaminó hacia el fondo del tren con la mochila a la espalda. Igual es que no iba más allá de Ottignies, en cuyo caso, evidentemente, el precio del billete era mucho menor que el que queda escrito ahí arriba.

La revisora llegó a mi altura y me aceptó el billete sin mayor problema. Los siguientes eran los dos viajeros del fondo. No volví la cabeza, pero intenté no perder ripio de lo que se tratara por allí.

De momento, a la exhortación de la revisora a que los dos tipos enseñaran su título de transporte, uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, porque el otro no dijo ni mu, respondió en la jerigonza que estaban utilizando. La revisora, a la vista del percal, dejó el paso a los dos seguratas que la acompañaban.

- Enséñeme el billete - dijo uno, mirando con cara de pocos amigos al que estaba hablando.

- ¿Qué billete? - respondió éste con tono despreciativo, en un francés bastante bueno.

- El tren no es gratis -explicó el agente- . La gente que está aquí ha pagado dinero por subirse. Usted también tiene que hacerlo.

- ¿Por qué? He venido aquí a solicitar asilo. Tengo derecho.

- No lo tiene. Y menos a subirse al vagón de primera clase.

- Nos podemos subir a cualquier vagón ¿Primera? ¡Bah! Eso sólo es un número pintado en el vagón ¿No ves todo el sitio que hay? 

Sí, sí, tuteando al segurata con todo el desparpajo del mundo. Eso es un polizón con clase. De toda la vida de Dios, los polizones se han subido al lugar más disimulado del tren procurando pasar lo más inadvertidos posible. Éstos no. Éstos se han metido en pleno vagón de primera clase a ser polizones a todo boato. Di que sí, recontra: si pides asilo, pídelo como un rey. Porque tú lo vales.

- No, no se pueden subir al tren sin pagar, y menos al vagón de primera.

- Pues nosotros tenemos que ir a Namur a la oficina que nos han dicho, y tenemos derecho a hacerlo.

- Pero será pagando.

- No tengo dinero - dijo en un tono todavía más desafiante que hasta entonces, que ya es decir.

- Entonces, ¿qué hacemos? Pues yo se lo diré: se van a bajar del tren en Ottignies, la próxima parada, y allí ya les dirán en la oficina de allí cómo llegar a donde tengan que ir.

- Esto es racismo. Eres un racista.

- No. No es racismo. Aquí hay unas leyes y unas reglas, y hay que cumplirlas. No tiene nada que ver con el racismo.

- ¡Racista!

- Ya le he dicho que aquí hay unas normas que cumplir, y para subir al tren hay que pagar como todos los demás pasajeros.

- Ya te he dicho que no tengo dinero. Yo estoy pidiendo asilo. Por Francia ya he pasado. Estoy aquí para pedir asilo, y tengo derecho a hacerlo. Y tú eres un racista y no me vas a quitar mi derecho.

La verdad es que los dos sujetos tenían tan aspecto de refugiados políticos como de cruzados medievales, pero supongo que era el estribillo que les habían enseñado quienquiera que les hubiera asesorado. Si les hubiera enseñado a no faltar al respeto a quienes se encontraran por el camino, es posible que les hubiera hecho un favor mayor, pero me da a mí que hay cosas que requieren algo más de tiempo y de base, y los modales pertenecen a este tipo de cosas.

- Levántense. Vamos a llegar a Ottignies.

- ¡Racista! ¡Que eres un racista!

- Bajaremos con ustedes y les acompañaremos a la oficina. Es posible que allí les den dinero, que pueden utilizar para pagarse un billete hasta donde tengan que ir. Cuando lo tengan, suben al tren. Lo que no pueden es subir sin billete.

El tren se detuvo en la estación de Ottignies y los dos solicitantes de asilo, muy a su pesar, descendieron del mismo, seguidos de los dos agentes de seguridad y precedidos unos metros por delante por el mulato, que debía ser belga y que ya sabía cómo funcionaba aquello. No sé cómo continuaría la aventura de aquel grupito, porque mi destino se separó del suyo y me condujo a Luxemburgo más de dos horas y un bocadillo de queso y pechuga más tarde.

En todo caso, con solicitantes de asilo tan descarados como los que me tocaron en el vagón, Vlaams Belang terminará por tener mayoría absoluta incluso en Valonia.

sábado, 24 de febrero de 2024

Patinetes

Lo de Bruselas con los patinetes no tiene nombre, o mejor no lo tenía. Estaban por todos los sitios y eran de todo tipo o condición. Cualquier mindundi se podía pillar uno alquilado entre los tropecientos que había en cualquier sitio. Y luego, cuando llegaba al sitio al que quería llegar el mindundi, el susodicho mindundi lo arrojaba allí mismo, en mitad de la acera, o tirado por el suelo, o en el bosque, o en el cementerio, o apoyado al reves en una papelera, o encajado en un buzón de correos. Donde más rabia le diera al mindundi.

Pues se acabó. Desde hace unos días, sólo dos empresas (Bolt y Dott, que eran las más grandes. Lime, Tier y Bird eran las otras tres oficiales, y a saber qué más había por ahí) tienen permiso para operar en Bruselas. El resto de la chusma ha perdido esa posibilidad. Es más, el parque móvil, que se calculaba que era de 20.000 patinetes, ha quedado reducido a ocho mil, que sigue siendo abundante, pero menos. Finalmente, el gobierno regional ha designado mil quinientas zonas de depósito de los patinetes, así que se acabó también abandonarlos delante de la entrada de una garaje o atravesados en la acera.

Como no soy usuario de los patinetes, no sé exactamente cómo ha afectado la medida al populacho que los utiliza. Yo sigo viéndolos, pero sí que parece que la cosa se ha vuelto más civilizada. Las dos operadoras que quedan son razonablemente serias y no tienen los patinetes trucados para que vayan a toda leche, así que no se ven tantos conductores suicidas como antes. También parece que se ha terminado realmente lo de dejar los patinetes a donde a uno mejor le pareciera.

Entretanto, he leído y escuchado en la radio que las nuevas autoridades municipales de Valencia se están dedicando también a poner coto a los patinetes, que en Valencia son más bien de propiedad privada, y no de alquiler, como aquí, y que les obligan a ponerse casco, a no llevar auriculares y a ir por donde deben.  Bueno, eso de ir por donde deben, en lugar de por las aceras, parece que afecta también a los ciclistas, ahora que la actual alcaldesa no se desplaza en bicicleta. Dentro de unas semanas volveré a Valencia a comprobarlo personalmente, espero que no en mis propias carnes, aunque yo en general no voy por las aceras (está bien, con alguna excepción), pero me querría detener en lo de la prohibición de llevar auriculares.

En España, hasta donde yo sé, está prohibido a rajatabla. En Bélgica, cuando llegué, yo pensaba que llevar auriculares en bicicleta era obligatorio, porque apenas había nadie que no los llevase. En mis primeras clases de idioma de por aquí, había quien se indignaba por el hecho de que en según qué sitios del mundo estuviese prohibido. También pensaba yo que en Bélgica, al igual que en Moscú, hablar por el móvil en el coche mientras uno conducía era igualmente obligatorio, y parece que no, que también está prohibido.

En fin, debo reconocer que, a fuerza de ver al resto del mundo andar con auriculares, me compré unos de conducción ósea que están de moda, que no aíslan del ruido ambiente, cosa que sería demasiado peligrosa, y los uso por la mañana para oír la radio. Ya sé yo que, en Valencia, me puede caer un multazo del quince a la que se me ocurra llevarlos por ahí, pero es que uno tiene que intentar adaptarse a las condiciones de allá a donde va, no se le vaya a hacer tan tarde como ahora mismo.

sábado, 17 de febrero de 2024

El definitivo fin de una época

Cuando uno pensaba que hacía tiempo que todo había terminado, he aquí que llega una pedrada desde el pasado para dar el cierre definitivo a un período de mi vida (y de esta bitácora) que ya pasó irremediablemente.

Aeroflot, esa línea aérea que me transportó de la Ceca a la Meca (bueno, de Moscú a donde fuera, normalmente Madrid) ha decidido que, después de diez años de no utilizar sus servicios, ha llegado la hora de darme de baja automáticamente de su programa de fidelidad. Bueno, a no ser que algún participante del programa me pase alguna milla que le sobre o, por lo menos, que me meta en mi espacio personal del programa. Se conforman con poco, pero me temo que, a estas alturas y en plena guerra, no me merece especialmente la pena conservar ese programa de fidelidad.

Sobre todo, teniendo en cuenta que el espacio aéreo de la Unión Europea está cerrado para los vuelos de Aeroflot.

Me da penica, porque Aeroflot ha sido protagonista de grandes momentos de mi vida y de esta bitácora. Uno se acuerda de aquellos tiempos en los que todavía no había teléfonos inteligentes ni aplicaciones de líneas aéreas y había que comprar los billetes a pelo, en las propias oficinas de la compañía o en alguna agencia de viajes, lo cual dio pie a situaciones tan curiosas como ésta. Vamos, que hubo un tiempo en que llegué a tener la tarjeta plata (la oro era para los muy expertos), con pase a las salas VIP de Aeroflot, cosa que merecía mucho la pena. Y culminamos la serie con uno de los últimos viajes, en que estuve pensando si convertirme al judaísmo. Al menos desde el punto de vista culinario, claro.

No sé si volveré a volar con Aeroflot algún día, pero lo cierto es que uno, al final, termina recordando las cosas buenas y riéndose de las malas, porque ya pasaron. Al final, romper el último vínculo con la compañía aérea que más me ha hecho sufrir y reír, pero que no deja indiferente, es como cuando un amigo se va: algo se muere en el alma.